Jofre, Dalmau y otros (49)

A veces un objeto cotidiano, como una camiseta, puede revelar un gran secreto. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XLIX:  Mesa nueva, camiseta vieja

-Es totalmente ilógico. Ayer destapamos mutuamente la caja de confidencias, le expliqué mi relación con Oriol, él me contó otras historias... Todo perfecto, bueno, todo no: hoy ha madrugado para visitar una casa de putas.

-¿De verdad?¿Quién te lo ha dicho?

-¡Qué más da! Un anónimo me ha enviado unas fotos donde se ve muy clarito cómo Dalmau entra en un tugurio cochambroso.

-¿Y qué piensas hacer? No volverás a...

-No, Víctor, no pienso dejarlo. Ahora mismo yo sigo confiando en Dalmau, aunque irse de putas...

-Jofre, él sólo entró en un burdel y a primeras horas de la mañana, cuando todas deben estar roncando... No te confundas... Además, desconfía de los anónimos.

-Ya, pero esas fotos me han dejado descolocado. Dalmau no me dijo nada. ¿Y si realmente no le gusto, y ahora vuelve con las tías y...?

-Jofre, creía que eso ya era agua pasada. Confía en ti. Creo que te ha demostrado sobradamente que te quiere. Y sobre el misterioso mensajero de esas fotos, me parece que lo que pretende es precisamente sembrar tus dudas y torpedear vuestra relación.

-Sí, probablemente tienes razón, como siempre. Pero ¿quién podría ser tan retorcidamente malo como para desear algo así?

-Algunos candidatos hay.

-Sí, es cierto: David, Blanca, el entrenador... ¡Joder, nunca nos dejarán en paz! No, no romperé con Dalmau por mucho que lo intenten.

- Molt ben dit ...Va, y dejemos el tema que ya hemos llegado al destino. Yo ya te he escuchado , ahora te toca ayudarme a descargar las planchas...

-Pero esto... ¡esto es el cau de Oriol! –exclamó Jofre con asombro.

-Sí –dibujó una sonrisa su amigo, bajando de la furgoneta- por eso insistí en que me acompañases.

En el cau , durante toda la mañana Oriol había trabajado de lo lindo, tratando de dejar atrás los tristes recuerdos del día anterior. La faena más urgente –recoger todos los destrozos y despedazar ordenadamente la maqueta ya inservible, conservando los elementos  válidos y sacrificando el resto- lo acabo justo antes de que llegase su padre, quien se había ofrecido a ayudarle, más aun le había prometido una nueva mesa mucho más larga y sólida, a prueba de accidentes. Tres horas más tarde, cuando su progenitor se marchó, tenía las vías, las figuras, los trenes y demás ya perfectamente ordenados en los diferentes estantes, a punto para componer un nuevo paisaje ferroviario cuando el maestro artesano estuviese dispuesto.

Realmente ésa constituía la labor más ardua. Uri parecía haber perdido su frescura característica. En otra situación su cabeza estaría en ebullición permanente, imaginándose mil nuevas formas de organitzar sus trenes; ahora otros pensamientos oscuros lograban enturbiar su discurrir.  Tenía demasiado frescos los hechos de la horrible tarde precedente. La ruptura con David había sido peor de lo que imaginaba; ya estaba hecho pero se sentía un absoluto fracasado. Le abrumaban todos esos dardos hirientes que  le anunciaban ineluctablemente un futuro amargo y solitario. David tenía razón: debía alejarse de Jofre y Dalmau, su tiempo común había acabado. Vislumbraba lo que sentía por su mejor amigo, y por tanto no podía exponerse a complicar aun más la situación. Ahora, sin la opresión de David, suspiraba cada vez con mayor desenvoltura por Dalmau, y eso no podía permitirlo. Y por nada del mundo quería herir a Jofre. Ya había sufrido bastante, no se merecía su traición. Sus pensamientos fueron interrumpidos por las voces de Víctor y de su amigo más inteligente. Dibujó una sonrisa en su semblante  y rápido fue a abrir.

-¡Hola a los dos! Te esperaba a ti y veo que has traído un polizón –dijo riendo y señalando a Jofre.

-Todo es obra de Vic. No tenía ni la más remota idea de que esa nueva mesa era para  tu cau. De haberlo sabido, no le habría costado nada convencerme.

-¿No lo sabías? Vaya, con Vic. Las matas callando, je, je, je –replicó Uri, despeinando cariñosamente al amigo íntimo de Jofre, mientras miraba alternativamente a los dos chicos. De repente, su rostro cambió, sorprendido, examinando a Jofre y abriendo su camisa de cuadros parcialmente abotonada para observar la camiseta negra que ocultaba. Satisfecho descubrió el dibujo del helecho plateado:  –Eh, ¿esa no es la camiseta de Mau?

-Sí, me la dio ayer. Quiere que la lleve yo.

- Caram , eso significa que lo vuestro va en serio, je, je, je. Mau  le tenía mucho aprecio.

Víctor les interrumpió, no podía perder tiempo. Todavía le faltaban dos entregas más antes de acabar la jornada. Uri se prestó a ayudarlos y, entre los tres, acarrearon las planchas y soportes  hasta el refugio, donde entre las manos expertas de Víctor y las mañosas de Oriol, muy pronto dominó una mesa soberbia la estancia. Jofre había tratado de ayudarlos, con más empeño que fortuna, ya que las manualidades no eran su fuerte. Viendo que no era de mucha utilidad, decidió arreglar el armario de las pinturas de la otra habitación. Todo fue bien hasta que tuvo que agarrar los tarros de pintura del estante superior. Uno no estaba bien cerrado y su camiseta lo percibió al instante con un denso reguero de verde esmeralda surcando la negrura.

- ¡Merda, merda! –gritó Jofre, impotente ante la fatal mancha imposible de disimular. Cerró el armario, ahora concentrado en su ropa.

-¿Qué te ha pasado?-preguntó Oriol que de súbito había aparecido por la puerta.

-Esto –respondió su amigo-, mostrándole el nuevo diseño de su camiseta.

-¡Mare meva, quina taca! –exclamó el anfitrión- No te preocupes. Esto tiene solución. Te lo dice uno experto en mancharse. En casa tengo un producto mágico. En unas horas la camiseta de Mau volverá a ser como la tinta del calamar, je, je, je.

-¿De verdad crees que...?

-Sí, seguro –le interrumpió-Va, sacátela y déjala sobre esa mesita. Suerte que te habías quitado la camisa de cuadros antes.

Justo entonces Jofre reparó en su amigo Víctor. Había entrado como siempre, discretamente, pero con los  sentidos avizor. Vio cómo Jofre se sacaba la camiseta manchada mientras él jugueteaba con un pequeño destornillador. Cuando la pequeña crisis hubo concluido, intervino: -Bueno, Oriol, la mesa ya está lista. Si hay algún problema, me avisas, aunque lo dudo. Me voy. Me esperan otros clientes. ¿Vens, Jofre?

-No, me quedo un rato con Uri.

- Molt bé. Ens veiem .

- Adéu i gràcies –respondió Oriol. Después los dos chicos acompañaron a Víctor hasta la salida.

Jofre estuvo curioseando entre máquinas y vagones mientras hablaba con Oriol de su futura maqueta, pero tenía una sensación extraña. La frescura del pecoso no era la de siempre. Jofre intuía que la gracia de Oriol era más aparente que real. De hecho, eso era muy lógico después de la destrucción de su maqueta aún demasiado reciente.

-Tienes ganas de llenar la mesa flamante con tus trenes y dejar atrás lo de ayer, ¿eh?

-Sí...

Extrañamente Oriol no añadió nada más a su afirmación. Jofre dudó un momento si debía seguir con su conversación. El canijo se hacía querer, lo sentía cercano y no quería hacerle revivir momentos amargos, pero necesitaba saber algo más.

-Mau me lo explicó todo. Me dijo que un cabrón te destrozó la maqueta a conciencia.

-Le pedí que no lo hiciera... Eso ya es historia.

-Quizá pienso demasiado, pero creo que sé quién fue el desgraciado. Las pruebas lo delatan.

-¿Otra vez actuando de Sherlock Holmes? Tú y mi padre haríais buenas migas. Os encantan las películas de detectives.

-Fue tu novio misterioso.

-¿Por qué?

-Porque si fuera alguien extraño, no le hubieras dejado pasar. Rompiste con él, se enfadó y tiene un mal perder.

-Definitivamente, deberías dedicarte a escribir cuentos llenos de fantasía.

-Di lo que quieras. Cuanto más lo pienso, más lo creo. Además, ya sé quién fue tu amante secreto...

-Jofre, deja ya estas historias, sisplau . Soy yo el bromista, no tú –Oriol  le respondió alejándose de él. Volvió a la sala interior para abrir y ordenar otra vez los tarros de pinturas. Jofre no se dio por vencido, lo siguió, desarrollando sus deducciones, ahora un monólogo, sin réplica alguna por parte de su amigo.

-Habéis sido muy discretos, pero uno no puede esconder día tras día una relación como esa... –Jofre se detuvo un momento esperando que Oriol reaccionase, pero su amigo continuó con su labor doméstica, como si no le escuchase- ¿No dices nada? Pues sigo. Como lo conociste en los campamentos de verano, busqué la lista de inscritos: veinticinco chicos y cinco monitores. Si quitaba las chicas, me quedaban trece y tres adultos. Estaba convencido de que sería uno de los monitores. Fui indagando: uno está a punto de casarse, otro ahora vive muy lejos y el último se pirra por las maduritas, de treinta y cuarenta años... Entonces pensé en tus compañeros...

-No sigas-le interrumpió Oriol- ¿No se te ha ocurrido pensar que quizás te mentí, que te dije lo de los campamentos para despistarte?

-No –afirmó Jofre- no me lo creo. Tú no eres así. Puedes ser hermético cuando te conviene, pero nunca mientes. Además,  mirando la docena de tus compañeros de campamentos, todo concuerda. Fue David.

-¿David? Ja, ja, ja- Oriol empezó a reir de manera escandalosa, como si hubiese proclamado la frase más estúpida y absurda.

-Ríete tanto como quieras, pero no me harás cambiar de parecer. ¿Quién, si no él, sería capaz de tanta crueldad como romper la maqueta en la que habías trabajado durante tantos meses? ¿Quién, sino él, podría reprimir absolutamente sus emociones y dominarte para que incluso Dalmau ignorase vuestra relación?  ¿Quién, sino él, podía controlarte en todo momento, en las clases o en los entrenos de futbol?

-No sabes de lo que hablas...

- D’acord . Quizás me equivoque, de todas formas se lo explicaré a Dalmau.

-No –gritó Oriol, asustado-no hagas eso, sisplau .

El canijo mudó su expresión. Esos ojos brillantes y risueños ahora aparecían íntensamente preocupados, ojos suplicantes que demandaban su silencio.

-¿Y por qué no?-le espetó con firmeza Jofre.

-Porque si lo haces, destrozará a David. No quiero verlo más, pero tampoco quiero que lo mate. Además, por encima de todo, no deseo que Dalmau se meta en más líos por mi culpa. Nada va como desearía. ¡No quiero ser responsable de más fracasos!  No se lo digas. ¡Sisplau, Jofre!-le imploró Oriol, con voz entrecortada.

-No te pongas así, va cálmate... va, maco , te juro que no lo haré-concluyó Jofre mientras abrazaba a su amigo-No te preocupes, Oriolet . Poco a poco todo se solucionará... Ya lo verás... Si lo mío con Mau se solventó, cualquier cosa puede arreglarse.

Jofre mantuvo su abrazo unos minutos, con la cabeza de su amigo hundida en su pecho. No le molestaba esa situación, le gustaba sentirlo tan cerca. Uri pasaba momentos muy complicados, pero no dejaría que los pasara solos. Él y Dalmau cuidarían de él. Ese chico era muy especial. ¡Dios, cuánto debía haber sufrido en la agonía de su relación con el malnacido de David! A saber cuánto se habría enseñado ese maldito con el pelirrojo de la clase. Ojalá no acabase de garantizarle que no se lo diría a Dalmau. Por una vez desearía que su cachas rubio siguiese con las costumbres de antaño y le diese su merecido a ese miserable. Cuando Oriol se calmó, le liberó de su abrazo.

-¿Quieres que me quede un rato más?

-No. Prefiero estar solo. Estoy bien, no te preocupes. Mi mejor terapia serà acabar de ordenar ese armario caótico.

-¿Seguro?

-Sí, de verdad... i ¡gràcies!

- De res. ¡Cuida’t! No, no me acompañes hasta la salida. ¡Ah!, y recuerda lo de la camiseta.

-¡Ah sí! Mañana la tendrás como nueva. ¡Palabra de boyscout! – le respondió, recuperando su alegre mirada.

Jofre abandonó la estancia, volvió a mirar los trenes pulcramente guardados, la mesa inmensa y abrió la puerta para salir. El sol lo saludaba radiante, pero al final optó por continuar en el cau . No tenía ganas de pasear. Sólo de cavilar sobre todo lo sucedido en esos últimos días. Muchos de los interrogantes habían sido despejados; aun así, todo no lo tenia claro. Y lo de Uri le preocupaba. Romper era siempre duro, pero con David debía ser horrible, una empresa titánica, quizás con amargas secuelas.  Uri era mucho más fuerte de lo que nunca se habría imaginado, pero de todos modos... Y seguramente Uri conocía una faceta de David que a él le costaba imaginar. Un David más romántico y tierno ¿Seguro? No tenía nada claro que David pudiera ser así con nadie.

Había pasado un rato, cavilando en un rincón de la habitación cuando de repente oyó unos gemidos procedentes de la sala interior. Su amigo debía pasar otro mal momento. Aguzó el oído, le sorprendió: esos ruidos no los provocaba el dolor. Se acercó a la puerta aunque no cruzó el umbral, atónito ante la escena que se representaba a pocos metros.

El canijo, con el torso al aire, refregaba la camiseta favorita de Damau sobre su pecho. Mordisqueaba sus labios, con los ojos cerrados, una mano frotaba la prenda negra sobre su torso mientras la otra viajaba por su cuerpo, estimulando cada rincón. Se acariciaba el pelo, se deslizaba por sus mejillas pecosas, se entretenía en el cuello antes de pasar a ese tronco, no voluminoso, pero sí muy bien diseñado, con los músculos claramente dibujados. Hurgaba después en su ombligo y sus dedos seguían el itinerario más sexy, cruzando la selva pelirroja que daba acceso a esa verga y esos huevos que parecían corresponder a un hombre más alto y fornido. La tranca ya mostraba su poderío, enhiesta como un espolón listo para el abordaje. Era el lugar donde sus dedos permanecían más rato, nunca inactivos.

Tal vez en otras circunstancias, Jofre le hubiera interrumpido al verle restregar la ropa de su chico con tanta pasión, no obstante ahora no podía. Estaba fascinado por ese cuadro, digno del artista más lascivo. Había follado con Oriol varias veces; sin embargo, la situación actual era muy diferente. Nunca había contemplado con tanta claridad ese cuerpo pequeño y bello como una filigrana, siendo estimulado por su mismo dueño, exhibiendo una maestría imposible de superar. Y esa escena aumentaba todavía más grados la excitación con ese acto prohibido, la veneración de ese fetiche, de esa vieja camiseta negra que rompía los límites entre amistad y amor.

Oriol no notaba su presencia y continuaba con su lúbrica ceremonia. La mano que antes aguantaba la ropa, pinzaba las tetillas puesto que la camiseta lucía como una bandera, colgada de ese mástil carnoso que nunca perdía su firmeza, manoseado  sin tregua por dedos vivaces.  El glande escupía líquido preseminal que discurria por el macizo tronco, combinado con la saliva que reducía la fricción de esa paja que aumentaba paulatinamente de ritmo e intensidad.

La mano que estimulaba los pectorales se desplazó hasta la cintura para magrear después sus rotundas nalgas. Jofre recordaba perfectamente la dureza de ese par de melones, tan redondos y bien dispuestos, prestos a satisfacer al paladar más exigente. Los sobaba una y otra vez, no dejaba ni un centímetro de piel libre de sus caricias. Pronto se interesó por el canal fronterizo entre los dos cachetes y con pericia hundió el dedo corazón dentro del cerrado ano. El rostro de Oriol manifestaba el goce que le provocaba. Siguió insistentemente con el dedo en la estrecha oquedad, disfrutando de sus toques.

Al pecoso le encantaba sentir tanto el placer corporal que él mismo provocaba como el contacto con el tejido fino que había cobijado tantas veces a su ídolo. Nunca podría sentirlo tan cerca, le parecía oler su aroma viril y revivía las incontables ocasiones que habían compartido duchas y vestuarios. Con esos sensuales recuerdos, sus dedos imprimían mayor celeridad a ese falo imponente. La ropa entorpecía la paja, al final se la sacó para limpiar sus nalgas, brillantes por el sudor. Acto seguido, buscó una nueva ocupación para esa camiseta polivalente. Con fuerza empezó a frotar la raja del culo, y con ella su ardor se incrementó. La camiseta de Dalmau pugnaba por penetrar la delicada membrana anal, y Uri ya se imaginaba el soberbio pollón del cachas rubio penetrando sus entrañas. Potente y decidido.

El canijo sudaba a mares, no le importaba, concentrado en excitarse al máximo. Ahora se aplicaba en frotar el cipote con brío. Sus piernas, a medio cubrir por los vaqueros desgastados, parecían flaquear ante el frenesí inminente. Sentía como su volcán pronto escupiría lava blanca, entre jadeos seguía con sus operaciones, ajeno a todo el resto. Dando un grito, su polla empezó a manar esperma cremoso y caliente. Retiró la camiseta negra de la obertura anal para limpiarse la polla y el tronco que después acercó a su nariz, tratando de conjugar su fragancia con el antiguo olor del macho rubio.

Jofre se alejó, volvió a la sala. No sabía cómo reaccionar. Debía salir de allí cuanto antes. De súbito, su móvil empezó a sonar. Nervioso no consiguió sacarlo del estrecho bolsillo del pantalón. Cuando logró apagarlo, descubrió ya la mirada inquisitiva de Oriol, sin camiseta, pero con el pantalón ya en su sitio.

-No te habías ido. ¿Por qué me espiabas? –le pregunto dolido y angustiado a la vez.

-No quise espiarte. Sólo decidí quedarme un rato más, pensando en lo que habíamos hablado, escuché unos ruidos y...

-No sé lo que me pasó, yo no... –trató de justificarse, vacilante.

-Por favor, deja las excusas para otro. No soy idiota.

-De verdad, lo siento, yo...

-No lo sientes. Sé lo que he visto: tú amas a Dalmau.

-No volverá  a pasar nunca más. Lo juro. Perdona... Ya lo dijo David, que os metería en problemas.

-A ese cabrón ni lo menciones... Oriol, no sé cómo estoy, si sorprendido o cabreado. ¡Te acabo de ver pelándotela con la camiseta de Mau! –exclamó el sabelotodo- No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo... Creía que éramos amigos.

Uri solo iba repitiendo la palabra “perdóname” como un mantra, avergonzado, con sus ojos al borde del llanto. Jofre lo miraba atónito, pero no enfurecido. Cabizbajo, no podía ver sus ojos, tapados con la mano, por lo que era la pelambrera roja de Oriol la que tenía a la vista. Mil sentimientos pugnaban en su interior. Le dolía lo que había visto. Le agarró con fuerza el brazo, pero no ejerció más violencia sobre el pecoso. A pesar de sentirse engañado, no podía...  Más tarde trataría de justificar su reacción porque él mismo hacía meses había hecho algo parecido: había robado el bañador de Uri para pajearse furtivamente, paja que desgraciadamente había descubierto el cabrón de David. Y además, Uri no le había traicionado, simplemente ahora había descubierto sus verdaderos sentimientos... Pero esos razonamientos en esos momentos no existían, la razón era dominada por la emoción y el sentimiento. No, había otros motivos poderosos que le impedían ensañarse con él y hacerle daño.

La cabeza le daba vueltas, con esa melena roja como foco de atención. Uri no miraba, tampoco se quejaba de la férrea presión de Jofre sobre su brazo. De repente, el silencio de la estancia se rompió con pequeños sollozos del más bajo. Aunque trataba de ocultarlo, Uri estaba llorando, y eso sí que no lo deseaba en absoluto.

- Para, Uri, no ploris –dijo Jofre- Para, por lo que más quieras...

Uri trataba de cesar sus sollozos, pero no era fácil.

-Va, sécate esas lágrimas. Agafa el meu mocador .

El pecoso le miro huidizo y temeroso antes de coger el pañuelo.

-Va, tómalo, no te guardo rencor.

- Perdona’m, em sap molt de greu- respondió aflijido el pecoso -, ho sento molt...

-No tienes que pedirme perdón... No es culpa tuya. Uno no escoge a quien amar. Eso lo tengo muy claro. Y si estás enamorado de Dalmau es dificilísimo romper el embrujo. ¿Pero por qué no me lo confesaste? ¿No me lo contaste porque yo estaba enamorado de él? Siempre me hablaste de tu amante secreto, de nadie más. ¿O quizás lo de David terminó hace mucho, y cuando salimos juntos ya estabas colado por Mau?´

-No, no es cierto. Nunca te he mentido Yo mismo no sabía lo que sentía entonces. De verdad, no te engaño. No me di cuenta hasta hace muy poco. Lo siento. He visto la camiseta y... Quizás sea lo mejor. Ahora sabes la verdad, así me será más fácil poner punto y final a todo esto.

-¿Què vols dir?

-Me iré lejos. Aceptaré la invitación de mi tía Caterina, la que vive en Italia. Me quedaré allí una temporada, el tiempo necesario para...

-¿Para qué?

-Para aclarar mis ideas, para empezar algo nuevo...

-¿Crees que Dalmau te dejará escapar?

Oriol no respondió.

-Yo tampoco quiero que te vayas.

-No te entiendo –fijó Uri su mirada en el chico- ¿Por qué no? Es lo mejor para todos.

-No quiero. Eres la persona más noble que conozco, no supones ninguna amenaza, incapaz de cualquier rencor, incluso contra el hijoputa de David. No dejaré que te marches. Tú eres una de las pocas alegrías que he descubierto en estos últimos meses y no quiero perderte. No, en absoluto.

-Pero eso no tiene ningún sentido...

El móvil de Jofre volvió a sonar. Era Dalmau. Jofre lo atendió con rapidez.

-¡Hola, maco! .... Sí, ¿cómo? ... ¿En el hospital? ¿Pero? ... ¿Seguro que no te ha pasado nada?.... ¿Cómo?...  ¿Qué dices?... Vale, voy para allà. ¡Adéu. Un petó!

Oriol lo miraba intranquilo y le preguntó qué le había ocurrido. Jofre le explicó lo poco que sabía: Esa mañana Dalmau había ido a visitar al profesor Vidal. Estaba enfermo. y lo había acompañado al hospital de urgencias.

Jofre estaba intranquilo. Le ocultó algo. Mau le había dicho que debía verlo con rapidez. Ya había descubierto quién estaba detrás de las fotos. El cerebrín estaba confuso. Todo liado. No tenía tiempo para asimilar tantos hechos: el secreto del amor clandestino de Uri, su paja con la camiseta favorita de Mau y ahora las prisas de Dalmau después de ver al profesor Vidal. Lo más urgente ahora era su novio. No sabía qué decirle de Oriol. Ya lo pensaría de camino al hospital.

- ¡Me’n vaig, Uri! No cometas ninguna tontería. Te quiero cerca... –dijo con firmeza, tratando de recobrar la calma- Ahora mismo no puedo pensar con claridad... pero no se te ocurra desaparecer porque te iré a buscar adonde sea.

-Todo será más fácil para todos si me largo.

-No digas eso... Ya hablaremos... Va, adéu, Uri –le dijo saliendo del local.

-¡Adéu, Jofre!

Uri siguió sus movimientos hasta que dejó de verle entre los árboles del paseo. Le gustaría estar en su pellejo. Le envidiaba. Ahora iba a ver a Dalmau, y la certeza de ese amor que sentía ahora con toda su crudeza le desesperaba. Desearía reconducir esa pasión a la amistad de antaño... No, tampoco era eso. En realidad lo que ansiaba era poder colmar sus deseos con Dalmau.

En el amor y en la guerra todo vale, no hay clemencia... en el amor y en la guerra todo vale, no hay clemencia... Esas palabras, una de esas frases que David acostumbraba a repetir, ahora le martilleaban la cabeza sin tregua. Uri deseaba  reprimirlas, dejarlas atrás mas no lo no conseguía, y con ellas, las imágenes del bello Dalmau, sobre todo, de aquella tarde maravillosa cuando le confesó su homosexualidad en el gorg perdut , en ese estanque solitario, donde gozó de su cuerpo, retomando las pajas adolescentes,  por primera y última vez. Catada la miel, le costaba horrores ahora  renunciar a ella. No entendía cómo no se había dado cuenta antes de sus verdaderos sentimientos, camuflados bajo ese barniz de su amistad íntima. El cerebrín no lo entendía, peor aún, no atinaba, no se daba cuenta de la vehemencia de sus sentimientos. Si le obedecía y se quedaba, al final Jofre se arrepentiría de tamaña generosidad. Apretó con fuerza la maldita camisa entre las manos sudadas y temblorosas, respiraba con dificultad. Cansado y abrumado, todo le dolía. Cerró los ojos, pero las palabras seguían ahí: En el amor y en la guerra todo vale, no hay clemencia... en el amor y en la guerra todo vale, no hay clemencia...


Ya conocéis el capítulo cuarenta y nueve. No es un episodio más, con él la historia cumple dos años. Ya es mucho tiempo y creo que también, un buen momento para anunciaros el final del relato. Faltan sólo tres episodios para que esta historia llegue a su término. En el próximo, volveremos a ver a Jofre y Dalmau juntos, aunque será el primero el que lleve el peso de la acción, en el instituto.

Como es de justicia, una vez más os doy las gracias por vuestros estímulos, y os animo a un último esfuerzo para volver a valorarla y comentarla, antes de que esta historia se complete y sea conocida por todos.

Apa siau!

7Legolas