Jovencita viciosa: masturbación

Sola en mi cama también puedo disfrutar de mi cuerpo.

Estoy tumbada en mi cama, hace calor, es de noche. Por la ventana abierta entra una brisa que acaricia mi cuerpo desnudo. He esperado este momento con deseo; días enteros sin una sola experiencia sexual, llenos de trabajo y obligaciones, sin un momento libre; hasta que por fin hoy, esta noche, puedo relajarme y disfrutar de mi cuerpo.

Dejo que le excitación y el deseo crezcan poco a poco dentro de mí; la anticipación de lo que voy a hacer es un afrodisíaco en sí mismo. Y ese deseo crece y crece, me pide que me acaricie, que utilice mis manos para calmarlo, pero yo aguanto un poco más; es una dulce tortura.

Hasta que ya no puedo resistir más y empiezo a acariciarme. El vientre, mi ombligo, mis caderas hasta donde llego con las manos. Y lentamente voy subiéndolas hasta llegar a mis pechos. Acaricio su redondez, con suaves movimientos circulares. Me llevo un dedo a la boca y lo acaricio suavemente con la punta de la lengua, y lo chupo, como si fuera un caramelo. Parece absurdo pero eso me excita: una mano en mis pechos y la otra en mi boca. Dirijo mi dedo mojado de saliva a mis pechos y me acaricio mis pezones. Siento su blandura, pero dura poco; son ponen duros como el acero en pocos segundos. Los acaricio y tiro de ellos, los pellizco suavemente, cada vez más fuerte, hasta que un gemido escapa de mi boca.

Mientras no he podido mantener las piernas quietas, estoy demasiado excitada, nerviosa e inquieta, y las muevo, rozando un muslo contra otro; acariciándome con los pies, sintiendo la suavidad de mis piernas al contacto de las plantas y los dedos de mis pies. Me siento excitada y juguetona.

Tengo los ojos cerrados e imagino todo tipo de situaciones eróticas, pero hay momentos en que dejo la mente en blanco y lo único que la llena es el deseo. Dejo mis pechos por un momento y deslizo las manos hacia mis muslos. Los acaricio por fuera y por dentro. Y voy acercándome lentamente a la parte más oculta y deseable de mi cuerpo. Aquello por lo que los hombres suspiran. Pero hoy es sólo para mí. Yo seré la única que goce con él.

Empiezo a acariciarme los bordes de mi rajita; suavemente, sintiendo las yemas de los dedos sobre mi piel. Pero el deseo es grande y no aguanto mucho antes de rozar mis labios vaginales. Me acaricio toda la raja sin llegar a entrar dentro de mi cueva. Es como si un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Mis dedos recorriendo mi vagina, deteniéndose en los lugares más sensibles de mi anatomía. Sigo gimiendo y ahora no puedo parar. Son gemidos suaves, casi como susurros. Entonces introduzco un dedo dentro de mi coñito, lentamente, como si estuviera tanteando. Está húmedo y caliente. Y me encanta. Ha llegado el momento, por fin, ya no puedo más, y empiezo a masturbarme.

Con un dedo, lentamente al principio, pero aumentando la velocidad y la fuerza según me excito más y más. Después otro dedo. Los meto y los saco, con un ritmo regular. Con la mano libre sigo acariciándome los pechos, mis pezones. Me llevo los dedos a la boca y saboreo la humedad de mi coño. Los lamo con placer, y me gusta cómo saben. Y vuelvo a masturbarme. Me aguanto todo lo que puedo sin correrme, bajo el ritmo, lo aumento, cuando no puedo más me paro y vuelvo a seguir. Es una tortura, me estoy volviendo loca de placer, pero retraso la explosión final todo lo posible.

Aumento el ritmo hasta casi un frenesí, mi cuerpo empieza a convulsionarse y me corro gimiendo con fuerza. Entonces me relajo y siento cómo se empapa mi coño. Hundo mis dedos bien dentro y los empapo de mis líquidos y me los llevo a la boca para saborearlo.

Me quedo tranquila un momento, pero no es suficiente. Me levanto y saco de un cajón uno de mis pequeños tesoros: un consolador de color rojo y forma de gran polla. Me tumbo otra vez y empiezo a chuparlo. Cierro los ojos e imagino que es una polla de verdad. Sabe bien y me lo meto dentro de mi boca, y la chupo con ganas. Me acaricio con él los pezones. Me excita el roce de mis pezones con el plástico. Lo deslizo por mi cuerpo y llego a mi coño que está otra vez pidiendo ser penetrado. Me acaricio la raja, el consolador se abre paso entre los labios y encuentra un agujero por el que introducirse. Suelto un gemido muy profundo y arqueo la espalda. No puedo más, así que me penetro con fuerza, hasta el fondo, hasta tenerlo completamente dentro de mí, y lo dejo ahí unos instantes. Es una sensación maravillosa, sentir tu coño lleno por completo y casi no poder moverte. Lo saco poco a poco, notando cómo roza las paredes de mis entrañas, y cuando está fuera me lo meto en la boca. Lo lamo como si fuera el más dulce de los caramelos.

Cambio de postura. Me pongo a cuatro patas y abro mucho las piernas. Me apoyo con una mano en la cama y con la otra empiezo a acariciarme otra vez el coño con el consolador. Pero esta vez lo deslizo poco a poco en dirección a mi culo. Abro más las nalgas y me acaricio la entrada de mi agujero negro. La excitación es enorme, y entonces empiezo a introducirlo por mi ano, poco a poco. No me he echado ninguna crema para que se deslice mejor, me han follado el culo las suficientes veces para que lo tenga espacioso; de todas manera hoy quiero que me duela, como cuando te desvirgan el culo, cuando te penetran por detrás por primera vez.

Y siento dolor según se va introduciendo dentro de mí poco a poco. Pero en seguida el dolor se convierte en placer y empiezo a meterlo y sacarlo con fuerza, jadeando y gimiendo. Apoyo la cabeza en la almohada y empiezo a masturbarme con la otra mano. Ahora tengo un consolador follándome el culo y una mano el clítoris, y yo controlo la situación: la velocidad, el ritmo; pero la excitación me controla a mí. Y no paro de jadear y dar pequeños gritos de placer y lujuria. Hoy estoy sola en casa y no me contengo, y no me importa que me oigan mis vecinos; ese pensamiento me excita más, pensar que algún vecino pueda estar oyendo como jadeo y grito de placer, y que quizá se empiece a masturbar imaginando lo que estoy haciendo.

Y al final, con un grito, acabo mojando las sábanas con mis fluidos. Saco el consolador de mi culo y lo chupo, saboreándolo con placer. Y me quedo tumbada, estirada y agotada. Notando cómo las gotas de sudor resbalan y recorren mi cuerpo.

No sabría decir cómo siento más placer, con un hombre, con una mujer o con mis propias manos, pero en noches como esta no necesito a nadie, soy capaz de darme yo misma el máximo placer y acabar sudando y jadeando por el esfuerzo. Bueno, no totalmente sola, cuento con la ayuda de mis consoladores, mis pollas particulares de plástico.