Johans, el Chico que me Domó

No sé cómo se había dado cuenta de que buscaba un amo, pero logró dominarme y yo no pude evitarlo.

JOHANS, EL CHICO QUE ME DOMÓ

Las clases habían comenzado puntuales en el mes de Septiembre. Conocí a mis chicos, aunque no fue tarea fácil, porque tenía varias secciones a mi cargo y estaba nuevo en ese liceo, por lo tanto, aprender sus nombres me costó algunas semanas.

Soy Profesor de Geografía e Historia y me fascina mi profesión. Me gustan muchos los varones, pero siempre he respetado a mis alumnos por razones de ética. Sin embargo, al verlos todos los días, llegaba a casa cargado de pensamientos eróticos y siempre terminaba masturbándome.

Algo que noté fue que un alumno, de nombre Johans, no asistía nunca a clases. Cuando pasaba la lista de asistencia los muchachos siempre me decían que no conocían a ese compañero. Me imaginé que era uno de esos alumnos que se inscribían y por alguna razón nunca venía a clases.

Un día, casi al mes de haber comenzado, vi a un chico nuevo en mi clase de cuarto año. Era bien parecido, adolescente, delgado, estatura media, piel blanca, cabello negro y ondulado a causa del fijador que siempre se colocaba. Tendría unos 16 años y al momento de entrar al salón se me acercó al escritorio y me dijo con desenfado:

  • Hola, me llamo Johans y me incorporé hace poco porque estaba enfermo. En el Diario de Clases está mi reposo.

  • Bienvenido, veremos que debes hacer para actualizarte.

  • Los muchachos me dijeron que Usted hizo una evaluación.

  • Sí, una evaluación diagnóstica, es para saber qué conocimiento tienen Ustedes y qué debo enseñarles de aquí en adelante.

  • Pues me la tienes que hacer.

Noté la desenvoltura del muchacho. En su última frase, el "Usted" había desaparecido por el "tú" y además me dio una orden. Imaginé inmediatamente que era un chico mimado al cual le gustaba ser el que dictaba las pautas a seguir.

  • Claro que te la voy a hacer, sólo debo buscar el momento pues estoy muy ocupado con tantas secciones.

  • No hay problema, aunque si me quieres poner una nota sin presentar el examen no me molestaré por ello.

  • Eso no se puede y lo sabes, debes presentar.

  • Lo sé, sólo estaba bromeando. Me dices cuándo la haremos y punto.

Al decir eso, me guiñó pícaramente un ojo. A leguas se notaba que no tenía ganas de que presentar ese examen. Los demás chicos no habían reparado en nuestra conversación pues estaban hablando entre ellos y como son adolescentes lo hacen con tono de voz alto que yo siempre debo moderar para poder dar la clase.

Al llegar a casa no dejaba de pensar en Johans, me gustaba su desenvoltura, su confianza en sí mismo al decirme las cosas, pero en mí empezó un cierto de temor a que me gustara ese muchacho. Me tuve que masturbar imaginando que tenía sexo con él.

En otra clase noté que Johans tenía los pies sobre un pupitre vacío que estaba en la columna contigua. No podía dejar que pensara que él gobernaba en mi clase, de lo contrario, no podría tener el necesario dominio de grupo, aunque me fascinaba ver sus zapatos de cuero negro, los cuales contenían unos pies que imaginaba muy bellos.

  • Johans, baja los pies del pupitre.

  • ¿Por qué profe?

  • Porque lo vas a ensuciar.

  • No se preocupe, no estoy poniendo la suela.

  • Creo que fui claro contigo.

  • Es que estos pupitres son muy pequeños y muy incómodos, así me siento mejor.

Parecía que disfrutaba provocándome. Creo que sabía que comenzaba a controlarme de alguna manera, cosa a la que temía mucho. Entonces pensé en hablar a solas con él para corregirlo sin hacerle pasar una pena con sus compañeros.

Siempre se sentaba en los últimos pupitres a conversar con sus compañeros, pero me veía y lo hacía con mucha frecuencia. Trataba de no ver sus ojos, pero al final terminaba viéndolos.

Estaba en clase con esa sección y como siempre me provocaba con colocando sus pies en otro pupitre. Le pedí que los quitara, pero no obedeció. Entonces decidí que al final hablaría con él, no podía permitir que se adueñara de mi clase. Al terminar lo llamé aparte y le dije:

  • Johans, ven acá por favor.

  • Dime.

  • No me importa que me tutees y que tengamos confianza, pero me molesta que abuses poniendo tus pies en otro pupitre.

  • Ya te dije que así me siento cómodo.

  • Sí, lo sé, pero lo ensucias y lo dañas. Ese pupitre debe durar para que otros alumnos vengan en los próximos años.

  • Hagamos una cosa, ¿Vives sólo?

  • Sí, ¿Por qué?

  • Esta noche iré a tu casa y hablaremos.

  • ¿De qué?, aquí podemos arreglar todo.

  • No se hable más, nos vemos esta noche.

Se dio media vuelta y se fue. No sabía qué cosa me estaba pasando. Ese chico me daba órdenes y yo era incapaz de poner freno a ello.

Esa noche, Johans llegó como a las 8 y tocó a mi puerta. Yo fui a abrirle con expectación. Traté de esconder esa emoción para que no se diera cuenta, aunque internamente mi corazón latía muy rápido.

  • Hola Johans, ¿Qué tal?

  • Hola, vengo a hablar contigo.

  • Claro, pasa.

Pasó e inmediatamente se sentó en el sofá y colocó sus pies en la mesita que estaba al frente.

  • Ya empezamos de nuevo, parece que estuviéramos en el liceo.

  • Así me siento cómodo.

  • Baja los pies de la mesa.

  • Ya cállate.

  • ¿Qué te pasa niño?, esta es mi casa, si te digo que bajes los pies lo debes hacer.

  • ¿Y quién me va a obligar? ¿Tú?, ja, ja, no me hagas reír. Aquí el que manda soy yo.

No podía creer lo que estaba pasando, un chico menor de edad, más bajo y de menor contextura me daba órdenes y yo era incapaz de controlarlo en mi propia casa. Entonces me dijo:

  • De aquí en adelante yo daré las órdenes y tú sólo cumplirás.

  • No sé en qué estas pensando, pero tú no eres nadie para dictarme órdenes, ni nada parecido. Si esa es la manera cómo te vas a comportar, te agradezco que te vayas.

  • Ja, ja, ja. Me das mucha risa, mírate ahí, tratando de aparentar que no gusta lo que te hago. Veo en tus ojos una necesidad de alguien que te domine y disfrutas con todo lo que te hago.

  • ¿Cómo se te ocurre semejante barbaridad?

Dije eso último casi balbuceando, cosa que él notó rápidamente. No podía aceptarlo, pero creo que tenía razón, Sin embargo, debía negárselo y sacarlo de mi casa para no que no perdiera el respeto que me debía por ser su profesor.

  • Por favor, márchate, hablaremos luego de todo esto.

  • ¿Crees que puedes darle órdenes a tu amo?, sabes que no puedes estar sin mí.

  • Yo no necesito ningún amo.

  • Claro que sí y de ahora en adelante yo lo seré para ti. Te demostraré quién manda.

Inmediatamente se levantó del sofá y me dijo:

  • Arrodíllate ante mí.

  • No, no lo haré, tú no eres mi amo.

Mis palabras no sonaron con mucha fuerza. Hasta yo lo reconocí. Al parecer el chico había dado en el clavo. Se detuvo frente a mí y me ordenó nuevamente que me arrodillara ante él. Yo me volví a negar con menos intensidad que la vez anterior. Entonces, aprovechó un descuido mío y me dio un puñetazo en el estómago. Caí de rodillas y gemí de dolor. Él me abrazó y colocó mi cabeza junto a su ombligo, mientras tanto pasaba sus manos por mi cabello.

  • Si quieres que te trate mal, lo haré, a menos que entiendas que yo soy tu amo y tú eres mi esclavo. No lo niegues: Te gusta mucho esto que te está pasando. Ahora responde, ¿Quién soy para ti?

  • Mi amo –dije en voz baja-.

Entonces haló mis cabellos con fuerza y dijo:

  • Más alto esclavo, no escuché.

  • Eres mi amo.

  • Eso es, has aprendido bien la lección, profesor.

No sabía lo que me estaba ocurriendo, pero a pesar de que antes no había pensado en ello, me gustaba muchísimo la idea de tener un amo y acepté ser el esclavo de Johans. Él, sin mucho pudor me dijo:

  • Ahora eres mío, sólo harás lo que te ordene y si te niegas, te ira muy mal. ¿Entendiste?

  • Sí.

Inmediatamente me dio una fuerte bofetada.

  • Se dice sí amo. Pídeme perdón y repite lo que te acabo de decir.

  • Perdón, sí mi amo, haré todo lo que tú me ordenes.

  • Eso espero, por tu bien. Ahora me voy, mañana seguiré dándote órdenes.

  • ¿No podrías quedarte un rato más?

  • No, debo irme, mañana hablaremos.

  • Está bien, nos veremos mañana.

  • Te faltó una cosa.

  • Oh sí, nos veremos mañana amo.

  • Así está mejor.

Al amanecer vi a Johans como siempre en el salón. Me miraba con picardía e imponencia. Ciertamente era el que gobernaba y lo hacía muy bien y sin dudar. Como era su costumbre colocó sus pies en el pupitre de al lado. No podía decirle que no lo hiciera, ni mucho menos reprenderlo. Entonces lo llamé afuera y le dije:

  • Amo, no te vayas a molestar conmigo, pero si colocas tus pies en otro pupitre me harás perder el control de la clase.

  • No me importa, ese es tu problema.

  • Por favor amo, haré lo que tú quieras, pero siéntate bien.

  • No sé, me siento más cómo así.

  • Te lo pido en la manera más humillante que puedo, te lo ruego, por favor.

  • Está bien, me gusta que entiendas que debes hablarme así, con humildad. Está bien, quitaré los pies del otro pupitre, pero sólo lo haré porque no quiero que al final descubran que yo soy tu amo, sólo por eso.

  • Gracias amo.

A media mañana me dijo que lo acompañara a un baño que está en el piso más alto del liceo. Cuando llegamos allá me dijo:

  • Límpiame los zapatos esclavo.

  • Aquí no puedo, ¿Estás loco?

Inmediatamente recibí una fuerte cachetada.

  • Imbécil, ¿Por qué me hablas así?, ¿no sabes que me debes respeto y que debes acatar todas mis órdenes?, te has ganado un buen castigo por eso.

  • Lo siento amo, es que me da miedo que nos vean.

  • Si lo haces rápido, nadie se dará cuenta.

Entonces saqué mi pañuelo del bolsillo y me arrodillé para limpiar sus zapatos y dejarlos lo más negros posible.

  • Aún no están bien limpios. Pásales la lengua y luego el pañuelo otra vez.

  • Pero es que

Puso un zapato frente a mi cara y luego me golpeó la cara con él.

  • Definitivamente tú no aprendes, deberé castigarte, aunque no podré hacerlo aquí, lo dejaremos para otra oportunidad. Ahora pásame la lengua por los zapatos.

  • Sí mi amo.

Pasé mi lengua por sus zapatos y sentí el sabor del rico cuero. Posteriormente le pasé el pañuelo de nuevo y quedaron más limpios.

  • Bien, te felicito, has hecho una buena labor. Ahora debes cumplir otra orden esclavo. Quiero que hables con Patricia, la chica que estudia conmigo y le digas que sea mi novia.

  • ¿Se lo has pedido antes?

  • Sí, pero se resiste. Tú deberás hacer que acepte.

  • Pero, ¿Cómo haré tal cosa?

  • No lo sé, inventa cualquier cosa que funcione. Sólo cumple lo que te ordené, así no aumentaré el castigo que ya me debes por tu actitud de hoy.

En ese momento salimos. Tuvimos suerte de que nadie nos viera, pero igual me dio mucho miedo. Me quedé pensando cómo iba a hacer para que Patricia aceptara ser novia de mi amo.

Poco tiempo después vi a Patricia en clase. Los ojos de mi amo me la señalaban, recordándome mi orden. Al finalizar con ellos llamé a la chica para hablar a solas. Con cierto temor por lo delicado de mi misión le dije:

  • Hola Patricia, quería decirte algo, si no estás muy apurada.

  • No profe, Usted dirá.

  • Disculpa la intromisión, ¿Tienes novio en este momento?

  • La verdad, no, pero, ¿A qué viene la pregunta?, ¿Usted quiere algo conmigo?

  • No, la verdad yo no, aunque no porque no seas atractiva, es que me pidieron que hablara contigo.

  • ¿Quién?

  • Pues, Johans.

  • Ah, ese chico. Él me ha estado pidiendo que sea su novia, pero no me gusta porque es muy inmaduro y creído.

  • Quizá no lo conoces bien, ¿Por qué no le das una oportunidad?

  • A usted sí le tengo confianza, la verdad él me parece lindo, pero no me gusta su actitud.

  • Entonces, allí tienes la respuesta, prueba con él; si te gusta le dices que sí, si no te gusta, pues le dices que no.

  • OK, así lo haré profe, pero sólo porque Usted me lo pide.

  • Gracias por tu comprensión, suerte a ambos, hacen muy buena pareja.

Johans me llamó al celular para preguntarme cómo me había ido con Patricia y le dije la buena noticia. Se puso muy contento y quedó en ir a mi casa en la noche.

Ya en casa, Johans colocó sus pies en la mesita como de costumbre, aunque ahora no podía decirle nada. Encendió un cigarrillo y dijo:

  • Ya hablé con Patricia y aceptó salir conmigo, te felicito esclavo, lo hiciste muy bien.

  • Siempre a tus órdenes amo.

  • Estás aprendiendo a obedecerme. Ahora tráeme algo de beber.

  • ¿Qué quieres?

  • Un whisky con soda.

  • Voy a preparártelo.

  • Espera, arrodíllate ante mí.

  • Bien, aquí estoy.

  • Te agradezco lo que hiciste, pero eso no elimina el castigo por ser tan "alzado", sólo lo reduce.

  • Pero

  • Nada esclavo, aquí yo doy las órdenes, acércate.

  • Bien, pero no me hagas daño.

  • Pareces que sigues sin entender.

En ese momento tomó si cigarrillo y lo apagó en mi brazo. Di un grito, aunque ligero.

  • Recuerda, yo soy quien da las órdenes. De aquí en adelante tú sólo cumplirás. Si te portas bien no te castigaré. No lo olvides.

  • Así será amo, lo tengo bien merecido por ser desafiante contigo, perdón.

  • Estás perdonado, pero no lo olvides, ahora tú eres mío.

  • No lo olvidaré amo.

Dicho esto nos fundimos en un fuerte abrazo porque habíamos encontrado algo que buscábamos hacía tiempo. Y yo sin saber que eso me gustaba, pero gracias a ese chico estaba muy feliz, al igual que él conmigo.