Jofre, Dalmau y otros (9)

Jofre vive su peor día en la escuela. Alguien lo sorprende en el lavabo y debe cumplir sus deseos más íntimos. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo IX:  Maldita gimnasia

Jofre añoraba a Dalmau. Sentía la ausencia de su compañero de pupitre, de ese adonis rubio, tan popular y seguro de sí mismo. No dejaba de pensar en su amigo y, aunque no quisiera admitirlo, estaba coladísimo por él.

Era la hora de la clase de gimnasia. Jofre las amaba y odiaba a partes iguales. Por un lado, le encantaba poder admirar los cuerpos de algunos de sus compañeros; por otro, se ponía muy nervioso cuando su pija se alegraba demasiado. Gonzalo, el profesor, había agravado la situación al exigir que los alumnos usaran para la clase slips, tangas o suspensorios, que permitían mayor libertad de movimientos. Un problema añadido para el pobre Jofre que no sabía dónde mirar en los vestuarios. A falta de Dalmau, en el banco de enfrente tenía a otros tíos buenos. Oriol no dejaba de parlotear provisto sólo de un suspensorio rojo chillón, sin asomo de querer completar su vestuario, y a su lado se sentaba David, un morenazo guapo y atlético, con unos pectorales de infarto, a punto de sacarse los pantalones. Jofre salió hacia el gimnasio tan pronto como se hubo cambiado, aunque dedicó una última mirada a esos dos querubines. El culo de Oriol, solo cubierto por dos tiras de tela, era de postal: redondo y compacto.

En la clase de educación física, debían realizar ejercicios por parejas. A Jofre le tocó Oriol. Hubiese preferido a cualquier otro, incluso Blanca. La cabeza pensaba una cosa pero su cuerpo no opinaba lo mismo. Sus ojos no se cansaban de mirar esa figura pequeña pero apolínea, y esa cara pecosa y atractiva. El instituto no había renovado el equipo deportivo desde su fundación y mantenía unos pantalones muy cortos y entallados, típicos de los  años setenta. Pantalones que casi ni cubrían todo el culo y dejaban completamente a la vista los muslos de primera de su pequeño colega, que adoraba sostener en los ejercicios de equilibrio. En realidad, Oriol era un as de la gimnasia, ejecutaba las piruetas de manera impecable, pero Jofre prefería ayudarlo. Esos muslitos suaves y fuertes le volvían loco.

-A mí no se me da tan bien el pino puente-se excusó Jofre. Su pino crecía torcido, pero Oriol no se burlaba; al contrario le daba ánimos.

-A la próxima te saldrá perfecto. No te apresures. Debes consolidar el tronco antes de subir las piernas y pon las manos más separadas de la cabeza. ¿Lo ves? Así…A propósito, ¿has visto a Gabriel? Lo tiene negro para hacer la vertical con sus kilos.

-Pero Gabriel no tiene ningún complejo. Vive feliz.

-Yo también estaría feliz si me enamorase de alguien y me correspondiese. Se les ve muy acaramelados, a él y a Pep. Les envidio un poco –respondió Oriol antes de volver a practicar el pino puente. Otro ejercicio ejemplar aunque esta vez su compañero no le sostuvo, absorto en otros chicos que tenía a su lado. Joan ayudaba a David a hacer la vertical, sosteniéndole las piernas. Jofre hubiese pagado por estar en su situación y palpar los muslos macizos del futbolista y observar de tan cerca el bultazo de sus pantalones.

Cuando acabó la clase, Gonzalo, le llamó.

-Jofre, ¿cómo va  Dalmau?

-Va mejor…

-¿Mejor para aprobar o para continuar suspendiendo?

-Bueno… Aún quedan dos semanas y…

-Corta el rollo. Dalmau debe aprobar. Lo necesito para el equipo. Hazle los trabajos, prepárale chuletas, lo que sea… pero tiene que aprobar. No me falles. No bromeo.

Jofre estaba angustiado. No sabía si Dalmau conseguiría sacarse los exámenes. Gonzalo se lo había exigido, pero él no podía hacer milagros, y tenía claro que no le podían reprochar nada. Aún así, le preocupaba el tono amenazante de Gonzalo. Pensaba en todo ello, solitario en la clase. Sus compañeros habían ido al auditorio para visionar unos reportajes en inglés. Jofre estaba exento de esa asignatura porque había vivido dos años en Irlanda y dominaba la lengua. Siempre dedicaba las horas libres a los trabajos pendientes y les sacaba provecho. Este día era especial. No podía concentrarse, no conseguía olvidar las imágenes de Oriol con su pantalón corto y sobre todo de su culo divino. Su cipote estaba creciendo y no podía contenerse. Necesitaba ir a los lavabos para hacerse una paja, pero una idea temeraria le rondaba la cabeza.

Cerró la puerta de la clase después de comprobar que no había nadie en el pasillo y con rapidez hurgó en la bolsa de deporte de Oriol. Le costaba coordinar los movimientos de sus dedos, atenazado por los nervios. Finalmente, ansioso, encontró lo que deseaba. Lo escondió en su bolsillo y volvió a cerrar la cremallera de la bolsa, antes de levantarse y salir a paso rápido hacia los lavabos.

Escogió el váter más lejano a la puerta de entrada. No había nadie. Era un manojo de nervios. Temblando sacó su tesoro del pantalón, estrujándolo y palpándolo ávidamente. Era el suspensorio de su amigo. Lo extendió con las dos manos para poder observarlo minuciosamente. Aquel pedacito de tela había guardado los genitales de Oriol. Recordaba perfectamente las formas armónicas de su cuerpo: El rostro atractivo, los brazos y piernas cortos pero nervudos, el torso perfilado... y también las sugerentes formas que ocultaba el bañador en la entrepierna y sus nalgas. Le dio la vuelta a la prenda, descubriendo su interior, y acercándolo a la nariz para poder aspirar el aroma viril de su propietario. Tal como suponía, la parte delantera  aún desprendía la rica fragancia de un mozo sano como Oriol.  Jofre bajó la cremallera de su pantalón y con la pija morcillona al aire, empezó a tocársela mientras con la otra mano cubría boca y nariz con el taparrabos tojo para saborearlo y no perder su aroma. No tardaría mucho tiempo en correrse. Desde la clase de gimnasia estaba como una moto. Le venían imágenes de Dalmau, David, Pep, Joan y por supuesto de Oriol. Acariciaba sus pelotas con delectación y subía sus dedos hasta el tronco para agarrarlo con fuerza e iniciar el archisabido movimiento de arriba y abajo, con el que la tranca estaba cada vez más erguida y dura.   Dejó caer el suspensorio sobre su glande y después lo recuperó para chuparlo, ahora impregnado de su mismo líquido preseminal. Le encantaba el tacto sedoso y el sabor de aquella prenda. Pronto eyacularía… pero de repente oyó una voz demasiado cerca.

-Anda, ¿quién hay aquí? El empollón tocando la zambomba ¡Abre! –dijo David desde el exterior del retrete. Lo miraba desde abajo, aprovechando que las puertas de los lavabos no llegaban hasta el suelo. Oriol no sabía qué hacer. Guardó el calzoncillo en su bolsillo y ante un nuevo requerimiento, decidió abrir la puerta. Si David salía de los lavabos y lo explicaba, estaba perdido.

-No se lo cuentes a nadie, por favor. Te lo suplico –dijo Jofre muy asustado.

-¿Que no cuente que te pirras por los calzoncillos de tus compañeros? ¿O sólo te ponen los de Oriol?-preguntó en tono burlón, entrando en el retrete. –Y por favor, guarda tu trabuco.

-Por lo que más quieras, no se lo digas.

-¿No? Se reirá de lo lindo. ¿Ya sabes que no tienes ninguna oportunidad con él?

-Sí, ya, pero…

-¡Cierra la boca, mariconazo!

-Te lo suplico, no se lo digas. No lo haré nunca más. Te lo prometo. Guarda el secreto, anda.

-Bueno, si insistes… Cada hombre tiene su precio… Si me haces el trabajo de lengua del trimestre, puedo olvidarlo.

-¿El de catalán o el de castellano?

-Los dos –respondió David con satisfacción. –Espera que se lo cuente a Dalmau. Se quedará de piedra.

-¿Qué?  No, no hables con Dalmau. Te lo ruego –le imploró Jofre con ojos llorosos- Si se entera, no querrá tenerme de compañero. Gonzalo lo explicará a la dirección y me expulsarán del instituto.

-Jofre, eres un pelín exagerado, ¿no crees? Me parece que miras demasiados culebrones. Y además, me importa un carajo lo que te pase. Estoy un poco harto de la veneración que Dalmau siente por su profesor particular. ¿Sabes por qué estoy aquí? Él me pidió que durante su ausencia cuidase de ti. Hay gente que no soporta al capitán…  y podrían querer hacerte daño. Al no verte en clase, he supuesto que estarías meando.

-¿Pero, y la clase de inglés?

-Puedo ser muy persuasivo… Pero no cambies de tema. Pringado.

-Por favor, no se lo cuentes.

-Lo siento, desgraciado. Mañana lo sabrá: El empollón patoso pierde aceite.

-No lo hagas. Te lo suplico. Pídeme lo que sea.

-¿Lo que sea?

  • Sí, de verdad, lo que quieras…

-Quizás podemos solucionarlo de otra manera. Hoy me has cogido de buenas..., y viéndote así, tan animadito, mi picha ha tenido un alegrón, pero está tan seca…

-Vale, ya entiendo, ahora mismo te la chupo.

-Empieza por mis tetillas. Me encanta –dijo David, ensanchando orgulloso su pecho. No se quitó la camisa, pero sus agudos pezones eran muy visibles ya que casi perforaban el tejido que los cubría. Desabrochó los primeros botones de la camisa y el empollón pudo admirar esos grandes pectorales prominentes. Era un pecho espléndido, una clara avanzadilla del resto del tronco, orgulloso como su propietario. Se lo acarició. Estaba duro y esa piel tan lisa invitaba a deslizar sus dedos por toda la superficie. Sólo tenía vello en el espacio inferior donde de separaban los pectorales y alrededor de las aureolas. Era una pasada magrear ese torso alucinante y jugar con los pezones oscuros, ya erectos, que parecían poderosas puntas de flecha.

-Jofre, chúpame las tetillas, YA.

Y el chico no se hizo rogar. Esos inflados pectorales lo excitaban. Tras superar los pelos que rodeaban las ostentosas aureolas, comenzó a lamerlas, para después tratar los pezones. Los bañaba en saliva y después los chupeteaba, o con los dedos los presionaba y los pinzaba con fuerza, lo que provocaba los gemidos de placer de David. No se cansaba de atacarlos una y otra vez.

-Para, joder, para. Me estás volviendo loco. Sácame la polla, va, que quiero follarte –ordenó el futbolista al tiempo que se desabrochaba los pantalones y dejaba ver un slip gris con un gran regalo dentro.

Jofre desenvolvió el paquete y apareció un bonito cimbrel. Grueso, moreno y caliente, culminaba en un generoso capuchón de color violáceo donde ya goteaba líquido preseminal. Jofre miró todo el conjunto y quedó embelesado por un momento. El rostro moreno de David era bonito, coronado con su cabello corto, cejas marcadas y ojos almendrados, todo de color negro azabache. Su figura atlética recordaba la de Dalmau, pero, excepto por su pecho macizo, no era rival para las formas divinas del capitán del equipo de fútbol. El pene, en consonancia con el aire altivo y canalla de David.

-Qué, ¿te gusta mi pollón? Ya es mayor de edad: tiene 18 centímetros... Atontado, ¿me la chupas o qué?

No se lo tuvo que repetir. Con cuidado destapó el glande y agitó el largo mango, sintiendo la consistencia del instrumento. Jofre lo rodeó con su mano y esa encantadora serpiente palpitaba, llena de vida. Su pulgar presionó el cabezón, del cual manaron gotas de líquido preseminal que escampó por su superficie, y después continuó recorriendo ese terreno, rozándolo con sus uñas, lo que excito sobremanera a David. No dejó de lado los contornos del cabezón, que acariciaba con detenimiento, sobre todo el frenillo, tensado al máximo. Desde arriba echó un lapo sobre ese cabezón violáceo que fue deslizándose por el glande, tronco abajo, hasta las bolas peludas y oscuras.

El cipote era grueso. No sería coser y cantar tragar ese badajo. Abrió la boca, y antes de que lo devorase, fue la polla de David quien se anticipó e irrumpió violentamente entre sus labios. Ante ese ataque inesperado, Jofre quiso apartar la cabeza, pero una mano fuerte en su nuca se lo impidió. David continuó introduciendo el mástil en la cavidad de Jofre, insensible a la mirada y al color amoratado que tomaba la cara de su colega. El chico no estaba preparado para el asalto de ese recio ariete. Le faltaba el aire, tenía arcadas, y aquel tronco parecía no tener fin. Pasados unos instantes, el ariete reculó unos centímetros, pero volvió a la carga poco después. A Jofre le dolía la boca y la garganta. Irritado ante las fuertes acometidas de David, quería parar ese ritmo infernal pero su verdugo continuaba el juego. Lo veía disfrutar, pero el futbolista ni se dignaba mirarle a los ojos, sólo pendiente del rico masaje bucal. El pene entraba y salía de su garganta a todo tren y Jofre ya no sabía cuánto tiempo llevaba con ese pilar carnoso perforando su interior. Le dolía, pero David no aflojaba el ritmo. Deseaba parar sus embestidas, pero sabía que quejarse no serviría de nada.  De repente notó que aquella maldita boa alojada en su garganta lanzaba un líquido cremoso que fluía hasta la cavidad bucal. Una vez más las manos de David le impidieron sacar la serpiente de su boca y tuvo que tragarse toda su leche. Después de limpiarle toda la verga, el follador satisfecho retiró el cipote y volvió a cobijarlo dentro de su slip.

-Te falta práctica, pero llegarás a ser un buen chupapollas. No lo dudes, bujarrón –dijo el chico mientras abría la puerta del retrete –Me ha gustado, y cuando algo me gusta, repito. Y  no te conviene para nada que me enfade. ¡Adéu!

Jofre vio alejarse a David con aire prepotente y despectivo. Ese desgraciado lo tenía cogido por los huevos. Al menos había conseguido silenciarlo, pero por cuánto tiempo. Lo importante es que Dalmau no se enterase. No quería ni imaginar su reacción si lo descubría. Se había metido en un buen berenjenal.

Después de salir de los lavabos, fue rápido a la clase para volver a poner el suspensorio de Oriol en la bolsa de deporte. Estaba tan alterado que no conseguía recordar de qué lugar exacto lo había sacado. ¿Estaba en los bolsillos exteriores o dentro de la toalla...? Revisando la bolsa, percibió algo extraño. En un bolsillo interior notó algo duro y compacto. Lo extrajo con precaución. Era una cajita de metal con la letra O grabada en su tapa. Dudó por un momento. El hurto del suspensorio ya había tenido consecuencias, tal vez fuera más prudente no descubrir el contenido de la caja.  Sin embargo, Jofre siempre había sido demasiado curioso. Era muy ligero. Debía contener algo muy pequeño. Lentamente la abrió: en su interior halló una pinza. ¿Para qué demonios, Oriol llevaba una pinza, y tan bien protegida? Decidió no hacer más conjeturas. Ya había demostrado con creces que era un detective Marlowe de pacotilla cuando sus estúpidas deducciones le habían llevado a considerar a Oriol un homófobo furibundo. Jofre estaba cansado, muy cansado. Lo de David y las insólitas exigencias de Gonzalo -que le habían sonado a amenazas- le abrumaban. Y Dalmau estaba lejos... Lo añoraba, pero sinceramente no creía que la situación mejorase cuando lo tuviese al lado.


El escenario del próximo capítulo se sitúa muy lejos del instituto, en el pueblo donde Dalmau y su familia se han reunido por el funeral de su tío abuelo. Gracias por vuestro apoyo y vuestras valoraciones. Llega el verano pero un servidor no hará vacaciones. Si no ocurre ningún percance, nuevos capítulos aparecerán también en julio y agosto.

Bones vacances !

7Legolas