Jorge y Sebastián: ¿un amor prohibido?

Descubrieron que se amaban, por encima de todos los prejuicios

Jorge y Sebastián vivían solos en uno de los chalets de la urbanización, sin relacionarse con nadie. Habían consagrado su vida al sexo, y la intervención de una tercera persona sólo hubiera servido para molestarles en su apasionado amor. La cosa había comenzado de forma extraña, en la piscina que había en el jardín. Hasta entonces, ninguno de los dos se había mostrado sexualmente interesado en el otro, pero una calurosa mañana de verano, Sebastián se había encontrado con una visión arrebatadora: el espléndido cuerpo de Jorge sin más ropa que un slip negro que realzaba la forma de su pene. Sebastián llevaba un diminuto bañador rojo con el que no pudo disimular la erección que rápidamente se formó allí dentro. Se sentía incómodo, pero al mismo tiempo hallaba un extraordinario placer en contemplar a Jorge, que tomaba el sol junto a la piscina. Cuando éste se volvió hacia él y descubrió que Sebastián tenía la polla tiesa, no pudo evitar sonreírse (lo que hizo que Sebastián se excitase todavía más), y le aconsejó que se metiera en el agua para «bajarse eso». Sebastián le hizo caso, y aunque al principio logró su objetivo, al salir de la piscina volvió a contemplar a Jorge, y su pene volvió a crecer debajo del mojado bañador. Imposible ocultarlo, y Jorge, al verlo, no se atrevió a comentar nada, pues había descubierto que él empezaba a experimentar lo mismo que Sebastián.

Un mundo de sensaciones pasaba por la cabeza de Jorge al ver a Sebastián excitado. ¿Sería posible que fuese como él, homosexual? No podía evitar tener presente su gran secreto, la atracción por los hombres que había sentido desde su adolescencia, y que había tratado de ocultar con su matrimonio. Y aunque ya estaba divorciado de una mujer a la que nunca había amado, y que no tardó en marcharse del país con otro hombre capaz de satisfacerla, en ningún momento se había atrevido a reconocer ante sí mismo que era libre para hacer el amor con alguien a quien deseara de verdad. Y lo que jamás se le hubiera ocurrido era que ese deseo pudiera dirigirse hacia Sebastián. Un último impulso de moralidad le indujo a renunciar a ese pensamiento, pero su polla había crecido dentro de su slip hasta un extremo inimaginable, y Sebastián no podía dejar de mirarle extasiado, exhibiendo una erección similar, aunque el tamaño de su pene no llegaba a poder compararse con el suyo.

Jorge sabía que le correspondía a él tomar la iniciativa, ya que adivinaba que Sebastián estaba algo asustado. Se levantó de la tumbona y le dijo:

―Vamos dentro.

Una vez en el interior de la casa, se sentó en el sofá y le dijo a Sebastián que se sentase con él. Luego pasó su mano por encima del hombro de Sebastián y le atrajo hacia sí.

―¿Estás bien, campeón?

―Sí ―respondió Sebastián.

―¿Qué te pasa?

―Nada.

―¿Estás seguro? ―la mano de Jorge se posó suavemente sobre el paquete de Sebastián, quien no pudo reprimir un gemido. Jamás había sentido tanto placer. Así que eso era el sexo, dejarse morir de placer concentrado en su polla.

―¿Te gusta? ―preguntó Jorge.

―Sí ―jadeó Sebastián. Jorge paseó su mano por la polla de Sebastián durante algunos minutos. Éste no tardó en correrse mientras sollozaba de placer. No era mucho semen, pero algo salió a través del slip rojo, y Jorge se lo llevó a la punta de la lengua, lo saboreó con delectación y se lo tragó ante la mirada atónita de Sebastián, quien jamás hubiera podido imaginar que Jorge fuera capaz de hacer eso.

―¿Quieres tocarme a mí? ―le preguntó Jorge.

No se le había ocurrido, pero sí, quería tocarle de la misma manera que le había tocado a él. Quería hacer que se corriese, y beberse su semen. Sebastián se aplicó a acariciar el duro y caliente cipote de Jorge, que empezó a gemir sonoramente mientras se retorcía de placer, dejando que la mano de Sebastián recorriese su polla por encima del slip. Eran caricias torpes, pero la situación le excitó lo suficiente para llegar al orgasmo.

―¡Sebastián! ¡Mi vida! ¡Me corro!

La fascinación de Sebastián no tenía límites. A través de la tela del slip comenzó a formarse un goterón de semen caliente y espeso que se apresuró a recoger en la palma de su mano para llevárselo a la boca rápidamente, paladeándolo con avidez para tragárselo al final. Una sonrisa de oreja a oreja iluminó su rostro, y Jorge pudo comprobar que estaba empalmado de nuevo. Le bajó el bañador y dejó que su polla se irguiese hacia el techo. Un último sentimiento de culpa le invadió entonces.

―¿Quieres que siga?

―Sí.

Aquel «sí» era tan rotundo que no dejaba lugar a dudas. Sebastián deseaba seguir hasta el final, de modo que Jorge cogió su pene y se lo introdujo en la boca, mientras Sebastián jadeaba extasiado. Cuando se corrió no salió nada, pero puso sus ojos en los de Jorge, aceptando que una nueva relación se establecía entre ellos. Lo que quizá no sospechaba ninguno de los dos era que en aquel momento habían comenzado una vida completamente diferente de la que habían llevado hasta entonces, porque a partir de entonces lo único que dirigió sus existencias fue el incontenible deseo de follar siempre, en todo momento y lugar, encerrados los dos en un mundo de placer mutuo al que nadie podía acceder. Continuaron llevando de puertas afuera una vida rutinaria, cada uno pendiente de sus respectivas ocupaciones, pero a solas en casa todo cambiaba: follaban una y otra vez, se amaban hasta la extenuación y descansaban unas pocas horas para follar de nuevo, abandonándose al goce de la lujuria más exacerbada, la de dos cuerpos que se dedican a darse placer mutuamente.

Vivían para follar. Lo probaron todo. Cuando Jorge penetró por vez primera a Sebastián, éste lloró de dolor, pero no tardó en encontrar nuevamente el placer y, desde entonces, fue una de sus prácticas favoritas. A veces cambiaban, y era Sebastián el que introducía su polla en el culo de Jorge, depositando cantidades de semen que fueron aumentando con el paso del tiempo. Pero lo más habitual, lo que les volvía locos a los dos, era que Sebastián adoptase el rol pasivo, tumbado en la cama, con las piernas en el aire y suplicando a Jorge que le introdujera su rabo cuanto antes, que le reventara el culo a pollazos, que le partiera en dos. Los dos se mostraban fascinados por el miembro del otro, y el sexo oral se convirtió igualmente en una práctica habitual. Cuando Jorge iba a correrse, Sebastián le pedía que lo hiciera en su cara, y Jorge cumplía regándole con abundancia de semen que Sebastián lamía con avidez. Jorge también solía beberse la leche de Sebastián, y cuando se besaban, el semen en sus bocas se mezclaba lascivamente.

Todo esto me lo contó Jorge como una confidencia especial, antes de marcharse a vivir a otro país por motivos laborales. Sebastián, naturalmente, se fue con él. Le resultaba imposible vivir sin Jorge, y éste no se habría marchado sin Sebastián. Me imagino que siguen llevando una vida aparte del mundo, en la que sólo una idea ocupa sus mentes: follar.