Jovencitas sumisas (6)
Finalmente, Ruth recibe a Darkshadow en el aeropuerto y es conducida a una suite del hotel Ritz donde tiene la primera sesión con su Amo.
Ruth esperaba nerviosa en el vestíbulo del aeropuerto. ¡Por fin iba a conocer al Amo! Lo estaba deseando. Mientras miraba fijamente la pantalla que desde un cuarto de hora antes anunciaba que el vuelo de Iberia procedente de Barcelona había aterrizado, la joven se alisaba inconscientemente la corta minifalda negra y tableada que llevaba puesta. La prenda era, sin embargo, lo suficientemente larga como para cubrir el borde superior de las medias de seda negra que vestían sus proporcionadas piernas y que desaparecían bajo unos zapatos, también negros, de generoso tacón.
No tenía ni idea de cómo era el Amo físicamente, así que miraba expectante a todos los hombres más o menos jóvenes que aparecían entre las puertas correderas, esperando que más tarde o más temprano, uno de ellos se dirigiera hacia ella. Su corazón latía con inusitada velocidad. Si no aparece pronto, me voy a caer redonda, pensó.
Volvieron a abrirse las puertas. Esta vez era una mujer con un niño de la mano y su marido, que llevaba un carrito con otro pequeño y tiraba de una maleta. Ruth los miró mientras se alejaban de las puertas. El hombre era atractivo, alto, con un cuerpo atlético. Tenía el pelo rubio oscuro y lo llevaba cuidadosamente recogido en una coleta. De pronto, se detuvo, soltó el cochecito, cruzó unas palabras con la mujer y ambos se besaron en las mejillas. Después, la chica se alejó hacia la salida, llevándose con ella a los dos niños. El hombre miró alrededor y entonces sus ojos se encontraron con los de Ruth. Una amplia sonrisa atravesó su rostro. ¡Es él!, pensó la joven. Sintió cómo sus mejillas ardían y apartó su mirada hacia el suelo. ¡Dios, qué bueno está!, pensó. Había tenido tiempo de ver sus increíbles ojos azules, sus labios gruesos, su sonrisa embriagadora y la cuidada perilla que daba a su cara un aire rebelde. Sintió los pasos acercándose hasta que se pararon frente a ella y temblando como un flan se forzó a mirarlo. El la sonreía, en silencio.
Hola, Amo. Es un placer conocerlo. ¿Ha tenido Usted un buen viaje? de alguna forma aquellas palabras salieron de su boca sin que se le escapase también el corazón.
Excelente, perrita. Y he de decirte, que ha merecido la pena tan solo por ver lo sexy que te has puesto para recibirme.
La joven se sonrojó.
Gracias, Amo.
Muy bien, ahora vamos a tu coche. El día va a ser muy largo y estoy deseando comenzar tu adiestramiento.
Como Usted desee, Amo.
Ruth comenzó a andar hacia la salida, pero Darkshadow la hizo detenerse.
Lo primero que debes aprender es que una sumisa no anda por delante de su Amo. Ni siquiera a su lado. Eso sería reconocer una igualdad que no es real. A menos que yo te lo indique deberás caminar dos pasos detrás de mi, a mi izquierda ¿está claro?
Sí, Amo. Perdón por mi osadía.
Por esta vez, queda perdonada, pero ahora que ya lo sabes, la próxima vez serás disciplinada.
No volverá a ocurrir, Amo.
Eso espero.
El coche de Ruth estaba estacionado en el aparcamiento del aeropuerto, en una plaza bastante alejada de las zonas de paso. Darkshadow vió en seguida una oportunidad excelente para comenzar a mostrar a la joven lo que tenía reservado para ella.
Antes de entrar en el coche dijo- quiero que me muestres la ropa interior que llevas puesta.
Sí, Amo respondió Ruth, mirando que no la viese nadie y levantando el borde delantero de su falda hasta descubrir un bonito tanga transparente de color rojo que no llegaba a tapar el triangulito de pelo negro que coronaba su joven chochito. La fina telilla se adhería a su ya húmeda raja, delineando claramente el contorno de sus labios vaginales.
Un tanga muy bonito. Te felicito por la elección. Es una lástima que vaya oculto bajo la falda y no tengas oportunidad de lucirlo. Quizá debieramos solucionar ese problema.
No... no le entiendo, Amo. ¿Qué... qué quiere que haga?
Quiero que te quites la falda, perra, y que me la entregues ahora mismo ordenó Darkshadow con un tono severo y autoritario que hizo aflorar los más profundos instintos sumisos de la joven.
Sí, Amo. Lo que Usted ordene, Amo respondió Ruth con premura, mientras sus manos bajaban la cremallera de la falda y la dejaban caer hasta los tobillos.
La muchacha dio un paso atrás, se agachó a recogerla y se la entregó a Darkshadow. Sus nalgas y la parte superior de sus muslos estaban ahora totalmente expuestos. Ruth miraba a todos los lados, temiendo que en cualquier momento alguien que pasase cerca acabase descubriendo su estado de desnudez. Afortunadamente, no había nadie próximo a ellos.
Así está mejor resonó la voz del Amo- Ahora quiero que desabroches los botones de tu camisa, te bajes las copas del sostén y me presentes tus tetas.
Sí, Amo.
A pesar de su temor a ser descubierta, la forma en la que Darkshadow la estaba tratando tenía a la joven sumisa chorreando de excitación. Eso, y el deseo profundo de agradar a su Amo en su primera sesión, hacían que Ruth obedeciera ciegamente las órdenes que se le daban. Sus nerviosas manos tardaron más de lo habitual en desabrochar los botones de su camisa rosa, entallada, mostrando un sujetador de encaje rojo a juego con el tanga que llevaba. Entonces, volvió a mirar alrededor y tras percatarse de que seguían solos, bajó las cazoletas del sostén y dejó al aire sus dos magníficas tetas, cuyos pezones erectos apuntaban desafiantes hacía arriba. Era evidente que estaba terriblemente cachonda.
Darkshadow alargó sus manos y tomando ambos pezones entre los dedos pulgar e índice los amasó con delicadeza. Ruth comenzó a suspirar y su respiración se hizo más agitada, al tiempo que una abundante descarga de flujos acababa de empapar su diminuto tanga.
¿Eres una verdadera zorrita cachonda, verdad? preguntó el Amo, acercando su cara a la de la chica y mirandola fijamente a los ojos.
Sí, Amo balbuceó la joven, su ardiente deseo haciendola olvidar finalmente dónde se encontraban.
¿Y qué deseas de mi, preciosa?
Servirle, Amo. Servirle como la perra sumisa que soy soltó Ruth, vaciando el interior de su alma.
No es fácil servirme, zorra. Soy un Amo muy exigente. No es suficiente ser una perra sumisa para complacerme.
Estoy dispuesta a hacer todo lo que usted me pida, Amo. Por favor, permitame demostrarle hasta qué punto deseo someterme a usted.
Darkshadow tiró con fuerza de sus pezones y sus caras quedaron prácticamente pegadas.
A eso he venido, zorra. A descubrir si mereces la pena o eres una pérdida de tiempo.
Ruth miraba muda e hipnotizada los profundos ojos azules del Amo, mientras su cuerpo temblaba de excitación y deseo. Sabía que era suya, que le pertenecía en cuerpo y alma, que le obedecería en todo, en todo...
Darkshadow lo vio en sus ojos. No se había equivocado con ella. Aquella jovencita tenía potencial y él se iba a encargar de explotarlo. Apretó sus pezones con más fuerza y Ruth contuvo la respiración, intentando sustraerse al dolor.
¿Sabes lo que vas a hacer ahora, perra? era una pregunta retórica.
Lo que usted ordene, Amo.
Te vas a humillar ante mi y vas a lamer mis botas con tu lengua de zorra hasta dejarlas relucientes.
Es el momento de la verdad, pensó Darkshadow. Pero no hubo ni una duda, ni una protesta. Ruth se puso a cuatro patas en el suelo del aparcamiento y flexionando los brazos agachó la cabeza hasta que su boca tuvo al alcance la bota derecha del hombre. Entonces, sacó la lengua y comenzó a lamerla.
Eso es, perra, aprende cual es tu lugar dijo Darkshadow, sin dejar de mirar el carnoso trasero de la joven, totalmente expuesto en pompa, a excepción de la fina tirilla del tanga.
Durante diez minutos, Ruth lamió y ensalivó las botas del Amo, sin emitir la más leve queja. A pesar de la humillación, estaba cachonda y salida como no recordaba haberlo estado nunca. Necesitaba correrse, pero sabía que para ello necesitaba la autorización del Amo. Eso aún le excitaba más.
Es suficiente anunció finalmente Darkshadow- puedes incorporarte.
Ruth se levantó con lentitud. Tenía ligeras molestias en las rodillas, debido a la posición y su boca estaba seca como un estropajo.
Guardate las tetas y ponte la falda dijo, dandole la prenda- es hora de irse.
Sí, Amo.
La joven obedeció, sin atreverse a confesarle lo caliente que estaba y los terribles deseos que tenía de alcanzar el orgasmo.
Ruth condujo hasta el céntrico y selecto hotel Ritz, donde al parecer el Amo tenía reservada una habitación. Sin duda, tiene dinero, se dijo la joven.
Bajaron del vehículo y un joven botones aparca-coches se acercó a ellos. Ruth le entregó las llaves del volkswagen golf y siguió al Amo hasta la recepción, cuidandose de guardar la distancia. Otro joven se acercó y tomó la maleta de Darkshadow.
Tengo reservada una suite dijo el Amo con autoridad a la elegante mujer que se sentaba tras el mostrador de recepción.
Por supuesto, Señor. ¿Me podría decir su nombre?
Soy el Señor El Sr. Sotogrande Sotogrande.
¡Por fin descubría el nombre real del Amo! El Sr. Sotogrande Sotogrande. D. S. Dark Shadow.
Sí, Sr Sotogrande. Aquí tiene la llave. Espero que disfrute de su estancia con nosotros.
Estoy seguro de que así será, gracias.
A usted.
Ruth siguió al Amo hasta el ascensor y en breves minutos llegaron a la suite, que estaba en el último piso del hotel. El Sr. Sotogrande abrió la puerta y entraron. Era una habitación magnífica, grande, con una enorme cama y decorada con exquisito buen gusto. El Amo corrió las cortinas y un abundante chorro de luz inundó la estancia. La vista sobre el Paseo del Prado era increíble. Llamaron a la puerta. Era el botones con la maleta de Darkshadow. Antes de irse, el joven miró a Ruth preguntandose si sería la hija o la novia del hombre. Ninguna de las suposiciones era acertada.
Una vez solos, el Amo se dirigió a la muchacha con una mezcla de dulzura y autoridad.
Cuando estemos solos y a menos que yo te indique lo contrario, irás completamente desnuda.
Sí, Amo respondió la joven comenzando a quitarse todo lo que llevaba encima hasta quedarse totalmente en cueros.
Estaba tan excitada que sus pezones se erguían eniestos apuntando hacia arriba y su conejito se mostraba abierto, con los labios hinchados y la humedad bien visible en la vulva.
El Sr. Sotogrande sacó algo de su maleta y se lo mostró. Era un collar de perro, delgado, de cuero rojo, con una chapita dorada que mostraba el nombre "Ruth" grabado.
¿Te gusta? preguntó el hombre
Sí, Amo.
Más te vale, porque deberás llevarlo puesto siempre que estés en mi presencia.
Antes de ajustárselo alrededor del cuello, el Sr. Sotogrande mostró brevemente a la joven el reverso de la chapa en la que se había grabado la inscripción: "Propiedad de D. S." El cuerpo de Ruth se extemeció ante aquel símbolo de posesión.
Ponte a cuatro patas ordenó el Amo.
A la chiquilla le faltó tiempo para obedecer y el Sr. Sotogrande enganchó una correa a su collar.
Ahora, sí eres una verdadera perrita dijo- vamos, empieza a moverte y ladra.
Ruth no podía haber imaginado una humillación mayor, pero comenzó a gatear a cuatro patas mientras su boca intentaba imitar los ladridos de un perro.
¡Guau, guau, guau! ladraba la azorada joven.
El Sr. Sotogrande no pudo evitar una sonrisa al observar la total sumisión de aquella bella jovencita. Después de un corto paseo por la habitación, el hombre obligó a la perra a detenerse y erguirse de forma que sus nalgas reposasen sobre sus talones y las palmas de sus manos sobre sus muslos.
Esta es la posición en la que una perra obediente espera las órdenes de su dueño, ¿está claro?
Sí, Amo.
Mientras hablaba, el Sr. Sotogrande se soltó el cinturón y se desabrochó los pantalones. Era hora de que Ruth rindiese pleitesía a su endurecido miembro. Los ojos de la joven se abrieron como platos al ver la herramienta del hombre. ¡Menudo pollón tenía! Aún con su corta experiencia con chicos, un par de rollos en el instituto, Ruth se dio cuenta de que aquel falo era más largo y grueso que la media y los dos testículos que colgaban de él, gordos como pelotas de ping-pong. El Sr. Sotogrande sabía perfectamente la reacción que las mujeres experimentaban al admirar por primera ver su verga, aún así no pudo reprimir una sonrisa.
¿Acaso no esperabas que tu Amo estuviese bien dotado?
Yo... bueno, no esperaba algo así, Amo.
El Sr. Sotogrande abofeteó las mejillas de la joven con su miembro y a continuación lo ofreció ante sus labios. Ruth abrió la boca y comenzó a chupar el deseado tronco de su Amo. Intentó sujetarlo con sus manos, pero el hombre le indicó que debían permanecer sobre los muslos. La inexperta muchacha siguió la felación con mucha dificultad, hasta que el Sr. Sotogrande le agarró un manojo de pelo y comenzó a follarle violentamente la boca. Ruth no había sido nunca usada de forma tan brutal y las duras embestidas le provocaban arcadas y sensación de asfixia, pero no se quejó. Sabía que el Amo la estaba poniendo a prueba y ella quería estar a la altura. Finalmente, el Sr. Sotogrande se detuvo, sacó la polla de su boca y tras masturbarse brevemente, comenzó a descargar abundantes chorros de leche sobre su cara, su pelo y sus pechos. La joven miraba asombrada y excitada cómo aquella gruesa manguera la bañaba en semen. Cuando terminó de pulsar, el Sr. Sotogrande volvió a ponerla al alcance de sus labios.
Dejala limpia y reluciente, zorra ordenó.
Sí, Amo.
La lengua y la boca de Ruth se aplicaron sobre el miembro del Sr. Sotogrande. Era la primera vez que la joven probaba el sabor del semen, y aunque le resultó extraño, no le disgustó. Más desagradable era la sensación de la leche resbalando por su cara y por su torso.
Cuando el Amo lo creyó conveniente, detuvo la felación.
Ve al baño y aseate ordenó.
Sí, Amo aceptó Ruth, comenzando a incorporarse.
¿Qué haces? la interrumpió el Sr. Sotogrande.
Lo que usted me ha ordenado, Amo. Ir al baño respondió la joven, confundida.
¿Te he dado yo permiso para levantarte?
No, Amo. Lo siento respondió la joven, comenzando a gatear en dirección al baño.
Daniel Sotogrande observó con una sonrisa el trasero de la muchacha y el conejito, que se veía húmedo entre sus muslos. Sabía que eran suyos y que pronto haría buen uso de ellos, aunque lo primero era recuperarse de la fabulosa corrida que acababa de tener. Sabía, por experiencia, que eso no llevaría mucho tiempo.
Ni se te ocurra masturbarte, zorra soltó antes de que la gateante figura de Ruth desapareciese tras la puerta del baño.
Una vez a solas, la joven se incorporó y automáticamente se dirigió a la ducha, que era más bien una amplia y cómoda cabina de hidromasaje. Tuvo que decirse a sí misma que todo aquello era real. Que lo que había estado esperando durante semanas, estaba ocurriendo de verdad y era mucho más salvaje e intenso de lo que había esperado. Darkshadow, el ente virtual del que había sido sumisa durante las últimas semanas, se había transformado en Daniel Sotogrande, un Amo real, dominante, que hacía aflorar sus más profundos e íntimos deseos de ser sometida.
Los chorros de agua golpearon sobre su cuerpo, hacíendola estremecerse. Tenía tantos deseos de llevarse las manos a sus pezones, a su sexo... pero lo tenía prohibido. Intentó llenar su cabeza con otras cosas, para evadirse de la ansiosa necesidad de llegar al orgasmo. Pensó en su madre, la renombrada cirujana Jimena Ortíz, y en su padre, Fernando Sánchez, flamante subdirector de una importante compañía de análisis financiero; incluso pensó en su hermana Sara, tan responsable, tan inteligente,... ¿Qué pasaría si llegasen a descubrir lo que estaba haciendo? Les daría un síncope, sin duda. Todo aquello era una locura, lo sabía... pero no podía evitarlo. Y menos ahora que había conocido al Sr. Sotogrande. Ahora no había marcha atrás...
Sus manos comenzaron a enjabonar su cuerpo, deteniendose demasiado tiempo sobre sus tetas, sobándolas, estirando sus endurecidos pezones... ¡Dios, qué cachonda estaba! Sus gemidos eran cada vez más urgentes, su respiración más agitada. Se alzó de puntillas hasta recibir el chorro de agua procedente de uno de los eyectores sobre su henchido clítoris. ¡Qué gustazo! Se iba a correr como una bestia...
Lo siguiente que supo es que se había abierto la mampara de la cabina y una mano fuerte le había aferrado el pelo. El Sr. Sotogrande la estaba arrastrando hacia la habitación, su cuerpo chorreando y moviendose con torpeza.
¡Zorra estúpida! gritó el Sr. Sotogrande, abofeteando su cara- ya te enseñaré yo a obedecerme.
¡Perdón, Amo! ¡Perdón, Amo! suplicaba la joven, mientras el Amo tiraba de ella hasta doblarla sobre uno de los brazos del sofa.
¡ZAS! ¡ZAS! ¡ZAS! Los azotes caían sobre sus blancas y húmedas nalgas con una intensidad y una virulencia terrible. La pobre chiquilla lloraba y gritaba de dolor.
¡Sucia perra! exclamaba el Sr. Sotogrande, mientras descargaba una nueva lluvia de cachetes sobre el culo de su sumisa.
No, por favor, Amo, no me de más lloraba y suplicaba Ruth
¡Y tu querías servirme! ¡No eres más que una perra inútil!
Por favor, Amo. No volverá a ocurrir. Perdoneme, por favor.
El trasero de la joven aún recibió cuatro buenos azotes antes de que el Sr. Sotogrande diese por concluído el castigo. Sus nalgas habían adquirido un color rojo intenso que contrastaba con el blanco de su mojada piel.
Ve al baño a secarte y vuelve en seguida ordenó el Amo.
Ruth se incorporó despacio, gimoteando y con la cabeza gacha dijo:
Perdoneme, Amo. Siento haberle desobedecido. Estaba tan excitada que no he podido resistir la tentación de masturbarme.
Tu entrenamiento consiste en eso, en aprender a controlar tus necesidades si tu Amo así te lo ordena. Debes entender que los deseos que importan son los de tu Amo y no los tuyos. Tu eres una sumisa, debes ser consciente en todo momento de tu posición y de que tus salidas de tono serán encauzadas con una ferrea disciplina.
Lo entiendo, Amo. Y le pido perdón por mi comportamiento.
Está bien. Ahora ve a secarte.
Sí, Amo.
Ruth fue al baño, tomó una toalla blanca de las varias que había apiladas en una repisa y secó cuidadosamente su cuerpo, siendo especialmente cuidadosa al ocuparse de su dolorido trasero. ¡Qué estúpida había sido! Tenía bien merecidos los azotes, pensó mientras aplicaba el secador al pelo. Por un momento, había temido que el Amo la repudiase. Debía ser más cuidadosa y obediente. Tenía que demostrarle lo buena sumisa que era...
Cuando volvió a la habitación, el Sr. Sotogrande la esperaba completamente desnudo, reclinado sobre el cabecero de la cama. Era la primera vez que le veía totalmente en cueros, y la joven se admiró de lo bueno que estaba. Su cuerpo era musculoso y bien proporcionado, sin caer en el exceso. Cuerpo de nadador, con las espaldas anchas. No estaba depilado, aunque tampoco tenía mucho vello. Sus ojos volvieron a dirigirse a su miembro. No estaba en erección, pero sí endurecido y Ruth volvió a admirarse de su tamaño. ¡Deseaba tanto sentirlo dentro de su excitada almejita!
Gatea hasta la cama y sube a ella ordenó el Sr. Sotogrande.
La muchacha advirtió las dos cámaras de vídeo, sujetas sobre trípodes que se encontraban filmando. Aún así, se puso a cuatro patas y obedeció las órdenes, gateó y subió sobre la cama.
Una de las funciones importantes de una sumisa es dar placer a su Amo. Quiero que me demuestres lo que sabes hacer. Se sexy y sensual, provoca mi lujuria y hazme el amor.
Ruth no podía creer lo que oía. ¡Por fin! Su cuerpo temblaba de excitación, su vagina chorreaba de deseo.
Gracias, Amo balbuceó
Se había preparado para ese momento, comenzando a tomar la píldora. Bamboleando el trasero con sensualidad gateó hasta colocar sus rodillas a ambos lados de las caderas del Sr. Sotogrande. Entonces, se inclinó sobre él hasta que sus labios se encontraron con los suyos y lo besó. Fue un beso urgente, nervioso, inexperto... Siguió besándolo, cada vez con más confianza hasta que por fín sintió la lengua del Amo respondiendo a la suya, jugando con ella, e inflamada de deseo comenzó a gemir. Nunca se había sentido así, caliente como una gata salvaje, rebosante de lujuria. Mientras su boca devoraba la del Sr. Sotogrande, una de sus manos buscó su falo. Lo encontró erecto, lleno de vida y un gemido de excitación escapó entre sus ocupados labios. Pajeó aquel duro troncho, que apenas conseguía rodear con su mano, y descendió la pelvis hasta que el enorme glande circuncidado hizo contacto con su abierta raja. Un escalofrío de deseo recorrió el cuerpo de la joven, y una abundante descarga de líquidos baño el miembro del Sr. Sotogrande.
¡Oooooh! ¡Ooooooh! gemía Ruth, mientras la polla de su Amo entraba con lentitud en su lubricada caverna y distendía sus paredes, como nunca antes lo habían estado.
La sensación era increíble, indescriptible y con los ojos cerrados por el placer, abrazada al Amo, sus erectos pezones rozando contra su torso, la joven se extremeció en el primer orgasmo del día, antes incluso de que la verga del Sr. Sotogrande entrase por completo en su encharcada almeja.
¡Eso es, zorra! ¡Correte como una perra y mueve ese culito con ganas! ¡Quiero que me exprimas la polla hasta dejarme sin una gota de leche! la animó el Amo.
Ruth empezó a menearse con urgencia, subiendo y bajando la pelvis, empalándose y desempalándose en el tieso cipote del Sr. Sotogrande, que le dilataba el coño hasta límites insospechados. El cuerpo de la joven no tardó en empaparse de sudor y sus gemidos, jadeos e incluso gritos de placer comenzaron a llenar la habitación. La lujuria se había apoderado por completo de la joven sumisa, que recibió con un nuevo orgasmo los dolorosos pellizcos que el Amo comenzó a dar a sus duros pezones.
¡Aaaaaaaaah! ¡Sí, Amo, sí! ¡Aaaaaaaaaaaaaah! gritaba la cachonda chiquilla.
¡Toma, perra, toma! respondió el Sr. Sotogrande, que ahora también tomaba parte activa en la follada, aproximandose a su propio orgasmo.
Ruth aún seguía disfrutando de su clímax cuando haciendo un alarde de fortaleza, el Amo la volteó hasta colocarse sobre ella y con una poderosa embestida hundió su polla hasta el gollete y comenzó a descargarse en su coño.
¡Siiiiiiiiiii! gritó- ¡Toma leche, zorra!
La joven podia sentir las contracciones de aquel fabuloso falo vaciandose dentro de sus entrañas e inundándolas de semen. Aquello no hizo más que intensificar y prolongar su clímax, mientras Amo y sumisa se jodian como perros en celo.
Tras varios minutos de intensa pasión, Ruth se quedó quieta, exhausta sobre la cama, mientras el Sr. Sotogrande seguía embistiendola, apurando su orgasmo hasta el final. Cuando terminó, salió de ella y se incorporó. La chica le miraba con ojos agradecidos, satisfechos, agotados. El la sonrió. Un pequeño premio. Se había portado bien, tenía aptitudes.
Descansa un poco le dijo- yo te despertaré con tiempo para prepararte y salir. Debes estar repuesta para esta noche.
Gracias, Amo balbuceó la joven.
Había sido, con diferencia, la mejor experiencia sexual de su corta vida, y aún estaba intentando asimilarla. Distraídamente miró a una de las cámaras y sonrió. Después cerró los ojos y acabó por quedarse dormida. El Sr. Sotogrande observó su cuerpo, desnudo sobre la cama, las piernas ligeramente abiertas. Aún tenía los labios vaginales hinchados y la vulva enrojecida.
El hombre tomó un teléfono móvil que guardaba en su maleta y se dirigió al baño. Una vez allí marcó el número al que deseaba llamar. Una voz femenina, le respondió al otro lado.
Hola, Daniel. ¿Cómo va todo?
Ha sido pan comido respondió el Sr. Sotogrande- la chica es tan sumisa como nos pareció a través de internet. No se ha negado a nada.
¿Qué hace ahora?
Está dormida, no te preocupes. Acabo de follarmela y se ha quedado exhausta.
Te lo estás pasando en grande, ¿eh, cabrón?
Ya sabes lo que me gustan las primeras sesiones, cuando todo es nuevo para ellas. Y ésta realmente promete.
¿Qué me dices de esta noche? ¿Sigues pensando que la madre de la otra va a aparecer?
No es seguro, pero si realmente leyó el mensaje que iba dirigido a su hija, confío en que la curiosidad le mueva a ello.
Ten cuidado, a lo mejor no es presa fácil.
¿Recuerdas a las madres de Laura y de Silvia? Resultaron ser más sumisas que sus propias hijas. Estoy empezando a creer que hay un componente genético en la sumisión y si es así, la mamá de Susana no debería ser diferente.
A no ser que los genes procedan de su padre apuntó la mujer.
El Sr. Sotogrande no pudo evitar reirse.
Tienes razón dijo- seré cuidadoso.
Suerte. Ya me contarás.
Hasta luego, preciosa.
Adios.
Y colgó. Había que recoger y prepararse para la noche.
Continuará