Jóvenes Centinelas: Pacto bajo el océano
Guardian se ve obligado a pactar para poder salvar tanto su vida como la de sus compañeras. Un pacto que podría cambiar el futuro y que dependerá de lo bien que trate a tres de sus anfitrionas.
Anteriormente en Jóvenes Centinelas…
Eloy, piloto del jet y miembro los Jóvenes Centinelas que se dirige a la isla del Maestro para salvar el alma de su hermana Celia de la posesión demoníaca de Beliar, es incapaz de controlar la nave tras la visita de la supervillana Quickwire, su exnovia. Como último recurso pulsa el botón de socorro con la esperanza de que alguien pueda recibir la señal. En el último momento, cuando ya se daba por muerto tanto él como sus compañeras de equipo, aparecen a su rescate unas extrañas figuras…
Pacto bajo el océano
Eloy fue recuperándose poco a poco, sentía la boca seca y la cabeza a punto de estallar. Su primera sensación fue que estaba sobre una nube, volando por un cielo nocturno. No fue hasta que vio pasar un inmenso pez martillo cuando se dio cuenta de que era justo lo contrario. Se encontraba en las profundidades del océano, acostado bocarriba en un colchón que se acomodaba a la perfección a su cuerpo. Su dolor parecía ir en aumento y al intentar reincorporarse todo su cuerpo se quejó por el esfuerzo. Volvió a acostarse y notó la frialdad de la ropa de cama sobre la que estaba tendido, había sido despojado de toda la ropa y le habían puesto simplemente una especie de calzoncillos bastante cortos para taparle las vergüenzas.
— Saludos, Eloy Escolano – Le sobresaltó una voz masculina con un acento bastante extraño, no muy lejos de él —. Relájate, tu accidente fue brutal.
El propietario de esa voz finalmente apareció en su campo de visión. Era muy parecido a Akva, pero el hombre era mucho más alto y con muchas menos curvas que su compañera de equipo, y seguramente con veinte años más. Su pelo parecía haber sido sustituido por cinco tentáculos, similares a los de los pulpos que se movían como si tuvieran vida propia. El tartesio le miró con enorme curiosidad, parpadeando en un par de ocasiones con unos ojos de color ámbar.
— Soy Enerk, Guía Central de la Ciudad del Oeste… Recibimos tu llamada y fuimos a salvaros.
— Muchas gracias, Enerk….
— El hecho es… – Le cortó rápidamente el habitante submarino – Que al hacerlo podríamos haber cometido un gran error.
Eloy, alarmado, volvió a intentar incorporarse, pero desistió nuevamente tras notar un latigazo de dolor recorriéndole la espalda.
— Relájate – El otro hombre levantó ambas manos en señal de calma —. No os deseamos ningún daño. El punto es… rescatar a un par de superhumanos acompañados por una criatura oscura y una ciudadana del Este podría considerarse por algunos de nuestros vecinos como una señal de amenaza.
— Mis compañeras…
El tartesio volvió a alejarse de su visión mientras seguía hablando.
— Están bien… más o menos. Tuvimos que neutralizar el mal de la criatura con nuestras cadenas rúnicas y agarramos a la tartesia en nuestras manos mientras intentaba liberarla, ambas están en nuestras mazmorras y gracias a su colaboración aprendimos mucho. La humana de la superficie está en otra habitación como esta mientras tomamos una decisión.
— ¿Una decisión sobre qué? – Preguntó con desconfianza Eloy.
— Debemos pensar en nuestro propio bienestar.
Ignorando por completo el dolor, Eloy se incorporó hasta sentarse, con los dientes apretados con fuerza y la mirada vidriosa. El líder tartesio se encontraba de pie, dándole la espalda mientras observaba las profundidades del mar a través de una cúpula que recorría toda la estancia del suelo al techo.
— Tengo una sugerencia para ti, Eloy Escolano – Dijo sin reaccionar a los intentos de mantenerse erguido del humano —. Estamos dispuestos a sanar todas vuestras heridas y ocultar todos vuestros rastros, pero a cambio debemos tener garantías de victoria en caso de una guerra por vosotros. Ayúdanos a mejorar a nuestra próxima generación de tartesios con vuestra semilla y seréis libres.
— ¿O si no?
— Seréis libres en el fondo del océano – Se giró hacia él finalmente —. Pero no queremos llegar a ese extremo. Te prometo que una vez que consigamos lo que queremos, os ayudaremos a llegar a donde más queréis.
Eloy volvió a dejarse caer tras haber superado su umbral de resistencia. No conocía demasiado de los tartesios, pero lo que sabía le daba qué pensar. Una raza submarina con poderes aumentados podría ser bastante peligrosa. Sin embargo, él solo era un humano normal y corriente, quizás más inteligente que la media, pero nada más. No obtendrían demasiado poder gracias a él.
— Si acepto…
— Si aceptas la fecundación, te daremos todos los medios para llegar sano y salvo a la isla a la que intentabas llegar. Os lo he prometido y la promesa de un Guía va más allá de simples palabras.
El ser submarino se acercó a él con la mano membranosa tendida:
— ¿De acuerdo?
Eloy miró con detenimiento la mano que se le tendía. No había mucho con lo que negociar, habían sido hechos prisioneros. Miró cómo un largo pez-espada recorría de derecha a izquierda el techo del habitáculo mientras le estrechaba la mano.
— Bueno… os curaréis lo antes posible– Dijo el tartesio saliendo casi a la carrera de la sala, apenas conteniendo la alegría que parecía embargarle, dejando completamente solo al chico.
Dejó reposar la cabeza sobre la pequeña almohada y comenzó a dormitar, despertándose a ratos a causa de algunas punzadas de dolor cuando se movía más de la cuenta, hasta que finalmente a sus oídos llegó el ruido del deslizar de la puerta. Se espabiló por completo, apoyándose sobre sus codos y miró hacia la entrada.
Tres mujeres tartesias habían entrado sin apenas ruido en la habitación y se mantenían en pie una al lado de la otra. Las tres llevaban unas túnicas, gruesas pero lo suficientemente pegadas como para poder adivinar el contorno de sus cuerpos.
— Saludos, guerrero humano – Dijo la más exuberante y alta de las tres, posando con fijeza sus ojos violetas, a juego con una piel del mismo color, directamente y sin pudor en el torso desnudo del chico —. Soy Satree, centinela del clan del Oeste.
Caminó hacia él, contoneando su delgada cintura y haciendo balancear, como si estuviera ensayado, sus enormes y redondeados pechos al mismo ritmo que lo hacía su melena de color rosáceo que le recorría toda la espalda. Apoyándose con ambos brazos sobre la cama se inclinó hacia el humano como si quisiera verlo más de cerca, mostrándole así su pronunciado escote que apenas podía tapar la túnica.
— Deseaba desde hace años poder ver más de cerca a uno de los tuyos – Dijo, esbozando una pequeña sonrisa con sus carnosos labios de color violeta oscuro —. Esta de aquí es Zina, sanadora y futura miembro del Círculo Central.
Zina apenas era mucho más alta que su compañera Akva, llegando por poco al metro cincuenta, su piel, de verde muy claro, parecía resplandecer al incidir la luz sobre ella, llevaba su pelo de color rojo fuego recogido en dos cortas coletas y, al girarse hacia la tercera mujer para mirarla con sus ojos de color de la esmeralda, Eloy comprobó que de su espalda sobresalía una pequeña cola de no más de quince centímetros que permanecía enhiesta. Sus pechos apenas abultaban bajo la tela blanca de la túnica, pero sus enormes pezones sí que parecían hacerlo.
— Es un placer conocer a un humano tan joven aunque sea en estas circunstancias – Dijo con una voz algo estridente mientras se dirigía absorta a una de las esquinas en penumbra, ocultándose de la vista del joven.
— Y ella es Laya – Dijo al fin Satree señalando a la tercera tartesia, que había permanecido en silencio —. Jefa de exploradores y asistente militar.
Laya no se movió de su sitio, fijando unos enormes ojos de color negro que resaltaban en su piel celeste y su pelo azul marino bastante corto, casi cortado al cero. Apretó unos delgados labios de color rosa mientras examinaba el cuerpo del muchacho. Al caminar hasta colocarse nuevamente junto a Satree, Eloy pudo comprobar que bajo la túnica se escondía un cuerpo bastante musculoso, seguramente habituado a manejar todo tipo de armas. La mujer pareció soltar con una voz meliflua algún reproche en su idioma mientras repasaba con la mirada el rostro de Eloy una y otra vez.
— Da una oportunidad a nuestro invitado… La barba es un signo de virilidad y es lo suficientemente mayor como para procrear — Satree pasó su brazo por el hombro de su compañera, deslizándole la túnica hasta mostrar su hombro desnudo, sin desviar su atención del humano –. Es un Campeón de la superficie.
Laya frunció el ceño, todavía insegura sobre la validez de un cuerpo tan joven y desmadejado como el de Eloy. Gruñó como si fuera un animal hasta que Satree comenzó a acariciarle el hombro descubierto, tranquilizándola.
La que parecía llamarse Zina se acercó de repente al cabecero de la cama sujetando con ambas manos una larga botella llena de un líquido espeso y verdoso que parecía burbujear con cada paso que daba. Con sumo cuidado se lo acercó a los labios mientras le sonreía con dulzura, mostrando unos pequeños colmillos de color blanco.
— Bebe la medicina, sanará todas tus heridas en pocos minutos y hará que vuelva el vigor a todo tu cuerpo.
Dubitativo, el chico entreabrió su boca y dejó que la tartesia inclinara el contenido en ella, sin dejar de mirar a las otras dos frente a él. Poco a poco fue tragando aquel líquido, frío y con sabor a menta y a algas. La tartesia le acarició la sien derecha con la punta de sus dedos mientras terminaba de verter todo el líquido. Tras vaciarlo por completo, lo depositó con sumo cuidado en el suelo y se quedó en pie, cruzando sus manos por delante sin dejar de estudiar detenidamente el rostro del muchacho como si esperase una reacción por su parte.
— Sabe raro – Dijo él algo incómodo bajo el escrutinio al que estaba siendo sometido.
Zina sonrió complacida y le dio la espalda para dirigirse directamente a sus dos compañeras.
— No sé cuánto tiempo tardará en hacer efecto en un cuerpo tan joven y humano como el de él. Debemos esperar.
Satree, que parecía llevar la voz cantante, se acercó a ella y le acarició la mejilla segundos antes de darle un beso justo en el mismo lugar por el que sus dedos habían pasado. Pegó su frente a la de ella y aspiró con fuerza a través de los dos orificios en su rostro el perfume que parecía desprender su compañera. Luego se separó y miró a Laya, que había bajado su cabeza en un gesto extraño mientras se pasaba su corta lengua por la parte inferior de los labios.
De improviso los movimientos de Eloy parecieron ralentizarse mientras su cerebro empezaba a embotarse, impidiéndole pensar con claridad. El chico, cada vez más aturdido mientras notaba cómo la temperatura de su cuerpo también subía varios grados, se puso en pie dispuesto a escapar de la sala antes de que pudiera perder totalmente el raciocinio.
— Lo siento, humano. Hemos comprobado que nuestro rito puede ser demasiado agotador para el macho. Hemos tenido que añadir una droga, no durará más de lo necesario –Satree colocó sus manos sobre los hombros del chico, que se dejó tender de golpe bocarriba sobre la cama —. Por favor, no te resistas, nuestra vida depende de ello.
Laya se despojó de su túnica y se recostó a su lado de perfil, apretando con sus brazos unos turgentes pechos de pezones sonrosados que destacaban aún más en su piel celeste.
— Deja a nosotras – Dijo la tartesia con su voz meliflua sin apartar sus ojos negros del chico —, hemos sido enseñadas en las artes del amor superficial.
— Lo siento, no, no puedo hacerle esto a Raquel. Tengo que verla ahora mismo – Dijo Eloy, intentando incorporarse de nuevo.
Satree volvió a empujarlo mientras ella misma se dejaba caer sobre él y, entreabriendo sus carnosos labios, comenzó a buscar con su lengua la boca del humano. El chico colocó su mano a la altura de las costillas de la anfibia, dispuesto a ejercer fuerza mientras mantenía sus labios firmemente cerrados, aguantando las húmedas arremetidas de la lengua. La mujer-pez, sin cejar en su empeño de besarlo, agarró con más fuerza de la que cabría pensar el brazo de Eloy y lo guio directamente hacia su culo, por encima de la túnica. De forma mecánica, el chico apretó la nalga derecha de la tartesia, subiendo la ropa hasta mostrar por completo el muslo desnudo.
— No te preocupes por Raquel, es una mujer muy fuerte y ahora duerme mientras se recupera de sus heridas en la habitación de al lado – Dijo Satree acariciándole la mejilla con una mano mientras mantenía su presa en el brazo del chico, antes de estamparle un rápido y sonoro beso en ella.
Zina, que se había mantenido apartada hasta ese momento, se acercó a la cama, mientras se pellizcaba el labio en un gesto pensativo.
— El elixir de Eros empieza a hacer efecto – Anunció pellizcándose una última vez.
Satree se giró para mirar cómo Eloy estaba totalmente empalmado, superando con creces la tela del taparrabos y descubriendo la base de su pene por completo. La tartesia emitió un murmullo de aprobación mientras una sonrisa iba dibujándose en su cara.
La más pequeña de las tres tartesias se sentó justo en el borde de la cama y agarró con una mano el miembro del chico por encima de la tela, rodeándolo por completo con ella y apretando lo suficiente como para poder percibir su dureza.
— Se equivocaron al elegir la talla – Dijo Zina con sus ojos esmeralda brillando de emoción —. Apenas le puede cubrir.
Arqueando la espalda, Satree cogió también la polla, cubriendo con sus manos membranosas la parte superior por encima de la gruesa tela y desplazando la de Zina un poco más abajo.
— Es un espécimen magnífico – Dijo Satree, colocando sus piernas a cada lado de la cintura del chico sin permitir que su mano dejara de estrujar su trasero.
Laya se incorporó apoyándose sobre su codo para poder apreciar mejor el bulto que apenas podía contener la ropa interior y, agarrando el mismo brazo que había sido colocado en el culo de Satree, se lo llevó a sus delgados labios y comenzó a succionar los dedos del chico uno a uno, sin apartar la vista de su entrepierna. Eloy giró su cara hacia ella y observó con mirada ausente, mientras el sudor comenzaba a caerle por la frente y toda su piel tomaba un color cada vez más encendido, cómo la mujer se introducía los dedos en la boca y empezaba a chuparlos como si se tratara de su pene.
Sin ningún tipo de miramiento, Zina agarró la tela del taparrabos y la apartó a un lado de varios tirones, rompiéndolos y liberando por completo la polla. Satree, todavía manteniendo sus piernas aprisionando el torso del chico, se despojó de un tirón de su túnica y la lanzó a un lado sobre la cama mientras Laya proseguía con sus chupeteos cada vez más lentos en los largos dedos de la mano, sin perder detalle del espectacular cuerpo de su compañera ni de sus grandes pechos, acabados en unos pezones cuyas areolas de color violeta oscuro parecían ser de un tacto sedoso y delicado.
— Todavía está muy seco, no creo que me entre con facilidad – Dijo Zina mientras se inclinaba hasta colocar su cara a menos de diez centímetros del falo.
Como si hubiera recibido una orden, Laya soltó la mano del humano y con una pirueta bastante ágil se sentó con las piernas cruzadas al lado de la cintura de Eloy. La anfibia comenzó a lamer con soltura la palma de su propia mano derecha como si recorriera unas líneas que realmente no poseía. Dijo algo a la pequeña del grupo con su voz dulce al tiempo que alargaba su mano mojada hacia el miembro del chico y comenzaba a recorrerlo superficialmente, bañándolo con su saliva.
Poco a poco fue apretando hasta masturbar el miembro con fuerza, con movimientos cortos y rápidos. Tras varios segundos así, volvió a llevarse la mano a la boca y comenzó a lamerla de nuevo con ojos abiertos como platos. Mientras disfrutaba del sabor que había quedado en ella, dirigió una mirada apremiante a Zina.
Satree sonrió y acarició con dulzura la mejilla de Laya mientras esta parecía dedicarle palabras sensuales en agradecimiento, bajo la atenta mirada de Zina que soltó una pequeña risita y parecía sonrojarse.
Eloy hizo un nuevo intento de levantarse, pero Satree volvió a impedirlo sin esfuerzo, dejando su resbaladiza mano contra el hombro del humano, para acariciarlo a continuación con el dedo pulgar recorriéndole la clavícula.
Zina, sin quitarse su túnica, se colocó justo por detrás de su compañera Satree con sus piernas abiertas y, apoyándose sobre los hombros de la tartesia, fue dejándose caer poco a poco sobre el rígido pene de Eloy. Su vagina fue lentamente aceptando al intruso en su interior mientras el rostro de la tartesia iba mudando de expresión al notarlo cada vez más adentro, primero con curiosidad para ir transformándose en una cara de placer.
Satree se giró hacia su compañera y, usando su brazo libre mientras seguía sujetando al chico con el otro, comenzó a acariciar una de las coletas pelirrojas de Zina, revolviendo el pelo entre sus dedos y haciendo balancear la cabeza de la pequeña tartesia de un lado a otro bajo sus caricias.
Con enorme dificultad el tronco del ser humano fue penetrando el estrecho sexo de Zina, que dividía su atención entre las caricias de su compañera y la penetración del muchacho en medio de una sensación de éxtasis que le recorría de pies a cabeza.
— No puedo hacer esto ahora, Raquel me necesita – Dijo Eloy a media voz, casi susurrando y con la mirada perdida en el techo transparente de la habitación, incapaz de mirar a ninguna de las tres mujeres junto a él.
Laya se dejó caer sobre la cama, tendiéndose de nuevo junto al ser humano y, agarrándolo únicamente de la punta de la barbilla, le hizo girar su cabeza hacia ella. Rápidamente se fundió en un beso con el chico, cubriendo por completo su boca. Eloy intentaba cerrar sus labios, pero la delgada lengua de Laya parecía entremeterse entre ellos hasta conseguir acariciar su dentadura, provocando en él una sensación eléctrica que le excitaba cada vez más.
— Danos lo que queremos de ti y te dejamos ver Raquel, ¿bien? — Propuso ella al separarse, con una voz bastante tranquilizadora.
Eloy, bañado en sudor, cerró los ojos y asintió de forma imperceptible con su cabeza. La tartesia de color celeste sonrió y acarició la corta barba de Eloy antes de estamparle un sonoro y rápido beso, consiguiendo que se calmara aún más.
Zina emitió un corto gemido al notar cómo al fin la polla del chico entraba hasta el fondo sin dificultad. Apoyándose en los hombros de Satree, comenzó a mover sus caderas intentando acomodarse mientras subía y bajaba, en una especie de baile que obligaba a Eloy a mover su cintura acompañándola en su ritmo. Al inclinarse víctima de su excitación presionó su cara contra la espalda de la alta tartesia e inconscientemente empezó a besarla.
Laya acercó su rostro al de Eloy, sintiendo cómo el cálido aliento del humano golpeaba su piel, aspiró con fuerza el olor que salía de su boca e, incapaz de controlarse, comenzó a recorrer con su lengua los labios entreabiertos del chico en perpendicular mientras le agarraba del mentón. Reincorporándose, se movió de rodillas hasta colocar sus piernas a cada lado de la cabeza del muchacho.
— Quiero comprobar tus habilidades, ¿bien? – Dijo pícaramente mientras bajaba su mano para comenzar a tocarse.
Eloy siguió con una mirada febril el movimiento de los dos dedos con los que la tartesia empezaba a masturbarse. Inconscientemente, como si no fuera él mismo, se mojó sus labios mientras observaba hipnotizado cómo el sexo de la mujer iba mojándose cada vez más y más.
— Cuanto más húmedo esté, más rápido irá y antes podrás ver Raquel – Susurró Laya dirigiéndose directamente a él.
De manera mecánica el superhéroe agarró con sus manos los muslos de la tartesia e inmediatamente, levantando un par de centímetros su cabeza, empezó a pasar su lengua por el sexo expuesto, al principio con pasadas suaves para ir progresivamente recorriéndolo durante más tiempo y más extensión, dejándose llevar. Cada vez que su lengua rozaba los dedos de la tartesia esta emitía un dulce gemido de excitación que le hacía querer oírlo más.
— El Campeón… sabe lo que hace — Dijo Laya cerrando los párpados y emitiendo pequeños jadeos con cada una de sus pasadas.
Satree se inclinó hacia ellos con las mejillas ruborizadas y, mientras con su brazo izquierdo acercaba a Laya y se fundía en un salvaje beso con ella, usaba su otra mano para ayudarla a masturbarse.
A oídos de Eloy llegaron a la perfección los ruidos que provocaban ambas mujeres al usar sus bocas y manos en medio de su frenesí. Agarró con más fuerza los muslos de Laya hasta el punto de clavarle las uñas mientras aumentaba la velocidad de sus lametones sin importarle recorrer la confusión de dedos en los que se había convertido el sexo de la tartesia, concentrado por completo en la calidez en su lengua, en el sabor de los fluidos que se derramaban sobre su boca y que comenzaba a saborear con auténtica gula, y en los gemidos amortiguados de las dos mujeres que tenía encima.
Zina, desprovista del apoyo de los hombros de su compañera, arqueó su espalda hasta fijar los ojos en el techo y siguió culebreando mientras subía y bajaba con sus caderas. Tras un largo gemido, se llevó las manos a sus minúsculos pechos por encima de su túnica y empezó a pellizcar sus pezones al ritmo de las embestidas, primero con suavidad para progresivamente ir aumentando también en fuerza. La pequeña tartesia subía y bajaba, disfrutando del placer que le ofrecía la polla que cabalgaba y gimiendo cada vez que volvía a introducirla hasta el fondo de un golpe seco. Siguió una y otra vez, concentrada únicamente en el placer que le provocaba el ser penetrada y notando cómo sus entrañas abrazaban casi en su totalidad el falo. Finalmente Eloy explotó con largo gruñido gutural, inundando de semen el interior de Zina, que sonriente se limpió la saliva que caía por sus labios antes de descabalgar de un salto tras dejar la polla en su interior todo lo que pudo resistir. Quedó sentada como un indio, con el semen que caía de su vagina mojando las sábanas de la cama y jadeando con fuerza.
— No ha estado mal… para ser un humano – Añadió, divertida, recorriendo con una de sus manos su sexo, restregando los restos de semen sin perder ni un segundo su sonrisa y emitiendo un último jadeo, esta vez de placer.
El pene de Eloy fue perdiendo muy rápidamente su volumen, provocando que todo el cuerpo del muchacho se relajara y su boca ralentizara su labor en la entrepierna de Laya, que murmuró molesta en voz baja.
Como si hubiera recibido una señal de alarma, Satree dejó de besar de inmediato a su compañera y, con enorme elasticidad, se giró bocabajo dándole la espalda a Laya y ofreciéndole así de forma involuntaria su sexo a la tartesia.
— No podemos dejar que decaiga – Dijo la exuberante tartesia agarrando con fuerza el tronco del pene e inclinándose hacia él. Mientras lo masturbaba lentamente, notando en su mano los abundantes fluidos que ya lo mojaban, puso sus labios en la punta y comenzó a moverlos, besándosela mientras disfrutaba del sabor que había quedado en el glande.
Laya se inclinó a su vez y, usando ambas manos, abrió los labios vaginales de su compañera y comenzó a pasar su lengua de abajo arriba, en un ritmo constante con ojos entrecerrados y dando pequeños besos cada cierto tiempo en el sexo de la centinela. Eloy, ajeno a todo lo que le rodeaba, comenzó a hundir más su boca en el sexo de la tartesia, introduciendo con avidez su lengua, dejándose llevar únicamente por su propia excitación. Al fin, con un gemido incapaz de ser reprimido, la tartesia llegó al orgasmo bañando con sus fluidos toda la cara del joven que, sin parar de moverse, fue recogiéndolos con sus labios y lengua para beberlos preso de la lujuria.
Satree paró durante unos segundos sorprendida al notar los primeros lametones de su compañera dejando sus labios justo en la punta del pene de Eloy. Emitió un quedo gemido, amortiguado por el miembro del humano, y lo introdujo de forma salvaje hasta casi la mitad de un único movimiento de su cabeza. Sujetando la polla por su base con su mano comenzó a metérsela y sacársela con rapidez, apretando sus labios contra ella y cada vez más excitada por lo que estaba haciendo Laya en su entrepierna. Zina, que se había mantenido al margen mientras terminaba de recuperarse, se acercó a ella y le retiró el cabello hacia atrás antes de darle un tierno beso en la frente mientras esta no dejaba de mover su cabeza cada vez a mayor velocidad abajo y arriba.
Contoneando todo su cuerpo, Zina se deslizó hasta los pies de la cama hasta colocar su cara a la altura de los genitales del joven. Acariciando los testículos con ambas manos, apenas rozándolos lo suficiente como para que Eloy notara el tacto de su piel escamosa, comenzó a lamerlos con movimientos rápidos y precisos, durante no más de un segundo con cada pasada de su lengua mientras reía por lo bajo, entre excitada y divertida. Lo hizo una y otra vez, recorriéndolos intentando cubrir toda su extensión y únicamente ayudándose de una de sus manos para apartarlos lo suficiente como para llegar con su lengua a los sitios fuera de alcance. Al fin, satisfecha tras parecer comprobar que estaban por completo embadurnados con su saliva, comenzó a chuparlos, apretándolos contra sus labios abiertos y moviéndolos casi de forma inadvertida.
— Nuestro campeón está a punto de correrse – Dijo Zina retirándose al notar cómo el falo empezaba a palpitar bajo sus labios.
Satree, totalmente fuera de sí y con un gruñido de fastidio, se sacó la polla de la boca y la agarró con fuerza, causando al joven un estremecimiento a causa del dolor e impidiéndole correrse.
— No te atrevas a hacerlo todavía – Ordenó furiosa.
Sin dejar de agarrarla se reincorporó, separándose así de Laya que protestó con un gruñido animal al ver cómo el sexo de su compañera se alejaba del alcance de su boca. Satree, todavía malhumorada, abrió sus piernas hasta colocarlas a cada lado de la cintura de Eloy, acercando su vagina a la cabeza del pene mientras intentaba no soltarlo con su mano.
— Déjame a mí – Dijo Zina, agarrando la polla y permitiendo a Satree mayor libertad de movimientos.
Usando ambas manos, la pequeña tartesia comenzó a restregar el glande por la parte exterior de la vulva de su compañera, introduciéndolo apenas un par de centímetros y recorriendo sus labios vaginales de un lado a otro, soltando pequeñas risas cada vez que lo hacía. Eloy comenzó a retorcerse y a temblar, sin poder aguantar mucho más.
Satree, sin parar de gemir y mirándola con ojos furiosos, empezó a ladrarle órdenes en su extraño idioma.
— Únicamente quería probar su resistencia – Respondió Zina levantando la mirada hacia ella y respondiendo en español —. Cabálgalo a placer.
Agarrando la polla por su base y colocando sus pulgares en la parte inferior, Zina la mantuvo erguida directamente en dirección al sexo de su compañera, que comenzó a bajar lentamente, quedando casi en cuclillas mientras se introducía el glande en su totalidad. Satree cerró los ojos, concentrándose en la sensación de tener ese pequeño trozo de carne caliente dentro mientras Zina retiraba sus manos con rapidez y posaba la punta de su lengua nuevamente sobre los testículos del joven. Esta vez sin apartarla fue subiendo por ellos para a continuación empezar a recorrer todo el tronco por su parte inferior milímetro a milímetro. Al retirar la lengua tras su lenta pasada, aprovechó para rozar brevemente la vulva de su compañera antes de apartarse.
Eloy, incapaz de aguantar más, soltó un grito mientras descargaba su semen en varias explosiones seguidas, las dos últimas ráfagas fueron a caer directamente sobre el colchón y sobre la cara de Zina, que quedó por completo sorprendida al notar el espeso y caliente líquido en su mejilla derecha.
En medio de gruñidos furiosos, Satree agarró la polla y la volvió a colocar mientras se dejaba caer de golpe sobre el chico para únicamente sentir cómo entraba durante unos cuantos segundos antes de ir quedándose flácida. La tartesia comenzó a saltar como una loca, consiguiendo únicamente que el pene a medio erigir saliera de su interior y comenzara a sacudirse contra los muslos de la mujer, fustigándolos tal y como haría un grueso látigo.
— ¡Quiero todo tu semen dentro… córrete de nuevo, maldito macho! – Dijo echando espumarajos por la boca mientras Eloy se retorcía de dolor a causa de los golpes que estaba recibiendo.
Laya la agarró con fuerza por la espalda, presionando sus pechos contra ella.
— Shhh… shhh… — Le dijo acercando su boca al oído de Satree y agarrándole sus enormes pechos —. Estás hiriendo a tu amigo.
Comenzó a masajearle con movimientos suaves y calmados las tetas sin apartar su boca, casi rozándole la cara con los labios, haciendo que poco a poco comenzara a bajar la intensidad de sus saltos hasta finalmente tranquilizarse y quedar resollando, totalmente quieta y con ambas extremidades apretando la pierna derecha del humano. Tras unos segundos en los que la más alta consiguió recuperar el aliento, y girando su cara hacia ella, comenzaron a besarse con una ferocidad salvaje, únicamente separándose para que Laya le dijera palabras en su extraño idioma y que parecían encender a ambas aún más de lo que lo estaban.
— Nuestro joven amigo necesita descansar – Dijo Zina mientras frotaba con su mano abierta el miembro de Eloy en toda su extensión y sólo consiguiendo pequeños sobresaltos por parte del humano —. El elixir de Eros parece…
La mano de Laya se cerró alrededor de la muñeca de la pequeña tartesia, cortando su voz estridente a mitad de frase.
La exploradora abrió sus ojos desorbitadamente y tiró con fuerza del brazo de su pequeña compañera como si hubiera perdido de repente la razón.
La pequeña se vio obligada a desplazarse hacia las otras dos mientras veía cómo Laya se llevaba la mano que había usado para restregar la polla hacia los labios y comenzaba a lamerla sin parar, recogiendo los rastros que habían quedado en ella. Satree, aprovechando su cercanía, la rodeó con uno de sus brazos y la atrajo hacia sí, fundiéndose, en medio de gemidos, en un salvaje beso con la sanadora. Muy pronto la otra se unió, interponiéndose entre los labios de las dos mujeres y, soltando la muñeca, comenzando a recorrer con su lengua los restos de semen que habían quedado en el rostro de Zina. Satree sonrió mientras con sus manos rasgaba y enviaba lejos los restos de túnica de su compañera mientras recorría, contoneándose, su pequeño cuerpo con sus manos y labios.
Laya se giró lo suficiente para ver a un extenuado Eloy jadear con fuerza mientras sobre la parte baja de su cuerpo las tres tartesias jugaban a placer.
— Será mejor que descanses, joven Campeón – Dijo introduciendo dos de sus dedos en la boca del joven, que succionó de forma instintiva con los ojos perdidos en el fondo marino —. Has dejado a mi señora vacía y espero las mismas cosas de ti, ¿bien?
Eloy asintió con la cabeza, aún con los dedos en su boca y sin entender por completo las palabras de la mujer.
Mostrando sus colmillos en una sonrisa, Laya sacó los dedos llenos de saliva, provocando un ruido similar al estallido de una pompa de jabón.
— Buen Campeón – Le dijo, recorriendo su barba y pringándola de saliva —. Volveremos a ti muy pronto.
Laya se sobrecogió de placer al notar de repente la pequeña boca de Zina recorrer su cuello expuesto mientras Satree se deslizaba a un lado sin dejar de acariciar ambos cuerpos y poco a poco se iba recostando sobre la cama, con las piernas aún sobre el torso del humano y sin dejar de observar cómo las otras dos seguían con la fiesta, abrazándose, lamiendo y besando todas las partes de sus cuerpos. La centinela sonrió complacida mientras se iba sumiendo en un profundo sueño.
Muy lentamente las arremetidas de las tartesias fueron menguando en energía. Aún abrazadas por los hombros comenzaron a frotar sus lenguas fuera de sus bocas, con sus ojos firmemente cerrados y emitiendo jadeos cada vez menos intensos, perdiendo con cada movimiento algo de su fuerza. Con la piel brillando, Zina fue la primera en alejarse de su compañera, posando sus manos contra los pechos de Laya y empujándola hacia atrás. Ambas quedaron con ojos entrecerrados, dejándose caer poco a poco a cada lado del hombre y quedando la más pequeña tocando piel con piel con Satree, que se removió incómoda sin rehusar su tacto.
Eloy fue recuperando el aliento con el pasar de los minutos, pero aun así su atención iba de un lado a otro, fijándose en el nadar de los peces que recorrían la bóveda transparente cada poco tiempo, con su mente por completo en blanco a causa de los últimos efectos de la droga y del cansancio. Notaba las piernas de Satree a la altura de su abdomen y uno de los codos de Laya presionando contra su brazo izquierdo, de forma totalmente automática, colocó su mano sobre el muslo que le aprisionaba por la cintura y lo fue deslizando hacia un lado hasta colocarlo justo sobre las piernas de la más pequeña, que ni se inmutó. El chico dejó su mano ahí, sobre la pierna violeta, acariciándola en una especie de masaje relajante. Muy poco a poco se fue rindiendo al sueño, todavía no había acabado su parte del trato y necesitaría todas sus fuerzas para hacerlo, con droga o sin ella. Empezó a dar cabezadas, sin poder calcular con exactitud el tiempo que pasaba entre cada una.
Una melodía conocida le hizo salir de repente de la modorra. Al reincorporarse hasta quedar sentado en la cama, Eloy vio que de uno de los rincones de la enorme sala empezaba a parpadear una luz bastante débil contra el cristal. Se frotó los ojos, intentando así concentrarse en lo que parecía estar ocurriendo, hasta que finalmente su cerebro reaccionó. Era la alarma del comunicador que había instalado no hacía demasiado tiempo en el guantelete de su traje. Tendría que haber estado totalmente inoperativo.
Con gran cuidado de no despertar a las tres mujeres, se acercó completamente desnudo a la pila en que habían convertido su armadura al arrojarla despreocupadamente a la esquina. Tuvo que retirar varias piezas hasta dar con el guantelete y, tras pulsar repetidamente el botón, consiguió hacerla funcionar lo suficiente como para que un minúsculo compartimiento se hiciera a un lado mostrando una pantalla similar a la de un busca. Un pequeño chispazo recorrió la mano del chico que se vio obligado a retirarla con gran rapidez. Con mucho cuidado intentó leer desde su posición lo que parecía mostrarse en la pantallita. Se repetía en bucle un mismo mensaje: “AYUDAME CAPTURA POR TRIADA AYUDAME CORAZON 33o36.35N 38o23.40W”. Quickwire. Tras mostrar el mensaje un par de veces más, todo el guantelete comenzó a echar chispas y la melodía fue apagándose como si hubiera perdido toda su energía, quedándose completamente en silencio. El chico se giró hacia la cama donde las tres mujeres parecían dormir plácidamente, sin que el ruido o las luces las hubieran despertado. Tenía que aprovechar y escapar de allí. No podía convertirse en el semental del clan. Dio varios toques rápidos a la pieza para comprobar que había dejado de estar electrificada antes de vestirse. Se colocó la armadura directamente sobre su piel, sin usar ropa interior, quedando cubierto de cuello para abajo y dejando la parte baja de la espalda al descubierto. Se apretó los guanteletes mientras echaba una última mirada hacia Satree, que se había quedado justo en el borde derecho de la cama, y sigilosamente se dirigió hacia la puerta que había permanecido abierta. Mientras caminaba notaba cómo su pene, aún pegajoso por los fluidos de las mujeres y de él mismo, quedaba presionado contra el frío metal, incomodándolo lo justo como para ralentizar sus pasos. Intentó sin éxito ajustarse la pernera antes de darse por vencido y salir de la habitación.
El pasillo en el que se encontraba parecía totalmente desierto y un goteo incesante procedente del fondo de uno de los lados era lo único que rompía el silencio. Se dirigió directo hacia la siguiente puerta, dispuesto a derribarla. Para su sorpresa, se abrió de par en par al acercarse, permitiéndole ver la habitación en la que se encontraba Raquel.
La chica se encontraba dormitando en posición fetal, con los ojos medio abiertos y tan sólo cubierta por una delgada sábana y una especie de escayola que le cubría el brazo izquierdo desde el codo. Al entrar él en la habitación, Raquel pareció despertar de su estupor y se incorporó como un resorte, quedando sentada en el borde de la cama y dejando caer a un lado la sábana, mostrando su desnudez de cintura para arriba.
Eloy no pudo evitar fijarse en sus pequeños pechos, con aquellos pezones de color marrón que parecían haber estado hacía una eternidad en su boca. Muy a su pesar, notó que la presión en su entrepierna crecía al empalmarse, aumentando su incomodidad.
— Eloy… — Dijo aliviada al reconocerle.
Raquel se apartó el pelo totalmente revuelto que caía sobre su cara y salió corriendo a una increíble velocidad hacia él. Le abrazó, provocando que el chico notara la calidez de sus pechos presionando contra el torso de su armadura.
— Estás bien – Dijo ella sin dejar de apretar con fuerza y ocultando su cara en el cuello del muchacho —. Creía… creía que te había pasado algo y…
— Shhh – La acalló él mientras la agarraba a la altura de las mejillas y la besaba una y otra vez sin parar —. Yo estoy bien… pero tú… ¿qué te han hecho?
Eloy miró el brazo escayolado con preocupación.
— Me partí el brazo en el jet – Dijo Raquel esquiva —. Me lo curaron y he estado descansando hasta que has llegado. Solo me encuentro algo mareada… Se me pasará en seguida.
La chica le sonrió con dulzura mientras se frotaba la sien izquierda en círculos con la mirada perdida justo antes de volver a unirse en un largo beso, mucho más apasionado que los anteriores.
— Te quiero – Susurró ella al separarse por fin.
— No más que yo a ti, amor.
Raquel comenzó a acariciar las partes de piel que no cubría el traje de Guardian con las yemas de sus dedos, hundiéndolos en la carne del joven sin causarle el menor daño.
— Podríamos aprovechar esta cama, ¿no te parece?
Raquel agarró la mano enguantada del chico y la colocó directamente sobre sus nalgas desnudas mientras volvía a acercarse dispuesta a besarle de nuevo, pero él se retiró rápidamente sobresaltado.
— No… no podemos quedarnos aquí – Dijo mientras intentaba quitarse de la cabeza el tacto de otro culo bastante reciente —. Tenemos que encontrar algún medio de escapar de aquí… Quieren engendrar a híbridos con mi semen, creo que aún no lo consiguieron. No podemos permitirlo, vamos… amor.
Sin pensar en nada más, la agarró por la muñeca sana y tiró de ella hacia la salida.
— Eloy… espera… espera… — Dijo ella resistiéndose a los tirones y haciendo que el chico se volviera – Estoy completamente desnuda. Toda mi ropa se perdió en el accidente.
El joven bajó la mirada hacia la entrepierna de su compañera, totalmente desprovista de ropa interior. Su polla reaccionó instantáneamente como un resorte, aprisionada por completo por la dureza de la parte baja de su armadura. Intentó respirar profundamente y calmarse mientras veía a Raquel acercarse nuevamente a la cama.
Con varios tirones consiguió partir en varios trozos la sábana que hasta hacía poco la cubría y, con gran presteza, se lio uno de los paños alrededor de sus pechos, comprimiéndolos y elevándolos un poco. Con algo más de trabajo consiguió hacer un taparrabos que le cubriera gran parte de sus genitales.
Eloy se quedó mirando, casi hipnotizado, algunos vellos púbicos que sobresalían por encima de la tela de la mujer.
— Mientras no haga demasiado viento, todo irá bien – Bromeó la joven mientras volvía a cogerle de la mano y la apretaba varias veces —. Creo que nos disponíamos a escapar.
Su compañero levantó la cabeza y miró los ojos divertidos de Raquel. Con un lento cabeceo y sin quitarse por completo la imagen de la cabeza, se giró y volvió a salir del pasillo, entrelazando sus dedos con los de la chica.
Giraron varias veces por el interminable pasillo, dejando varias puertas a derecha e izquierda, sin saber exactamente lo que buscar, cuando un ruido de arrastre metálico les hizo ponerse en guardia. Con una rapidez nacida de la experiencia, Eloy estiró su brazo armado hacia donde procedía mientras se preparaba para pulsar el botón, esperando que la pistola de dardos instalada en el guantelete aún funcionara. Raquel se colocó unos pasos detrás de él en una posición defensiva, dispuesta a cargar directamente sobre su posible enemigo. Por el final del pasillo apareció la figura encorvada de un tartesio que parecía andar buscando algo, al levantar la vista y ver a los dos jóvenes dio un respingo de sorpresa.
— ¡Esperad! – Dijo levantando ambas manos y apresurando su paso.
Al acercarse a una zona un poco más iluminada dedujeron que se trataba de un individuo anciano del clan, con un pelo no muy diferente al Guía que se había presentado a Eloy no hacía demasiado tiempo y con unos grandes pliegues que le recorrían la frente de lado a lado, dando la impresión de que tuviera branquias extra en esa zona. Se dieron cuenta de que atada a una de sus manos tenía una larga cadena que se perdía por una de las esquinas y que iba arrastrando por el suelo. Al fin, por la misma esquina y atada por el extremo, apreció Celia trastabillando.
Su cuello estaba rodeado por la cadena y alrededor de su boca habían colocado una gruesa mordaza de cuero negro sobre la que habían pintado tres runas de color cereza. Para cubrir su cuerpo habían usado una túnica similar a la que había llevado Satree, pero mucho más ancha. Mientras su hermana caminaba, Eloy se dio cuenta de que tenía dificultades para que la prenda no se le terminara cayéndose por los hombros. Al verlos Celia, con aspecto totalmente humano, abrió los ojos durante unas décimas de segundo antes de caer en una especie de sopor.
El tartesio se paró a diez pasos de ellos, sin apartar la mirada del brazo extendido y amenazador de Eloy.
— ¡Esperad! – Repitió otra vez antes de comenzar a chapurrear un español muy deficiente —. Yo os ayudo… vosotros. Yo no os daño.
Para reforzar sus palabras alargó la cadena en dirección a ellos de forma servicial.
— Por favor… — Siguió diciendo mientras se acercaba de forma vacilante —. Nosotros tenemos gran peligro si demonio se queda aquí… Alejar de aquí demonio rápido antes de alarma.
Guardian bajó lentamente su brazo, aún dudando de las intenciones del tartesio, y alargó la mano hasta coger el extremo de la cadena. El tartesio la dejó en sus manos y cabeceó satisfecho.
— No… no es seguro – Dijo Raquel a sus espaldas, con una nota de pánico en su tono de voz.
Eloy se giró hacia ella. Varias líneas de sudor habían manchado la sábana que le servía como ropa y sus labios habían empezado a temblar, como si estuviera a punto de echarse a llorar.
— ¿Qué pasa, Raquel? – Preguntó su amado con preocupación, sin soltar en ningún momento la cadena que mantenía atada a Celia.
— El demonio Beliar… ella es muy peligrosa… no… no sabes lo que puede hacer… — La joven se tapó la boca, presa de un pánico cada vez creciente, mientras retrocedía.
— El demonio está controlado – Dijo el anciano, acercándose a Celia y recorriendo con sus dedos tranquilamente el dibujo de las runas mientras la chica morena permanecía en su estado de adormecimiento —. Mientras runas duran, el demonio está dormido… Pero runas no eternas, si no prisa, el demonio estará libre de nuevo. Aprisa… Aprisa…
El tartesio comenzó a mover los brazos, haciéndoles señas para que le siguieran mientras comenzaba a alejarse en la misma dirección por la que había aparecido.
— Yo os llevo a hangar con pequeño submarino, vamos… aprisa antes de alarma.
— ¡Un momento! – Gritó Eloy, tirando sin querer de la cadena que agarraba con fuerza y haciendo tropezar a su hermana —. ¿Dónde está Akva?, estaban juntas en los calabozos.
El anciano se giró nuevamente mientras Raquel, muy insegura, se acercaba a levantar a Celia, intentando mantenerse lo más alejada posible de la chica y sin perderle ojo en ningún momento a las facciones de su rostro.
— ¿Akva? – Preguntó el tartesio mirando fijamente a los ojos a Eloy —. Oh… Lo siento… Enviamos a amiga a tierra firme hace dos ciclos. Ella ser juzgada, nosotros atendimos la petición de su clan para serlo allí.
El tartesio echó un rápido vistazo a las dos chicas, mirando con algo de aprensión hacia Raquel, hasta que pareció comprobar que ambas volvían a estar en pie.
— El submarino totalmente funciona, aprisa o todos nos metemos en lío.
Eloy ignoró durante unos segundos al tartesio que se iba alejando para acercarse a Raquel.
— ¿Te encuentras bien, amor? – Le susurró acercándose mucho a ella.
— Sí… vámonos – Respondió escuetamente mientras no dejaba de mirar a Celia en busca del menor signo de posesión —. Curemos a Celia antes de que vuelva a convertirse en ese demonio, por favor.
Los tres comenzaron a seguir al anciano, que ya se iba perdiendo por el recodo del pasillo, Raquel mirando de reojo en todo momento a su compañera y ésta siendo llevada, casi como si de un animal con correa se tratara, por su hermano. La hechicera se limitaba a poner un pie delante del otro y a taparse mecánicamente con la túnica cuando esta se deslizaba un poco por sus anchos hombros, con la mirada en el suelo y sin emitir ningún sonido tras la mordaza.
Tras un inacabable minuto, el tartesio que les servía de guía se paró frente a una puerta un poco más ancha que el resto y que tenía un símbolo parecido a una letra jota invertida. El anciano pulsó un botón a un lado del marco y la puerta se deslizó hacia un lado.
— El submarino azul está preparado para escapar, aprisa.
Al entrar se encontraron con una sala alargada, no de demasiado tamaño, y ocupada casi por completo por tres naves de distinta manifactura y color que debían servir como medio de transporte en caso de necesidad. Efectivamente, un minúsculo submarino de color azul turquesa tenía su pequeña puerta abierta y su motor ronroneaba por lo bajo. Sin pensar en nada más, los tres jóvenes se dirigieron directamente hacia la abertura y uno a uno, fueron introduciéndose en el vehículo de no más de seis metros de largo.
— Atravesar la pared opuesta y mar abierto. Mujer herida terminar de curarse en superficie. – Dijo el tartesio desde el pasillo, pulsando nuevamente el botón para cerrarla con rapidez.
La nave sólo constaba de un único habitáculo, la sala de mandos, no muy distinta a la del Galeón. Las dos chicas se habían sentado en sendos asientos, uno apartado del otro, dejándole a él el central frente al timón. Eloy se sentó entre ellas y miró la consola. Tenía a su disposición un mapa bastante completo de todo lo que le rodeaba, una brújula y una serie de marcadores más o menos reconocibles.
— ¿Sabes hacia dónde ir? – Preguntó Raquel al verle estudiar con demasiado detenimiento todos los controles.
Eloy se volvió hacia ella para posteriormente fijar la vista en su hermana, recostada en el sillón como si estuviera durmiendo de costado. Según el mapa de la consola la señal de ayuda que había recibido en su guantelete antes de abandonar su habitación procedía del Sur, y la isla de Alveare, donde residía el Maestro, hacia al Oeste.
— Sí… sé las coordenadas de la isla de Alveare, curemos a Celia.
Eloy arrancó sin problemas el minisubmarino y, con la vista fija al frente, huyó de la enorme ciudad submarina del clan tartesio del Oeste.