Jóvenes Centinelas: La máquina corrompida

Los Jóvenes Centinelas, el grupo de superhéroes más prometedor del panorama nacional, debe hacer frente al Barón Fire. Intentando ayudar a la hechicera del grupo, Guardian liberará a una peligrosa entidad que le hará hacer lo impensable con su compañera Jilguero Rojo.

Este relato comparte su Introducción con “La oscuridad interior”, si ya la has leído, puedes saltar directamente a “La máquina corrompida” y disfrutar de las aventuras de Eloy y Raquel.

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Introducción

Akva remontó las aguas, fuera de sí. Habían localizado el escondite del Barón Fire, una aparentemente pequeña torre cerca del río. En realidad la guarida se extendía más de cuarenta metros bajo el suelo. Al fin la Chica Acuática iba a vengar la muerte de tantos miembros de su raza, los tartesios, el pueblo anfibio. Y para ello no pensaba esperar a nadie, todos se opondrían a lo que pensaba hacer. Su cuerpo, pequeño en comparación con el de los humanos, estaba lleno de minúsculas escamas y era de un color verde claro, todos sus dedos estaban unidos por una membrana semitransparente y sus ojos, carentes de pupila, eran de un color violeta. Su pelo, largo y de un color y textura parecidos a los de las algas, se movía con facilidad bajo el agua. Cuatro orificios en su rostro, dos para su respiración y otros dos para sus órganos auditivos terminaban por señalarla como una habitante del agua, incapaz de estar más de seis horas fuera de ella sin empezar a notar los síntomas de deshidratación. Tiempo suficiente para matar al barón. Llevaba puesto el traje de guerra de Tartessos, unos pantalones que le cubrían gran parte de las piernas hechos de escamas de metal y una coraza bastante corta que dejaba al aire toda la parte inferior de su vientre.

Raquel Aranda, que había tomado el manto del Jilguero Rojo no hacía demasiado, intentó planear lo más rápido que las alas dispuestas en los brazos de su traje le permitían. Había tenido que hacer pocos arreglos para ajustarlo a su figura, tanto ella como su anterior dueño eran bastante delgados y altos, tan sólo tuvo que aumentar un poco la zona pectoral, abrochada herméticamente por un enganche en forma de cabeza de pájaro, para que sus pechos no demasiado grandes no estuvieran demasiado comprimidos. El casco, que le ocultaba el rostro de nariz para arriba, también llevaba la forma del pájaro que le daba su nombre de guerra, pintado uniformemente de color rojo.

Eloy Escolano la seguía muy de cerca, embutido en su nueva armadura tecnológica Guardian K8, que le ocultaba todo el cuerpo dejando tan sólo a la vista dos ranuras en su casco a través de las que podía ver. Desde lejos, y debido al color, parecía que la armadura metálica estaba en realidad hecha de cuero marrón. Su usuario contaba con ello para tomar por sorpresa al enemigo. A sus botas les había acoplado para la ocasión unos propulsores magnéticos que le permitían seguir a duras penas el ritmo de su compañera de equipo y en sus brazaletes había incluido una serie de botones para poder controlar todos los artilugios incorporados.

Celia Escolano, hermana de Eloy y último miembro del equipo, había usado uno de sus conjuros para llegar mucho antes, por lo que Raquel no se extrañó al verla esperar en el umbral aparentemente vacío de la torre al tomar tierra, apoyada en su bastón mágico con su exuberante cuerpo. La hechicera se había cortado unos días antes su larga cabellera morena hasta dejarla por encima de sus hombros y llevaba una especie de gabardina ancha y oscura que le llegaba hasta las rodillas, abrochada con grandes botones y abierta lo suficiente como para ver una blusa con cuello bastante alto y de color blanco. No se volvió al oír a sus compañeros aterrizar.

— ¿Y Akva? – Preguntó Raquel.

— Ni rastro – Dijo con su característica voz susurrante Celia —. Hay una entrada oculta en el río.

— Entremos, espero que no se haya metido en líos en este poco tiempo – Dijo tajante Raquel.

Los tres juntos se internaron en la oscura torre, pendientes a todo lo que les rodeaba, hasta llegar a unas escaleras que bajaban hacia lo más profundo y se dividían en tres sentidos. El grupo se quedó totalmente inmóvil mientras la hechicera se apoyaba en su báculo y entrecerraba los ojos, murmurando unas palabras en una lengua ya desaparecida.

— No noto nada, han debido colocar una runa supresora en alguna parte – Dijo la hechicera con gran disgusto y agarrando furiosa su arma.

— Pensaba que sólo lanzaba fuego por sus manos, nada de magia – Dijo su hermano Eloy.

— Está bien – Dijo decidida Raquel —. Nos dividiremos, si vemos al barón o a Akva nos comunicaremos inmediatamente, ¿entendido?

Los tres comprobaron el estado de sus pinganillos, completamente operativos.

Celia Escolano gruñó mientras se dirigía sin mirar atrás y con su báculo firmemente agarrado hacia el pasillo sur. Eloy miró con preocupación unos segundos hacia su hermana, todo parecía ir bien… luego apretó una serie de botones en su muñeca y activando su modo camuflaje se dirigió tomó las escaleras hacia el norte, obligando a Raquel a tomar la última salida.

La máquina corrompida

Eloy caminó invisible para el ojo humano, cruzando almacenes llenos de cajas y pozos sin fondo. Al llegar a una sala que debía servir como comedor comprobó que, en la pared opuesta, donde seguramente había ondeado un antiguo tapiz, había una runa dibujada de lado a lado. Había visto muchas veces ese símbolo, lo habían usado muchos antes para impedir a su hermana Celia el uso de sus poderes. Pulsando un botón de su armadura y saliendo de su modo de camuflaje, lanzó un rayo de luz que desdibujó por completo la protección, acabando definitivamente con su influencia. No llegó a percibir que, en el otro extremo de la guarida, una figura encerrada en una gran jaula abría los ojos de par en par y sonreía al notar cómo la magia volvía a su cuerpo.

Atento al menor ruido siguió su camino hasta toparse con una puerta totalmente abierta que daba a lo que a todas luces parecía una sala de armas. Desde el pasillo se veían armeros dispuestos por doquier y, la tranquilidad que se respiraba, hizo sospechar a Eloy. Pulsando uno de los botones de su traje, lanzó una pequeña bola de metal del tamaño de una canica, que rebotó en varias paredes de la estancia sin aparentemente hacer saltar ninguna trampa. Más tranquilo, decidió entrar. Fue justo al dar un paso en el interior de la estancia cuando vio por el rabillo del ojo un pequeño aparato, no más grande que una caja de cerillas, pegado en el marco. La trampa se activó antes de que la armadura Guardian pudiera activar cualquiera de sus contramedidas y, automáticamente, un pulso electromagnético frio todos los sistemas electrónicos. Un pequeño zumbido en la oreja le indicó que también había afectado al comunicador. Miró los botones dispuestos en su guantelete, sólo el botón del dardo tranquilizante, basado en un sistema de tecnología antiguo, parpadeaba.

Se percató entonces de que el aire refrigerante del interior también había sido desactivado, empezando a notar el calor en el interior de la hermética armadura. Tras mirar a un lado y a otro en busca de alguna señal de peligro, decidió quitarse el casco ante la perspectiva de caer desplomado al suelo y lo dejó caer, inservible, en un rincón de la sala. Preocupado, decidió darse la vuelta y volver en busca de sus compañeras.

En ese mismo momento notó algo raro en la cabeza, como si una mosca se hubiera introducido por su oreja y hubiera penetrado hasta su cerebro.

Tú no eres ese bastardo del Barón Fire – Dijo una voz dentro de su cabeza —. Hmm… pero igual puedes servirme.

— ¿Quién eres? – Dijo Eloy mirando hacia todas partes, apuntando con su puño dispuesto a disparar su único dardo a la menor señal.

Voy a ser tu guía. Ahora… Déjame hacer, hoy será el día en que me libere.

El chico notó un estallido de dolor en su cabeza que hizo que se retorciera con ojos llorosos. Al volver a erguirse, supo que de alguna forma había perdido por completo el control de su cuerpo.

— Bien… ahora guío yo – Dijo Eloy con una voz ligeramente distinta a la suya.

Con pasos vacilantes comenzó a desandar el camino, girando por algunos sitios por donde no había pasado mientras intentaba orientarse. La voz interior del verdadero Eloy intentaba por todos los medios hacerse notar, pero el ente que le había usurpado el cuerpo pronto consiguió arrinconarla y encerrarla en un rincón de la mente hasta convertirla en un susurro inaudible y lejano.

— Tranquilo, jovencito. En cuanto encuentre mi jaula y me libere, te dejaré libre.

El nuevo Eloy se paró a observar la armadura que llevaba puesta con bastante interés.

— ¿Eres uno de los nuevos servidores del barón? En cuanto me libere iré a hacerle una visita a ese cabrón y…

El ente pareció escuchar la débil respuesta y siguió avanzando de inmediato, mucho más relajado. Tras varios rodeos, reencontró su camino y con pasos mucho más seguros y naturales, se dirigió directamente hacia una puerta situada al final de la galería.

— No te preocupes más, estamos cerca. Sólo cruzar el inmundo dormitorio de su ilustrísimo señor y abrir mi prisión. ¿Sabes?, lo oía roncar todas las noches desde la jaula.

El cuerpo de Eloy se frotó las manos con ansiedad ante la perspectiva de libertad, pero un estrepito al otro lado de la puerta del dormitorio le hizo parar en seco. Se llevó una mano a la sien y pareció concentrarse.

— No es el barón, es una muchacha con… una especie de traje de pájaro con plumas en los brazos. ¿Raquel? Gracias por la información. No parece gran cosa, pero desde luego tiene un espíritu más fuerte que el tuyo…

Volvió a oírse un tremendo estrépito y decidió abrir una ranura y observar a través de ella, sin hacer ningún ruido.

Raquel, con su traje de Jilguero Rojo, luchaba contra dos hombres y una mujer en el centro del dormitorio, todos ellos con lanzallamas de pequeño tamaño que disparaban en ráfagas precisas. La muchacha parecía volar literalmente de un lado a otro de la sala, placando, dando patadas en el aire y esquivando acrobáticamente las llamaradas, apenas sin tocar para nada el suelo. De repente una de las llamas prendió en el brazo de la mujer, obligándola a quitarse esa parte del traje con rapidez y dejando que un montón de plumas a medio quemar volaran por el aire. Al perder equilibrio, otro de los enemigos aprovechó para lanzar un disparo que impactó contra la rodilla derecha, causando que la mujer diera un grito. Se agachó lo justo para tocarse la rodillera chamuscada antes de lanzarse de cabeza hacia el causante haciendo que el cráneo del hombre crujiera con el golpe contra el casco en forma de ave roja y cayera redondo al suelo. Sin perder su impulso, esquivó varias ráfagas de otro de los combatientes que, perdiendo la compostura, empezó a disparar a lo loco, provocando que el fuego golpeara a su aliada que salió corriendo mientras ardía como una antorcha antes de chocar contra la pared, su cuerpo siguió ardiendo en el suelo mientras el fuego se iba apagando poco a poco. El causante del fuego amigo pareció consternarse durante dos segundos, tiempo suficiente como para que Raquel hiciera una pirueta en el aire y, agarrándole el cuello, se lo partiera sin contemplaciones. La superheroína dio un paso en dirección a la puerta de salida, pero una punzada en su pierna la hizo trastabillar.  Cojeando, miró a su alrededor para comprobar que efectivamente todos estaban muertos y se dirigió a la cama, donde se sentó mientras aflojaba la rodillera para poder quitársela.

— Creo que me acabo de poner cachondo con tu amiga – Susurró el ente a través de Eloy, aún escondido tras la puerta —. La verdad es que tiene un buen cuerpo después de todo.

— ¡ Déjala en paz, es una buena chica! – Gritó Eloy dentro de su propia cabeza.

— Bah… ¿En serio has estado junto a esa preciosidad y no te la has follado? – Susurró para sí mismo el ente que dominaba a Eloy, ignorando por completo el grito —. Eso hay que arreglarlo.

El cuerpo de Eloy entró en el dormitorio abriendo de par en par la puerta y asustando a Raquel, que estuvo a punto de saltar de la cama.

— ¡Raquel!, ¿qué te ha ocurrido?

El cuerpo de la mujer se relajó al ver que se trataba de su compañero.

— He tenido un encontronazo con tres imbéciles. Los he despachado rápido pero no antes de que me quemaran parte del traje – La chica sonrió —. Creo que voy a estar un tiempo sin volar. Me alegro de verte, voy a necesitar ayuda.

— Vaya… ¿pero estás bien?

Eloy se acercó, intentando mostrar en su rostro una preocupación que realmente no sentía nada más que en su interior.

— Te han herido en la rodilla, déjame ver.

— No ha sido nada, una pequeña quemadura de refilón. El refuerzo del pantalón me ha protegido – Dijo Raquel.

— Quítatelos, voy a revisar esa herida. Puede ser peor de lo que parece.

— No hay tiempo. Tenemos que reunirnos con el resto del grupo.

— Tranquila, los chicos están bien – Dijo Eloy, mientras se arrodillaba frente a Raquel y quitaba él mismo, con bastante torpeza, los pantalones de la superheroína sin ningún tipo de oposición, aparentando que inspeccionaba la herida de la pierna. No era nada más que una quemadura de primer grado.

Eloy miró disimuladamente hacia la entrepierna de la chica. Sus braguitas, que cubrían nada más que lo estrictamente necesario, eran de un color negro con un borde anaranjado. Una media sonrisa apareció en su rostro. Algo en su interior pareció removerse inquieto.

— Déjame hacer, chaval. Esta preciosidad está más dispuesta. – Pensó el ente dirigiéndose a Eloy, que siguió luchando, pero con poca fuerza muy a su pesar.

— Pero… — Respondió Raquel preocupada antes de que su compañero alargara su mano para posar el dedo índice en su boca, atajando cualquier queja.

— Confía en mí, preciosa. Lo importante ahora mismo eres tú.

Eloy se acercó a la torneada pierna de su compañera y la rozó con los labios.

— ¿Qué haces? – Preguntó, apartando con rapidez la pierna y casi empujando a Eloy en el proceso.

— Lo siento, Raquel. No sé qué me ha pasado, sólo… bueno… creo que aún no te lo he dicho, pero creo… que estoy enamorado de ti desde hace tiempo – Soltó Eloy, bajando la cabeza como si le costara pronunciar esas palabras.

— Eloy… yo… no sé…

— ¿Acaso no has dicho que te alegrabas de verme? – Preguntó Eloy tergiversando con malicia las palabras de la chica y volviendo a mirarla.

— Por supuesto, pero…

— Nuestro deber es aprovechar todas las oportunidades que tengamos – El muchacho comenzó a masajear con suavidad la pierna, primero con precaución mientras poco a poco iba ganando confianza al no recibir ninguna resistencia —. Relájate, Raquel. Has luchado mucho para conseguir este puesto. Estoy seguro de que has dado de lado todo el placer y tus sentimientos por conseguirlo, ¿no crees que te mereces disfrutar de vez en cuando?

— No es eso, Eloy. Pero nuestras compañeras… y el barón…

Eloy recorrió de arriba abajo la pierna de Raquel, rozándola de forma relajante, mientras algo en su interior sufría un escalofrío.

— Antes de cortar la comunicación, recibí un mensaje de nuestra compañera… Me dijo que el Barón había sido neutralizado.

— ¿Neutralizado?

— Te doy mi palabra, preciosa.

Raquel lo miró todavía dudando y Eloy, apoyándose en la cama acercó su cara a la de ella, a punto de besarla.

— Dímelo y me marcharé.

— No… — Raquel tragó saliva antes de continuar —. No te vayas de mi lado, por favor. Yo también… también siento algo que…

Eloy besó con fuerza los labios de la joven, abrazándola y acariciándole la espalda con la yema de los dedos, recorriendo su espina dorsal una y otra vez por encima del traje. La mujer notó en su propio rostro el suave roce de la bien cuidada barba de su compañero.

Las manos de Raquel se posaron en la parte posterior de la cabeza de su compañero y comenzó a acariciar su corta melena, agarrando y soltando sus mechones, mientras respondía a los besos del chico. La mujer se despojó de la parte superior de su traje sin pensar, dejándolo a un lado de la cama y quedándose únicamente con un sujetador negro y naranja a juego con sus braguitas.

— Quítate también la máscara, quiero verte los ojos.

Raquel dudó durante unos segundos, miró alrededor, para asegurarse de que nadie podía verlos y, con un rápido tirón, se despojó de su casco con forma de cabeza de pájaro, mostrando unos espectaculares ojos azules y dejando suelta una larga melena de un color castaño claro que le llegaba hasta por debajo de los hombros.

Eloy colocó sus manos a cada lado del cuerpo de la mujer, a la altura de sus costillas, y fue recorriéndolas, disfrutando del tacto de la piel. Besó una última vez sus labios y fue bajando por su cuerpo, besando cada parte de su cuerpo por la que pasaba, hundiendo durante unos breves instantes su cara entre sus pechos, bien formados, para seguir luego por su barriguita. Empezó a besar la zona alrededor de su ombligo sin parar.

Raquel siguió jugando con los cabellos morenos de su compañero mientras comenzaba a respirar con jadeos notando la cercanía de los labios del chico a su sexo. De forma instintiva llevó sus manos a las tiras de sus braguitas, pero Eloy las cogió en el aire, besándolas una y otra vez. Con suavidad, depositó las manos de la joven sobre la cama y, posando una última vez sus labios en su ombligo, se puso en pie.

— Hace siglos que esperaba esto – Dijo Eloy.

— Yo… yo también lo esperaba desde hace mucho.

El chico sonrió y pellizcó con dulzura la barbilla de su compañera. Colocando sus manos por debajo de las rodillas de Raquel, hizo que elevara las piernas y, haciendo que la chica retrocediera un poco sobre la cama, colocó las plantas de sus pies sobre las sábanas, con sus piernas bastante abiertas.

— Tus braguitas son muy pequeñas… – Dijo el chico con una sonrisa.

Pasó uno de los dedos sobre la tela, recorriendo justo por donde debía estar la rajita de la mujer, provocando que un escalofrío recorriera su cuerpo de abajo arriba. Con la misma mano, apartó un poco la ropa interior, lo suficiente como para dejar sus genitales al descubierto. Un pequeño triángulo de vello de color castaño, arreglado no hacía demasiado, coronaba su monte de Venus, dejando el resto de su entrepierna totalmente rasurado.

— …Y tu coñito parece bastante estrecho.

Eloy golpeó con un puño las perneras de sus pantalones en el sitio preciso y ambas se descolgaron, cayendo al suelo y dejando al muchacho con las piernas al descubierto, únicamente con unos bóxers de color azul marino de cintura para abajo. El bulto en su entrepierna era bastante considerable y Raquel, con ojos llenos de lujuria, se imaginó lo incómodo que había estado aprisionándolo bajo las partes de metal de la armadura. El hombre pasó su dedo por la vagina de la chica, apenas penetrando en el interior.

— ¿Ya estás mojada? – Preguntó el hombre levantando su dedo índice algo humedecido y jugando con el fluido restregándolo por su dedo pulgar.

Raquel apartó la mirada de la mano de su compañero y la fijó directamente en su entrepierna, con el rostro enrojecido.

— Me pones bastante – Dijo la chica, casi excusándose, con la voz rota por la excitación y abriendo aún más sus piernas apoyadas sobre la cama.

Eloy introdujo su mano por debajo de sus calzoncillos y agarró su polla.

— No está mal – Dijo el chico mientras con su otra mano se bajaba los bóxers, liberando como si fuera un resorte un pene de más de dieciséis centímetros de longitud y algo menos de trece de grosor en erección.

Raquel se mojó los labios inadvertidamente al ver el miembro de su joven compañero. Alargó el brazo en su dirección, dispuesta a tocarlo por ella misma, pero Eloy cogió la mano que se le alcanzaba y, con delicadeza, la llevó él mismo hacia su miembro. La chica recorrió con sus largas manos el miembro varias veces, como si lo estuviera masturbando, notando el leve palpitar del pene bajo sus caricias.

— Tienes un buen aparato – Admitió la mujer, recorriendo una última vez el tronco en toda su longitud.

— Veamos qué tal funciona – Añadió Eloy con una sonrisa placentera.

Volvió a colocar sus manos sobre las rodillas de la chica y, acercándose muy lentamente, colocó la punta en la entrada del sexo. Todo el glande entró con facilidad, provocando un gemido involuntario en la joven que terminó por tenderse bocarriba, cerrar los ojos y agarrarse con fuerza las piernas para mantenerlas en su posición. Eloy observó el increíble cuerpo que tenía ante sí, delgado pero con una increíble fuerza, y con una piel tostada por sol que, por algún motivo, le ponía a mil. Sin ningún tipo de dificultad gracias a la cantidad de lubricación, fue introduciendo su polla en esa estrecha cavidad, notando cómo las paredes vaginales la rodeaban dándole la bienvenida y cómo de la boca de Raquel volvía a salir un largo gemido. Retrocedió un poco para volverla a penetrar, esta vez con mayor rapidez. Fue repitiendo los movimientos, cada vez más rápido e intentando llegar a más profundidad. Raquel comenzó a gemir con cada una de las embestidas, mientras movía su cuerpo al mismo ritmo que le marcaban las acometidas de su compañero.

Apenas parando unos segundos, Eloy se inclinó sobre Raquel y, tomándola por la cintura, elevó a la mujer a pulso, sorprendiéndose de lo increíblemente ligera que era. Apenas llegaba a los treinta kilos de peso, por lo que comprendió en ese momento la facilidad de movimiento que había mostrado durante el combate. Raquel rodeó con sus piernas el torso de forma automática y, el chico, abrazándola con fuerza contra su propio pecho, siguió penetrándola a casi un metro del suelo, dejándola caer sobre su polla para volverla a elevar sin apenas esfuerzo, ayudado además por la agilidad de su compañera, una y otra vez, notando cómo sus pechos, tras la tela del sujetador, golpeaban constantemente su propia zona pectoral protegida por una gruesa capa metálica. Raquel se abrazó aún más fuerte a él con sus brazos, estrujando sus pechos y colocando su boca a escasos centímetros de su oreja mientras no dejaba de gemir de placer.

— Me… corro – Dijo él, incapaz de aguantar mucho más tiempo.

— Adelante, Guardian… Dispara – Respondió Raquel justo antes de darle un mordisquito en el lóbulo de su oreja.

Concentrando todas sus fuerzas, Eloy empujó con sus caderas una última vez, llenando el interior de su compañera con una descarga de semen. Intentó dejar su polla en el interior todo lo posible, mientras lentamente empezaba a relajarse y a coger su forma habitual. Con gran cuidado pero con poco esfuerzo, volvió a depositar a Raquel sobre la cama, inclinándose sobre ella hasta poder rozar sus labios.

— Aún no terminaste, preciosa.

— No hace… — Comenzó a decir Raquel, que rápidamente fue acallada por un largo beso.

— No digas tonterías, ya te dije que lo importante eras tú.

Eloy bajó con rapidez hasta los pechos de la chica y, sin ningún tipo de miramiento, tiró de las copas del sujetador estando a punto de romper el elástico que las mantenía. Los redondeados y no demasiado grandes pechos de Raquel se pusieron al alcance de su boca, y el chico no tardó en succionarlos con gran fuerza, notando el duro tacto de sus pezones en los labios. Sin detener en ningún momento de chupar, bajó con su mano recorriendo toda la zona que minutos antes había recorrido ya con sus besos, acariciando con deleite su ombligo para descender al fin hasta su rajita.

El chico comenzó a introducir sus dedos a una velocidad vertiginosa en el coñito empapado, provocando que Raquel comenzara a vibrar de forma ostensible mientras llegaba al orgasmo. La chica arqueó su espalda en el mismo momento en el que se corría en abundancia sobre la mano del que creía su compañero. Ella volvió a dejarse caer sobre la cama, tendiéndose bocarriba con los ojos fijos en el techo y jadeando mientras recuperaba el aliento. Eloy se tendió sobre ella y ambos comenzaron a besarse de forma apasionada.

— Deberíamos ir en busca de Akva y Celia. Seguramente nos estén echando de menos – Dijo Raquel tras haber recuperado el resuello.

— Sí… es hora de levantar el vuelo de este sitio. No me gusta nada.

Raquel sonrió ante la ocurrencia y, no sin algo de pesar, se apartó de su compañero, dispuesta a recuperar y vestirse lo mejor posible con su traje.

— Me voy a cambiar a esa sala de ahí – Dijo Eloy señalando la puerta que daba a la jaula.

La chica levantó una ceja, extrañada. Su compañero apenas tenía mucho que ponerse y bien podría hacerlo delante de ella. Sin embargo, decidió guardar silencio y ver cómo se dirigía con pasos muy seguros hacia la puerta cerrada de la estancia, sujetando las pocas piezas de su armadura de las que se había desecho, como si supiera exactamente lo que había tras la puerta.

Eloy entró en una pequeña sala, más una despensa que otra cosa, y se fijó directamente en una enorme jaula oxidada que se encontraba en un rincón. Al acercarse comprobó cómo una figura encorvada y embozada de pies a cabezas con una túnica, parecía dormitar.

— Bien… Aquí nos separamos, jovencito – Dijo aún Eloy mientras golpeaba sin miramientos la cerradura de la jaula.

El chico notó repentinamente que volvía a recuperar todo el control y se agachó un poco mientras varios espasmos se adueñaban de su cuerpo.

— Ahora, márchate y no le digas a nadie que estoy libre o te haré hacer cosas mucho menos placenteras – Dijo una voz cascada, parecida a la que tendría un anciano a punto de fallecer, desde dentro de la jaula —. No tienes qué agradecerme, sólo vete y disfruta de ese dulce regalo de ahí fuera.

Eloy dudó durante un minuto, pero finalmente terminó de arreglarse la armadura lo mejor posible, dejando algunas de sus partes sin anclar del todo. Los sistemas electrónicos aún estaban fritos y finalmente decidió, no sin algo de resentimiento, dar la espalda al prisionero y volver a salir al dormitorio donde esperaba Raquel.

— ¿Todo bien? – Preguntó sonriente la chica al verle llegar.

Eloy miró una última vez a su espalda, si hubiera un momento para contar la verdad era ese, pero tendría que explicar demasiadas cosas. Con un suspiro, cerró la puerta de la despensa a sus espaldas.

— Perfectamente si tú estás a mi lado, guapa.

Ambos caminaron por las interminables galerías de la guarida del barón, seguramente volviendo en más de una ocasión a una misma estancia y más pegados de lo habitual el uno del otro mientras intentaban encontrar la menor pista de donde se encontraba el barón o sus compañeras. Ya estaban dispuestos a darse por vencidos e intentar, sencillamente, salir del sitio como fuera, cuando un grito agudo los sobresaltó.

— ¡¡Es Akva!! – Dijo Raquel, sujetándose una de sus hombreras sueltas para que no se cayera y corriendo hacia el lugar desde donde procedía el sonido.

Eloy no tardó demasiado en seguirla, con zancadas rápidas, hasta llegar a una sala que parecía haber sido en su día un salón de baile, y se adelantó a Raquel mientras esta intentaba recomponerse de nuevo el traje.

Akva y Celia estaban juntas casi en el centro de la estancia, parecían totalmente ilesas, pero, al fijar mejor su mirada, Eloy pudo comprobar horrorizado cómo una larga cola sobresalía del cuerpo totalmente desnudo de su hermana Celia. De alguna forma había sido poseída por Beliar, un demonio que ella había conseguido mantener a raya durante muchos años pero que era altamente peligroso y mucho más poderoso si se dejaba libre. Con la rapidez que nace de la experiencia, Eloy apuntó con su brazo directamente hacia su hermana, que en ese momento se giraba hacia él, mostrando dos pequeños cuernos etéreos y oscuros en su frente.

— ¡Beliar! – Gritó él un segundo antes de pulsar el botón que lanzaría el dardo tranquilizante.

El cuerpo de Celia/Beliar cayó al suelo con pesadez cuando el proyectil hizo diana en su cuello, haciendo desaparecer los apéndices demoníacos. Más tranquilo, Eloy bajó su brazo y se decidió entonces a acercarse a su hermana con prisa. Se arrodilló junto a ella y le tomó el pulso con dos de sus dedos. Tanto su ritmo cardíaco como su respiración parecían estar bien, de momento.

— ¿Estás bien? – Preguntó observando por primera vez a Akva, que tenía mal puestos sus pantalones y parecía llevar un collar y un grillete metálicos, restos seguramente de unas cadenas.

— S..sí… Sólo… necesito llegar al río para recuperarme – Dijo la Chica Acuática, con algo de temor en la voz.

Eloy asintió satisfecho. Akva parecía totalmente normal, asustada y quizás algo deshidratada, pero fuera de cualquier tipo de influencia por parte del demonio.

— ¿Qué ha pasado aquí? – Preguntó, percatándose por primera vez de que el cuerpo del Barón Fire se encontraba a escasos metros, desprovisto por completo de cabeza, tan sólo dejando un pequeño rastro de polvo. Beliar había conseguido hacer más de lo que había previsto.

—- No… no lo sé, Guardian – Akva tragó saliva justo después de llamarle por su nombre de batalla—. Celia cambió… cambió y empezó a… terminó matándolo y… se volvió loca, le salieron cola y cuernos y… y… dijo que ella no era ella… todo fue horrible.

Akva estaba en estado de shock. ¡A saber lo que le habría hecho ver su hermana en su estado de posesión! Su compañera Raquel pasó ligera por su lado y abrazó con fuerza a la chiquilla, intentando calmarla.

— Vale, todo va a salir bien – Dijo él intentando mantener la calma mientras intentaba tapar el cuerpo desnudo de su hermana con las ropas que podía alcanzar, intentando no fijarse demasiado en su entrepierna, considerablemente mojada —. Hemos llegado a tiempo, antes de que hiciera algo… Algo mucho peor que matar a alguien.

Todo había salido medianamente bien, quizás la muerte del Barón Fire no entraba dentro de los planes, pero siempre podrían alegar que había sido en defensa propia. El demonio Beliar había hecho definitivamente un buen trabajo. Miró entonces a su compañera Raquel, tan guapa y excitante que el único arrepentimiento que pudo ponerle a su pasada experiencia fue que no fuese él mismo el que dominaba su cuerpo, a pesar de haberlo notado todo. Recogió a Celia del suelo y, con algo de esfuerzo, la apoyó en sus hombros y la fue arrastrando, mientras Raquel hacía lo propio con Akva.

— Pero debemos llegar cuanto antes al Santuario, seguramente Beliar siga al mando dentro de ella cuando despierte – Añadió, preocupado porque ya no disponía de ningún otro dardo. Tenían que llevarla cuanto antes al Maestro, él sabría cómo volver a arrinconar al demonio.

Jilguero Rojo asintió y, mientras ella ayudaba a caminar a Akva hacia la salida, Eloy aprovechó para acariciar con suavidad la nalga izquierda de Raquel, que dio un ligero respingo. Pensaba volver a repetir la experiencia en cuanto pudiera, esta vez sin influencia de ninguna hechicería.