Joven desconocido
Con mis manos acaricié aquella hermosura dura como una piedra extendiendo su leche.
Era diciembre, estábamos de cena de empresa casi todo el personal de expedición, era además una cena de despedida y de celebración, uno de los encargados de turno se jubilaba y el jefe de expedición me comunicó que yo era el elegido para sustituirlo a partir del uno de enero, eso significaba no sólo una importante mejora de sueldo, además, se acababan las guardias de noche o los festivos.
Después de la cena nos fuimos a un local al que solíamos ir siempre, yo invité a la primera ronda y a pesar de las protestas de mis compañeros me marché, tenía que conducir para ir a casa y no quería beber.
Cuando salí a la calle hacía bastante frío y tenía que andar un buen trecho para llegar al parking donde había dejado el coche, era la una de la noche y no se veía ni un alma por la calle.
Ya delante de los cajeros del parking, después de más de veinte minutos andando, cuando voy a pagar me doy cuenta de que no tengo bastante, los cajeros no admitían tarjeta y encima no recordaba haber pasado por delante de ninguna oficina bancaria. Busqué hasta que distinguí la garita de control y allí me dirigí, tenía las persianas completamente bajadas y se veía en su interior una luz como las de los monitores de ordenador.
Oiga, por favor – llamé golpeando el cristal.
¿Qué le ocurre? – la persiana subió un poco pero no me permitía ver con quien hablaba.
Disculpe pero, cuando he ido a pagar me he dado cuenta de que no tengo bastante…
¿Y por qué se supone que eso es mi problema?
Hombre, claro que no es su problema, sólo le pido que si me puede usted facilitar la salida, yo mañana vengo a abonar el parking, si es necesario, le dejo mi dni.
Yo no puedo hacer eso, busque un cajero, además, es ilegal que yo le retenga el dni.
Ahí acabó la conversación, bajó de nuevo la persiana y yo me quedé allí, con un frío de cojones y sin saber qué hacer, si volver al bar o buscar un banco o que se yo, decidí volver a intentarlo con aquel individuo, me agaché intentando ver por debajo de la persiana, el señor estaba sentado, debía estar viendo una película porno y se la estaba cascando, normal que estuviera de mala ostia, le había cortado la paja.
- Oiga, oiga – volví a golpear el cristal
La persiana se abrió esta vez hasta arriba y al otro lado del cristal apareció el hombre más hermoso que había visto en mucho tiempo, un mulato alto, joven, con la cabeza afeitada y un cuerpo que se notaba de lejos trabajado en el gimnasio.
¿ Qué coño quiere ahora? Ya le he dicho que no le puedo ayudar.
Pero yo a ti sí
Con la mano y la boca hice un gesto de comerme una polla mientras señalaba su bragueta, se me quedó mirando de arriba abajo y pensé “ya está, ahora saldrá y me aventará un guantazo que me recargará el móvil por maricón”, en lugar de eso me señaló la parte trasera de la garita, bajó la persiana y oí abrirse una puerta así que hacia allí fui.
En la garita se estaba calentito así que me quité el abrigo, el joven me miraba, era más alto que yo, un mulato muy guapo que desprendía sensualidad mientras me miraba con unos ojazos negros y una sonrisa que le marcaban hoyuelos en la cara.
¿Y ahora qué?
Lo que tú quieras guapetón
Bueno, veamos lo que sabes hacer.
Se sentó en el sillón y echó hacia atrás el respaldo poniéndose cómodo, me puse de rodillas, me deslicé entre sus piernas y abrí su bragueta, busqué y toqué su polla, estaba doblada en sus calzoncillos, la agarré y le miré a la cara, la acaricié y noté esa contracción involuntaria que se produce cuando la polla empieza a crecer.
La saqué y estaba morcillona, era grande y negra, más oscura que su tono de piel y con el glande de color chocolate. Quise sacarle los huevos pero el pantalón me lo impedía, desabroché el cinturón y el botón y se los quité junto con los calzoncillos dejándolos a un lado.
- A ver como te portas, maricón.
Agarré sus cojones con la mano izquierda y su polla con la derecha, apreté hacia abajo en dirección a la base del tronco retirando el prepucio y dejando al descubierto el glande.
- Uuuuuffff.
Mirándole, recorrí mis labios con la lengua para humedecerlos, me acerqué a su verga, abrí la boca y respiré sobre ella, le soplé mi aliento caliente, saqué mi lengua y toqué el frenillo con la punta.
- Vamos guarra, ¿a que esperas? Cómetela.
Con mi lengua llena de saliva chupé un huevo metiéndomelo en la boca y luego el otro, comencé luego a lamer muy lentamente desde la base hacia arriba, giré la cabeza de lado y simulé morderle suavemente colocando mis dientes en la carne.
- Mama mía, uffff, diossss
Nuevamente impregné de saliva el tronco con mi lengua y la esparcí por toda la polla con la mano, se veía húmeda y brillante y sonaba de una forma muy excitante.
- Joder, joder, joder. – el mulato se agarraba a los brazos del sillón.
Con la mano izquierda masajeaba sus cojones jugando con ellos, tocándole debajo y detrás, acariciándole el perinéo con una suave presión que hizo que se le escapara un gemido involuntario y pasando algunos dedos por el esfínter.
Después de lamer un buen rato desde los huevos hasta el final del tronco, con la polla húmeda de saliva y dura como una piedra miré a la cara de mi mulato y vi que era un volcán a punto de estallar, en el siguiente balanceo desde la base hasta el borde del capullo no me detuve, continué con mi larga lamida hasta la punta de su polla insistiendo en el agujero del centro, mantuve mi lengua en él pero sin chupar todavía su cabeza.
- Hijo de puta, como me tienes maricón.
Intentó ponerme la mano en la cabeza para apretarle hacia abajo pero se la cogí y se la puse en el brazo del sillón.
- Tranquilo machote, el ritmo lo marco yo.
Comencé a recorrer con mi lengua el borde de su capullo por todo el contorno, haciendo frecuentes paradas en la zona del frenillo.
- Uuuuuuhhh maricón, que lengua joderrrrr.
Moví mi mano derecha con la que apretaba el tronco de aquella verga y brotó un líquido claro que recogí con la lengua y saboree golosamente mirando a mi mulato.
- Joder maricón.
Acerqué mi boca a la polla, le di al glande unos cuantos lametones como si me estuviera comiendo un helado de crema chocolate y metí todo el capullo en mi boca caliente.
- Mmmmmmmmm
Se le escapó un gemido, mantuve el cabezón en mi boca haciendo chasquear mi lengua contra él, luego bajé rápidamente y me metí toda la polla que me cabía en la boca hasta la garganta poniendo mi mano derecha como tope porque sabia que no entraría entera.
- ostia puta, maricón.
Permanecí así, con la polla dentro de mi boca durante un momento, sintiéndola dentro de mí, experimentando como crecía, mi esfínter palpitaba y notaba un cosquilleo de placer en mi estómago.
La deslicé hacia atrás hasta el extremo y el mulato intentó profundizar en mi garganta pero se lo impedí, moviéndome rápidamente me deslicé arriba y abajo por su polla como si estuviera follandomelo, acompañando el movimiento de mi cabeza con el de mi mano.
- Joder perra, me voy a correr, me voy a correr.
No quería que se corriera todavía así que paré.
- No maricón, no pares.
Tomé el capullo en mi boca u comencé a mamarlo como si fuera un pezón, me volví a meter la polla hasta la garganta y al sacarla aspire y después volví a aspirar al bajar de nuevo.
- Hijo de puta, cabrón me vas a matar, maricón.
Repetí el juego varias veces, quería esa polla dura pero sin llegar al punto de orgasmo, la saqué de mi boca, agarré la base con mi mano y contemplé aquella belleza en toda su plena ereccion con los huevos tensos y el glande brillante y suave.
Volví a metérmela en la boca y a chuparla, inicié un movimiento rápido buscando ya la descarga, con el anular de la mano izquierda comencé a acariciarle el ojete hasta que se lo introduje.
- Ay, ay, ay que me corro, que me corro, no pares, no pares, ay, si paras te mato.
Como tenía agarrada la polla con la mano derecha noté como le venía, la saqué dejando solo el capullo dentro y recibí su semen en mi boca, tragué la primera descarga y luego dejé que esos jugos maravillosos que recibí a borbotones en las siguientes se derramasen de mis labios deslizándose por su ya húmeda polla haciéndola escurridiza y deliciosa de tocar, la recorrí con mis manos apreciando su dureza y esparciendo la reluciente leche por toda ella.
Me puse de pie, mi joven amigo del que nunca supe su nombre estaba en una nube, con los ojos cerrados, me coloqué mi abrigo, cogí algunas monedas que había encima de la mesa, salí de la garita, pagué el aparcamiento y me marché.