Jóvenes amigos en un camping nudista (3)

Continua la historia de los jóvenes amigos que van por primera vez a un camping nudista...

El calor y la luz del sol sobre la lona de la tienda de campaña, junto a una ligera resaca fruto de las bebidas de la noche pasada, me hicieron despertarme. Sin moverme, fui asimilando la escena: los cuatro juntos en la misma tienda, desnudos (no habíamos vuelto a vestir ni una sola prenda desde que entramos en el camping el día anterior) y casi destapados. Ana y Virginia dormían aún en el centro, y contemplar los jóvenes cuerpos de nuestras compañeras de clase abandonados al sueño era una visión irrepetible: Ana, junto a mí, boca abajo, con una pierna recogida, y Virginia boca arriba, con los brazos levantados y las piernas entreabiertas. Mi mirada se cruzó con la de David, también recién despierto, que, como yo, inmóvil, se resistía a romper la magia del momento. Despertar así era mejor que soñar.

No hacía falta decir nada. Con una mirada, David me indicó sus intenciones, y yo asentí. Con sumo cuidado, descendimos y suavemente hundimos nuestra cara entre las piernas de aquellas dos preciosas chicas. Lo primero que sintieron fue nuestra boca buscando lentamente sus recién depiladas rajitas; casi a la vez, dieron un respingo por la sorpresa, pero, aún con los ojos cerrados, se abandonaron al placer. Es posible en ese momento que ni siquiera supieran quién de los dos era el que lamía, cada vez más ávidamente, su coñito. La tarde anterior el episodio de las duchas nos emparejó a mí con Virginia y a David con Ana; sin embargo, ahora era al revés… Ana subió más una rodilla y arqueó la espalda para ofrecerse mejor a mi empeño. Yo apenas tenía experiencia en este menester; mis manos separaban más aún sus menudas nalgas, y mi lengua recorría golosa todo cuanto había entre ellas, desde el pequeño agujerito de su culo al clítoris, gozando de la suavidad por no tener un solo pelo, y saboreando el el creciente flujo, ligeramente salado, que brotaba de su rosada vagina. Vir había abierto las piernas totalmente, y mi amigo se aplicaba con deleite a explorar también todos sus secretos con su boca. Yo, mientras seguía comiendo su clítoris, metía y sacaba mi dedo de su estrecho coñito, que se contraía en las convulsiones del orgasmo Los suspiros de las dos fueron creciendo entrelazados, convirtiéndose en jadeos, que Ana ahogaba sobre la almohada, pero que Virginia era incapaz de contener. Afuera sonaban a veces pisadas o voces de otros campistas, que con toda seguridad podían escucharnos.

Tras el intenso orgasmo de ambas, de nuevo nos tumbamos junto a ellas, tal como habíamos dormido durante toda la noche. Nuestras pollas estaban duras y brillantes, a reventar, y buscamos con ellas el contacto de sus cuerpos.

Pero Ana se incorporó, separándose, y dijo:

  • Bueno, parecía que no os ibais a animar nunca a darnos gusto a nosotras. Vuestra excitación es… más indiscreta, pero ayer nos tuvisteis todo el día esperando, y nos debíais una… -y guiñando visiblemente un ojo a su amiga, le dijo- ¿Vamos al baño, Vir?

David: - Pero ¿nos vais a dejar así?

Vir: - Como nos dejasteis vosotros ayer. Ahora estamos empatados, ¡1 a 1! Además, así tenéis donde colgar las toallas, ja ja ja!

Y, sin más, nos dejaron plantados. Esperamos un rato, pero nuestros instrumentos no bajaban. Así que también salimos de la tienda, a ver si con el ligero frescor de la mañana, o con el cambio de situación, la cosa pasaba. Pero la situación no era precisamente "relajante" para dos chicos de 18 años que por primera vez estaban en un camping nudista: el sólo calor del sol sobre toda la piel, el roce de la brisa, y por supuesto la vista de otras mujeres desnudas, por cualquier parte, lo hacían imposible. Casi me dolía la polla de lo dura que estaba, y ambos la tapábamos como podíamos con la toalla al hombro camino de los baños. No éramos los únicos: a nuestro paso salió un adolescente, quizá de 14 o 15 años, de una caravana con un evidente empalme. Su hermana, una preciosidad morena y delgada algo menor que él, se reía sin disimulo diciéndole que todas las mañanas se levantaba igual.

Una ducha fría –y mucha disciplina mental- consiguieron por fin relajarnos. Ana y Virginia no estaban por ninguna parte, y decidimos ir en su busca y aprovechar para conocer del todo el camping, que aún no habíamos recorrido.

La zona nudista en la que estábamos era menor en tamaño que el resto del camping, pero, por lo que vimos el día anterior cuando lo atravesamos (nuestra zona estaba al fondo del todo), estaba mucho mejor: las parcelas eran mucho más amplias, había más vegetación, las instalaciones parecían más nuevas, y desde luego la atmósfera era mucho más tranquila y agradable. Había gente de todas las edades: matrimonios mayores, familias al completo, parejas jóvenes, incluso de homosexuales (hombres y mujeres), sí, pero no predominaban, como afuera, las pandillas de jóvenes de nuestra edad. El ambiente era relajado y amigable, todo el mundo saludaba al cruzarse con otros, todo muy natural, aunque… también es cierto que todos nos fijábamos, con más o menos discreción, en el cuerpo de otros. Había mujeres para todos los gustos; aunque con mis padres había ido a veces a playas nudistas, creo que era la primera vez que veía tantos cuerpos desnudos y tan diferentes… Dimos los buenos días a dos chicas cercanas a nuestra edad, posiblemente mellizas, que estaban en su parcela en sendas tumbonas tomando el sol de la mañana mientras sus padres preparaban el desayuno. Estaban algo rellenitas, tenían la piel colorada de los extranjeros que no están acostumbrados a nuestro sol, y desde luego no eran tan guapas como Ana y Virginia, pero tenían unos pechos bonitos y generosos , con grandes areolas rosadas. Una de ellas nos ofrecía una clarísima visión de su coño ya que estaba quitándose pelillos con unas pinzas, con las piernas abiertas. Nuestras miradas se cruzaron con intensidad durante algunos instantes más de lo necesario, y las dos miraron con poco disimulo nuestros penes, que estaban de nuevo algo animados por la situación.

Encontramos a nuestras amigas sentadas al sol en la terraza del pequeño bar de la zona nudista, que también hacía las veces de tienda de comestibles. Habían hecho amistad con una joven pareja de holandeses que, sin hablar mucho español, lo atendían; ambos rubios, tostados por el sol hasta el límite que su piel permitía, delgados y altos, y con sus genitales sin un solo pelo, como los nuestros. Ella era preciosa. Nos los presentaron, y decidimos darnos el pequeño lujo de desayunar allí los cuatro, ya que se estaba de vicio.

Lo que tocaba después era ir por fin a la playa. Preparamos unos bocatas y fruta para pasar todo el día fuera. Sólo en el último momento, cuando íbamos a entrar en el coche, nos dimos cuenta entre risas de que había que vestirse… Menos de 24 horas desnudos habían bastado para que nos olvidáramos de ponernos la ropa. Incluso nos sentíamos extraños con su roce.

Atravesamos el pueblo de Conil para ir a una zona de la playa de El Palmar que nos habían indicado, pues era nudista. Resultó ser una playa inmensa, larguísima y muy ancha, por lo que la gente estaba muy separada, tanto desnuda como vestida. Apenas pisamos la arena, Vir y Ana se quitaron la poca ropa que llevaban (camisetas de tirantes y shorts, sin ni siquiera ropa interior o bikini debajo) y corrieron al agua. Qué maravilla verlas así, desnudas, al sol… Nosotros, por supuesto, también nos quitamos los bañadores y las seguimos. Estuvimos un buen rato chapoteando como niños, haciéndonos ahogadillas entre las miradas curiosas de paseantes y bañistas (aquí, un grupo de chicas y chicos de nuestra edad, desnudos, era más llamativo que en el camping), y después, casi sin aliento, volvimos a por nuestras cosas y fuimos caminando un poco más allá buscando un sitio con menos gente para estar tranquilamente toda la jornada.

El sol, aunque suavizado por el viento perenne de la costa gaditana, era intenso, y nada más extender las toallas las chicas sacaron la crema protectora.

  • ¿Nos la dais? No nos gustaría tener que renunciar a esto del nudismo, ahora que le cogemos el gusto, por quemarnos la piel.

  • Claro.

Cogimos el bote, todavía de pie los cuatro, y nos pusimos a la tarea, pero por turnos. Primero fue el de Ana, que entre las risas de su amiga dejó que cuatro manos, las de David y las mías, fueran recorriendo su precioso cuerpo de pies a cabeza untando de crema su suave piel.

  • Wow, esto sí que es un lujo… Extendedla bien, no dejéis pegotes, que después se pega la arena… y no dejéis ningún sitio sin untar.

Por supuesto que no olvidamos ni un centímetro de piel. Al llegar a su pubis, deslicé mis dedos por su vulva, que estaba húmeda y caliente. Masajeamos también sus menudos pechos, cuyos pezones respondieron endureciéndose. Después fue el turno a Virginia, y repetimos la operación.

  • Ahora os toca a vosotros, chicos.

Nuestros vecinos de playa más cercanos, una pareja de treinta y tantos, estaban a más de 50 metros, pero, aunque llevaban gafas de sol, creo que no nos quitaban ojo. La situación quizá les divertía, pues la chica sonreía, pero nos dio algo de corte y nos tumbamos boca abajo, ya que el masaje que acabábamos de dar a nuestras compañeras había sido más que suficiente para que nuestros penes, si no totalmente empalmados, sí llamaran la atención. Se sentaron a horcajadas una encima de cada uno de nosotros, de manera que sentíamos el contacto de sus depilados coñitos, y nos fueron extendiendo crema despacio.

  • Por este lado ya estáis listos. Boca arriba.

A duras penas conseguía mantener ese estado de semi-erección, al igual que David, mientras ellas seguían con su tarea recorriendo todo nuestro cuerpo, excepto nuestros penes y testículos. Poco a poco se iban acercando. ¿Se atreverían a dar crema también ahí, a la vista de cualquiera que mirara? Ya creía que no cuando sus pequeñas manos, bien repletas de crema, comenzaron a recorrerlos, una y otra vez.

  • ¿No querrás que se queme, verdad? La piel parece muy sensible… Bueno, pues ya está. ¿Vamos a dar un paseo por la playa, Ana?

  • Venga.

No me lo podía creer. Por segunda vez en el día nos dejaban a medias, con nuestras pollas al máximo, apuntando al cielo en un ángulo de 45º, brillantes por la crema.

Y se fueron alejando por la orilla de aquella playa inmensa, caminando desnudas, mientras mirábamos embobados el contoneo de sus caderas. Allá por donde iban, los hombres, y no pocas mujeres, giraban la cabeza a su paso.

No se el tiempo que pasó, pero debió de ser bastante, ya que mi excitación fue cediendo y me quedé dormido. Me despertaron unas gotas frías sobre el pecho.

Yo: - Vaya, bienvenidas. Sí que habéis dado un buen paseo, ¿eh?

Vir: - Ya te digo. Andando y hablando, casi hemos llegado hasta la playa del pueblo. Cuando nos hemos dado cuenta éramos las únicas que estaban desnudas entre pescadores y señoras paseando el perrito… ¡qué corte! ¿Estabas dormido? Vaya, lo siento. ¿Te importa que te use como almohada? Estoy cansada

Yo: - Claro que no. Soy todo tuyo siempre.

Se tumbó boca arriba apoyando su corta y mojada melena sobre la parte baja de mi tripa, casi en la cadera, y ese simple contacto bastó para disparar de nuevo mis sentidos. Con sólo pensar que su boca estaba a escasos 20 centímetros de mi pene este comenzó a despertar de su tranquilidad. Notaba cómo inevitablemente crecía al compás de un caliente latido interior, e iba ascendiendo poco a poco por mi pierna hasta rozar su mejilla con la punta.

Vir: - ¡Uy! Esta otra almohada parece que es algo más dura

Yo levanté una rodilla y moví ligeramente la cadera, sólo podía pensar en acercarla más y más a su boca. Casi la alcanzaba. Entonces ella ladeó la cabeza hacia abajo, encontrándose de frente a mi durísimo miembro. Mojó la punta de un dedo en la gota de líquido preseminal que brillaba en el glande, y se lo chupó golosa. Después pasó su lengua por pequeño orificio por el que el líquido había brotado, en un roce electrizante. Con su pequeña boca empezó a comérmela, primero con los labios, luego metiéndola dentro todo cuanto podía. No pensaba en que alguien pudiera vernos; oleadas de calor me invadían, sólo tenía ojos para su boca, en la que se hundía mi polla una y otra vez, aunque pareciera que no podría caber. Con una mano acariciaba mis rasurados testículos. No quería que acabase nunca.

En un instante de lucidez, miré alrededor. Y lo que vi no me invitó a parar. David estaba de rodillas, y Ana, tumbada, le estaba haciendo también una tremenda mamada; él empujaba con sus caderas para que su polla entrase profundamente en la boca de nuestra amiga. Teníamos algunos vecinos más que antes, y, aunque todos estaban relativamente lejos, quien se fijara podría distinguir perfectamente lo que hacíamos. La pareja que nos miraba antes mientras nos aplicábamos crema de nuevo se había incorporado y no perdía detalle, y se ve que les gustaba lo que veían, ya que se tocaban mutuamente, él tenía un pene que incluso desde la distancia se veía enorme. Algún que otro paseante también volvía la cara hacia nosotros desde la orilla. Dominado por el placer, pasé del miedo o la vergüenza a disfrutar por primera vez del morbo de poder ser visto por personas a las que no conocía de nada.

Los jadeos de David nos hicieron mirarles; con los músculos en tensión, el se corría a chorros sobre el cuerpo de Ana. Virginia aceleró el ritmo ahora con la mano, mientras le observaba, y casi al tiempo empecé yo también a correrme en calientes oleadas que salpicaban su brazo, su cara, sus pechos. Ana le pidio a David que extendiera su semen por su cuerpo tumbado como si fuera crema, y ella quedó brillante al sol, cubierta casi por completo con la leche de nuestro amigo. Vir me pidió que hiciera lo mismo, y, mientras, empezó a comérmela de nuevo lentamente, exprimiendo hasta la última gota.

CONTINUARÁ PRONTO