Jovencitas sumisas (2)

María José, la mamá de Susana, descubre la afición de su hija por los relatos de dominación.

Eran las tres de la mañana y Susana aún estaba despierta en la cama. Había abandonado la casa de Ruth a las once y media de la noche, inmediatamente después de vestirse. Tenía necesidad de estar sola y su amiga no había intentado retenerla. Sin embargo, antes de acompañarla a la puerta, Ruth había metido en su mochila un fajo de relatos eróticos, sin que ella emitiese protesta alguna y le había preguntado si la esperaba al día siguiente a las diez de la noche. Susana había respondido que aún no sabía, que necesitaba aclarar sus ideas y que ya la llamaría.

El chalet de los padres de Susana estaba en Aravaca, no muy lejos de donde vivía Ruth y tardó poco más de diez minutos en llegar a casa. Sus padres, Jaime y María José, estaban en el salón viendo una película. Susana los saludó y tras un breve diálogo sobre las vicisitudes del día, se excusó y subió a su habitación. Una vez dentro, cerró la puerta y se quitó la ropa, a excepción de las braguitas de Ruth. La habitación de Susana era muy parecida a la de su amiga, con una cama, una mesilla de noche, una mesa de estudio sobre la que descansaba el ordenador, una cómoda, una minicadena, miles de CDs y un armario, cuyas puertas eran espejos y reflejaron el cuerpo semidesnudo de la muchacha. Así la habían visto Ruth y "DarkShadow". Sin dejar de mirarse, Susana comenzó a acariciar sus pechos. Lo hizó despacio, sin prisas, dejando que sus pezones se endureciesen y estirandolos entonces con delicadeza. Después acarició su cuello, su abdomen, sus muslos, sus nalgas...todo muy lentamente, inflamando su cuerpo de excitación. Su mente no paraba de darle vueltas a lo que había pasado aquella noche. Tener fantasías de dominación era una cosa, hacerlas realidad otra muy diferente. Ruth está yendo demasiado lejos, se dijo, aunque al menos ella no tiene novio. Pensó en Carlos y sintió una punzada de culpabilidad. Qué pensaría si supiese que se había estado exhibiendo para otro hombre y que se había corrido mientras su amiga Ruth le metía los dedos en su conejito. Aquello era perverso, tener los dedos de otra mujer en su coño. Y sin embargo, no la había detenido. Bueno, lo había intentado...pero estaba tan cachonda, le estaba dando tanto gusto...Susana enrojeció de vergüenza al pensar cómo había dejado la mano de Ruth cubierta con sus flujos. Y ahora estaba haciendo lo mismo con su tanga. Sin poder reprimirse comenzó a acariciarse el coño por encima de la braguita de su amiga. Me voy a correr en sus bragas, pensó. Y aquel pensamiento tan obsceno fue suficiente para provocarle un intenso orgasmo.

Fue el primero. A las tres de la mañana ya había experimentado otros tres mientras leía los relatos de dominación que le había dejado su amiga. Aquellas historias contenían muchas de las cosas que había recreado en sus fantasías y otras que ni siquiera había imaginado. Aún seguía con el tanga negro de Ruth puesto, completamente empapado. Sabía que si se lo quitaba estaría más cómoda y que "DarkShadow" jamás lo sabría, pero por alguna razón se sentía impulsada a dejarselo puesto.

Paró de leer. Estaba demasiado cansada. Agotada. Mañana seguiría. Y también mañana idearía alguna forma de poder estar a las diez de la noche en casa de Ruth. Había decidido que iría. Una sesión más, se dijo, sólo una sesión más y ya está. Apagó la luz e intentó dormir.

A Ruth tampoco le había sido fácil conciliar el sueño. Hasta esa noche, su vida como sumisa había sido exclusivamente suya. Y de su Amo virtual, en los últimos dos meses. Ahora, Susana sabía su secreto. Acarició su pubis sobre las bragas de su amiga. ¿Llevaría Susana aún puestas las suyas? Seguramente no. Era sumisa, de eso no cabía duda, pero aún no estaba lo suficientemente adiestrada. Comenzó a masturbarse mientras recordaba el cuerpo semidesnudo de su amiga temblando mientras sus dedos entraban y salían de su jugoso coñito. Se llevó los dos dígitos a la boca y los chupó. Aún conservaban el sabor de Susana y Ruth se extremeció excitada. Su mente vagó varios años atrás, hasta cuando había comenzado a descubrir el sexo junto a su amiga Marga. Habían ido poco a poco, pero finalmente había llegado el sexo oral. Primero habían sido besitos en el ombligo, en los muslos, en las ingles, después en los labios, en el clítoris hasta que un día fue ella la que se aventuró a introducir la lengua en el chochito de Marga. El sabor no le fue agradable, pero los gemidos de excitación que arrancó a su amiga, le hicieron seguir con el cunnilinguus hasta que, para su sorpresa Marga se corrió en su cara. A partir de ese día, siempre que se acostaban juntas su amiga le pedía que le practicase sexo oral. En un principio Ruth lo había hecho como un favor, no era algo que le apasionase y el sabor era fuerte y desagradable, pero poco a poco se había ido acostumbrando, hasta el punto de llegar a disfrutarlo y desearlo.

Ruth se preguntó si a Susana le gustaría tanto como a Marga que le comiesen el coñito. Quizá tuviese ocasión de comprobarlo. Todo dependía en gran medida de que Susana se animase a acudir a su cita con "DarkShadow" del día siguiente. Esperaba que sí, aunque no estaba muy convencida. Sabía que dar el paso sería difícil...

De pronto, Ruth sintió la necesidad de escribir a su Amo. A pesar de su tremenda excitación, dejó de masturbarse y se sentó ante el ordenador. Una vez encendido, se conectó al correo electrónico, introdujo su password y pinchó la opción de escribir un mensaje nuevo. Las palabras se deslizaban rápido de su mente a sus dedos y de estos a la pantalla del ordenador.

"Querido Amo,

Quería decirle que la sesión de hoy, aunque corta, ha sido muy intensa para mi. Espero que no esté enfadado conmigo por haber hecho partícipe de nuestra relación a mi amiga Susana. Necesitaba contarselo a alguien. Como ha podido comprobar, ella también es sumisa y me gustaría que, al igual que yo, se convirtiese en su obediente esclava virtual. Aún no me ha dicho si vendrá mañana. Espero que sí. Verla desnuda y tener mis dedos en su coño me ha hecho recordar a mi amiga Marga. Usted ya sabe a qué me refiero. ¿Ha visto usted lo peludo que es su coño? Me encantaría depilarselo para usted. ¡Oh, cuánto deseo que la convierta en su esclava!

Su perrita Ruth"

Pulsó "Enviar". Después apagó el ordenador y se tumbó en la cama. Su mano izquierda acarició sus pezones, mientras la derecha se colaba bajo las bragas de Susana hasta encontrar su hinchado clítoris y frotarlo vigorosamente. No tardó en correrse. Su cuerpo se arqueó sobre las sábanas y los jugos de su coño empaparon las bragas y se mezclaron con los de su amiga. En seguida se sumió en un sueño ligero e intranquilo, lleno de fantasías de dominación en las que también aparecían Susana y hombres con máscaras. Cuando despertó por la mañana las bragas que llevaba puestas seguían como las había dejado antes de dormirse: Empapadas.

A Susana le despertó una llamada a su teléfono móvil. Lo cogió perezosamente. En la pantallita iluminada se podía leer el nombre de "Tamara".

Hola, Tami –dijo descolgando

Buenos días, Susi. ¿Estabas dormida? Suenas como si acabases de despertarte.

Sí, estaba sobando. Ayer me dormí tarde. ¿Qué hora es?

Las once.

Vaya, si que he dormido. ¿Llamabas para contarme lo de Rafa?

Sí. Había pensado que podíamos quedar en el centro comercial y aprovechar para ver tiendas.

Vale. Dame una hora y nos vemos allí, en la puerta del McDonalds.

De acuerdo. Voy a llamar a Vero por si se quiere pasar.

OK. Nos vemos –dijo. Y colgó.

Susana se levantó de la cama y sus ojos se posaron sobre el taco de folios apilados en el suelo, al lado de la pata de madera. Aún le quedaban bastantes relatos por leer. Estaba excitada. Quizá le diese tiempo a leer uno corto y masturbarse. Tomó uno al azar y volvió a reclinarse en la cama. Aún llevaba el tanga de Ruth, pero la orden de "DarkShadow" ya había expirado así que lo deslizó por sus piernas y lo tiró al suelo. Su mano derecha encontró rápidamente su clítoris y la muchacha comenzó a frotarlo suavemente mientras leía el relato. Era la historia de una mujer madura, casada y con una hija, cuya personalidad sumisa era aprovechada por una vecina lesbiana y dominante para someterla y convertirla en su juguete sexual. Susana se consideraba heterosexual, pero leer las vejaciones y humillaciones a las que era sometida la sumisa ama de casa le estaba poniendo muy cachonda. ¿Cómo se sentiría ella si otra mujer la obligara a lamerle el coño?. Una ola de excitación le recorrió el cuerpo. No puede ser, se dijo, es imposible que esto me excite, a mi me gustan los hombres. Y sin embargo, cuando la dominante vecina ordenó a la sumisa mamá que le lamiese el ojete del culo, Susana se derramó en un intenso orgasmo.

Tardó varios minutos en recuperarse y cuando lo hizo se dio cuenta de que ya eran las once y veinte. Iba a llegar tarde a su cita con Tamara. Se levantó de un salto, se puso una bata y salió pitando hacia el cuarto de baño.

Maria José, la mamá de Susana, entró en la habitación de su hija. Llevaba en las manos una pila de ropa limpia y planchada. María José tenía 40 años, y se parecía bastante a Susana, aunque en vez de llevar el cabello largo prefería una melenita corta por encima de los hombros y con las puntas hacia dentro. Al igual que los de su hija, sus ojos eran grandes y negros, sus labios gruesos y su tez clara. Sus pechos eran algo más abundantes, y a diferencia de Susana, María José tenía algo de barriguita, un culo más prominente y unos muslos carnosos y mazizos. La mamá dejó la ropa sobre la silla del dormitorio y sus ojos se posaron en las braguitas que descansaban sobre el suelo. No recordaba que su hija tuviese tanguitas tan pequeños. Lo cogió y lo estiró entre sus dedos. Era diminuto y muy sexy. Enrojeció. Ella jamás se habría atrevido a comprarse algo así y mucho menos a ponerselo. No cabía duda de que su hija tenía menos vergüenza que ella. Volvió a dejar las braguitas tal y como estaban, sobre el suelo y fue entonces cuando se fijó en el montón de folios que descansaban a la cabecera de la cama. No era algo inusual en Susana el tener apuntes apilados allí, pues a veces estudiaba semi-tumbada, pero aquello no eran apuntes, sino folios impresos y en la parte superior del primero María José distinguió claramente una cara de mujer con un pene en la boca. Atónita y confundida, la mamá se acercó y hojeó algunas hojas. ¡Dios Santo!, se dijo, ¡Son relatos pornográficos!. No podía creerlo. Susana era una chica tan normal...

Entonces se dio cuenta de que el ruido de la ducha había cesado. Dejó los papeles como estaban y volviendo a coger la ropa planchada abandonó apresuradamente la habitación. No quería dejar pruebas de que había estado en la habitación de su hija.

Susana no notó nada. Tenía demasiada prisa para apreciar pequeños detalles. Abrió el armario y de uno de los cajones sacó unas braguitas rosas de tela y un sostén a juego. Se los puso. Después eligió una falda marrón, larga, una camisetilla, un jersey de punto negro, con florecitas de colores y unos calcetines de punto largo para ponerse con sus botas de piel. Una vez vestida recogió la habitación, cuidandose de meter los relatos en el fondo de un cajón de su escritorio. Sabía que a su madre le iba a sorprender encontrar el tanga de Ruth en el cesto de la ropa sucia, así que hizo un ovillo con él y lo guardó en el mismo cajón que los relatos. Tendría que lavarlo a mano y secarlo sobre el radiador de la habitación. Miró el reloj. Las doce menos diez. Iba a llegar tarde. Se apresuró al cuarto de baño y se retocó ligeramente. Después se aplicó unas gotas de "Miracle" y bajó corriendo a la cocina.

Buenos dias, mamá –dijo apresuradamente- me voy al centro comercial. He quedado con Tami.

Buenos días

María José le lanzó a su hija una mirada extraña, su cabeza aún digiriendo lo que había visto en la habitación de la joven. Susana no se dio cuenta.

¿Vas a volver para comer?

No lo sé. A lo mejor nos tomamos algo allí. Te doy un toque y te digo.

De acuerdo.

Mientras hablaba, Susana se preparó un vaso de leche con "Colacao" y se lo bebió de un trago. Después dio un beso a su madre y salió disparada.

Maria José estaba terminando de recoger la cocina y lo hacía de forma refleja, mecánica. Su cabeza no dejaba de dar vueltas una y otra vez al sorprendente descubrimiento que había hecho. Finalmente no pudo más, se quitó el delantal y subió corriendo a la habitación de su hija. Los papeles no estaban ya en el suelo, el tanga tampoco. Se puso a buscar cuidadosamente, sin desordenar las cosas. Al abrir uno de los cajones del escritorio se encontró con las braguitas negras, hechas un ovillo en una esquina. ¿por qué las habrá puesto en un cajón del escritorio?, se preguntó sin entender. Poco después descubría los relatos eróticos en el fondo del mismo.

Maria José se sentó en la cama de su hija y comenzó a leer uno de ellos. El título era impactante: "Matrimonio de sumisos". Los protagonistas, una pareja de recien casados se iban a vivir a su nueva casa, un hermoso chalet en un selecto vecindario. La mujer, una joven hermosa de 24 años decide ir a saludar a los vecinos y éstos, una pareja madura, intuyen su personalidad tímida y sumisa y hacen buen uso de ella. Durante los siguientes días, cuando el marido se va a trabajar, la joven esposa acude a casa de sus vecinos para ser adiestrada en la sumisión.

María José dejó de leer. Estaba impactada. Aquello era perverso. Sin embargo...no podía negar su excitación. Hacía tiempo que sus pezones no estaban tan duros y no necesitaba tocarse para saber que sus bragas se habían humedecido. Siguió leyendo. El relato seguía describiendo la degradación de la sumisa esposa por parte de los perversos vecinos. Había una descripción excelente e increíblemente explicita de cómo la chica era obligada a comerse el coño de su dominante Ama mientras el marido la penetraba por detrás.

Tremendamente excitada, María José desabrochó varios botones de la camisa que llevaba y comenzó a acariciarse los pezones por encima del sostén. Pronto, esto le pareció insuficiente y desplazando las copas del sujetador hacia abajo extrajo sus dos pechos y continuó el estimulante magreo. A pesar de que la edad de María José estaba más próxima a la de la dominante vecina que a la de la joven esposa, desde un primer momento la mamá de Susana se había metido en la piel de ésta última y sentía como propias las vejaciones a las que era sometida la sumisa recién casada.

María José leyó embobada cómo la muchacha era marcada en la planta del pie derecho como propiedad privada de sus Amos y cómo éstos la obligaban a llevar un collar de cuero del que colgaba una placa con el nombre "puta cerda".

María José sentía una calentura horrible y sin poder resistirse se recogió la falda beige que llevaba sobre la cintura y se llevó la mano al pubis. La parte frontal de sus bragas blancas estaba totalmente mojada. Jamás en su vida se había humedecido así. El delicado contacto de sus dedos sobre su clítoris, incluso a través de la empapada telilla, hizo que su cuerpo se extremeciese de deseo. Aquel relato le estaba volviendo loca. Sin pensarselo dos veces, tomó el elástico de las bragas y se las bajó por las piernas hasta quitárselas y dejarlas sobre el suelo. Entonces, se espatarró sobre la cama, con la espalda apoyada en el cabecero y comenzó a tocarse el chumis. Tenía un coño poblado, con abundante y rizado pelo negro. Sus labios estaban hinchados y abiertos, y el clítoris, fuera de su capuchón, se erguía eniesto. Era evidente que tanto la raja, como el abundante vello estaban humedecidos por abundante flujo vaginal. María José no se masturbaba desde que era adolescente, pero en aquellos momentos lo estaba haciendo con renovada pericia y necesidad.

Le excitó mucho leer cómo los Amos le prohibían a la sumisa esposa mantener relaciones sexuales con su marido mientras ellos la explotaban a su antojo. Finalmente, al cabo de varias semanas la joven estaba totalmente dominada y adiestrada, y el marido tremendamente frustrado.

María José se penetraba vigorosamente el coño con dos dedos que chapoteaban en el encharcado agujero. La mamá de Susana se mordía el labio inferior, la cara contraída por el placer y la habitación inundada por sus gemidos. Estaba tan cachonda que no sabía si iba a poder concluir el relato antes de correrse.

Leyó con ojos nublados y entre jadeos, cómo los Amos invitaban a la pareja a cenar, y cómo durante la cena demostraban al atónito marido el dominio que tenían sobre su mujer. La humillación fue total y absoluta, ya que ante las preguntas del Amo la joven esposa reconoció que prefería su polla a la de su marido, que éste no la hacía gozar como su Amo y que si en ese momento la obligasen a elegir entre volver a casa con su esposo o quedarse a vivir y a servir a sus vecinos, se quedaría. El joven marido la miraba embobado, pasivo, sin creerse lo que oía, pero sin saber por qué, con una tremenda erección. Entonces, el Amo se levantó y sin mediar palabra se bajó pantalones y calzones en un solo movimiento y advirtió al marido de que iba a follarse a su esposa. Este no emitió protesta alguna. Miraba fijamente el tremendo falo de su vecino. Era considerablemente más grande que el suyo, e imaginarse aquella polla abriendo el estrecho coñito de su esposa hizo que casi se corriese en las pantalones. Los vecinos cruzaron una mirada de complicidad. Sus sospechas eran ciertas. El marido era tan sumiso como la mujer, o más. Fue el Ama el que habló a continuación, para con voz autoritaria decir al joven esposo que a qué esperaba para gatear hasta su marido y prepararle la polla para follar a "puta cerda". El pene del muchacho palpitó bajo sus calzones y miró a su joven esposa que le devolvió una mirada suplicante. Después, echo su silla hacia atrás y se deslizó hasta el suelo, gateando a cuatro patas hasta llegar a donde estaba el Amo. Durante unos segundos admiró el largo y grueso pene y finalmente comenzó a lamerlo y ensalivarlo con su lengua.

Al igual que María José se había identificado con la sumisa esposa, también había imaginado que era su marido el que era humillado por un Amo dominante. Y cuando en su cabeza se dibujó la imagen de Jaime lamiendo el pollón de otro hombre, el orgasmo que estaba construyendo explotó entre sus piernas. En ese momento, soltó el relato y comenzó a frotar vertiginosamente su clítoris con una mano mientras tres dedos de la otra entraban y salían de su chumis. Su cuerpo se retorcía sobre la cama mientras gritaba su clímax con fuerza y vehemencia. Nunca había sido vocal, siempre había controlado mucho sus orgasmos, pero en ese momento todo su ser estaba desbocado, descontrolado...y el placer no parecía acabar. Nunca había tenido un climax tan largo. La mamá era todo un espectáculo, temblando y retorciéndose con las manos entre las piernas, mojando las sabanas de su hija con el jugo de su coño. Estuvo varios minutos en ese estado hasta que finalmente su cuerpo se relajó. Entonces, tras un breve periodo de euforia le sobrevino otro de vergüenza por lo que acababa de hacer. Se había masturbado como una loca sobre la cama de su hija. Vio las manchas de humedad en la sábana y a pesar de estar sola, se sonrojó. Recogió sus bragas, se las volvió a poner y se arregló la ropa. Después dejó el relato en su sito, al fondo del cajón y cambió la ropa de cama.

Avergonzada, pero satisfecha abandonó la habitación, preguntándosé cosas que nunca antes se había planteado. ¿Sería sumisa? ¿Por qué se había excitado tanto con aquel relato? ¿Y su hija, por que leía ese tipo de historias? ¿Sería sumisa? Era su única hija. Su niña. Se sintió preocupada. Sabía que a los jovenes de hoy en día les gustaba experimentar con todo. ¿Estaría su hija experimentando con la sumisión? ¿Conocería a algún Amo? Se dio cuenta que se estaba excitando de nuevo. ¡Dios, qué diablos pasa conmigo!, se dijo. E intentando apartar aquellos pensamientos bajó las escaleras y siguió con las tareas que había interrumpido.

Continuará