Joven diosa y esclavo maduro

Joven Ama de 19 años compra y somete a un madurito de 42.

La Diosa, de 19 años de edad, se llamaba Beatriz. Tenía mucho dinero, heredado de la familia, y lo gastaba alegremente en lujos, ropas, accesorios para su palacio (del que se hablará a continuación) y cuanto se le antojara. Disfrutaba viendo que, por fin, el mundo era de las mujeres, y los hombres habían sido esclavizados de por vida, quedando como criados obedientes y humillables.

El palacio de Ama Beatriz era un prodigio de arquitectura y un ejemplo de derroche. Contaba con 30 habitaciones, 5 baños, 3 cocinas, y 20 mazmorras, que el Ama empleaba para torturar y alojar a los esclavos desobedientes, o a cualquiera que ella deseara. Vivía sola, atendida por 10 esclavos de edades diversas, aunque con un rasgo en común: todos poseían magníficos cuerpos, esculpidos a base de horas de esfuerzo diario bajo la mirada de Ama Beatri y de su látigo. Efectivamente, contemplar a sus esclavos entrenarse era uno de los placeres de la Diosa, quien, caprichosamente, balanceaba su fusta ante el rostro siempre atemorizado de sus sumisos mientras chorreaban sudor sin parar. Naturalmente, los esclavos de Ama Beatriz debían ir siempre completamente desnudos, teniendo prohibido cubrirse cualquier parte de su cuerpo. De este modo, se conseguía un doble objetivo: tener a los hombres humillados, y disfrutar de sus cuerpos para hacer con ellos lo que se deseara. Ama Beatriz acostumbraba a manosear las nalgas y penes de sus siervos, a menudo mientras éstos se encontraban atados, por lo que el suplicio y humillación de los esclavos eran máximos.

Ama Beatriz poseía una gran belleza, acentuada por juventud, y era muy maliciosa con sus esclavos. Le encantaba humillarlos y llevarles al límite, y frecuentemente adquiría nuevos ejemplares para su disfrute.

Aquel día se había dirigido al mercado de esclavos para hacerse con un nuevo ejemplar. Su carruaje, arrastrado por 4 de sus más fuertes sumisos, la dejó en el centro, desde donde la Diosa, mientras agitaba en el aire su fusta mirando aquí y allá, caminó sobre sus sandalias.

Al poco, un esclavo llamó su atención. Se trataba de un hombre de 42 años, tal como indicaba el cartel junto a él. Se encontraba encadenado de pies y manos, y cubierto con un diminuto tanga, tal y como se acostumbraba en los mercados. Era muy musculoso, y de facciones agradables, aunque su cara reflejaba la vergüenza y el miedo de la situación.

Ama Beatriz se puso frente a él, y sin decir palabra, pasó la mano por su pecho desnudo, recorriendo cada centímetro. A continuación, se puso detrás de él, y acarició largamente sus nalgas, duras y firmes, que no tapaba el tanga. Entonces, decidida, pagó lo que pedían por él y pidió que lo amarraran para llevárselo inmediatemente. El esclavo fue encadenado con las manos a la espalda y fue introducido en el carruaje, que salió en dirección al palacio.

Una vez llegados, Ama Beatriz se dirigió a su salón, decorado según todos sus caprichos, y se sentó en su trono de Diosa. Su pie balanceaba la sandalia mientras contemplaba al esclavo. Pidió que le desataran y se acercara.

-Tienes buen cuerpo, cariño, no suelo adquirir esclavos que me saquen tanta edad, pues yo tengo 19, pero tu cuerpo y tus músculos me han gustado y ahora son míos.

-Gracias, señorita, es muy amable, seré muy obediente con usted.

-Ama Beatriz desde hoy, esclavo, y te dirigirás a mí no de usted, sino de vos, ¿está claro?

-Si, Ama Beatriz, lo que vos ordenéis.

-Bien, eso me gusta más. Tanga fuera inmediatamente.

-Sí, Ama Beatriz.

El esclavo, colorado como un tomate, no tuvo más remedio que despojarse de su única prenda, quedando completamente desnudo ante la divertida mirada de la Diosa, que se había percatado de su rubor.

-Date la vuelta.

-Sí, Ama Beatriz.

-Bonito culito, cariño, -dijo la Diosa mientras se lo manoseaba-. Ahora de frente de nuevo y te pones de rodillas.

-Sí, Ama Beatriz.

-Pareces avergonzado, esclavo, ¿lo estás?

-Si, Ama Beatriz, mucho.

-Explícamelo.

-Ama Beatriz, me siento avergonzado por estar desnudo y arrodillado ante vos, y además por el hecho de tener que obedecer a una mujer tan joven como vos.

-En cambio, a mí me encanta verte así humillado, pero esto sólo ha empezado. Bésame los pies.

El esclavo, humillado al máximo, comenzó a cubrir de besos los pies de Ama Beatriz, quien había dejado sus sandalias en el suelo.

-Ahora lámelos y chúpalos.

-Sí, Ama Beatriz.

El sumiso lamió y chupó los dedos uno a uno y entre ellos, metiendo todo el pie de la Diosa en su boca, así durante bastante tiempo, hasta que Ama Beatriz le ordenó parar.

-¿Crees que soy bella?

-Sois bellísima, Ama Beatriz.

-¿Te humilla estar a mis pies y a mis órdenes?

-Sí, Ama Beatriz, mucho.

-Pues ahora voy a mostrarte lo que pasará cuando me enfade. Te aseguro que temblarás si tal cosa ocurre. Coge mi fusta con la boca, que está en aquella mesa, y traémela ahora mismo.

-Sí, Ama Beatriz, inmediatamente.

El esclavo caminó a 4 patas por la estancia, llegando a la mesa donde se encontraba la fusta, y la mordió, procediendo a entregársela a la Diosa de inmediato.

-¿Ves esto? Es mi pintura para uñas de pies. Voy a meterte el pincel en la boca, y me vas pintar las uñas así. Tienes 5 minutos. Si en ese tiempo no has acabado o te has salido de las uñas, aunque sea un milímetro, recibirás tu primer castigo, y te resultará tan doloroso que lo recordarás siempre. Comienza.

El esclavo, muerto de miedo, y con el pincel en la boca, empezó a pintar las uñas de los pies de Ama Beatriz, pero el miedo que tenia por enfadarla hizo que no acabara a tiempo, y, además, se salió de varias uñas, pintando la piel de los dedos.

-Se acabó el tiempo. Te han faltado 3 uñas, y en 2 te has salido. Veo que sólo entiendes un lenguaje: el de la fusta. ¡De rodillas, manos a la espalda y piernas separadas, vamos!

-¡Piedad, Ama Beatriz, os lo suplico! Estoy nervioso y asustado, y si me dáis una nueva oportunidad me esforzaré más.

-Demasiado tarde. Ahora comprobarás lo que es el verdadero dolor.

Ama Beatriz comenzó a descargar una serie de golpes en los testículos del esclavo, con todas sus fuerzas, una y otra vez. Cuando llevaba 10 golpes, el esclavo se derrumbó, retorciéndose.

-¡Cómo! ¿Aún osas provocarme? ¡100 golpes más! ¡Vuelve a ponerte de rodillas, vamos!

Los golpes, aplicados con rapidez, hacían llorar de dolor al esclavo, que permanecía arrodillado ante Ama Beatriz con las manos a la espalda. Sus gritos eran terribles, pero, cuanto más gritaba, más fuerte le golpeaba la Diosa. Finalmente, transcurrida media hora, Ama Beatriz se detuvo.

-Ahora, esclavo, para descansar, me vas a lamer los pies de nuevo, pero antes me agradecerás el castigo, pues te ha enseñado que conmigo no se juega.

-Ama Beatriz, gracias por castigar a este perro estúpido como merece. Una diosa de su belleza, inteligencia y juventud debe tener siempre un siervo desnudo a sus pies adorándola, y me lo permitís trataré de complaceros siempre que me lo ordenéis.

-Bien, perro, ahora lame, más tarde te llevaré a mi dormitorio, y allí te enseñaré mis tetas, que naturalmente no podrás tocar, lo cual provocará en tí mayor sufrimiento. ¡Lame!