Jovencitas sumisas (11)

Susana, María José y Tamara intentan lidiar con las sensaciones y las consecuencias de su dominación. Darkshadow y su amante/amiga, Mistress Elsa Klein "Tinkerbell", discuten sus planes.

Susana se despertó de forma abrupta y por un momento pensó que todo había sido un sueño. Pero no, no lo era. Aún llevaba puestas las bragas de algodón blanco de su madre, tal y como el Amo le había ordenado. Se preguntó si su mamá habría obedecido y llevaría aún sus braguitas de tela con franjas de colorines. ¿Qué pensaría su papá... el cornudo... si le veía con ellas? No era el estilo de su madre y además le quedaban pequeñas. Le ajustaban tanto que aún podía recordar cómo se le marcaba la rajita. Susana sintió una punzada de excitación en su propio chochito y no pudo reprimir la tentación de llevarse la mano a la entrepierna. Estaba mojada.

La sesión con el Amo había acabado poco después de que éste se corriese abundantemente en su boca. Aquella tremenda manguera parecía no parar nunca de manar leche y Susana se había tragado toda como una obediente sumisa. Después, el Sr. Sotogrande les había ordenado que se incorporasen y se vistiesen. Aún podía ver la mueca de profunda humillación en la cara de su madre cuando el Amo les pidió que se intercambiasen las bragas y no se las quitasen hasta la mañana siguiente. María José tenía más cadera y más culo que su hija y la prenda le quedaba ridículamente apretada.

Cuando ambas mujeres estuvieron vestidas, Darkshadow le pidió a la mamá que saliese y esperase a su hija en el pasillo.

Saldrá enseguida –dijo- hay algo que debo tratar con ella a solas.

María José obedeció sin rechistar. Su cabeza aún estaba dando vueltas a la orden del Amo en relación con la retirada de su DIU. Le preocupaba la posibilidad de volverse a quedar preñada, a sus 43 años...

Una vez a solas, el Sr. Sotogrande se dirigió a Susana.

No intentes mentirme –advirtió- te excita el ver a tu madre en esta situación. ¿verdad?

La joven no respondió al instante. La verdad era tan humillante que por su mente pasó la posibilidad de mentir. Pero no, de alguna forma sabía que era imposible engañar a aquel hombre.

Sí, Amo –contestó finalmente, sus mejillas adquiriendo un intenso color carmin.

Darkshadow sonrió para sí. No se había equivocado al interpretar las reacciones de la joven. De hecho, estaba casi seguro de que a Susana también le excitaba la idea de ver a su padre convertido en un cornudo, quizá incluso en un obediente esclavo. Si las cosas salían como había planeado, no se sentiría defraudada.

Ruth me ha dicho que el cornudo es ejecutivo en una empresa de telecomunicaciones y que tu madre se queda en casa ¿es eso correcto? –preguntó.

Sí, Amo –respondió la muchacha, estremeciendose al oir de nuevo la palabra "cornudo" referida a su papá.

¿A qué hora salís el cornudo y tu de casa?

Mi pa... el cornudo sale a las siete y media de la mañana, Amo. Yo a las ocho.

¿Y volveís?

El cornudo, alrededor de las seis de la tarde. Yo, depende del día. A veces vuelvo a las tres y como en casa, pero en general me quedo en la facultad estudiando y vuelvo más tarde.

¿Qué hace tu madre durante ese tiempo?

Bueno, supongo que las faenas de la casa, limpiar, preparar la comida, la cena,... A veces queda con alguna amiga, sobre todo con Natalia, nuestra vecina, y toman café o van de compras...

Pero generalmente –resumió el Sr. Sotogrande- entre las ocho de la mañana y las seis de la tarde suele estar sola ¿verdad?

Sí, Amo, así es –reconoció Susana.

Toma –el hombre alargó a la joven una pulsera de color plateado- pontela. Tiene un sensor de movimiento y un micrófono. Debes llevarla siempre, excepto cuando te duches ¿entendido?

Sí, Amo.

Susana tomó la pulsera y se la ajustó alrededor de la muñeca derecha mientras se hacía a la idea de lo que aquello suponía. ¡Iba a carecer de privacidad! Sus movimientos y todo lo que dijese iban a ser conocidos por el Amo. El control de Darkshadow sobre ella se fortalecía y su conejito reaccionó con un abundante torrente de flujos sobre las blancas bragas de algodón de su mamá.

En realidad, aquella pulsera no llevaba nada, ni micrófono, ni sensor, pero Susana no tenía por qué saberlo. Para el Sr. Sotogrande era suficiente con que la joven lo creyese.

Tienes prohibido decirle a tu madre que llevas un micrófono. Tampoco quiero que sepa, de momento, que Tamara estuvo aquí. No quiero que se ponga más nerviosa de lo que está ¿de acuerdo?

Sí, Amo.

La finalidad principal del micrófono es escuchar las conversaciones entre tu y tu madre y asegurarme de que ambas cumplís mis órdenes al dedillo. Quiero que la supervises, que la disuadas de que incumpla mis normas, que le insistas en la necesidad de obedecer. Quiero que actúes como una esclava orgullosa de serlo y le transmitas eso a tu madre, si no, serás duramente castigada, ¿está claro?

Sí, Amo –respondió Susana, apabullada por las palabras del hombre.

Muy bien –dijo Darkshadow- eso es todo de momento. Puedes marchar con tu madre a casa, pero antes dame tu número de móvil y tu dirección de correo electrónico. Volverás a tener noticias mías pronto.

Susana se había despedido del Amo y abandonado la habitación para encontrarse con su mamá que la esperaba pacientemente en el pasillo. Ninguna de las dos había dicho nada. Habían bajado al vestíbulo, salido del hotel y montado en el coche de María José. Sólo cuando llevaban un rato conduciendo, la mamá había balbuceado un "lo siento mucho". Aquellas tres palabras dieron el pistoletazo de salida para que madre e hija comenzaran a darse explicaciones. María José pidió disculpas a Susana por no haber sabido defenderla, por haber sucumbido a la dominación de Darkshadow, le pidio perdón por los aberrantes actos sexuales que se había visto forzada a realizar, pero sobre todo le transmitió el temor que sentía por la situación en la que se encontraban y la posibilidad de que aquel hombre las preñase. Susana también habló, pero a diferencia de María José, ella sabía que el Amo podía estar escuchando. Aunque pidió disculpas por haberla metido en aquel lío y le contó cómo había empezado todo, intentó tranquilizarla y hacerla entender que ambas eran sumisas y debían aceptar la dominancia del Amo. María José protestó e instó a su hija a permanecer unidas e intentar salir de aquel infierno.

Mamá –preguntó la joven- ¿Cómo pretendes que salgamos de esto? ¿Eres consciente del tipo de videos y fotos que tiene el Amo? ¿Quieres que se las mande a pa..., al cornudo, a nuestros vecinos, amigos,...?

No, Susana. Soy consciente de que ese material debe permanecer oculto. Me moriría de vergüenza si alguien lo viese. Pero algo debe poderse hacer. No podemos dejar que ese hombre nos esclavice.

Mamá –la voz de la joven se hizo más seria. Tenía que convencer a su madre o las dos pagarían su rebeldía- de alguna forma ya lo ha hecho, creeme. ¿O acaso no sientes que le perteneces? Porque yo sí lo siento. Su dominancia me hace sentir inferior, sumisa, dependiente, pero al mismo tiempo me llena de vida, de deseo, de excitación. Jamás me he sentido así. Lo acepte o no, la realidad es que en mi interior sé que me siento como la esclava Susana, propiedad de Darkshadow.

María José había escuchado a su hija en silencio, mientras intentaba concentrarse en la conducción. Sabía que Susana tenía razón. Había intentado hacerse la fuerte para proteger a su hija, para hacerla saber que tenía intención de encontrar una forma de salir de aquella situación, pero a pesar de su juventud Susana había sabido leer las señales mejor que ella. Sí, no podía negarlo. Ella también sentía esa necesidad de pertenencia a aquel hombre, esa necesidad de servirle y de buscar su aprobación. Era como si, sin saberlo, hubiese estado esperando toda su vida a un hombre así, dominante, seguro, que hiciese aflorar toda la sumisión que llevaba dentro de sí y que tan solo sospechaba. Sí, sin duda ella también se sentía la "esclava María José", propiedad de Darkshadow. Entonces, sin poder evitarlo, la madura mamá comenzó a llorar, temblorosa y asustada como una niña pequeña.

No sé qué podemos hacer, no lo sé –balbuceó entre lagrimas

¡Mamá, por favor! –gritó Susana- ¿Quieres que tengamos un accidente? ¡Controlate o para el coche! Yo conduciré.

La aturdida mamá detuvo el vehículo y dejó que su hija ocupase su lugar. Cuando reemprendieron el camino, Susana volvió a hablar.

No hay nada que podamos hacer –dijo con seguridad- Obedeceremos las órdenes del Amo. Todas.

María José no respondió. Seguía gimoteando. Susana la miró con una sonrisa en los labios, pero no era de ternura. Viendo a su madre en aquel estado se dio cuenta de lo débil y sumisa que era y una tremenda excitación se extendió por todo su cuerpo.

No tardaron en llegar a casa. María José había dejado de llorar, pero no habían vuelto a hablar. Aunque no era excesivamente tarde, Jaime ya estaba acostado. Madre e hija se dieron las buenas noches con cierta frialdad y se dirigieron a sus habitaciones...

Susana miró el reloj-despertador. Eran ya las diez y media de la mañana. Estaba a punto de levantarse cuando su móvil empezó a sonar. Lo cogió de la mesilla de noche. Era Tamara. No le apetecía hablar con ella en esos momentos, pero sospechaba que su amiga estaría preocupada, así que se forzó a hacerlo.

Hola, Tami –dijo- ¿Qué tal?

Hola Susi –respondió la joven- Imaginate, extraña, desconcertada, culpable... ¿y tu?

Estoy bien –dijo- Siento lo de anoche. No debería haberte dejado venir conmigo.

¡Oh, no! No te culpes. Yo fui la cabezota –aceptó Tamara- Además... bueno... no sé cómo decirtelo... bueno... sabes... me excitó lo que pasó... bueno... los muslos me duelen horrores, pero... recuerdo todo y no puedo dejar de tocarme. No sé las veces que me he masturbado ya...

Susana notó que su propio coñito comenzaba a arder y dejó que sus dedos lo acariciasen por encima de las bragas.

Me alegro de que te lo hayas tomado así –respondió la joven- aunque no vi nada, oi lo que te ordenó hacer el Amo y bueno,... pensé que te podría traumatizar.

Reconozco que me quedé impresionada. Sobre todo cuando entré y te vi comiendole el coño a aquella mujer. Jamás me hubiera imaginado que vería a mi mejor amiga en esa situación. Si hubiese sabido que al poco iba a ser yo la que lo estaría haciendo, habría salido corriendo de allí.

No le culpes a Ruth –dijo Susana- ella sólo obedece al Amo.

¡Oh, no! –respondió la joven con vehemencia- no lo hago. De hecho, no fue tan desagradable. ¿Sabes?, de vuelta a casa Ruth insistió en devolverme el favor.

Susana se bajó las bragas y comenzó a masturbarse. Aquella conversación con Tami le estaba poniendo cachonda.

¿Y qué hiciste? –preguntó.

Bueno... al principio le dije que no, que no hacía falta, que en realidad sólo había obedecido, que el Amo se había orinado en mi chichi... –la joven parecía avergonzada y eso excitó aún más a Susana- pero a ella no le importó y siguió insistiendo, acariciandome. No sé cómo, quizá fue el alcohol, o la curiosidad, pero poco a poco dejé que me tumbara en el asiento de atrás y me comiera el coño como nunca me lo han comido antes.

Susana estaba caliente como una perra en celo.

Tami –dijo- no sigas contandome detalles. Me estás poniendo cachonda.

Está bien –respondió su amiga- Entonces, cuentame tu, ¿qué pasó cuando nos fuimos?

Bueno, no mucho más –mintió Susana- me quitó las ataduras y me dejó ir.

¿Y no te... bueno... no te... echó un polvo? –preguntó Tami con cierto sonrojo.

¡Oh, no! Para nada –respondió la joven.

Hubo un ligero silencio.

¿Llegaste a ver su miembro? –preguntó Tamara- Es... enorme.

Sí, lo es –aceptó Susana- la verdad es que nunca había visto una polla tan larga y tan gorda.

No puedo dejar de pensar en ella –confesó su amiga.

¡Tamara! –exclamó Susana- ¿Y Rafa? ¿Qué pasa con él?

No lo sé –reconoció la muchacha con cierta vergüenza- Aún me gusta, pero estoy confundida. Lo de anoche me dejó impactada. Ha hecho aflorar ciertas cosas en mi que no sabía que eran tan intensas. ¿Qué vas a hacer tu con Carlos?

Voy a dejarlo –respondió Susana- no tiene sentido seguir. Ya no siento por él lo que sentía.

La joven evitó aludir a las órdenes directas del Amo, prohibiéndole tener sexo con nadie más que con él y con quién él decidiese y ordenándole dejar a su novio...

Lo entiendo –respondió Tamara- Va a ser duro para él... Oye, tengo que dejarte –dijo la joven- Ana y yo tenemos que ayudar a mamá con las faenas de la casa y ya es la segunda vez que me llaman.

Ana era la hermana pequeña de Tami, de tan solo 15 años. Ambas jóvenes vivían solas con su madre, Yolanda, una divorciada de 40 años, en un piso de las Rozas, no muy lejos del chalet de los padres de Susana.

Está bien –aceptó la joven- ya seguiremos hablando. Hasta luego, guapa.

Besitos –respondió Tamara antes de colgar.

Susana siguió tendida en la cama durante varios minutos. Su mano derecha seguía acariciando su conejito. La conversación con su amiga le había excitado, sobre todo el hecho de que incluso en ausencia del Amo, Tamara se hubiese dejado seducir por Ruth hasta el punto de permitirle comer su coño. Tenía que enterarse de los detalles. Tomó el móvil y comenzó a marcar el número de Ruth, pero unos golpes en la puerta le hicieron detenerse.

Adelante –dijo Susana en voz alta, volviendose a subir las bragas.

La puerta de su habitación comenzó a abrirse y la joven vio que se trataba de su madre. María José llevaba puesto su albornoz rosa, el que normalmente estaba colgado tras la puerta de su baño.

Buenos días, hija –saludó la mamá.

Susana notó cierta timidez en su voz, como si se sintiese ya avergonzada por lo que venía a hacer y no pudo evitar un extremecimiento de excitación.

Buenos días, mama –respondió- ¿Cómo has pasado la noche?

Fatal. Casi no he pegado ojo. No he podido dejar de pensar en todo lo que ha pasado. Realmente estoy muy preocupada con esta situación...

¿Has cumplido las órdenes del Amo, verdad? –cortó Susana, que no tenía ninguna intención de volver a escuchar las inquietudes de su madre.

María José se puso roja como un tomate.

Sí –balbuceó.

Muy bien. Entonces quitate ese albornoz y deja que te inspeccione.

Muerta de vergüenza, la mamá aflojó el cinto de la prenda y se la quitó con lentitud quedandose totalmente en cueros. El contraste con la noche anterior era evidente. La abundante mata de pelo negro que había cubierto el pubis de María José había desaparecido y ahora se veían perfectamente sus dos hinchados labios y su rosada vulva.

Separa más las piernas –pidió Susana acercándose a su madre y arrodillandose ante ella- voy a inspeccionarte. Ya sabes que no debe quedar ni un solo pelo.

María José hizo lo que su hija le pedía. Aquella situación era humillante, pero la mamá se dio cuenta con horror de que estaba empezando a excitarse.

Susana escrutinó el chumis de su madre con cuidado. Era obvio que el rasurado era deficiente. Había multitud de pelitos que habían quedado sin eliminar, sobre todo en las partes más delicadas.

Date la vuelta y arqueate lo más que puedas. Voy a revisar la raja del culo y el ojete.

María José obedeció sin rechistar, estremeciendose al sentir las manos de su hija agarrando sus nalgas y separándoselas.

La raja no está mal –dictaminó Susana- pero en el ojete aún tienes muchos pelos. Tumbate en mi cama. Voy a repasarte.

La sumisa mamá se incorporó y acató las instrucciones de su hija, mientras la joven se dirigía al baño a por el utillaje necesario para la faena. Cuando volvió, María José esperaba tendida sobre la cama de Susana, las piernas ligeramente abiertas y las rodillas flexionadas. La muchacha no pudo evitar un intenso escozor en su aún excitada entrepierna al ver a su mamá así, toda expuesta y vulnerable. Era admirable lo que el Amo había conseguido hacer con una mujer tan decente y recatada como su madre.

Intentando alejar esos pensamientos de su cabeza, la joven dedicó sus buenos quince minutos a eliminar todos los pelos que aún poblaban el otrora velludo chumis de su mamá hasta dejarlo completamente lampiño. Después, mientras María José se separaba bien las nalgas, había procedido a rasurar la raja de su culo y el vello que abundaba alrededor de su rosado esfínter.

Ya está, mamá –anunció Susana- creo que te he dejado sin un solo pelo

María José se incorporó de la cama y miró su cuerpo en el espejo que ocupaba la puerta del armario de su hija.

Se hace extraño ¿verdad? –dijo la joven- se siente una más desnuda aún.

Sí –aceptó su mamá- espero acostumbrarme.

Seguro que antes de lo que te imaginas –le animó su hija- Por cierto, se vuelve mucho más sensible. A veces, el solo roce con las bragas hace que me excite.

Oye, Susana –dijo María José, mientras volvía a ponerse el albornoz- Tengo miedo de que tu padre insista en hacer el amor y vea esto. No tengo ni idea de qué voy a decirle.

Mamá, no olvides cuál es el nombre que debes usar al referirte a papá, ni las órdenes estrictas de sexo cero que el Amo te ha dado. Me dijo claramente que espera que yo le reporte cualquier transgresión de esas órdenes y no estoy segura de poder mentir ante la mirada penetrante de esos ojos azules –mintió la joven.

No podía decirle a su madre que Darkshadow podía escuchar todo lo que dijeran.

Está bien, hija –aceptó María José- seré más cuidadosa. Es sólo que llamarle "cornudo" es tan... humillante. Me hace sentirlo como si fuese un pelele o un idiota, me... me hace perderle el respeto.

No puedo ayudarte con eso –respondió Susana- aceptalo. Te guste o no, papá es un cornudo. Peor aún, ni siquiera va a poder tocar a su propia esposa mientras que otro hombre la usa a su antojo.

Es tan erroneo, tan prohibido... –balbuceó María José- Jamás creí que fuese capaz de hacer algo así.

No tienes opción, mamá –respondió la joven- así que recuerda: Ese conejito pelón está prohibido para el cornudo. Es propiedad del Amo, al igual que el resto de tu cuerpo. Sientete orgullosa de pertenecer al Amo, igual que yo, y todo será más fácil de aceptar.

María José asintió en silencio y con los ojos húmedos abandonó la habitación. Susana sabía que aquello era difícil para su madre, aunque estaba aceptándolo mejor de lo que esperaba. En fin, era hora de ponerse a funcionar. Aquel día iba a ser duro. Tenía que cortar con Carlos. Pensó en él y se dio cuenta de que realmente se sentía aliviada de acabar su relación. Ahora quedaría totalmente libre para el Amo. El solo pensarlo hizo que su joven chochito se estremeciese de deseo.

Eran las cinco de la tarde y en su habitación del Ritz, Daniel Sotogrande conversaba animadamente con una atractiva joven de no más de 25 años. Su nombre era Elsa klein y a pesar de su corta edad era una experimentada y cruel dominatrix. Su origen germano se evidenciaba en su elevada estatura, su tez clara, su cabello rubio y sus hermosos ojos azules. Sin duda, una mujer impresionante y peligrosa.

Al igual que Daniel, Elsa pertenecía al "Grupo" y era conocida por el nombre de "Tinkerbell" que había elegido en honor al hada amiga de Peter Pan, uno de los cuentos favoritos de su infancia.

"El Grupo" era una organización exclusiva y clandestina compuesta por Amos y Amas, cuyo fin era apoyar sus actividades y darles protección. Tenía una particularidad: Solamente podían formar parte de él 25 miembros. Era una forma de controlar su naturaleza secreta y de asegurar su excelencia. "El Grupo" no se inmiscuía en las actividades de sus miembros, tan solo las apoyaba cuando éstos lo solicitaban. A cambio, cada miembro debía informar puntualmente de cualquier hecho relevante relacionado con el propósito del "Grupo".

Actualmente, la organización estaba compuesta por 18 Amos y 7 Amas y era presidida por Don Ricard Arbós, conocido empresario y miembro más senior del "Grupo" con 63 años.

Para entrar en el "Grupo", tanto Daniel como Elsa habían recibido el apoyo de sus padres, que habían actuado como sponsors, aunque no por ello habían recibido un trato de favor. De hecho, la candidatura de Elsa había perdido en favor de la de un muchacho llamado Carles, hijo de otro de los miembros del "Grupo". Cinco días después, Don Ricard Arbós había recibido un video en el que Carles aparecía adorando sumisamente los pies de Elsa. Pero lo más impresionante había sido la imagen del trasero del joven, surcado por abundantes marcas rojas, el ojete dilatado por un consolador enorme y las palabras " Elsa´s fucktoy " tatuadas en su nalga izquierda. Después de eso, ni el avergonzado padre del chico había protestado su expulsión del "Grupo" y su sustitución inmediata por "Mistress Elsa".

Bueno –dijo Daniel- ¿Qué opinas?

El Amo acababa de relatar a su amiga y amante los detalles de la noche anterior.

De momento, todo va bien –respondió la joven- aunque no se ajuste al plan inicial. La idea era trabajar únicamente con las familias Sánchez-Ortiz y Salgado-del Valle. ¿Qué sabes de esa otra chica, Tamara?

Sus apellidos son Alonso García. Tendremos que investigarla.

De acuerdo. Yo me encargo de eso. Espero que no presente problemas.

No lo creo. Es sumisa, como las otras.

Elsa Klein asintió apreciativamente. Ahora era su turno de informar a Daniel.

La finca ya está lista –dijo- "El Grupo" ha hecho un trabajo excelente.

¡Estupendo! –exclamó Daniel- estoy deseando ir a verla.

"La Finca" era un extenso área de terreno en un paraje solitario a 70 km de Madrid. Elsa y Daniel lo habían comprado hacía casi un año, con la intención de establecerse allí y dedicarse profesionalmente a su pasión, el BDSM. La capital era un lugar ideal para reclutar esclavas, ya que ninguno de los miembros del "Grupo" se había asentado aún allí. La organización, requerida por la pareja, se había encargado del acondicionamiento de "La Finca". La vieja mansión original había sido reconstruida y dotada de comodidades y sistemas de seguridad. El sótano había sido convertido en un impresionante calabozo, con celdas y numerosos aparatos e instrumentos necesarios para la práctica del BDSM.

Pues, si quieres, podemos dormir allí esta noche –sugirió Elsa.

Me parece una idea fantástica. Quiero que nos vayamos familiarizando con el lugar.

¿Te parece que antes discutamos los próximos pasos a seguir con las sumisas? Tenemos varios frentes abiertos y debemos actuar con cuidado.

Mi querida Elsa –dijo Daniel con ternura- siempre tan metódica. Está bien. Discutamos. Mi idea es que tu te encargues de adiestrar a la Sra. del Valle. Es la más difícil, sumisa hasta la médula pero con ferreas convicciones morales. Sin embargo, sé que te gustan los retos y las mamás maduritas, por eso espero que lo aceptes.

¡Por supuesto! –exclamó Elsa- estoy deseando volver a la acción y esa zorra promete ser interesante. Pero ya te aviso de antemano que la que realmente me interesa es la otra pija rica, la doctora. He visto fotos suyas en varias publicaciones médicas, toda altiva, toda orgullosa, toda segura de si misma... No veo el momento de convertirla en una obediente esclava.

Ahora eres tu la que te aceleras, Elsa –intervino Daniel con una sonrisa- la Dra. Jimena Ortiz será sometida en su momento y tomo nota de tus intereses, pero antes debemos acabar con la familia Salgado-del Valle. Aunque la primera sumisa que captamos fue Ruth, el desarrollo de los hechos ha puesto a la familia de Susana en una situación más favorable. Sugiero que te centres en el adiestramiento de María José. Yo me encargaré de Susana y de Ruth.

Está bien –aceptó Elsa- ¿Qué hay de Jaime Salgado? ¿Puedo ir planeando su sometimiento?

Absolutamente, sí –respondió Daniel- es todo tuyo. Una vez lo tengas dominado, ambos nos instalaremos en su casa y así el adiestramiento de los tres será más rápido y eficaz.

Bien –dijo Elsa- entonces empezaré a idear un plan tan pronto tenga a la mamá bajo control.

Perfecto –respondió Daniel- ¿te parece que nos vayamos ya a la finca?

Vamos. Estoy deseando que la veas.

Elsa Klein y Daniel Sotogrande abandonaron el Ritz pocos minutos después y pusieron rumbo a "La Finca", su nuevo hogar. En esos mismos instantes, Susana Salgado estaba intentando romper con su novio, María José del Valle y Jaime Salgado tomaban café en la casa de unos amigos, la familia Sánchez-Ortiz visitaba a los abuelos, y Tamara Alonso se masturbaba en su habitación, recordando los sucesos de la noche anterior. Ninguno de ellos conocía aún la existencia de "La Finca", aunque muy pronto todos iban a ser huéspedes habituales.

Continuará