Jovencitas sumisas (14)

Jaime Salgado, el papá de Susana, es engañado y dominado por Mistress Elsa Klein que comienza a convertirlo en Gemma, esclava y puta bisexual.

Jaime Salgado estaba sentado cómodamente en su despacho, dando la espalda a un amplio ventanal con vistas sobre el Paseo de la Castellana. Esperaba la visita de una tal Sta. Elsa Klein. No la conocía de nada, ni le había dicho de qué quería hablar, pero le había asegurado que tenía interesantes planes para él. No sin ciertas dudas, Jaime había decidido recibirla. No podía permitirse perder un buen negocio.

Bip, bip. Era su interfono.

La Sta. Klein está aquí, Sr. Salgado –anunció la voz de su secretaria.

Hagala pasar, por favor, Sta. Collado

Segundos después, la puerta del despacho se abría y Jaime Salgado miraba impactado a la elegante, altiva y atractiva joven que se dirigía con paso firme hacia su escritorio. La muchacha no tendría más de treinta años, estimó el hombre, pero se movía con seguridad y entereza. Vestía un traje chaqueta de rayas ejecutivas con una falda cortísima, que acentuaba sus perfectas piernas, enfundadas en medias negras y ensalzadas con unos zapatos de tacón de aguja. Jaime Salgado tragó saliva y notó cómo la sangre inundaba su pene, provocándole una erección.

Buenos días, Sta. Klein –saludó el hombre, incorporándose de su asiento para recibir a la joven.

Buenos días, Sr. Salgado –respondió la dominatrix, estrechando su mano y notando inmediatamente la erección que sus pantalones no conseguían disimular.

Por favor, sientese –ofreció Jaime.

La joven tomó asiento.

Bien, Sta. Klein –empezó el ejecutivo- de qué quería usted hablarme.

Bueno, esto es un poco difícil de abordar –mintió la joven Ama- Lo cierto es que desde hace unos meses su empresa nos viene pidiendo que hagamos un seguimiento exhaustivo de las páginas Web a las que se conectan sus ejecutivos y... bueno, su caso es el más delicado...

No entiendo –Jaime se había ido poniendo tenso mientras escuchaba a aquella mujer- ¿eso es ilegal, no?

En realidad no, Sr. Salgado –respondió la dominatrix- la empresa tiene derecho a saber dónde se conectan sus empleados durante la jornada laboral.

El hombre se movió inquieto en su asiento. Era verdad que con cierta frecuencia se conectaba a páginas eróticas, para masturbarse y así liberar la tensión del trabajo. De repente se puso rojo como un tomate. Aquella joven debía de saber qué sitios visitaba.

En realidad, Elsa no sabía nada. Por supuesto, todo era un farol, parte de su plan, pero al ver cómo la cara de Jaime enrojecía sintió que había dado en el clavo.

El director general ha hecho especial énfasis en los sitios con contenido pornográfico –la joven dio otra vuelta de tuerca y notó cómo el hombre frente a ella se agazapaba nervioso como un ternerillo acorralado.

¿Qué... qué... va a pasar conmigo? –balbuceó, perdiendo su compostura- Tengo una familia que mantener.

Elsa Klein tomó con tranquilidad la foto que descansaba sobre el escritorio. María José y Susana posaban sobre el paseo marítimo de algún lugar de vacaciones.

Una mujer y una hija muy atractivas –dijo con tranquilidad- supongo que además, acostumbradas a mantener un buen nivel de vida.

¿No... No... van a despedirme, verdad? –Jaime era un manojo de nervios.

¡Oh! Sin duda –respondió la dominatrix con seguridad- si el Director General se entera, usted estará de patitas en la calle en menos que canta un gallo y además con muy malas referencias.

Jaime Salgado vio una luz de esperanza. El Director General aún no sabía nada.

Por favor –suplicó- no se lo diga usted. No puedo perder este trabajo y menos de esta manera.

Por eso estoy aquí, Jaime –sonrió la joven- puedo llamarte Jaime, ¿verdad?

Sí, sí, claro –el hombre miraba a la muchacha expectante.

En realidad, he venido a proponerte un trato –Elsa se preparó para la estocada final- Yo te guardo el secreto y tu haces algo por mi.

Lo que quiera, lo que quiera –se apresuró a ofrecer Jaime.

Muy bien –prosiguió la dominatrix- por lo pronto, puedes empezar por desnudarte.

¿Desnudarme? ¿Aquí? Sta. Klein, soy un hombre casado.

A pesar de su sorpresa y sus reservas morales, la polla de Jaime se puso dura ante la inesperada proposición.

Si no haces lo que te digo, pronto serás un hombre parado –respondió la dominatrix con tranquilidad.

Jaime sabía que no tenía opciones. Resignado, se incorporó y comenzó a desvestirse. No lo había hecho delante de otra mujer distinta a la suya desde que habían comenzado a salir, más de veinte años atrás. Pero allí, forzado a desnudarse delante de aquella atractiva e imponente joven, sintió cómo su polla se erguía en una potente erección. Cuando finalmente llegó el momento de bajarse los calzones su cara se tornó de un intenso color carmín, avergonzado por la visión que estaba a punto de dar a aquella muchacha.

Elsa Klein observaba paciente cómo el otrora seguro Sr. Salgado iba sometiendose a su poder. Estaba siendo más fácil de lo previsto, pero no por ello menos divertido. El pobre estaba empalmado como un perro en celo, aunque a juzgar por el tamaño de su falo más bién debía de ser un perrito. Su pollita apuntaba dura hacia arriba y en ese estado no mediría más de doce o trece centímetros. La joven sonrió con picardía. Sabía lo sensibles que los hombres son con el tamaño de su pene y sin duda, aquella era una excelente ocasión para empezar a humillarlo.

Bueno –dijo- así que eso es lo que escondes ¿eh? No mucho, la verdad. Creo que la tuya es la pollita más pequeña que veo en toda mi vida.

Jaime enrojeció humillado, sus ojos miraban al suelo, una señal de sumisión, pero su falo seguía tieso y duro. Le excita que le traten así, se dijo la joven dominatrix para sí, esto va a ser pan comido.

La verdad –prosiguió la joven- viendo tu diminuta cosita, no sé si merece la pena hacer este trato. Quizá sea mejor dejarlo en manos del Director General.

¡No, por favor, Sta. Klein! –exclamó Jaime aterrado- ¡Haré lo que usted quiera, pero no me delate!

Mistress Elsa Klein simuló estar dubitativa, mientras el pobre hombre no dejaba de suplicar. Finalmente, dijo:

Está bien. Voy a darte una oportunidad, pero sólo una. A la menor desobediencia daré por finalizado este trato, ¿está claro?

Sí, Sta Klein –aceptó Jaime aliviado.

Bueno, ya que tu polla es patética veamos qué tal te manejas con la lengua. Humillate ante mí y ensaliva mis zapatos.

Jaime Salgado la miró atónito.

¿Los... los zapatos? –balbuceó

¡Qué eres, sordo o estúpido! –gritó la dominante joven- ¡Obedece ahora mismo!

El hombre se echó al suelo y gateó ante la dominatrix. Esta cruzó sus piernas y le ofreció uno de sus zapatos negros de brillante cuero. Humillado, Jaime comenzó a lamerlo lentamente, la puntera, los laterales, el tacón.

Las suelas también –ordenó la joven Ama.

El hombre obedeció sin emitir protesta alguna. A pesar de su vergüenza y humillación jamás había estado tan excitado en su vida y, cuando al terminar de ensalivar sus zapatos la muchacha se los quitó y le ordenó adorar sus pies, el sumiso Jaime se entregó a besar y lamer los hermosos pies de aquella diosa con devoción. Su polla estaba dura a reventar, babeando líquido preseminal con profusión. Necesitaba correrse sin remedio y una de sus manos se movió rauda hacia su entrepierna.

Ni se te ocurra tocarte la pollita –ordenó Mistress Elsa.

Frustrado, Jaime obedeció, la necesidad de alcanzar el orgasmo dolorosamente intensa. El placer que le estaba produciendo el roce de su lengua contra la fina seda de las medias de la dominatrix era indescriptible. Jamás lo habría imaginado.

He pensado –oyó decir a la joven- que puesto que la cosita que tienes entre las piernas es tan diminuta, más que una polla debe ser un clítoris hinchado, así que a partir de ahora cuando te refieras a ella lo llamarás así, ¿entendido?

Por supuesto, el miembro de Jaime no era tan pequeño, pero Mistress Elsa sabía muy bien cómo humillar a un hombre. Sorprendentemente, o quizá no tanto, al maduro padre de Susana aquellas vejaciones le estaban excitando hasta límites insospechados y no dudó en aceptar las reglas que la dominatrix le imponía.

Sí, Sta. Klein.

Además –Elsa estaba disfrutando de lo lindo- dado que tienes clítoris, lo normal es que desde hoy lo cubras con braguitas y no con esos horrorosos calzones ¿está claro?

Sí, Sta Klein –aceptó Jaime, notando cómo su "clítoris" palpitaba con deseo.

La dominatrix empujó con su pie la cara del ejecutivo y cuando éste dejó de lamer, la joven se incorporó y su alta y esbelta figura se alzó ante la postrada forma del sumiso, que miraba expectante a la imponente hembra.

Jamás he visto a un hombre con clítoris –dijo Mistress Elsa, sonriendo maliciosamente- así que estoy pensando que quizá Jaime no sea un nombre apropiado para ti ¿no crees?. ¿Qué te parece Gemma? Gemma Salgado. Sí, creo que a partir de ahora serás Gemma.

El papá de Susana miraba los pies de la dominatrix, humillado y rojo como un tomate, pero excitado como jamás lo había estado en su vida. La forma en la que aquella joven lo trataba, lo vejaba... no podía entenderlo...

Dime, Gemma –preguntó Mistress Elsa- ¿alguna vez has comido polla?

¡Por supuesto que no! –exclamó el hombre indignado- no soy gay

¿Gay? Quien ha dicho nada de ser gay –respondió la joven- lo normal es que a una mujer como tu le gusten las pollas.

Jaime no dijo nada. ¡Qué podía decir! Aquello era humillante. La Sta. Klein se levantó lentamente la falda, dejando a la vista el borde de sus medias, su liguero y... y... ¡Dios Santo! La joven llevaba puesto un arnes y un brillante falo negro colgaba entre sus muslos. El pene del ejecutivo comenzó a palpitar incontroladamente.

Vaya, vaya –rió la dominatrix- así que a la putita le excita mi polla.

El hombre no respondió y la dominatrix le lanzó un puntapié en los testículos, que le obligó a gemir de dolor.

¡Contesta! –ordenó.

Sí, Sta. Klein –dijo raudo, sabiendo la respuesta que aquella dominante joven esperaba- me excita su polla.

Pues comemela, zorrita –ordenó Mistress Elsa- Hazme una buena mamada.

Tentativamente, Jaime comenzó a lamer y ensalivar el negro falo de latex. Era una sensación extraña pero no desagradable. De hecho, la encontró terriblemente erótica. Tanto, que no pudo evitar la tentación de llevarse de nuevo la mano a su pene y comenzar a masturbarse. El puntapié que acto seguido Mistress Elsa le dio en los testículos le hizo retorcerse de dolor.

¡Te he dicho que nada de tocarte el clítoris, perra! –exclamó la dominatrix- ¡Sigue mamandome la polla!

Con lágrimas en los ojos a causa del dolor, el humillado ejecutivo siguió esmerándose en la primera felación de su vida. Mistress Elsa no tardó en agarrar dos manojos de su pelo y de forma violenta comenzar a follarse su boca, amenazando con invadir su garganta. Jaime no podía creerse la forma en que aquella joven lo estaba usando, vejando y degradando, pero su reacción no fue de rechazo sino de pura admiración. En sus fantasías siempre se había imaginado una mujer así, salvaje, capaz de dominarlo. María José, su mujer, era todo lo contrario, dócil, recatada, cualquier cosa menos lo que tenía ante él en esos momentos. Mistress Elsa se dio cuenta de que estaba a punto de romperlo, de hacerlo suyo. Era una sensación que había experimentado antes con otros hombres y sabía perfectamente cómo debía actuar. Le sacó el falo de látex de la boca y se lo restregó por toda la cara, humedeciendola con su propia saliva. Jaime no dejaba de lamerlo excitado, ante la pícara sonrisa de la dominatrix.

Eso es, zorra, eso es –Mistress Elsa volvió a ofrecerle el falo- libera ese deseo de polla que siempre has llevado dentro.

Jaime engulló la polla con lascivia, mamándola con un deseo y una lujuria desbordados. Aquella imagen era un regalo para los ojos de la dominatrix, cuyo plan, consensuado con Daniel, no era otro que feminizar al papá de Susana y convertirlo en una puta bisexual, al igual que su mujer y su hija.

Mistress Elsa dejó que el ejecutivo felase su cipote durante muchos minutos para que fuese cogiendo experiencia, pero finalmente extrajo su polla y la limpio en los pelos del hombre. Jaime observó en silencio y terriblemente excitado cómo la joven extraía de su maletín una bola roja unida a dos tiras de cuero y se la insertaba en la boca ajustándola por detrás de su nuca. Después le colocó un collar de cuero negro alrededor del cuello, con dos argollas y una chapita grabada, cuya inscripción no llegó a leer. "Esclava Gemma. Propiedad de E.K.", decía.

En pie –ordenó la dominatrix

Jaime obedeció y la joven le colocó dos muñequeras de cuero con dos argollas que, con ayuda de dos candados, encadenó a las argollas del collar. Mistress Elsa obligó entonces al indefenso ejecutivo a doblarse sobre el escritorio y con una facilidad pasmosa esposó sus tobillos a ambas patas de la mesa, forzando sus piernas a permanecer obscenamente abiertas hasta el punto de que su peludo ojete rosado quedó visible entre sus nalgas.

Bueno, putita –dijo la cruel dominatrix- ya es hora de que pierdas la virginidad ¿no crees?

¡MMMmmpppff! ¡Mmmmpffff! –intentó protestar Jaime, adivinado las intenciones de la joven.

Mistress Elsa rió abiertamente ante los futiles esfuerzos del ejecutivo por oponerse, mientras tomaba una goma negra y la ajustaba dolorosamente alrededor de los testículos del hombre. Aquello no evitaría sus deseos de correrse, pero ciertamente impediría la eyaculación. Era una técnica que usaba frecuentemente con sus esclavos. El deseo de eyacular se hacía tan primario que los pobres estaban dispuestos a cualquier cosa por correrse.

Una vez colocada la goma, la dominatrix tomó un tubo de lubricante y comenzó a aplicarlo sobre el ojete del ejecutivo. El hombre movía el culo, intentando evitarlo, pero no había escapatoria y en seguida notó la punta del falo de látex presionando contra su esfínter.

¡Nommmpfff! –intentó protestar una última vez, sintiendo el punzante dolor que el glande de aquella polla le causaba al penetrar en su recto.

Tranquila Gemma, relajate –rió la dominatrix- Ya veras como te gusta.

Jaime Salgado sudaba intensamente, mientras aquel cipote le desvirgaba el culo. Afortunadamente, sus agudos gritos de dolor estaban siendo silenciados por la mordaza. Sintió la mano de la joven apoderándose de su pene, que incomprensiblemente seguía erecto y comenzar a masturbarlo. En cuestión de segundos, la dominatrix había acompasado el intenso mete-saca de su ano con los movimientos de su mano sobre el pene de Jaime y el ejecutivo se encontró respondiendo a aquel movimiento rítmico. El placer fálico se mezclaba con el dolor anal, que poco a poco se iba diluyendo y el papá de Susana comenzó a gemir bajo la mordaza. ¿Qué le estaba hacíendo aquella muchacha? Jamás había sentido algo así.

Y lo que Jaime no sabía era que lo mejor estaba aún por llegar. En pocos minutos, el dolor había desaparecido por completo y la sensación en su culo era tan embriagadora que el otrora reacio ejecutivo buscaba con sus limitados movimientos la embestida del falo de látex.

Eso es, putita –rió Mistress Elsa- ahora te gusta, ¿eh?

Por supuesto, Jaime no podía responder. Pero sí, era verdad, ahora estaba disfrutando de lo lindo. La sensación que emanaba de su recto, de la estimulación de su próstata era increíble. Su polla estaba dura a reventar, pero incomprensiblemente no podía correrse. Al principio no le dio demasiada importancia, pero poco a poco la desesperación se fue apoderando de él. La necesidad de eyacular se estaba haciendo imperiosa. El intenso enculamiento y la manipulación de su pene le tenían loco de excitación. Sentía la tensión en sus testículos, pero aquella goma parecía evitar que su leche brotase.

Pobrecita Gemma –rió la dominatrix- no puede correrse.

Era verdad. No podía y la necesidad era incontrolable. Frustrado, el pápa de Susana comenzó a llorar.

Venga, venga – Mistress Elsa puso un tono de voz condescendiente- si te portas bien te dejaré eyacular, pero para ello vas a tener que colaborar un poquito, ¿estás dispuesto?

Jaime afirmó enérgicamente con la cabeza. En esos momentos habría aceptado cualquier cosa que le abriese las puertas a su deseado orgasmo. La dominatrix liberó los tobillos del ejecutivo de las patas del escritorio y los esposó entre sí. Después le ayudó a incorporarse y le retiró la mordaza.

Muy bien, putita –dijo, mientras sacaba una cámara de vídeo y un pequeño trípode extensible de su bolso- ahora voy a hacerte unas preguntas y si tus respuestas me satisfacen dejaré que te corras ¿entendido?

El hombre miró a la cámara intensamente. Sabía que si se dejaba grabar en aquella situación estaba perdido y a merced de la dominante joven... pero sus deseos de eyacular eran tan primarios... Nunca había sentido una necesidad tan imperiosa.

Sí, señorita Klein –aceptó.

La dominatrix encendió la cámara.

Tengo entendido que tu nombre era Jaime, Jaime Salgado ¿no es así?

Sí, señorita Klein, así es –balbuceó.

¿Y cuál es tu nuevo nombre?

Las mejillas del ejecutivo se encendieron intensamente.

Gemma

Gemma es un nombre de mujer ¿verdad? –insistió la dominatrix.

Sí, señorita Klein

¿Y por qué has decidido tomar un nombre de mujer?

¡Porque tú me has obligado! Quería gritar el papá de Susana, pero sabía que no era la respuesta correcta.

Porque mi pene es tan pequeño que parece un clítoris –respondió el hombre ruborizándose, pero sintiendo su polla reventar de deseo.

Entiendo –sonrió la joven- Y supongo que como mujer, estarás deseando cambiar esos horrorosos calzones por unas sexys braguitas, ¿verdad?

Sí, señorita Klein –afirmó Jaime.

Quizá puedas usar las de tu mujer –sugirió la dominatrix- es esa de la foto ¿no?

Sí, señorita Klein

¿Cómo se llama?

Maria José

Un poco fondoncita, pero no está mal –dijo Elsa- Tiene cara de zorra reprimida ¿no crees?

Sí, señorita Klein –Jaime sabía que no tenía más remedio que seguirle la corriente.

Quizá se debe a que tu pequeña cosita no ha sido capaz de satisfacerla lo suficiente –aventuró la dominatrix- Tal vez si la dejasemos probar una polla de verdad, de hombre y no un clítoris como el tuyo, veríamos a la zorra que lleva dentro.

Jaime estaba rojo de vergüenza, pero aquella humillación conseguía endurecer su miembro hasta causarle dolor. La señorita Klein lo sabía, pensó. Sabía las páginas web que visitaba, sabía que en su mayoría eran sitios de maridos cornudos, de esposas infieles, de dominación femenina...

Dime, Gemma –preguntó la joven- ¿Te gustaría ver a tu esposa gozando de una polla de verdad?

Sí, señorita Klein –aceptó el hombre.

Esta vez no era mentira. Era una de sus fantasías.

Pues suplicamelo –pidió la dominatrix- Suplicame que consiga una buena polla para que se folle bien a esa puta que tienes por esposa.

Jaime miró a la muchacha desconcertado.

Venga –insistió ésta- ¿Quieres correrte, no?

Sí, señorita Klein –respondió el humillado ejecutivo. Claro que quería. Más que otra cosa en el mundo- Por favor, señorita Klein, ¿sería usted tan amable de conseguir una buena polla para que se folle bien a la puta de mi esposa?

El rabo de Jaime estaba palpitando de deseo y la imposibilidad de eyacular era terriblemente frustrante.

Está bien –rió la dominatrix- ya que me lo pides tan educadamente intentaré cumplir tus deseos. Sin embargo, creo que cuando mi hombre vea a tu hija va a querer follarsela también. La chica parece tan zorra como la madre.

¡No, por favor! –exclamó Jaime- a mi Susana no. Sólo tiene diecinueve añitos.

Suficientes para haberse follado a todo un regimiento –respondió Mistress Elsa- Seguro que está hecha una buena putilla.

No, por favor –suplicó el hombre- deje a mi hija fuera de esto. Ella es una buena chica.

Tus respuestas no me satisfacen –informó la dominatrix mirando irritada a Jaime- creo que no voy a permitir que te corras.

¡No, eso no! Necesitaba aquel orgasmo. Lo necesitaba más que cualquier otra cosa en el mundo. El maduro ejecutivo se rompió como una marioneta y empezó a sollozar.

Por favor, señorita Klein, permitame correrme –suplicó- Mi hija Susana es tan puta y tan zorra como su madre y estoy seguro de que disfrutará con una buena polla dentro.

La dominatrix sonrió complacida.

Esta bien, perra –dijo- te has ganado tu orgasmo.

Mientras la cámara seguía grabando, Mistress Elsa tomó la foto enmarcada del escritorio en la que se veía a María José y Susana posando sonrientes. Después se acercó a Jaime y poniendo la foto frente a su pollita, comenzó a retirar la goma de sus testículos.

Si de verdad crees que tu mujer y tu hija son dos buenas zorritas, bañalas con tu leche –ordenó la dominatrix.

Lo creyese o no, una vez retirada la goma, el falo de Jaime comenzó a eyacular con potencia sobre la foto familiar, cubriendo todo el cristal con abundantes chorretones de semen. El orgasmo fue tan intenso que finalmente las piernas del ejecutivo se doblaron y cayó de rodillas sobre el suelo, sin parar de gemir.

Mistress Elsa Klein sonrió con satisfacción. Aquel perrito ya estaba en sus manos e iba a convertirlo en una buena puta bisexual. La familia Salgado-del Valle al completo había sido sometida. Ahora sólo quedaba seguir las pautas adecuadas en su adiestramiento hasta conseguir su completa, total e irreversible esclavitud.

Continuará