Jorge y Juan (5)

Los dos chicos se acercaron a mí alegres, voceando a gritos pelados en piropos graciosos y otros más obscenos, abrazándome, besándome y dejando sentir sus hercúleas manos por todas las zonas de mi cuerpo. Yo, entregada a sus caricias reía feliz, los emulé besándolos, abrazándolos y tocándolos uno a uno y a los dos a la vez con un placer infinito mientras ellos, estimulados, se ensimismaban aún más en no dejar una zona de mi cuerpo sin tocar.

JORGE Y JUAN

Quinta parte

Capítulo XX

El toc, toc de mis tacones debieron ponerlos alerta porque, antes de que apareciera bajo el marco de la puerta del salón, los dos salieron a mi encuentro. Ni que decir tiene que los dejé paralizados, boquiabiertos. Los dos pares de bonitos ojos grandes quedaron fijos como alfileres y sus bocas exaltando exabruptos propios de la juventud

-¡JODEEER, QUÉ TÍA MÁS BUENA! ¡LA MADRE QUE LA PARIO, MIRA QUE TETAS MÁS BIEN PUESTAS!

Sus exabruptos machistas llenaron de ego mi orgullo femenino. Siempre he sido vanidosa y, cuando mi marido me presentaba a sus amigos de clubes sdwingers a los que acudíamos, me gustaba saberlos encandilados con mi palmito de mujer cañón y con los trajes atrevidos e incitantes que solía lucir. Entonces gozaba como una posesa estando en medio de ellos, tocando todos juntos cada centímetro de mi cuerpo, follándome como jabatos por todas partes y Jorge padre, acercándose a mí, en medio de todos ellos, machos, henchido de lujuria y diciéndome al oído –"¡En qué buena puta te has convertido, perra viciosa! ¡Qué bien follas!"-. Y si había tenido uno de mis tantos orgasmos, mi marido me producía, con sus palabras duras, otro más que le agradecía con gemidos y la mirada larga puesta en él hasta que el amante más cercano a mi, en el éxtasis supremo, eyaculaba en mi boca, esfínter o vagina, y yo le sonreía a mi marido picándole un ojo. Él se había convertido en mi mejor testigo sobre mis andanzas, dando fe de cómo los sementales que me rodeaban gozaban poseyéndome por todas partes.

Con los gemelos volvía a ocurrir lo mismo. Los instantes siguientes serían de ensueño.

Para deleite de Jorge y Juan, me planté en medio de los dos y comencé a danzar con los brazos levantados, flexionando las piernas y moviendo mis caderas queriendo emular a Sakyra, zarandeando mis pechos, rozando con mi culo respingón sus braguetas hinchadas y para que contemplaran a su amante en todo el esplendor de mujer. Los dos chicos se acercaron a mí alegres, voceando a gritos pelados piropos graciosos y otros más obscenos, abrazándome, besándome y sus fuertes manos resbalando por todo mi ser. Yo, entregada a sus arrumacos, reía feliz, los emulé aun más besándolos, abrazándolos y tocándoles sus penes uno a uno y a los dos a la vez, embriagada por la bebida y de un placer infinito que me salía de dentro. Ellos, exaltados, se ensimismaban aún más en no dejar una zona de mi cuerpo sin tocar.

Sin embargo, me estremecí y tuve miedo cuando noté que estaban muy "chispados". Los gemelos, atletas de elites y sanos, no estaban acostumbrados al alcohol y las dos copas de champán de más que habían tomado le pasarían factura, serían incontrolables, sobre todo el mayor y yo, seguramente, sería la que recibiera el daño mayor.

Al principio no pasó nada de lo que temí y empecé a bajar la guardia a pesar que el trajecito de marras, todo de tul y con escaso vinilo por delante, me mostraba desnuda, agresiva bajo el influjo de la música extraordinaria que habían elegido los gemelos. Sin embargo, me equivoqué en mis previsiones.

Preparaba otra de las tantas rondas para los tres cuando, de repente, de espalda a los chicos, oí el silbido en el aire del blandir de algo que ya conocía muy bien. Mi cabello se erizó y supe enseguida de qué se trataba. Antes de girarme para ofrecerles las copas, la fusta que Jorge me había regalado estaba en su mano diestra dejándola caer sobre mi nalga derecha. Fue impactante por lo sorpresiva, los picos romos en ángulo se clavaron crueles en mi glúteo y el brinco que dí causó gracia a los os. Antes de que me diera cuenta descargó un par más de sus golpes profesionales. La pala gruesa sonaba dura y cantarina sobre mi carne, los dientes laterales de la fusta seguían siendo crueles conmigo. El instinto de conservación permitió mentalizarme de inmediato y relajarme mientras estaba siendo castigada. No sé como, pero pronto tuve conciencia de lo que vendría después.

-Pu...putita, ya va siendo hora... de que cambies ese traje por e... e... el que te regalé –La lengua gorda por la bebida no le cabía en la boca -¿Vale? ¿O no te guuusta... guarra?

-Sí, Amo... si Jorge –¡Cómo quemaba la maldita nalga derecha! Pero disimulé como pude el sufrimiento de los azotes, estaba frente a mi hijo mayor, con la vista baja y a punto de llamarlo Amo como le gustaba ser tratado en nuestras sesiones de bondage. Me atreví a subí mis ojos hasta Juan que estaba también enfrente, pidiéndole ayuda, pero no se había dado cuenta de nada, riendo como un tonto, tomándose las últimas gotas de champán de su copa. Estaba muy bebido y los ojos enrojecidos, pero había un atisbo de razocinio en su mirada. Reprimiendo el suplicio de la fusta entregué las nuevas copas y subí la mía brindando –Tomemos un nuevo sorbo en concordia y armonía y, Mis Señores, me voy a cambiar de inmediato..

Jorge, frente a mí, mantenía baja la fusta, colocándola entre mis piernas para subirla y alcanzar mi vulva que fustigándola varias veces sin resultado por la estrechez de la falda del traje. Los dos estaban bastante borrachos, sus ojos vidriosos y lujuriosos, babeantes por tenerme de una vez por toda.

-Pero ya saabes,... puta..., –Y volvía a castigar –Estas... bragas te las quitas ¡Es una orden de... de los dos! ¡Eso es..., de los dos ¿Verdad, hermado?

-Si, si, herma...no –Levantaba la copa vacía que se estremecía en su mano –Es una orden para ti putita ¿Lo digo... bien, tú...?

Lo miré asombrada, Juan estaba peor que su gemelo porque decía cosas que no tenía sentido. Jamás me había llamado puta ni exigido nada más allá de lo que ambos queríamos. Estaba dominado por el champán e influenciado igualmente por Jorge. Como veía castigar mi sexo él me nalgueaba el culo como podía porque no acertaba de pleno. Sin decir nada, sonriendo como la sumisa que gustaba interpretar para el mayor, incliné el busto en señal de respeto y salí del salón dirigiéndome, con pasos inseguros, a mi habitación.

Capítulo XXI

Allí estaba nuevamente, desnuda ante el espejo, observando las marcas de los dientes romos y rojez de las nalgas flageladas,. Los muslos y la vulva no hervían tanto porque fueron caricias. Pero las nalgadas sonoras de Juan no se notaban apenas en los costados. Sin embargo, los pensamientos que corrieron por mi mente se debían a lo achispada que estaba, pero no había perdido el sentido y sabía a lo que me exponía siguiéndole el juego al cambiar de vestido. Miré el bello traje látex y los guantes reluciendo en oro y sonreí con miedo. La prueba de fuego que tanto temía pero deseada a la vez, estaba a unos cuantos minutos vista.

Despacio, sin dejar de recrearme ante el espejo, vestí unas medias de tono carne y brillante con anchos encajes blancos que llegaban cerca de las ingles y, a continuación el traje que costó mucho dejarlo perfectamente liso por la estrechez.

–¡Colosal Patricia! Te queda perfecto y te hace una figura más estilizada, espléndida y llamativa. Vas a ser follada por donde te cojan esos dos de ahí afuera

Reí estrepitosamente pero callé de repente. No me gustó nada lo que había dicho en voz alta. Seguía con mucho miedo y deseándolo al momento siguiente ¿Qué sucedería a la mañana siguiente? Los fluidos del alcohol no dejaban que pensara con tino. Salí resuelta de la habitación después de calzar los zapatos de de charol con tacón altísimo haciendo juego con el vestido. Ahuequé mi melena abundante y suelta y disponiéndome a salir.

Cuando los vi nuevamente estaban aún más borrachos, sobre todo Juan. ¡Otra vez los tenía delante, encandilado nada más verme! Se lanzaron contra mí sin tocarme, mirándome de arriba abajo, girando a mi alrededor, Jorge metiéndome mano en el coño depilado por debajo de la falda para comprobar que no llevaba bragas, Juan, dejando resbalas sus manos por la espalda hasta abarcar mi culo altanero apretándolo con ardor. Fue el mayor quien me besó intensamente en la boca y abrazándome, dejando sentir, en ese momento, su polla sobre mi vientre; el menor, a mi espalda, se apoderaba de mis senos amasándolos, queriéndolos abarcar con sus enormes manos, jugando con ellos como le gustaba. Estaba muy feliz de verlos alegres y alterados. La tarde noche empezaba a presentarse larga y maravillosa. Pero, de pronto, estando en medio, volvió el presentimiento angustioso que algo tremendo iba a pasar. Lo achaqué al champán al no acertar a coordinar mis premoniciones.

Eso me perdió

Durante más de una hora todo transcurrió bien, normal, bailes, más bebidas, más caricias y chistes repetidos hasta la saciedad, el baile a tres banda no paraba y las copas de champán se vaciaban casi con rapidez) y yo que no paraba de estar de mano en mano. Deseaba un cambio porque se hacía cansino soportarlos estando tan bebidos.

De pronto, estando sirviendo nuevas copas, Jorge se separa del grupo haciéndose con la fusta dorada. Empezó a batirla en el aire con torpeza mientras se dirigía hacia nosotros. Me golpeó dos veces las nalgas con fuerza. Cerré los ojos para contener la acción del rechazo, aguantando la picazón que me produjo el castigo. Se dejó sentir, sobre mi espalda cubierta, otras dos veces, siendo más soportable. Pero no quería solo aquella diversión, con voz pastosa ordenó que me dirigiera a la mesa y apoyara las manos sobre ella. Juan era testigo de todo y, dentro de su borrachera, tenía conocimiento de lo que pasaba. Estaba serio y se encontraba mal, observando como yo, obediente, caminaba despacio y sin dejar de mirarlos. Dirigí los pasos hacia el lugar indicado quedando de espalda, inclinada con las piernas rectas, apoyada con las manos en el mueble, expuesta a los azotes la espalda, nalgas y piernas. Jorge tomando posición.

-Juan, ven. Vas a aprennn...der a tratar con zorras coo...mo ésta. Les gus...tan que las peguen y... que luego las fo...fo...ollen –La fusta cayó tajante sobre mis nalgas dos veces en cada una y por encima del dorado traje. Tres más cayeron en mi espalda. -¿Lo ves, herma... hermano? La puta es... buena y valiente, quie... quiere más.

Ahora, el pequeño látigo me dio de lleno en los muslos logrando que brincara sin poderlo remediar, las púas se clavaban doblando el suplicio del castigo. Ellos se divertían con sus risotadas. Yo asustada de que llegara a la zona desprotegida de los muslos y donde el dolor se concentraba con mayor agudeza, pero Jorge no tenía piedad ni mucho menos y en dos ocasiones más logró que siguiera brincando a cada golpe de fusta, ahora a los costados de las piernas. Acostumbrada desde años atrás a la humillación del castigo, había aprendido a estar callada aguantando estoicamente en la posición ordenada.

-Juan, to... toma. Dale leña a la zorra. Prooocura ser justo y no la casss...tigues en zonas ma... malas, la ca...ara, por ejemplo: Zú...zurrale en las tetas, en... en el coño o aquí, en el estómago... ¡Venga!

-No, Jor… Jorge. A mi me gusta la... la… la mano –Y, levantándola, me dio de lleno con la misma abierta, llenándome el culo de puro fuego para amasarlo con fuerza. La humillación que quería ejercer en mí no tenía control alguno. Estaba torpe e inseguro y la falta de la estabilidad le obligo a apoyarse sobre mi espalda, acariciando mis brazos, queriendo llegar, sin poder, a mi rostro –Pa... paso de eso, tío.

Mi hijo menor, cambiando el tercio, me tomó de los hombros cogiendo las tetas por las bases, apretándolas, levantándolas y logrando sacándolas del ajustado, redondo y generoso escote. Luego, con su estilo peculiar, cogió una con su mano izquierda y con la otra comenzó a palmearla regularmente con toques cortos y sonoros. Igualmente hizo con el otra. Por último, en sus brazos, me besó mordiendo con saña los labios hasta conseguir que gritara esquivando la caricia. Jorge, retirando a su hermano a un lado de un empujón, levantó la fusta sacudiendo mis pechos desnudos en dos ocasiones. A continuación me empujó contra la mesa fustigando el estómago y la entrepierna una sola vez. Los azotes finales se dejaron sentir en la delantera de los muslos cubiertos por las medias y el ancho encaje y, nuevamente, en los costados. El castigo no fue muy severo pero ardía todo mi cuerpo y las lágrimas empezaban a correr por las mejillas. Nunca les mostré el terror que padecía. Estaban borrachos y suplicarles parar era como darles más alas para semejante castigo. Pero mis ovarios, tan perros como yo misma, se estremecían de placer entregados a la humillación del suplicio. Pensar que estaría después en medio de aquellos dos salvajes beodos me excitaba más de la cuenta.

Nuevamente volvían aquella pesadilla que me atormentaban por momentos.

Jorge dejó la fusta dorada sobre la mesa y comenzó a masajearse la polla. Juan lo observaba e hizo otro tanto igual. Al momento, los dos estaban bien erectos bajo mi atenta mirada, caldeada mis carnes por los fustazos de Jorge y las palmadas de Juan. Al unísono ofrecieron sus trancas invitándome con un gesto para que estuviera en medio de los dos y de rodilla. Reaccioné de inmediato postrándome. Tomando aquellas pollas hermosas y calientes, comencé a masajearlas de arriba abajo, masturbándolas, tocando con los dedos pulgares las cabezas húmedas y sin dejarlos de mirar. Decidí comérmelas succionándolas, una primero, la otra después, lentamente, recorriéndo todo el interior de mi boca hasta el fondo mismo de la garganta, besándolas con amor cuando las sacaba, ensalivándolas con la lengua o escupiéndolas para introducirla profundamente en la garganta deleitándome con su olor y sabor. Los veía alegres, parecían más serenos y disfrutando de las mamadas. Iba de uno al otro sin parar, cogiendo sus escrotos, mordiéndolos con mis labios, humedeciéndolos por encima de las buenas pelambreras y masajeándolos con devoción, Volvían otra vez sus pollas a mi boca dejar de acariciar los escrotos peludos y a punto de reventar. Fue Juan quien me retiró de ambos, se acostó en el suelo indicándome que subiera la falda y me sentara sobre su miembro.

Así lo hice. La cogí con cariño, pajeándola e introduciéndola poco a poco con gran alegría por mi parte. Dentro de mi borrachera iba a permitir conocerles a los dos a la vez. Pero Jorge, más atrevido como siempre, una vez que observó como era penetrada por su gemelo hizo que me inclinara sobre Juan abriéndome las nalgas, instigó con sus dedos mi ano hasta abrirlo a gusto. Me quedé asombrada porque no esperaba que tuviera capacidad de reacción. Él, sin más preámbulos, apuntaló el prepucio a mi esfínter comenzando una penetración que dolió al principio pero, metiendo su mano derecha por delante, rozando el pene de Juan, comenzó a masturbar mi clítoris logrando que yo me estremeciera de puro goce. Casi no percibí cómo su pubis empezaba a rozar mis nalgas hasta que sentí un cosquilleo del áspero vello. Estaba ensandwichada en medio de los dos, follada doblemente y respirando entrecortadamente por el entusiasmo en el que me encontraba. Por fin estaba siendo poseída por mis dos hijos a la vez y pensé allí mismo que no era tan traumático como tuve creído. Entonces, el miedo que había sentido ¿dónde estaba?

Durante varios minutos los dos estuvieron sacudiéndome con violencia, agarrándome las tetas a dúo, masturbándome el clítoris Jorge y sacudiéndome las nalgas Juan cada vez que me empalaba con su enorme pene. Como ocurría entre ellos, las ondas de pensamientos lograron que casi se corrieran a la vez y mi orto recibió una buena cantidad de lefa caliente dándome la sensación que llegaba al estómago. Juan llenó mi vagina con gorgojeos agudos y disonantes graciosos que hizo que sonriera porque la borrachera lo poseía como él me poseía a mí. Fue el mayor quien salió primero con fuerza, arreando un manotazo y haciendo que cayera a un lado, sin estar libre del menor que me tenía bien agarrada. Al rato, mi segundo hijo la sacó con altanería quedando tirada en el suelo con las piernas abiertas, manando leche de ellos por mis agujeros. Me dolió el desprecio de los dos, era mi cumpleaños, se suponía que la homenajeada, la mimada, pero ya estaba acostumbrada a las humillaciones y, una vez más bajé la cabeza mientras ellos, riendo satisfechos como triunfadores de múltiples competiciones, se abrazaban y bailaban sin fijarse en su madre, tumbada en el suelo, esperando una gracia. No intenté ponerme en pie permitiendo que los flujos humedecieran y marcaran el parqué.

De pronto, estando en esas reflexiones, Jorge desapareció de mi vista apareciendo al rato con su temible estuche de aluminio. Sentí terror y vergüenza porque eso sí que no quería que ocurriera en mi fiesta de cumpleaños. Deseaba mantener la intimidad de mis relaciones con cada uno de ellos. Pero Jorge no estaba por la labor.

Fue en ese momento cuando empezó la pesadilla que llevaba rato rondándome. Jorge, dirigiéndose a Juan, preguntó.

-Juan ¿Nunca has follado una hermosa vagina como la de esa puta con un... con un compañe…ro de jarana? ¿Junto los dos? Lo he vis... visto y siempre lo... looo he desea...do ¿Te animas?

Su hermano lo miró extrañado, sin comprender bien lo que quería decir Jorge. Me quedé helada y desvié los ojos a otra parte.

Jorge se puso detrás de mí arrastrándome hasta la puerta del salón. Se acercó al maletín abriéndolo y sacando de allí dos grilletes con muñequeras de acero forradas de goma espuma en azul, aprisionando mis dos muñecas y otro grillete, sin forro, lo enganchó a la cadenilla que los unían y dejándolo bien fijo en al pomo de la puerta. Quedé media acostada en el suelo, las nalgas y las piernas apoyadas en el suelo, los brazos estirados hacia arriba, esposados a la puerta. Medio cuerpo para arriba quedaba en el vacío, en posición incómoda. Las piernas abiertas porque el mayor, acto seguido, había sacado una barra extensible con esposas a cada extremo, también con protección azul, y las ató a cada tobillo. Quise gritar a todo pulmón pero no sé todavía la razón que impidió que lo hiciera. Ese estilo de follar no estaba en mi currículum y, seguramente, tampoco quería tenerlo. El horror para mí se presentaba con el nombre de Mi Amo. Jorge, buen conocedor del bondage, sacó una mordaza de bola inmovilizando mi boca.

-¿Lo ves? Ya… ya está preparada… pa… para nosotros dos. Ahora nos… foll… follamos ese cooo…ño gua… rro los dos… los dos juntos… herma… hermano.

-¿No la reven… reventaremos…, Juan? ¿Cómo looo… vamos hacer…? –

-Esta perra nos pa… parió casi a la vez. Tuvo que tener el… el coño bien abierto… jajaja –Reía con maldad en los ojos, una crueldad que nunca había visto, ni en Jorge padre. Juan, por el contrario, no las tenía todas consigo –Dos… pollas juntas cre… creo que no le hará… daño, herm… hermano. Vamos allá.

Atada y amordazada como estaba le pedía a Jorge con grititos que no siguiera. Me movía en todas las direcciones como podía queriendo defenderme de ellos. Jorge aporreó con la pala de la fusta llena de dientes en mi estómago obligándome a callar, hasta que Juan, cogiéndolo de la mano, le obligó a parar.

-Basta, her… hermano. No le pegues más ya… ya ha recibido bas… tante ¿ves? No quie… quiere. Dejémos… la. Ahora… te toca a ti… el coño yo… yo me follo el culo…

-Siem… siempre serás un infan… tiloide…, Juan –Dijo Jorge burlándose de su hermano menor. Sus ademanes y miradas eran peligrosas, desafiantes, la borrachera lo convertía en un ser extraño y dañino. Tomando al menor por el brazo lo acercó a él hasta tomarlo por los hombros, apretándolo contra el suyo –Así, unidos, las… las dos pollas juntas… la mete… meteremos por ese aguje… ro zorrón que tie... ne de puta.

Miré a mi hijo menor con mucho miedo, suplicándole que me defendiera del animal. No lo hizo, estaba demasiado bebido para comprenderlo todo. Luego supliqué con sonidos guturales a Jorge que apenas si dirigió una de sus miradas lascivas a mi rostro ¿Qué iban a hacer aquellos cafres? No lo podía creer. Tan pronto como empezaran a utilizar mi sexo para introducir sus penes a la vez me destrozarían la entrada vaginal, la desgarrarían literalmente. No estaba acostumbrada a esas depravaciones ni era una porno profesional capaz de aguantar todo lo que sus chulos de turno quisieran hacerle. Me preparé para lo peor porque la situación de inmovilización en la que estaba no me ayudaba para nada.

Jorge y Juan me arrastraron hasta quedar expuesta a sus deseos y, tomando sus penes los dirigieron a la vez hacia mi vagina. Los dos llegaron al tiempo y Jorge, al parecer más veteranos en este terreno, separó mis labios mayores dejando ver la entrada abierta y chorreante por el coito anterior. Los dos pusieron sus glandes en la entrada comenzando a empujar. Mi vagina, flexible y maleable por el ejercicio de muchísimas veces, permitió con cierta dificultad la entrada de las dos cabezas de los penes pero, el horror de la acción fue cuando siguieron penetrando insistentemente. Entonces, al contacto con el vestíbulo vaginal, el ensanchamiento forzado empezó a causarme tal sufrimiento y dolor de desgarros que empecé a moverme todos los lados queriendo desprenderme de ellos. Fue Jorge quien se vio rechazado con mis movimientos pero volvió a empezar arremetiendo con mayor fuerza. Los azotes anteriores del mayor, las fuertes nalgadas del más pequeño fueron caricias maravillosas comparadas con la penetración a dos bandas.

Tenía a Juan dentro y las paredes vaginales se adherían a su polla cuando Jorge las separó con violencia obligándola al ensanche para ocuparlas. Un dolor afilado como un estilete se dejó sentir en mi interior al instante. Algo ligero y caliente empezó a resbalar bañando la base de la vulva. El daño era cada vez más intenso e insoportable. Me habían follado varias veces seguidas el coño pero de uno en uno nunca dos pollas a la vez. Seguía zarandeando todo mi cuerpo de un lado a otro buscando librarme de la violación de los gemelos. Los desgarros empezaron a aparecer y el dolor tan intenso que se pasaba a la espinal dorsal atenazando mi cerebro hasta dejarme enloquecida por el daño.

No sé el tiempo que pasó hasta que lograron meterla hasta el fondo, sin volver a salirse uno de los dos. Pero llegó un momento en que el mundo se desmoronó a mis pies atados y los sentimientos de amor desaparecieron. Ya no sentía dolor ni miedo, sin embargo, un hilo de placer comenzó a recorrerme todo el cuerpo. Sin darme cuenta, comencé a gozar con los movimientos de sus coitos y, en un estado de indiferencia y laxitud agradable dejé que los orgasmos aparecieran en un par de ocasiones más.

-¡Mira herm… hermano, ríe… ríe! ¡Le gustaaaa! –Exclamó Juan en el colmo de la inconsciencia. Siguió expresándose feliz, -¡Dis… disfruta… hermano! Jajaja

-Ya te lo dije… herm… hermano… Esta es igual a todas las zorras, gritan, gri… gritan pero… le gus… tan las pollas dobladas.

De pronto, después de haberse corrido los dos a la vez uno de mis orgasmos los acompañó. Un frío tremendo y desconocido pero de plena satisfacción me sacudió entera. Me había estremecido entera y todo lo que ocurría a mi alrededor me gustaba hasta quedar henchida de gusto. En aquel momento, bajo la influencia del alcohol y el espanto vivido, no pude razonar todas esas sensaciones. Algún tiempo después lloraría de tristeza y alegría a la vez.

Los gemelos, que tenían pensamientos e ideas encontradas, estaban igualmente sincronizados a la hora de eyacular. Los dos, crispándose a la vez, introduciendo aún más sus pollas hasta llegar al cénix de mi útero, dejaron sus respectivos semen caliente sin llegar a ser espléndidos pero llenando todo el interior de la vagina volcada en el clímax del placer. Fue cuando les acompañé con el último orgasmo de esa tarde.

Pero el sufrimiento no se había terminado, mis hijos no eran bebedores y la borrachera colosal de aquella tarde les pasó factura. Jorge, una vez se retiró, quiso ponerse en pie pero se encontró mal y vomitó sobre la moqueta todo el champán y la comida que había ingerido cerca de mí. Un olor insoportable inundó todo el salón. Acto seguido, cayó hacia un lado desmayado total.

Juan se sintió igualmente mal pero tuvo las fuerzas necesarias para levantarse y, antes de llegar a la puerta, también vomitó cayendo redondo al suelo, sin conocimiento.

Allí quedé yo, atada de manos y pies, con una mordaza en la boca, reventada la vagina y llena de sangre, con una plasta asquerosa de vómitos a mi lado que hizo que también devolviera teniendo que tragármelos porque mi boca estaba sellada. Lo pasé muy mal, la vomitada salió por las comisuras de la boca y por la nariz. Tuve la gran suerte de no ahogarme y, en el mayor de los espantos estaba atada, muy mala, desprotegida y sola. Algo más allá había otro gran vómito por el que tuve que sufrir en las horas siguientes.

Quería gritar llamándolos pero me salían gruñidos y gorgojeos. El ácido y el horrible amargor de mis propias bilis quemaban mi garganta, sin embargo, continúe haciendo ruido para despertarlos. No lo conseguí, mis dos amantes estaban totalmente fulminados por la borrachera y vencidos por los polvos. Durante toda la noche pasé el horror del frío, la sed y mucho pavor. La incomodidad de las ataduras era insoportable porque mis miembros se engarrotaban más a cada minuto que pasaba y los dolores producían picores y calambres. Lloré lo que nunca pensé que lo hiciera y, por supuesto, no dormí.

El drama no terminó hasta que empezó a lucir el sol entrando por la ventana. El comedor se había convertido en la cámara de los horrores al presentarse, bajo la luz solar, en la suciedad más espantosa

Capítulo XXII

Fue Juan quien dio señales de vida primero. Se levantó dando tumbos, agarrándose de las paredes, sin saber, por lo que pude observar, lo qué había pasado. Se cogía la cabeza apretándosela con fuerza, evitando dar un paso, luego, comenzó a girarse lentamente, reconociendo el escenario y viéndome atada. Se quedó pasmado, no podía creer lo que tenía delante y, cuando reaccionó, se acercó a mí todo lo deprisa que su estado anímico le permitía.

-¡Patricia, Patricia! –Me quitaba la mordaza y el olor de mi boca y la vomitera que tenia al lado secándose hizo que su cara se virara con repugnancia. No se había fijado en la entrepierna -¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás esposada de pie y mano?

-Tu hermano y tú me violasteis anoche realizando doble penetración vaginal ¡Desátame de una puta vez, Juan! –La indignación y la rabia comenzaba a anidar en mí. Lo miré con odio –Despierta a tu hermano. Quiero que os vayáis de esta casa inmediatamente. Sois mayores de edad y tenéis recursos económicos suficientes para tener cada uno vuestra propia vivienda. Marcharos para siempre. Por mi parte, doy por terminada esta relación.

Entonces, Juan, desconcertado, mirando a su alrededor se dio cuenta de mi entrepierna, bañada de sangre, manchada la moqueta de rojo, temblándome las piernas por los calambres y la posición en que estaba.

-¡Estás herida, Patricia…! -¡Estás… herida…! –Lo que pudo ver en el entorno le hizo recordar y, moviendo la cabeza afirmativa y negativamente, sus ojos se empequeñecieron y le brillaron hasta dejar caer unas lágrimas. Gritó mirando al techo -¡Dios! ¿Qué hemos hechoooo?

Todavía dominado sus músculos por la curda de la noche anterior, Juan se levantó tambaleándose, agarrándose y dirigiendo sus pasos al voluminoso maletín de aluminio de bondage de su hermano. Buscó en el hasta encontrar un pequeño manojo de llaves que probó hasta encontrar la deseada. Más tarde consiguió desenganchar mis brazos y piernas de los herrajes. Al ayudarme a ponerme en pie caí redonda al suelo, lamentándome de dolores, llorando mi vergüenza, si es que la tenía, y la humillación no consentida que había padecido. Juan intentó agarrarme y abrazarme. Mi rechazo fue rotundo, empujándolo a un lado con una fuerza increíble que no sospeché en mí.

-¡Dejadme, dejadme, dejadme! ¡No me toquéis nunca más! ¡Confiaba ciegamente en ti, en tu amor, en ese respeto que siempre nos hemos tenido! Ahora… ahora… todo para mí es desprecio, incertidumbre y tristeza ¡Dios mío! ¿Por qué? –Quería levantarme pero no podía, ni siquiera queriendo caminar a cuatro patas -¡Marcharos, marcharos para siempre de mi vista, cabritos! ¡Dejadme sola!

-Patricia, permíteme ayudarte. Necesitas un médic…

-¡¡Fueraaaaaa!!

Capítulo XXIII

La verdad es que todavía hoy en día no deseo recordad ese día de mis cuarenta años. Los siguientes que pasaron fueron terribles, dolorosos, creándome un stress tan grande que me hundió encamándome en el dolor y la desesperación. Llegué a tal extremo, estando tan sola, que desee morir, atentar drásticamente contra mí sin más ilusión por la vida.

Para recuperarme de las heridas vaginales estuve más de tres días encerrada en mi habitación, curándome cada tres o cuatro horas, caminando lo menos posible para que cicatrizaran los desgarros internos y externos. De vez en cuando salía de allí a la cocina para proveerme de agua, no sentía ganas de comer y me daba cuenta que la casa estaba echa un horror de suciedad, olor putrefacto de los vómitos, amén, claro está, del desorden de la maldita fiesta.

Fue el constante telefonear de alguien quien devolvió el ánimo a mi ser y, por fin decidí airear y limpiar la vivienda. Entre fregar, lavar y volver a poner la casa decente pasaron más de dos días. Lo hacía por tiempo pero sin dejar abandonada la limpieza. Al final quedé satisfecha pero no contenta porque estaba totalmente vacía y muerta, yo increíblemente destrozada, derrotada…

He de confesar que diariamente Juan me llamaba varias veces. Al principio no le contestaba o cortaba las llamadas. Mucho más tarde, cuando la sonrisa empezó a florecer en mis labios, tomé el teléfono y, sin decir nada, dejaba que hablara y se desahogara.

-Patricia ¡Gracias a Dios! Por favor, dime algo, insúltame, maldíceme, pero háblame ahora mismo del odio que sientes por mí… por nosotros que hemos traicionado tu confianza. No te quedes muda, amor.

Y yo colgaba una y otra vez sin contestar y él, sin importarle los desplantes, seguía todos los días machacándome a cada momento del día. Esas llamadas cotidianas fueron un bálsamo para la recuperación y desear restablecer mi vida. Llegó un momento en que no recibí sus llamadas y el mundo volvió a ser ruin y oscuro. Enseguida me imaginé que estaba concentrado en alguna parte del mundo, muchas veces no lo dejaban ponerse en contacto con sus familiares para centrarlos en los campeonatos que los habían llevado hasta al lugar de las concentraciones. Pero, tan pronto como pudo llamó. Volví a ver la luz y alegría lleno mi corazón. Sí, efectivamente, estaba concentrado. Nunca se cansaba de mis negativas a sus súplicas. Seguía queriéndome porque siempre me declaraba su amor a cada llamada, su necesidad de mí. Yo, implacable, permanecía muda pero, a la vez, mantenía el auricular abierto hasta que la conversación se cortaba porque, cansado, no tenía nada más que contarme.

En todo ese tiempo, de Jorge no recibí una sola noticia, ni siquiera venida de Juan.

Cuando lo tenía todo limpio y dispuesto, recogiendo caí en la cuenta que de los dos trajes que me habían regalado sólo estaba el de Juan. También la fusta había desaparecido. Busqué concienzudamente los dos regalos y no los encontré. Luego pensé que, si lo encontraba, iba a ocasionarme más dolor y me lo quité de la mente. Me daba igual si alguno de mis hijos se lo había llevado o escondido –"Mejor para mí" –pensé. A los dos días ya no me acordaba de la prenda y el látigo.

A todo esto había pasado dos meses. Entonces ocurrió algo que hizo que replanteara mi conducta con los gemelos, sobre todo con Juan. Había notado, finalizando el segundo mes de los hechos, que la regla anterior ni la que correspondía me había venido. Con la primera no le di mucha importancia, podía ser un desorden interno pero, la segunda sí que me preocupó. Siempre he sido puntual en mis períodos, inclusive me adelantaba en ocasiones debido a las relaciones amorosas continuadas con mis hijos. Pero vino el momento de la segunda regla y no apareció. Lo que noté fueron ciertas peculiaridades en mi naturaleza que, de pronto conocí. Un escalofrío recorrió toda mi persona. Me dí cuenta de inmediato que estaba embarazada.

Era la guinda que le faltaba al día de mi cumpleaños para completar el drama.

Unos días después, el ginecólogo confirmó mi preñez. Dijo que estaba de dos meses y supe que era verdad, inclusive reviví estremecida el día mismo en que me embarazaron, allí, con las piernas colgando en los bastones de la mesa de observación del médico. Cuando salí de la consulta iba llorando, amargada porque no sabía como reaccionar a la nueva situación ¿Qué tenía que hacer? ¿Avisar a los padres? ¿Tragarme el embarazo yo sola? ¡¡Abortar…!! Sería lo justo eso. Pero me quité semejante aberración al segundo siguiente ¡Noooo! ¡Jamás! ¡Algo mío, sin ninguna culpa! Estaba en mi vientre, gestándose y por nada del mundo renunciaría a eso!

Mientras quería dar respuesta a todas las preguntas que salían a la mente me preguntaba mil veces quién podía ser de los dos el padre. No lo sabía con rotundidad. En aquel día fatídico ellos me hicieron el amor a la vez. De pronto, me vino a la memoria que, cuando me follaban los dos a la vez la vagina, en el momento mismo del goce de sus corridas, yo sentí que me estremecía de pie a cabeza y, bajo la influencia del champán, no supe interpretar aquella sacudida interna que achaqué al clímax de la pasión. Ahora ya sabía con total acierto el momento mismo de mi embarazo.

Pero ¿Quién de ellos me preñó? Hasta los días de hoy que cuento la historia sigo sin saberlo y tampoco lo deseo. Y quiera Dios que jamás necesite de averiguarlo. Para mí, los dos son padres biológicos de Sarita, la preciosa niña que nació siete meses después con la presencia y ayuda de uno de sus dos verdaderos padres.

A los dos días ya estaba ilusionándome con la idea del embarazo y, al mirarme al espejo me notaba hermosa, con el rostro radiante. La vida a mí alrededor empezó a tener color y miraba con alegría lo que antes un problema. El gozo de saberme nuevamente madre hacía que riera de cualquier cosa. Pronto decidí comunicárselo a Juan, pero sólo a él, el primogénito estaba desaparecido, no me importaba porque había sido el promotor del daño.

Capítulo XXIV

Una mañana me levanté con la idea fija de que tenía que comprarme ropa premamá. Las que tenía, ceñidas y muy atrevidas, pronto no iban a valerme y tampoco las deseaba para lucir "barriguita". Me fui al baño contenta, ilusionada, como cuando supe de los gemelos. Nuevamente me veía comprando ropa para mí fuera de mi estilo y me sentí feliz. Acaricié mi estómago para decirle a mi niño/niña que su madre pensaba en su bienestar. Desde hacía días, yo que siempre he sido poco ferviente de Dios, le rezaba para que me concediera una niña. En un tiempo tuve la esperanza que Jorge padre me preñara nuevamente y me diera una hembrita. No pudo ser. Los tiempos en aquella época de principio de los 90 fueron críticos.

Hacía tiempo que no salía de casa, sólo cuando me puse en manos de la tocóloga para lo del embarazo. Verme en la calle, recibiendo el aire, el sol y la gente pasear a mi alrededor, fue toda una nueva aventura que me llenó de felicidad. Compré tres modelos de traje distintos, bonitos y cómodos y, como era el medio día, dirigí mis pasos a un pequeño restaurante que solíamos frecuentar los gemelos y yo desde hacía mucho. No me imaginaba ni por asomo que me esperaba un encuentro con un conocido de mis tiempos de marcha con mi marido. Pero, desde que había salido de casa, tuve la sensación de que alguien seguía mis pasos allá donde fuera Miraba para atrás, a los lado y no vi nada.

-No sé, tenga la sensación de que alguien nos sigue. Estoy embarazada de ti, mi nenita, y me da miedo que alguien nos haga daño a las dos ¿No crees?

Estaba sentada en una mesa del restauran cuando alguien me tocó en el hombro desnudo (llevaba una blusa holgada y la asilla derecha caía indolente sobre mi brazo). Giré el rostro y vi a un hombre que me resultó familiar. Sonreía mientras contemplaba la profundidad del escote de la blusa. No lo reconocí en el momento. De pronto, como en un flash fotográfico, lo supe. Había estado con él en dos o tres ocasiones, en la época en la que Jorge y yo recorríamos los clubes de schwinger juntos, pero no me acordaba de su nombre. Le sonreí y, volviéndome, le extendí la mano.

-¡Hola…! Perdona, no me acuerdo de tu nombre pero sí se que nos conocemos mucho.

-¡Hola, Patricia! Soy Ernesto- Yo sí me acuerdo de tu nombre y de tu precioso palmito. No has cambiado mucho, mujer, diría más, has mejorado con los años. Desde aquí observo que sigues siendo una soberana hembra. Me alegra mucho volver a verte –El hombre, sin pudor alguno, seguía mirándome las tetas -¿Estás libre ahora mismo?

No entendí de inmediato lo de –"¿Estás libre ahora mismo?" ¿Estaría confundiéndome con una prostituta callejera? Fruncí los ojos en espera de más. Ernesto no se cortó un pelo y, entendiendo mi perplejidad, siguió hablando.

-Me refiero si estás con Jorge, si continuáis frecuentando las salas schwinger y en donde. Desde que os marchasteis del "Edipo" y del "Jardín del Olimpos" no he sabido de ti. Hoy, casualmente, tengo la tarde libre y me gustaría pasarla contigo… ¿Qué dices?

Ahora sí había entendido perfectamente su mensaje y, sin poderlo remediar, tuve necesidad del sexo. Mis ovarios se estremecieron y un calor interno me bañó agradablemente el interior de mi vagina. Coqueta, como siempre he sido, y terriblemente lanzada le dije al hombre que también me gustaría pasarla con él. No pensaba llegar más lejos pero necesitaba expandir mi horizonte y no limitarlo a los gemelos que tanto daño habían causado. Acababa de entrar en los cuarenta años, estaba pletorita, esperanzada e iba a ser madre. Mi naturaleza joven estaba aun viva y deseaba amor. Sin embargo, algo intentaba impedir que les fuera infiel a mis hijos. Pero la aventura me motivaba, quería comprobar que seguía siendo una mujer deseada por otros hombres que no fueran mis dos hijos.

-Si, estupendo, me parece bien. Demos un paseo y nos ponemos al día sobre nosotros mismos.

Paseamos por el centro de la ciudad sin alejarnos mucho del punto de encuentro, hablando de infinidad de cosas y de nuestros encuentros amorosos. Sí, habíamos compartido cama juntos y, luego, en compañía de otros, bajo la mirada vigilante de mi marido. No tuvimos reparos en recordar y reímos de las anécdotas de las que nos acordábamos. Ernesto me había tomado por los hombros con toda naturalidad. Entonces, sin cambiar el tema le comenté que Jorge había fallecido y que vivía con mis dos hijos gemelos.

-Pero sigues ejerciendo ¿No? –Ernesto hablaba de una forma tan rara que me desconcertaba siempre –Sigues visitando esas fiestas de los shwingers, al gang Bang, acudiendo a citas. En definitiva, no has dejado de follar.

Solté una gran carcajada mirándolo a los ojos con sorpresa y, a la vez, con ganas de abofetearlo dejándolo plantado allí mismo por imbécil. Pero me mantuve a su lado, bien cogida por los hombros que estaban siendo acariciados, gozando del paseo que, de pronto, quedó cortado ante la puerta de un hotel elegante del centro.

Miré para atrás, buscando no sé ¿Por qué seguía teniendo la sensación de que alguien nos observaba? No dije nada a mi acompañante.

-Me hospedo en este hotel cada vez que vengo aquí por trabajo ¿subimos? –No me dejó contestar y, suavemente, me empujó hacia la entrada –La habitación 304, por favor