Jovencitas sumisas (8)

Susana está con sus amigos en un pub cuando recibe una llamada de Ruth con instrucciones de encontrarse con ella en el Ritz. La joven, acompañada por su amiga Tamara, a quien acaba de confiarse, obedece y para su sorpresa, se encuentra allí con el Amo.

Susana y Tamara charlaban animadamente en la barra. Eran las doce de la noche y a esas alturas ya iban bastante pedo, sobre todo Tami. Muy cerca de ellas, Carlos, Rafa y Julio, otro amigo del grupo, hablaban de coches, del último premio de formula 1 y de Fernando Alonso. El resto de la pandilla, Vero incluída, bailaban en corro al ritmo de la música. Estaban en un garito nuevo, en Moncloa.

Susana llevaba unos vaqueros azules, desgastados y ajustados, que marcaban su estupendo trasero y sus proporcionadas piernas y que por debajo de la rodilla desaparecían dentro de unas botas beige de piel y medio tacón. Una camisa rosa pálida y una cazadora de cuero color hueso completaban su atuendo. Tamara vestía un suéter negro, casi tapado por una cazadora de piel roja y una minifalda ajustada del mismo color. Llevaba medias negras, gruesas y unos bonitos zapatos, también negros, parecidos a las zapatillas de las bailarinas.

Hacía pocos minutos que las dos jóvenes se habían quedado solas y Tamara había vuelto a centrar la conversación en su relación con Rafa, a pesar de que esa misma mañana había llamado a su amiga para relatarle con todo lujo de detalles cómo la noche anterior el muchacho se había lanzado a meterle mano. Ella se había dejado sobar un poco las tetas y los muslos, pero le había detenido cuando su mano amenazaba con llegar al elástico de sus braguitas. El joven le había pedido perdón, todo azorado y preocupado por haber ido demasiado rápido.

Le dije que no se preocupara, que lo entendía, pero que debía darme un poco más de tiempo –repitió Tamara, el alcohol haciendole olvidar que ya lo había contado esa mañana.

Qué cabrona eres –rió Susana.

No. Soy una niña buena y recatada –dijo Tami entornando los ojos y poniendo carita de santa.

¿Te puso cachonda? –quiso saber Susana.

Me excitó la novedad, aunque la verdad es que es bastante torpe. Espero que mejore.

Carlos ha mejorado mucho desde que empezamos a salir, pero la verdad es que les cuesta. No tienen paciencia, tia. Es como si pensaran que te están haciendo un favor. Se les va la sangre a la polla y se olvidan de prepararte.

Por cierto, he empezado a tomar la píldora –dijó Tami- por si acaso.

Nosotros seguimos con los condones, aunque cada vez me gustan menos.

¿Por qué no tomas la píldora?

No lo sé. No me gusta tomar pastillas, además... –Susana se detuvo.

¿Sí? –Tamara miró a su amiga con atención, dando un nuevo sorbo a su cubata.

Hubo unos segundos de silencio.

¿Qué? –insistió Tami, apremiando a Susana

Está bien –Susana se decidió al fin- Pero esto debe quedar entre nosotras ¿vale?

Venga, tía, no te hagas de rogar. Sea lo que sea, es entre nosotras.

Las cosas no van bien con Carlos –dijo al fin la joven- Bueno, en realidad a él no le pasa nada. Es a mi. No sé lo que me pasa, pero ya no siento lo que sentía por él.

Tamara no dijo nada. A pesar de su estado de embriaguez, sabía que aquella era una confesión difícil. No le sorprendía. Tanto ella como Vero se habían dado cuenta de que la relación se estaba enfriando.

Estoy confundida, Tami. En el fondo estoy convencida de que debo dejarlo, pero por otro lado no quiero hacerle daño. Aún le quiero.

¿No crees que puede ser una pequeña crisis? Tu misma dices que estás un poco estresada por la Uni.

Eso fue lo que pensé en un principio, pero ahora no lo creo. He empezado a sentir ciertas cosas que no sentía antes.

¿Por otro tío? –preguntó Tamara sorprendida

Susana asintió mirando fijamente a la joven. No había planeado confiarse a su amiga pero las palabras le habían salido con espontaneidad y el estado de embriaguez de las muchachas facilitaba las cosas.

No será el tal Toño, tu compañero de la Uni

Susana negó con la cabeza.

No, no es él, aunque también me sentía atraída por él. En realidad se trata de alguien a quien no conozco personalmente. Lo conocí a través de internet.

Tamara miraba a su amiga con creciente curiosidad.

¿Y qué sabes de él? ¿Dónde vive? ¿Cuántos años tiene? ¿Está bueno? ¿Te ha mandado una foto?

La excitación de Tami se contagió a Susana.

Vive en Barcelona y tiene treinta y ocho tacos.

¡Joder, tía! Es muy mayor.

Es... es un Amo –se lanzó Susana, incapaz de decidir si estaba haciendo lo correcto, pero demasiado pedo para volverse atrás.

¿Un Amo? –los ojos de Tamara revelaron su sorpresa.

Sí. ¿Sabes de qué te estoy hablando?

Tamara asintió atónita.

Soy su sumisa. Virtual, claro –reveló Susana.

Pero, Susi, tu nunca has sido sumisa –Tami no quería creerla- Quizá Vero, pero tu no. Tu tienes mucho carácter.

Eso pensaba yo –reconoció la joven - Creía que mis fantasías de dominación eran sólo eso, fantasías. Ahora sé que no. He sentido cosas, Tami, cosas que necesito seguir experimentando...

¿De qué fantasías hablas? –cortó su amiga, visiblemente interesada.

Susana no respondió al instante, pero al final se lanzó. A fin de cuentas, ya se las había confiado a Ruth, y Tamara era su mejor amiga, ¿no?.

Bueno –empezó- a veces fantaseo con ser dominada y humillada, ya sabes, mientras me masturbo.

¡Pero si siempre has asegurado que no te masturbabas! –exclamó Tamara indignada.

Por fortuna, el volumen de la música evitó que alguien la oyera. Susana se puso colorada.

Lo sé –reconoció- Me daba vergüenza. Pero si que lo hago. De vez en cuando. Ultimamente, con frecuencia.

Bueno, confidencia por confidencia –dijo Tamara- Yo también lo hago.

Susana asintió con una sonrisa, agradeciendo la complicidad, aunque no estaba preparada para las siguientes palabras de su amiga.

Y para que lo sepas, también tengo fantasías de esas –la cara de Tamara estaba roja como un tomate.

¿En serio?

La joven asintió.

¿Tienes fantasias de dominación? –insistió Susana.

De vez en cuando.

Voy a empezar a pensar que el mundo está lleno de sumisas. Ruth, mi compañera de la facultad también lo es –soltó la joven, olvidando que había prometido mantenerlo en secreto.

¿De veras? –preguntó Tamara, incrédula y sorprendida.

Si. En realidad fue ella la que me introdujo a Darkshadow.

¿Darkshadow?

El Amo. "Darkshadow" es el nick que usa. También es el Amo de Ruth.

Tamara miraba a su amiga con incredulidad. Afortunadamente, el volumen de la música no permitía que nadie más escuchase su conversación.

Entonces, la semana pasada, cuando quedaste con Ruth para hacer el trabajo, en realidad...

Tuvimos dos sesiones con el Amo, una el viernes y otra el sábado –cortó Susana

¿Y qué pasó? –Tamara estaba impresionada, y por qué no reconocerlo, se estaba excitando.

En ese momento, Susana sintió la vibración del móvil que llevaba en el bolsillo de su cazadora. Lo sacó y miró el nombre que brillaba en la pantalla.

Es Ruth –dijo- Voy fuera a hablar con ella.

Te acompaño

Susana aceptó la llamada y le dijo a su amiga que esperase un momento, que estaba saliendo del garito. Una vez en la calle, con Tamara a su lado, se llevó el aparato a la oreja.

Hola, Ruth –dijo- Ya estoy fuera.

Hola, Susi –respondió la joven- ¿dónde estás?

Estoy en un pub nuevo, en Moncloa.

¿Estás con Carlos?

Sí, y con el resto del grupo. Tami está aquí conmigo.

Susi –dijo Ruth- tengo órdenes del Amo.

Una ola de excitación recorrió el cuerpo de la muchacha.

Dime –pidió.

Quiere que acudas a la puerta principal del hotel Ritz.

¿Ahora? –su voz no ocultó la sorpresa que aquel requerimiento le produjo- ¿para qué?

Recuerda que una sumisa no cuestiona las órdenes de su Amo, simplemente las obedece. Yo te estaré esperando. No tardes.

Y colgó.

¿Ruth, Ruth? –llamó Susana

¿Se te ha cortado? –preguntó Tamara

No, me ha colgado.

¿Te ha colgado?

La joven asintió.

Tengo que ir al hotel Ritz –dijo.

¿Al Ritz? ¿Para qué?

No lo sé. Son órdenes del Amo.

¿Vas a ir?

Susana miró a su amiga con vergüenza, sintiendose sobria de repente.

Tengo que ir, Tami. No puedo evitarlo.

Dejame ir contigo –pidió la joven morena.

No creo que sea una buena idea.

No puedes ir sola. Además, ¿qué les vas a decir a los de dentro? No puedes desaparecer sin más. ¿Qué te parece si les decimos que me encuentro mal y que tú me vas a acompañar a casa?

Susana se vio obligada a reconocer que su amiga tenía razón. Carlos no la dejaria ir sola, se empeñaría en ir con ella.

Está bien –aceptó- vamos.

Diez minutos más tarde estaban en un taxi con dirección al Ritz. Susana había enviado un SMS a Ruth para advertirle de que Tamara iba con ella y de que le había contado su relación con el Amo. No sabía cuáles eran los planes de su amiga y no quería que la presencia de Tami la contrariase.

Tardaron un poco en llegar al hotel debido al intenso tráfico. Ruth las esperaba en la puerta. Llevaba un ajustado vestido de punto color rosa pálido que marcaba sus formas y acababa por encima de sus rodillas, medias blancas y zapatos beige de tacón con una tirilla de piel alrededor del tobillo. Una chaquetilla torera, también de punto y un bolsito a juego con los zapatos completaban su atuendo. En cuanto las dos chicas bajaron del taxi Ruth acudió a su encuentro y se intercambiaron besos. Había conocido a Tamara en la celebración del cumpleaños de Susana, pero no había vuelto a verla desde entonces, varios meses atrás.

Ruth –dijo Susana con cautela, aunque más tranquila tras el cariñoso recibimiento- espero que no haya problema por que haya venido Tami.

¡Oh, no, para nada! –repuso la joven- Venid, seguidme.

Ruth se dirigió hacia la entrada del Ritz y las dos muchachas le siguieron extrañadas, ya que habían pensado que la puerta del hotel era tan solo un lugar de cita, y no que iban realmente a entrar.

¿Dónde vamos? –preguntó Tamara, realmente intrigada, mientras tomaban el ascensor

No puedo decir nada –repuso la joven pulsando el botón del último piso- enseguida lo vereis.

Una idea que no se le había ocurrido hasta ese momento, pasó por la cabeza de Susana.

Ruth, ¿no estará el Amo aquí, verdad? –preguntó nerviosa y excitada, de repente.

Ya os he dicho que no puedo decir nada –insistió la joven.

El ascensor se abrió y las muchachas salieron a un pasillo alfombrado. Ruth echó a andar y sus amigas le siguieron hasta que se detuvo ante una de las puertas y golpeó tres veces con los nudillos.

Adelante –se oyó una voz masculina.

Debes entrar tu sola –dijo Ruth a Susana- nosotras esperaremos aquí.

¡Oh, Dios! –la joven estaba temblando de excitación.

Tamara miraba a sus dos amigas con creciente curiosidad y excitación. Susana tenía ya claro que al otro lado de esa puerta estaba "Darkshadow" y de pronto se sintió asustada e insegura, sus diecinueve años más patentes que nunca.

Venga – le animó Ruth- No le hagas esperar.

Con un hondo suspiro, Susana abrió la puerta y entró lentamente, mientras Ruth la cerraba a su espalda. Se encontró en una habitación grande, una "suite". Estaba en penumbra, únicamente iluminada por velas. Un hombre alto, atlético y terriblemente atractivo se dirigió hacia ella y la miró fijamente con unos profundos ojos azules.

¿Darkshadow? –balbuceó la joven.

El hombre sonrió.

Mi verdadero nombre es Daniel Sotogrande, pero tu debes seguir dirigiendote a mi como Amo, ¿de acuerdo?

Sí, Amo –respondió rauda.

Se sentía como si aquello fuese aún algo irreal, un sueño del que pudiera despertar. ¿Estaba realmente conociendo al Amo? ¡Dios, qué guapo era!

¿Sorprendida de verme, verdad? –preguntó el hombre

Sí, Amo –respondió la chica- Creí que... bueno... pensé... en realidad no me había hecho a la idea de conocerlo, aún.

Las sumisas no controlan la relación, no se hacen a la idea de nada ni deciden nada. Las sumisas únicamente obedecen. ¿Está claro? –la voz del Sr. Sotogrande era autoritaria

Sí, Amo –respondió la joven, deslizandose de forma natural en su rol servil.

Has traído a una amiga, ¿verdad?

Sí, Amo. Se llama Tamara y nos conocemos desde el colegio. Espero que no le importe. No sabía que iba a encontrarme con usted.

Ya, entiendo –dijo el Sr. Sotogrande- Bueno, es hora de que me enseñes qué escondes bajo esas ropas, ¿no crees?. ¡Desnudate!

Sí, Amo –aceptó la joven sumisa, agradecida de que Tamara se hubiese quedado fuera.

Susana empezó por la cazadora de cuero color hueso, para después seguir con su camisa rosa pálido y su sostén blanco de algodón. Sus tetas, no excesivamente grandes, pero cónicas y firmes quedaron expuestas, y el Sr. Sotogrande se deleitó contemplando sus pezones superlargos y totalmente erectos. Sin demorarse, la joven se sacó las botas y los calcetines que llevaba debajo y a continuación deslizó por sus piernas el vaquero. Llevaba unas braguitas de tela con franjas de colores que se quitó sin protestar, dandose cuenta de que empezaban a mostrar los signos de su creciente excitación.

Ponte erguida. Las manos detrás del cuello y las piernas ligeramente abiertas –ordenó Darkshadow.

Sí, Amo –respondió la chiquilla, cada vez más subyugada por la autoridad del hombre.

El Sr. Sotogrande se acercó a ella y mientras miraba fijamente a sus ojos, tomo sus tetas y las acarició suavemente, mientras amasaba sus distendidos pezones. Susana no pudo contener un ligero gemido.

Tienes unos pezones increíbles –susurró el Amo- va a ser muy divertido jugar con ellos.

Mientras decía esto, se agachó y los succionó en su boca, uno tras otro, al tiempo que su mano derecha comenzaba a explorar el saturado coñito de la chica. Susana cerró los ojos y comenzó a respirar agitadamente, mientras los dedos del hombre acariciaban expertamente su raja, sus labios y finalmente su clítoris. Era el primer hombre, después de Carlos que tenía acceso a sus partes íntimas, pero a diferencia de su novio, el Sr. Sotogrande era un consumado maestro en aquel arte y Susana se encontró deseando fervientemente que no parase de estimularla.

¿Te gusta, verdad? –preguntó el hombre.

Síiiii... Amo –jadeó la joven- me encanta.

El Sr. Sotogrande sonrió, mientras sobaba unos segundos más a la muchacha y la llevaba al borde del orgasmo.

Bueno, ya está bien de momento –dijo- ahora, arqueate y agarrate los tobillos con las manos, sin doblar las rodillas.

Por favor, Amo... –suplicó la excitada muchacha. La frustración se dibujaba en su rostro.

Tendrás tus orgasmos cuando yo lo decida –respondió el hombre, con voz firme- Ahora, obedece.

Sí, Amo –aceptó la joven, mordiendose el labio inferior.

Susana se arqueó lentamente hasta que sus manos suaves, de dedos finos y cuidados, se cerraron alrededor de sus tobillos. Sus tetitas colgaban seductoras con sus eniestos pitones apuntando desafiantes al suelo y su trasero quedó obscenamente en pompa. El Sr. Sotogrande rodeó a la muchacha hasta quedar tras ella, observando su perfecto culo y su tierno conejito, cuyos jugos comenzaban a resbalar por sus muslos. Entonces, apoyó sus manos en las nalgas de la joven y las separó, admirando su estrecho orificio anal, deficientemente rasurado. Aquel agujerito ya sabía lo que era tener un pepino dentro, pronto tendría la oportunidad de saber lo que era sentir una buena polla. El Sr. Sotogrande disfrutaba enormemente desflorando analmente a sus esclavas, aunque tal ritual aún tendría que esperar un poco más.

Ponte erguida –ordenó, soltando los cachetes de la chica.

Sí, Amo –Susana obedeció al instante.

El Sr. Sotogrande se acercó entonces a la cama, a cuyos pies descansaba una maleta y agarrandola por el asa la llevó hasta el sofa, justo al lado de la joven. Lo primero que extrajo fue un collar de cuero, similar al que le había puesto a Ruth, pero en color negro. La chapita era metálica y el nombre "Susana" estaba claramente grabado.

Esto es para ti –dijo mirando a la joven- deberás llevarlo siempre que estés en mi presencia, ¿Está claro?

Sí, Amo –respondio la muchacha, extremeciendose de excitación.

Aquello era como había leído en los relatos que Ruth le había pasado, en los que a las sumisas se les ponían collares de perro como aquel alrededor del cuello. Precisamente eso es lo que hizo el Amo, no sin antes mostrarle el reverso de la chapa en el que la joven pudo leer "Propiedad de D.S.". Su tierno cuerpecito tembló de deseo.

Extiende las manos hacia delante –ordenó entonces el Sr. Sotogrande

Susana obedeció y el hombre colocó alrededor de sus muñecas sendas esposas de cuero, con varios aros de metal, cuya función la joven no tardó en descubrir. El Amo se colocó tras ella y tomando sus muñecas unió dos de esos aros, uno en cada brazalete, con un candado de forma que sus manos quedaron esposadas a la espalda. Entonces cogió una cuerda de la maleta y ató los codos de la chica juntos, obligándole de esta forma a adquirir una posición forzada, con las tetas obscenamente expuestas hacia delante. Finalmente, tomó una correa de cuero negro y la enganchó al collar, de modo que al soltarla quedó colgando entre sus firmes pechos.

Susana estaba terriblemente mojada. Aquello era una fantasía hecha realidad y, aunque apenas conocía a Darkshadow, no sentía miedo, sino una creciente lujuria. Su única y, a decir verdad, en aquel estado de calentura, pequeña preocupación era Tamara y lo que su amiga podría llegar a pensar si la veía en esos momentos...

Estás preciosa –anunció el Sr. Sotogrande, contemplando a la sumisa a unos pasos de distancia- ahora, no te muevas.

De acuerdo, Amo.

El hombre se dirigió al cuarto de baño, abrió la puerta y desapareció dentro. No tardó en volver a salir y entonces los ojos de Susana casi se salen de sus órbitas mientras una expresión de asombro abandonaba sus labios. El Amo no venía solo. Detrás de él, guiada por una correa enganchada a un grueso collar de cuero negro, trotaba una mujer. No podía ver su cara pues toda su cabeza estaba cubierta por una máscara de cuero negro. El resto de su cuerpo estaba desnudo y por su aspecto parecía corresponder a una mujer de mediana edad. Sus pechos, más grandes que los suyos, tenían los pezones mordidos por dos pinzas con dientes de cocodrilo y se veían hinchados y amoratados. Susana no pudo evitar un extremecimiento al pensar en el dolor que le estarían produciendo. Su pubis no estaba rasurado sino que mostraba una abundante mata de pelos negros y rizados. La máscara no tenía agujeros ni para los oidos, ni para los ojos, ni para la boca, aunque si dos pequeños respiraderos a la altura de los orificios nasales. Las muñecas de la mujer, al igual que las de Susana, estaban rodeadas por dos muñequeras de cuero y esposadas a dos aros gruesos de acero a ambos lados de la máscara, de forma que sus manos descansaban sobre la parte alta de su cabeza.

La esclava siguió mansamente al Amo hasta un butacón que había sido colocado junto a la ventana con vistas al Prado y dejó que éste la sentara y colocase sus piernas sobre los brazos del asiento, exponiendo obscenamente su sexo. No conforme aún, el Sr. Sotogrande ató dos cuerdas a sus tobillos y los tensó sobre las patas traseras de la butaca de forma que la mujer quedó realmente espatarrada. Su coño estaba tan abierto que se veían claramente sus rosados labios menores y el inició del canal vaginal, todo ello saturado de flujos que resbalaban hacia su también expuesto esfínter. Susana se dio cuenta de que a pesar de todo, aquella mujer estaba brutalmente cachonda y se preguntó quién de las dos lo estaría más, pues ella también se consumía de lujuria.

Cachonda perdida, la joven observó al Amo encender un foco y colocar una cámara de video sobre un trípode, ambos apuntando hacia el butacón donde se encontraba la esclava.

Muy bien, jovencita –dijo el Sr. Sotogrande- creo que tenemos un castigo pendiente, ¿no es así?

Sí, Amo –respondió sumisamente la muchacha.

Ya que todo empezó por tu reticencia a rasurarte el coño, creo que un castigo ejemplar será ordenarte comer uno bien peludo hasta hartarte. ¡Ven aquí!

La joven recorrió la corta distancia que le separaba del Amo.

Arrodillate ante ella –ordenó el hombre.

Susana obedeció, aunque lo hizo con dificultad. Su boca estaba seca con anticipación.

Vas a lamer este coño hasta que yo considere que has tenido suficiente. Es más, también quiero ver cómo tu lengua ensaliva y penetra su peludo ojete. Sólo podrás parar brevemente cada vez que le arranques un orgasmo. Entonces mirarás a la cámara y dirás con voz clara "Esta puta se ha corrido en mi boca y yo me he tragado su dulce néctar". Después volverás a tu tarea. ¿Está claro?.

Sí, Amo –respondió la joven, roja como un tomate.

Pues, empieza. No tenemos toda la noche.

Susana se inclinó hacia delante y deslizó su lengua por el abierto coño de la mujer, sintiendo cómo su cuerpo se extremecía. El sabor era distinto al de Ruth, más fuerte, menos dulce. Lamió sus labios, su vulva, su hinchado clítoris... Algunos pelitos se quedaban pegados dentro de su boca y se veía obligada a escupirlos. Al cabo de un rato sintió la voz del Amo susurrando en su oido:

No te olvides del culito.

Susana separó su boca del coño de la mujer y dejó que la punta de su lengua juguetease con el peludo ojete. La esclava comenzó a agitarse al tiempo que tensaba su esfínter impidiendo la invasión, pero la joven siguió lamiendoselo durante varios minutos hasta que decidió volver de nuevo a su chumis. Esta vez fue recibida con un potente orgasmo que llenó su boca de jugos. La muchacha lo aceptó sumisa y cuando retiró su cara del húmedo sexo para dirigirse a la cámara, ésta brillaba de flujos.

Esta puta se ha corrido en mi boca y yo me he tragado su dulce néctar –dijo.

Después volvió a hundir la lengua en aquel peludo y encharcado conejo.

Continuará.