Jofre, Dalmau y otros (7)

Dalmau, el atleta rubio del instituto, quiere comprarse un bañador. Su amigo Jofre y el comercial le asesoran con gusto en los probadores. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo VII:  Tres bañadores

Había llegado más pronto que de costumbre y aguardaba en clase angustiado. Jofre temía la reacción de Dalmau después de la felación de ayer. Pasados los ardores playeros, ¿se arrepentiría de lo que había hecho? Podía no ir a clase, pero más tarde  o más temprano se lo encontraría y mejor encararlo ya, aunque el premio fuera un ojo morado. Dalmau llegó, insultantemente guapo, vestido con un polo granate de manga corta de donde salían dos brazos musculosos que ahora le daban miedo. Como siempre, se sentó a su lado y le saludó. Jofre casi no le miró, sólo le respondió con un hola apagado.

-¿Y eso? ¿Te pasa algo?

-No, nada. Es que aún estoy un poco dormido.

-Pues despierta, noi, Si tú no te enteras, yo me hundo. Me juego estar en el equipo-le respondió, poniendo la mano en su hombro, enérgica pero no violentamente.

Durante la mañana Dalmau no habló de la playa, y Jofre preferió no sacar el tema aunque lo recordaba perfectamente, sobre todo la polla y el resto del cuerpo divino de su compañero. Ojalá existiese una ley que obligara a los tíos cañón a ir siempre semidesnudos para deleite del resto. Jofre no dejaba de mirarlo. Era como el vino, mejoraba con los días: melena rubia, ojos azules, labios bien perfilados…

No se acercó a Oriol, prefirió charlar con Núria, Pep y Gabriel. Notó que los dos últimos estaban muy acaramelados. Cuando llegó la señora Selva, la profesora de filosofia, una mujer de veintimuchos bastante guapa, Dalmau le dijo a Jofre:

-Después, de camino a casa, iré a la tienda de deportes. Te haré caso: me compraré un bañador corto.

-Ah, vale. ¿Dónde quedamos después?

-No, quiero que vengas conmigo. Me ayudarás a escogerlo –le dijo, guiñándole el ojo.

Desde entonces, Jofre no conseguía concentrarse en la lección. Oía hablar a la profesora, pero no entendía sus palabras. Estaba ocupado pensando en el bombón que tenía tan cerca y que se desnudaría muy pronto sólo para él. Su verga parecía un misil.

-¡Y cómo está la pava! Ahora mismo me la cepillaría…  Ah, por lo que veo también te gusta la asignatura –le dijo Dalmau sonriendo y  magreándole la entrepierna. -Mira como la tengo yo.

Dalmau, nervioso y excitado por los toques de su amigo, se fijó en el paquetazo. Casi se muerde la lengua. El adonis se había bajado la cremallera y tenía el pulgar dentro del bóxer, frotándose el glande.

-¡Trae la mano!- dijo Dalmau mientras colocaba la de su amigo sobre su calzoncillo. –Aquí estará mucho mejor...

Jofre sentía que muy pronto sería incapaz de controlarse con la tranca del adonis bajo su mano. Estaba bloqueado. No podía ser real. Aquello no le podía estar pasando en clase.

-Va, noi, no seas tímido. Meneámela. Así podré imaginarme que es la macizorra que me está pajeando

El comentario le cabreó, y, mosqueado, Jofre golpeó los huevos de su compañero y rápidamente protegió los suyos.

-Si quieres otra “ayudita”, no tienes más que decírmelo.

Dalmau, repuesto del dolor, no le atizó. Sólo le advirtió con voz contundente: -No vuelvas a hacerlo, noi, y no te pases de listo. A otro ya le hubiera roto las pelotas.

Las clases siguieron sin más incidentes. Cuando salían del instituto, Oriol se les acercó.

-Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña-les dijo con una sonrisa.-Ayer me salvasteis la vida.

-No tiene importancia. Lástima no haber cazado a ese cabrón –le respondió Dalmau.

-Algún día lo pagará. A cada cerdo le llega su San Martín –intervino Jofre.

-Piiip, Piiip, Piiip…

-Es mi móvil. ¿A ver? Me llama mi padre. Perdonadme, un momento –dijo el rubiales, mientras se alejaba un poco para mitigar el ruido de los coches.

-¿Te encuentras bien, Oriol?-le preguntó Jofre sin demasiado entusiasmo.

-Sí, perfectamente. Ayer fue un día estupendo a pesar del robo. Me lo pasé genial. Bueno, en la colina me sentí una mierda… Gracias por tus ánimos. Siempre estás liado con lo de clase. Sal algún viernes a  tomar unas birras. Dalmau ahora no puede, pero David y yo siempre estamos a punto.

-Lo pensaré.

Nois ! Mañana no iré al instituto. –les dijo Dalmau- Se ha muerto mi tío abuelo, y mañana tengo funeral. Lejos, en Prada de Conflent.

-¿Quieres que dejemos el repaso para otro día?–le preguntó Jofre.

-No, hombre, no. Apenas lo conocía. Lo habré visto tres o cuatro veces como máximo.

-Realmente tienes que ser un maestro alucinante. Nunca me habría imaginado que este cachas quisiera hacer alguna clase ¿Qué le das, Jofre, qué le das? –dijo Oriol, echándose a reír.

-Va, menos bromas y más movimiento. ¡Adéu, Oriol! –dijo Dalmau, cordialmente.

Se despidieron y  los compañeros de pupitre se encaminaron hacia la tienda de deportes, pero delante de la entrada el empollón se detuvo.

-Si no tienes ganas, no entramos –insistió Jofre.

-No seas plasta. Ya te he dicho que estoy bien. Además, no quiero que me taladres más con lo del bañador. Voy a comprarme uno nuevo, y punto.

El local era grande. La sección de baño estaba en la planta superior. Les atendió un dependiente de un cuarto de siglo, más o menos. Trajeado y con corbata, era bastante flaco y la americana le iba grande. Muy amable, les enseñó los diferentes modelos, y Dalmau se llevó tres para probárselos.

-¿Has visto como me miraba? Ese tío no me quitaba los ojos de encima. Seguro que pierde aceite.

-Sí, seguro. Todo el mundo se pirra por tus huesos. Te lo tienes un poco creído, ¿no?

-¡Qué sabrás tú! Claro, a ti ninguna te hace caso, y te crees que eso es lo normal. En cambio yo tengo…

-¡Tararí, tararí, ya llegó el chulito del barrio!–le interrumpió Jofre.

-No chuleo, pero basta de charlas. Anda, pasa.

Abrió la puerta de la zona de probadores: un pasillo con cuatro habitáculos cuyo acceso estaba protegido por cortinajes azules. Dalmau ocupó el vestidor más cercano y Jofre se esperó fuera.

  • Empiezo por el short negro. Tardo un minuto.

Poco después salió con el bañador, mostrando un notable paquete. No se había quitado el polo. Incluso así su imagen era muy sexy con el tejido de lycra negro entre sus fuertes piernas dignas de figurar en una exposición.

-¿Cómo lo ves?

-Te queda muy bien aunque…–comentó Jofre casi incapaz de reprimir su entusiasmo. Lucía un tipazo escultural.

-¿Aunque, qué?

-No sé… Un poco largo. Quizás le sobran unos centímetros Las pibas fliparían más con  uno tipo eslip, de esos de competición...

-¡Tú y los centímetros! Me tienes un poco harto. Voy a ponerme el Turbo. Así no te aburrirás. Tendrás algo para entretenerte.

Salió de la cabina, ahora con el paquetazo enfundado en un bañador sin perneras y estampado con viñetas de cómic. A Jofre siempre la había gustado leer, pero ahora había descubierto la manera de enganchar a sus colegas en la lectura. Con un cuerpazo así, todos se leerían la historia de cabo a rabo, y nunca mejor dicho.

-¿Y ahora qué? Este ya tiene pocos centímetros –dijo Dalmau ajustándose el bañador y mirando los cortos laterales del bañador.

-Hombre, lo normal sería mirártelo como lo llevarás en la piscina. ¿O te darás un baño con la camiseta para no coger frío?

-¡Qué gracioso!-respondió Dalmau mientras se quitaba el polo. – ¿Y ahora?

Jofre no podía responder. Delante se alzaba una figura imponente. La piel bronceada, esos ojos azules, nada fríos, entre la nariz griega y sus delicadas orejas, con esa melena trigueña que le llegaba a los hombros… Sus vigorosos pectorales redondos con marcados pezones de color vino, los abdominales muy definidos, la cintura estrecha, los brazos y piernas, por fin todo a la vista, armónicos en su fuerte musculatura… El breve bañador abultado acentuaba el encanto de esa obra digna de un artista magistral.

-¿ Noi, estás alelado o qué?

-No, perdona, estaba distraído… Date la vuelta, por favor.

Dalmau, con desgana se giró. La nueva estampa no deslucía la anterior. Las anchas espaldas, con músculos que ni tan siquiera sabía que existían, se estrechaban a lo largo de su cuerpo hasta la cintura donde nacían dos glúteos soberbios por su tamaño y redondez que el tejido elástico exhibía más que ocultaba.

-Te queda de vicio. Arrasarás.

Dalmau, complacido, se tocó sin disimulo la entrepierna, y le dijo con su mirada más canalla: -Después del trabajo, viene la diversión… Estar aquí, casi en cueros, me excita. Mi hermanito está engordando por momentos, ¿lo ves?

El apolo se bajó el cómic para dejar salir la zanahoria y los huevos que enseñó sin ningún rubor. –Va, noi , acércate a mi carajo. Yo no puedo, ya lo sabes. Y además tú eres un maestro.

-Aquí, no. Vamos a la cabina –le dijo Jofre, mirando con preocupación la puerta de acceso a los probadores.

-Muy bien, pero tu guías a mi hermanito –señaló el guaperas, llevando la mano de su compañero al grueso cilindro. Jofre tenía que estirar del aparato para que Dalmau caminase. Era una imagen graciosa: un chico propulsaba a otro a través de su pene.

Dentro del compartimento, el chico más bajo, empezó a jugar con ese delicioso regalo. Manoseaba las pelotas del adonis con deseo, como siempre las sentía duras bajo el escroto. Eran más grandes que las suyas, por lo que no le extrañaba la cantidad de esperma que expulsaban. Después subió hacia el tronco firme. Era un carajo impresionante, largo, grueso y duro. Le encantaba sentir las venas y recorrerlas con sus dedos, pero lo que adoraba era el glande, ese capuchón rosado y lustroso que coronaba el edificio y que atraía a su boca y sus dedos como un imán. Con la boca semiabierta, la saliva se escapaba hasta el cipote del apolo. Como en trance, sus dedos esparcían la baba por todo el capullo, tocando con deleite cada centímetro de ese cuerpo esponjoso que difundía un olor intenso y viril. Miró a su titán, que estaba frotándose con pasión sus pectorales macizos, agarrando con fuerza sus sensibles pezones, mientras ladeaba la cabeza, esclavo del deseo.

- Noi, por lo que más quieras, chupámela. Va.

-No –respondió Jofre, aunque su cuello se acercó a esa mazorca alucinante. De repente se oyó el sonido de la puerta del pasillo. La puerta se abrió a medias. Dos hombres estaban hablando.

-Seguro que es el empleado. Te espero fuera –dijo nervioso Jofre, incorporándose.

-No me dejes así. Estoy que no me aguanto.

-Nos vemos. Hasta luego.

-Pues no me voy a quedar en ayunas. Si no me la comes tú, se la zampará él.

-No tienes huevos.

-¿Que no? Pasa a la otra cabina. Calla, mira y aprende.

El chico de la tienda, después de hablar con otro cliente, entró en el pasillo.

-Ah, ¡hola! Estoy aquí –dijo Dalmau, sacando su rostro por la cortina del compartimento. Ahora mismo acabo. Me pruebo el último y salgo.

  • No se preocupe. ¿Y su amigo?

-Tenía prisa. Quería que me ayudara a escoger el bañador, y ha pasado de mí.

-Los tres modelos que ha elegido son de primeras marcas. No tendrá queja, ya verá.

-Disculpe, podría darme su punto de vista profesional sobre el último. Querría tener una segunda opinión.

-Sí, como no.

El vendedor entró en la cabina y se quedó boquiabierto. El joven cliente tenía un cuerpo de infarto. Desde el primer momento que lo vio, tuvo la certeza que estaba bueno, pero ni en sueños se hubiera imaginado un cuerpazo tan hermoso.

-Le va perfecto.

-¿Sí? No sé si me convence… Este bañador me da cierto reparo.

-¿Por qué motivo?

Dalmau se volvió para enseñar su espalda. El bañador, aparentemente igual que los de competición, sólo conservaba en su parte trasera la franja de la cintura y su culo aparecía contundente, sin otro obstáculo que la fina tira que separaba sus dos nalgas perfectas. El dependiente se quedó de piedra. Dos grandes melones prominentes y altivos, sin pelo ni lunar alguno le saludaban, hipnóticos con profundos hoyuelos en los costados, mágicamente trazados para aumentar el deseo.

-Además, ¿no cree que me va muy apretado? –le dijo Dalmau, volviéndose otra vez, tocándose la bragueta. Después le miró a los ojos directamente.

Al dependiente le costaba hablar. No podía apartar la mirada del bultazo que  marcaba el tanga. Nunca había tenido tan cerca una maravilla como esa.

-No…,no, está muy bien….Es ideal –respondió al fin sin separar la vista del bañador.

-Quizás la vista le engaña. Por favor, tóquelo. ¿No va muy ceñido?-insistió Dalmau, con voz seductora y acercando su entrepierna al dependiente.

El hombre no apartó su mano. Palpó el tejido de lycra, sintiendo lógicamente la gruesa tranca del muchacho que amenazaba con escapar de su prisión.

-Acerque la cara. Así lo verá mejor –le dijo el adonis mientras acompañaba la cabeza del comercial hasta su entrepierna. –Ahora siento mucho calor aquí. ¿Se le ocurre algo para refrescarlo?

El empleado, ansioso, sacó la lengua para lamer el tanga, primero tímidamente, pero muy pronto lo chupaba desesperadamente, como un bebé la teta.

-Buen sistema. Sin la lycra lo disfrutaremos más –dijo Dalmau, sacándose el bañador con rapidez y colocando el grueso carajo en los labios del vendedor, que aprovechó para besar el glande y lamer todo el capullo con fruición. Le gustaba lo que tenía entre manos porque no cesaba ni un instante de repartir saliva por todo el cimbrel, desde la cabeza hasta los ricos cojones. Después de acariciarlos insistentemente se los introdujo en la boca, paladeando aquellas pelotas de golf imponentes. Sus manos frotaban dulcemente toda la zona genital, atravesando el pequeño bosque de pelo rubio que crecía enmarañado en la base de su pene, y subiendo por las marcadas curvas entre la cintura y las ingles. En ese estrecho pero duro talle ancló sus manos cuando su boca empezó a tragar el colosal cipote.

Dalmau estaba gozando de las atenciones del vendedor, que cumplía a rajatabla las normas de la empresa que exigían la satisfacción plena del cliente. El rubio atleta disfrutaba de las mil atenciones sobre sus genitales, y él mismo contribuía a aumentar todavía más su excitación, magreándose el cuello, el pecho y el vientre durísimos. Las manos hábiles conocían perfectamente su cuerpo y sus muchos puntos de placer. Sudaban a raudales él y el vendedor, que cesó un momento en sus labores amatorias para sacarse la americana y aflojarse el nudo de la corbata.  Volvió a devorar vorazmente el recio embutido. Lo introducía y lo sacaba de su boca sin parar, lo cubría de besos y lengüetazos. No podía dejar de adorar ese mágico falo, de proporciones y gusto divinos. Finalmente, el deportista eyaculó su densa crema, entre gritos de placer.

-Tienes un pollón alucinante, y conozco el sitio ideal para que lo uses –le dijo el dependiente dándose la vuelta y bajándose los pantalones de pinzas y el short. Se puso a cuatro patas, esperando recibir la suculenta manguera que había catado.

-Nunca lo he probado con un tío. Sólo una piba me ha dejado metérsela.

-Te encantará- aseguró el vendedor-. Pon la polla y no te arrepentirás.

-No creo. Paso, pero te daré un premio.

Aquello era de maricones. Dalmau no le metería la tranca pero jugaría con ese culo flaco y huesudo. El vendedor le había dado un buen servicio y su propina sería generosa. Palpó las nalgas minuciosamente. La piel era más firme que la de las chicas. Sin prisa exploraba la superficie tersa y blanca, magreándola sin reparo. Introdujo su mano por la raja interglútea, descendiendo hasta la abertura cerrada del ano. Se llevó dos dedos a la boca para cargarlos de saliva, y volvió al ojete clausurado. Pacientemente y con suaves movimientos circulares, los dedos ensalivados empezaron a distender el músculo que daba acceso a la cavidad anal. Pronto una falange invadió el nuevo territorio, al que siguió después el dedo entero, que entraba y salía sin descanso. El tío de la tienda disfrutaba del masaje anal. Los gemidos eran cada vez más fuertes y su mismo cuerpo seguía el vaivén de aquel dedo mágico que generaba olas de placer. Ese dedo fustigaba cada vez con más ardor el esfínter e intensificaba su ataque, satisfecho de los bramidos del comercial. Con pericia consiguió colocar un segundo dedo dentro del ano y con fuerza profundizó en la conquista del territorio enemigo. Sus dedos no cejaban en su ritmo endiablado. Sólo  lo ralentizaban para acariciar y presionar las paredes internas del culo, lo que aumentaba aún más la excitación del empleado. Con la mano libre Dalmau quiso acariciar la picha fina del chico, pero las dos manos del comercial ya estaban tocando la zambomba con un tiempo allegro molto vivace, acompasado con la penetración digital de su ano. Los dedos del atleta eran incansables. El deportista tenía conocimientos muy limitados de la cavidad que estaba explorando, pero su ardor era extraordinario. Finalmente tocó una zona que al comercial le llevó al cielo.

  • Ah, por fin lo encontré. Eso debe ser la próstata,¿no?-dijo satisfecho Dalmau que, sin esperar respuesta, se aplicó en frotar ese órgano.

El dependiente no tardó en correrse ante el masaje prostático. No podía soportar tanto placer y después de la lluvia de semen retiró el culo de aquellos dedos hiperactivos. El comercial se recuperaba del esfuerzo, aún a cuatro patas sobre la moqueta, cuando Dalmau giró un momento su cabeza para mirar, orgulloso, a Jofre que, encaramado sobre el taburete de la cabina contigua no se había perdido detalle. Estaba alucinado.

-Me compraré los tres. El tanga me lo llevo puesto.


El próximo capítulo tendrá que ver con los helados. Una vez más quiero agradeceros vuestras valoraciones y comentarios, a los que doy importancia. Aprovecho también la oportunidad para responder a las demandas de una mayor rapidez en la aparición de los episodios. Lo siento pero la periodicidad no cambiará por tres motivos. Primero, porque lógicamente no me dedico a esto y no tengo tanto tiempo libre como desearía. Segundo, porque mi lengua habitual, tanto oral como escrita, no es el español sino el catalán, y aunque no me es ningún esfuerzo escribir en castellano, siempre procuro pulir el texto, intentando evitar catalanadas. Finalmente, porque en una época donde se impone el valor de la inmediatez, yo reivindico el valor del saber esperar, aunque sólo sea para recibir un relato que no tiene gran valor. Muchas gracias por vuestra comprensión. A reveure!

7Legolas