Jofre, Dalmau y otros (5)

El grupo de Dalmau va a la playa. Les acompaña Jofre porque no quiere perderse la ocasión de ver al adonis del instituto, en bañador. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo V:   Mejor en el agua

Hacía menos de una semana del cambio de clase y Jofre aún no estaba al día de ejercicios y exámenes. No se había enterado del trabajo de campo para biología. El grupo de Dalmau debía analizar el estado del agua de mar en Altafulla, un pueblo cercano a Tarragona, pero Jofre no lo veía muy predispuesto. Traían cremas bronceadoras, leches protectoras, palas, una colchoneta inflable… y hasta una pequeña sombrilla, pero sólo él y Oriol, que guardaba el maletín con el instrumental, habían cogido los apuntes.

Llegaron a Altafulla sin problemas, en un día nuboso. Jofre y Oriol iban los primeros; después, Carles y su novia Ester; y cerraba el grupo Dalmau con Blanca, cuchicheando y riéndose. Era obvio que Blanca no soportaba a Jofre -en realidad, la antipatía era mutua-, pero lo había aceptado: con el empollón en su equipo, él haría el trabajo y ella podría jugar con Dalmau a sus anchas.

Instalaron el campamento en un lugar muy poco concurrido de la playa y mientras Carles y Jofre desplegaban el equipo, los otros se cambiaron. Desgraciadamente Dalmau llevaba un bañador de aquellos largos hasta la pantorrilla. Hasta entonces Jofre nunca le había visto el torso. Ahora babeaba ante la visión de un ángel: hombros fuertes y amplios pectorales curvos y prominentes que parecían escapar del tronco, adornados por pezones apuntados. Por encima del ombligo se le marcaban nítidamente abdominales imposibles, y sus costados se estrechaban hasta una cintura estrecha, sin gota de grasa. La visión era diáfana porque prácticamente no tenía pelo, sólo un hilo de vello rubio por debajo de su ombligo que acababa en un paraíso del cual ya había gozado. Por supuesto, los brazos seguían el mismo patrón modélico. Y aquello no era irreal, Dalmau se movía, hablaba, sonreía… Era de carne y hueso, mejor dicho, de músculo y hueso. Estaba tan absorto en su adonis que no se percató que Oriol se puso a su lado para ayudarle.

-Comando Playa, 1, 2, 3. Cambio. He descubierto un besugo en la playa. Cambio. Pasmado y con la boca abierta. Cambio. ¿Habrá visto una sirena? Cambio. Solicito nuevo trabajo. Cambio.

-Ah, ya estás aquí, Oriol. ¿Lo acabas tú? Vuelvo en un periquete.

Mientras se cambiaba, no quiso mirar otra vez a Dalmau. Blanca estaba ojo avizor y además le molestaba cómo su compañero la seguía como un perro faldero.  Detuvo su mirada en Carles y Oriol, y quedó desconcertado. A pocos metros tenía un Oriol desconocido. Su colega, el más bajo del grupo, siempre llevaba ropa holgada que disimulaba su figura, pero ahora lo tenía delante casi desnudo. ¡Alucinante, cómo podía ocultar al mundo ese tipazo! El chico no abultaba mucho, pero estaba fibrado. Pequeño pero matón, con sólo un bañador corto Speedo, el chico dejaba a la vista sus múltiples encantos.

Pronto los chicos empezaron el trabajo. Debían aprovechar esas primeras horas  antes de la afluencia de bañistas. A trancas y barrancas hicieron el ejercicio del temido profesor Ferrer. Bueno, todos no. Dalmau y Blanca iban a su bola, entre carantoñas y arrumacos. Más tarde salió el sol y los chicos disfrutaron de la playa.

Jofre se puso enfermo al ver que Dalmau  gastaba un bote de crema entero en la lagarta de Blanca que –según ella- aún no estaba bastante protegida. Tenía una piel delicada y su chico, debía aplicársela lentamente y sin olvidar ninguna zona de la epidermis… ¡La muy bruja! Cuando acabó la operación, Blanca le dio la espalda para tomar el sol. Dalmau, con las manos pringosas, se levantó bastante mosca. Jofre le llamó para pedirle que le aplicase el bronceador en la espalda.

-¿Qué dices, noi ?  ¿Por quién me has tomado? ¿Por el pringador de la playa? Que te la esparza tu abuela- respondió ofendido mientras entraba en el agua.

-Si quieres, puedo hacerlo yo-dijo Oriol, tomando el bote. Tengo práctica. Y ante la aprobación de Jofre, el chico, con dedos expertos untó la espalda de su amigo. Empezó por el cuello y los hombros y fue bajando hasta la cintura y la rabadilla. No sólo esparcía la crema sino que además le masajeaba toda la zona de manera magistral. Tenía unas manos firmes y suaves que, por un momento Jofre creyó que se internarían por debajo del bañador, magreando sus glúteos, cosa que estaba deseando. Pero Oriol los dejó de lado para concentrarse en las piernas. Eso sí, les dedicó mucha atención y cuando acabo el servicio le dio un cachete en el culo.

-Te he dejado como nuevo, ¿eh?-le dijo sonriendo a Jofre.

-Tienes unas manos de oro. Podrías ganar un pastón con tus masajes.

-Dinero, no, pero a veces he echado algún polvo y otras, me han dado un tortazo. Ya se sabe, hay gente que no sabe apreciar el arte del masaje. Como premio a mis servicios, ¿jugamos a palas? Con la crema soy bueno; con las palas, el master del universo.

Jofre tenía claro con que animal identificaría a Oriol. Era un canguro. Tenía una agilidad increíble. Saltaba y brincaba como si la vida le fuera en ello. Se giraba, volteaba, se lanzaba sobre la arena para que la pelota no tocara tierra y después se levantaba en décimas de segundo. Le encantaba observar a su amigo, con su cuerpo en tensión, marcando claramente sus músculos. Estaba muy bueno.  El médico le había recomendado tomar fibra, y delante tenía un plato entero. Además el bañador corto ceñido, de color naranja, apenas ocultaba ni las formas rotundas de su culo ni de su parte frontal. El cangurín medía 1,60 pero lo que colgaba no iba en consonancia con su tamaño, en absoluto. Y la cara pecosa, siempre sonriente y los ojos vivísimos, rematada por una buena mata de pelo castaño, le daban un aire simpático y divertido. Jofre comenzó a sentir que su miembro no era insensible a tantos encantos y empezaba a presionar el short negro. Le dijo a Oriol que estaba cansado y se fue rápido al agua para frenar el crecimiento.

Se internó unos metros, pero aún tocaba suelo, y cerca vio a Dalmau que se le acercaba, primero nadando y después ya pisando tierra. ¡Cómo estaba el cabronazo! No se cansaba de mirarlo. Se detuvo a su lado. El cabello rubio empapado, sus ojazos azules, los labios sensuales que enseñaban sus dientes perfectos, el cuello con una nuez de Adán muy evidente, los hombros anchos y los formidables pectorales era lo que quedaba a la vista, con mil gotas de agua marina que recorrían su figura y que, iluminadas por el sol, le daban un tono brillante, mágico.

-Vaya, vaya, nuestro cerebrín particular no tiene miedo al agua. Y veo que està embarazado. ¿Para cuándo lo esperas?-le preguntó el chulo, sonriendo y tocándole su pequeña barriga. Jofre dio un respingo, sudoroso.

-¿Acalorado, noi ? Yo estoy que me subo por las paredes. Blanca, con su biquini de rayas, me provoca, me pone a mil y la muy zorra después se hace la estrecha. Por más que nado, no consigo relajarme. Jofre, tienes que echarme una mano –le dijo agarrándole el hombro.

-No puede ser. Nos verían. Además estoy harto de ser tu criado. Eres un cabrón: cuando te conviene, me enseñas tu cara amable, y cuando no, te burlas y pasas de mí.

-Eh, con la cháchara de Blanca ya tengo bastante. Si te he molestado, lo siento. Es cierto, voy a lo mío, pero todos lo hacemos. Por favor, cascámela otra vez. Estoy que no me aguanto. Vamos al promontorio, a tu derecha. Allí, entre las rocas, no nos verán.

-Según tú, estoy embarazado, ¿no? Pues en mi estado no me conviene hacer  ningún esfuerzo. ¿Y además qué gano con pajearte otra vez?   Puede que a mí me sobre algún kilo, pero tu llevas un bañador al que le sobra un metro. O mejor, otro día ponte uno de esos bañadores  de cuerpo entero, pero con pasamontañas, para no ver tu careto.

-Mira, noi. No te me pongas vacilón, porque sabes que tienes las de perder. Vale, me disculpo. No tenía que haberme metido contigo, pero es que estoy acelerado… Y cierra la boquita que estás más mono… Va, ayúdame. Ya sé me ocurrirá algo para devolverte el favor. Échame un cable, lo necesito...

Jofre no supo negarse. Nadaron hasta el promontorio. Se colocaron donde el agua les llegaba sólo a medio cuerpo. Allí, quedando por debajo de las rocas vecinas, no podían verlos.  Dalmau se bajó el bañador para sacar su mástil ya crecidito, y delante se puso su amigo. No se anduvieron con remilgos. El tiempo apremiaba y el atleta estaba ansioso. Jofre agarró la polla ya familiar. Le dio un primer meneo para tensarla más y luego empezó a mimar el capuchón rosado, acariciándolo con delectación. Echó saliva a sus dedos que bañaron el capullo sin dejar ni un milímetro seco. Así podía manipular mejor el cabezón, turnándose cada vez dos dedos en masajear la sensible zona. El intenso trabajo pronto tuvo su recompensa: una altiva y gruesa columna de carne le saludaba orgullosa. Una preciosidad. Sus dedos, hasta ahora ocupados en la cima empezaron a descender, primero esquiando por la pista del glande, y después bajando por las duras paredes de aquel altísimo pico. Les gustaba tocarlo todo: los bordes fragantes, el frenillo, las venas del fuste, las rugosidades y el terreno más liso. Finalmente llegaron al final de trayecto al descubrir dos rocas gigantescas casi sin pelo, a las que manosearon a conciencia. Era un placer abarcar esos compactos cojones de  toro bravo. Después volvió sobre sus pasos, empezando otra vez la escalada del macizo montañoso, pero esta vez no llegó arriba del todo. Orgulloso de la panorámica del poderoso cipote, empezó a frotarlo arriba y abajo, de manera insistente, cada vez más rápido. Dalmau adoraba ese ritmo endiablado y le animaba a acelerarlo aún más, entre pequeños gemidos. El adonis sentía cómo muy pronto escanciaría generosamente su leche más pura. La masturbación iba viento en popa, ayudada por el mismo mar, mecidos sus cuerpos por el suave oleaje, cuando de repente, una ola más fuerte que las otras les golpeó y desplazó a los dos chicos. Dalmau trastabilló y estuvo a punto de caerse. Su polla, como dotada de vida propia, chocó y forzó la boca semiabierta de Jofre que rápidamente tiró la cabeza hacia atrás ante aquella serpiente que amenazaba con asfixiarle. Rápidamente los dos recuperaron el equilibrio, rehuyendo la mirada por un momento. Jofre había quedado sorprendido del pollazo de su amigo. Le había gustado sentir el golpe de aquel instrumento poderoso y degustarlo por un instante.

-¡Dios, que alucine!-dijo Dalmau- Metétela en la boca otra vez. Anda, chúpala, noi .

-¡Qué dices! Una paja, vale, pero no voy a mamártela. Yo me largo.

Dalmau le cogió por el brazo y lo acercó hasta él. Jofre se resistía pero su compañero era mucho más fuerte.

-Jofre, me caes bien, pero no hagas que me enfade. Tú no te vas a ningún lado hasta que acabes lo que estabas haciendo. Y quiero que lo acabes, comiéndotelo. ¿Estamos?

Jofre dudaba. Quería chupar el palo, pero tenía miedo. Quizás después Dalmau se arrepintiese de lo que había hecho.

-Va, noi. Abre la boca, por favor. Colabora. Va... Así me gusta, muy buen chico.

Jofre sacó la lengua y empezó a catar golosamente la polla de su amigo. Primero el glande, que lamió en toda su extensión. Le encantaba dar lengüetazos a diestra y siniestra, sobre todo por el frenillo, un lugar especialmente sensible. En el glande su saliva se combinó con el líquido preseminal, que paladeó. Después, babeando, bañó el largo fuste de esa sólida columna de placer, que no se cansaba de tonificar y darle brillo con su lengua imparable. Tampoco dejó sin tratamiento las pelotas, chupando o llevándoselas una y otra, a la boca, por turnos. Finalmente probó de comerse ese gran caramelo. Tenía serias dudas ante el grosor del instrumento, pero no le faltaban ganas. Abrió su boca y engulló el cabezón.

  • Ohhhh, qué bueno…Muy bien, campeón. Sigue así y te juro que te hago un monumento. Ohhh…

Continuó devorando la verga maciza, pero, a pesar de sus deseos, le costaba tragársela. Era más gruesa de lo que esperaba. Le era difícil respirar y  la columna de carne parecía interminable. A medio plato, retiró su cabeza para sacarse el caramelo con la que se atragantaba. Un poco recuperado, Dalmau le animó a volver a intentarlo, y otra vez, engulló el inmenso chupa-chups hasta la mitad. Desde esa posición empezó una comida sabrosa, desplazando repetidas veces la boca desde la mitad del delicioso palo hasta el collar del glande, sin sacarse nunca de la boca el suculento caramelo. Le apetecía ese nuevo sabor. Al rato le dolía un poco la boca por la falta de costumbre y labios y lengua se afanaron en continuar la labor de succión, ahora únicamente del glande, como si fuera el chupete de un bebé. Presionaban el capullo y lo acariciaban sin descanso, empapándolo de saliva. Jofre adoraba el tacto y el gusto de ese cuerpo esponjoso que olía divinamente. El  adonis estaba en el cielo, bramando de placer, y acariciándose agitadamente el torso espléndido. Finalmente  sacó su polla de ese ardiente cautiverio cuando sintió inminente la erupción del  volcán. Manchas de lava blanca saltaron de la gruesa mazorca mientras Dalmau movía su màstil para no salpicar a Jofre. Después de unos instantes de delirio, volvió su mirada hacia él.

Noi, ha sido brutal. ¡Qué boca! Las pibas no se te pueden comparar. No recuerdo una corrida igual. ¡Qué bien que seas mi profesor particular! ¿Tienes más talentos ocultos? –le decía Dalmau contento y satisfecho mientras abrazaba a Jofre y le acariciaba cariñosamente las mejillas.

-¿Qué dices? ¡Para! –gritó, incapaz de contenerse si seguía su amigo con sus cariñitos. Su apéndice hacía rato que parecía un periscopio, pero afortunadamente estaba por debajo del nivel del mar, por lo que Dalmau no se había enterado.

-¡Qué flipe! Lástima que ahora no podamos repetirlo... Tenemos que volver o nos echarán en falta. Y ahora, otra vez a por las tías. Que se prepare Blanca. Si vuelve a darme esquinazo, me repaso a Ester o a cualquier otra que pase por la playa.

-¿Pero, tío, no me dijiste que no podías enrollarte con nadie hasta después de  exámenes?

-Sí, ya lo sé, pero soy de carne y hueso, y tener tías en biquini así de buenas y tan cerquita… Vale, ahora no puedo follármelas, pero morrearlas y comerme sus tetas, eso sí.

Volvieron a la playa con sus colegas. Dalmau salió del agua eufórico y fue a pegarse el lote con Blanca. Jofre estaba colapsado. Mil sensaciones se agolpaban en su cabeza, producto de ese día en Altafulla y sobre todo del rato con Dalmau. No conseguía recordar muy bien todo lo sucedido, pero tenía una certeza feliz: Había disfrutado comiéndole el pene a su amigo. Y el día de playa aún no había acabado.


La acción del próximo capítulo transcurrirá también en la playa, pero en tierra firme y tendrá un cariz más conflictivo. Gracias por seguir el relato, y especialmente a los que participáis valorando y comentando los capítulos. Adéu!

7Legolas