José Manuel y su primera experiencia en un sauna g
La vida de José Manuel sigue nutriéndose de emociones y esta vez conoció por primera vez un sauna gay. Asegura que fue inolvidable, para ser la primera vez.
José Manuel y su primera experiencia en un sauna gay
El cine porno de mi barrio ya se parece a un club. El pueblo es chico y los gays somos muchos y conocidos. Una que otras veces entra carne fresca para comer y dar de comer. Cuando ello no sucede, miramos todos con indiferencia las escenas de vergas firmes y mamadas entre muchachos jóvenes o maduros fisicoculturistas. Más conversamos que actuamos. Un turista ocasional llegó el otro día por la siesta huyendo de una aguacero inclemente y tuve la suerte de que sentara en una banqueta frente a mí, clavando sus ojos sobre mi verga caída a la que meneaba con displicencia, esperando el milagro de que se me pare un poco y acercar una boca hirviente que me saque alguna leche contenida de meses.
El turista hizo lo mismo, pero en señal de provocación, quería tal vez que yo se la mamara un poco. Me preguntó directo:
-Vienes siempre…
-Bastante, pero esto es muy aburrido.
-Veo que no se te para la verga.
-Sí, es que hace un rato me descargué sobre la boca de un puto viejo (le mentí). Enseguida estará de nuevo firme. (volví a mentirle).
-Me la quieres mamar…. Me dijo.
-Esta tarde no amigo, quizá otro día.
-La verdad que en el sauna gay que conocí hay más movimiento y diversión, me contó el turista.
-No sabía de un sauna gay por aquí, es más, nunca conocí uno…
-No sabes lo que te pierdes, las vergas de los chicos jóvenes son una fiesta, siempre hay ligue con alguno, me explicó.
El turista me dio una dirección aproximada porque no era del lugar. Me prometió estar si coincidíamos en la hora. No pudo ser, pues yo tenía trabajo y dejé para la semana siguiente mi debut en el sauna gay, al que finalmente llegué un mes después de aquel encuentro.
Mi amigo del cine me dio la dirección casi exacta pero como yo no conocía la zona y era de noche, pasé caminando dos veces y me perdí. Pregunté por el nombre del sauna en los kioskos cercanos y la estación de servicios. No lo conocían. Hablé a dos taxistas y nada. Era ya la una de la madrugada y con mucha ansiedad estaba por retirarme a mi hotel, desconsolado. Compré una revista de contactos gays pero tampoco aparecía la dirección. Hablé al hotel y le pregunté al conserje si había oído el nombre “Madison”. Me dijo que buscaría en Internet. En diez minutos repetí el llamado y mi amigo lo encontró.
Resultó que yo estaba menos de cien metros del lugar pero no lo encontraba porque no tenía cartel a la calle sino en uno de los costados, muy discreto. Era como una gran casa de familia antigua en un barrio alejado, aunque no marginal.
Entré y pagué los cien pesos que me había anticipado el hombrote del cine; me dieron pantuflas, dos toallones, dos preservativos y la llave de un cofre donde podía dejar mi ropa, celular y dinero. El ambiente era obviamente caluroso, húmedo, olía riquísimo. Los vestuarios estaban frente a la piscina central. Hermoso lugar y con muy buen olor a tabaco y jazmín.
La gran mayoría de los hombres que circulaban con sus toallas atadas a la cintura eran jóvenes, no más de 40 años. Muy pero muy pocos mayores como yo. No sabía si dejarme mis anteojos en el compartimento o llevarlos puestos toda la noche. Temía olvidarlos en algún sillón de los tantos que había. A los preservativos tuvo que envolverlos con el borde de la toalla para asegurarlos pues era ridículo estar cargándolo todo el tiempo en las manos. Me cambié, me acerqué a la barra del bar para pedir un café y mirar el ambiente. Los muchachos charlaban con risotadas todo el tiempo, algunos nerviosos, otros más aplomados, parecían distendidos y conocedores del lugar.
Al principio temí que me rechazaran por mi edad (me acerco a los 60) con una barba cuidada. Nadie tenía barba. Nadie usaba anteojos. Ninguno era tan bajo como yo. Todos miedos míos, ya entenderás amigo…Eran mis complejos y solo míos.
Tomé mi café y salía a recorrer el lugar. Ingresé unos segundos al baño finlandés. Me asé, directamente me cociné. Había tres hombres mayores que me comían con la mirada cuando me vieron entrar. Salí rápido hacia una salita con butacas, el microcine. Tres jóvenes hermosos, uno de ellos con el pelo muy colorado hacían una orgía divina. El de raza negra, con una verga descomunal, que quitaba la respiración, me obligó a quedarme unos minutos con los ojos absortos, pasmado de la belleza de esa escultura color azabache, lustrosa, magnífica. El pelirrojo se sobaba una gruesa pija esperando que el hoyo del moreno se dilate con el trabajo de lengua de un muchacho blanco fornido, de físico trabajado con aparatos, todo pegajoso, cara de nene. Una lengua filosa le abrió el camino para que en segundos esa hermosa verga ingresara en la caverna del moreno que se reía nerviosamente, como si lo estuvieran desflorando.
La película era aburrida. Solo verga y bocas. Salí de allí y al frente del pasillo vi tres o cuatro compartimentos tipo “cuarto oscuro”. Entraba los jóvenes de a dos, algunos de la mano. Trate de ver algo, metí la cabeza pero era una oscuridad total. Necesitaba un par de minuetos para acostumbrar el ojo, pero no tuve paciencia. Seguí por una escalera del costado hacia el piso de arriba. Me asomé a un largo balcón para ver hacia la piscina, lo que ya conocía, pero esta vez había ya algunos muchacho culeando en el agua, lo cual no me llamó la atención, salvo que parecían bailar en lugar de coger.
Seguí hasta el último piso y vi colchonetas por todos lados y sillones muy confortables. Muchachos culeando apasionadamente, unos haciendo malabarismo para enterrar su verga en los lustrosos y jóvenes culos. Dos de los chicos bien acostado con sus pies en los hombros de otro que lo cogía con entusiasmo, en tanto otro se le había sentado en la boca para que le comiera el ano. Bufaba, se estremecía a cada lenguetazo que yo oía, pero no lo veía bien, pues la cara del joven estaba incrustada sobre el culo del amigo. Ese beso negro atroz me hizo parar la verga por primera vez en la noche.
Empecé a ponerme en onda y enseguida me dirigí hacia el fondo del lugar donde había varias duchas, mingitorios y excusados. Todos los lugares estaban ocupados. Era un fin de semana donde las pasiones se multiplican, me dijeron. Culeaban hasta en las duchas. Había dos muchachos que se besaban verdaderamente haciendo el amor de parados.No cogían por ahora, sus besos eran tremendos, parecían estar sinceramente estaban enamorados.
Luego descubrió un pasillo al costado donde había unos seis u ocho micompartimentos, todos con agujeros en las paredes de madera para que se usen como Glory hole. Una banqueta y un televisor chico donde se veía culear entre dos o tres hombres jóvenes, fuertes. En otros, tipos de más de 50 años mamando inmensas vergas a unos mocosos de veinte. Entré a uno de esos estrechos cubículos y me senté a descansar y ver qué pasaba. Al poco tiempo, una hermosa verga se deslizó hacia mi derecha y entró por el agujero para que yo tocara o chupara. La acaricié cariñosamente unos segundos como quien saluda afectuosamente al vecino que necesita ser correspondido. Pero me levanté enseguida pues quería seguir recorriendo y conociendo el lugar. Fui a bañarme a la piscina de planta baja.
Ya tenía la verga muy parada en esos momentos, de modo que esperé unos instantes para sacarme la toalla y dejarla a un costado antes de lanzarme al agua. Veía caminar distendidos y divertidos a los muchachos, con sus vergas caídas y sus toallas en los hombros. Nadie les miraba la pija, sólo yo que se me notaba mucho ser novato. Ellos no se excitaban fácilmente.
Recuerdo que en el segundo piso había como un jardín de invierno sobreelevado al frente del pasillo, todo de madera y tres muchachos en reposeras con sus piernas estiradas charlando animadamente luciendo unas vergas descomunales. Se pajeaban invitando a los que circulaban por el lugar, a subir los escalones, llegar hasta ellos y a su vez inclinarse casi de rodillas para poder mamarles las pijas. Una especie de ceremonia que muchos cumplían con verdadera devoción.
Dos de los jóvenes que me rodeaban, subieron la tarima y casi se acostaron como promesantes para rendirse antes esos dioses de carne y sangre caliente. Las dos bocas eligieron una sola verga, casi despreciando a los demás. Era de verdad un fenómeno, no puede haber medido menos de 24 centimetros la maravillosa verga que conoci, de lejos, aquella noche.
Me acerque todo lo que pude y a nadie le importó. Una boca bajó hasta los huevos del muchacho, calvo, más bien esquelético. La obra se devoró sin piedad más de la mitad del monstruo que nos tenía asombrados a todos los que transitaban por el lugar. Luego las bocas se chupaban tiernamente, se cambiaban la saliva, una escupía la cabeza del dios, la otra se tomaba el jugo que bañaba ese tronco exquisito. Los vecinos del muchacho, sin bocas en sus vergas, miraban con no poco desconsuelo, esperando que alguien se ocupara de ellos. Pero mis colegas y yo, solo mirábamos, disfrutábamos la función de aquellas dos bocas hambrientas de carne y placer. Nadie queria ocuparse de las otras dos pijas, también enormes, aunque mínimamente más delgadas que la del primer actor en ese escenario bucólico de una noche mágica. .
Bajé al rato y me di un baño en la piscina; ya eran las dos de la madrugada y quedó poca gente en el agua, tibia, linda, agradable. Nadie se me arrimó nunca.
-Yo me decía: “me sobran años”.
Me sequé, fui otra vez al bar y pedí una gaseosa. A mi lado estaba un muchacho de unos 38 o 40 años, delgado, cuerpo bien trabajado, más alto que yo. Pelo corto, barba candado. Pidió un café. Me pareció tener una mirada sincera y me surgió la intención de establecer una conversación espontánea. El barman le trajo el café con un solo sobrecito de azúcar.
Le dije enseguida: “… no seas mezquino, tal vez el amigo necesite un poco más de azúcar”..
El barman me miró indiferente y tiró dos sobrecitos más. El vecino joven me miró asombrado de mi sutileza para entrar en conversación y me dio las gracias. Seguimos viendo la tele por cinco minutos, muy callados los dos. Vergas por todos lados. Nuestras banquetas del bar, bastante incómodas, estaban muy juntas, de manera que no le di importancia cuando él me rozó con su pierna desnuda. Luego me empujò ligeramente con una rodilla y tomé confianza de nuevo:
-Te excitan estas imágenes?.
-No, sólo a veces.
Me preguntó si venía a menudo, si era del lugar o turista, una charla normal. Le pregunté directo:
-Ya ganaste la noche?.
-No entiendo, me dijo.
Claro, si tuviste ya algún encuentro, un contacto.
-No, pero tampoco lo busqué. Todavía.
Enseguida lo apuré un poco al muchacho.
-Mirá quedé impresionado con la verga del negro de la película anterior, la viste… habrá alguna igual aquí?
-Te gusta la verga amigo…?
-Pues sí, fíjate que desde hace pocos años, me enloquece una verga durísima, joven, que sea gruesa lo suficiente para sentirla bien adentro, que me llene todo.
-Te gustan las orgias como en la tele o el contacto de uno a uno, me apuró ahora el muchacho.
-Que te parezco yo, por ejemplo, me apuró más el joven de barba candado abriendo suavemente las piernas sin mostrar nada aún.
-Y… eres muy joven, pareces discreto y sobre todo limpio, tu barba es impecable, lo adulé un poco.
-Pero no tengo la verga del negro….
Bueno, no vine solamente a buscar vergas, pero si hay algo interesante…
Y abrió un poco más sus piernas, ya sin delicadeza, y con sus ojos me invitó a mirar hacia abajo
Vi una cosa asombrosa. Una pija de verdad, con mucha personalidad. Corta, todavía no estaba parada, con una cabeza enorme, rosada, que se escapaba integramente del capullo oscuro. Se la acomodó sobre le muslo.
-La quieres tocar, me dijo.
-No amigo, con verla me da mucha impresión.(y se lo dije de verdad).
En pocos segundos sentía que la ansiedad me hacía correr un hilo de sangre hirviendo por mi espalda y bajaba velozmente para hacer dilatar mi ano, con hambre a esa altura de la noche. Traté de que no se me notara la excitación, aunque temía perderlo al muchacho si alguien se nos acercaba…
-Conocés el baño finlandés, le dije. Quería sacarlo urgente de allí. Aceptó y me tomó cariñosamente del hombro para bajarse de la banqueta. Caminamos hacia la escalera y subimos otro piso. Entramos al finlandés, no había nadie. Yo estaba a mil, para que algo suceda allí mismo… pero traté una vez más d emano mostrarme desesperado, no hubiera sido lógico. En realidad era yo el que debía parecer experimentado, no hambriento de verga como realmente lo estaba.
Entraron de golpe tres muchachos jóvenes, ruidoso, charlaban se reían, rompió un incipiente clima erótico que aún no había terminado de armarlo ente mi ocasional vecino del bar y yo. Nos miramos… nunca me dijo su nombre ni se lo pregunté. Convinimos en buscar más privacidad. Pero el conocía más que yo el lugar, de modo que me llevó directo al segundo piso donde funcionaba, un mini jardín de invierno, con un espectáculo impensado, donde tres pendejos divinos se hacían mamar las vergas, inmensas, por una fila de jóvenes y viejos que esperaban su turno con inocultable nerviosismo. La ansiedad que se notaba en ellos, era no sólo por la necesidad de ocupar sus bocas y darle trabajo a sus lenguas, sino porque ninguno de ellos sabía exactamente el momento en que la leche saltaría hacia la garganta del afortunado de la fila. O tal vez de otra fila de media hora o una hora después que aun no se haya formado. Los pendejos no acababan nunca o lo hacían a su gusto, cuando ellos querían o lo necesitaban. Una sorpresa o regalo que nadie del lugar estaba seguro de lograr aunque se esmeren en mamarles esas duras, adorables y gruesas pijas jóvenes.
Dos de ellos ya estaban bien atendidos. El menor de todos se pajeaba pues ninguna boca buscó su escultura. Me dio lástima de verlo sin atención, pero es que las otras resultaban descomunales. Mi amigo siguió hacia las duchas y me propuso que nos bañásemos, le hice caso. Nos desnudamos y vi que su pijota ya trepaba por la mitad. Traté de que no se me notara la mirada directa, la tentación crecía. Le miré sus ojos café, vivaces, una boca pequeña y barba candado, cuidado, que nunca me gustó, pero a él le no le queda mal. No se… a lo mejor me pareció mejor que otras por el momento que estaba viviendo, tal vez. Otras barbas así me recuerdan a tipos falsos, calculadores. Una tara mía, no tiene por qué ser así… lo entiendo. Me tomó de la mano para entrar a la ducha y se la retiró un poco torpemente, en cambio le puso mi propia mano en el hom,bre y le dije:
-Gracias amigo, me das una confianza que no creía conseguir cuando llegué aquí (mentí otra vez, para afianzar la relación).
-Me quieres jabonar, me dijo. Claro amigo…
Le pasé le jabón por la espalda, despacio, se dio vuelta, le pasé el jabón por su pecho sin pelos, tenía unas tetillas enormes, marrones oscuras. Muy masculinas, nada de panza, pero muchos pelos en las ingles. Le jaboné la barba en el momento que sentí sus manos en mi cintura y la punta de su verga me rozaba el muslo derecho. El agua caía fuerte, caliente, pero me pareció que la boca de la pija de mi amigo estaba babeándose de emoción y lujuria. El nunca me tocó la pija, pero sus manos me dieron vuelta y me quitó el jabón para pasarlo por mi espalda y en menos de diez segundos sentí que el mismo jabón y sus dedos urgaban mi culo, con decisión.
Empezaba a abrir mis piernas para que haga lo suyo, cuando subió sus manos y se dedicó a jabonarme el pelo, me tomaba la cabeza con delicadeza, desde atrás, cuando empecé a cerrar los ojos, para disfrutar las caricias, su mano derecha volvió a bajar hacia mi culo para dejar la punta del jabón en el hoyo. La mano quieta, su pecho clavado en mi espalda, su aliento en mi nuca me hacía sentir mujer, por primera vez en la noche, era su mujer.
Luego me dio vuelta y sus labios, abiertos buscaron los míos aunque cruzó la cara hacia uno de sus hombros para evitar la lengua que se había lanzado al ataque bajo una lluvia caliente, que me fascinaba, me bajaba la guardia sin piedad. Pero no acepté el beso, no entiendo cómo me encanta la verga pero tengo asco a la boca de un hombre, juro que no lo comprendo. Estaré mal de la cabeza. He chupado culos cuando estoy muy lanzado, pero la boca no puedo, es más fuerte, no puedo…Me besó el hombro, comprendió mi complejo, en silencio, bajó su lengua por mi pecho, por las manos, luego besó mis ojos. Dejó quieta su cabeza sobre mis labios, para que la bese y lo hice por gentileza.
-Vamos al compartimento pequeño, me dijo con dulzura.
-Claro, ya es tiempo….
El muchacho me secó gentilmente, le sequé la espalda, era divina muy e macho. Le sequé la cara mientras me tocaba el pecho y mis caderas mirándome fijo con unos ojos que parecían verde oscuros. Nos atamos las toallas y salimos al pasillo. Las vergas de los muchachos del jardín de invierno estaban más relucientes todavía. Y todas ocupadas con una o dos bocas en las puntas y los troncos, bocas de jóvenes arrodillados devotamente. Seguimos caminando en busca del incomodo pero apartado nido de amor. Ibamos a bebernos, no a hacer el amor, pero seguro, íbamos a bebernos.
Estaban todos desocupados, me senté en la tabla del fondo. Era de apenas un metro cuadrado, un Tv. Y los agujeros que te conté, por los costados. No tenían puertas, de modo que los que pasaban podían mirar o seguir si nada les gustaba. La verga de mi amigo era un sueño, imposible de describir la belleza de esa pija de unos 18 o 20 centímetros, pero bastante gruesa con venas intimidantes. El se paró dando la espalda al pasillo y apuntando su verga a mis labios que estaban a unos treinta centímetros. Yo debía inclinarme ante dios de carne o asentar mi espalda y ser atragantado por la rica y gruesa morcilla de mi amigo. Entendí que él era el macho, el muchacho de la barba candado, de cuerpo joven, delgado y fibroso, perfumado, limpio sin bellos y con tetillas marrones, enormes. El debía mandar. Una voz interna me decía que él debía manejar la situación. O mejor dicho, era un dios al que tenía que adorar inclinando mi cabeza en señal de sumisión absoluta. Debía atrapar esa cabeza maravillosa, mojada, con mis labios que temblaban, de lujuria pero también de miedo, quizá. Mis labios se rindieron ante el dios y quedaron a su disposición para que perfore mi garganta.
-Fui tan feliz, un momento de felicidad inenarrable.
Empecé a chuparle la verga como yo creo que se debe mamar una verga. Muy despacio, mordiendo suavemente los costados del tronco, tomando firmemente los huevos. Rayando con mis dientes muy despacio para sienta que lo adoro, que me rindo a sus pies… Sergui mordiendo las bolas, el perineo, de vuelta a las bolas una por una, tragándolas un buen rato. Le tomé el capullo con una mano, con la otra le tocaba las bolas por debajo y por arriba, las apreté fuerte para que la pija tome más consistencia y mis labios atraparon la cabeza, los dejé quietos, le pasé la lengua y la hice vibrar en la punta de su inmenso agujero. La cabeza, enorme… Trague esa hermosa cabeza con no poca dificultad. Me la empujé hasta la garganta y tuve mi primera arcada. Le gustó, sentí su respiración entrecortarse. Tosió mi amigo, fuerte, de emoción, cuando me tragué completamente la cabeza y la clave en mi garganta. No me entró, por supuesto, era inmensa la pija. Tal vez unos 18 centímetros por seis de ancho. Enorme para mi boca.
Busqué el verde de sus ojos para compartir el momento, pero estaban entrecerrados, disfrutando. Miré atrás de mi amigo y había dos muchachos jóvenes fascinados con la escena. Me concentró en la pija y no quise distraerme. Seguí mamando el tronco con esmero, con cariño; le agarré las bolas más fuerte y saqué mi boca para preguntarle si le gustaba. Me dijo:
-Apretame muy fuerte las bolas, a las dos juntas…Sí, si, así, dale, apretame mucho, me rogó.
Tenía miedo de hacerle daño. Volví a comerme la escultura de carne, la trague hermoso, Se la chupe varias veces como a un helado de sambayón, pero su líquido era transparente no del color del helado. Igual, era riquísimo, o yo estaba muy caliente. Le besé de nuevo la pancita, los pelos enrulados de la verga, bajé de nuevo hasta la cabeza maravillosa, se la tragué hasta donde podía, creo que apenas unos 12 centimetros. No podía más. Me dolía el fondo de la garganta cuando intentaba ir más allá, era imposible. Yo estaba siempre con la cabeza sobre la pija, hacia abajo en absoluta sumisión, con mis manos en sus caderas y tragando la verga de mis sueños.
MI amigo respiraba fuerte, bufaba. Aceleré la mamada. Me rogó que le mordiera muy fuerte con los labios el tronco, luego me pidió que lo raspara con los dientes en las bolas y le mordiese muy fuerte el perineo. Levantó una pierna, me la puso en el hombro y seguí chupándole debajo de las bolas, lo mordí fuerte, no se quejó. Volví a la cabeza empeñado en tragarla completa. Peor era imposible, debo haber llegado a los 14 centimetros más o neos y ya mis arcadas eran horribles, ruidosas, espasmódicas, me arrancaban lágrimas de angustia. La pija era muy gruesa para mí. Tal vez una mujer más entrenada hubiera llegado hasta el final. Me quedé quieto unos segundos y mi amigo empezó a culearme la boca, a su gusto, con violencia, me tomó de la nuca y me obligaba a tragar todo lo que podía. Lo dejé hacer, pese a que no contenía el torrente de mis lágrimas. El macho era él debía mandar…
Lanzó un fuerte Ahhh!, sin controlar su excitación y pensé me largaría allí, toda su leche en segundos, pero me equivoqué. Le mamé la cabeza diez minutos más, le mordí más fuerte el tronco pero me contuve de lastimarlo. En realidad lo respetaba como a un dios, mi dios, mi macho. No quise nunca hacerle daño ni romper el clima de felicidad que me daba y que le daba. Me lo agradeció acariciando tiernamente mi cara con la mano del corazón al tiempo que me confeso estar muy cansado. Me pidió que lo dejara sentarse y me arrodillara para seguirle mamando. Lo hicimos, sin sacarle la boca de su escultura en ningún momento. Asenté mis rodillas sobre la toalla y me concentré en darle la mejor mamada que haya recibido en su vida. Por los costados apareció una verga mediana esperando que yo la chupase, pero sólo la tomé unos segundos con tres dedos, le hice una pajita minima, suave pero el vecino no acabó de modo que la dejé para no desconcentrar a mi macho. El se merecía toda mi atención. Le chupé la pija de rodilla unos quince minutos y sentí que empezaba a calentarse ya sin retorno. Sentí firmemente la presión de su sangre a través de todo el tronco, que latía. Ya la pija era inmensa, magnífica. Por dios, qué pija…!
Me dijo que iba a acabarme en segundo y me pidió que me sentara otra vez, se paró ocupando toda la puerta. Ya no había nadie atrás, nuestra función era absolutamente privada. Ya presentía el final, de modo que intenté por última vez tragarme la vergha del todo. Creo que llegué a milímetros más de los 14 hasta que la arcada me descompuso, me sacó del bello trance y hasta me asustó. El tomó mi peló con cariño, enredó todos sus dedos con mis escasos pelos atrás de las orejas y agachó a besarme la frente, sacándose por unos mínimos instantes la pija de mi garganta abierta de par en par. Me dijo que ya no me esfuerce que no era importante para él perforármela totalmente, pero estaba dispuesto a esperarme lo que hiciera falta, sin acabar, hasta que lograse el objetivo de comerme los 18 centímetros. Si lo necesitaba, estaba dispuesto a esperarme. Le rogué con los ojos, en silencio, que me dejara probar por una última vez. Comprendió mi amigo, que yo estaba enamorado de esa verga.
En segundos más, inició una violente arremetida contra mi garganta, empezó a culearme sin piedad la boca. Me asusté, pero sabía que la tortura duraría poco tiempo y abrí la boca mucho más grande para que me la culee, para que la garganta, quizá, esté más dilatada en el momento de semejante lujuria. Mis lágrimas y mi mirada clavada en sus ojos verdes le rogó que hiciera de mi, lo que quisiera. Lo había intentado todo y me daba por vencido. Ningún intento y ninguna estrategia mía había sido exitosa. Ahora debía dejarlo a él, que tomara las riendas del desafío.
El decidió subirse a la banqueta, me asentó mi espalda sobre la pared de madera hirviente, húmeda, impregnada del exquisito olor a tabaco del ambiente que nos embriagaba en esa madrugada intensa. Quedó con la pija desde arriba hacia abajo apuntando a mi boca cada vez más abierta. Y con un movimiento impensado para mí, totalmente inesperado, intuitivo en él, maravilloso, volvió a tomarme rudamente de la cabeza y me clavó la verga en la garganta. Empujo en serio, quise salirme y no me dejó. Mis ojos ya no lloraban, pero se mostraban aterrados, de emoción y agotamiento. Se agarró fuerte las bolas y clavó mas fuerte la pija al fondo de mi caverna. Luego me tomó de la cara y una mano en la nuca. Empujó más.
Te aseguro amigo, que en el momento en que más asfixiado me sentía, sentí que un chorro violento de leche atropellaba todo mi ser por adentro mientras mi dios lanzaba un suspiro agonizante de alivio por tanta excitación contenida. La inmensa cabeza de su verga se abrió paso como una máquina de perforar piedras, taladrando mi humanidad, aturdiendo mi equilibrio emocional. El largo y divino chorro de leche no parecía cortarse en ningún momento y esa cabeza impiadosa atropellaba todo a su paso, buscaba sin piedad la estación final de su inclemente camino hacia el fondo de mi alma.
Sentí que violó la garganta. Me culeó la boca más de un minuto, talvez dos. Me la atravesó y me asusté como jamás me había pasado. Me pareció que me orinaba del miedo. Creí desmayarme en segundo más, le rogaba con los ojos que me sacraa le monstruo, pero él tenía sus ojos verdes, totalmente cerrados, sus dientes apretados, sus manos firmes en mi cabeza. Un macho lanzado a mil, un semental haciendo su trabajo. Como cumpliendo inexorablemente una ley de la naturaleza animal.
Sentí que la leche me inundaba las entrañas, en el momento que sus manos me limpiaron las lagrimas de mis ojos, me acariciaron el pelo, rodearon mis orejas hirvientes a la vez que empezaba el monstruo a trabajar en reversa. Lo alentaba a salirse, pero tanto había avanzado, que seria igualmente difícil retirarse de golpe. Intenté tranquilizarme y con arcadas expulsarlo de mi ser. Quería sacarme la verga totalmente para disfrutar la leche, tal vez para devolverla. Ya no la quería tener adentro, había cumplido su misión, me había ayudado a conseguir mi mayor triunfo en la vida de mamador que se me antojó transitar. Una vida de chupador de vergas que disfruto enormemente desde hace tiempo.
Estaba casi sin fuerzas y mi amigo se dio cuenta de ello. Siguió acariciándome la cara hasta sacar la pija del todo. Pero me dejó la cabeza unos segundos más, dentro de la boca. Por su experiencia, sabía que yo no la dejaría ir del todo, tenía que despedirme de alguna manera de su bellísima y gruesa cabeza.
-Qué divina es, amigo, cuánto la espere…Me hiciste cumplir un sueño querido amigo. Me destrozó la garganta pero valió la pena.
Todo valió la pena.