Juan (1)

José se encuentra con Juan en una escalera de servicio y este último tiene ganas de divertirse con él, para ello le somete hasta llevarle a sus pies.

Era una mañana muy tranquila, apenas había trabajo y me disponía a bajar por las escaleras de servicio del edificio donde residía el cliente al que acababa de llevarle el pedido.

Por aquél entonces yo tenía 18 años y trabajaba esporádicamente en una papelería de un centro comercial con servicio a domicilio, en un barrio muy antiguo de mi ciudad, en el que todavía había edificios con dos escaleras, una principal y una de servicio. Normalmente a quienes íbamos a hacer el reparto de diversos productos nos hacían subir y bajar por las escaleras de servicio, algunas de las cuales carecían de ascensor.

Empecé a bajar las escaleras desde el cuarto piso, eran pisos de techos elevados, con tres tramos de escalera de piso a piso. En el primer descansillo entre el primero y el segundo había alguien sentado en las escaleras. Pude reconocerle enseguida por su forma de vestir y su complexión física.

Era Juan, un chico de unos 20 años, él repartía para un supermercado del mismo centro, los bultos que tenía que cargar habitualmente eran mucho más grandes y pesados que los que yo tenía que repartir. Estaba sentado en la escalera descansando, y me saludó al verme.

Juan medía como 1.85, de complexión muy fuerte, llevaba una camiseta ajustada que marcaba sus pectorales y cuyas mangas apenas contenían el volumen de sus bíceps. Los pantalones vaqueros ajustados no disimulaban en absoluto la fuerza de sus muslos y sus gemelos, que quedaban bien patentes, así como su paquete, que se veía bien relleno.

Era guapo de cara también, sus facciones bien parecidas iban siempre perfectamente afeitadas, remataba con una melenita castaña con rizos a juego son sus ojos, del mismo color. En sus pies a la hora del trabajo llevaba unas zapatillas de Adidas cómodas, que se veían ya bastante usadas, y deformadas por la presión diaria y porque gastaba un 45 pero iba camino del 46 y la zapatilla de piel cedía ante la presión y la fuerza de sus pies y piernas.

Su actitud era un poco de chulillo barriobajero, pero combinada con su personalidad magnética y su cuerpazo hacían que tuviera un éxito entre las féminas bastante alto. O al menos eso era lo que yo pensaba.

-José siéntate un rato hombre, así descansas igual que yo-

me dijo Juan con su sonrisa de medio lado.

El hueco que quedaba en la escalera al lado de semejante corpachón era muy escaso, así que me senté en los escalones un poco más abajo de donde él se encontraba. Él abrió un poco las piernas para que me pudiera sentar cerca. Al sentarme pude olerle y digo literalmente olerle, porque emanaba de él un profundo perfume a macho bien sudado después de un esfuerzo.

-Hola Juan, poco trabajo estos dos últimos días por lo que veo- Le comenté.

-Sí, poca cosa, salvo ahora que acabo de subir unas cajas de bebidas al tercero. Menudo rollo lo de ir por esta escalera sin un puto montacargas ni nada parecido, me he sentado a ver si me seco un poco y a descansar sobre todo los pies que a estas horas dan un poco de guerra- Me contó.

-Ummm… no te veo muy extenuado que se diga- bromeé –Se te ve más bien descansado y relajado- comenté de nuevo en tono de broma con la idea de provocarle un poco.

-Bien, bien, parece que hoy estás graciosete y tienes ganas de juerga, pues entonces te voy a demostrar lo que cuesta subir lo que hoy he tenido que subir al tercero- Dijo Juan con una sonrisa pícara en su rostro.

-Eh, que es broma, ¿qué vas a hacer?- Le pregunté haciendo el ademán de levantarme.

Tarde. Estaba a su alcance y antes de darme tiempo a nada me envolvió con sus piernas al principio apretándome un poco para inmovilizarme lo justo, pero posteriormente aumentando y aflojando la presión a intervalos, haciéndome sentir la fuerza de sus piernas, toda la tensión de sus músculos que estaban duros como una piedra y se marcaban en sus pantalones cada vez que aumentaba la presión.

-Bien, ya te tengo- Dijo con su voz en tono grave, y su sonrisa pícara cambiada en otra sonrisa más bien viciosa, y siguió aumentando la presión cerrando aún más sus piernas en torno a mis brazos y a mi cuerpo –Síiiii, eres mío- seguía diciendo y continuaba apretando y apretando cada vez más mientras me miraba fijamente con sus ojos castaños.

Empecé a sentirme cansado, sus constantes apretones me debilitaban por momentos, cosa de la que Juan se dio cuenta enseguida, y se echó una risa malvada por lo bajo. –Ya estás en mi poder, ahora vas a comprobar lo que cuesta subir unas cuantas cajas pesadas al tercero, y después vas a entretenerme- Me dijo sin dejar de mirarme a los ojos y manteniendo la presión.

Juan me tenía completamente en sus manos, yo estaba flojo, medio mareado y totalmente dominado. Me forzó a cambiar la posición de manera que quedé medio tumbado y con mi cabeza atrapada bajo su poderoso brazo, con mi nariz a medio centímetro de su axila derecha, de la que emanaba un olor fuerte a sobaco. Cuando me tuvo colocado como él quería, volvió a aumentar la presión tanto de sus piernas como del brazo que tenía mi cabeza atrapada.

-Jajaja ahora vas a respirar hondo este olor, y lo vas a hacer todo el tiempo que yo quiera, cada vez que lo respires te vas a encontrar más y más cansado y más débil- Y era verdad, con cada inhalación me encontraba más mareado y con menos ganas de luchar. Me tuvo en esa posición como unos diez minutos, pasados los cuales me sentía tan cansado que apenas podía moverme.

Sin oposición por mi parte, Juan cambió su presa, soltó mi cuerpo y se centró en pasar sus dos piernas por encima de mis hombros, me dio la vuelta mirando a su paquete, y me apretó con sus muslos con fuerza. Olía a macho intensamente.

-Ahora que ya estás cansado, vas a oler el otro perfume del esfuerzo, el de mi paquete bien sudado, esto te va a hacer dormir, cada momento que huelas mi paquete tendrás más y más sueño y te dormirás más y más profundamente, pero te darás cuenta de todo lo que yo te haga y me seguirás escuchando- Me decía Juan con su voz grave, segura, disfrutando de su dominación y del control que estaba adquiriendo sobre mí.

Sus muslos apretaban con fuerza pero lentamente mi cuello. Juan sabía lo que hacía, no quería hacerme perder el conocimiento, sino dejarme en estado de ensoñación. También veía crecer en tamaño lo que tenía inmediatamente delante, y llegó un momento en el que con cada nuevo apretón su paquete se restregaba contra mi cara y le escuchaba ronronear de satisfacción, siempre en ese tono grave, magnético e irresistible.

En otro rato corto yo apenas estaba ya consciente, lo veía todo como entre sueños. El estímulo que más notaba era la presión de sus muslos sobre mi cuello, que era suave y a intervalos. Hasta un momento en el que mantuvo la presión para retenerme y hacer algo que no supe, hasta que me soltó despacio, me tumbó boca arriba en el descansillo y se sentó sobre mí, poniendo un pie a cada lado de mi cabeza al principio. El olor de sus pies era lo más intoxicante que jamás había respirado.

-mmmmm… dijo Juan saboreando el momento. Estás completamente en mi poder. Vas a respirar el olor de mis pies con los calcetines puestos al principio. Esta vez, cuando respires este olor vas a sentir un deseo irresistible de obedecerme, cada vez sentirás más y más deseos de hacer lo que yo te diga y de que yo te domine más- Dijo con su tono más sensual y convincente y situó sus pies con los calcetines puestos sobre mi nariz. Presionaba suavemente y se aseguraba de que yo tuviera una máscara de pies para respirar a través de ella. Yo sólo deseaba seguir respirando su olor de pies, olía profundamente a queso y a sal. Al cabo de unos minutos se quitó los calcetines y volvió a hablarme.

-José, ya estás preparado para lo que quiero hacerte. Ahora te voy a poner los pies descalzos sobre tu cara, notarás que están calientes y en cuanto notes su calor te quedarás sin voluntad, completamente hipnotizado por mis pies. No podrás moverte sólo escucharás mi voz, harás todo lo que yo quiera que hagas, verás todo lo que yo te diga que veas y sentirás todo lo que yo te diga que sientas- Juan remataba la faena.

-También a partir de ahora, cuando yo quiera ponerte mis pies para que los huelas, tú no opondrás resistencia y caerás en un estado como el que vas a caer ahora cuando sientas mis pies descalzos en tu cara-

Sin decir nada más, Juan puso sus pies sobre mi cara, uno a cada carrillo, llegaban desde mi barbilla hasta bien pasada mi frente, y me tapaban los ojos. Estaban calientes y olían muy fuerte, y Juan presionaba sobre mi cara lentamente pero con fuerza, como si me estuviera dando un masaje. Todo mi cuerpo se estremeció con una sensación vaga y hormigueante, con un deseo irresistible por Juan, de hacer todo lo que me dijera, de ver lo que él quisiera, de que me controlase. En ese momento perdí la noción del tiempo.

Continuará….