Josefina
Minirelato.
Alegre y vivaz, suele despertar al cité con sus cánticos mañaneros y con su voz de pájaro desafinado. Su risa estrambótica resuena por las callejuelas del barrio cuando los beodos le lanzan piropos al verla pasar con su mini corta y cartera de segunda mano. No le perturba su piel demasiado blanca, manchada por las sombras de una barba incipiente, ni su espalda ancha, o sus pies endurecidos por los callos, pies que nunca terminaron de acostumbrarse a los tacos.
No, a ella no le pesan los insultos: La enardecen. Alimentan su hambre irreverente, más mujer se siente, más deja escuchar el falsete ronco de su tono y más se sube la falda para que sepan su secreto.
Trabaja en lo que trabaja no por el dinero, sino por la satisfacción de gozar la oportunidad de ser lo que quiere ser, vivir de lo que es. A sus treinta y tres años la delgadez de su cuerpo aún no es enfermiza, a pesar de que en sus ojos azules ya se evidencia el cansancio del trasnoche y el frenesí del ácido. Se mueve por las noches decadentes del glamour, del aire espeso, vahos de alcohol y escasas propinas. Pero no le importa, en su pieza de rancho le basta con su camastro, su cocina, sus flores y su tocador, ¡oh, su tocador de las mil maravillas!, donde guarda el maquillaje, sus navajas de afeitar, las pelucas, sus guantes...no necesita más, no desea nada más.
Le era difícil vivier en el presente, pues aún vivía en el pasado. Vivía del recuerdo de una madre pobre y abnegada, de la dicha de haber sido hijo único y sobreprotegido. Eran solos y todo más sencillo, más sencillo que el ahora rodeado de adicciones turbias que le ayudaban a volver a la felicidad de la ignorancia. Aunque para Josefina, con la clarividencia de quién acepta las consecuencias, todo seguía igual de simple: El pasado no la dejaba vivir en el presente, y el presente no la dejaría vivir en el futuro.
'N.