Jorge y Juan (3)

Lo primero que vestí fue un tanga atrevido de hilo dental pequeñísimo, de seda y encajes que sólo cubrió mis labios vulvales con dificultad y unas medias blancas transparentes de encaje elástico hasta las ingles. Delante, sobre la cama, un traje chaqueta blanco y fresco, falda ajustada a la cintura y caderas que terminaba por arriba de las rodillas. No lo adorné con blusa alguna, sólo me coloqué la chaqueta que abroché con un solo botón a la altura del ombligo...

JORGE Y JUAN

Tercera parte

Capítulo X

-Chicos –Comenté mientras los dos me ayudaban a preparar la mesa llevando los platos llenos del almuerzo – Dentro de tres días es mi cumpleaños y quiero celebrarlo aquí, en casa, los tres juntos. Por favor, haced un hueco en vuestras obligaciones deportivas y femeninas, si puede ser, por un ratito nada más. Buscad un ratito, hijos ¿Os parece?

-Madre, yo ese día sólo podré estar un una hora o dos contigo –Dijo Jorge fijando sus ojos en lo míos, y luego, buscando con la mirada a Juan. Lo comprendí enseguida - Tengo que superar las pruebas para poder ir al campeonato nacional con mi hermano. En este deporte no soy tan bueno como él y necesito pasar algunas pruebas de selección.

-¡Anda ya, tío! –Respondió Juan con una sonora y alegre carcajada- A otro con ese cuento. Te espera alguien que yo sé y te hace más quedar con ella que pasar la tarde con mamá y conmigo.

-¡Gilopollas! ¡Siempre serás un infantiloide! No le hagas caso, madre. Quiero verte apagar esa tarta rebosada de velitas y tomar un trozo contigo. La verdad, créeme, me es imposible estar más tiempo –Y me guiñó el ojo acompañado de una sonrisa maliciosa.

-No sé de vuestros asuntos, hijos, pero gracias por estar conmigo compartiendo un poco de ese tiempo en un día tan señalado para mí. Más vale poco de lo que me deis que no teneros– Los abracé a los dos besando sus propias bocas con intensidad- Gracias hijos.

El día señalado, después de atender la casa con esmero, la decoré con amor, luego, el resto del tiempo lo dediqué a mi persona. Salí desnuda del baño, fresca y con gotas de agua sobre mi piel. Estaba delante del espejo contemplando mi figura de la que me encontraba y sigo encontrándome muy orgullosa. A mis treinta y ocho años cumplidos ese día estaba con un aspecto juvenil envidiable y una figura espléndida, normal, del montón pero agradable. Alisé el cabello largo dejándolo libre, suelto y al viento. Un gran mechón castaño y alegre caía por delante de mi rostro. Lo primero que vestí fue un tanga atrevido de hilo dental pequeñísimo, de seda y encajes que sólo cubrió mis labios vulvales con dificultad y unas medias transparentes y brillantes de ancho encaje elástico en las ingles. Delante, sobre la cama, un traje chaqueta blanco de tergal, falda de ancho volante con una abertura en la parte de atrás y ajustada a las caderas y que terminaba por arriba de las rodillas. No lo adorné con blusa alguna, sólo me coloqué la chaqueta que abroché con un solo botón a la altura del ombligo, quedando la base del pecho bien visible y los pezones erectos, estimulados por mis propios dedos como hacía siempre, reflejándose en la fina tela. Por delante, la abertura de la chaqueta dejaba parte del estómago a la vista. Era así como quería mostrarme Calcé unos zapatos de tacón alto de color negro y, como si me fuera a la calle, agarré un bolso del mismo tono. Sin más, dí un repaso a mi persona contenta conmigo misma, besando mi imagen ante el espejo y guiñándome un ojo. Por último, me deseé suerte y salí de la habitación taconeando con fuerza.

Con silbidos de admiración verdadera fui recibida bajo el marco de la puerta. Allí, delante de mí, estaban los gemelos sorprendidos y admirados de verme, altos, hermosos como griegos y vistiendo deportivamente. Con coquetería premeditada me acerqué a ellos y, sin tomar partido, besé primero a Juan en la boca y luego a Jorge. Éste, siempre tan salido, palmeó sonoramente mis nalgas apretándolas como le gustaba hacerlo.

-¡Coño! ¡Qué buena estas, madre! ¡Joder, tío! ¡Toca, su culo está desnudo! –Jorge levantaba el vuelo de la falda enseñando mis nalgas prietas, enrojecidas por las nalgadas. Las volvió a coger, ahora con las dos manos, paseándose por ellas y dejando que el volante de la falda se ciñera en mi piel. Ignoré la caricia y pasé por alto la ligereza –Tío, esta mujer siempre ha sido una hembra diez, como la Bob Dereck.

-Y tú un salido como siempre, hermano –Comentó Juan, riendo, asintiendo con la cabeza, pellizcándome el culo como hizo su gemelo –Sí, madre, eres una mujer muy linda.

Serían las cinco de la tarde, hora en que los dos se iban al gimnasio, sin embargo, allí estaban, contemplándome en todo momento, diciendo ambos a la vez que era la mujer más guapa que en ese momento pisaba la Tierra, recibiendo los regalos por separados y otro en común. Yo, henchida de emoción, enrojecida por los halagos, agradeciéndoles con los ojos todo lo que decían de mí. Jorge recordó que estaría entre nosotros una hora o una hora y media más. Con un beso largo en la boca le agradecí aquel detalle, más grande todavía que los regalos recibidos. Quería que dedicara el resto de la tarde a su querido hermano menor, indicándome que le diera la ocasión que yo le había regalado las veces anteriores. Fue una decisión que yo había aceptado de antemano pero que confirmé con el silencio y un movimiento de cabeza.

La primera hora la dedicamos a la comilona y al postre con el apagón de velas. Los muy sinvergüenzas las habían puesto una a una y, aquella tarta pequeña era una alfombra de luz dorada brillante y alegre, llenando de su olor a cera el ambiente. Luego, Jorge, puso un CD variado de los años setenta-ochenta: Los Pecos, Miguel Bosé, Ivan, Los Rumberos, Dyango, Santa Bárbara y un largo etcétera que convirtió el salón en una auténtica discoteca familiar y de mi época. En ningún momento, mientras me tocaba bailar con Jorge, éste hizo gala de las intimidades que habíamos tenido días atrás. Cumplidor de su palabra por el gran cariño a su hermano, dejó que fuera éste quien empezara a gozar de mis favores. A las seis y media, Jorge se despidió de mí y de Juan, no si antes darme un buen repaso sin vergüenza alguna.

-¡Mira que eres tonto y atrevido, hijo! –le comenté riendo, acompañándolo a la puerta, posando mis labios en los suyos cuando iba a abrir la puerta para marchar. Su mano derecha seguía perdida por dentro de mi americana, apoderándose de mi teta izquierda, apretándola con suavidad y queriéndome arrinconar contra el marco de la puerta -¡Vete ya, pesado! ¡Eres un sobón incorregible...! –Y seguía riendo bajo el poder de su boca, abrazada a su cuello con pasión, sin ganas de que marchara.

-Hazlo feliz, putita. Bebe los vientos por ti –Quedé asombrada con la palabreja. Esa fue la primera vez que me trató así. Con el tiempo, se convirtió en lo cotidiano

Capítulo XI

Quedamos solos y alegres Juan y yo, él más todavía por lo que pude comprobar. Puso otro CD, esta vez de los años 70 pero de canciones lentas, románticas y, sin decirme nada, me tomó entre sus brazos fuertemente empezando a danzar muy abrazados, tomándome por la cintura, dejando caer al descuido su mano hacia mis caderas poco a poco y yo rodeándole el cuello, entregándome libremente. Dejé descansar mi cabeza sobre su pecho (es mucho más alto y eso que yo llevaba tacones de diez centímetros), cerré los ojos y contuve la emoción que estremecía todo mi cuerpo.

Fue en la tercera pieza que Juan comentó:

-Madre, tú y Jorge habéis tenido relaciones ¿No me digas que no? –Lo miré asombrada, temerosa- Lo sé, somos gemelos y sus emociones son las mías así como las enfermedades, los gozos o las tristezas que lo puedan atenazar yo las padezco. El contento que ha tenido estos días atrás lo he vivido en lo más profundo de mi ser. A él le pasa lo mismo conmigo. Por eso se ha marchado temprano, para que tenga mi oportunidad. Me ha dejado el terreno expedito.

No contesté porque no salía de mi asombro. En cambio, afirmé con la cabeza. Sin dejar de bailar ni de cambiar de postura, susurré

-Y tú ¿Estás de acuerdo con él? ¿Deseas que yo sea tuya hoy y siempre? Desde aquel día de los postres en que me tuviste en tus manos no he dejado de pensarlo. Quiero verme en tus brazos nuevamente.

-Si –Respondió muy bajo, sin poder contenerse a pesar de su timidez, ocultando su rostro entre mis cabellos castaños, recibiendo las caricias de sus manos grandes y bravas en mis nalgas y sobre la falda –Sí, lo deseo mucho.

Sus manos se hicieron más atrevidas, seguramente atreviéndose con la timidez, buscando ahora mi sexo que apretaba con sus dedos largos, levantarme la falda, obligándome a bailar de puntillas porque me tenía bien cogida de mis glúteos y muy pegada a él. Juan estaba perdiendo el control. No podía creer que el momento que tanto había esperado se le presentara tan pronto y de la mano de su hermano gemelo. Supe que su corazón estaba al máximo saliendo de la caja torácica, oía claramente su ritmo cardiaco ¿O era el mío?

Su rostro resbaló por mi rostro hasta alcanzar la boca, abriéndola con sus labios fuertes, enterrándolos en los míos hasta meter toda su lengua en la cabidad bucal con maestría impresionante, jugando con la mía con suaves golpecitos graciosos. Dejando resbalar sus manos firmes por los muslos conectándola directamente con la piel de mis glúteos erizados. Con su fortaleza de hombre atleta los apretaba con fuerza abriendo mis nalgas a los lados y buscando el ano, acariciándolo con pequeños masajes circulatorios de los dedos ya experimentados de anterior, adentrándose aún más para poseer mis labios vulvales, acariciándolos mil veces lo mejor que podía desde su altura. En ese momento habíamos dejado de bailar. Nos encontrábamos totalmente pegados, entregados el uno al otro y mi pierna derecha abierta, haciendo ángulo, abrazando la cadera de mi hijo Juan.

-Soy tuya, Juan, totalmente tuya. Aprovechemos el momento y hagamos el amor hasta que caigamos rendido de cansancio aquí mismo o en mi habitación. A partir de hoy, amor, seré tuya, vuestra por completo. Creo que he superado los sentimientos de culpabilidad, los tabúes sociales y religiosos que me condicionaban hasta no hace mucho. Me entrego a ti, a Jorge, a vosotros dos totalmente libre de esas influencias.

Juan, sin apartarse de mis labios y mezclando su aliento con el mío, saboreaba las caderas dejándose sentir por completo. Una de sus manos la pasó por delante para alcanzar mi bajo vientre en busca del pubis tocándolo, acariciarlo, buscando la vulva, echando el triangulito de mi tanga a un lado y metiendo sus dedos por entre los labios mayores, jugando, palpando la raja, apoderándose, con pequeños golpes y pellizcos, de mi clítoris que se estremeció aún más rápidamente con el contacto de esos dedos violento. Por último, los dirigió a la entrada vaginal empezando a hurgar en ella.

Yo, entre tanto, alzada, cogida a su cuello y con mis labios dominados por los suyos, levantaba más la pierna derecha en una entrega total de mi cuerpo. Me apoyé en su hombro y dejé una mano libre para desabrochar su camisa acariciando las tetillas duras, pellizcando sus pezones pequeños y planos que temblaban bajo mis caricias, bajando y apoderándome con entusiasmo y como podía del pene grande, erecto y salvaje sobre el pantalón. Me encontraba estremecida de gozo sabiéndome suya. Como Dios me dio a entender, saqué aquel miembro grande y duro apretándolo entre en mi mano, masajeándolo, tocando su glande humedecido y llevándolo al bajo vientre para que lo clavara en mi pubis mientras esperaba mejor momento.

-¡Por favor, madre, mámala! –Dijo con palabras entrecortada, mirándome directamente a los ojos y temblando de emoción mientras me soltaba dejándome en el suelo, empujándome suavemente por los hombros hasta quedar de rodilla frente a su entrepierna –He soñado con este momento no sabes cuanto.

Lo miré con intensidad y vi claramente su amor y deseo por mí. Cogí la polla, ahora con más libertad, y seguí acariciándola, masajeando el pene que lo tenía enfrente, buscando la cabeza totalmente brillante por el líquido preseminal que resbalaba, pasando el dedo índice y corazón por la parte de arriba y. luego, acercándome a los escrotos peludos que besé con devoción al pasarlo por mi rostro, sintiendo su pene hinchado, morado y caliente tocando mi piel, llenándome de su olor a macho joven y vigoroso. Su vello duro y suave a la vez me hacía cosquillas en la nariz y las mejillas. Subí la boca abierta por todo su falo salvaje, con picardía, sin dejar de saborearlo, sin dejar de mirarlo, atrevida. De pronto, la hundí mi boca hasta dejar que llegara la cabeza a la misma entrada de mi garganta.

¡Qué rica sabía su polla!

La comí con gusto entreteniéndome en su pene. Mi lengua recorría el perímetro del cilindro venoso, sacándola y metiéndola en la boca muchas veces para llenarme toda de su falo, moviendo el rostro de un lado para otro para que llegara a todos los rincones y sin dejar de observarlo. El ruido que hacía en cada acción de la mamada lo ponía a cien y se le erizaba el vello del pubis de puro éxtasis. Sabía que pronto me obsequiaría con la descarga porque su polla vibraba intensamente ensanchándose por momento. Las gruesas venas sanguinolentas estaban a punto de explotar y mi lengua, incansable y profesional con este tipo de caricias, lo notaba por el propio olor y sabor que desprendía.

Se había inclinado hasta mí, acariciando mi espalda, buscando el botón de la americana y abriéndola para acariciar mi piel, tocándome los pechos desnudos que apretaba con intensidad. Estos, a su vez, estaban sacudidos por la emoción de los tocamientos, mis pezones eran pellizcados directamente y estirados para dejarlos escapar y volver a empezar nuevamente el juego, pero con dureza. De igual manera que me acariciaba su padre y lo había hecho también su hermano en tres ocasiones atrás –"¡Dios mío!" –Pensé con asombro –"No me he quedado viuda de mi marido sino que he vuelto a casarme dos veces más con él".

El sentimiento de plenitud y contento hizo que yo retomara con intensidad la mamada obligándolo a correrse en mi boca. La llenó de semen que yo tragaba con largueza porque no quería desperdiciar nada. Su sabor agrio dulzón, con fondo amargo y textura pastosa, se desparramó por todo el interior llenándome los interiores de los mofletes y el olor salía a raudales por la nariz como bomba de escape. Juan se había agarrado a mis hombros tensándose de tal manera que clavó las uñas en mis carnes mientras gritaba mi nombre ya fuera de sí, lleno de emoción.

-¡Patricia...! Patriciaaa... ¡Patriciaaaaaaaa...! ¡Aaaaaash! –Esa fue la primera vez que empezó a llamarme por mi nombre.

Mantuve su pene en mi boca hasta que terminó de misionar y yo tragando como podía, salpicándome las comisuras, llevándome su miembro a lo más profundo de la garganta porque también quería gozaba como él mismo. Fue Juan quien se retiró, arrodillándose y cogiéndome el rostro entre sus manos, mirándome intensamente, empezando a besándolo por los dos lados. Inmediatamente me tomó por las axilas y me puso en pie, abrazándome, besando mis cabellos mientras se apoderaba de mis piernas para alzarme en sus brazos y caminar hacia la alcoba con pasos rápidos y seguros.

Capítulo XII

Al llegar, quedé en el suelo pero no me soltó. Siguió besando mi boca que rebosaba de sus flujos, quitándome la chaqueta, buscando la cremallera de la falda y dejándola resbalar por mis piernas hasta el suelo. Tomó mi culo con desespero produciéndome un dolor agudo a través de sus largos dedos de acero hundidos en la carne y que yo pude controlar. No era la primera vez que me amaban provocándome suplicios; su padre fue el primero, después, los amantes que me proporcionaban placer; el último había sido su hermano, igual de violento que los otros y, ahora, él que no era menos. Yo así lo entendía y lo entiendo porque estoy mentalizada de que es parte del cortejo amoroso de los varones cuando se apropian de mi vida.

Con la suavidad que siempre lo ha caracterizado, me tumbó en la cama acariciando con una de sus manos la barriga, recorriéndome el ombligo con las yemas de los dedos, acercando su lengua y ensalivándolo, bajando por el bajo vientre hasta alcanzar el pubis dejándola sentir con intensidad. No tardó mucho en apoderarse de mi sexo apretándolo, martirizándolo, dejando que sintiera sus poderosos garfios sobre el encaje y la seda de la minúscula braguita, deslizándose por la raja para reconocer su interior, subiendo y palpando el clítoris sin pellizcarlo, tan sólo tanteándolo varias veces hasta conseguir dejarme paralizada de placer.

Yo brincaba en la cama con sus caricias, no lo podía remediar. Su padre me hubiera castigado la vulva y los muslos sin piedad ordenándome que estuviera quieta, Juan no, se mostraba como el hombre delicado y amable que era siempre pero a la vez apasionado y cruel en su forma de amarme. Se dedicó a desalojarme del tanga y de las medias y, acto seguido, ya desnuda ante sus ojos, sus manos no dejaban de tocar la entrepierna con fuerza y sus labios no dejaban de resbalar por mis muslos, las ingles y comenzar por comerme el coño.

¡Dios mío! Su lengua acariciaba el canal que formaba los labios mayores abriéndolos, palpando con la punta los menores, mordiéndolos con los labios, continuando con la lengua más abajo ya buscando la entrada vaginal, introduciéndola y dejándola moverse como una peonza por los músculos de la entrada, subiendo otra vez para morder mi clítoris totalmente erecto y estremecido. Estaba tan enloquecida que lo tomé por el cabello queriéndolo apartar de mí y a la vez apretando su rostro contra mi sexo. Eran sensaciones encontradas que me perdían logrando que gritara mientras movía las caderas sin poderla controlar. Su otra mano amasaba mis pechos uno a uno, cogiendo los pezones, jugando con ellos al ritmo que dictaba su boca sobre mi coño. Había introducido sus dedos hurgando en mi interior, rozando las paredes rugosas de la vagina ayudando que esa lengua pudiera introducirse con más profundidad para proporcionarme un orgasmo inmenso y caliente que bañó su cara.

Qué emoción infinita sentí cuando comenzó a succionar los flujos al abrir con los dedos los labios mayores y menores, metiéndola y chupando al tiempo, pasando la lengua por todo el canal y continuando absorbiendo al llegar otra vez a la entrada de mi vagina. Yo me cogía con desespero a las sábanas de la cama para poder resistir su comida de coño. Había metido una mano por debajo de mi culo levantándome como si fuera una pluma y dejándome totalmente pegada a su boca. Me daba la sensación de que iba a morir de terror y felicidad al mismo tiempo y deseaba zafarme, salirme de sus redes porque estaba tan fuera de mí que estuve en un tris del desmayo.

-¡¡Por favor, amoooor, déjame, déjameee…! ¡Aayyyy…! –Pero no hizo caso a mi petición y yo, incontrolada, en la cumbre del paroxismo, le brindé otro orgasmo inmenso -¡¡Juan, nooo. Esto es increíble…!! ¡Dios mío!

Me miró ciego, sin darme sosiego subió por mi pubis al estómago y pararse en los senos hundiendo el rostro bañado por los flujos, dejando huellas por donde pasaba, metiendo la cara por el canal de mis tetas, mordiéndolas con los dientes, humedeciéndolas para seguir subiendo y lograr colocarse frente a mi rostro para besar mi boca abierta y desesperada. Entonces logró meter su lengua hasta la garganta, salirse de ella y, sobre mis labios, con voz autoritaria ordenó.

-Lámeme, Patricia. Lámeme el rostro ahora mismo porque te voy a follar.

Tomé su rostro entre mis manos con desespero y comencé a lamer toda su hermosa cara, besándolo al tiempo, mordiendo sus mejillas, como hacía él, con los dientes, restregando mis labios en sus labios, abrazándolo tan fuertemente que desesperaba por fundirme con él.

Apartó mis brazos de su cuello colocándolos en cruz, abriéndome más las piernas, diciendo que me quedara tal cual y con sus ojos apasionados siempre clavados en mí se puso en pie y, dominando todo el entorno con su mirada seria, comenzó a desnudarse completamente. Su sexo apareció ante mí totalmente inflamado y lleno de venas grandes, grueso, peludo y embriagador. Lentamente se colocó en medio de mis muslos poniendo sus brazos a cada lado de mis costados, apoderándose nuevamente de mí boca que salió a su encuentro tan pronto empezó a acercarse.

Con un brazo a su cuello mantenía su rostro sobre el mío en un interminable beso. Busqué su pene para acariciarlo y apretándolo, masturbándolo, masajeándolo de arriba abajo, encontrando sus escrotos hinchados y tanteándolos para calibrar la hinchazón. Estaba cargado de leche que iba a depositar en m interior. Su pene estaba muy caliente y su punta enchumbada de su leche anterior. Deseaba metérmelo en la boca para dejarlo ensalivado, perfecto y a punto para que me penetrara mejor. No me daba cuenta que yo estaba totalmente encharcada.

Juan, comenzó agachándose y yo, mimosa, jugando con su pene, lo dirigí a la entrada vaginal tan pronto él rozó mis caderas. Coloqué la cabeza del glande en la entrada y yo misma, de un golpe de pelvis, la metí entera hasta sentir el glande rozando el cérvix. No le quedó más remedio que seguir mis directrices dejándose llevar, llenándome de su polla al rozarme las rugosas paredes de mi vagina, topando con la entrada de mis ovarios que estallaron nada más ser rozados. Durante un momento permaneció quieto, sin dejar de mirarme seriamente, llenándome completamente las entrañas, doblegándome con su poder varonil y haciéndome sufrir aquella espera incomprensible. Fue entonces cuando, mascando sus palabras, comentó con autoridad.

-Esperarás a que yo quiera, Patricia, no antes –No había ni un atisbo de sonrisa solo un rostro impenetrable con una seriedad bien calculada que reflejaba los genes paterno adquiridos. Yo también quedé desconcertada, inflamada por la pasión que se veía interrumpida porque a él le daba la gana –Quien manda y mandará siempre en nuestra relación seré yo. Tú goza también pero cuando yo esté gozando. Me parece que has hecho siempre lo que te ha dado la gana y ya es hora de que pares, que empieces a ser una buena compañera de sexo.

¡Dios mío! ¡Hasta en eso se parecían los gemelos entre sí! Su rostro y el mío estaban a menos de un palmo de distancia, suficiente como para quedar petrificada con su mirada fría e indolente. Un golpe de emoción y calor me envolvió quedándome quieta y esperando su reacción que no se hizo esperar. Pegó con fuerza su pelvis contra la mía y su pene parecía querer traspasar mi útero. De pronto se salió pero para volver a clavarse de forma violenta una y otra vez... una y otra vez. Nuevamente la emoción de espasmos me recorrió toda la columna vertebral llegando a mi cerebro, luego a mis ovarios que se agitaron con brusquedad. Cada vez era más rápido y yo sentía que hervía por dentro y próxima a tener otra corrida descomunal.

Juan estaba de lado, apoyado con su hombro izquierdo en el derecho mío, su mano derecha trabajando mi seno izquierdo apretándolo con pasión, recreándose en la calidez de este, en el afluente de corriente pasional que lo recorría con sus caricias. Tomó el pezón retorciéndolo entre sus dedos, pellizcándolo con fuerza, obligándome a cerrar los ojos porque un rictus de sufrimiento fino y agudo invadía todo mi ser. No comenté nada porque aguanté todo lo que pude con el pleno convencimiento que él amaba a la mujer de esa forma, a través del dolor infligido. Sólo se me ocurrió hacer un pico con mi boca ofreciéndosela como medida de escape, levantando mi cabeza para que él no tuviera que moverse mucho, ya lo hacía con el coito que estábamos realizando.

Su beso fue inmenso y su lengua se apoderaba de la mía en una lucha desigual cuando, de pronto, Juan se tensó apretando mis caderas con mayor virulencia, saliendo de mí y entrando con mayor fuerza. Al instante comenzó a llenarme de su lefa caliente que sentí como salía mojándome las ingles y más tarde el perineo, pasando por ni ano y cayendo gotas de su semen en la sábana. Murmuraba con los dientes trincados mi nombre mientras me martilleaba el sexo desconsideradamente. Lo abracé para calmarlo y, cuando se serenó, lo premié con un intenso orgasmo acompañado de mis gritos de puro placer.

¡Aquel primer polvo fue magistral! Ya, ambos más tranquilos, abrazados seguíamos intercambiando los besos, enredando mi pierna con la suya, dejando pegado mi sexo al muslo de él, un pecho aplastado contra su brazo derecho y el otro encima de su plana tetilla y mis manos acariciándolas, retorciéndolas, emulando sus agasajos. Entonces me atreví decirle.

-Juan ¿Por qué quieres imponer tu voluntad en nuestra relación? No te portas así en la vida real, eres cariñoso, amable y gentil. Sin embargo, amándome eres muy diferente ¿No podemos ser iguales al darnos placer mutuamente? A mí me encantaría...

-Si, Patricia, es posible que tengas razón en lo que dices pero... soy así, pierdo la compostura y someto a mi pareja al dominio de mi propia naturaleza. Lo siento, amor, cuando estoy en el éxtasis de la pasión dejo de ser yo mismo y me convierto en un cafre. Pero ¿No te he hecho feliz?

-Decir que me has hecho solo feliz es mentir. Has sido capaz de hacerme perder el conocimiento de la realidad muchas veces. Si, mi vida, he gozado hasta la saciedad. No te preocupes por como eres, ámame de la forma que tu naturaleza te dicte. Has sacado los genes paterno y sé que no puedes cambiar por mucho que lo quieras. Yo estoy acostumbrada a ser amada así... pero, es que tú tienes muchas cosas mías y pensaba...

Juan no dejó que terminara. Pasando su brazo derecho por debajo de mi cabeza me arrastró y abrazó dejándome acostada sobre su cuerpo duro y hercúleo. Sus manos resbalaban por mis caderas, muslos, espalda y cogiendo mis cabellos con fuerza obligándome a mirarlo, a observar unos ojos entrecerrados y furibundos.

-¡Yo no soy pasivo, Patricia! ¡Eso nunca! Te deseo, Patricia, te deseo y no sabes hasta que punto –Y estalló su boca contra la mía con su fuerza dominadora que mostraba –Quiero que seas mía para siempre. No me importa compartirte con Jorge, sólo deseo que cuando estés conmigo seas mía, mía, mía...

No me acuerdo el tiempo que estuvimos así, transmitiéndonos calor, el aliento, las caricias, los besos interminables. Mi sexo recibía nuevamente su erección al incrustarse su falo en medio de mis piernas. De pronto, con cuidado me puso boca abajo sobre la cama, puso mis caderas en pompa y, con tranquilidad me abrió bastante las piernas. Una de sus manos recorrieron todas las nalgas metiéndose en medio de estas hasta alcanzar mi ano que frotó con entusiasmo, siguió por el perineo y se apoderó de mi coño mojado amasándolo como le gustaba, dejando otra vez sentir sus dedos en los labios mayores y menores para buscar la entrada vaginal. Allí introdujo dos dedos muchas veces masturbándome. Esos sabios dedos tocaban mis paredes y me producían escalofríos de deseos continuados.

Paró para azotar sonoramente mis glúteos con toda la mano abierta. Se pasó un rato calentándome la piel, acariciándola, apretándola, volviendo al castigo y, luego, volviendo a masturbarme. Ahora empapados de mis flujos, los dirigió a mi esfínter y comenzó a penetrarme con sus dedos uno a uno, ensanchándolo aun más a medida que los metía. Me di cuenta enseguida que él sabía calibrar el ano de una mujer pero carente de una experiencia más avanzada. Eso mismo me hacía mi marido y sus amigos, en las variadas orgías swingers que tuvimos en los años de matrimonio. Pensé que, para su juventud y condición de deportista, estaba muy ducho en hacer el amor a las hembras. Pero lo que me demostraba era una manera natural de hacérmelo con algunas pequeñas diferencias que sería corregida con la práctica. Me rendí a la evidencia de que no tenía más explicación su manera de amar que dejar que fuera él mismo. Así y todo, una corriente de incertidumbre me inundó cortándome la respiración. La sodomía no era un acto que fuera de mi gusto pero, cuando sabían sacar partido de mí, la gozaba al límite. Mi hijo no lo lograba del todo.

Juan dejaba sentir ahora sus cuatro dedos girando dentro de mi ano, entrando y saliendo, rozando las paredes mientras volvía a apoderarse de mi vagina y de mi clítoris. Me estremecí y algunos suspiros salieron espontáneos de mi garganta. Las nalgas hirviendo por las palmadas bien dadas, sus dedos insaciables hurgando por toda la entrepierna logrando un efecto de desenfreno que me volvía loca. De pronto, librando sus manos de mi sexo y culo, las dejó apoyar sobre las caderas y, acercando la pelvis enfiló su pene totalmente enhiesto y vibrante nuevamente a mi vagina. Con voz ronca y apasionada, Juan volvió a ordenar:

-Patricia, colócala en tu entrada de tu coño, quiero mojarlas con tus flujos y, luego, la sacas y la metes en el ano.

Así lo hice y, cuando la sentí dentro temblé de emoción con su mete y saca que fueron unos instantes. Él mismo volvió a sacarla y yo, obediente, cogí su polla brillante y chorreante conduciéndola hasta mi ano. No fue doloroso porque ya lo había ensanchado, pero siempre el grosor de una polla como aquella se dejaba sentir proporcionando un dolor fino que, poco a poco, se transformaba en placer. Cerré los ojos y me mordí los labios mientras Juan introducía su polla lentamente, sacándola y volviéndola a introducir lentamente, más adentro en cada jornada hasta que su vello púbico rozó mis nalgas castigadas. Ahí quedó quieto, acariciando mi culo, acercando su rostro y besando toda la columna vertebral con una suavidad que ponía la piel de gallina, subiendo sus manos y agarrando mis senos, más crecidos y vigorosos por estar en vertical, llenándose éstas de ellos y comenzando el coito lento que al rato ya era violento y maravilloso.

Juan no sólo se entretuvo apoderándose de mis tetas, bajaba una de sus manos buscándome la vulva, hurgando en ella con devoción hasta conseguir alcanzar mi clítoris que estaba crecido y electrizado. Me quedé sin respiración cuando lo dominó entre sus dedos comenzando a masajearlo, dejando que sus dedos resbalara por todo él, apretándolo y estirándolo mil veces, luego, sin parar un momrnto bgajando por el canal de mi coño y empezando a entras en mi vagina que ya acababa de expulsar un vómito de orgasmos que me dejó medio traspuesta, flaqueándome los brazos y teniendo que apoyarme sobre mis pechos.

Él resoplaba ruidosamente mientras me follaba, cada vez se movía dentro de mí con más rapidez y su polla parecía ensancharse por momentos abriéndome más y más el ano. Llegó un momento que creí lo iba a romper si seguía creciendo y moviéndose de aquel modo. De pronto, se tensó y se paró gritando otra vez mi nombre, dejando que yo sintiera una avalancha líquida y caliente que llenó completamente mis entrañas. Juan no dejaba de bufar mientras se descargaba. Cuando terminó, todo su peso lo derrumbó sobre mí.

Lentamente, ya cansado los dos, flexione las piernas hasta quedar totalmente tumbada sobre la cama y con Juan encima, sin querer sacarme su polla todavía viva dentro de mi esfínter. Siempre me ha gustado tener el peso de un hombre sobre mi, me da sensación de seguridad y plenitud, ahora, el varón que tenía sobre las espaldas era nada menos que uno de mis hijos, uno de mis dos nuevos y únicos amantes.

Cuando salió de mí se retiró a un lado. Nos miramos y besamos en silencio, luego, con su poder de varón, me tomó por los hombros colocando una pierna encima de las nalgas a modo protector. Me hizo gracia porque la sensación fue de que indicaba a un público imaginario que yo era su terreno exclusivo. Estaba muy dolorida pero contenta a la vez al saberme protegida.

Y en silencio, abrazados y transmitiéndonos pasión, nos quedamos dormidos.

Capítulo XIII

Cuando me desperté lo hice con toda la molienda de semejante sesión amorosa. El esfínter se dejó sentir con un hormigueo constante y casi molesto, y eso que yo no soy novata en estas líder y lo tengo flexible. Las nalgas me decían que estaban abrazadas por las azotainas; los senos me dolían de las tremendas caricias y los estiramientos de pezones; mi boca pedía a gritos los besos de Juan y una lavada higiénica a fondo. Estaba agotada pero feliz y de esa guisa me levanté con toda la pesadumbre encima. Me bañé a conciencia con agua caliente y fría para mitigar el cansancio. Apenas me sequé al salir del baño escurriendo gotas a mi paso. Elegí un sostén de copas pequeñas que sólo sostenía la base de los pechos y una tanga minúsculas. Para cubrir el cuerpo, un deshavillé de satén a medio muslo, con mangas largas y cuello esmoquin, todo en tono negro. Los dos hijos se habían convertido en mis amantes y no tenía reparos en salir de esa forma. Alisé el cabello que estaba desmelenado y me pinté los labios de rojo suave. Calcé unas zapatillas de negro charol de medio tacón y así de pimpante salí para la cocina. Tenía que preparar la cena de los chicos que ya los oía hablar alegremente en ella.

Cuando aparecí dándole las buenas noches se quedaron callados, mirándome de arriba abajo y dejándose oír un silbido de admiración. Sin pararme, giré la cabeza y les guiñé un ojo con una de mis mejores sonrisas. Enseguida me di cuenta que la mesa estaba puesta y la cena también. Juan estaba frente a mí, mirándome serio. A mi espalda Jorge me tomaba de los hombros pegándome a su tórax. Sus manos resbalaron por delante apoderándose de mis senos doloridos. Su boca recorría mi mejilla derecha y la lengua dejaba su huella al pasar.

-¡Joder, hermano! ¿Qué te ha parecido esta hembra diez? Es cojonuda por donde se la contemple. Mira que zorrona va vestida. Yo te digo desde ahora mismo que he gozado con ella como un berraco ¿y tú, la follaste a conciencia? –Me mordía el lóbulo de la oreja y su lengua titilaba en el interior –Madre, vas a tener que dejarme follarte ahora mismo.

-Que eres un berraco ya lo sabemos y un desconsiderado también. Déjala en paz, Jorge. Está cansada y tenemos que respetar la intimidad de cada uno con ella. Ahora estamos los tres reunidos y vamos a cenar cordialmente. Déjala, por favor.

-Nunca dejarás de ser un infantiloide, Juan. A las mujeres hay que tratarlas con cariño sí pero dominándolas, con caricias atrevidas y al trancazo. Les gustan, créeme. Nuestra zorrona madre no es una excepción, querido hermano, es tan sólo mujer y yo las trato a todas por igual.

-¡Vasta ya, Jorgeeee! –Se violentó Juan revolviéndose en el asiento. La silla cayó al suelo cuando se levantó –Toda mujer merece un respeto grande y tú nunca lo has tenido para con ninguna. Déjala o te parto la cara ahora mismo

-¡Chicos, chicos, por favor, calmaros! Todavía es mi cumpleaños –Dije apartándome de Jorge que había abierto el deshavillé mostrándome con el sostén y la tanga –No os peleéis, por el amor de Dios, os lo suplico.

Estaba en el centro de los dos hermanos, retirando a Jorge de Juan con suaves empujones. El primero miraba al segundo con furia y sus dientes estaban trincados.

-¡Qué pasa, cabrón! ¿Te la acabas de tirar gracias a mí y te crees mejor que- yo? Su mirada mostraba odio, un coraje que nunca había visto –Y tú, madre zorra ¿Te ha gustado ese mariconazo más que yo?

Supe enseguida lo que venía a continuación y, retirándome de Jorge, di dos pasos atrás colocándome en medio de los para evitar una pelea de verdad.

-¡¡Vasta yaaaa!! ¡Os juro por lo más sagrado de este mundo que si os pegáis nunca más volveré a ser vuestra! ¡Comportaros como caballeros ante una dama, aunque esta sea una zorra! Sí, gozo con cada uno de vosotros dos hasta caer rendida, os lo prometo. Pero, si peleáis, lo dicho, esto se ha terminado desde ahora mismo. Los celos no deben existir jamás en una relación formada por un trío, tened eso presente. Os voy a dejar solos, chicos. Pensad en lo que conviene a los intereses de cada uno. Buenas noches.

Me había puesto nerviosa. Se de antemano que las peleas a puñetazos limpios entre los hombres es un espectáculo muy desagradable y terrorífico. No lo quería ver entre mis dos hijos. Yo era la discordia pero estaba segurísima que si se peleaban por mí nunca más me pondrían las manos encima.

Tenía hambre, así que cogí un sándwich de los variados, un zumo de naranja y, sin componerme la ropa, marché de la cocina en dirección a mi habitación. Cerré la puerta pero no con llave. Algo me decía claramente que esa noche recibiría visita. Cené tranquilamente, recompuse el deshavillé, tendiéndome en la cama desbaratada y encendiendo el pequeño televisor para ver una película en DVD.

Capítulo XIV

Quedé dormida enseguida. El TV estaba con lluvia cuando me despertó unas manos cariñosas y experimentadas recorriéndome. El deshavillé estaba desatado, mis pechos libres del sujetador y siendo acariciados con suavidad. Mi vulva estaba siendo besada y mordida a la vez. Puse la mano sobre la cabeza que tenía en la entrepierna y mesé los cabellos. La mano libre del amante acariciaba mis muslos buscando los costados de las nalgas que apretaba con intensidad al saberme despierta. No necesité saber de quien se trataba. Aquella forma de amar que se volvía salvaje por momento sólo tenía un nombre: Jorge.

Jorge retiró el triangulito del tanga y sentí su lengua meterse entre los labios verticales deslizándose de arriba abajo, metiéndose en la entrada vaginal, mojándola con su saliva, hurgando en redondo en ella, jugando al tiempo con mi clítoris obgligándome a abrir y recoger las piernas de puro gozo. Al rato me corrí brindándole un orgasmo de agradecimiento que bañó parte del rostro. Después de comerme el coño comenzó a subir por mi piel dejando parte de mis flujos en los costados interiores de mis pechos y hasta llegar a la boca que se le abría desesperada. Sobre ella su voz suave y bronca a la vez susurró.

-Perdóname, madre, tienes razón, me llené de celos tontos ofendiéndote por la rabia. He de aprender a compartirte y te prometo que, en adelante, procuraré conducirme como un hombre de bien –Besó con intensidad los labios y sus manos apretaban mis mamas con fuerza, procurándome dolor que yo resistía para gozarlo a la vez –Pero no seré un infantiloide cuando te posea, mi naturaleza es salvaje y no quiero cambiarla.

No dije nada, lo abracé con todas mis fuerzas. No me importaba que me tratara como quisiera pero eso sí, en la intimidad, cuando estuviéramos amándonos como en esos momentos. Se puso encima mío y, desnudo como estaba, condujo mi mano hasta su polla embravecida indicándome que fuera yo quien la colocara a la entrada de mi vagina. Y, claro, no hice que lo ordenara dos veces. Durante un buen rato estuvimos follando con rabia. Yo le mordía el hombro procurando no gritar y, al rato, dejó sentir su caudal caliente en mi interior. Sentí como salía por los lados llenándome las ingles. Las múltiples gotas resbalando por las ingles quedando depositadas en la sábana.

Los dos nos quedamos agitados, buscándonos las bocas y fundiéndonos en un eterno beso. Con Jorge encima volví a quedarme dormida. Cuando desperté el televisor seguía encendido, yo de lado, apenas tapada con la ropa puesta el día anterior porque se encontraba enredada por todo mi cuerpo.

Jorge ya no estaba a mi lado.