Jofre, Dalmau y otros (47)

Jofre y Dalmau vuelven a la biblioteca del instituto para descubrir sus secretos, y después lo celebrarán retozando en la sala principal. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XLVII:  Dos y el bibliotecario

Cuando Dalmau entró en la biblioteca, descubrió unos ojos ansiosos, ya no ocupados en los quehaceres del instituto, sólo pendientes de la puerta de acceso. El chico rubio se acercó con rapidez y sin hacer ruido hasta donde estaba sentado Jofre. Dalmau le dio un pico en público, ya había pagado un alto precio por ello. De todos modos hoy podría haberlo hecho sin ningún temor ya que la sala principal de la biblioteca estaba prácticamente desierta, sólo otro estudiante sentado en el extremo más lejano de la larga mesa, enfrascado en sus libros y apuntes. Era lógico, el curso agonizaba, cercano su final. Dalmau oyó un ruido por encima de sus cabezas, procedente del despacho del bibliotecario. Perfecto, estaba el señor Deulofeu.

-¿Y bien? –le preguntó impaciente Jofre cuando el mozarrón se sentó a su lado- ¿De verdad ya está todo arreglado?

-Sí, Vidal ha recapacitado. Mejorará tu calificación del trabajo un poco... ¿Podrás contentarte “sólo” con un nueve? –bromeó el chico rubio.

- ¡Un nou! ¡Visca! -dibujó una gran sonrisa, pero no fue duradera, substituida por una expresión suspicaz- Parece imposible. ¿De verdad hablaste con él?¿Seguro que te dijo eso? ¿No lo dices para animarme?

-¿Para animarte? No seas tonto. Claro que hablé con él, te aseguro que me lo dijo muy clarito.

-Pero no tiene sentido. Yo le imploré que cambiase la nota y pasó de mí –objetó Jofre obstinado.

-Ahora ha tenido en cuenta tu historial y la marcha del trabajo durante el curso...

-¡Pero es lo mismo que le argumenté yo! –le cortó Jofre nervioso porque no acertaba a comprender la extraña reacción del profesor.

-Sí, vale, tú le dijiste lo mismo, pero no acompañado de otros razonamientos –arguyó Dalmau, tratando de calmar a su amigo.

-¿Qué razonamientos?

-Hace cuatro años un amigo de mi hermano también sufrió un percance con su trabajo de investigación. La copia definitiva se extravió. El profesor Vidal lo suspendió, y sólo después de perder mucho tiempo consiguió el aprobado, teniendo en cuenta los controles previos. Vidal transigió entonces y, después de recordárselo, ha vuelto hoy a hacerlo. ¿Satisfecho?

Jofre no respondió, sólo una leve subida de hombros certificó que estaba más o menos conforme. Súbitamente el chico moreno notó como algo merodeaba por su entrepierna. Supo de quién era sin mirarlo, también su picha que despertó de inmediato bajo la caricia de esos dedos firmes. Era automático. Un toque de Dalmau y su cuerpo reaccionaba, listo para gozar con él.

-Dentro de un rato iremos al depósito –dijo el apolo, con un guiño.

-No podremos. És tancat .

-¿Cómo? –respondió Dalmau sorprendido.

-Sí, desde lo de las fotos, la dirección cerró todas las salas sin demasiada gente y sólo se abren en presencia de personal del instituto.

-¡Qué cabrones! ¡Más les valdría preocuparse de la enseñanza, echando a los profes malos! ¡Qué rabia!

-¿Por qué te pones así? No pasa nada. Encontraremos otro sitio.

-No es eso –le dijo el atleta, recuperando la tranquilidad perdida por un momento- En la biblioteca empezaron nuestros males con esas fotos, pero ahora que todo se va solucionando quería volver a hacerlo aquí. Así cerraríamos el círculo.

-Entiendo... pero te has olvidado de la carta rota. Pasó antes que las fotos.

-¡Ah sí, la carta! Eso ya no importa, está resuelto.

-!Queeeeé! ¿Resuelto? ¿Y yo no debería saberlo? ¡Después de la que me montaste con la maldita carta! –le increpó Jofre, indignado.

-Pasó hace media hora y prácticamente no he tenido tiempo de explicártelo. ¡Claro que tienes todo el derecho! En esto y en muchas otras cosas los dos estamos en el mismo barco. Fue en los vestuarios. Había ido a recoger lo que tenía en mi casilla... ¡Ah, espera! Antes de que se me olvide, quiero darte algo.

Dalmau se levantó, abrió su bolsa, sacó una vieja camiseta negra, con una hoja plateada al lado del pecho. La miró y ràpidamente, como no queriendo replanteárselo, le entregó la prenda.

-Ten. Es para ti.

-¿No es la camiseta del equipo de rugby de Nueva Zelanda?

-Sí, la de los All Blacks y también es mi camiseta de la suerte. La llevaba en los partidos importantes debajo del uniforme del instituto.

-Entonces no la quiero. Representa mucho para ti.

- Ja ho he decidit . ¿No lo entiendes? Fue mi camiseta cuando jugaba a futbol, ahora ya no. Quiero que te la quedes. Póntela alguna vez. Me gustarà verte así.

Jofre le dio un abrazo, pero su amigo no quiso alargar la escena. Tenía trabajo. Rápidamente le explicó su encuentro en los vestuarios con David y compañía. Jofre le escuchaba con suma atención y el narrador observaba satisfecho las diferentes expresiones de desagrado, pena, sorpresa y alegría que su rostro iba dibujando al hilo del relato. Cuando acabó la historia, Jofre no dijo nada, sólo unos dedos se posaron suavemente sobre ese hombro cansado y desde allí acariciaron el brazo, sorteando los cardenales que iba encontrando a su paso.

-No te preocupes, son rasguños –dijo Dalmau mientras  le acariciaba el cuello-. En dos días estas manchas moradas solo serán un recuerdo.

-Bueno... Y ahora, además de cuidar a un veterano de guerra, ¿ què s’ha de fer ?

-Lo primero, hablar con el señor Deulofeu. Aquí se tomaron la fotos. Quizás averigüemos algo.

-Pues antes de subir, lo mejor será que recordemos lo que pasó exactamente.

-Tuvo que ser el único día que nos  ocultamos en el depósito de atrás. Todo iba perfecto hasta que nos interrumpió ese extraño ruido, el chasquido.

-Sí, tú me aseguraste que lo había hecho un animalillo –le recriminó Jofre.

-¿Cómo podía saberlo? De hecho fue un animalucho, pero mucho mayor, un jodido cabrón.

-Y antes de irnos apareció tu ex, con otro de vuestros rifirrafes.

-Sí, pero eso no es importante. ¡Va, pugem!

Los dos se dirigieron al despacho del bibliotecario, situado en el piso superior, en uno de los extremos de la sala de lectura. Jofre estaba convencido que, retirado David, Dalmau sospechaba del señor Deulofeu como autor de las fotografías, y él no compartía esa opinión. Sin embargo, no quiso empezar otra polémica, ya había sido injusto con Dalmau esa tarde. Subieron las escaleras de madera, después de haber llamado, oyeron la voz pausada del bibliotecario.

- ¡Nois, passeu! .

La estancia acumulaba madera, libros y polvo. En aquel sitio de otra época uno esperaba encontrar un bibliotecario enjuto, de rostro anguloso; en cambio, al lado  de un armario enorme, un buda rollizo iba pasando su abultado llavero de una mano a la otra.

-¡Benvinguts, Jofre y Dalmau! ¿Sabeís que he cambiado mi oficio en sólo quince días?

-¿Cómo dice, señor Deulofeu? –preguntó atónito Jofre.

-Yo era bibliotecario, ahora actúo de carcelero –respondió, meneando las llaves- Tengo una ocupación fabulosa: abrir y cerrar puertas, y sobre todo vigilar a mis lectores adolescentes en todo momento.

-No tuvo opción. Lo planteó la dirección del instituto...

-¡Y un cuerno, Jofre! La dirección sólo confirmó la  propuesta del señor Ferrer. Siempre con sus invectivas sobre la falta de autoridad en la escuela, convertida, según él, en la Babilonia más decadente... Pero a mí no me la da con queso, a ése  le importa muy poco el centro, sólo medrar... –Deulofeu suspendió unos instantes su discurso, para recuperar después su tono apacible habitual - Disculpadme, vosotros habéis subido para hablar conmigo y yo os aburro con historias del claustro de profesores. ¿Què volíeu?

-Bueno, nosotros... nosotros queríamos que...

-¿Recuerda qué visitas tuvo en su despacho la tercera semana de mayo? –intervino Dalmau, impaciente ante las vacilaciones de su amigo.

-¿Por qué esa semana en concreto?

-Porque fue cuando un desgraciado nos tomó las fotos que ya conocen todos los institutos de la comarca –respondió Dalmau sin titubear y manteniendo firme su mirada.

-Claro... No me gustó lo que hicistéis en la biblioteca, pero lógicamente no apruebo ese asunto de las fotos. Podéis consultar mi agenda de esos días. No creo que os sea de mucha ayuda...  ¡Y espabilad! En quince minutos la biblioteca se cierra.

El bibliotecario se acercó a la mesa del despacho cuando Jofre advirtió una llave solitaria en medio de un cenicero de metal.

-Señor Deulofeu, le ha caído una llave –le avisó, señalando el cenicero.

- Gràcies , Jofre, pero no la he perdido. Mira –dijo ensañando la llave mayor de todo el manojo- Es idéntica  a esta. Me hice una copia para no tener que cargar con  todas las llaves cuando me marcho. Las quince llaves se quedan en el cenicero, y abro y cierro la biblioteca sólo con esa.

El bibliotecario les entregó la agenda para después ocuparse de ordenar una pila de mapas. Los chicos iban pasando las páginas rápida y ansiosamente hasta llegar a la semana codiciada. Deulofeu era un hombre metódico, parecía anotarlo todo, sin borrones y con una caligrafía ejemplar. Leían el plan de cada día atentamente, comentándolo entre leves cuchicheos, siempre inaudibles para un tercero, con esa habilidad  propia de los jóvenes estudiantes.

-¿Por qué apunta los nombres que hay en las tapas de los libros: Anaya, Vicens Vives...?

-Son los nombres de las editoriales –contestó rápido Jofre- Debe reunirse con los comerciales que le presentan las novedades.

-¡Ah, claro! Mira, también se entrevistó con el del ayuntamiento el martes.

-Y aquí un encuentro con dos investigadores franceses.

-A él también le tocó soportar las obras del cableado  tres días seguidos.

Acabaron la lectura del viernes con cierta decepción. Esperaban encontrar algo sorprendente. La agenda sólo recogía hechos lógicos y anodinos. Jofre iba a cerrar la agenda cuando una idea destelló en su mente.

-Espera, Mau. Analicemos todas las citas de la agenda. La mayoría, hablaron con Deulofeu, y después se marcharon. No tuvieron oportunidad de darse un paseo por la galería. Pero una de las citas no sigue este patrón.

-¡Las obras!

-Exacto, los operarios trabajaban todo el día. Él no podía estar controlándolos a cada momento.

-¿Pero crees que a alguno de ellos le importaría mucho lo que hicieran los alumnos en el piso de abajo?

-No, tienes razón... Aunque... ¿quien es el responsable de las obras del cableado del instituto?.–preguntó Jofre, conociendo ya la respuesta.

-¡El profesor Vidal!

-Tú crees que...

-¡Segurísimo! A ese tío le he pillado varias veces mirándome de un modo muy raro. No sé, como si estuviera medio enamorado de mí.

-¡Ya está el señorito rubio  pensando que todos le van detrás!

-No, es cierto, ese hombre no es de fiar. Además, tiene sentido. Ha ido cambiando de despacho a medida que las obras iban avanzando. Hoy mismo me ha costado encontrarlo porque ahora está en el segundo piso.

-Sí, perdona, no te lo dije. Nos avisó a los que teníamos que entregarle el trabajo...    ¡Todo concuerda! El día de las fotos Blanca no apareció en la biblioteca para buscar ningún libro ni a David, como yo creía. Llevaba la misma carpeta que hoy, haciendo cola  para entrar en su despacho. ¡Ese día pasó por la biblioteca porque allí  le había convocado Vidal!

-¡Sí, tiene que ser eso! ¡Jofre, eres un genio! –dijo Dalmau exultante- ¡El caso está resuelto!

-Sí, pero tendremos que esperar hasta el lunes para hablar con él.

-Sí...

Pocos minutos después Dalmau devolvía la agenda al bibliotecario, ensimismado en unos mapas antiguos que trataba infructuosamente de identificar.

-¿Os ha sido de alguna utilidad?

-No, no había nada extraño.

-Claro, una agenda de la bibliotecario no da para muchas emociones.

Dalmau se reunió con Jofre que le había esperado en la puerta. Después de despedirse del señor Deulofeu, mientras bajaban le preguntó por qué le había mentido.

-Los profesores se protegen. No quiero que Vidal esté prevenido.

-El señor Deulofeu no le habría dicho nada –refunfuñó Jofre.

-Quizás, pero no podemos arriesgarnos... Va, vamos a celebrarlo en algún lugar tranquilo.

-¿Y por qué no aquí?

-¿Pero estás tonto? No me has dicho que en la biblioteca era imposible.

-Te lo he dicho antes, ahora ha cambiado. Si eres capaz de aguantar diez minutos encerrado en un armario, podremos cumplir tu deseo.

-Soy capaz de eso y hasta de recibir otra paliza para follar aquí contigo.

Jofre lo guió ràpidamente hasta la entrada de la biblioteca. Una de las puertas laterales no daba acceso a ninguna sala, cerraba un tosco espacio donde se guardaba los útiles para la limpieza. Algunas escobas, una fregona con su cubo, lejía, jabón y otros productos junto con bayetas y trapos. Los dos se encerraron en el angosto escondrijo. Lo exiguo del espacio les obligaba a juntar al máximo sus cuerpos, pero eso no suponía una contrariedad, más bien un aliciente. Jofre notaba las caricias de su novio en la entrepierna, él no se quedaba atrás toqueteando sus duras nalgas. Fueron pasando los minutos. Oyeron la música que anunciaba el fin de la jornada en la biblioteca, la voz del señor Deulofeu, el apagar de luces y finalmente el sonido del cierre de la entrada principal. Esperaron un poco por si acaso y cuando abrieron la puerta, la oscuridad del escondrijo saludó a la del resto del lugar.

-A ver si me explicas tu plan. Estamos en la biblioteca, pero no sé cómo vamos a salir después.

-Fácil. ¿No escuchaste al señor Deulofeu? Guarda el pesado manojo de llaves en su despacho. Cuando queramos salir, las usamos y ya está. Abrimos la puerta, dejamos el llavero otra vez en el despacho y escapamos.

-Pero quedará abierta.

-No, por la noche pone el cierre de seguridad. Lo sé, porque a veces he sido el último en salir.

El recinto estaba a oscuras, prefirieron no encender las luces, abrieron dos contraventanas  para iluminar un poco el interior, aprovechando los rayos anaranjados del sol que ya se hundía en el horizonte. Con esa luz mortecina, la sala de lectura parecía un lugar diferente, con los objetos dibujados con trazo mudo e impreciso. Los dos chicos no tuvieron que decirse nada, los dos al unísono se desnudaron. Cuerpos jóvenes, llenos de vida.

-Túmbémonos allí –dijo Dalmau, encaramándose en el gran mueble que presidía la soberbia sala.

-¿No nos daremos un tortazo?.

-¿Qué dices? Es mucho más fácil que te caigas de la cama, que de esta mesa. Es enorme.

En pocos minutos la pareja iniciaba su danza amorosa, con libros antiguos como público. Se miraban cariñosamente, pupilas negras y azules se intercambiaban suspiros, unos labios humedecían los otros y unían sus manos. De todos modos, Jofre parecía inquieto por algo.

-No sé si es buena idea...

-¿Qué te ocurre? –preguntó Dalmau, con una pizca de preocupación.

-No quiero hacerte daño. Tienes muchos más cardenales de los que había imaginado. Debe dolerte mucho y si te sobo...

- ¡No pateixis! No pasa nada. Sólo te pido que no me toques el costado izquierdo; el resto, carta blanca. Hoy no salgo de aquí sin premio.

Jofre no pudo sustraerse a la tentación de ese torso imponente que atraería al más frígido. Masajeaba con delectación ese par de macizos pectorales, desde sus marcados contornos hasta las abombada superficie coronada por pezones ostentosos que adoraba con las manos y la lengua repetidamente. Mientras tanto el decatleta se centraba de la entrepierna del empollón. No necesitaba aplicarse demasiado para que esa tranca creciera con rapidez. Esos dedos hábiles la guiaban minuto a minuto hacia el paraíso. Era  una pasada, cómo sabía estimularlo para provocar los claros gemidos de su novio. Ahora se detenía en su escroto, pero no se limitaba allí, desde los testículos se alejaba para llegar al culo y frotar con delicadeza e insistencia la frágil membrana que lo protegía. Jofre se mordisqueaba los labios e iniciaba un pequeño movimiento balanceante, como pidiendo que su macho retomara la actividad perforadora de otras ocasiones que le llevaba al frenesí.

Dalmau no siguió por esos derroteros, suspendió su viaje al ano para volver a la polla que rezumaba líquido preseminal. La asió con fuerza, la meneó enérgicamente antes de llevársela a la boca. En un visto y no visto el falo había desaparecido dentro de las fauces del león del instituto. Entonces empezó a jugar al escondite, ahora lo sacaba para zampárselo poco después, feliz y contento. Jofre ya no sabía qué hacer, ya no controlaba bien sus movimientos, incapaz de contraatacar,  borracho de placer. Pronto su cuerpo expulsaría su crema blanca. El capitán lo percibió y liberó el cimbrel de su acoso.

-No, no quiero que te vacíes aún –dijo Dalmau- Necesito tu polla a tope... Ahora disfrutaremos de un juego. Cerrarás los ojos  y yo iré poniendo partes de mi cuerpo a tu alcance. Palpándolo con dos dedos deberás reconocer qué zona es. Si aciertas podrás chuparlo.

-Déjame antes tocarte aquí-dijo Jofre acariciándole su novedosa entrepierna, libre de todo pelo-, si no, no lo averiguaría: ¡ahora es tan suave!

A Jofre le encantaba su nuevo aspecto y también, el espíritu lúdico de su amigo. Dalmau adoraba el sexo, pero no lo solemnizaba, le quitaba trascendencia, lo concebía como un juego. Rápidamente empezaron la prueba. Los dedos del chico moreno tocaron algo fino y recto. !Fácil! Era la nariz, que se apresuró a lamer satisfecho. Su novio probó algo más difícil. Le presentó una superficie suave y lampiña. Eso... ¡eso era la axila!. Su olfato le dio la solución. Le encantó ensalivar ese recoveco de su cuerpo, novedoso sin su capa de vello. La tercera tentativa tardó un poco más. El mozarrón condujo su mano hasta una superficie muy estrecha y suave, una hendidura entre dos masas musculares compactas... No, no podía ser... sí, no había duda. Sus dedos estaban hurgando el ano.

-Abre ya los ojos. ¿Te gusta mucho mi culo, verdad? –le preguntó con ese tono insinuante con el que seducía a cualquiera.

-Sí, lo he adivinado. ¿Me dejas chuparlo?

-Comételo cuanto quieras, pero después  quiero sentir tu polla allí.

-¿Tú? Tú nunca... A ti no te gusta, siempre has dicho que...

-No quería hacerlo antes. No me apetecía, pero contigo es diferente. Además, ya va siendo hora que conozca en propia piel qué demonios se siente.

-No te gustará: tú eres activo.

- Sisplau , Jofre. ¿Activo? ¿Pasivo? ¡No me vengas con categorías!

-¿De verdad lo quieres? –preguntó incrédulo- ¿Em deixes?

-Sí, me parece que he hablado claro.

Dalmau se colocó de espaldas a él, de rodillas, con los antebrazos y la cabeza tocando el suelo. La imagen era alucinante. Sobre dos muslos fortísimos se levantaba el mejor culo del instituto, quizá incluso de la comarca. Dos globos pletóricos de carne le saludaban, prominentes y altivos, queriendo escapar de ese cuerpo. Jofre no se decidía, hechizado por el perfecto diseño de esas nalgas limitada en su parte superior por esas hendiduras con las que se cerraba la columna y sobre todo los profundos hoyuelos laterales de cada cachete. Casi con reverencia tocó esos melones tan duros y tan bien dispuestos. No dejó ni una pulgada por acariciar, excitándole la suave dureza manifiesta. Las nalgas curvas y recias parecían rocas compactas que protegían la entrada de su orto virginal.

Tuvo que presionar con fuerza para vencer la resistencia de esos duros guardianes antes de chupar el ojete lampiño. Su lengua se entretuvo con esa entrada rosácea hacia el interior del chico. Tenía todo el tiempo del mundo para disfrutar de ese manjar selecto, cada lamida dentro de esa cálida cavidad no saciaba su deseo sinó que lo agrandaba todavía más. Le excitaba esa membrana palpitante, que se contraía con sus ataques voraces. Sólo después de haver agotado la saliva, decidió substituir la boca por los dedos. No era fácil superar el obstáculo; con todo Jofre no se daba por vencido, animado por la sonrisa de ánimo de su amigo. Sentía la dureza y estrechez de su interior con dos dedos ya horadándolo. Era angosto, sí, pero acogedor. Cuando estuvo más o menos satisfecho, se vistió con un condón.

-Voy a empezar. ¿Seguro que quieres?

-Métela de una vez y clávala con saña –le replicó resuelto.

-Así te dolerá.

-No importa. No me van las medias tintas, prefiero afrontar todo el dolor de una vez. ¡Redimonis, comença ja!

Jofre acató la orden de su novio. El glande topó con el ojete lubricado. Presionó con fuerza, pero el conducto interno era realmente estrecho. Empujaba con todo su ímpetu y lentamente iba avanzando posiciones. De todos modos, el empollón no estaba muy bregado en abrir culos, además estaba convencido que ese orificio virginal sería difícil hasta para un experto. Sentía además que esa pugna entre su tranca y las paredes rectales que se oponían firmemente al avance tenía rápidas consecuencias  para él. Su polla se iba animando progresivamente ante la fricción constante y a ese paso se correría allí dentro. Cuando ya no tuvo más fuerzas para seguir, retrocedió la verga un poco para empezar el consabido vaivén.

El atleta rubio había reclamado que lo penetrase. Por tanto, no profirió ningún quejido ni lamento, pero eso le estaba costando. Aquella estaca iba  perforándolo sin remedio, no intuía el fin de ese dolor que su amigo  había experimentado antes y en grado superlativo dado que su pollón era más largo y grueso. De todos modos, en su vida había soportado dolores mucho peores, además simultáneamente gozaba de esa novedad tan acentuadamente bestial y salvaje. Pronto cualquier pensamiento desapareció substituido por esa cadencia frenética que masajeaba su próstata, cadencia que le prometía una inminente ola de placer. Tal como le había pedido, Jofre no frenaba sus acometidas, el falo del deportista ya apuntaba al cielo sin casi haberlo tocado. El goce lo embargaba, era preso del delirio. Adoraba esa nueva sensación que lo colmaba. Ese frenesí exultante que no cedía, sino que aumentaba a cada segundo. Pronto sus descargas de lefa ensuciaron la superficie barnizada de la mesa mientras su chico, fundido todavía con él, eyaculaba en su interior. Se tumbaron en la mesa agotados.

A Dalmau le escocía el culo, no obstante, el trasero era solo una parte más de su cuerpo tan resentido en el gimnasio esa tarde. Se había atrevido a explorar otra parte de su anatomía. Le gustaba más actuar de taladro, pero sin duda volvería a exponer su ano al cipote de su amigo o a sus mismos dedos. Ese placer anal era todo un descubrimiento. Recuperándose de la corrida y de aquella tarde tan intensa, pensaba en los malditos David y Vidal. Del primero conocía el motivo, ahora se cuestionaba la razón que había movido al profesor a perjudicarle de un modo tan vil. Bueno, mañana lo descubriría. Era curioso, la visita a Vidal antes le inducía a la pereza, ahora deseaba que llegara cuanto antes. El docente esperaba disfrutar con su cuerpo, tendría una sorpresa que no olvidaría nunca...

-Mañana podemos vernos después de desayunar y buscar algún sitio para repetirlo –le susurró Jofre, zalamero y satisfecho.

-No podremos. No te lo he dicho antes, pero Vidal ha puesto una condición para el cambio de nota. El domingo debes enviarle una copia de tu trabajo final, o algo que se le parezca.

-Pero eso no puedo hacerlo. ¡No tinc temps! –protestó quejoso el empollón.

-Sí tienes tiempo. Me ha dado una copia del trabajo que le presentaste a mediados de marzo. Lo rellenas un poco y ya está.

-¿Y si vuelve a pasarme lo mismo?

-Lo he grabado en mi lápiz de memoria. Para evitar más contratiempos lo mejor será que uses mi portátil. Me acompañas a casa esta noche y ya me lo devolverás otro día.

Jofre le dio las gracias, besándolo otra vez. Le acarició una de las pocas zonas libres de daños, sus dedos se movían entre la espesa melena dorada del león del instituto hasta el fuerte cogote. Dalmau parecía satisfecho de sus toques, como un gato ronroneante. Todavía le parecía imposible que ese monumento pudiera haberlo escogido como amante. No, no volvería a dudarlo. Disfrutaría de la situación y punto.  Observaba las heridas que marcaban su cuerpo y en cierto modo se sentía culpable. Si no hubiese ido a ver al profesor Vidal no hubiese tenido el encontronazo con David y... Si llegaba a formular esas suposiciones, seguro que Mau no estaría de acuerdo. En cualquier caso, le estaba muy agradecido; no, estaba enamorado hasta los tuétanos de ese doncel rubio. No deseaba ocultarle nada. Sus secretos, ya no.

-Mau, ¿sabes quién vino a verme el mismo día que rompimos?

-¿Ahora vuelves con eso? No sé... ¿Tu amigo Víctor?

- Fred, fred . Fue Uri. Un cielo, como siempre .

-Déjame adivinarlo : Te consoló y no miró el reloj hasta que logró serenarte un poco.

-Bueno, no pasó exactamente así...


Parece que paulatinamente se van desvelando los enigmas del instituto. En la próxima entrega, Jofre se reunirá otra vez con el profesor Vidal, ahora en su domicilio, aunque no transcurrirá como uno de los dos había planeado. A mediados de febrero continuará la historia. Gracias una vez más por vuestras palabras y valoraciones. Se agradecen mucho.

Cordialment,

7Legolas