Juan. De cena con Miguel.

Juan va a cenar con Miguel, ese chico que va conociendo poco a poco del cual se va enamorando. Descubre que hacen en la cena. Es un capítulo de la novela publicada en un blog.

Juan. De cena con Miguel

Entramos en el restaurante. Un restaurante caro. De esos que los camareros van mejor vestidos que algunos clientes y el cubierto por cabeza tiene tres cifras.

En la entrada nos espera el recepcionista y nos pregunta si venimos cenar. Pienso que la pregunta es un poco tonta y la respuesta es obvia. Es evidente que no vamos a un restaurante a comprar una pelota de futbol.

Miguel responde con educación e informa que ha reservado mesa para dos.

El metre nos conduce a una mesa, con vela incluida, mantel blanquisimo y sillas más cómodas que mi propio sofá de casa.

El local es espectacular. Decorado al estilo mediterraneo, mezclando objetos antiguos con modernos. Con una luz tenue y relajada. De fondo suena una música chill out. Todo es perfecto. De repente me pongo la mano en el bolsillo.

  • Miguel, me he olvidado la cartera en el coche – le digo.

  • Tranquilo – Me dice sonriendo – Te invito. Esta cena la pago yo, ya me lo compensarás.

Me he dado cuenta que se ha dirigido a mi en masculino. Se me ha hecho raro, pero supongo que aquí, todo el mundo tiene orejas y no queremos dar el cante. Y respecto a como le compensaré...ya me lo estoy imaginando.

Hablamos toda la cena de muchos temas. De su trabajo, de mi trabajo, de política, fútbol, fitnes. Nada de sexo. Es una cena agrable, los platos tienen nombres larguísimos, imposibles de recordar y cuentas más pronunciar su nombre que acabarse el plato en sí. De todos modos, está todo delicioso.

El vino, que entra como el agua, nos ha puesto contentos y nos deshinibe. Ya vamos por el café y cada vez tengo más ganas de irme para estar asolas con Miguel.

Me coge de la mano, y me dice bajito para que nadie que esté cerca lo pueda oir.

  • Te espero en el lavabo.

Se levanta y se dirije hace el baño de hombres. Se nota que tambiés le ha favorecido el vino. Cuando lo veo de espaldas le miro su culo y su fuerte espalda. Me encanta su culo y su esplada me da respeto.

Espero unos minutos y me levanto para dirigirme hacia el lavabo. No me esperaba que fuera tan atrevido, y yo tampoco me esperaba que lo fuese yo. Debe ser el benido vino.

Entro en el lavabo. Más limpio que un quirófano. Amplio de estilo moderno con baldosas oscuras y luz tenue. Hay unos compartimentos para retretes privados más al fondo. Supongo que debe estar allí. No hay nadie más y voy abriendo puerta a puerta, a ver donde se esconde mi Miguel. La última puerta de abre y me está esperando él, sonriendo.

Entro y cierra la puerta con pestillo. Noto su respiración acelerada. Me acorrala contra la pared y me huele el cuello.

  • Me pone mucho esta colonia que te has puesto hoy, zorra. - me dice mientras me va dando besos en el cuello - a partir de ahora, ponte esta colonia para mi.

Cierro los ojos y dejo que me bese en el cuello. Apoyo mis manos en la pared mientras el me coge de la cintura. Me desabrocha el boton del pantalón y sus manos recorren mi culo por debajo de la ropa. Me quedo inmóvil, presa de este león que me debora poco a poco. Mi rodilla está entre sus piernas y su rodilla entre las mías. Noto como hace fuerza con su rodilla en mi entrepiernas y yo me refriego en ella.

Mientras una de sus manos me sujeta el culo, la otra por mi cintura, para pasar a mi pecho. Encuentra mi pezón y lo aprieta sin piedad. No es dolor, es placer. No sabía que podía sentir placer desde mi pezón. Un corriente eléctrico va del pezón a mi entrepierna y luego vuelve a subir a mi pezón para parar en mi cuello, donde me está besando.

Se oye, la puerta de entrada del labavo de caballeros. Alguien entra. Sus pasos se dirigen a los urinarios y se oye el sonido característico de caída de fluído. Alguien está meando a escasos metros de nosotros, mientras Miguel no cesa de besarme en el cuello, acariciarme y hacerme tocar el cielo.

A los pocos segundo, la persona que ha entrado se marcha después de acabar la gestión que estaba realizando. Todo ello sin lavarse las manos. Hay hombres que son un poco cerdos en ese aspecto. No pienso dar la mano a nadie del local.

Una de mis manos, que aún estaban pegadas a la pared porque estaba acorralado por Miguel, se desplaza a la cintura de Miguel. Le acaricio la cintura y poco a poco, voy banjando la mano hacia su entrepierna. Sobo su pollón que está duro como una roca. Lo toco por encima de los pantalones y consigo desabrochar el botón del pantalón. Consigo bajarle la cremallera y pongo mi mano dentro de sus pantalones.

Él deja de besarme en el cuello y me mira a los ojos, mientras acaricio su polla y él me coge del culo con sus dos manos. Nos estamos mirando unos segundos en los que el mundo se para. Un momento que ojalá durase años.

Estoy acorralado entre la pared y Miguel, con mi mano le cojo su pollón, dentro de los pantalones. E instintivamente empiezo a bajar, poco a poco, manteniendo la mirada en sus ojos y mi mano en su pollon. Estoy de rodillas entre el pollón y la pared. Le bajo un poco los pantalones y le bajo la ropa interior. Yo miro el pollón y solo tengo ojos para ese hipnótico cipote.

Su verga está libre, dura, jugosa y humedecida por el líquido preseminal. Está justo frente mío y detrás está la pared. No tengo otra opción.

Sin pensarmelo, abro la boca, bien abierta y me pongo el pollón en la boca. Tengo que abrir bien la boca y eso hace que me duela un poco la mandíbula. Tendré que entrenarme un poco más.

Noto el pollón recorriendo mi boca. Dentro y fuera. Cada vez me la introduzco más en cada embestida. Me toca la campanilla y a veces, me da un poco de arcadas, pero me estoy acostumbrando a ello. Lo beso, lo toco. Saca su pollón de mi verga y me empieza a dar pollazos en mi cara. Sonrío. Me encanta. Me coge la cabeza y me introduce de nuevo su pollón en mi boca. Noto mi polla dura y con una sensación muy agradable en las suaves braguitas. En parte tengo ganas de tocarme, pero estoy tan excitado, que solo me apetece tocar a Miguel. Me apetece que me posea Miguel y su pollón. Trago líquido preseminal y noto ese savor característico, saladito.

Estamos unos minutos y Miguel hace que me levante.

  • Me apetece correrme ya. - me dice susurrando al oído mientras coge mi mano y la dirige a su pollón.

Empezamos a besarnos. Su polla se refriega en mi y su rodilla en mi entrepierna.

Con mi mano le masturbo. Noto este orgullo de saber que estoy dando placer al macho que adoro. Le masturbo rápido. Tengo ganas que se corra. Quiero su semen. Él se arquea, cierra los ojos y da sus últimos empujones. Empiezo a notar su leche en mi mano, su leche sale a borbotones hacia mí. Me salpica en mi ropa interior y en mis pantalones. Y poco a poco ceso de masturbarle. Él se relaja y me da un tierno beso.

  • Esperate un momento y luego sal – y sonriendo añade – Creo que tienes los pantalones manchados. Se te ha caído la comida?

Él sale del lavabo y yo me quedo. Espero unos momentos también para relajarme. El pulso me ha acelerado y la excitación era máxima. Miro hacia abajo. Tengo los pantalones un poco bajados. Su semen ha manchado mi ropa interior y mis pantalones. Tengo una mezcla de orgullo por tener su semen y alarma porqué la mancha de semen de los pantalones se ve, y mucho. Es imposible de disimular.

Cojo papel del lavabo e intento quitar la mancha sin éxito. Ahora que hago? No hay manera de taparlo. Solo espero que nadie se fije en mi. Y luego, como lo explico a mi novia. Tendré que poner los pantalones en la lavadora, solo llegue a casa.

Salgo del lavabo, lo más digno que puedo. Miro a los comensales, a ver si alguien se fija en mi. Por suerte nadie se ha fijado en mis pantalones.

Miguel me espera en la puerta, acompañado en este caso de una metre, la cual nos despide muy educadamente. En el momento de abrirnos la puerta para salir, veo como se fija en mis pantalones. Mira a la mancha de semen y luego a mis ojos y luego otra vez a la mancha. Está claro que sabe de que se trata. A ella seguro que también le han manchado de esta manera. Sonrío orgulloso. En su mirada no sé si hay sorpresa o envidia.

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