Jovencitas sumisas (13)

Sigue el adiestramiento de Susana y MariJose. Madre e hija acuden al ginecólogo, donde les espera una inquietante sorpresa.

Susana llegó a casa a las dos de la tarde. El Amo le había llamado al móvil esa misma mañana y le había ordenado estar allí a esa hora. Su mamá y ella debían ir de compras. El joven conejito de Susana no había parado de babear sobre la telilla de sus bragas mientras escuchaba al Amo describir cómo ambas sumisas debían vestir a partir de ese momento. Después, Darkshadow le había informado de que la cita de su madre con el ginecólogo ya estaba arreglada. Sería el jueves por la mañana, con su médico habitual. Para sorpresa de la joven, el Amo le había dicho que también la vería a ella y le empezaría a prescribir anticonceptivos, aunque su mamá no debía saber nada de eso.

Susana no había sido capaz de concentrarse en las clases de la Facultad. La conversación con Darkshadow y el recuerdo de la traumática ruptura con Carlos daban vueltas en su mente. Su ya ex-novio no se lo había puesto nada fácil. Se había puesto a llorar como un niño, le había suplicado que no lo dejase, que lo intentasen de nuevo... Susana lo había pasado fatal. Quería a Carlos y le había desgarrado el corazón verle sufrir y suplicar de aquella forma, pero al mismo tiempo sabía que no podía hacer nada. Ya no estaba enamorada de él, así que dejarlo era lo mejor y lo más justo para los dos. Además, estaba el Amo. Darkshadow era en esos momentos el centro de su universo y ni por un segundo habría osado desobedecer sus órdenes. A pesar de la situación, Susana notó cierta excitación al pensar en el Amo. Tenía ganas de volver a estar con él, de entregarse sumisamente. Sintió cómo sus braguitas se humedecían... allí, delante de su lloroso novio. ¡Cómo podía ser tan zorra! Darkshadow había despertado su "yo" más salvaje, su lado oscuro...

Había sido difícil, pero finalmente había conseguido separarse de Carlos, que había hecho todo lo posible por no dejarla ir. Ya en casa había recibido una llamada de Vero, que se había enterado por su hermano de la ruptura. Se notaba a las claras que Carlos había pedido a su hermana que intercediera por él, pero Vero se dio cuenta en seguida de que no había nada que hacer y se aventuró a preguntar lo que su hermano no se había atrevido, si había otro. Susana, por supuesto, lo había negado con vehemencia.

Sentada en la clase, mientras el profesor hablaba de Economía, la cabeza de la joven no paraba de pensar en los cambios tan importantes que se habían producido en su vida en tan solo una semana: se había sometido a un Amo, había dejado a su novio, había arrastrado a su madre a un mundo de lujuria y perversión... la sensación de vértigo era demasiado intensa y la pobre muchacha le había pedido a Ruth si podían hablar. Había tenido intención de llamarla el día antes, pero tras la ruptura con Carlos no había tenido cuerpo para nada.

Las dos jóvenes se habían perdido la siguiente clase y habían estado charlando en la cafetería. Ruth, lejos de estar apabullada por la situación, estaba la mar de satisfecha. Susana le había relatado todo lo sucedido desde la noche del sábado notando la creciente excitación de su amiga. Al parecer no le resultaba inmoral que madre e hija se hubiesen visto obligadas a realizar actos incestuosos y para gran sorpresa de Susana, Ruth le confesó que el Amo y ella ya habían hablado sobre la futura esclavización de su madre y hermana. Susana no podía dar crédito a aquella revelación, pero incomprensiblemente un intenso ardor se había apoderado de su entrepierna y se había visto obligada a zorrostrarse los muslos para intentar aplacar aquel picorcillo. Ruth lo había notado, y bajo la protección que les proporcionaba la alejada mesa, había comenzado a masajear su coño sobre la fina tela de los pantalones de franela beige que llevaba. Susana aún no entendía por qué no la había detenido, ni entonces, ni cuando se había aventurado a bajarle la cremallera y a introducir dos dedos sobre la mojada telilla de sus bragas. Quizá había sido porque Ruth no paraba de repetirle lo que había gozado presenciando la dominación de su madre, lo puta y lo sumisa que era y lo que iba a gozar el Amo follandose su jugoso coño de perra. Susana había susurrado una y otra vez: "Por favor, Ruth, aquí no, vamos al servicio", pero por otro lado no había dejado de separar más y más los muslos para dar mejor acceso a su amiga. De la boca de Ruth, Susana también escuchó en detalle cómo le había comido el coño a Tamara en el asiento de atrás de su coche. Era algo que ya sabía. De lo que no tenía ni ida era de que Tami había llamado a Ruth el domingo para darle las gracias por el cunnilinguus y para hablar sobre el Amo.

Al parecer a tu amiguita le ponen los buenos pollones, como el del Amo –susurró la joven- Me preguntó si habría forma de volver a quedar con él.

Qué... qué... le dijiste –la voz de Susana se escapó entrecortada entre sus labios.

La excitada muchacha ya no protestaba. Se dejaba hacer mientras intentaba disimular su estado y el hecho de que estaba a punto de correrse. A pesar de ser hora de clase, la cafetería estaba bastante llena y el alto nivel de ruido jugaba a su favor.

Bueno, fui un poco traviesa –respondió Ruth, haciendo una mueca maliciosa- le dije que si se presentaba inmediatamente en mi casa y me hacía una buena comida de coño intentaría arreglarle una cita.

Susana no podía creer lo que oía, ni entender el incesante picor de su chumis.

Y... y... qué pasó –balbuceó.

¡Oh! –los dedos de Ruth marcaron un cambio de ritmo sobre el engrosado clítoris de Susana- Aún puedo sentir la lengua y los labios de tu amiguita sobre mi delicado conejito. Esa putilla promete y el Amo ya ha mostrado su interés

Ruth notó el estremecimiento de Susana y la descarga de líquidos sobre sus ya mojadas bragas y sonrió satisfecha. Había llevado a su amiga al orgasmo en medio de una cafetería llena de gente.

Susana se mordía los nudillos con fuerza para no gemir. Su cara estaba roja, congestionada y su cuerpo temblaba por el clímax. No podía creerse que se estuviese corriendo allí, con todas aquellas personas a su alrededor, pero la sola imagen mental de su amiga Tami arrodillada entre las piernas de Ruth, lamiendo su almejita en su habitación le había hecho explotar. En realidad su fantasía había ido un poco más lejos. Se había imaginado a Tamara convertida en esclava del Amo, como ella, como su mamá, como Ruth...

Susana aún seguía excitada al entrar en casa. Después del intenso orgasmo en la cafetería, del que por fortuna nadie parecía haberse percatado, Ruth había tirado de ella hacía los servicios y en uno de los cubículos ambas jóvenes se habian dado un lotazo espectacular. Susana aún podía saborear los restos de la corrida de Ruth en su boca, mientras dejaba sus cosas sobre el sillón del salón y se dirigía a la cocina, donde suponía estaría su madre.

¡Hola ma...! –empezó a saludar, antes de que la voz se le quebrara en la garganta.

De espaldas a ella, junto a la encimera de la cocina, Susana observó atónita la desnuda silueta de MariJose, su collar de cuero al cuello, sus zapatos rojos de tacón, sus medias de seda negras, sus carnosas nalgas y... ¡la parte exterior de un consolador anal!

Hola, hija –saludó la mamá, visiblemente avergonzada- Son... son órdenes del Amo ¿sabes?

Susana asintió lentamente.

Sí, lo sé –dijo- también ha hablado conmigo.

MariJose decidió no decirle a su hija nada sobre Mistress Elsa Klein. Quizá era mejor que creyese que las órdenes habían venido directamente del Amo. En el fondo, a la sumisa mamá le avergonzaba confesar a Susana la facilidad con la que aquella mujer le había sometido.

La comida está ya lista –dijo- Será mejor que nos demos prisa. Tenemos mucho que comprar.

De acuerdo –respondió la joven- dejame subir un momento a mi habitación. Ahora bajo.

Susana no tenía liguero, ni zapatos de aguja, pero bajó a comer descalza, con un par de medias de seda azul marino y su collar de esclava. Madre e hija compararon sus collares y MariJose informó a la joven de su nuevo nombre. La tensión sexual de aquella situación era evidente y ninguna de las dos mujeres podía ocultar su excitación, sus pezones estaban obscenamente erectos y el olor de sus chorreantes chuminos impregnaba la habitación. Aún así, ambas se esforzaron por comportarse de forma natural mientras comían.

La tarde no tuvo desperdicio. Madre e hija recorrieron innumerables tiendas de ropa y calzado y gastaron una abundante suma de dinero en renovar su vestuario de acuerdo a las órdenes recibidas. MariJose no protestó ninguna de las elecciones de su hija, a pesar de que algunas fueron abiertamente atrevidas, como un par de bragas blancas con una raja a lo largo del coño para sacar los labios por fuera. La mamá tampoco se cortó a la hora de elegir prendas para Susana, seleccionando los tangas más atrevidos, las faldas más cortas y los sostenes más reveladores.

Los siguientes días, Susana tuvo la oportunidad de comenzar a usarlos. Se sentía sexy y provocadora, una sensación nueva, que conseguía mantener su joven conejito constantemente mojado. En la Facultad, el cambio no pasó desapercibido y alguno de sus amigos no dudo en hacerselo notar, pero Susana salió al paso confesando su ruptura con Carlos y el comienzo de una nueva etapa de su vida. Ruth y ella se lo montaban todos los días en los servicios y el miércoles por la tarde, mientras ambas jóvenes follaban en la habitación de Ruth, ésta recibió una llamada del Amo anunciandole que estaba en Madrid y que comenzaría el adiestramiento de sus sumisas de forma inminente.

MariJose, por su parte, no salió de casa los dos siguientes días, por lo que únicamente tuvo oportunidad de estrenar sus nuevos ligueros, medias y zapatos de tacón de aguja. Era un auténtico suplicio el hacer las faenas domésticas con aquel calzado, pero la sumisa mamá no dudó en llevarlo puesto en todo momento. Mistress Elsa se presentó en su casa ambos días y siguió con su adiestramiento. El martes, MariJose se pasó prácticamente toda la mañana aprendiendo a comerse adecuadamente el coño de su Ama y el miércoles, fue el turno de sus tetas y de su ojete. La dominatrix siguió con las sesiones de sugestión durante el sueño, manteniendo los mismos mensajes, para reforzarlos e introduciendo lentamente otros nuevos. Elsa se dio cuenta en seguida de que la mamá era extremadamente sensible a aquel tipo de sugestión, ya que prácticamente asimilaba las indicaciones de los mensajes de un día para otro. La dominatrix también había incidido en la preparación anal de la esclava, aumentando progresivamente la longitud y grosor de los consoladores que el ama de casa se veía obligada a llevar continúamente.

Jaime, el marido de MariJose, había intentado infructuosamente tener sexo el miércoles por la noche. Afortunadamente, era tan respetuoso que cuando ésta le había dicho que estaba realmente cansada, él no había insistido. Eso sí, poco después se había escabullido al baño y por el tiempo que había tardado era evidente que se había estado masturbando.

El jueves por la mañana, Susana y MariJosé se habían levantado en cuanto Jaime había marchado a trabajar. Tenían cita en el ginecólogo. Ambas se habían duchado y maquillado adecuadamente. Susana llevaba una camisa blanca y una faldita tableada color gris que a duras penas le llegaba a medio muslo. Había seleccionado unas medias negras de seda, con liguero y bragas tanga del mismo color, un sostén de copa baja color blanco que dejaba al aire sus areolas y pezones y unos bonitos zapatos negros de generoso tacón. MariJose había elegido un bonito vestido azul celeste, bastante entallado y corto, unas medias blancas de seda y unas sandalias de tacón color rosado. El sujetador, de copa baja, era una réplica del de su hija y además llevaba un liguero blanco de encaje y un tanguita del mismo color, absolutamente transparente.

MariJose había tenido que quitarse las sandalias y conducir descalza hasta el centro de Madrid, donde estaba la consulta de su ginecólogo. El Dr. Valbuena les abió la puerta personalmente. Era un hombre maduro, de 56 años, con el pelo cano pero no carente de atractivo.

Buenos dias –saludó- pasen por favor. Las estaba esperando.

Buenos días, Doctor –respondieron madre e hija.

Vayamos directamente a mi consulta –dijo el médico- Siganme, por favor.

A MariJose le pareció inusual el no ver en recepción a la joven rubia, simpática y eficiente, que solía atenderla, ni a ningún otro paciente, pero no sospechó nada extraño.

La consulta del Dr. Valbuena era grande y espaciosa, con un bonito escritorio de madera y el aparataje e instrumental propio de la profesión. Estaba tal y como MariJose la recordaba de su última visita, aunque al parecer el doctor había decidido instalar una segunda silla-camilla de exploración ginecológica.

El médico se sentó tras el escritorio e invitó a sus pacientes a hacer lo propio.

Bien –dijo el Dr. Valbuena- Así que quiere usted quitarse el DIU.

Eso es, doctor –respondió la mamá.

El médico extrajo la historia de MariJose.

¿No está contenta con su funcionamiento?

Oh, no, doctor –mintió la mamá- no es eso. Mi marido y yo hemos decidido que queremos intentar tener otro hijo.

Entiendo –dijo el médico- ¿Qué edad tiene usted, Sra. del Valle?

Cuarenta y un años

Ya sabe que hoy en día la medicina hace milagros, pero es mi deber advertirle que con su edad las posibilidades de quedarse embarazada de forma natural son excasas.

Lo sé, doctor –respondió MariJose- Aún así queremos intentarlo.

Está bien –dijo el médico, señalando una puerta que se abría en uno de los laterales de la consulta- Pase a la habitación, quitese la ropa y pongase uno de los camisones que hay colgados en las perchas.

MariJose se levantó de la silla y abandonó la consulta dejando a Susana a solas con el médico.

Muy bien, señorita –dijo éste- ¿Y qué podemos hacer por usted?

Verá, doctor –la joven no pudo evitar sonrojarse- me gustaría comenzar a tomar la píldora, pero no quiero que mi madre se entere.

¿Es usted virgen, señorita?

No, no lo soy –Susana se puso roja como un tomate.

¿A qué edad perdió la virginidad?

A los diecisiete

Y supongo que en sus relaciones sexuales su pareja habrá usado preservativos ¿no?.

Así es, doctor.

¿Siempre?

Bueno, en alguna ocasión no –reconoció Susana.

Pues eso no está nada bien, jovencita –aseveró el médico- Podría haber acabado usted con un embarazo no deseado.

Lo sé, doctor –respondió la muchacha avergonzada- pero es que a veces...

Está bien –cortó el médico- en cuanto salga su madre, entre usted, quitese la ropa y pongase un camisón.

De acuerdo, doctor.

MariJose no tardó en volver y Susana le dio el relevo. La mamá llevaba puesto un camisón tan corto que apenas cubría su depilado pubis y que al estar abierto por detrás dejaba su espalda y nalgas al aire.

¿Va a mirar también a mi hija? –preguntó MariJose sorprendida

Así es –respondió el médico- ya tiene edad para su primera revisión. Ahora, tumbese en la camilla, por favor.

MariJose obedeció y el Dr. Valbuena le ayudó a poner las piernas en los apoyos. En aquella posición su vagina y ano quedaban perfectamente expuestos. La mamá había dejado el "plug" anal junto con su ropa y su esfínter se veía aún dilatado. Sabía que aquella desobediencia le costaría un buen castigo pero no podía presentarse ante su ginecólogo con aquello en el culo.

Susana apareció minutos después. Como su madre, vestía un camisón que dejaba poco a la imaginación. El Dr. Valbuena le ayudó a acomodarse en la otra camilla y sus partes bajas quedaron tan expuestas como las de su mamá.

El médico se acercó a su escritorio y de uno de los cajones sacó varias correas. Desde allí tenía una visión fantástica de las piernas levantadas y espatarradas de las dos mujeres, de sus coñitos depilados y de sus anos y su polla se removió inquieta. Durante los minutos siguientes, el Dr. Valbuena se dedicó a amarrar los tobillos de madre e hija a la camilla con la escusa de evitar que se movieran. Ni MariJose, ni Susana protestaron. Después, el médico se concentró en retirar el DIU del interior de la vagina de MariJose, una operación sencilla que le llevó realmente muy poco tiempo.

Ya está –anunció, mostrando el dispositivo extraído- vuelve a ser usted perfectamente competente para tener hijos.

Un escalofrío recorrió la espalda de la mamá tras las palabras del doctor. Si supiese que en realidad iba a rezar cada día para que aquello no ocurriese... Mientras aquellos pensamientos atravesaban su mente, el médico se quitó los guantes y se dirigió hacia la puerta de la consulta.

Vuelvo en un segundo –anunció. Y salió.

Madre e hija se miraron. Sus camillas estaban una al lado de la otra, separadas por apenas dos metros.

Pensé que sólo venías a acompañarme –dijo MariJose- tal y como el Amo ordenó.

Sí, bueno –balbuceó la joven- no me vendrá mal una revisión. Sobre todo teniendo en cuenta cómo van a cambiar ahora las cosas.

Su madre asintió comprensiva. En realidad, "las cosas" ya habían comenzado a cambiar.

En ese momento la puerta de la consulta se abrió nuevamente y el Dr. Valvuena entró unos pasos.

Me gustaría anunciarles –dijo dirigiendose a las dos espatarradas mujeres- que a partir de este momento voy a contar con la ayuda de un experto colega que va a ayudarme en los procedimientos. Por favor, pase usted, Dr. Sotogrande.

¿Sotogrande?

Daniel Sotogrande entró en la consulta vistiendo una bata blanca, similar a la del Dr. Valbuena. Portaba una ligera sonrisa que se acentuó al ver los expuestos coños de sus esclavas. MariJose y Susana se habían quedado sin palabras y antes de que pudiesen reaccionar, ambas tenían una polla erecta al lado de su boca. Al parecer ni el Amo ni el doctor llevaban ropa bajo la bata y había bastado desabrochar un botón para exponer sus dos trancas. Por supuesto, la del Sr. Sotogrande era mucho más larga y robusta que la del médico, que era bastante normalita.

MariJose abrió obedientemente la boca y comenzó a mamar lujuriosamente la polla del Amo, mientras sentía cómo sus pezones se erguían y su almejita comenzaba a humedecerse a marchas forzadas. Susana, por su parte, miraba incrédula el falo del médico, sin decidirse a chuparlo. Era a Darkshadow a quien quería servir y no a aquel viejo.

Parece que tu zorrita no está convencida, Daniel –comentó el doctor.

El Sr. Sotogrande dejó de follar la boca de la mamá y acercándose a Susana le cruzó la cara con dos terribles bofetones que hicieron brotar las lágrimas de la joven.

El Dr. Valbuena es mi invitado –informó- le servirás tan bien como a mi mismo, ¿entendido?

Sí, Amo –balbuceó la chiquilla, aún llorosa y con las mejillas doloridas.

Segundos después, madre e hija tenían sus bocas bien llenas de polla, mientras las manos de los hombres sobaban sus cuerpos a conciencia. El Dr. Valbuena había recogido el camisón de la joven por encima de sus pechos y los estaba gozando abiertamente. Tener los juveniles labios de Susana exprimiendo su rabo, mientras magreaba sus tetas y pellizcaba sus pezones hasta ponerlos erectos era su mejor sueño hecho realidad. Cuando Daniel Sotogrande le había propuesto el plan, se había negado en redondo. Por mucho que la idea le atrajese no podía poner en peligro su prestigio, su trabajo y peor aún, enfrentarse a la posibilidad de ir a la cárcel. Pero mientras miraba su eniesta polla entrar y salir de la boquita de Susana, el médico se felicitaba por haberse dejado convencer.

Voy a follarmela, Daniel –informó excitado, sintiendo que no tardaría en correrse.

Está bien, Rodrigo –respondió el Sr. Sotogrande- pero recuerda que con esa tienes que ponerte un condón.

Sí, sí, claro –aceptó el doctor.

Susana sintió el glande del médico recorriendo su rajita. A pesar de su reticencia inicial había acabado poniendose cachonda y aunque hubiese preferido probar de una vez por todas la polla del Amo, la del Dr. Valbuena era mejor que nada.

Muy bien, zorrita –anunció el médico- allá vamos.

Y con esas palabra hundió su falo hasta el gollete en el mojado coño de la joven. Susana dio un respingo debido a la brusquedad del movimiento, pero en seguida comenzó a disfrutar de la follada.

MariJose, mientras tanto, mamaba la polla del Amo con devoción y ya había tenido su primer orgasmo mientras los expertos dedos del hombre acariciaban su raja y su clítoris. El Sr. Sotogrande accionó entonces un botón y la cabeza de la mamá comenzó a descender. Lo siguiente que supo MariJose es que su cara estaba entre los muslos del Amo y su boca bajo sus testículos.

Lameme los huevos, esclava –ordenó.

La madura mamá comenzó a pasar su lengua por las gordas bolas del Amo mientras éste jugaba con sus hinchados pezones. Chuparle la polla a un hombre puede ser un acto de sumisión, pero nada comparable con la servidumbre que conlleva una buena lamida de huevos. MariJose podía sentir esa diferencia y su chochito palpitaba de excitación, pero aún le quedaba por experimentar el acto de entrega y sumisión total. Darkshadow se deslizó lentamente y separando sus nalgas, le ofreció a la esclava su rosado y estrecho ojete. Hubo un segundo de duda, pero a continuación, tal y como Mistress Elsa le había enseñado, como una loba hambrienta, la sumisa mamá se lanzó a devorar aquel suculento ano, aceptando la superioridad de aquel hombre y su entrega total a él. Con una sonrisa en los labios y la lengua de MariJose enterrada en su culo, el Sr. Sotogrande pasó la yema de su dedo índice sobre el hinchado y expuesto clítoris de la hembra disparando una explosión de flujos que fue el preámbulo de un intenso y gratificante orgasmo.

El Dr. Valvuena, mientras tanto, estaba dando buen uso al coñito de Susana, follandoselo con un vigor envidiable para su edad y estimulando simultáneamente su clítoris. La joven se retorcía fritísima y le pedía al médico que no parase. Rodrigo Valbuena no tenía ninguna intención de parar. Hacía siglos que no se follaba un conejito tan tierno como aquel y aunque en treinta y dos años de casado le había puesto los cuernos varias veces a su esposa Elena, siempre había sido con mujeres maduras. Aquella preciosidad de diecinueve años era un regalo del cielo y quería aguantar todo lo posible antes de correrse, cosa difícil pues el estrecho coño de Susana le estrujaba la polla como un guante.

Daniel Sotogrande sonrió satisfecho al ver cómo el médico disfrutaba del coño de su esclava, mientras él por su parte, gozaba con la intensa limpieza anal que le estaba proporcionando la lengua de MariJose. Aún recordaba divertido cómo el sábado pasado aquella orgullosa madre había intentado enfrentarse a él, para pasar a estar lamiendo su ojete en menos de una semana. Tinkerbell había hecho un gran trabajo con aquella furcia. Precisamente, la noche pasada Elsa y él habían decidido el plan para someter a su marido. Si todo iba bien, Jaime Salgado, al igual que su mujer y su hija, sería adiestrado para satisfacer tanto a mujeres como a hombres. Pero eso tendría que esperar, lo que Daniel necesitaba en esos momentos era un buen chocho húmedo donde echar su leche y ninguno mejor que el recién estrenado coñazo fértil de MariJose. Sin pensarselo dos veces, se movió raudo entre las piernas de la mamá y tras observar por un instante lo abierta y encharcada que estaba aquella caverna, hundió con gusto su tranca hasta que sus huevos golpearon contra el culo de la hembra.

Uuuuuuuuuhhhhh –gimió MariJose, gozando del placer que aquella enorme polla le estaba produciendo.

Te encanta, ¿eh?, perra –dijo el Sr. Sotogrande, mientras empezaba a imponerle ritmo a la follada.

Uuuuuhh, sí, Amo –concedió la excitada mamá, mordiendose los labios.

Quiero que mires a los ojos al Dr. Valbuena y le digas qué eres y qué se espera de ti.

Era una respuesta que la sugestión hipnótica había grabado una y otra vez en su mente y en aquel momento las palabras salieron de forma automática y natural. Mirando a los ojos del médico, que follaba rítmicamente a su hija, la cachonda mamá dijo:

Dr. Valbuena, no soy más que una esclava, un ser inferior y mi deber en esta vida es servir a mis Amos con devoción y a aquellos a quienes ellos decidan.

Dile lo que es tu hija –ordenó Darkshadow.

Susana... también es una esclava, doctor, y al igual que yooo... también debe servir a sus Amos –respondió MariJose entre jadeos y gemidos.

¿Es eso cierto, putilla? –preguntó el médico dirigiendose a la joven- ¿eres también una esclava?

¡Oh, siiii, doctor! No pare, por favor –la chiquilla estaba al borde del orgasmo y oir a su mamá hablar de aquella forma no había hecho más que acrecentar su calentura.

Ambos hombres estaban envistiendo con vigor los dos encharcados chochitos y los orgasmos no tardaron en llegar. Primero se corrió Susana, que no pudo resistir las palabras de su madre, incitadas por el Amo, en las que le suplicaba al doctor que se jodiese a su hija bien jodida, que se lo merecía por guarra y por puta y que le encantaba ver cómo se la estaba follando. La fritísima joven orgasmó entre obscenos gritos y gemidos de placer, mientras se pellizcaba con fuerza sus excitados pezones. El clímax de la chica disparó el del médico, que con un grito gutural se derramó en la corrida más brutal que podía recordar en muchos años, lamentándose únicamente de que toda aquella leche fuese retenida por su condón. Daniel y MariJose aguantaron un poco más. El Amo aún no había acabado con las humillaciones de la mamá y aún le obligo a decirle al Dr. Valbuena que su marido era un cornudo y que la decisión de quitarse el DIU era enteramente del Amo, que era el único que en esos momentos tomaba decisiones en su vida. Todo esto lo dijo MariJose entre jadeos y sílabas ininteligibles, marcadas por la pasión y la lujuria. Pero lo más salvaje, su nuevo acto de sumisión total, estaba aún por llegar. Cuando el Amo sintió que el orgasmo de su perra era inminente, le anunció:

No tienes permiso para correrte sin mi consentimiento, esclava

Por... favor, Amo –gimió la mamá fritísima, sintiendo el preámbulo de una gran corrida.

Si quieres correrte, tendrás que suplicarme que te llene el coño de leche.

El Sr. Sotogrande sabía que era algo que su esclava ya había asumido, pero quería que ella misma lo suplicase, que ella misma le ofreciese sumisamente su fertilidad. Y MariJose estaba tan cachonda y entregada que no lo dudó ni un instante, a pesar de saber perfectamente lo que significaba.

Sí, Amo, por favor, corrase en el coño de su esclava –suplicó con palabras entrecortadas- llenelo de su leche. Si usted quiere a su esclava preñada, seré su orgullosa preñada. ¡No pare por favor!

Daniel Sotogrande liberó un quejido quedo y comenzó a eyacular profusamente en la lubricada almeja de la mamá, dándole permiso para correrse. El Dr. Valbuena y Susana, semi-recuperados de sus orgasmos, observaban ensimismados la brutal corrida de la otra pareja. Los gritos de placer de MariJose inhundaban la habitación y cualquier pintor renacentista o barroco habría ansiado su expresión facial para inmortalizar el pecado de la lujuria. El Amo, por su parte, seguía con sus embestidas rítmicas, vaciandose poco a poco con cada una de ellas y asegurando una buena dosis de leche en el coño de su puta.

Aunque volvía a estar caliente tras ver la increíble corrida de su madre con el Amo y deseaba fervientemente probar la polla de éste, Susana estaba convencida de que la sesión matutina en la consulta del médico había llegado a su fin. Por eso se sorprendió cuando Darkshadow y el Dr. Valbuena procedieron a amarrar sus muñecas y las de su exhausta mamá e introdujeron una bola roja de goma en sus bocas, que ajustaron tras la cabeza. Después tomaron unas tijeras y cortaron la tela de sus camisones hasta dejarlas totalmente en pelotas, para finalmente sujetar firmemente sus barriguitas al asiento con una ajustada correa de cuero.

Muy bien, esclavas –anunció el Sr. Sotogrande- ha llegado el momento de que vuestro cuerpo anuncie lo que sois y a quién perteneceis.

Los ojos de las dos mujeres mostraron recelo y temor. ¿Qué quería decir el Amo?

Darkshadow abrió un maletín que descansaba junto al escritorio del Dr. Valbuena. Dentro de él había dos cajas de desigual tamaño. La más grande contenía material estéril para la práctica del "piercing" y el tatuaje, dos técnicas en las que Daniel Sotogrande era un consumado experto. En la otra caja, más pequeña, había una colección de aros de platino de diferente tamaño. Todos los aros llevaban grabado en su exterior las palabras "Master Daniel". El Amo tomo uno de ellos, junto con el material quirúrgico y se dirigió hacia Susana. La joven no podía ver lo que hacía Darkshadow, pero cuando sintió el frescor del alcohol sobre su pezón izquierdo adivinó lo que se le avecinaba. Segundos después la aguja traspasaba con firmeza su sensible mamila, mientras su agónico grito de dolor era ahogado por la mordaza. Ignorando el sufrimiento de su esclava que se extremecía sobre la camilla, el Sr. Sotogrande terminó de colocar el aro. Después, tomó otro y repitió el proceso con el otro pezón. Susana rezó para que el Amo se diese por satisfecho, pero su cuerpo empezó a temblar cuando sintió los dedos de Darkshadow estirando sus labios vaginales. La asustada muchacha aguantó entre lágrimas la perforación de sus dos labios, en los que el Amo insertó sendos aros, de menor diámetro que los de los pezones, pero no pudo evitar desvanecerse ante la perforación de su clítoris en el que el Sr. Sotogrande colocó un pequeño y llamativo arito con dos bolitas.

Una vez desinfectados correctamente todos los "piercings" de la joven, el Amo se dirigió hacia su madre. MariJose había observado aterrada lo que el Sr. Sotogrande le había colocado a su hija y sabía perfectamente lo que le esperaba. Aunque había asumido su rol ante el Amo, la sumisa mamá no estaba preparada aún para algo así e intentó forcejear a modo de protesta. Fue en vano, ya que estaba firmemente amarrada. Veinte minutos después su cuerpo estaba tan perforado como el de su hija, aunque a pesar del dolor había logrado mantener la consciencia.

¿Qué le parece doctor? –preguntó el Amo dirigiendose al médico, que había estado observando el proceso atentamente.

Debo decir que como ginecólogo desaconsejo este tipo de "piercing" –respondió Rodrigo Valbuena- pero, entre usted y yo, es tremendamente morboso.

Darkshadow rió el comentario del médico.

Bueno –dijo- ya sólo me queda el tatuaje.

¿Qué va a hacerles? –preguntó el doctor con curiosidad.

Hay ciertas reglas internacionales que el grupo al que pertenezco se obliga a seguir. Todos nuestros esclavos y esclavas llevan tatuado en el pubis, justo encima de la vagina o el pene, su nombre real, el de su propietario y su nombre de esclavo, todo ello en inglés, ya que es fotografiado y enviado a un archivo secreto que se encuentra en Londres.

¡Dios santo! –exclamó el médico- no tenía ni idea de que algo así existiese.

Darkshadow sonrió y comenzó a tatuar el pubis de Susana.

Esto llevará algún tiempo, doctor –anunció el Amo- por qué no le quita la mordaza a la mamá y se regala una buena mamada.

Muchas gracias –concedió el médico- será un placer.

Aquello no estaba en el trato. Rodrigo Valbuena se dirigió a MariJose y le retiró la bola rojo de la boca al tiempo que le presentaba su eniesta polla. La sumisa mamá sabía lo que se esperaba de ella y como una buena esclava comenzó a felar el rabo del médico, mientras en perfectas y pequeñas letras góticas, el Amo tatuaba sobre el pubis de su hija:

SLAVE SUSANA

PROPERTY OF MASTER DANIEL

"FUCKTOY"

Después le llegó su turno y mientras el doctor le llenaba la boca de leche y le obligaba a seguir chupando hasta dejarle la polla reluciente, el Sr. Sotogrande le tatuaba:

SLAVE MARIJOSE

PROPERTY OF MASTER DANIEL

"MOMMYSLUT"

Continuará