Jorge y Juan (4)

-Juan –Le dije mientras me metía en su boca, mordiéndole los labios, buscando su lengua para compartirla como de costumbre y llevarla hasta sus cuerdas vocales. Nunca ganaba, era mi Juan querido el que terminaba inundándome con su órgano y haciendo que mi boca sé llenara de agua –Quiero celebrar mis cuarenta años los tres juntos, en una fiesta familiar y sensual –Reía al decir esto –Tú, Jorge y yo nada más. No quiero a novietas ni esas chicas amigas vuestras tan pegajosas. Deseo teneros a los dos dedicados a mí solamente ¿Qué dices, amor?

JORGE Y JUAN

Cuarta parte

Capítulo XV

Desde esa noche de mis treinta y ocho cumpleaños habían pasado dos años estupendos estando los tres unidos, yo, amándolos por separado, teniendo sexo siempre que había oportunidad y cuando ellos no estaban llamados y viajando para los eventos deportivos. La felicidad era una constante en los tres.

Mis dos hijos iban escalando puestos importantes dentro del deporte que practicaban y los patrocinadores deportivos empezaron a fijarse en ellos, sobre todo en Juan, de los dos el mejor, y empezaron a considerarlos profesionales. Cuando los dos estaba en casa yo tenía que hacer filigranas para poner orden al evitar peleas por mi posesión. Me negaba en redondo, siempre por principios, estar con los dos a la vez. Esta parte de mi relación con ellos no la he superado hasta los días de hoy a pesar de lo que sucedió. Estando casada con Jorge padre muchas veces me vi en medio de cinco o seis varones follándome por donde me cogiera, gozaban ellos y gozaba yo. Pero estos dos eran mis hijos. Harina de otro costal.

Sin embargo, era comprensible que teniendo amoríos con los dos, me entregara a sus caricias cuando estaban en casa. Juan no era partidario de ello pero consintió acostumbrándose a tocarme cuando llegaba a casa, abrazándome, besándome y, por supuesto, estando su hermano delante. Con Jorge me encontraba a veces violenta ¿Cuántas veces nos sorprendió el menor de mis hijos follando los dos por cualquier rincón de la casa?. Su hermano, más serio, más caballero, al verme de esa guisa se enfadaba e insultaba al gemelo recordándole, con voz autoritaria, que no era una ramera vulgar sino madre, la amante de ambos.

Pero Juan tuvo que recapacitar dándose cuenta que su aptitud no iba a ninguna parte, que todo quedaba en casa. Y entró en el juego que su hermano había implantado desde el principio. Respiré tranquila, las peleas desaparecieron, los hermanos ya no discutían y reían divertidos teniéndome a mí por medio. Lo gracioso del caso es que se repartieron mi posesión en días alternos cuando estando los dos en casa. Quedé asombrada ante el cambio brutal que se produjo entre los gemelos y más asombrada aún, que no indignada, porque no contaron conmigo para nada. Ellos descansaban de mí, digámoslo así, sin embargo, yo siempre tenía que estar al pie del cañón.

Hubo momentos del día que era incómodo, molesto, sentirse tan perseguida y follada por cualquier rincón de la casa. Nunca dije nada, es verdad, no protesté por miedo al primero de mis hijos. Me limité a gozar tan sólo de la juventud tan vigorosa de mis dos hijos.

El que Juan estuviera ausente de casa más tiempo que su hermano dejó a Jorge el campo expedito hasta mí. Yo, entre tanto, iba conociéndolo cada vez más a fondo sorprendiéndome de día en día. De pronto, se decantó por una relación muy diferente a la que habíamos tenido hasta entonces. Destapó la caja de los truenos mostrándose dominante, muy al estilo de su padre y yo, considerándolo gracioso e increíble por la semejanza al principio, cometí el error de dejarlo hacer, enrareciendo esa costumbre a medida que pasaba el tiempo sin atajarlo. Cuando me di cuenta de ello ya era tarde, su poder de seducción y fuerte talante fue inevitable. Pero resultó que me gustaba sentirme otra vez domada y envilecida al emplear el Bondage porque fue así como conviví durante años de matrimonio con Jorge padre.

Con el dinero que ganaba haciendo Publicidad televisiva y radiofónica se agenció un buen maletín de aluminio blindado, fuerte, hermético y bien forrado donde disponía de un nutrido material sadomasoquista que empleó conmigo. Llegué a observar en él dos collarines de cuero con argollas, muñequeras, tobilleras, barras extensibles para anular brazos y piernas; cuerdas de seda a colores para las ataduras corporales, látigos de varios gatos y fustas de tamaños diferentes, algunas con dientes romos y en ángulo; trabas para pezones y clítoris, dildos o penes eléctricos, bolas chinas, esposas varias; caretas ciegas, diferentes tipos de mordazas para la boca y algo más que supo utilizar con maestría. Y yo, ante mi propio asombro, quedé bajo el juego erótico de Jorge gozando, cuando lo autorizaba, junto a él, reprimiéndome cuando lo exigía. Volví a convertir una vez más en una perra del sado, ahora a merced de mi hijo mayor.

Gozaba tenerme delante de él desnuda, tan sólo con medias de colores transparentes hasta las ingles, zapatos de tacón alto. En las sesiones de doma solía colocar al cuello uno de los dos collarines de cuero (negro o rojo) para anular mis movimientos grilletes de manos y pies a los barones de la cama. Entonces azotaba mi cuerpo por delante o por detrás sometiéndome a los dildos o bolas chinas sin saber todavía medir la resistencia humana, muchas veces suplicándole llorando parar aquel sadismo. No debí haber seguido con todo aquello. Pero tengo que reconocer que tengo una naturaleza oculta e irracional que domina por completo mis sentidos.

A cambio de mi sumisión completa, me hacia muy feliz empleando su poderío de Despótico Amo, consiguiendo que poco a poco yo lo considerara razonable amar bajo el signo del bondage, echándolo de menos cuando hacíamos el amor con normalidad.

Me quedó completamente claro que el fetiche de Jorge era el mismísimo bondage y yo el rol de esclava, como gustaba considerarme.

Mi relación con Juan, hasta cumplidos los cuarenta y cinco, no se desarrolló de igual manera. Él es parecido a mí, con los mismos gustos e iguales sentimientos. Sin embargo, no es nada sumiso porque tiene una personalidad severa y avasalladora: le gusta el juego de la azotaina con la mano abierta, bien cuando estamos follando o colocándome en la cama en cualquier posición; contra la pared o teniéndome sobre sus rodillas trabajándome las nalgas, la vulva y los senos. Jamás emplea palabras despectivas y soeces hacia mí pero, cuando estamos juntos y me paso de rosca ordena, exige con severidad un comportamiento más respetuoso por mi parte. No siempre emplea en mí el spanking, también suele sancionar los errores con el castigos psicológico: dejarme en la oscuridad y media encerrada en mi habitación cuando sabe que siento claustrofobia, contra la pared, de pie o de rodillas, una o dos horas obligándome a permanecer erguida a través de nalgadas dolorosas cuando decaigo, etc.

Verme ataviada como una puta lo pone a cien. Delante de Juan gusto de estar con trajes combinados y estrechos que se convierten en mi segunda piel. Si son pantalones, los elijo que se adhieran a mis curvas de forma asombrosa. Tanto si son uno y otra, las blusas suelen estar abiertas hasta la mitad de mi estómago dejando que mis orondos pechos queden visiblemente cubiertos por camisas que han de ser transparentes, holgadas o tan ceñidas que mis senos y pezones, desnudos, queden marcados tremendamente en ellas.

A la hora de follarme, Juan se parece mucho a su hermano pero marcando diferencias. Normalmente, aunque no siempre, durante el coito emplea las nalgadas. No es el castigo puro y duro de Jorge, sino a su estilo que es de cariño. Cada postura que me hace tomar permite a veces que sea yo quien la elija y, entonces, cuando eso ocurre me folla por donde a él le apetece. Y, si la chupo, no se le ocurre tomarme por el cabello arrastrándome por toda la cama con su polla ensartada en la boca como ocurre con el mayor, le gusta mesar mi cabello, acaricia mis mejillas, los senos o las nalgas, apoderándose de mi vulva y realizando juegos de sus dedos en la vagina con gran maestría hasta que yo, vencida, alagada y masturbada, me corro para su placer y el mío propio. Entonces, Juan se corre de tal forma, ya sea en la boca, la vagina o el ano, dejándome una vez más satisfecha de estar entre sus brazos.

También tuve claro con el tiempo que el fetichismo de mi hijo Juan era y lo sigue siendo la forma que tengo de vestirme, que no es más que para su propio placer.

Así, con este conocimiento profundo sobre Jorge y Juan, satisfaciéndolos en sus caprichos, llegué a los cuarenta años. Ese mismo día de mi cumpleaños, y en una tarde de orgías y sentimientos encontrados, quedé preñada de los dos sin saber, hasta los días de hoy, quién de ellos dos es el padre de Sarita.

Capítulo XVI

-Juan –Le dije mientras me fundía en su boca, mordiéndole los labios, buscando su lengua para compartirla como de costumbre y llevarla hasta sus cuerdas vocales. Nunca ganaba, era mi Juan querido el que terminaba haciendo de las suyas –Quiero celebrar mis cuarenta años los tres juntos, en una fiesta familiar. Tú, Jorge y yo nada más. No quiero a novietas ni esas chicas amigas vuestras tan pegajosas. Deseo teneros a los dos dedicados a mí solamente ¿Qué dices, amor?

-Vale, pero esa noche, cuando te retires a dormir, quiero hacerlo contigo, mi vida –Me encontraba contra la pared, abrazada, la falda levantada y el tanga a medio muslo. Sabía que pronto me la metería hasta llegar a la entrada misma de los ovarios –Quiero follarte por todas parte, hermosa cuarentona, en tu propia cama.

-Tu hermano también exigirá el mismo derecho, Juan. No se... Sabes que no me gusta compartiros a los dos juntos. Soy feliz así, como estamos. Déjame gozar de la poca independencia que me dais y no me exijáis más, por favor.

-¡Pero si Jorge te lo ordenara dirías que sí a todo, humillada y con el rostro bajo! ¿Verdad? –Juan tenía ya sabido que mis encuentros con Jorge diferían de los nuestros. En varias ocasiones me había entregado a él con mi piel bien señalada por el látigo o la fusta, arrebatos incontrolados del mayor –Mi hermano te hace padecer la de Dios es Cristo y encima te gusta. No cuentes conmigo, Patricia.

Estaba enfadado, celoso hasta la médula ¡Cómo gozaba verlo así! Era la señal evidente de su gran cariño por mí. En ese momento me succionaba el pecho izquierdo y, de pronto, se apartó furioso quedando a mi lado, pegando su espalda contra la pared.

-Eso tampoco, Juan. Tengo una relación con tu hermano que es diferente a la que tenemos nosotros. Nunca me niego a la forma que tenéis cada uno de amare y a la severidad que os caracteriza. Por favor, concédeme autonomía en mi cumpleaños y que lo recuerde con alegría por siempre, mi amor.

-No Patricia, no entro en vuestra relación pero siempre he sido para ti un cero a la izquierda -Juan se metió su gran polla, todavía enhiesta, dentro del pantalón. Estaba furibundo, incontrolado. A pasos agigantados salió del salón comentando en alta voz –Habla esto mismo con Jorge estando yo presente, mujer, haber con qué te sale tu Amo.

¿Un cero a la izquierda precisamente él? Yo bebía los vientos por su cariño, confiaba más en su amor por mí que en el del hermano porque era el más sincero y verdadero de los dos. Jorge me había convertido en su propiedad como lo había hecho durante años Jorge padre. Jorge hijo exigía unos derechos de mí que no pedía Juan, o al menos de la misma manera. Había comprobado que la figura de los celos y la rabia están siempre presentes en una relación estable a tres bandas. Sin embargo, no concebía perderlos por nada en el mundo. Me arreglé despacio, haciendo tiempo por si volvía, pero no, Juan siempre ha sido un hombre noble y de ideas fijas. Salí de la estancia cabizbaja, entristecida. Estaba necesitada de su cariño, hubiera querido follar con él. Llevábamos más de cinco días sin estar juntos por los entrenamientos y lo echaba de menos. El estar junto a él me hacía mucha falta, de la misma manera que el dominio duro y crudo que ejercía su hermano.

La hora de la cena se acercó y yo, como de costumbre, estaba preparándola cuando ellos aparecieron juntos. Venían del Gimnasio de Rendimiento Deportivo. Jorge se acercó, me saludó con su acostumbrada torta en el trasero, un buen masaje de tetas y un beso en la boca. Juan, desde la puerta, me miraba sombrío, sin moverse. Cerré los ojos por un momento pensando como encausar el pequeño problema. Él no se movió de la entrada y fui yo quien se acercó. Empinándome besé sus labios largamente.

-¡Joder! Parece ser que en esta relación hay algún privilegiado de mierda que se lleva la mejor parte de la exquisita tarta ¡Y yo con estos pelos! Jajaja... –Bromeó Jorge

-Jorge, dentro de unos días cumplo cuarenta años. Le dije a Juan al mediodía que deseo celebrarlo los tres juntos, en una fiesta agradable e íntima ¿Qué dices?

-¿Hay folleteo a tres bandas como postre? Los dos amantes a la vez de una cuarentona bella y putona. Pero ¡Ah! Si no me dejas follarte haciéndonos una foto y con la tarta delante, olvídate, no hay nada de nada.

-Hijo, sabes que no quiero compartiros juntos. Es un pudor personal que todavía no he podido superar. Podemos divertirnos normalmente, bailando, berreando cualquier canción, jugando con las cartas, por ejemplo; contando chistes, anécdotas deportivas, no sé, lo que normalmente se hace en una fiesta de corte familiar. Eso sí, sin chicas ni zarandajas. Os quiero para mí sola ¿Qué os parece?

-¡Menudo muermo de programa nos presentas! –Comentó Jorge lamentándose, mirando al gemelo, tomándome del brazo y pegándome violentamente a él –Tú, infantiloide ¿Qué dices a la fiestecita de la marrana?

-Que delante de mí procura tratar a mamá con más consideración y respeto. Cuando tengáis intimidad la tratarás como quieras, y ella lo permite, claro, delante de mí no, Jorge. Tú y yo, tarde o temprano, vamos a tener problemas muy serios por estas cosas tuyas.

-Y yo la respeto, hermano, te lo juro por esta –Dijo besando el dedo pulgar, cogiéndome del cabello y tirando de él hasta tenerme pegada a su barbilla–Pero a mi manera y ella lo sabe, además, le gusta. No deja de ser una furcia perra a la que hay que demostrarle siempre quien es el que manda sobre ella. No puede andarse con remilgos estúpidos con nosotros cuando nos la follamos casi todos los dias. Si nos invita a una verdadera fiesta que haga porno para nosotros, estriptis. En agradecimiento a sus dos amantes, lo menos que puede hacer, aparte del brindis y la tarta es abrirse de piernas. Eso es lo que hacen las putas zorras como ella ¿No crees?

Estando sujeta fuertemente por el cabello pude ver como Juan se abalanzaba ciego contra su hermano con la intención de agredirle. No sé que forma me zafé pero lo conseguí y, con un movimiento rápido me interpuse entre los dos, con los brazos extendidos en cruz, parando en seco a mi hijo menor.

-¡Juan! ¡Juan! ¡Juan! ¡Noooo! Es una forma de hablar de tu hermano, no te enfades, cariño. Tú lo conoces muy bien. Yo... yo no estoy ofendida, te lo juro... ¡Dios mío! ¡Dejadlo, dejadlo ya, por favor! Creo que no es muy buena idea lo de la fiesta... No, no os he dicho nada, hijos.

-¡Cabrón, te comportas como un puto grano en el culo todo el rato, eres un mal parido! –Bramaba Juan blandiendo violentamente en el aire un puño cerrado queriendo llegar a la cara de su hermano –¡Tú no merece la devoción que te tiene! ¡Maldito seas mamarracho de mierda!! ¡¡¡Aaaash!!! –Los ojos le salían de las órbitas.

Al no conseguir pegarle, encolerizado como estaba, echando fuego por todos los lados y profiriendo palabrotas más soeces que las de su gemelo, dio media vuelta saliendo de la cocina. La rabia lo consumía y, para descargarla, dio un patadón a una silla cercana derribándola contra la pared. No había pasado un minuto cuando se oyó un portazo tremendo. Jorge, mirando la puerta de la cocina comentó muy serio:

-Nunca lo dejes escapar, madre, por nada del mundo. Es el hombre que tú mereces y a quien has de procurar tenerlo siempre contigo. Habéis nacido el uno para el otro. Yo soy lo que dice él, un grano en vuestros culos, nunca seré fiel a ninguna mujer, madre, ni siquiera a ti. Mira, algún día te haré daño, posiblemente buscando mi beneficio, mi propio placer y seguiré adelante sin que me importe un bledo lo que sufras por ello. No te quiero, madre, no lo suficiente como para venerarte como te venera Juan. Deseo tu cuerpo, tu sumisión, que seas completamente mía cuando estás a mi lado. Pero llegará un momento en que me aburras y te abandonaré ¿Lo entiendes? Sin embargo, él besa el suelo que pisas.

A renglón seguido, Jorge me tomó entre sus brazos y comenzó a besarme con fuerza. Dolida en el corazón por lo que dijo, quise apartarme de él con todas mis fuerzas pero, un sonoro y tremendo azote entre las nalgas me dejó inmovilizada de dolor logrando que lo mirara atemorizada. Ni siquiera le importó el daño que recibí. Entonces, dejándome apoyada en la mesa, metió sus manos en la cinturilla del minúsculo pantalón desabrochándolo para que cayera a los tobillos y quedando mi coño al desnudo. Sin poder mover las piernas, levantó mi cuerpo en peso como si nada viéndome sentada en la mesa. No dejaba de luchar en todo momento empujándolo con los brazos, cerrando las piernas.

No podía creer lo que pretendía. Su fuerza y técnica atlética siempre ha sido grande y, teniédome pegada a su tórax, arrojó al suelo todo lo que estaba en la mesa: platos, cubiertos, servilletas y el mismo mantel. Me tendió boca arriba dejando mis piernas abiertas y colgando, retirando con brutalidad la bermuda vaquera. Su sonrisa cínica me sorprendió con un contundente golpe entre los senos quedando sin fuerza, como paralizada para seguir luchando. Abrió la bragueta sacando su nabo hermoso y erecto sin que yo supusiera más esfuerzo y la enfiló a la vagina metiéndola de un golpe. Cerré los ojos de rabia, sufrimiento e impotencia, apretando la boca porque sentí una punzada brutal en mis partes. Como protesta a la violación, giré la cabeza a un lado con desprecio quedándome quieta, muda e insensible a los embistes. Con los ojos cerrados me negué a soltar una sola lágrima todo el tiempo que estuvo poseyéndome.

Cometía conmigo su primer acto de violación salvaje.

No sé el tiempo que estuvo follándome. Tengo que reconocer que siempre lograba que me estremeciera de placer. Jorge, atenazando las caderas dejaba marcada la piel con sus dedos largos y fuertes, resonando estrepitosamente en la cocina el plof, plof de las embestidas y yo, vencida y aturdida por la acción, comencé a gozar sin proponérmelo, como la buena zorra que he sido y continúo siéndolo.

De pronto Jorge se tensó como en otras ocasiones corriéndose dentro de mí. Los castigos de su polla en mi vagina se redoblaban permitiendo que su semen saliera de ella escurriéndose de entre los muslos hasta el mantel. Cuando dejó de gemir la sacó de la misma forma que la metió limpiándola en el pubis y la barriga, luego, azotando por dos veces con la mano abierta en los senos hizo que retomara el control sobre mi misma. No se disculpó cuando se subía los pantalones porque ni siquiera miró para atrás. Giró sobre sí mismo empezando a salir de la estancia. Sin poderme contener, le increpé antes de que desapareciera.

-No debiste haberme tratado así delante de Juan, no lo merezco. Sabes que soy tuya tan pronto como chascas los dedos y puedes tratarme y castigarme las veces que se te antoje. Él, en cambio, no merece ser humillado por ti. También le pertenezco, no lo olvides nunca.

Se paró justo debajo del marco, alto y hermoso. Sin volverse dijo con voz grave.

-Algún día serás la esclava y la puta de Juan. Él reprime sus sentimientos dominantes porque cree que es un sacrilegio emplearlos contigo. No sabes bien quien es él, zorra, porque cuando estas con él es lo mismo que si lo estuvieras conmigo. Ahora, limpia, ordena todo este desaguisado y no te olvides de prepara la cena. Cuando regrese con mi hermano ambos queremos bien puesta la mesa y, madre, tampoco queremos verte por aquí.

Estuve un buen rato tendida sobre la mesa, con la mente en blanco e incapaz de asimilar lo ocurrido y lo que había dicho Jorge. El calor del semen corriendo por las ingles logró que yo, mecánicamente, tomara varias servilletas que quedaron en la mesa comenzando a limpiar la corrida de Jorge. En estado de shock subí la pantaloneta y, al instante, caí al suelo como un fardo, llorando amargamente. En mi pecho se acumularon dos grandes sentimientos contrapuestos: rabia por el trato recibido traducido en odio y dolor desgarrado por la violación y porque mi hijo mayor había dicho lo que yo me negaba a admitir: No me amaba, sólo era su hembra, una sumisa entregada. Esperanza: porque Juan sería siempre mío. Él sí me amaba de verdad, su hermano gemelo lo había dicho claramente.

Entonces comencé a rezar con toda mi alma. Pedía a Dios que me librara algún día de la adicción profunda que sentía por Jorge. Poco después, sin saber lo que hacía en realidad, comencé a cumplir la orden. Cuando terminé marché a mi dormitorio cerrando con llave.

Capítulo XVII

Ya no volví a hablar más del cumpleaños con mis hijos. Esa tarde noche había quedado muy mal, dolida por el desagravio sin sentido de Jorge. Al día siguiente de los hechos no volví a vestir la ropa atrevida y sensual de todos los días y ellos se dieron cuenta. Pero no comentaron, sobre todo mi hijo mayor que pasó tristemente de mí. Juan, en cambio, me observaba extrañado y parecía triste, como pidiendo perdón por algo que no había hecho.

Más triste fue cuando llegó el día de mis cuarenta años y, tanto uno como el otro ni siquiera se acercaron a mí para felicitarme. Pero sí los observé eufóricos, mucho secretismos y risas entre los dos, un ir y venir constante de la puerta de entrada al salón sin que yo pudiera enterarme de nada. Mi curiosidad femenina hacía que alargara el oído para captar aquellos ruidos extraños en el salón cerrado a cal y canto. Pero como estaba enfadada y distante con los dos me hice la desentendida cuando en realidad brincaba por saberlo.

Por casualidad pude ver a Jorge entrar dos hermosas cajas envueltas en papel brillante dorado y rojo ¿qué estaban planeando? ¿La fiesta que yo había anulado? ¡Ah, no! Ese día tenía que ser mío ¿Quiénes eran ellos…? Parada bajo el marco de la puerta de la cocina, enfurruñada, bufando y maldiciendo sus nombres en voz baja me sorprendió oír la voz de Juan que, acercándose por mi lado izquierdo, casi rozando la pared para no dejarse ver, se presentó ante mí con un pañuelo negro en su mano izquierda. Se reía de mi indiscreción femenina.

-Curiosona Patricia cuarentona, vengo para que sacies ese defectillo femenino que te corroe. Jorge y yo, sin contar contigo, hemos preparado algo en el día de tus cuarenta tacos.

-¿Y estáis seguro que yo quiero participar en la fiestecita? El día que os lo propuse casi peleáis amargándome la tarde. Creo que no tengo ganas de parranda. Además…

Juan, sin hacer caso a mis bravatas, se puso detrás de mí colocándome el pañuelo negro delante de los ojos. Quise quitármelo pero él era mucho y pudo conmigo. Aprisionó mis brazos pasándolos por delante de mis senos, anulando la resistencia que ofrecía, como ocurrió con Jorge aquella tarde, besando mis mejillas, mis cabellos, rozando su entrepierna con el nacimiento de mis nalgas, empujándome sin dejar de estar abrazada hasta el otro extremo que para mi estaba en la total oscuridad.

Cuando la puerta del salón se abrió un olor fuerte a flores frescas y bebidas me dio en la nariz. Jorge, con su potente voz de mando, comenzó a cantar "feliz, feliz en tu día, amiguita que Dios te bendiga…" y Juan, coreándolo, formaron un agradable dúo que terminaron con agudos algo desafinados y logrando que riera alegremente, burlándome de los gallitos salidos de sus gargantas.

-Feliz cumpleaños, Patricia encantadora –Juan seguía abrazándome, besando al descuido mis labios. Su mano acariciaba mi costado derecho, desde la axila hasta la misma cadera. No supe revelarme y tampoco quería –Espero celebrar muchos más a tu lado. De verdad te lo digo, cuarentona preciosa.

-¡Gracias, Juan! No esperaba menos de ti…

-¿Y yo, madre? ¿Para mí no hay abrazos y besos? –Me apartó casi con violencia de su hermano y, tomándome por la cintura, me pegó a él con una fuerza que me dejó sin respiración, abriéndola y metiendo la lengua hasta la garganta, bajando sus manos, apretándome con fuerza las nalgas y queriéndolas abrir a través del estrecho traje –Yo también te deseo muchas felicidades, madre. Soy bruto, lo sé, no es mi estilo ser infantiloide como mi hermano Juan pero, de verdad, ahora mismo te quiero a mi manera.

Tuve ganas de contestarle altanera y echarle en caras que la última vez me lo había demostrado me había violado sobre la mensa de la cocina. Tenía los ojos vendados y de ellos no salía el mensaje de rebeldía. Sus manos seguían atenazando mi culo y su boca anulando la mía, llegando a mi cuello que mordió como si de un vampiro se tratara, arrastrándome con él lentamente hasta pararse en el filo mismo de algún sitio.

Juan me quitó la venda y ante mí aparecía el salón bien decorado con unas cuantas banderillas de colores y la mesa del comedor llena de aquellas dos cajas grandes en sus colores vivos y brillantes. En otros muebles habían bebidas y flores bien dispuestas que le daban a toda la estancia apariencia festera. Mi hijo menor señaló con el dedo las cajas.

-Tienes que abrir una de esos paquetes y adivinar quien de los dos te hace el regalo que hay dentro –Comentó alegremente Jorge –Si no lo adivinas, recibirás un duro castigo…

Giré mis ojos rotundos hasta los suyos, serios, mostrándole rabia y las pocas ganas de bromas que tenía con él. Soltándome dejó que me acercara a la mesa. Me apacigüe. Sortee con el dedo varias veces las cajas y, por fin, me decidí por la roja. Al abrirla apareció un traje de tul y vinilo negro de generoso escote acotado por tres presillas. Lo tomé por las hombreras y lo saqué de la caja. Era una prenda enteriza de falda muy corta. A su lado, un tanga de vinilo con tres cintas llenas de tachones decorativos metálicos y un ovalo vertical para cubrir malamente la vulva Me encandiló la transparencia del tul y el decorado delantero del vinilo brillante que dejaba mis pechos, ombligo y pubis casi cubiertos. Las mangas largas, con puños de vinilo también, le daba un toque de elegancia y belleza a la prenda.

-Es un regalo tuyo, Juan ¿No es verdad? –Dije girándome hasta él –Eres un sol, amor-

Una cascada de aplausos avaló el acierto y, sin mirarlos, me dirigí a la caja dorada rompiendo el envoltorio. Ahora, ante mí, apareció un traje dorado, igualmente de vinilo muy brillante y de un generoso escote redondo. En realidad era un traje cerrado sin manga, cuello alto, ajustado como una diadema y con ojales metálicos que se cerraba con cordones. Una prenda muy estrecha que tenía que ponerse con calzador y de falda más corta todavía que el anterior, posiblemente tapando escasamente mis nalgas respingonas. Como complemente, unos guantes largos del mismo material, color y brillo, que llegaba hasta las axilas. Entorné los ojos y sonreí moviendo la cabeza. Sólo a Jorge, amante del bondage, era capaz de dejarse llevar por semejante fantasía exótica. Pero ambas prendas eran preciosas, encantadoras a todas luces.

-Este traje no va acompañado de bragas porque no quedaría bien, madre –Comentó Jorge –Cuando te lo pongas esta prenda lucirá preciosa en tu bien formado body.

No dije nada porque ya me había dado cuenta. Con el regalo, Jorge no se bajaba del burro recordándome que esa tarde me poseería junto con su hermano. Supe que así sería porque hacía tiempo sospechaba que el encuentro a tres bandas ocurriría tarde o temprano. Me asombró ver, dentro del mismo estuche del traje otra cajita dorada, más fina y alargada, pero dejándose tentar. La tomé abriendo la tapa y apareció una fusta mediana y dorada en su cuerpo central, como el traje. La paleta era ancha, alargada, con estrías ciegas a los lados y el mango sólido pero flexible, ambos en tono negro. Sentí un escalofrío de puro placer por toda mi persona, sin embargo me contuve. Lo miré igualmente seria, le di las gracias por el traje mostrándole la paleta. Juan bufó por lo bajo cuando la vio. No le había gustado la sorpresa.

-¿Y esto, lo vas a usar luego conmigo?

-¿Porqué no, madre? Es parte del traje y la diversión. Cuando te pongas el vestido éste, por su estrechez, invitará al azote para nuestro deleite. Tú te lo mereces todo.

Iba a contestarle groseramente pero Juan se adelantó.

-Déjalo, Patricia, es parte de una broma que sólo vosotros dos entendéis. Ya la gozareis en vuestras sesiones. Ahora vamos a celebrar esos cuarenta años de tu vida. Por ti, Patricia –Dijo abriendo una botella de champán, dejando que la espuma cayera sobre mi pecho que quedó transparentado e invitándome que bebiera los primeros sorbos por el gollete –Estrena tu misma el primer sorbo y luego serviré tres copas. Ahora eres la homenajeada principal de esta pequeña fiesta.

-Dentro de poco vendrá un catering donde habrá de todo. Hoy es tu día, madre, no tienes que hacer nada –Decía Jorge tomándome por los hombros y dejando sentir sus manos sobre mis pechos visibles por la humedad. Luego habló cerca de mi oído –Estos años, zorrona, han sido generosos y amables contigo. Eres una puta muy hermosa y deseable.

Me aparté de él lentamente, sin violencia ni ganas de responderle. Su poder sobre mí era grande y me asustaba. Cada vez que me ofendía me dejaba hirviendo de deseos. Sus manos en mi cuerpo sacaban a la perra que llevaba dentro. Pero me resistía a sus encantos de Dominante. De no haber tenido esa fuerza de voluntad ante él, Juan no hubiera tenido cabida en mi vida.

-Bueno, ya que estoy liberada de obligaciones, voy a mi habitación, me daré una buena ducha y me pondré el primer vestido que vi. A media tarde, si queréis, me cambio y estreno el otro ¿Os parece justo, chicos? –Cogía mis regalos y me dirigía a la puerta del salón sin esperar la respuesta -Encargaros del bufe, queridos, yo me llevo los presentes conmigo y ya os digo desde ahora que tardaré lo mío. Tomaros, mientras tanto, unas copas en mi honor pero sin borracheras, no estáis acostumbrados a beber ¿De acuerdo?

-Madre, la fusta se quedará aquí. No es un complemento que tengas que lucir –Se burló Jorge.

-Pero es parte de mi regalo ¿No? –dije escueta

Jorge, sin perder el aplomo y su cinismo, me la quitó con suavidad de las manos colocándola sobre la mesa

-Sí, pero cuando la estrenemos sobre tus hermosas carnes ¿Verdad, Juan? Queremos oír que tal es su sonido cuando vibre en el aire y pose en tu cuerpo

Capítulo XVIII

Tenía delante de mí, sobre la cama, los distintos trajes, guantes y tanga. Los contemplaba admirada y toda yo se estremecía de alegría. Había llegado el día que sería follada por los dos a la vez. No sabía como pero iba a suceder, además, de ser azotada ¿Lo consentiría Juan? Ya no me importó nada, las prendas me invitaban a ser parte de la orgía.

Acababa de darme un profundo baño donde la depilación y lavativas estaban presente. Yo conocía las orgías por haberlas disfrutado mucho junto con mi marido. Sabía también que sería sometida a la sonorización y deseaba estar dispuesta para cuando eso ocurriera.

Lo primero que hice fue vestir la braguita. Era bellísima y atrevida, las tres presillas llenas de tachones metálicos le daban un toque sensual muy significativo. Había hecho bien depilándome completamente el pubis, hubiera sido una grosería para la prenda tan linda que el vello pudiera salir por los lados. Mis nalgas, en cambio, quedaban expeditas, sólo se veía un poco el hilo dental que se perdía en medio de éstas. Si, era el tipo de prenda que me encantaba lucir desnuda para un hombre como Juan. Por último, coloqué alrededor de mi cintura un liguero de silicona transparente para las medias. A través del espejo me veía una mujer arrebatadora y sensual.

Como si estuvieran mis hijos delante, comencé a colocarme las medias negras lentamente, con picardía, dejándolas resbalar hasta las ingles, pinzándolas con los tirantes del liguero, luego, empecé a colocarme el vestido. Me quedaba totalmente ajustado y suave sobre mi bien formado cuerpo. La desnudez estaba patente a través del tul negro y solo la delantera, debido al látex con brillo, tapaba parte de los pechos y pubis. Sin embargo, el escote dejaba la piel al descubierto. Los pezones los acaricié varias veces para que quedaran más rectos, marcando ostensiblemente las cimas de mis tetas tan sugestivas.

Calcé zapatos de salón de tacón de aguja muy alto y charol negro. Me vi de nuevo ante el espejo, di dos o tres vueltas y sonreí satisfecha de mí misma.

Estaba preparada para la fiesta. Los dos Dominantes de mi vida me esperaban al otro lado de la casa.