Jorge, mi mejor amigo
Cómo una noche de borrachera puede marcar una amistad para siempre.
Hola. Mi nombre es Alejandro y tengo 18 años. Soy de Barcelona pero hace poco me trasladé a vivir a Madrid para estudiar la carrera que me apasiona desde pequeño, historia del arte.
Cambiar de ciudad era algo que me producía una especie de miedo a lo desconocido, y aunque sabía que iba a construirme una nueva vida en Madrid, no quise dejar atrás mi vida en Barcelona, así que intenté volver casi todos los fines de semana a mi ciudad natal y mantener el contacto con los amigos. Uno de mis mejores amigos era Jorge. Él fue mi compañero de colegio durante muchos años, aunque realmente nos hicimos más íntimos durante los dos cursos de Bachillerato. Jorge siempre se mostró respetuosos con mi condición sexual y me trataba como a su hermano pequeño, aunque fuéramos de la misma edad. Me intentaba proteger de todo lo que me pudiera hacer daño y eso fue uno de los motivos por los que se convirtió en un verdadero amigo.
El caso es que como pasé de verle todos los días a verle una vez por semana le echaba mucho de menos, y unos días en los que él no tenía clase le invité a que viniera a visitarme. Quedamos en la estación de Sants el domingo por la tarde para coger juntos el tren a Madrid, y la verdad que estábamos los dos muy emocionados por poder pasar algo de tiempo juntos. Yo compartía piso con otros tres compañeros de la universidad, y mi habitación era la más grande de todas -tenía una cama de matrimonio- por lo que Jorge tendría que dormir conmigo. Lo primero que hice fue presentarle a mis compañeros y enseñarle la casa, aunque tampoco había demasiado que ver, ya que era un piso de estudiantes como otro cualquiera. Seguidamente le acompañé a mi cuarto para que se acomodara y pudiera deshacer la maleta que traía.
Cenamos pronto y nos fuimos a la cama, ya que yo esa semana sí que tenía clase. Estuvimos un rato hablando dentro de la cama, poniéndonos al día de nuestras nuevas vidas, pero yo estaba muerto de sueño y me dormí. A las 7 de la mañana, 5 minutos antes de que sonara el despertador, abrí los ojos. Tenía el brazo derecho de Jorge al rededor de mí y su cuerpo pegado al mío, cosa que me permitía notar su pene en mis nalgas. Me gustó la sensación de estar arropado por él y cerré los ojos un rato más. Cuando sonó la alarma del móvil, Jorge se sobresaltó y se percató de la postura en la que estábamos.
‒ Perdona, es que me pongo en esa postura inconscientemente.
‒ No seas tonto que sabes que no pasa nada. Sigue durmiendo, anda.
Cuando salí de clase quedé con él para ir a comer a un restaurante del centro y así poder enseñarle la ciudad. Por la noche fuimos al cine y volvimos a casa a cenar. Básicamente así transcurrieron los días mientras yo tenía que ir a la universidad; él visitaba la ciudad mientras yo estaba en clase, quedábamos para comer y pasábamos la tarde viendo algo juntos. Los viernes yo no tenía clase así que el jueves le pregunté a Jorge si le apetecía salir de fiesta un rato. Me dijo que por supuesto, así que esa misma noche nos arreglamos, bebimos en casa y cuando ya estábamos un poco borrachos, nos dispusimos a salir. Obviamente iríamos donde yo dijera, porque era yo quien conocía las discotecas y los pubs de la zona. Le pregunté a Jorge si le importaba que fuéramos a una discoteca que había por Chueca -era una discoteca de ambiente- y aunque al principio no le hizo mucha gracia la idea, acabó aceptando.
Antes de entrar le avisé que los porteros de los locales gays suelen ser bastante gilipollas, y muchas veces no dejan entrar ni a heteros ni a mujeres, así que le dije que me diera la mano mientras estuviéramos en la cola para entrar y que pareciera que estábamos juntos. Hizo una caída de ojos como queriendo decir “madre mía, ¿dónde me has metido?” cosa que me hizo gracia. Sonreí y él me sonrió de vuelta con una sonrisa tontorrona. Me dio la mano y yo la acaricié con el pulgar, como un gesto de complicidad. Entramos a la discoteca y nos pusimos a bailar. La música que ponían era pop muy comercial, que es la que más me gusta, así que me lo estaba pasando genial. Bailábamos juntos, haciendo tonterías, cogiéndonos de las manos y moviéndolas por encima de nuestras cabezas. Todo iba como la seda hasta que de repente, mientras estaba bailando, noté como una mano me apretaba el culo con fuerza, subía hacia arriba y se intentaba meter por mi pantalón. Cuando me giré vi a un hombre de unos cuarenta y tantos años sonriéndome con cara de pervertido, mordiéndose el labio inferior. Me aparté, arrimándome a Jorge y el hombre exclamó:
‒ ¿Qué pasa, cariño? ¿Me tienes miedo?
La verdad es que sí que me dio bastante miedo, sobre todo cuando se volvió a acercar hacia mí. Sin embargo, esta vez Jorge se encaró con él y le dijo “¿Qué coño te pasa?”, y le metió un empujón que casi hizo caer al hombre al suelo. Este se levantó deprisa con la intención de pegar a Jorge, pero la gente que estaba al rededor logró sujetarle y llamar a la seguridad de la discoteca. Yo cogí a mi amigo por el brazo y lo saqué fuera del recinto.
‒ Vámonos ya a casa, anda ‒ le dije.
Volvimos a casa en uno de los autobuses nocturnos que se cogen en Cibeles. De camino a casa estuvimos en absoluto silencio, él miraba por la ventana y yo apoyé la cabeza sobre su hombro.
‒ Es esta parada ‒ dije yo, rompiendo el silencio.
Bajamos del autobús y cuando llegamos al portal Jorge me dijo que le apetecía fumarse un porro, cosa que sé que le relaja bastante y me pareció bien, porque os aseguro que no os gustaría sufrir un cabreo suyo. Nos sentamos en el escalón de la entrada, él a fumar y yo a esperar a que acabara. Seguíamos en silencio, pero quise hablar para intentar que se le pasara el enfado y de paso agradecerle lo que había hecho por mí.
‒ Gracias por haberme defendido, Jorge, de verdad.
‒ ¿Eres tonto? ‒ contestó en tono irónico. ‒ ¿Cómo no te voy a defender de un tío que intenta aprovecharse de ti? Sabes que siempre te defenderé de cualquiera que se pase contigo.
‒ Gracias ‒ respondí. De nuevo ese silencio. Era tan tarde que no se oía ni el ruido de los coches pasar, sólo se oía el papel de fumar consumiéndose por las caladas de Jorge.
‒ ¿Sabes que te quiero? ‒ dije. ‒ Mucho ‒ añadí.
‒ Claro que lo sé. Y tu sabes que yo a ti también, ¿no? ‒ sonreí y asentí con la cabeza mientras miraba hacia el suelo.
Dejó el porro entre los dedos índice y corazón de su mano izquierda y con la derecha me levantó la barbilla. Alcé la cara y le vi mirándome a los ojos profundamente. Se acercó muy despacio hacia mí y me besó en los labios. Fue un beso suave, pero el simple hecho de notar el roce de su boca con la mía ya hizo que mi corazón palpitara a mil por hora y notara un ligero cosquilleo en la barriga. Separamos nuestras bocas y juntamos nuestras frentes. Nuestras narices estaban pegadas mientras nos mirábamos el uno al otro. Yo dejé caer mi cabeza sobre su hombro derecho y giré el rostro hacia su cuello. Le di un ligero beso y aspiré su olor a 7 de Loewe, esa colonia que me llevaba volviendo loco mucho tiempo. Le di un abrazo y me volví a retirar hacia la posición inicial. Ahora fui yo quien le cogió por la nuca y le arrimé a mis labios. Le besé con muchas ganas, metiendo mi lengua en su boca, notando el sabor de la marihuana, y él me respondía agarrándome por la espalda y acercándome a él, como si tuviera miedo de que nos separáramos.
Después de otro largo beso, volvimos a ponernos frente con frente y, mientras le miraba a los ojos, se me escapó una sonrisa de felicidad. Él me sonrió de vuelta y después se alejó para darle un calo más al porro antes de tirarlo al suelo. Se levantó y me cogió de la mano para que me levantara a la vez con él, me agarró del pecho y me empujó contra el portal, se acercó y me volvió a besar. Sentí su lengua buscando su hueco dentro de mi boca y, como pude, saqué las llaves de casa y abrí la puerta. Subimos corriendo los tres tramos de escalera que había hasta mi casa y entramos.
Entré yo delante, intentando no hacer ruido para evitar despertar a mis compañeros que al día siguiente sí que tenían clase y me metí en mi habitación, cerrando la puerta detrás de Jorge. Me empujó sobre la cama y caí sobre mi espalda, quedando tumbado hacia arriba. Él se quitó la chaqueta y se lanzó a la cama, poniéndose encima de mí a cuatro patas, con sus manos a amos lados de mi cabeza y sus rodillas a ambos lados de mis caderas. Me incorporé rápidamente para besarle, pero me volvió a tumbar con la mano antes de que pudiera hacerlo.
‒ No tengas tanta prisa ‒ sonrió.
Agachó su cabeza para juntarla con la mía y nos volvimos a besar, lenta pero intensamente, descubriendo nuestros labios y nuestras lenguas poco a poco. Yo levanté mis manos y comencé a tocarle. Toqué sus caderas, fui subiendo por los costados y le acaricié la espalda, notando sus músculos contraídos por la fuerza que hacía con sus manos para apoyarse sobre la cama; seguí por sus hombros hasta su pecho, duro como una roca, y llegué a sus abdominales. Me encantaban. Ya los había tocado alguna vez, cuando el me lo pedía como de broma. Pero esta vez era diferente, eran mejores aún. Seguí bajando, alcancé el bajo de su camiseta y tiré hacia arriba. Jorge levantó sus brazos para que fuera más fácil quitársela, separando nuestros labios. Lancé la camiseta al suelo y Jorge me levantó para hacer lo mismo con mi sudadera. Se volvió a agachar y chupó la base de mi cuello, subió por él y llegó hasta el lóbulo de la oreja; pensé que me desmayaba de placer.
Volvimos a besarnos pero yo quería más. Me levanté y le cogí por el cuello. Nos besamos los dos estando de rodillas sobre mi cama y le dirigí para que se tumbara boca arriba, apoyando la cabeza sobre la almohada. Entonces, comencé a bajar por su cuello, por su pecho, y llegué a sus pezones. Me entretuve lamiendo y mordisqueando uno de ellos y seguí por sus abdominales. Besé su ombligo y bajé un poco más. Cuando llegué al botón de sus pantalones miré hacia arriba, buscando su mirada.
‒ Por favor ‒ susurró.
No habría hecho falta que me lo pidiera. Tan solo con la mirada que puso ya se entendía que estaba deseando tanto como yo que me metiera su polla en la boca. Y así lo hice. Le quité los pantalones y los calzoncillos y ahí estaba. Probablemente no fuera la mejor polla del mundo, pero en ese momento era mía y llevaba mucho tiempo deseándola, así que para mí era perfecta. Me metí el glande en la boca, degustando su sabor exquisito. Jorge soltó un gemido. Seguí lamiendo su miembro, saboreando cada milímetro. Empecé con un ritmo lento, poco a poco, pero pronto aceleré. Él no paraba de gemir. Cuando noté que sus músculos se contraían, volví a reducir la velocidad de la mamada. Subí de nuevo por su pecho y llegué a sus labios. Le besé, intentando que mi lengua y la suya se volvieran a juntar.
‒ ¿Te gusta el sabor de tu polla? ‒ dije sonriendo.
‒ Me gusta el sabor de tu boca ‒ respondió mientras pasaba su dedo pulgar por mi labio inferior. Una frase tan bonita que dijo totalmente serio, lo cual corroboraba que de verdad lo sentía.
‒ ¿Me vas a follar? ‒ dije yo mientras juntaba mi frente a la suya, mirándole fijamente a los ojos.
‒ Te voy a hacer el amor.
No hubo más palabras. Me desabrochó los pantalones y me quitó los calzoncillos. Me besó en el pecho, escupió en su mano y restregó su saliva por mi ano, jugando alrededor de él con sus dedos. Me retiré un poco hacia atrás y con mi mano derecha acerqué su rabo a mi culo; notaba como palpitaba. Recosté mi pecho en el suyo y volví a juntar su boca con la mía. Poco a poco introduje su polla dentro de mí. Si dolió no lo recuerdo porque estaba absolutamente embriagado de placer y de amor hacia Jorge, hacia mi mejor amigo. Cuando ya estaba toda dentro, empecé a cabalgarle. Primero lentamente, luego deprisa, y mientras cabalgaba, nuestros alientos se juntaban en uno y nuestros gemidos se silenciaban en la boca del otro. Él me arrimaba con fuerza a su cuerpo pasando sus brazos por mis axilas y agarrándome por los hombros desde atrás. Se sentó sobre la cama con su verga aún dentro de mí, sin separarse ni un instante, quedando sentados: él sentado en la cama con las piernas cruzadas y yo sobre él, con las piernas rodeando su cuerpo.
Estuvimos un rato así mientras él besaba mi cuello, pero decidió que era hora de que él me dominara y yo no opuse resistencia, porque lo estaba deseando. Me tumbó en la cama sobre mi espalda y él se quedó de rodillas. Empezó a bombear y yo no podía parar de gemir, me agarraba con fuerza a las sábanas. Era increíble cómo me estaba follando. O como él me dijo, cómo me estaba haciendo el amor. Yo apretaba mis piernas alrededor de él como indicándole que no parara, pero no iba a parar. Redujo las embestidas por un momento, lo que tardó en volver a besarme, pero cuando lo hizo siguió con su movimiento de cadera que me estaba haciendo perder la cabeza. De repente me agarró la polla y empezó a masturbarme. El roce de su nabo en mi próstata y la paja fueron demasiado para mí.
‒ Ah, Jorge, me corro.
Eso pareció servirle de aliciente porque aceleró tanto el ritmo de sus embestidas como el de la paja. Me corrí en mi pecho. Mis piernas temblaban por el placer. Entonces se agachó para besarme y decirme al oído:
‒ ¿Dónde quieres que me corra?
‒ Dentro de mí ‒ contesté.
‒ Si me corro dentro de ti serás mío para siempre.
‒ Mejor aún ‒ sonreí.
Le agarré la cara con mis manos y volví a juntar sus labios con los míos. Sus gemidos se ahogaban en mi boca. Entonces noté como todo su cuerpo se contraía y como disparaba su leche dentro de mí, un líquido caliente y espeso que me dejaba marcado para siempre.
Dejó caer todo su peso encima de mí y nos volvimos a besar.
‒ Te quiero ‒ dije.
‒ Sabes que yo también ‒ respondió.
Alargué la mano para coger un pañuelo de papel de mi escritorio y limpiarnos el semen que había en nuestros cuerpos. Una vez limpios, nos metimos dentro de las sábanas y nos quedamos dormidos mientras nos abrazábamos.
A la mañana siguiente me desperté muerto de sed y con un ligero dolor de cabeza. Recordé lo que pasó la noche anterior pero no parecía real. Miré bajo las sabanas y vi mi cuerpo y el de Jorge desnudos. Sí, era real. Me levante, me puse el pijama y salí a desayunar. Por suerte mis compañeros de piso estaban en clase. Fui al baño y me dispuse a hacerme el desayuno. Cuando estaba calentando la leche vi que Jorge salía de mi cuarto vestido solo con unos boxers de Calvin Klein. Tenía los ojos medio cerrados. Se desperezó en la puerta, se rascó los ojos con los nudillos y sonrió.
‒ Buenos días.
‒ Buenas ‒ contesté.
La situación era un poco incómoda. Jorge era mi mejor amigo, era hetero y yo me había acostado con él la noche anterior yendo borrachos.
‒ ¿Me haces el desayuno? ‒ me pidió con cara de pena-
‒ Sí.
La verdad es que esto era un poco extraño, pero él estaba acostumbrado a que su madre en casa se lo hiciera todo, así que no me importó hacerle el favor, ya que probablemente no supiera ni cómo funcionaba el microondas.
Se sentó en una silla a esperar a que le sirviera su desayuno. Saqué croissants y galletas y puse los dos vasos de leche sobre la mesa. Me senté yo también y me puse a comer. No sabía qué hacer. Me sentía bastante raro. Pero me estaba comiendo mucho la cabeza pensando en qué iba a pasar ahora, así que directamente se lo pregunté:
‒ Jorge, ¿qué va a pasar ahora?
‒ ¿Qué va a pasar de qué?
Le miré con cara de incredulidad. Creo que estaba bastante claro que hablaba de lo que pasó la noche anterior.
‒ Ahh, ¿de lo de anoche? Nada, ¿qué quieres que pase?
‒ Jorge, ya sabes que eres mi mejor amigo. No me gustaría que nuestra relación cambiase por culpa de esto. Ni que nos distanciemos.
‒ ¿Pero por qué iba a cambiar, Alejandro? No somos los primeros amigos que se acuestan juntos y me juego el cuello a que no seremos los últimos ‒ se rió.
‒ Entonces no tengo nada de que preocuparme, ¿no?
‒ Hombre de lo único que te tienes que preocupar es de mi amiguito ‒ señaló a su entrepierna. ‒ Anoche le trataste muy bien y puede que quiera repetir ‒ soltó una carcajada y yo también me reí.
‒ Sabes que no me importaría ‒ no sé si debería haber dicho eso, pero lo dije.
‒ Va, tonto, no te preocupes ‒ me dijo mientras pasaba su mano por mi cuello y me acariciaba la nuca.
‒ Te quiero, que lo sepas ‒ me arrimé a él, le besé en la mejilla y le di un abrazo.
Me apartó de él, me miró a los ojos, me cogió la cabeza con sus manos y me arrimó a él, dándome un beso suave en los labios.
‒ Sabes que yo también.