Jofre, Dalmau y otros (8)

Oriol está hambriento. Borja, el pinche, le prepara un menú escolar para chuparse los dedos… y otras partes del cuerpo. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo VIII:   Nuevo menú escolar

Oriol era tan parlanchín como despistado, y una vez más su mala memoria le había jugado una mala pasada. Se había olvidado el bocadillo. Volvió a la clase, pero por más que revisó la mochila, el bocata de anchoas sólo existía en su imaginación. Y tenía un hambre atroz. A grandes males, grandes remedios. En el patio pediría a Núria o a Jofre –si éste finalmente le hacía más caso- que compartieran su desayuno con él. Desgraciadamente no pudo volver porque acababan de cerrar la puerta del pasillo. ¡Qué mala suerte, qué día tan horrible!  Su estómago parecía un agujero negro insondable que se quejaba sin disimulo. Sólo le quedaba una última esperanza: la cocina. Si estaba abierta, allí encontraría su salvación.

Un montacargas conectaba el área de cocina con esa parte del instituto. Generalmente no estaba operativo, pero aquel día el claustro de profesores celebraba el cumpleaños del subdirector con un desayuno opíparo. Oriol llegó hasta el ascensor, pero de nada le sirvió porque necesitaba una llave para activarlo. Se sentó en el suelo, maldiciendo su suerte, acompañado por el ruido de su tripa. A lo lejos, oía el bullicio de sus compañeros en los patios. Un día que su amigo Dalmau no estaba y él podía lucirse delante de todos, y se había quedado allí enclaustrado, siendo todo su público una mosca estúpida agobiante que no conseguía quitarse de encima. De repente el zumbido de la mosca fue vencido por un sonido mucho más prometedor. El carro metálico de la cocina se acercaba desde la sala de profesores. Borja, el camarero-pinche, de veinte años, moreno y desgarbado, con su uniforme impecable de color negro, llevaba el carro lleno de botellas y platos… ¡vacíos!

-¿Qué te pasa, Oriol? ¿Nuestro canguro hoy es un caracol, estirado en el suelo?-le preguntó, tocándose el pendiente de la oreja.

-No te burles. Estoy famélico. Me he dejado el bocata en casa. ¿Borja, no podrías darme algo? –preguntó examinando el contenido del carro.

-¿No conoces a los profesores? Son unos buitres. Rebañan los platos a conciencia. Pero no te preocupes. No lo he subido todo. Acompáñame. Abajo quedan bollos, chocolate a la taza, nata y helado.

Moltíssimes gràcies ! Me muero de hambre. No he comido desde ayer al mediodía. Por la noche tenía el estómago revuelto y ahora está más vacío que mi libreta de ahorros.

Llegados a la cocina, en el vestidor anexo el pinche se quitó el uniforme. Vestido sólo con shorts, camiseta de tirantes y gorro de plástico, le advirtió al invitado que debía cambiarse. La cocina estaba hecha un asco. Lo mejor era que desayunara a pecho desnudo, únicamente con slip y gorro. De otro modo, volvería a las clases con manchas de grasa por todos lados. Oriol no objetó nada, incluso se hubiese depilado a la cera si se lo hubiese pedido, centrada su única atención, como un autómata, en la mesa donde Borja iba preparando el desayuno.

Por una vez Oriol no llevaba la voz cantante. Estaba demasiado ocupado atiborrándose. Después de tres cruasanes, dos ensaimadas, una bolsa de melindros , tres tazas de chocolate con su correspondiente gruesa capa de nata y azúcar, estaba por fin satisfecho y de muy buen humor.

-¿Dónde pones todo lo que comes? Tragas el doble que yo y estás más delgado. Mejor dicho, estás hecho un figurín. Veo que os alimentamos requetebién. Levántate un momento, anda –le dijo el pinche.

Oriol, limpiándose los morros de chocolate, se puso de pie al lado de su colega. Borja le sacaba unos quince centímetros, pero el cuerpo de Oriol impactaba: fibrado, los músculos, aunque sin volumen, se le marcaban claramente, como dibujados con tiralíneas. El chico era atractivo, con esos ojillos vivaces, las mejillas pecosas y el cabello color avellana.

-Tío, estás fuerte. ¿O sólo lo parece? Déjame comprobarlo-le dijo, tocando sus abdominales. Palpaba sin prisa el vientre plano y la cintura. Sentía su firmeza, pero Oriol se apartó un poco para evitar el contacto.

-Me haces cosquillas-dijo riendo al tiempo que sus manos se introducían entre las axilas de Borja. –Y cuando me atacan, yo respondo.

Uno y otro se enzarzaron en una lucha donde el objetivo era cosquillear y no ser cosquilleado. Pronto acabaron en el suelo, riéndose los dos, y de las caricias pasaron a los roces por casi todo el cuerpo, cada vez más atrevidos. Al final Oriol pidió la paz y, tumbados uno al lado del otro, se miraban a los ojos dulcemente.

-¿Te has quedado con hambre? ¿Quieres algo más?

-Ya estoy muy lleno aunque me tientan las frutas que tengo a mi alcance –respondió Oriol colocando su mano muy cerca de los genitales de Borja.

-¿Sólo fruta? Espera, estás de suerte. Voy a preparate algo muy especial. No te muevas –le dijo el pinche, mientras se levantaba y entraba en la cámara frigorífica. Oriol estaba sorprendido. Obediente, cerró los ojos cuando Borja se lo pidió desde el frigorífico. Le gustaban las sorpresas y aquella prometía. Instantes después sus pezones se erizaron ante una inesperada fuente de frío. Algo cremoso había invadido su pecho y parte de eso se escapaba montaña abajo hacia su ombligo.

-Ya puedes abrirlos –le susurró su compañero. Miró sus tetillas que estaban sepultadas bajo dos bolas enormes de helado de nata i chocolate, coronadas con cerezas. Borja se había sacado toda la ropa y su lengua ansiosa no dejaba de humedecer sus labios.

-Hoy me tomaré el postre antes del almuerzo. Viéndote comer, me ha entrado hambre, mucha hambre –le comentó dando un primer lametón a una de las montañas nevadas y apoyando sus manos en los hombros de Oriol que acariciaba lenta y sensualmente. El joven camarero no era egoísta y después de unos cuantos bocados, llevó su boca al encuentro de la de su pequeño amigo para compartir la comida. Su lengua se introdujo en la boca extraña, con un pedazo de helado que Oriol degustó. Agradecido, cumplimentó a su invitado, juntando las dos lenguas que viajaban de una a otra boca de manera frenética y apasionada. Borja sólo abandonaba ese dulce diálogo para enterrar su cara en las frías cimas y volver con más alimento para nutrir a su pequeña cría.

Pronto llegó el deshielo a las montañas entre los voraces bocados de Borja y el ardor creciente de ambos cuerpos. Cuando el helado ya era historia, substituido por charcos dulces esparcidos por la cara y el torso de los dos chicos, Borja continuó su festín con los  pequeños pezones que reclamaban su atención, lamiéndolos primero devotamente y después chupándolos hasta casi morderlos. Su apetito era insaciable, avivado por los gemidos de Oriol y por la panorámica de ese cuerpecito adorable del cual aún quedaba tanta carne por paladear.

-Voy a buscar más helado para crear el postre más suculento de la historia –avisó a Oriol que, seguía recostado, recuperándose de sus últimos lametazos, y que optó por sacarse el slip, harto de sentirlo como una prisión para su carajo cada vez más empalmado. Borja tardó muy poco, provisto ahora de barras de helado, un bol lleno de nata, una lata de macedonia de fruta en almíbar y un botellín de caramelo líquido.

-Veo que has vaciado la despensa. ¿Aún tienes hambre?

-Sí, y me zamparé el mejor banana split de mi vida. Va, abre las piernas.

-No quiero. Paso de postre.

-¿Cómo? Pero antes me has dicho… ¿No te gusto? –le preguntó Borja, azorado.

-Paso de pringarme la picha y los huevos, a no ser que…

-¿Qué? ¡Suéltalo ya!

-A no ser que yo me coma lo mismo.

-¿Un 69 con dos bananas split ? Perfecto-dijo sonriendo Borja, que empezó a  embadurnar la polla y los cojones de su colega con nata, sobre la cual colocó dos cremosas bolas de helado, aderezadas con tropezones de fruta y un generoso chorro de caramelo que cubría el glande.  Su compañero también se puso rápidamente en faena. El taller de pastelería dio pronto sus frutos: dos postres tentadores a punto de caramelo.

Sin remilgos los dos chicos hicieron los honores a los dulces. Borja lamía el helado con fruición al tiempo que sus dedos jugaban traviesos con los cojones del colega. Sensaciones de frío, dulzura, suavidad y firmeza se agolpaban en su cabeza, pero no estaba confuso, se limitaba, sin más, a disfrutar de esa corriente de placer. Mientras tanto, la ávida boca de Oriol había alcanzado ya su primer objetivo. Sólo quedaba en pie una bola de helado y había limpiado de nata y fruta buena parte de la rica banana del camarero. Con el frío se había encogido, pero sabía cómo podía recuperar el tamaño anterior. Una mano se ocupó del tronco, pero concentró su actividad principal en el capullo cubierto de caramelo. La lengua pasaba y repasaba el glande, saboreando tanto el dulce líquido como la carne tierna y sabrosa que lo acompañaba. El aroma corporal del chico se combinaba ahora con los nuevos sabores, dándole un aire más dulzón. Se entretenía con el agujerito del glande, allí donde el caramelo parecía querer escapar de su ataque, introduciéndose en el pequeño orificio. Lo relamía y chupeteaba sin descanso. Finalmente, limpio como una patena, empezó a comérselo, pero pronto desistió, incapaz de controlar su boca ante los ataques de Borja a su culo.

Le encantaban al más alto los helados, pero ese era deliciosamente extraño: frío por fuera y caliente por dentro. A bocados había devorado las bolas de chocolate y fresa y también había dado buena cuenta de la nata del plátano. A diferencia de su amigo, dejó de lado el rico carámbano para perforar con su lengua vivaracha el orto cercano. No era extraño. El culo de Oriol era imponente: dos frutos redondos, firmes y de piel lisa se le ofrecían, y un regalo magnífico como ese no podía ser rechazado. Paradójicamente ser bajo aumentaba el atractivo del chico porque tanto su cipote como su culo parecían más grandes y macizos. Borja no se entretuvo en dilucidar las causas de la hermosura de aquellas nalgas y las chupó con ganas. Había catado unos cuantos culos de diferentes formas y tamaños, todos tenían algo que los hacía singulares. El de Oriol tenía los glúteos bastante separados, como gajos de fruta listos para ser engullidos. Con las manos entre los dos duros montículos, su lengua recorrió el camino que los separaba hasta la entrada tapiada de una gruta. Examinó el territorio: bastante pelado, sólo hierbajos de pelo castaño rodeaban el ojete. Sin prisa pero sin pausa se afanó en abrir la cavidad anal, combinando boca y manos. Finalmente consiguió su propósito y el esfínter fue superado. Aprovechando el boquete, la lengua valiente se internó sin miedo en las oscuridades rectales. Oriol se retorcía de placer y movía el culo de forma lasciva, como invitando a profundizar en el ataque.

-No te muevas. Voy a vestirme para la ocasión –farfulló el pinche, muy excitado, al levantarse. De su pantalón de uniforme sacó una goma que enfundó en el cilindro carnoso. El preservativo era apropiado: con sabor a melocotón.  Lo mojó con saliva y volvió con Oriol. Lo puso de costado, y sin dilación extrajo del bol un puñado de nata que aplicó al ano de su amigo, y empezó su trabajo, primero lamiendo otra vez la obertura, ahora con sabor lácteo, y después, aplicando los dedos para vencer la resistencia del agujero. Cuando juzgó que la obertura era suficiente, retiró los dedos para introducir la cabecita de su juguete.

-¿Estás preparado para tomar el banana split que has pedido? –le preguntó Borja, colocándose también de costado.

-Sí, pero no quiero atragantarme. Mete la banana con cuidado, por favor.

-No sufras. La clientela es sagrada. No tendrás queja del servicio.

El capuchón se adentró en el culo de su amigo. Oriol sentía como una estaca  iba invadiendo poco a poco su interior, y secretamente estaba contento que su amigo no tuviera una gran verga. Aún así, le dolía un poco y agradecía la delicadeza con que Borja le penetraba. Sudaba a mares y su amigo le acariciaba el torso y los brazos,  le besaba el cuello y le mordisqueaba el lóbulo de la oreja más próxima, cosa que lo ponía taquicárdico. Cuando sintió los pelos del escroto en su culo, supo que ya había llegado a su destino, y ahora, superada la fase de perforación, llegaba la de extracción por bombeo. Borja extrajo a medias su tranca para volverla a introducir después. Empezó un mete saca suave que paulatinamente fue adquiriendo un ritmo más rápido. La verga presionaba las paredes rectales, y el dolor inicial se transformó en sensación de placer. Oriol, con la respiración entrecortada y jadeante, empezó a pajearse mientras su cuerpo seguía el movimiento de vaivén impulsado por el camarero. No podía hablar. Todo él estaba dedicado a intensificar el ardor y el goce de su cuerpo. A pesar de los gemidos del colegial, Borja no renunció al bombeo. Al contrario, intensificó con más brío la pegada de su polla al tiempo que sus manos no permanecían ociosas. Frotaban el cuello, le magreaban y arañaban el pecho sin descanso. Tenía claro que pronto conseguirían los dos el preciado líquido. Parecían un animal con dos cuerpos, entregados al desenfreno. Los gritos de placer anunciaron las corridas. Oriol fue el primero que expulsó su magma blanco y caliente entre los restos del desayuno. Borja no sacó su palanca. Se agarró con fuerza a su amante cuando empezó a eyacular. Cerró los ojos para disfrutar al máximo de ese flujo de placer. Uno y otro permanecieron tumbados durante unos minutos, manteniéndose unidos, recuperando fuerzas.

-Una pasada, noi .

-Lo mismo digo. Tengo el culo dolorido pero satisfecho... Un desayuno de narices. Eres un anfitrión espléndido. A ver cuándo lo repetimos –le respondió Oriol dándole un beso. Aceptando la invitación de Borja, entró en el cuarto de baño cercano al vestidor, donde había una ducha. Tenía poco tiempo, pero al menos no le hacía falta lavarse la cabeza. El cabello continuaba protegido por el ridículo gorro de plástico. Poco después se despidió de Borja con un fuerte abrazo y un prolongado beso.

Salió del ascensor cuando sonó el timbre que anunciaba el final del recreo. Los chicos volvían a las clases. Miró un momento desde la ventana del pasillo. Descubrió a Jofre que estaba hablando con Núria, a solas, en un rincón. Por un momento se preocupó, pero después lo desestimó. Núria no le revelaría a nadie el secreto que compartían. Se lo había prometido. Ese Jofre era desconcertante. Hasta el día de la playa disfrutaba de sus paridas. Pensaba que le gustaba porque en el partido de rugby le había tocado el culo varias veces, pero en el tren estaba taciturno y muy poco receptivo. ¿Era un reprimido? No lo sabía, pero tampoco gastaría energías para resolver el enigma. Ya tenía bastante con sus todas sus historias; además ahora vivía un momento feliz. Estaba eufórico después de un polvo de campeonato. ¡Paso a Oriol, el master del universo!


En el siguiente episodio Jofre vivirá su día más amargo en el instituto y con Dalmau muy lejos. Me repito, lo sé, pero debo agradeceros vuestros comentarios y valoraciones. De hecho, vosotros sois la gasolina de mi relato. Sin vuestra participación, el coche hace tiempo que se hubiera parado y, si la inspiración y el tiempo libre no me falla, hay viaje para rato. Aprovecho también para desear suerte a todos los universitarios en época de exámenes.

Cordialment ,

7Legolas