Jornada familiar en la playa (1)

Una jornada de playa en familia, con mi madre, mi tía, mi primo y mi tío, se convierte en algo más caliente que un típico día de verano y me da pie para descubrir algunas facetas desconocidas de mi madre, más abierta y liberal de lo que yo pensaba.

Había llegado julio, por fin el curso universitario quedaba atrás y me disponía a pasar un verano de no pegar ni golpe y disfrutar del descanso. Bueno, del descanso y de poco más, porque mis amigos poco a poco habían ido desfilando hacia sus lugares de veraneo y yo allí seguí todavía, en nuestra ciudad, a la espera de que a mi padre le dieran las vacaciones y pudiéramos irnos por fin. No es que me esperara un verano de fábula pero al menos en el pueblo, con mi cuadrilla de allí, lo pasaría bien y seguro que algún amorcito de verano caía y con suerte hasta algún polvete en alguna noche de verbena. De momento, en cualquier caso y como decía, aprovechando que vivimos en una provincia costera, podía ir a la playa y así los días iban pasando algo más entretenidos. Cuando el último de mis amigos se marchó de vacaciones sin embargo la cosa se puso un poco más aburrida porque ir a la playa solo era un tostón. Lo curioso es que entonces incluso me empezó a parecer buena idea ir con mi madre o y con mi tía Diana, sobre todo si venía mi primo Pedro, que aunque es algo mayor que yo, estaba en la misma situación, ya sin sus amigos en nuestra ciudad, y por lo menos charlábamos y hablábamos de nuestras cosas o jugábamos a palas sobre la arena mientras nuestras madres se tostaban al sol. Los fines de semana también venía a la playa mi tío Aurelio, pero no así mi padre, al que la playa no le ha gustado nunca y prefería quedarse en casa viendo la tele descansado.

Una de aquellas mañanas de fin de semana de verano, después de haber quedado para ello con anterioridad, nos fuimos por tanto a pasar el día a la playa mi madre y yo mismo junto con mi tía Diana, su hijo, mi primo Pedro y su marido, mi tío Aurelio, como ya he comentado. Fuimos nosotros cinco porque, como también he comentado, a mi padre no le agradaban los planes de playa mientras que a nosotros el sol y el mar nos encantan. Por su parte el hijo menor de Diana y Aurelio, mi primo Ismael, se lo habían llevado días atrás sus abuelos al pueblo.

Para ir hasta la playa acordamos que mi primo Pedro, que ya llevaba más de un año trabajando y tenía carnet y coche propio, nos llevaría en su coche ya que aunque fuéramos un poco apretados al ser cinco, esto evitaría tener que llevar dos coches. Así establecido el plan, mi madre y yo nos fuimos paseando después de desayunar hasta la casa de mis tíos, les llamamos y como ellos aún no estaban preparados subimos hasta que terminaran de prepararse. Mi tía ya había preparado los típicos bocadillos y demás pero aún no se había puesto el bikini. Es de destacar que tanto mi madre como mi tía ese día estrenaban bikini ya que nuestra insistencia, sobre todo de Pedro y mía había logrado convencerlas para que vistieran bikini en la playa en lugar de bañador.

Tanto Pedro como yo habíamos ido ya aquel verano varias veces a la playa con nuestras madres, sobre todos días de entresemana a las tardes; días en los que no nos acompañaba mi tío Aurelio pues estaba trabajando. Nosotros siempre les decíamos que deberían llevar bikinis, como hacían tantas mujeres de su edad, en lugar de los bañadores que solían lucir. Ellas aducían que les daba vergüenza mostrarse tan desnudas porque, según decían ellas, sus cuerpos ya no estaban como para lucirlos. Nosotros, sin embargo, les echábamos piropos y les decíamos que tenían unos cuerpos mucho más atractivos que muchas de las que se mostraban con minúsculos bikinis por la playa o incluso en top-less. Lo cierto es que tanto mi madre como mi tía Diana son dos maduritas de muy buen ver, al menos para mi gusto.

Quizá procede aquí describirlas someramente para que al menos os hagáis una idea de cómo son este par de mujeres. Mi madre tiene 55 años y es una madurita realmente atractiva, rellenita pero con un buen cuerpo; vamos, lo que solemos denominar una mujer maciza. Tiene unas tetas redondas y de tamaño regular, no demasiado grandes de hecho, pero tampoco se las puede definir como pequeñas. Son unas tetas normales en cuanto a su tamaño, si es que esto puede significar algo, aunque ya algo caídas; sus piernas son muy bonitas y sus muslos rellenos y bien torneados. Lo mejor de su cuerpo es, sin embargo, su extraordinario culazo. Este es redondo, grande y salido y resulta tremendamente atractivo. Por su parte mi tía Diana tiene 61 años y a pesar de esa edad es una hembra de lo más apetecible. Su aspecto es más juvenil que lo que indica su edad, lleva el pelo rubio teñido y es más bien rellena, de hecho algo más que mi madre. Tiene un culo gordo y abundante y lo que más destaca de ella son sus espectaculares tetas. De mi tía sí que se puede decir sin temor a equivocarse o a exagerar que tiene unas buenas y grandes tetazas. Debe usar al menos una talla 140 de sujetador. Para tener 61 años se puede decir que está francamente buena y resulta muy atractiva, especialmente para los que gustamos de las maduritas entradas en carnes. Tanto mi madre como ella entran de lleno en la definición de hembras jamonas o macizas.

Ambas, como he comentado antes, suelen ir a la playa con bañador y de hecho yo en toda mi vida habían visto a mi madre con bikini. Pero nuestra insistencia, de mi primo y mía, en días anteriores habían hecho que aquel día fuera a ser un día especial pues por primera vez mi madre al menos se iba a poner bikini. Mi tía creo que había usado bikini años atrás pero desde luego yo ni siquiera recordaba haberla visto nunca con esa prenda en la playa.

Como mi madre y yo les metíamos prisa para que acabaran de prepararse, mi tía se empezó a poner el bikini en su habitación mientras mi madre y yo estábamos hablando con ella desde el quicio de la puerta. Mi tía no se cortó y se desnudó allí delante de nosotros para ponerse el bikini si bien es verdad que se dio la vuelta de modo que sólo pudimos verle el culo, cosa que para mí ya fue más que suficiente y me provocó una erección de caballo perfectamente evidente pues yo sólo llevaba puesto un bañador y una camiseta. Debo quizá confesar aquí que mi tía ya había sido en más de una y de un cierto de veces probablemente, objeto de mis fantasías y pajas juveniles. No es que sea un monumento de mujer, pero con esas tetazas desde luego es una hembra que gusta a los hombres en términos sexuales y yo no era una excepción. Así que haber contemplado aquella escena de mi tía poniéndose el bikini y con el culo al aire a buen seguro iba a ser materia para servir de contexto a mi próxima docena y media de pajas por lo menos.

En el momento en que se subía la braguita del escueto bikini apareció por allí Pedro, que ya se había puesto su bañador, y dijo con humor:

-Joder, mamá. Si vas a ponerte el bikini en público avisa y venimos todos a verte el culo.

Todos reímos con ganas y entonces mi tía, asumiendo que el acto de ponerse el bikini se estaba convirtiendo en un acontecimiento público, para ponerse la parte de arriba se dio la vuelta sin ningún reparo y nos dejó ver sus tremendas tetas completamente desparramadas por su pecho, llegándole de hecho al ombligo y con los pezones apuntando al suelo.

Aún siendo aquella escena extraordinaria, debo aclarar también que mi tía, al igual que mi madre de hecho, es una mujer muy campechana, muy echada para delante y que no se corta demasiado si hay alguna broma o situación picante en la que participar. No es que sea una desvergonzada, todo lo contrario de hecho, y nunca se le ha conocido un desliz ni una conducta reprochable, pero vamos, que si hay que levantarse en un momento dado la falda para enseñar un poco de muslo ante un piropo atrevido o contestar con desparpajo a un comentario picante, mi tía no es de las que se arredran. Y mi madre tampoco, por cierto. Así las cosas, aquella exhibición de tetas de mi tía, desde luego no sería algo cotidiano, pero tampoco era como para echarse las manos a la cabeza al producirse en su casa, en principio al abrigo de los ojos de los demás, ya que cuando mi tía había empezado a ponerse en bikini, en el quicio de la puerta de su habitación estaba mi madre y, aunque yo estaba a su lado, quizá ella ni siquiera se percató de mi presencia y no pensaría que yo iba a asomar la nariz por allí. Y seguramente mucho menos su hijo. Pero de todas formas, aunque me hubiera visto, dado el talante de mi tía, tampoco se hubiera cortado por eso.

-Bueno, pues si os parece interesante ver medio desnuda a una vieja como yo ahora os enseño las tetas, aunque ya no son las que tenía a los 20 años y no las tengo como para ir presumiendo de ellas ¿eh?- dijo mi tía aludiendo con humor a lo caídas de las mismas y haciendo gala de ese talante desenfadado y atrevido que vengo comentado.

-Joder que no –me atreví a apuntar yo-. Ya lo creo que puedes presumir, tía. ¡Menudas tetas. Son de campeonato!

Mi madre y mi tía soltaron una carcajada ante mi exclamación y mi madre dijo:

-Estos con tal de verle las tetas a una tía...

-De eso nada, -terció mi primo Pedro-. A nosotros no creas que nos gusta cualquier par de tetas; sólo tetas de primera calidad.

-¿Y las de tu madre son de primera calidad? –le preguntó divertida mi madre y con un tono de picardía en la voz.

-Ya lo creo, y las tuyas seguro que también. – Le contestó él con mucho atrevimiento, desde luego, y buen humor.

Aquellas tardes que llevábamos pasando juntos los cuatro en la playa, había generado una cierta complicidad y buen rollo entre nosotros y se habían hecho incluso frecuentes entre nosotros las bromas y comentarios a veces un poco picantes. Incluso ellas mismas en alguna ocasión habían sido las que nos habían instado a que nos fijáramos en alguna u otra mujer en la playa que mostraba las tetas o que tenía buen cuerpo.

-¿Qué, estáis convenciéndolas para que anden en top-less por la playa? – intervino mi tío con buen talante incorporándose a la conversación mientras mi tía ya se ponía la parte de arriba del bikini ocultando sus tremendas tetazas-. Pues lo vais a tener difícil con estas; son unas estrechas. Pero bueno; mientras haya otras que las enseñan...

-Oye, oye... –le recriminó mi madre riendo.

-Nada de oye –respondió él con humor-. Si se las habéis visto ahora un poco a Diana al ponerse el bikini ya os podéis dar por satisfechos, que poca exhibición más de pechuga va a haber, ja, ja, ja…

-Hay que ver –decía divertida su mujer.

Sirva esta conversación e intervención de mi tío Aurelio para dar una idea también de su carácter desenfadado y abierto, hasta cierto punto, en términos sexuales en lo que tenía que ve con mujer y demás.

-Y vosotros chicos hacedme caso; si queremos ver hoy tetas en la playa más vale que nos fijemos en otras que las lleven al aire que estas dos...

-Pues yo, casi sin querer pero bien que se las he enseñado aquí a todo el mundo –le replicó su mujer también con humor.

-Y bien que han gustado. –Apostilló mi madre.

-Ya veremos si se las enseñas en la playa a alguien más –le contestó mi tío haciéndose el escéptico. Y añadió dirigiéndose a mi madre-: Y tú Carmela, ni aquí que estamos en familia ni en la playa, y si no al tiempo.

-Hombre; no me voy a quitar aquí la ropa así porque sí; tu mujer porque se estaba cambiando...

-Por lo que sea; la cosa es que si hoy vemos tetas no serán las vuestras – le cortó mi tío con humor-. Y es una pena porque seguro que tú también las tienes bien buenas.

Y entonces mi tío, sin cortarse para nada y allí delante de todos, le puso una mano sobre una teta a mi madre y se la apretó un poco siguiendo la broma que todos habíamos iniciado. Mi madre no se molestó en absoluto por el atrevimiento de mi tío y de hecho le dejó hacer a la vez que le decía:

-Pues más tetas igual si veis en la playa, pero seguro que no las vas a tocar tan fácilmente como las mías.

-Ya veremos –dijo él con desafío y siguiendo la broma.

A mí esto último sí que me sorprendió un tanto porque no pensaba que mi madre se fuera a dejar tocar las tetas así como así por mi tío. También es verdad que no tuvo opción de evitarlo dado el atrevimiento de él y que tampoco es el talante de mi madre como para montar una escena por aquello. De hecho, y esto de siempre, mi tío hace bromas de tipo sexual con cierta frecuencia y no es raro que le dé una palmada en el culo a mi tía en público o incluso a otras mujeres de la familia, incluida mi madre, por supuesto.

En resumidas cuenta, este era el ambiente que se había generado, tan desenfadado, divertido y también evidentemente atrevido, y así seguimos bromeando mientras ya mi tía daba por concluidos los preparativos.

Instantes después salíamos de casa para dirigirnos en coche a la playa. Al montar en el coche de Pedro éste, por supuesto, ocupó la plaza del piloto, su padre se sentó a su lado y atrás nos sentamos mi madre, mi tía y yo ocupando el lugar central y llevando a la izquierda a mi madre y a la derecha a mi tía.

-Cuidado con estas cachondas... –me dijo mi tío al iniciar la marcha-. Que igual te meten mano ahí atrás.

Al sentarse en el coche los ligeros vestidos de verano que llevaban las dos mujeres se habían recogido tanto que una buena porción de sus gordos muslazos quedaba a la vista por encima de las rodillas.

-Igual les meto yo mano a ellas, que ganas me están dando viendo toda esta carne tan apetitosa –les respondí yo a mi tío a la vez que, casi sorprendiéndome a mí mismo, me atreví a poner mis manos sobre los muslos de las dos mujeres sin que ninguna de ellas mostrara el más mínimo gesto de contrariedad por mi acción.

-Toca hijo, toca –fue sin embargo la sorprendente reacción de mi madre-. Que vea tu tío que no sólo son apetitosos los muslos de las chavalas jóvenes que le gustan a él.

-Mira, mira cómo le gusta tocarnos el muslamen –terció mi tía provocando mi sonrojo ya que estaba aludiendo y señalando la tremenda erección que se apreciaba perfectamente bajo mi bañador. Y no sólo se conformó con aludir a ella; enseguida puso una de sus manos sin cortarse ni un pelo sobre mi paquete dándome un frote que casi me hace correr.

  • Oye –intervino mi primo Pedro en el mismo tono de broma-. Ya veo que os lo estáis pasando muy bien ahí atrás así que igual tenemos que cambiar un rato y que conduzcas tú mientras yo les hago compañía a esas dos macizas.

-Sí hombre; como que voy yo a dejar de ir aquí tan cómodo y con tanta carne alrededor.

Todos reímos y en este desenfadado plan continuamos el viaje hacia la playa. En un momento dado, al parar en un semáforo, Pedro miró para atrás y al ver todo el muslamen de las nuestras dos jamonas madres prácticamente al descubierto, exclamó:

-Joder, si te van enseñando todos los muslos. ¡Y menudos muslazos!

-No sólo enseñándoselos; también nos los ha estado tocando –dijo mi madre divertida–. Pero tampoco es para tanto ¿no? En la playa nos veis todavía más ración de muslo y cuando nos dais crema nos los tocáis todavía más; lo que pasa es que en cuanto veis muslo de mujer os ponéis como tontos pero no es para tanto ¿no?

-Joder que no es para tanto, tía. –Respondió Pedro-. No me extraña que a mi primo se le haya empalmado. ¡Menudos muslazos, macizas! Si se me está empinando a mí también sólo de veros desde aquí.

Todos reímos con ganas y mi tío dijo siguiendo con la broma:

-Es verdad; a nosotros nos tienen aquí delante abandonados. En la próxima parada tenemos que arreglar esto.

A mí realmente me estaba sorprendiendo bastante la actitud de prácticamente todos, especialmente de mi madre y mi tía, pues si bien, como he dicho antes, no son unas mojigatas, tampoco las había visto nunca en aquel plan tan casi libertino. Una cosa es que rían un chiste verde y acepten de buen grado una broma con tinte sexual o incluso un comentario sobre su cuerpo, pero aquella actitud tan abierta a exhibiciones e incluso tocamientos era un tanto inaudita. Tampoco era que estuviéramos haciendo nada especialmente fuera de tono; a fin de cuentas yo les había tocado un poco los muslos en la zona que sus vestidos playeros dejaban al descubierto, pero desde luego esa la suya, la de ambas, una actitud muy excitante. De hecho casi lo que menos me sorprendía era la actitud de mi tío Aurelio pues éste era bien conocido en la familia como un impenitente bromista en cuanto a temas picantes o incluso abiertamente sexuales y ya nadie se extrañaba de sus a veces sorprendentes salidas. No era raro por ejemplo que se encontraran mi tía y mi tío con mis padres y que de buenas a primeras mi tío le preguntara a mi padre y le había echado un buen polvo a mi madre la noche anterior. Lo hacía con una carcajada, con su acostumbrado talante bromista y ni siquiera le importaba hacer esas bromas o comentarios delante de más gente, incluso de nosotros, su sobrino o su hijo. No eran por tanto pocas las anécdotas que yo podía recordar en este sentido. Cuando antes en su casa, por ejemplo, lo tocó un poco una teta a mi madre, a mi no me sorprendió gran cosa (y ya vi que a ella de hecho tampoco) pues mi tío regalaba a las mujeres de la familia palmadas en el culo a la menor ocasión y tampoco se cortaba al piropearlas de manera bastante sexual, aunque dentro de una corrección a nada que la ocasión lo permitiera. Ya le había oído muchas veces echarle piropos a mi madre alabando sus tetas si por ejemplo mi madre llevaba un escote un poco pronunciado o ropa ajustada, y lo mismo con su culo. Por cierto, que alguna vez yo ya había pensado que si mi tío se permitía dedicarle a mi madre piropos sobre sus tetas, sus piernas o su culo en público o delante de otros familiares, como le había visto hacer en numerosas ocasiones, qué no le diría si hablaba con ella a solas. En alguna reunión familiar les había visto hablar de forma apartada entre ellos y mi madre siempre acababa esas breves charlas con alguna carcajada, sin duda porque mi tío le habría dicho algo realmente subido de tono. Esa actitud de mi tío por otro lado, permitía y daba pie, por ejemplo, a que yo me hubiera atrevido en aquella circunstancia en el coche a tocarle los muslos a su mujer y de paso a mi madre, cosa que me excitó muy especialmente.

El último comentario de mi tío Aurelio sugiriendo que en la próxima ocasión en que el coche tuviera que parar habría que cambiar de sitio, hizo que su mujer, mi tía Diana, reaccionara con humor.

-No me digas que ahora vas a querer tú tocarle algo a tu mujer –intervino mi tía con gracia-. Que hace un siglo que no me tocas ni la espalda.

-Será porque ahora está viendo que le haces gracia a otro... –intervino mi madre en el tono de broma que llevábamos. – Ya sabes cómo son los maridos; no te miran en un mes pero como vean que otro se ha fijado un poco en tu escote ya están queriendo meterte mano en las tetas.

Entonces, en la carretera de la playa empezaba a formarse una importante caravana que hacía que el tráfico se ralentizase enormemente. Sin duda eran muchos los que habían decidido pasar aquel estupendo día de sol en alguna de las playas de nuestra provincia y el tráfico para abandonar la ciudad sufría las consecuencias de ello. Los parones empezaron a ser frecuentes y en uno de ellos mi tío, soltando una carcajada, le dijo a su hijo:

-Espera un momento que me bajo, vamos a cambiarnos. Yo me voy detrás y que tu madre pase aquí delante. Así le ves un poco el muslamen y te entretienes en el viaje que si no... se hace demasiado pesado ¿eh, Pedrito? Ja, ja, ja…

-¡Sí, hombre. A su madre va a querer verle los muslos! –dijo mi tía divertida.

-¿Por qué no? –Repuso de inmediato Pedro divertido-. ¿Qué te crees, que porque seas mi madre no me gustan tus piernas? Con lo buenos que tienes esos muslazos, claro que me gusta vértelos.

Todos reímos divertidos y, aunque con alguna reticencia por parte de mi tía, más fingida que real por otro lado, acabamos por hacer la maniobra y enseguida mi tía estuvo sentada al lado de Pedro. Una vez mi tío Aurelio se acomodó detrás, mi madre se quedó entre él y yo. Cuando reanudamos la marcha mi tío le dijo a su mujer:

-Venga, Diana, enséñale muslo al chaval, mujer.

Mi tía se hizo la remolona pero como tanto mi tío como yo insistimos y sobre todo cuando mi tío volvió a decir que lo que pasaba era que en realidad eran unas estrechas, mi tía se decidió y se levantó el vestido de playa bastante; de hecho llegó a mostrar prácticamente la braguita de su bikini.

-Bueno, total en la playa nos veis más todavía... –intervino mi madre metiendo baza desde atrás.

-¡Joder, qué muslazos, mamá! Serás mi madre pero hay que reconocer que estás bien buenorra. –exclamó Pedro animado por lo que había dicho su padre y por la propia actitud de mi tía.

La verdad era que, en efecto en la playa las veíamos casi como en ropa interior, pero no es menos cierto que a pesar de verle menos porción de muslo, el hacerlo allí, con el vestido remangado añadía un morbo que no tenía nada que ver con el hecho de contemplar a una mujer en la playa en bikini. Sin embargo, mi madre y mi tía parecían entender que estaban enseñando menos de lo que luego les íbamos a ver en la playa y por eso mi tía había accedido a levantarse el vestido hasta enseñar las braguitas de su bikini. Pedro hasta se atrevió, en una de las paradas, a darle unos cachetitos en el muslo a su madre, que sonrió halagada.

Por nuestra parte, atrás, mi tío también le había empezado a sobar, en plan de broma los muslos a mi madre descubriéndoselos por entero. Seguramente, pensé yo entonces, la liberalidad de que había hecho gala mi tía instando a su mujer a que le enseñara el muslamen a su propio hijo no era una actitud sin más sino que formaba parte de una estrategia para que él a su vez pudiera meterle mano más fácilmente o con mayor impunidad a mi madre. Mi tía también pareció darse cuenta de aquella estratagema de su cachondo marido, aunque no se lo tomó mal ni mucho menos. De hecho le dijo con humor:

-Aurelio, ahora a ti te gustará tocarle las piernas a Carmela ¿eh, cabronazo? Cuando ves que a otros les gustamos todavía te entran a ti más ganas de meternos mano.

-A mí siempre me habéis gustado vosotras mucho, ya lo sabéis. –Decía mi tío con sorna y buen humor.

-Sí pero si ves a una veinteañera ligera de ropa te olvidas de nosotras en un santiamén ¿eh? –le dijo mi madre riendo-. Que ya estamos acostumbradas a los comentarios que hacéis tanto tú como mi marido cuando os llama la atención alguna chavalita ligera de ropa. Menudo par de salidos, aunque esas jovencitas vosotros sólo las podéis catar con la mirada, viejos verdes. Nosotras te gustamos de segundo plato.

-¡Qué va, mujer! A mi unos muslos como los tuyos me gustan en todo momento, ¿ves? –Y entonces, mientras él se los empezaba a acariciar a mi madre, mi tío me dijo a mí-: Anda, toca, toca un poco los muslos de esta hembra, tócale las piernas, que ya ves lo bonitas que las tiene y lo contenta que se pone.

Entonces yo puse una mano sobre uno de los gordos muslazos de mi madre y así, entre risas y toqueteos, fue transcurriendo el viaje hasta la playa. Mi tío hacia resbalar su mano por el muslo de mi madre arriba y abajo, desde la rodilla hasta por debajo del vestidito de mi madre. Seguramente le llegaría hasta la braga del bikini, pero ella no decía nada; no parecía molesta en absoluto. Sonreía complacida y de vez en cuando decía “Hay que ver, qué chicos”. Yo por mi parte, y puesto que también lo estaba deseando, con el salvoconducto que suponía la actitud atrevida de mi tío, también empecé a acariciar el muslo de mi madre que tenía más a mano deslizando la mano arriba y abajo. Al principio no me atrevía a subir tanto la mano como estaba haciendo mi tío, pero como mi madre no protestaba en absoluto, poco a poco me fui animando y también yo dejaba que la mano se adentrara bajo el vestidito de mi madre. Los manoseos de mi tío por otro lado como cada vez eran más decididos y audaces, no tardaron en dejar completamente al aire todo el muslamen de mi madre y también la braguita de su bikini, haciendo que la falda de su vestidito se arrebujara prácticamente en su cintura. Mi tío, con el dorso de la mano al deslizarla hacia arriba no se cortaba y, como quien no quiere la cosa, le tocaba el coño a mi madre sin que ésta dijera nada. Yo a tanto no me atreví pero sí que le di una buena magreada de muslo a mi madre. Y así, disfrutando los tres del macizo muslamen de mi madre, nosotros de sobárselo y ella de ser sobada, proseguimos el viaje hasta la localidad costera a la que nos dirigíamos.

Cuando finalmente llegamos a la playa, colocamos las sombrillas y las toallas y Pedro y yo volvimos a piropear a las dos mujeres cuando se quedaron en bikini mientras mi tío no perdió tiempo en echarles el ojo encima a dos chicas jóvenes, tumbadas cerca de nosotros, que estaban en “top-less” y lucían unas buenas tetas bronceadas por el sol.

-Mira al cabronazo este, qué pronto se olvidó de nosotras -Dijo mi tía riendo cuando se percató de lo que estaba atrayendo la atención de su marido-. Pues te vas a joder, viejo verde, que tú a esas no las catas.

Todos reímos divertidos, incluido mi tío, y seguimos con los preparativos de toallas, sombrillas y demás.

Cuando nos hubimos acomodado en nuestras toallas pasaron por delante de nosotros dos mujeres, también en top-less, que sin ser tan mayores como mi madre y mi tía si pasaban con holgura de los cuarenta.

-Como esas teníais que hacer. –Dijo mi primo Pedro.

-La verdad es que ya cualquiera enseña las tetas –respondió mi madre-. No son sólo las chicas jóvenes; hasta esas que las tienen ya todas caídas van con ellas al aire.

-Pues claro, mamá; y seguro que no las tienen tan bonitas como las vuestras.

-A mí si me pilla esto con 20 años también enseñaría las tetas en la playa, pero a estas alturas, hijo, ya no las tengo como para enseñársela a todo el mundo en una playa…

Eso no lo podemos juzgar mientras no te las veamos, tía –fue el oportuno y atrevido comentario de mi primo, que hizo que todos riéramos divertidos.

Seguimos charlando en este tono y luego tanto mi madre como mi tía dijeron que iban a dar un paseíto para que les diera el sol. Entonces nos pidieron que les diéramos crema protectora y mi tío no perdió ocasión de ocuparse de hacérselo a mi madre. Como Pedro estaba algo más lejos fui yo el que se ofreció a darle la crema a mi tía. Empecé por la espalda y luego se la extendí por su gordo muslamen y por las piernas. Mi tío seguía el mismo ritmo con mi madre. Yo finalmente le di algo de crema a mi tía en la tripa y después en el pecho y hasta me atreví, ante su sonrisa pícara, a frotarle la parte alta de sus tetas y el profundo canalillo que se le formaba entre ellas, debido al extraordinario volumen de los pechos de mi tía, lo cual ya me volvió a poner como un burro, y creo de forma evidente como señalaba su sonrisa socarrona mirando mi entrepierna. Y es que la cantidad de carne de mi tía en esa zona, debido a la abundancia de sus tetas, es enorme y muy excitante. Pero mi tío con mi madre se estaba atreviendo a más, como puede comprobar cuando les dirigí la mirada. Cuando acabó de darle crema en la tripa, le empezó a extender protector solar en la porción de senos que dejaba al aire el bikini pero incluso se atrevió a meterle la mano enteramente por debajo del bikini dándole crema en toda la teta por debajo del bikini en una sobada sin paliativos, intensa y lenta, bien disfrutada y sin ningún disimulo, a la vez que riendo le decía a mi madre:

-Te doy también cremita por aquí, por si luego decides hacerles caso a los chicos y ponerte como esas, con las tetas al aire. Que no se te vayan a quemar...

La reacción de mi madre no fue en absoluto de disgusto sino todo lo contrario. Sonrió sin hacer el más mínimo gesto para impedir el descarado manoseo de mi tío y le dejó hacer bajo el bikini sin mayor problema y eso que, como digo, la sobada de mi tío en las tetas de mi madre duró un buen rato. Mientras tanto el resto de nosotros reíamos divertidos por la situación. A mí ver a mi tío sobándole una teta a mi madre de forma tan descarada no me molestó en absoluto; de hecho me excitó tanto el sobeteo en sí mismo que le estaba dando como el hecho de que mi madre se dejara tocar sin mayor pudor.

-Menudo cabroncete estás tú hecho –le dijo mi madre riendo pero sin el menor atisbo de reproche en sus palabras y mientras mi tío seguía con su mano por dentro del bikini de ella.

-Oye, cuñadita, -le replicó él a su vez-, que no te había tocado yo así las tetas, con tanta calma y atención. Y, ¿sabes? Tengo que decir que las tienes muy, muy buenas, ¿eh, Carmela?

-¡Serás tonto! –Volvió a decirle mi madre, pero riendo y complacida tanto por las palabras como por el manoseo de su cuñado. Y todo ello sin hacer el más mínimo gesto para forzar que aquella sobada de teta finalizara.

Al momento sin embargo, y entre las risas de los cuatro, acabó el manoseo de mi tío en las tetas de mi madre mientras todos reíamos divertidos y seguramente también excitados.

-Oye tía, -intervino entonces Pedro-. Tendrías que enseñarnos un poco las tetas ¿no? A mi madre ya se las hemos visto antes en casa pero a ti no.

-Claro, en casa –respondió mi madre mientras mi tío seguía con el pretexto de la crema protectora sobándole ahora los muslos a mi madre, muy cerca de la cadera y del culo mientras mi madre se tumbaba boca abajo sobre la toalla para permitir que mi tío le diera crema por la parte de atrás de los muslos-. Yo en casa os enseño lo que queráis pero aquí... no me voy a quedar con las tetas al aire aquí delante de todo el mundo; ya os digo que creo que nosotras ya no las tenemos como para exhibirnos de esa manera en público.

-No estoy de acuerdo, tía; pero bueno, lo que sí te digo es que si se las dejas tocar a mi padre lo menos que podías hacer es dejárnoslas ver a nosotros. –Contraatacó Pedro riendo.

-Yo no se las he dejado tocar; me las ha tocado el muy bribón con la excusa de la crema, que es diferente-. Se justificó mi madre riendo.

-Bueno, mamá –intervine yo-.  De todas formas para enseñárnoslas a nosotros bastaría con que te bajaras los tirantes de la parte de arriba del bikini, así sin levantarte.

-Venga, enséñaselas un poco a los chavales – dijo mi tía con desparpajo. Entonces la propia tía Diana que estaba sentada a su lado le deslizó uno de los tirantes del bikini a mi madre de modo que al estar mi madre boca abajo pero apoyada sobre los codos la prenda cayó por ese lado hasta la toalla quedando su teta derecha casi completamente al descubierto aunque muy poco visible dada la posición. No obstante, la visión de su redonda y gorda teta, allí suspendida, con su pezón apuntando al suelo a pocos centímetros de la toalla, volvió a tener un efecto tremendo sobre mi polla y creo que también sobre las de Pedro y mi tío. Mi madre se reía y como nosotros la jaleábamos ella finalmente accedió a quitarse el otro tirante de modo que el sujetador de su bikini cayó completamente sobre la toalla dejando libres y relativamente a la vista sus tetas, al menos desde los laterales. No dejó de sorprenderme una vez más la facilidad con la que mi madre había dado por bueno el hecho de dejar sus tetas al aire delante de nosotros, aunque fuera de aquella manera en la que de hecho tampoco se puede decir que le estuviéramos viendo las tetas pues la visión lateral de que disponíamos no es precisamente la mejor para apreciar los pechos de una mujer. Pensé por un momento que mi madre desde luego era bastante más liberal y abierta de lo que yo hubiera pensado; de lo que cualquier hijo en general piensa de su madre. Pero también pensé que normalmente los hijos tenemos una idea completamente asexual de nuestras madres, cuando en realidad ellas, como cualquier mujer, son hembras, mujeres que desean y son deseadas, mujeres que disfrutan del sexo y a las que les gustan mostrarse sexys y apetecibles para los hombres. Y a eso no se escapa ninguna, ni siquiera la más fiel y abnegada de las madres y esposas. Y mi madre desde luego aquel día eso de sentirse observada, deseada y hasta un poco manoseada, como antes mientras íbamos en el coche o ahora allí con los atrevidos avances de mi tío, desde luego le estaba gustando y no se estaba molestando en ocultarlo, ni siquiera delante de mí.

Y allí estaba mi madre, como vengo contando; tumbada boca abajo en la toalla y con el sujetador de su bikini caído sobre la propia toalla gracias a las maniobras por cierto de mi tía, otra hembra que se estaba mostrando mucho más cachonda de lo que yo nunca hubiera pensado y a la que tampoco parecía importarle tener aquella actitud tan abierta delante de su hijo y su sobrino.

Al estar mi madre boca abajo apoyada sobre los codos y rodeada por todos nosotros era muy improbable que nadie más le pudiera ver las tetas, pero nosotros se las veíamos bastante bien aunque no fuera una visión frontal. Sobre todo, más que la propia visión de sus colgantes mamas, a mí lo que realmente me excitaba era el hecho de que mi madre estuviera así allí con nosotros al lado; su cuñado, su sobrino y su hijo estaban a su lado mirándole fijamente sus tetas, completamente libres del sujetador, aunque la perspectiva no fuera la ideal. Y ella parecía absolutamente encantada con ello. Ninguno quitábamos ojo a sus pechos, claro. El contorno de sus pezones era perfectamente apreciable así como sus pequeñas y oscuras areolas. Pero no fue sólo que mi madre nos dejara verle un poco las tetas, allí colgando a pocos centímetros de la toalla. Al quedar mi madre con las tetas al aire, mi tío Aurelio, que continuaba a su lado tras haberle dado crema en los muslos y las caderas de mi madre, metió su mano por debajo del cuerpo de ella y le empezó a acariciar otra vez una de las colgonas mamas de la madura hembra, ahora ya libremente y sin tener que meter la mano bajo el bikini. A su vez mi primo Pedro, acto seguido y desde el otro lado, se atrevió a tocarle la otra. Y allí estaba yo, viendo como mi madre estaba tumbada boca abajo sobre la toalla, apoyada en los codos para que sus tetas quedaran suspendidas en el aire, dejándose hacer y con mi primo y mi tío metiéndole mano en las tetas con todo descaro. Y de nuevo no me pareció mal sino todo lo contrario; me gustó y me excitó ver que ellos le sobaban las tetas a mi madre y que ella se dejaba hacer absolutamente complacida.

-Mira estos; van como moscas a la miel en cuanto ven una tetas al aire –intervino entonces mi tía riendo mientras contemplaba el entusiasmo con el que tanto su hijo como su marido le acariciaban las tetas a mi madre.

Después de un breve manoseo, pues las circunstancias tampoco eran las idóneas para más, tanto mi tío como Pedro dejaron de sobarle las tetas a mi madre, que sonreía divertida, halagada y visiblemente complacida por las atenciones de los dos hombres. Como no había prácticamente gente suficientemente cerca de nosotros, toda aquella maniobra seguramente no había sido percibida por nadie y, sin duda, eso contribuía notablemente tanto a la discreción con la que todo se había desarrollado como a la tranquilidad con la que mi madre se había dejado sobar las tetas. Yo por mi parte estaba tremendamente excitado y con la boca seca, y no solo del calor. Me daba cuenta de que aunque nunca antes hubiera considerado a mi madre con una mujer a la que desear sexualmente, más allá de atisbarle el canalillo por el escote o mirar con interés sus tremendos muslazos cuando se cruzaba de piernas despreocupadamente en el sofá de casa, ahora sí que mi madre se estaba apareciendo ante mí como una hembra deseable sexualmente, como una madurita jamona de esas que tanto me gustan y que, precisamente por ser mi madre, por tratarse de algo casi prohibido, desearla, verla y tocarla me apetecía más, mucho más. Así que entonces, haciendo acopio de valor y tras tragar saliva, le dije:

-Bueno mamá, yo también... Quiero decir... Estoooo, yo también... podré tocarte un poco esas preciosas tetas, ¿no?

La jornada de playa no ha hecho más que empezar…