Joven diosa y esclavo maduro 3

Una joven Ama de 19 años compra a un esclavo de 42.

Al día siguiente, la Diosa se levantó tarde, como acostumbraba. Era muy vaga, pues tenía sirvientes que hacían todo lo que se le antojara, con lo cual no tenía que preocuparse más que de torturarlos y hacerles sufrir; y hay que añadir, además, que tales actividades constituían su principal, y única, fuente de diversión.

El ruido de sus pies supremos caminando por la alfombra fue suficiente para que se presentaran ante ella dos esclavos, uno a cada lado: su nueva adquisición, y el esclavo a quien obligó besar. Cada uno de ellos se arrodilló ante ella y le besó un pie, permaneciendo con la cabeza pegada al suelo y las manos a la espalda a la espera de recibir órdenes.

-Hoy me apetece ver cómo sudáis haciendo ejercicios, niños-dijo Ama Beatriz, mientras acariciaba las nalgas de sus perros-. Tú, cariño, colócate así, -dijo, poniendo a 4 patas a su nuevo esclavo-. Verás cómo disfrutas con lo que tengo para tí.

A continuación, la Diosa agarró de una oreja al otro esclavo, levantándolo, y el enseño el culo del otro perro:

-Todo tuyo, amor, ahí tienes tu desayuno.

El esclavo, homosexual, no se lo pensó un momento. Agarró con fuerza las nalgas del siervo y le clavó el pene con todas sus fuerzas entre ellas. La metió y la sacó varias y veces, hasta que se corrió, y entonces una nueva orden de Ama Beatriz resonó en la sala:

-Ahora, cariño, límpiale la leche de su pene con la boca.

El otro esclavo, aún dolorido por la penetración, tuvo que obedecer y meterse el miembro del otro sumiso en la boca, hasta dejarlo totalmente limpio de leche.

-Puedes retirarte, es todo por el momento-le dijo al homosexual-.

-Sí, Ama, Beatriz.

-Para tí tengo otros planes, cariño. Acompáñame a 4 patas.

Los dos, Ama y esclavo, caminaron varios metros, bajando unas escaleras y recorriendo largos pasillos casi a oscuras. Sólo alguna antorcha, de vez en cuando, indicaba qué dirección tomar. Finalmente, Ama Beatriz indicó el destino.

-Es aquí. Abre esa puerta y entra.

El esclavo se incorporó. Una puerta metálica se abrió. Ambos entraron, y la puerta se cerró de nuevo.

¿Qué había en aquella habitación? Sin duda, nada bueno para el esclavo; pues Ama Beatriz, aunque joven e inmadura, era muy cruel, y por toda la casa disponía de instrumentos para causarles máximo dolor a sus sirvientes; por lo que debe suponerse que en aquella sala el siervo sólo hallaría dolor.

Efectivamente, la estancia era una mazmorra. Ni demasiado grande, ni demasiado pequeña, se encontraba, eso sí, provista de toda clase de aparatos de tortura: en un lado se veía una mesa con grilletes para manos y pies, y unas poles junto a ella permitían estirar estirar los miembros del atado hasta su descuartizamiento;

en otro, largas agujas reposaban en una estantería: habían sido dieñadas para causar el mayor dolor en los testículos. Al fondo, se encontraban varios látigos y fustas colgados de la pared, esperando silbar el aire en busca de la piel desnuda del infelíz de turno. Del techo colgaban varias cadenas, dispuestas para sujetar el peso del esclavo y mantenerle indefenso mientras recibía el suplicio. Un sarcófago enorme se encontraba en el suelo, sin que se supiera muy bien su cometido. Pero, según parece, Ama Beatriz ya tenía elegidos sus instrumentos de tortura.

-¿Asusta ver todo esto, eh perro? Me costó tiempo reunirlo, y algunos elementos tuve que robarlos. Pero quédate tranquilo, pues nada de esto es para tí. A tí te espera algo mucho más simple. . . aquéllo-dijo la Diosa mientras señalaba una silla de mimbre.

El esclavo, desconcertado, no comprendió lo que iban a hacer con él. Sin embargo, Ama Beatriz caminó segura sobre sus tacones, cogió la silla y la puso junto al esclavo, y extrajo una navaja. Con ella, cortó el fondo de la silla, dejando sólo el armazón. Después, ató las manos del esclavo a la espalda, y le sentó sobre la silla. Sus pies fueron atados a las patas de la silla, y con más cuerda le ató las manos a los barrotes de la silla.

Ama Beatriz cogió una cadena, y paseó por delante del esclavo, rodéandolo, hasta ponerse tras él.

-Veo que te cuidas bastante-, dijo, acariciando su fornido pecho y sus pezones. Qué desperdicio.

Ama Beatriz balanceó la cadena por debajo de la silla, varias veces en el aire, hasta que permitió que el recorrido fuera completo. La cadena impactó en los testículos del esclavo.

-¡Ughhhhhh!

-¿Eso pretendía un ser un grito? Vamos, sé que puedes hacerlo mejor.

De nuevo, la Diosa balanceó la cadena, esta vez con más fuerza, y golpeó al esclavo en sus huevos.

-¡Ahhhhhhh!

Ama Beatriz sonrió. Cogió otra silla, y se sentó frente al esclavo. Le pellizcó los pezones, y le dió una bofetada.

-Sabes, en esta sala es donde me deshago de mis antiguos esclavos. Eres mono, y obediente, pero me canso muy rápidamente y siempre ansío caras nuevas. Aquellas cajas que ves al fondo contienen los restos de mis perros "despedidos". Quizá encontremos una para ti.

-Ama Beatriz, yo le suplico. . . por favor, me esforzaré más, haré lo que sea, lo que se me ordene, por favor. .

La Diosa se levantó. De nuevo cogió la cadena y golpeó al esclavo. Esta vez el grito fue terrible.

-¡Ahhhhhhh ahhhh ahhhh ahhhh ahhhhh ughhhhh ahhhh ahhhh!

-Cómo me gusta oír eso, cariño. Toma otro.

-¡Ahhh ahhh ahh ahh!

-Otro más.

-¡Ahhhhhhhhhhhhh ahh ahh ah ahhhhhhhhh ahhhhhh!

-Sufre, perro, sufre, toma, uno y otro, sufre.

Ama Beatriz golpeaba al esclavo en sus testículos una y otra vez. Éste se retorcía en la silla, incluso levantándola, hasta que un nuevo golpe le hizo perder la consciencia y quedó inmóvil sobre la silla.

-Bien, has tardado, pero parece que podemos poner fin a esta obra.

Minutos más tarde, nada parecía haber cambiado, y, sin embargo, nada era igual. Ama y esclavo continuaban en la sala, pero en lugares diferentes. El esclavo ya no estaba en la silla; desmayado por el brutal castigo que acababa de recibir, había sido trasladado. Ahora, se encontraba en el interior del sarcófago, cuyas paredes metálicas habían sido retiradas, dejando ver unas ventanas de cristal. Estaba aún desmayado, pero Ama Beatriz se encargó de despertarle golpeando el cristal.

-Despierta, esclavo, es el último acto. La gente quiere saber cómo acaba la función.

-Ughhhhhh. . . .

El esclavo tardó en reaccionar. Totalmente dolorido, y agotado por las continuas palizas de los dos últimos días, no comprendía dónde se encontraba. Sólo veía y escuchaba a su Dueña a través de un cristal.

-Espero que no te falte de nada ahí dentro. ¿Necesitas algo, una revista. . . ? Aunque quizá no tengas tiempo de leerla. Ha sido divertido someterte, cariño, pero eres un hombre, es decir, un ser inferior, un perro, y y existes sólo para servir, adorar y obedecer a las mujeres, que somos diosas. Ahora tengo que decirte adiós, y espero que, a donde vayas, sigas a las pies de una mujer, como es tu deber.

Ama Beatriz giró una válvula que se encontraba junto al sarcófago. El esclavo escuchó un ruido, y entonces vió que el arcón no estaba totalmente cerrado. De un lado, una abertura permitía la entrada de una tubería, la misma cuyo funcionamiento Ama Beatriz acababa de activar. Un frío líquido comenzó a introducirse en el sarcófago, veloz e implacable, y Ama Beatriz anunció el final del esclavo:

-No te apures, hoy mismo vuelvo al mercado a por otro perrito. Me has gustado, madurito, y quizá me compre otro de tu edad, o quizá no.

El agua ya cubría todo el cuerpo del esclavo. Éste, presa de la deseperación, trataba de golpear las paredes del recipiente, pero sus manos y pies estaban encadenadas, y nada podía hacer. Ya sólo su rostro permanecía visible.

-Si hiciera un resumen tuyo, me quedaba con tu culito y tu pecho. Maravillosos. Adoro ver a un hombre fuerte y bello arrastrarse, desnudo a mis pies.

El agua ya cubría por completo al esclavo. Sus últimos esfuerzos por mantener el aire eran inútiles.

-Bueno, cariño, me voy al mercado, me han hablado de un esclavo negro que aguanta horas en erección y deseo verlo. Limpia todo antes de irte. Adiós.