Jofre, Dalmau y otros (6)

Sigue el domingo de playa del grupo de Dalmau. A veces las cosas se tuercen... Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo VI:  El rugby y el "robo"

Después del ejercicio bucal, Jofre  estaba satisfecho. Decidió tumbarse un rato en la arena. Quería leer un poco, pero la proximidad de los chicos se lo impedía. Se puso las gafas de sol y se dedicó a contemplar sin tapujos los cuerpos apolíneos de Oriol, que jugaba a palas con Ester, y de Dalmau, el adonis rubio que tenía la boca pegada a la dichosa Blanca y las manos concentradas en masajear sus turgentes tetas. Con el sol le entró sueño, se colocó ladeado su sombrero tirolés de la suerte, y pegó una cabezadita, soñando con una playa sólo para hombres donde él era el invitado estrella. Pasada una media hora, le despertó la voz grave de Dalmau, que los convocaba.

-Estamos muy apalancados. Vamos a jugar un partido de rugby para desentumecer los músculos. Somos pares, perfecto.

-¿Hoy no podríamos ser las chicas las que escogiéramos los equipos? Seguro que así, al menos por una vez, estarían más equilibrados –dijo Blanca, incisiva.

Ella y Ester serían las capitanas, pero Blanca le ganó la partida a su amiga. Su grupo era notoriamente superior al otro, con Oriol y sobre todo Dalmau. De todos modos, el equipo de Ester no se achicó y plantó cara. Carles tenía brazos y piernas enormes, y estaba muy fuerte. Podía placar a sus oponentes, pero además de fuerza necesitaba rapidez para conseguirlo, y los rivales corrían como liebres. Jofre era el velocista de su grupo, pero no conseguía superar los marcajes del bellezón rubio. Por su lado, Blanca competía como una leona y se aprovechaba de su diferencia. Los chicos no se atrevían a pararla con la contundencia que acostumbraban contra los de su mismo sexo.

Jofre se lo pasaba en grande. Disfrutaba del juego y del espectáculo. Delante tenía tres tíos de primera, aunque prefería los cuerpos de Oriol y Dalmau; el de Carles parecía un armario grande, macizo y pesado. En cambio, ver correr al colega rubio era poesía en movimiento, donde potencia y gracia se combinaban a la perfección. Además, el partido le permitía un contacto físico con sus colegas que en otra situación hubiera resultado extraño. Parar a los contrarios, agarrarlos, o, al revés, sentir la fuerza de los chicos cuando le disputaban la pelota o le tiraban al suelo provocaba en él nuevas sensaciones y aumentaba la atracción que sentía por ambos. Alguna vez Oriol no había conseguido evitar su embestida y los dos acababan estirados, formando un ovillo y riéndose. Jofre se quedaba en el suelo con su compañero tanto como podía, admirando su figura, sólo cubierta por el bañador, y sintiendo el calor de su cuerpo y alguna vez la dureza de su culo. En una caída con Oriol, introdujo los dedos por debajo del eslip y, de manera aparentemente accidental, rozó su aparato.

De todas maneras, Dalmau era la figura del partido. Entusiasmaba verlo avanzar con seguridad aplastante, driblar magistralmente a sus oponentes, marcar un ensayo y recibir las felicitaciones de todos, con su sonrisa de anuncio de dentífrico. En los lances del juego se produjo algún pequeño accidente, como la rotura del Speedo de Oriol. Carles, intentando pararlo, le había agarrado del cordón del bañador y prácticamente se lo había sacado entero. La víctima, rápida de reflejos, aguantó su taparrabos antes de que le cayera al suelo, aunque por unos momentos parte del culo estuvo al aire. Aquello fue un fogonazo en la entrepierna de Jofre. Una nalga redonda y dura, de piel tersa y firme, le había saludado. Distraído aún con la mágica visión, sufrió el segundo percance del partido. En la siguiente jugada, Dalmau, avanzando con el balón, le dio un codazo involuntario en la cara. Jofre vio las estrellas y su agresor se detuvo para interesarse por él. Se arrodilló a su lado, le miró primero preocupado y después le atendió con infinita dulzura. Le dolía el mentón, pero lo daba por bien empleado, viendo como los dedos y los ojos de su adonis se centraban en él. Al final se levantó, ayudado por el efebo, que le revolvió el cabello cariñosamente y le dio un beso  en la mejilla. Esa mejilla Jofre no se la lavaría nunca más. Volvió su mirada hacia su agresor/sanador y éste le hizo un guiño. Era sublime la estampa de su ángel protector, tan atlético e increíblemente hermoso.

Después de comer, los chicos se tumbaron sobre la arena para aprovechar los últimos rayos de sol. Oriol estaba en un extremo de la hilera de toallas al lado de Jofre que dormitaba. Antes le había avisado que aprovecharía el rato de siesta para dar un paseo, quizás visitaría el pueblo y la Vila Closa , su antiguo recinto amurallado. En realidad, el chico tenía otros propósitos. Después de comprobar que Jofre estaba en brazos de Morfeo, se alejó en dirección al pueblo, pero no cruzó la vía del tren. En realidad se internó por las colinas de matorrales que dominaban la costa y se paró, en un lugar donde no podía ser visto desde la playa. Era un paraje solitario, ideal para su objetivo.

De pie, sintiendo la cálida caricia del sol, palpó la entrepierna de las bermudas. Se sacó la picha, aún cubriendo el prepucio buena parte del glande. Necesitaba una paja como el aire que respiraba. Hacía horas que su cuerpo se lo exigía. La playa, el sol brillante, los cuerpos semidesnudos, todo le excitaba. Se quitó la camiseta blanca y se bajó bermudas y eslip hasta medio muslo para poder jugar con sus genitales a placer.  Sus manos emprendieron un viaje al edén. Una se ocupaba de la verga mientras la otra recorría sensualmente todo su cuerpo, desde el cabello hasta los fuertes muslos, dedicando  una atención especial a sus tetillas. Era una pasada magrearlas y ocuparse de los pezones, estimulándolos con las yemas humedecidas con suaves  movimientos rotatorios y después presionándolos y estirándolos enérgicamente para recibir descargas de placer. El trayecto no acababa en el pecho, seguía con caricias en los hombros, los brazos cortos y los abdominales.

La otra mano no permanecía ociosa. Había despertado su pajarito que crecía con rapidez. Pronto sería un pajarraco. Acariciaba esa ave tan familiar, con sus venitas azules, que conocía y adoraba milímetro a milímetro. Era un gusto rodear con su mano ese mágico cipote y tocarlo y retocarlo. Nunca se cansaría de jugar con su tranca.

-¿Quieres que tu ayude?-dijo una voz a su lado.

Oriol se sobresaltó y ocultó sus genitales con las manos. Un hombre de treinta años largos lo estaba mirando. Bigote corto, gafas de diseño y bastante corpulento.

-No, no tengas miedo. No quiero hacerte daño. Al contrario, quiero darte placer. Tienes un cuerpo bonito y una tranca de miedo. Va… Dile que sí al tío Mateu.

El chico asintió con temor y la mano del hombre acarició su pajarito.

-Tan suave como esperaba. ¿Me dejas probarla, a ver si es tan dulce como creo?

Sin esperar respuesta, su lengua saludó la roja cabeza, lamiendo su ojito y allí empezó un itinerario por todo el vergajo, repartiendo lengüetazos a diestro y siniestro, y acariciando su escroto.

-Es perfecta. Me encanta chuparla. Me pone cachondo. ¿Lo ves? –dijo Mateu, bajándose la cremallera y enseñando otro cipote a medio trempar. ¿Por qué no le das un besito?

Él hombrón forzó a Oriol a bajar la cabeza hasta su pene, y allí le obligó a abrir la boca para comérselo. El chico estaba molesto y nervioso. Ese tío lo manejaba como un muñeco. No tenía ningún problema en tragarse pollas, y menos tan pequeñas como la de Mateu, pero le mosqueaba como lo estaba tratando. Poco podía hacer. El hombre era mucho más grande que él. Después tuvo que estirarse en el suelo junto al bigotudo, y empezaron un 69. A pesar de su disgusto, Oriol disfrutaba de la lengua y los dedos de su compañero. Era un maestro estimulando su cimbrel. Amasaba su verga y los huevos, chorreantes de baba, y después se los comía con glotonería. Sus dedos iban más allá de sus bolas, frotando el perineo y llegando hasta el tercer ojo de Oriol. Estaba cerrado, pero las yemas sabían el truco para abrir esa puerta: antes la suavidad que la violencia. De mala gana el chico se tragaba el aparato del bigotes, pero de manera creciente sentía como su pájaro estaba cada vez más maduro y pronto aprendería a volar. La excitación aumentaba y las caricias en el ano, una de sus zonas más erógenas, le llevaba al delirio. Pronto tuvo que sacarse  la salchichita de su boca, incapaz de contener por más tiempo los gritos de placer. Instantes después su águila blanca había volado, dejando un rastro de plumas de leche. Cuando se recuperó quiso seguir con la mamada, pero Mateu se lo impidió. Le hizo levantarse.

-Vamos a seguir la fiesta de otra manera. Ponte de espaldas.

Oriol se giró y Mateu pudo extasiarse en la contemplación de su culazo. Divino. Dos maduros melones separados por un canal le saludaban. Los acarició y pudo comprobar que estaban duros, y se mordió el labio intentando mitigar su excitación.

  • Me merezco un buen premio: Voy a ocuparme de tu culo. Mi polla está ansiosa.

-Tranquilo, ¿eh? ¿Tienes algún lubricante?

-No, y voy a hacerlo a pelo.

-¿Cómo “a pelo”?

-Sí, sin plástico. Así da más gusto.

-Para, suelta. No quiero.

-Cálmate, chico. No te pongas nervioso…

-No. ¡Déjame ya!.

Mateu apretó con fuerza el cuello de su amigo y cogió uno de sus brazos y se lo llevó a la espalda, aprisionándolo.

-No me jodas, imbécil. ¿Qué te has creído? ¡Niñato de mierda! Eres un calientabraguetas, y te juro que no te irás de rositas... Puedes escoger: ¿Tu culo o tu brazo? Tú mismo…

-Vale, vale… Tú ganas, pero déjame que me quite la ropa.

Oriol se sacó las bermudas que tenía a medio muslo, pero los eslips no se los quitó. Los subió hasta tapar el culo, y entonces empezó el espectáculo. Con parsimonia bajó su espalda, con lo que sus glúteos imponentes dominaban el escenario. Entonces, con tranquilidad fue retirando el blanco eslip que cubría esos maravillosos dones que la naturaleza le había brindado. Poco a poco la hermosura de esas redondas y firmes nalgas tan bien diseñadas se ofrecían a Mateu como un trofeo. El hombre estaba alelado. Era un prodigio y podía extasiarse con el pequeño agujero, rodeado de pelitos castaños, que cerraba el paraíso anal que violaría en pocos minutos. El eslip descendió por sus piernas musculosas y al llegar el suelo, el chico lo recogió, volviendo la cabeza lascivamente.

-¿Satisfecho? ¿Te ha gustado? –le preguntó Oriol, mirándolo lascivamente.

-Mucho –respondió con un hilo de voz, incapaz de apartar la vista de ese culo adorable.

-¿Y  ESTO?

De repente el chico se había girado para dar una fortísima patada en el vientre de Mateu que le hizo caer al suelo, muerto de dolor. Oriol, sin perder tiempo, recogió la ropa y salió corriendo, hecho un manojo de nervios. No se atrevió a volver sobre sus pasos porque tenía que saltar sobre Mateu y si lo agarraba, seguro que lo dejaría medio muerto. Se fue hacia el otro lado, siguiendo el sendero. Iba a todo gas. Una bonita estampa: muchacho joven, castaño, de tetillas rosadas, con piernas y culo soberbios, subía por la ladera en bolas. Se paró un momento para tratar de ponerse pantalón y camiseta. El calzoncillo lo guardó en el bolsillo de las bermudas. Rápidamente volvió a la carrera. Desgraciadamente, Mateu se había levantado y lo perseguía furioso. Oriol no sabía qué hacer. Sólo corría y corría. Cerca había una arboleda. Probablemente allí podría darle esquinazo. Tras el recodo, Oriol se desesperó. Delante acababa la senda. Del bosque le separaba un barranco abrupto. No podía saltar. Como mínimo se rompería las piernas, y atrás el cerdo de Mateu se le acercaba. Empezó a gritar: ¡Dalmau, Dalmau, ayúdame, Dalmau!

Veía a Mateu acercarse jadeante. Oriol seguía gritando con desespero el nombre de su  amigo. Se preparó para el asalto, tensando sus músculos y cerrando los puños. Vendería cara su piel.

-¡Oriol, Oriol! ¿Qué pasa, dónde estás? –gritó su amigo desde la playa.

-Aquí, detrás de ti, en la colina. ¡Por lo que más quieras, ayúdame! –le gritaba al borde del llanto, viendo como el hombrón se aproximaba.

-¡Voy!

Mateu se detuvo. Aquella voz grave, segura y atronadora le preocupaba. No era la de un chiquillo. Al final optó por dejar al yogurín. Algún día le daría su merecido. Volvió sobre sus pasos. A medio camino vio llegar corriendo un cachas rubio, seguido por otros dos a corta distancia. Iban buscando algo. Aminoró el paso y los saludó amablemente. Dalmau le preguntó por un chico bajito, y le dijo que no había visto a nadie. Los tres siguieron corriendo y Mateu descendió por la ladera a buen ritmo hasta el lugar donde había aparcado el coche.

Mientras tanto, Carles, Jofre y Dalmau habían encontrado a Oriol, sentado cerca del barranco y muy nervioso. Entre sollozos les explicó que aquel hombre había intentado robarle.

-Jofre, quédate con él. Carles, ven. Vamos a saldar cuentas con ese malnacido- dijo Dalmau, fríamente, con los ojos duros, encendidos de rabia. Corrieron, colina abajo, a la caza del ladrón, pero volvieron al rato con las manos vacías. El rubiales abrazó a Oriol. Llevó la cabeza del muchacho a su pecho mientras le mesaba suavemente el cabello. Después le miró a los ojos.

-¿De verdad estás bien, Oriol? ¿No te ha hecho daño ese tío de mierda?

-Sí, sí, estoy bien, sólo un poco cansado. No te preocupes por mí. Intentó robarme, le di un puntapié en el vientre y huí a toda leche. Lo cierto es que ese tío era un cegato. Sólo mirando la camiseta, que es del híper, y las zapatillas, más viejas que mi abuela, se habría dado cuenta que estoy más pelado que una rata.

Y Dalmau volvió a cogerlo entre sus brazos, sonriendo. Al atardecer, ya en el tren, Jofre miraba de soslayo al capitán rubio y a Oriol. Desde el robo, Dalmau no se había separado del más bajo del grupo. Jofre estaba taciturno. Por un lado, le disgustaba ver cómo Dalmau seguía colado por Blanca a pesar de su mamada matinal; por otro, su corazón albergaba sentimientos variados. Cada vez le gustaba más Oriol y al mismo tiempo estaba celoso del cariño que le profesaba Dalmau . Le daba vueltas al tema del robo. Cuando estuvo en la colina con Oriol, éste se colocó bien la ropa. Tenía las bermudas y la camiseta muy arrugadas y mal puestas. ¿El ladrón se había entretenido con su pantalón? Probablemente había intentado follárselo. Era lógico, un chico solo, bajo y con un cuerpo de rechupete era una presa codiciada y fácil. Seguro que David no lo había confesado por vergüenza… Todo era un desastre. Los tíos que más le gustaban estaban en su clase. Con el rubio incluso compartía pupitre. Eran sus amigos, pero con ninguno de los dos tenía futuro. A uno le iban más las chicas que a un borracho el vino, y el otro se liaba a hostias con gays y les pateaba el estómago. Seguro que era homófobo. ¡Maldita tarde de domingo!


En el próximo capítulo iremos de compras. Gracias por ir siguiendo la historia. De verdad, y también por vuestras valoraciones y comentarios. A reveure!

7Legolas