Jofre, Dalmau y otros (48)

Segundo encuentro de Dalmau con el profesor Vidal, con resultado sorprendente para ambos. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XLVIII:  El fotógrafo revelado

Faltaban dos minutos para las diez de la mañana cuando Dalmau cruzó la calle para entrar en el tugurio donde le había convocado el profesor Vidal. El rótulo “El jardí del plaer”, era un nombre demasiado ambicioso para ese edificio cercano a la carretera. El chico rubio no vaciló, todo lo contrario, ansiaba encontrarse con Vidal para averiguar la razón de las fotografías tomadas mientras follaba con su pareja días antes de la final del torneo. Dalmau no se iría sin conocer toda la verdad.  ¿Qué ganaba el profesor con difundir esas fotos? Pronto lo sabría. Consultó el reloj -las diez en punto- antes de acceder al recinto.

El decatleta, enfrascado en sus razonamientos, no se dio cuenta de que uno de los automóviles estacionados en la acera estaba ocupado. No era fácil de distinguir puesto que el pasajero estaba agazapado, sólo se movió lo justo para tomar unas fotos del viandante que entraba en el burdel.

-Sí, señor, soy un crack -dijo David, desde el coche mientras examinaba detenidamente las fotos- Queda clarísimo donde va el cachas atontado. Seguro que al sabelotodo no espera esto de su semental. Me parece que es de los míos: nos gusta comer de los dos platos. El rubito jodió mi relación, estas fotos lo harán con la suya.

Dalmau pulsó el timbre del tugurio, pero  no parecía emitir ningún ruido. Volvió a intentarlo sin resultado. La puerta estaba entreabierta, por lo que entró sin más demora. Un vestíbulo con aspiraciones daba paso a una sala habitada por una barra de bar, una enorme lámpara pretenciosa, taburetes y sofás deshilachados. Sólo el ruido del agua topando con algo, procedente de una habitación contigua, probablemente la cocina, demostraba que no estaba solo. Alguien debía estar lavando platos. Llamó a la puerta antes de acceder.

-¡Hola! Perdona que entre así, pero estaba abierto y el timbre de la entrada no funciona. ¿Eres Susy?

La chica, que estaba lavando una jarra de cristal, a punto estuvo de dejarla caer. Completamente sorprendida por el pedazo de maromo que tenía delante. Si hubiera imaginado remotamente que un rubiales guapísimo con un cuerpo de campeonato sería su visitante no lo habría recibido en una actividad y un vestido tan poco glamuroso.

-No pasa nada. Sí, soy yo  –respondió la mujer, dibujando una sonrisa, mientras cerraba el grifo y se secaba las manos antes de sacarse el delantal.- Mejor será que me esperes en el salón. Ahora vuelvo. Sírvete lo que quieras.

Un poco más tarde Dalmau estaba sentado en un sofa tapizado de azul marino. Miró su reloj. Esa mujer tardaba demasiado. Cuando antes le diera la información sobre el lugar de encuentro con Vidal, más pronto acabaría todo ese lío. De repente reapareció la mujer, ahora con un vestido rojo ceñidísimo que dejaba a la vista unas largas piernas morenas y unas tetas imposibles de cubrir en su totalidad.

-¡Hola, noi! No sé tu nombre.

- Dalmau, em dic Dalmau . Tengo prisa. ¿Puedes darme la dirección del profesor Vidal?

-¿Es el señor que me dio el mensaje? –preguntó Susy- Bueno, en realidad, me importa un bledo cómo se llame. Me pagó para ser discreta y tener el papelito a buen recaudo.

-¿A buen recaudo? Lo necesito.

-Sí, está aquí, hundido entre mis tetas. Si lo quieres, agárralo.

Dalmau esbozó una sonrisa. Si esa mujer esperaba seducirle con ese pecho recauchutado, iba muy desencaminada. Sus ojos de un azul brillante la observaban atentamente, al tiempo que le regalaba su sonrisa abierta y se acercaba con seguridad, marcando su pecho y sus torneados brazos. Susy conocía algunos hombres, pero no de ese calibre. Fascinada, era incapaz de vencer su embrujo. Ese chico hermoso como un ángel, conocía sin duda su atractivo y sabía utilizarlo. Ya lo tenía delante de ella, esa mirada azul le transmitía una calidez inesperada mientras las fuertes manos rozaban levemente sus hombros desnudos.

-¿Quieres jugar, eh? –le susurró el mozarrón al oído. La chica no le respondió, sólo se aferró a él con fuerza, oprimiendo sus tetazas sobre los duros pectorales y una mano rápida se internó en su entrepierna para despertar la herramienta.

Dalmau parecía insensible a sus caricias y los besos que le prodigaba, él seguía con su objetivo: liberar el mensaje de su cárcel mamaria. A Susy le encantaba apreciar esos dedos fuertes recorriendo sus tetas para alcanzar el papelito. Trataba de detenerlo entre besos y las caricias genitales, pero no daba resultado; más bien, sucedía todo lo contrario, era ella la que cada vez estaba más subyugada por ese macho. Necesitaba bajarle la cremallera del pantalón para poder saborear la tranca imponente que ansiosamente palpaba, mas el chico se lo impedía. Su excitación aumentaba segundo a segundo, y encerró en su mano el papel para impedir que pusiera fin a ese contacto delicioso.

- Va, dóna-me’l –le dijo Dalmau sin acritud y sin tratar de abrirle el puño.

-Cómeme la teta y te lo daré.

Dalmau masajeó una de esas mamas, cada vez más cerca del altivo pezón. Después lo chupó, succionándolo enérgicamente. Los gemidos de la mujer no cesaban, y la mano femenina hasta entonces palpando la bragueta del chicarrón ahora se ocupaba de ella misma, atendiendo su sexo húmedo. Sólo ese bebé poderoso mamando y sus dedos dentro del coño eran lo único que le importaban. El ritmo y la intensidad de los jadeos se incrementaban furiosamente. El decatleta abandonó el pezón como quien acaba una tarea obligada cuando la mujer dejó caer el codiciado papel en el suelo. Lo recogió con presteza a pesar de las quejas de Rosy que continuó con su dulce operación, reclinada ahora en el sofa, gimiendo de gusto.

Dalmau se despidió sin atender las demandas insistentes de Susy. Se alejó. Siguiendo el mensaje salió por la puerta trasera del local que daba a una callejuela muy poco frecuentada. Gatos husmeando y disputándose la basura. En la segunda bocacalle cogió una vía más ancha y después de unos diez minutos de caminar a paso rápido por fin alcanzó el número 46, su destino, una mansión antigua con un jardín delantero protegido por una verja.

-Has tardado mucho, Dalmau-le dijo el profesor Vidal cuando le abrió la puerta- Ya pensaba que no vendrías.

-Pues ya lo ves. Estoy aquí.

-Mejor así.

La residencia del profesor Vidal respiraba un aire señorial pero no anquilosado, con camas con dosel junto a una televisión de plasma. Sin duda su propietario vivía sin estrecheces. Ahora parecía haberse convertido en guía turístico porque guiaba a Dalmau por ese dédalo de estancias: ahora, la cocina, el almacén y la bodega; después, la biblioteca, el despacho, varios salones  y el comedor; finalmente, las habitaciones de los pisos de arriba. La visita finalizó en el dormitorio principal donde una cama enorme serviría como nuevo escenario para los dos.

El anfitrión le invitó a tomar un bocado, Dalmau amablemente lo rechazó. No quería prolongar esa reunión más de lo estrictamente necesario; es más, deseaba desentrañar por fin todo el maldito asunto de las fotos. Eso sí, antes jugaria un poco con ese cerdo.

-¿Me desnudo aquí?-preguntó el chico sin ningún embarazo.

-Sí. Cuando quieras -le respondió Vidal mientras se sentaba en el butacón del escritorio cercano a la ventana. Desde ese asiento, gozaría de un espectáculo con el que había fantaseado desde hacía tiempo.

El mozarrón se sacó sus zapatillas Puma y los breves calcetines antes de erguirse otra vez para despojarse de su camisa azul celeste. Tranquilamente, con la seguridad de alguien que conoce su atractivo, fue liberando uno tras otro los botones de la presión de los ojales. Sin prisa y sin pausa, el torso del muchacho fue asomándose, esa piel un poco morena modelada hercúleamente, fuerte y lozana. Dalmau echó la camisa sobre la cama antes de mirarlo sin titubeos, ensanchando, orgulloso, su pecho.

-¿Y eso?- cuestionó el anfitrión a la vista de los moratones de sus brazos, aun visible rastro de los sucesos del día anterior en el gimnasio.

- Res d’important –dijo Dalmau minimizándolo –Tuve una tarde complicadita. ¿Sigo?

-Sí, sisplau , pero no te quites el calzoncillo.

Mau se aflojó el cinturón antes de abrir la cremallera de los pantalones. Segundos después mostraba su cuerpazo de atleta, diseñado con mimo para el deporte y el placer. Vidal no se cansaba de mirar esa escultura viviente: rostro, pecho, brazos y piernas magníficas, sólo velados sus mayores tesoros con un breve taparrabos blanco. Sus ojos escrutadores no conseguían advertir más imperfecciones que las magulladoras en brazos, piernas, y costado; con todo, esas heridas le daban una nota de rudeza que acentuaba su virilidad. Observaba admirado todo el conjunto aunque su atención se centraba en esos muslos imponentes, con cuadríceps muy definidos, y ese paquetazo que custodiaba el níveo slip.

-Abre el armario de la izquierda. En el primer cajón hay bañadores y calzoncillos, pasa de bóxers y demás, coge los más cortos. Cámbiate detrás del biombo.

Dalmau seleccionó media docena. Le sorprendió el comentario púdico de Vidal. Bueno, en realidad, no era tan extraño. Muchos disfrutan de ese juego constante entre exhibición y recato. Pronto se le acercó con un Speedo amarillo. Se dio la vuelta para mostrar esa espalda triangular que, desde los poderosos hombros, se cerraba en una esbelta cintura bajo la cual nacían esos pompones macizos que ponían a prueba la elasticidad del bañador deportivo. Vidal no podía escapar a su embrujo, quiso palpar con avidez ese cuerpo apolímeo tan pronto se puso a su lado, adorando las hendiduras de los abdominales soberbiamente tallados o esos soberbios balones traseros, pero el muchacho se lo impidió. Tras la primera sobada le reprendió:

-Ahora no. El premio, a su tiempo –le avisó con voz seductora que acentuó todavía más su deseo.

El deportista, transformado en modelo, lucía la ropa íntima como nadie. Iba cambiándose de ropa, Vidal no se aburría en absoluto. Le reclamó que en el último pase se vistiese con un tanga de seda, color rojo fuego. El profesor que durante todo el desfile no se había distraído ni un segundo, ahora se frotaba la entrepierna ya sin ningún disimulo. No podía más. Esa visión era alucinante y su tranca exigía contactar con ese dios del sexo, vestido con ese pedazo de tela incapaz de esconder el cetro viril del macho alfa. Esta vez Dalmau no se acercó hasta la butaca, se detuvo junto a la cama y dejó caer el tanga.

Completamente desnudo, el apolo miró con seguridad al hombre maduro. Un guiño sugerente de ese dios pareció dar permiso al profesor para iniciar por fin el festín carnal. Vidal se acercó hasta el inmenso lecho, pero cuando iba a tumbarse en la cama, el muchacho, con un gesto desaprobatorio, se lo impidió. El señor Vidal obedeció como un perrito faldero. En esa alcoba no era él realmente quien impartía las órdenes. Vacilaba sobre lo que debía hacer. Ensimismado en los evidentes encantos del chico, parecía un forastero en la gran ciudad, abrumado con las maravillas que se le ofrecían en los escaparates de la metrópolis.

-Quédate aquí de pie, de espectador de momento. Quiero ofrecerte un aperitivo todavía más estimulante –se justificó Dalmau al tiempo que no cesaba de acariciar su voluptuosa anatomia.

El mozo ya no habló aunque tampoco permaneció en silencio. Gradualmente la estancia se fue llenando de sus breves sollozos para más tarde ser desplazados por sonoros gemidos. Dalmau demostraba conocer al dedillo hasta los más recónditos rincones de su cuerpo y todos los puntos erógenos que atesoraba. Una mano desaparecía entre la melena rubia, acariciando con movimientos circulares su cabeza; la otra, se divertía jugando con uno de sus macizos pectorales. No podía abarcarlo con la palma de la mano, reseguía sus fuertes contornos y se detenía sobre todo en la notoria aréola donde crecía un agudo pezón. Sus dedos pinzaban  esa punta de saeta afilada con determinación para sentir las primeras descargas de placer de la mañana. Cerraba los ojos para dedicar toda su atención a esas punzadas de goce que prolongaba, con ese lascivo juego donde participaban saliva, dedos, uñas y toda su pasión.

Vidal, absorto en esa adoración corporal, se limitaba a contemplarla extasiado, sin atreverse a demandar nada, temeroso que cualquier exigencia no fuese bien recibida por el semental. Permanecía, pues, allí, de pie, muy cerca del lecho, como un mirón, con una sensación ambivalente: por un lado, desearía participar ya en el banquete, pero por otro, tenía claro que esa visión ideal se desvanecería y perdería toda su magia si él intervenía. No, ahora lo mejor era seguir disfrutando como público de esa ceremonia que le brindaba su Dalmau.

El muchachote rubio seguía dando caña a los pectorales, pero también exploraba sus marcados abdominales. Como peldaños, sus dedos iban descendiendo por la escalera de una torre que daba acceso a la cámara de sus tesoros, donde tras... El profesor dudó por un momento, atónito a la novedad de ese cuerpo divino. No parecía el mismo que en su primer encuentro.  No, no era una falsa impresión, en realidad no había ni rastro de vello rubio. Sin duda el chico había deseado regalarle una visión más nítida de su pollón, y lo había conseguido. Esa trabuco y los cojones de toro, libres de hojarasca y de todo estorbo visual, parecían todavía mayores. Esos imponentes genitales iban despertando con los toques expertos y generosos de su amo.

Ahora, ya se centraba en esos veintidós centímetros de formidable falo, surcado por mil venas que aseguraban la rigidez y el grosor de esa columna de carne que apuntaba soberana y firme al cielo. Dalmau ya no actuaba con timidez, ahora, cabalgando sobre su deseo imperioso, frotaba con fiereza el cimbrel, sin descansar ni un solo instante. Sólo los gemidos, acompañados por los quejidos de la madera antigua ante el insospechado asalto lujurioso, se escuchaban en la habitación.

De improviso, Dalmau se dio la vuelta para exhibir su portentoso culo, digno de figurar en un museo. Esas nalgas rotundas, altivas, macizas, magreadas sin tregua por una mano hiperactiva, se presentaban como los frutos más suculentos del edén. Y los dedos  daban testimonio de la dureza de esos globos inflados de carne. No, no eran pompas flácidas, ofrecían resistencia a los manoseos. Dalmau no parecía tenir suficiente con deslizar y apretar esos sólidos melones puesto que recorría el estrecho canal entre las dos mejillas hasta acariciar y hollar el ano que cerraba su interior. Vigorosamente un dedo se hundía y desaparecía dentro de esa delicada membrana una y otra vez.  Lo atacaba con saña y todo su cuerpo disfrutaba de esa violación anal. Esos globos rotundos, ese dedo penetrando por la estrecha obertura fascinaban al docente que sólo acertaba a seguir palpando la entrepierna de su pantalón.

Dalmau se giró otra vez para enseñar su imagen más lasciva, de rodillas sobre la colcha, meneando a todo tren ese obús rosado, con el cuerpo brillante por el sudor que resaltaba la soberbia musculatura del tiarrón. Frotaba el badajo con desespero, manoseba esos cojones macizos, se mordisqueaba los labios, el pelo enmarañado, el sudor abrillantaba todo su musculatura y, como aceite, marcaba todavía con mayor nitidez su poderosa musculatura, toda ella concentrada para avivar las pulsiones que sentía crecer en su interior. El frenesí avanzaba, los gritos crecían, pero de repente todo se paralizó.

El profesor Vidal no entendía lo que había sucedido, como si unos minutos de esa escena lúbrica se hubiesen volatilizado. En cualquier caso, de súbito, sin eyacular, Dalmau había cambiado la expresión facial. Antes los ojos prácticamente cerrados, consumidos por el deseo, ahora se abrían completamente para mostrar su color azul celeste, y esos labios mordisqueados, retomaban la tranquilidad, como el resto de su cuerpo. Las manos permanecían, una agarrando el pollón, pero sin darle movimiento, y la otra acariciando el culazo, lejano ahora de la membrana rosada que antes había violado.

-¿Te ha gustado?  ¿Quieres jugar con mi cuerpo, eh?

Al profesor Vidal, con la lenguan reseca, se le abrieron las puertas del cielo. Su picha ya estaba completamente enhiesta ante ese espectáculo que empinaría incluso a los muertos. Se bajó la cremallera  por donde asomó su cimbrel. Ese ángel lascivo se le ofrecía y él, el hombre más afortunado de la Tierra, volvería a gozar de sus dones.Ya estaba junto a su amante cuando éste mudó otra vez su semblante.

-No te atrevas a tocarme porque te rompo tu cara de cabrón –le avisó Dalmau de manera taxativa.

- Però... ¿què dius? –el profesor Vidal no acertaba a entender la actitud extraña y cambiante del atleta rubio– No te entiendo. Primero me calientas con una escena del mejor porno, ahora me invitas a participar y en segundos, me rechazas. Si es un juego, yo...

-No, no estoy jugando. No voy a follar otra vez contigo –dijo con firmeza Dalmau mientras salía de la cama  y empezaba a recoger su ropa.

-Esto no tiene sentido. Hicimos un pacto, y si no lo respetas, tu noviete se va al carajo. El cuatro y medio que tiene ahora de su trabajo se convertirá en un cero redondo –amenazó el profesor Vidal, tratando de recobrar su autoridad.

El semental parecía sordo a sus palabras. El adulto no atinaba a comprender la razón de su cambio repentino. Su dios encarnado estaba ocultando segundo a segundo sus poderosos encantos bajo la ropa y, peor todavía, parecía determinado a acabar con esa comedia aun antes de haber empezado. El docente no podía permitirlo, eso no. Su ángel se le había revelado y no lo dejaría escapar por nada del mundo. Rápido agarró del suelo la camiseta del chico.

-Tú no  te mueves de aquí. Si no atente a las consecuencias... –le advirtió Vidal.

-¿Qué dices?¡Devuélveme la camiseta!

-Digo que no te irás hasta haber cumplido lo que me prometiste. Ayer convinimos en que...

-Entre nuestra entrevista de ayer y hoy han pasado muchas cosas. ¿Follar contigo después de enterarme que fuiste tú quien jodió mi sueño con el Barça? Me asqueas. ¿Por qué, coño, me fotografiaste con Jofre en la biblioteca -le espetó Dalmau, lanzándole una mirada glacial.

El profesor palideció, durante unos segundos no supo qué contestar.

-No sé a qué te refieres. Te juro que no soy responsable de las fotos de la biblioteca. No estaba allí. Pregunta mejor al señor Deulofeu, molesto por tu relación con su estudiante favorito.

-Dicen que se atrapa antes a un embustero que a un cojo. Es cierto... –esbozó Dalmau una sonrisa enigmàtica antes de continuar- Tú estabas allí, con el dichoso cableado de la biblioteca.

-No es verdad, yo no...

- ¡No m’ho neguis més, desgraciat! –le gritó Jofre, enojado- La agenda del bibliotecario lo dice bien clarito y si Blanca entró en la biblioteca con su trabajo a cuestas, ella que tiene alergia a los libros, fue porque la habías citado allí. Collons , ¿de debò creus que sóc imbecil?

-Yo, yo... –el professor no conseguía articular palabra, sólo balbuceaba, trémulo y muy nervioso.

-No te esfuerces en inventarte más patrañas. Ya intuyo lo que ocurrió. Lo que no comprendo es qué ganabas tú con enviarle las fotos al entrenador. ¿Tanto me odiabas?

-No, no digas eso. Nunca te he odiado. Ni aunque quisiera, no podría hacerlo. Tú eres...

-¡Para, no sigas, corta ese rollo! No quiero oirte más –cortó tajante el mozo.

-No, te juro que yo no...

-¿Fue porque odiabas que saliera con Jofre y querías castigarnos a los dos?

-No, no, no es eso –movía la cabeza de una lado a otro, con desespero, sintiendo cómo su fantasía se iba disolviendo como un terrón de azúcar en el café. –¡No te vayas, sisplau !

-Pues ¿por qué, por qué lo hiciste, cabrón? –gritó el muchacho lleno de amargura –Rompiste mi sueño. ¡ La Masia , a la mierda! ¿Por qué?

-Yo... yo no quería hacerte daño, pero no tuve opción...

-¿Opción?¿Qué coño estàs diciendo?

-Yo no quería, fue él el que me obligó...

-¿Él? ¿De quién me hablas? –le pregunto ansioso Dalmau, tratando de calmarse y comprender lo que le estaba diciendo.

De repente, empezó a salir sangre de la nariz de Vidal.

-¿Qué te ocurre?

-Nada, cuando me pongo muy nervioso, algun capilar de la nariz se rompe... y ya ves. ¿Me dejas ir al baño, por favor?

-Sí, pero rápido.

El profesor entró en el lavabo. Dalmau se calzó las deportivas Puma. Oía el ruido del agua chocando con las manos del profesor. Esperaba que cerrase por fin el grifo y reapareciera. ¿A qué o a quién se había referido Vidal? Cuando creía que todo estaba a punto de resolverse, otro cabo suelto. ¿Era verdad o un nuevo embuste? Se sentía confundido.

En el baño, la menor de las preocupaciones del docente era la sangre que escapaba de su nariz. Todo se desmoronaba a su paso. Dalmau lo había averiguado. Nunca se lo perdonaría. Él, que esperaba iniciar una relación con él... Ahora le despreciaría y no daría su brazo a torcer. Debería haberse negado a fotografiarle, pero no le quedó más remedio. Además, su chantajista no le había explicado qué haría con esas fotos. ¡Cómo podría haber imaginado que cometería un acto tan vil! Tanto le daba perjudicar a Jofre, pero nunca a Dalmau. Ya era demasiado tarde para lamentarse. Ahora la sangre se confundía con las lágrimas que salían en tromba de sus ojos hundidos. Todo era un desastre. Dalmau nunca lo querría otra vez a su lado. Sin él nada tenía sentido. Mejor acabar con todo. Nada le importaba ya. Abrió el botiquín. Vació cajas y tubos. Dispuso pastillas y comprimidos sobre la repisa del espejo, se daría un festín de medicinas del que esperaba no despertar.

Vidal tenía un capilar de sangre inextinguible. Llevaba ya demasiado rato en el baño. Dalmau  estaba impaciente. Seguía oyendo correr el agua, pero... ¿Cómo no se había dado cuenta antes? Desde hacía minutos el agua fluía libremente, sin nada que la obstaculizase. Rápidamente abrió la estancia. El hombre, cabizbajo, asía un frasco lleno de pastillas. El muchacho entendió rápidamente qué se proponía. Le arrebató el frasco y de un manotazo lanzó al suelo todos los medicamentos que en la repisa esperaban su turno.

- ¿Què pensaves fer? ¿Estàs sonat? –vociferó Dalmau, iracundo.

-Mi vida  no tiene sentido sin ti.

-Tu vida vale mucho más que una triste follada.

-Me odias y no quiero vivir con eso sobre mis espaldas.

-Si fuera así, te habría ayudado en tu festín macabro. ¡Surt d'aquí!

Tuvo que empujar un cuerpo desprovisto de energía y sin ánimo. Prácticamente tuvo que sostenerlo hasta dejarlo sentado en la butaca. No se alejó de él. Una pálida sombra del profesor Vidal que había conocido. Un hombre más cercano a la muerte que a la vida. No había ingerido ninguna pastilla, pero su ánimo estaba hundido, presto a renunciar a todo. Dalmau lo observaba y la imagen de ese espectro le movía más a la compasión que al despecho. ¿Y si fuera cierto lo que le había contado? ¿Y si hubiese una mano todavía más cruel que movía los hilos de esa marioneta abatida?

-Va, Genís, cálmate, no te preocupes... Me has hecho daño, pero no quiero verte muerto. No te plantees eso nunca más. Prométemelo. Va, tranquilitza’t, maco -dijo Dalmau acariciándole la mejilla.

El hombre le miró con gratitud, esa mano había vuelto a tocarle, no sólo eso, le había llamado por su nombre propio. Ese Genís olvidado, con el que ahora nadie se refería a él, ni tan solo los de la camarilla de Gonzalo. Siempre su apellido, nada más. Una segunda caricia, ahora en la frente, aliviava su dolencia. Manos taumatúrgicas que despertaban otra vez sus ganas de vivir y de sentir. Con la tercera caricia, el profesor Vidal se atrevió a intercambiar su mirada con ese ángel. Las pupilas azul celeste le encandilaban. Soñaba perderse para siempre entre esos luceros brillantes y solícitos.

-Genís, debes contarme lo que pasó. Prometo no enfadarme... Va, sisplau…

Allí estaba con su dios apremiándole a hablar, a revelar por fin su secreto. A pesar de la angustia y la vergüenza, no podía seguir ocultándoselo. Esa voz suave, esos ojos cautivadores vencían sus temores y recelos. Empezó a dar cuenta de sus muchos momentos amargos. Hasta su entrevista con él nunca había tenido un contacto con otro hombre, su deseo siempre había sido superado por el miedo. Esperaba que ese ansia remitiese con el paso de los años, pero trabajar en un instituto no había sido la mejor elección, con tantos adolescentes luciendo despreocupadamente cuerpos insultantemente bellos. Había vencido muchas tentaciones hasta conocer a Oleguer Rovell.

Pocos meses después de tenerlo como alumno, el hermano de Dalmau se había convertido en  la obsesión de Vidal. Se afanaba siempre en asistir a todos los partidos del equipo de futbol, lo buscaba en los patios, le observaba en las clases... Necesitaba tenerlo de algún modo. Por eso compró una microcámara sofisticada que le permitía fotografiar y filmar de manera clandestina. Gracias a su amistad con el entrenador, podía visitar libremente los vestuarios y allí situó algunas tardes su equipo camuflado y logró las imágenes deseadas. Oleguer duchándose o hablando con sus amigos en cueros, filmaciones calenturientas que propiciaron cientos de pajas solitarias.

Esa obsesión un día fue descubierta. En su móvil había grabado una de las duchas de Oleguer. Alguien le pidió el móvil para llamar, empezó a curiosear y descubrió el percal. Le garantizó que no revelaría su secreto si cumplía sus órdenes.  Desde entonces lo tenía preso en sus manos.

-Pero eso ocurrió hace unos años. Ahora ya no...

-Tú no conoces el claustro de profesores. Hay algunos que me tienen inquina. Y aunque no fuera así ¿cuánto tiempo crees que duraría en el instituto si se supiera que voy fotografiando a alumnos desnudos?

-Pero si puedes permitirte esta mansión, no creo que te preocupe quedarte sin trabajo.

-Esto es mío por un día. Lo alquilé sólo para impresionarte.

-Vale, ya entiendo... ¿Por eso me fotografiaste?¿Te lo pidió él? –preguntó Dalmau.

-Sí y no. Contigo reapareció  la pasión por tu hermano, ahora aumentada... Me había propuesto no volver a fotografiar a nadie, sin embargo no pude reprimirme. Perdóname… Conseguí filmarte una vez en los vestuarios, pero no tenía suficiente. Ese día en la biblioteca, los operarios habían ya acabado, yo esperaba a Blanca por el control del trabajo de curso. Faltaban unos minutos para la cita y fui a estirar las piernas por la galería superior. Oí vuestros gemidos y os fotografié con el móvil.

-¿Tú provocaste el chasquido?

-Sí, el piso de madera está muy deteriorado, y algo se quebró cuando lo pisé. Rápidamente me agazapé para no descubrirme. Allí me quedé un rato. Escuché tu altercado con Blanca. Ella se fue disgustada y volvió a entrar cuando os marchastéis.

-Entonces, ¿en realidad nadie te pidió que tomases las fotos?  -preguntó Dalmau suspicaz.

-No en ese momento. Días más tarde él me ordenó que consiguiera fotos de vosotros dos follando. Yo ya las tenía.

-¿Por qué debo creerte? Quizás fuiste tú mismo quien le informó de mi relación con Jofre.

-No es cierto. Él se enteró de otro modo: os había visto muy acaramelados una tarde de sábado,  en la playa de Calella. Tiene un apartamento allí. No te miento. Te lo juro. ¡Debes creerme! –imploró el professor Vidal.

-Calella otra vez -masculló Dalmau- Vale, vale, tranquilízate. Te creo... Sí, crec que dius la veritat.

Dalmau acarició otra vez ese hombre. Parecía un muñeco destrozado. No debía ser nada fácil revelar por primera vez todo eso, sobre todo cuando el interlocutor era el muchacho con el que estaba obsesionado. Seguro que Vidal creía que lo despreciaba. Lo había intentado maravillar con ese palacio y en realidad lo había impresionado con esa confesión tan íntima. Los dedos del atleta se entretenían en su cabello oscuro, tratando de que recobrara la calma. Después le acarició el mentón y sus ojos miraron fijamente los de su profesor.

-Dímelo ya –dijo serenamente pero con firmeza-¿Quién es?

El profesor imitó una voz seca y grave, la cara del mozo se ensombreció.

-¿Él? –exclamó airado.


Un nuevo giro de tuerca que prometo desvelar muy pronto, aunque no en la próxima entrega reservada a Jofre y Oriol, en el cau , tratando de recomponer la maqueta ferroviaria. Como siempre os agradezco vuestras lecturas, comentarios y puntuaciones. Ya son muchos capítulos haciendo lo mismo.

Moltíssimes gràcies,

Cordialment,

7Legolas