Jofre, Dalmau y otros (46)

Dalmau se encuentra a David en el gimnasio: golpes, cortes y preguntas. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XLVI:  El castigo del barbero

No vio a nadie en los vestuarios.  A Dalmau no le hubiese importado encontrarse con cualquiera de sus antiguos compañeros de equipo, si bien ahora algunos evitaban hablar con él, como si fuera un leproso. Abrió la taquilla y empezó a recoger su contenido: una bolsa de mano, ropa, rodilleras, toalla, un bloc lleno de esquemas de jugadas, pelotas de tenis, gel de baño, un bote de Reflex para los golpes y una caricatura de él como Superman futbolista, dibujada por Oriol hacía años.

-¡Hombre, si tenemos aquí al excapitán! -dijo una voz a sus espaldas- Será mejor que avise a los que estén en la ducha por si acaso...

-No, no te preocupes, David, no voy a quedarme ni un minuto más. Huele a podrido.

-Veo que además de perder tu puesto de líder, también perdiste la cabeza.  Te avisé que no se te ocurriera volver.

-Ya ves como tiemblo.

-Pues deberías...

Detrás de David aparecieron los gemelos Rius y Carles, el defensa más corpulento del equipo. A una indicación de su capitán, los tres se lanzaron contra Dalmau quien se enfrentó a ellos con determinación, aunque cuatro eran demasiado, sobre todo con  Carles por medio, el armario del instituto que podía pasar como luchador de sumo. Consiguieron hacerle caer al suelo y el capitán le ató de pies y manos.

-¡David, tonto del culo! ¡Desátame ahora o te juro que me la pagas!¡No estoy para hostias!-gritaba el rubio atleta que se debatía con fuerza, tratando de liberarse.

-Ponedlo encima de esa camilla de masaje.

Dalmau se revolvía enérgicamente, sin darse por vencido a pesar de la fortaleza de sus atacantes.

- No et moguis, condemnat ros –dijo David mientras le asestaba un golpe en el vientre- si no quieres que te muela a palos. Si forcejea otra vez, dadle una paliza.

El chico continuó revolviéndose hasta que los hermanos Rius se ensañaron con él, en los costados, en los muslos, en el pecho. Finalmente Dalmau se quedó quieto, con las mandíbulas apretadas, rechinando los dientes.

- Mira que arribes a ser babau. ¿Todavía no te has dado cuenta de que en el equipo ya nadie te soporta? Y eres tan rematadamente estúpido que vuelves aquí como si no hubiera ocurrido nada. Lo mejor será que nos inventemos algo para recordártelo por un tiempo.

-David, no tiene ni pizca de gracia. ¡Deixa’m, me cago en Déu!

-Sí, no te preocupes, ya te soltaremos, pero antes mejoraremos tu aspecto para que tengas más éxito entre tus nuevos amigos. Y metedle una toalla o lo que sea en la boca. ¡No vull sentir-lo més!

Mientras Carles le tapaba la boca, David recogió una bolsa de su taquilla.

-Hoy haremos prácticas de barbería –dijó David maliciosamente mientras enseñaba su contenido: espuma y hojas de afeitar –Quedará muy mono. ¡Levantadle los brazos!

Dalmau no pudo evitar que quedaran al descubierto sus axilas cubiertas de vello rubio, un poco más oscuro que su cabello.

-Si no dejas de moverte, peor para ti. Te cortaré las veces que sea necesario hasta dejar esos sobacos como los de un bebé.

David, sin vacilación alguna, procedió a  afeitar las peludas axilas. Una pasada, otra y otra más. Al final, esos sobacos quedaron suaves, sin pelo alguno, eso sí con dos o tres marcas sangrantes. Al nuevo capitán le encantaba esa tarea con la que humillaba al antes ídolo del instituto. Lo miraba satisfecho, bueno no del todo. El rostro del orgulloso Dalmau no manifestaba emoción alguna, como si aquello no fuera con él. David conseguiría doblegarlo con el segundo afeitado del día.

-A ver, continuaremos con la parte más divertida. ¡Sacadle el pantalón!

No fue fácil, entre la firme oposición de Dalmau que a pesar de ligaduras y la fuerza de sus compañeros, siguió debatiéndose con fiereza para impedir sus propósitos. Al final,  el pantalón corto se desgarró entre la presión de unos y la resistencia del otro. Los restos del pantalón azul oscuro ya no podían ocultar el tanga rojo granate que tapaba sus partes.

Què bonic ! -se burló David- Realmente Dalmau es otro “hombre”. Ahora prefiere vestir como una puta. Está disimulando, le encanta que le afeitemos. Así su paquetito lucirá más.

Los hermanos Rius reían divertidos con la charla del capitán, pero Carles no seguía las gracias de David,  parecía muy incómodo. Sujetaba férreamente a su antiguo líder aunque el espectáculo comenzaba a disgustarle.

Cuando Dalmau sintió la cuchilla en su entrepierna cesó de moverse. Tenía claro que al maldito barbero no le importaría marcarle con mil cicatrices. Con habilidad segó primero la espesura dorada para después cortar el resto, rasurar y apurar hasta dejarlo completamente libre de pelo. En las labores del afeitado David a veces le tocaba polla y después, ocupado también en  el escaso vello del escroto, manipulaba sus testículos. El resultado final, bastante bueno, sin demasiados cortes, y la visión que ofrecía el atleta era incluso mejor, con sus genitales claramente expuestos, sin nada que dificultase su contemplación. David hubiese deseado estar a solas con el apolo rubio, eso sí, convenientemente atado, para poder divertirse de manera más íntima y a su antojo.

-Ha quedado perfecto, como una ramera de lujo. Sólo falta el culo... ¡Dadle la vuelta!

Dalmau se encabritó otra vez, trató de desasirse de las cuerdas al tiempo que intentaba mantenerse en posición frontal. En vano. La camiseta sin mangas cubría la espalda, pero con el pantalón roto  las poderosas nalgas del deportista quedaban parcialmente a la vista. El excapitán no se quejaba, en su interior maldecía a David, sólo el deseo de venganza le ayudaba a resistir tamaña humillación. Él, el ídolo del instituto, objeto de la burla más abyecta, siendo los oficiantes algunos de sus camaradas. No manifestaría su dolor, no suplicaría clemencia, sólo juraba y perjuraba que aquello no acabaría así. Sin embargo, cada vez le parecía más una quimera. Desaliento, impotencia y frustración.

-¡Oh, qué lastima! El gran futbolista ya tiene el culo depilado. Seguro que se lo rasura a diario. Ahora necesita tenerlo muy limpio, ja, ja, ja –rio David,acompañado a coro por los gemelos Rius mientras sobaba esos sólidos melones carnosos, abriendo los cachetes para explorar el ano lampiño. Jofre se removía, tratando de sacarse la toalla de la boca.

De súbito la puerta del vestuario se abrió y una cabeza pelirroja se asomó sorprendida.

-¿Qué dimonis fas aquí, Oriol? ¡Vés-te’n! - gritó David.

-No, no me iré–respondió resoluto el chico pecoso acercándose, como tratando de disipar su peor presentimiento que en lugar de eso, se materializaba de manera incontestable. –¡No, no! ¿Qué cojones estáis haciendo? Es Dalmau, ¡soltadlo!

Los cuatro agresores primero se sorprendieron del arrojo del enano de la clase, después empezaron a reirse sin ningún embozo.

-Parad de reiros. ¿No me habéis oído? He dicho que lo dejéis –prosiguió el chico pecoso sin amilanarse, pero con la voz entrecortada, y aproximándose más.

-A ver, bufón, creo que no te has enterado –respondió Marc Rius, el más cercano a Uri- Estamos haciendo justicia, castigando a un mariconazo, y tú no eres nadie para meterte en estos asuntos y menos para darnos órdenes. ¿Vale, enanito? Vuelve con Blancanieves.

-No soy ningún enano y ya estáis desatándolo si no queréis que...

-¡Uy, qué miedo me da el  terrible renacuajo! –respondió Marc, burlón.

A modo de respuesta, Uri saltó dándole una patada en el muslo. Todos se asombraron de la ràpida reacción del canijo. Marc se llevó la mano a su pierna y lo miró con rabia –¡Te vas a enterar, maldito gusano!

Marc empezó a perseguir a Oriol por el vestuario. El pequeño no era rival para Marc siempre y cuando éste lograra capturarlo, cosa harto difícil. Uri se movía de un lado a otro, saltaba, se encaramaba  a la parte superior de las taquillas, se dejaba caer sobre las colchonetas y cuando Marc, resoplando llegaba hasta allí, él ya brincaba hacia otro lado. Lástima que al final, Oriol no tuvo en cuenta el suelo mojado próximo a las duchas, resbaló y una mano como una tenaza le apretó el pescuezo.

-¡Ya tengo al microbio!¿Qué hago con él?

-Mételo en el carro de la ropa sucia, con el resto de la mierda, y enciérralo en el armario donde lo guardan. Le conviene meditar. Ya lo sacarán de allí los de la limpieza por la noche –contestó David, sin vacilar ni un momento.

Dalmau  se revolvía con desespero, agitaba la boca, mirando insistentemente a Carles que no podía apartar la mirada de su antiguo capitán. En mala hora había acatado las órdenes de David. No soportaba a los gays, pero Dalmau no era un desconocido. Al final le sacó la toalla.

-Veo que quieres ganarte la vida haciendo de barbero peculiar...–dijo Dalmau, tratando al máximo de reprimir su rabia y conseguir algo muy difícil, superar a David en el terreno dialéctico.

-¿Qué dices? Y tú, métele la mordaza otra vez que no larga más que tonterías –increpó el capitán primero a Dalmau y después a Carles, aunque ninguno de los dos le hizo caso.

-Digo que eres un barbero muy curioso... Quizás te van los chicos cachas como yo porque un tío hetero no sobaría a conciencia los genitales de otro.

-¡Patético! Supongo que es la desesperación lo que te impide pensar algo más imaginativo. La mejor defensa es un buen ataque, pero el tuyo da pena, como siempre. No me metas en tu vicio. Tú eres el depravado, no yo.

-Di lo que quieras, pero todos habéis visto cómo se recreaba en la operación. Disfrutaba magreándome la polla y el culo. Seguro que a algunos os asquea –afirmó, mirando fijamente al defensa más corpulento del instituto.

-Sí -contestó Carles- yo quería darte una tunda, pero no eso. Me repugna. No lo entiendo. Primero tú, ahora él. Estoy rodeado de maricas.

-No te enteras: el mariconazo, es él, yo sólo le he dado su merecido -argumentaba David cuando se dio cuenta que Dalmau trataba de ocultar la cartera de su pantalón roto. Paró un momento, dibujó una sonrisa y  retomó el discurso con tono tranquilo y solemne –Carles, ¿quieres ver la diferencia entre ese cerdo y yo? Examina las dos carteras.

David le dio la suya y después, a pesar de los intentos de Dalmau de impedírselo, extrajo la otra del pantalón roto. Carles revisó atentamente el contenido de la del moreno. Dos fotos de  Blanca y nada sospechoso. Después comprobó el contenido de la cartera de Dalmau. Ninguna foto, pero había algo: una tarjeta con una cita que leyó en voz alta: “Susy, 10/06/12, 10 h., Jardí del plaer

-¡Jardín del placer! Es el burdel de la carretera –dijo Andreu Rius- Y Susy debe ser la mulata de tetazas enormes. El diez es mañana sábado. ¡Qué suerte!

-¡Ya sabía yo que mi capitán no podía resistirse a un nuevo coño, y ahora de una profesional! –aseveró Carles, contento.

-¡Pero que estáis diciendo, colla de descerebrats !  ¿Y sus fotos follando con otro tío?

-¿Hablas de las fotos que Gonzalo os mostró cuando me encerró para que no pudiese contrariarle? –preguntó Dalmau tranquilamente, como si aquello no fuera importante.

-¡Qué dices, mamarracho! –replicó exaltado David– Pues claro que no te dejó verlas, le hubieras saltado a la yugular para impedir que conociéramos la verdad: eres un pervertido, un peligro para nuestros culos.

-¿Esas fotos eran tan peligrosas? ¿Qué? ¿Quizás, unos besos y unos caricias? A veces, uno bebe más de la cuenta. ¿Te acuerdas, Carles, cuando celebramos la Octogonal del año pasado y acabamos abrazando a esos asnos llenos de piojos?

-¿Y la carta de tu puño y letra donde te declarabas a tu maldito novio, también fue fruto de la bebida?  ¡Gonzalo lo tuvo clarísimo al leerlo antes de la final! -estalló David colérico.

-¿Carta? ¿De qué carta hablas?

-De nada… -.respondió arrepentido de su arrebato.

-¿De res? Nois,el vostre capità té amnèsia . Le haré memoria: hablaba de una carta misteriosa que recibió el entrenador antes de acabar la Octogonal. Una carta con la que alguien se aseguraba mi fracaso como futbolista en la Masia. Sí, es cierto, me gusta Jofre, pero este cabrón hizo puré el sueño de tantos años sólo para convertirse en capitán.

-No fui yo, –replicó- Gonzalo me lo explicó la semana pasada

-¿Tanto ha cambiado Gonzalo desde que salí del equipo? ¿De verdad crees que podemos tragarnos que el entrenador confía lo más mínimo en sus jugadores?

–Eso tanto da ahora. Recibiste lo que te merecías.

-¿No te das cuenta que con lo que hiciste no me perjudicaste solo a mí? Durante años hemos sido un equipo, compartiendo triunfos y fracasos, con el mismo sueño que habían tenido y a veces habían alcanzado las anteriores promociones del instituto: ganar la Octogonal el último curso y lograr que uno del equipo entrase en la Masia. Tú, uno del equipo, lo has impedido. Que te aproveche.

El silencio fue la respuesta al último alegato del excapitán. David levantó la cabeza nervioso, tratando de calibrar la situación: Dalmau seguía atado de pies y manos, y sus compinches permanecían mudos. No le gustaba cómo evolucionaba el panorama, quedarse más tiempo no auguraba nada bueno.

-¡Vámonos! Ya está bien por hoy. Los de la limpieza tendrán trabajo extra, ja, ja, ja.

Su risa no fue seguida por la de los otros futbolistas. La respuesta, miradas hoscas.

-No, David. Tú no te mueves de aquí –afirmó Carles con rotundidad- Eres indigno de ser nuestro capitán. Todo el mundo sabe que no me caen bien los sarasas, pero lo tuyo me asquea. Ahora limaréis vuestras diferencias en el gimnasio.

-Estás loco si crees que me voy a quedar aquí con ese. Tú, haz lo que te venga en gana. Si quieres limpiarle los mocos, tú mismo, pero yo y los gemelos nos largamos.

Sucedió todo lo contrario, los hermanos Rius agarraron a David mientras Carles desataba a Dalmau. El muchacho rubio se refregó muñecas y tobillos, y se desprendió del pantalón, convertido en un colgajo de ropa que ahora podía estorbarle en sus movimientos. Estaba satisfecho Su treta –el amago de la cartera- había funcionado. Su principal sospechoso había caído en la trampa. Por fin sabía quién estaba detrás del asunto de la carta y las fotos.

Eran muchos los cargos que  tenía contra él. ¿Por qué tanto odio con quien había compartido tantas tardes? Lo observaba tratando de zafarse del agarre de los Rius, y con cada mirada sentía que la ira oculta hasta entonces pugnaba por escapar de toda medida y control. Tensaba brazos y piernas para sentir su fuerza. Si alguien creía que la lucha cercana ya estaba ganada, no conocía a David. No era ningún alfeñique y esa situación le convertía en un contrincante muy peligroso. No obstante, Dalmau deseaba entrar ya en liza para disipar por fin las negras y persistentes amarguras que habían ido jalonando su camino durante las últimas semanas.

-Os quedáis los dos solos. Durante diez minutos la puerta estará cerrada. Dentro, haced lo que os plazca –dijo Carles cuando abandonó la estancia acompañado de sus amigos.

Dos gladiadores, en un anfiteatro vacío, se observaban atentamente. Breves movimientos, tensando músculos, respirando y bombeando sangre al corazón con celeridad. Permanecían en silencio, con las miradas quedaba dicho todo. Rabia y odio dirimirían sus diferencias en combate privado y singular. Percutía algo en una madera y ese son constante parecía un tambor ceremonial que anunciaba la gran lid.

No esperaron más, de repente los dos cuerpos chocaron uno contra otro con violencia. Los dos muchachos atléticos mostraban su fuerza, sus músculos marcados al máximo para vencer al otro. Agarrados, golpeándose, rompiendo las costuras de las camisetas, puntapiés, llaves de judo y de lucha combinándose. El combate seguía minuto tras minuto sin pausa y sin perder intensidad. Cada lance se cobraba un precio: moratones, nudillos abiertos y las bocas ensangrentadas cubriendo los blancos dientes.

Dalmau se resentía de los golpes anteriores durante el afeitado, pero no cejaba en sus tentativas de abatir a su oponente. En los primeros compases del combate David le aventajaba en agilidad, estaba fresco como una rosa, pero pronto pétalos morados florecieron en su cuerpo, en los muslos y el vientre; con ellos fue perdiendo fuelle, su vigor enflaquecía mientras la energía del titán rubio parecía inagotable. Finalmente Dalmau consiguió aprisionar un brazo de David, haciendo palanca con su hombro lo cargó sobre la espalda y lo tiró al suelo. El rubio, con manos como grilletes lo inmovilizó. Tenía por fin dominado a ese miserable que, resollando y escupiendo saliva enrojecida, no mostrada la mirada altanera de costumbre, sólo un rictus de dolor.

-¿Por qué le enviaste la carta y la fotos? ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué? -le reclamaba Dalmau con insistencia, pero su triste estampa le había quitado las ganas de ensañarse más con él. Hastiado de golpes.

-No tuve nada que ver con las fotos, sólo con la carta.

- ¡Mentider!

-No te miento, ¿qué ganaría ahora con eso? Pero me alegra ver que hay alguien más que no te soporta.

-¡Cómo conseguiste la carta?

-Ya me conoces, consigo lo que quiero. No fue complicado. Vi a Jofre echar la carta en la papelera. Supuse que era ese papel que guardabas en tu bolsillo. Todo el rato en el vestuario estabas pendiente de él, como si fuera un tesoro. Desde la terraza de la cafetería tenía una vista preciosa. Fue fácil deducir lo que había pasado: Le diste la carta y Jofre la rompió, sin querer leerla. Me fijé en un niño que jugaba cerca de la papelera con un yo-yo. Cuando Blanca se fue al baño, salí de la terraza, cogí la calle paralela y desde allí llamé al crío. Le ofrecí cinco euros por la carta rota. No tardó ni un minuto.

-¡Cabrón! Tanto me odias ¿Por qué?

-Por tantos motivos… Has crecido admirado por todo el mundo, eres guapo…

-Tú también, no entiendo por qué…

-No necesito tu consuelo –le cortó David-. La naturaleza normalmente es esquiva en ofrecer sus dones, pero contigo fue insultantemente generosa. A tu lado, no soy nada. Más me valdría ser feo y jorobado, acostumbrado al rechazo de los demás, en lugar de haber descubierto a tu lado una nueva y desagradable sensación: cuando tú surges, los otros desaparecemos. Tú, y solo tú. Te encanta poder exhibirte, liderar el instituto, todos pendientes de tu y de tus estupideces.

-Algo no cuadra en lo que dices. Hemos convivido años enteros, estoy convencido de que antes no pensabas lo mismo. Eras el segundo del equipo…

-Antes las cosas eran diferentes. Me había imaginado que yo para ti era importante o como mínimo, útil. No podía ser el rey, pero sí, el consejero, el lugarteniente, y gozar de cierta autoridad. Pero surgió Jofre y desde entonces todo cambió. Hablabas de él a todas horas, no había nadie como el sabelotodo, y me di cuenta que incluso el papel de segundón me estaba vetado.

-Pero David, yo…

-¿Aún no lo entiendes? ¿Crees que es fácil vivir a tu lado, bajo un sol asfixiante del cual todos agradecen su luz, pero que a ti te va secando el ánimo día tras otro? Es un infierno vivir a la sombra de alguien, a quien superas de largo, mas no encuentras nadie lúcido que lo reconozca, todos absortos con el ídolo, incluso ese alguien del que estás enamorado. ¿Sabes qué es descubrir que la persona que más quieres, ama más al gran Dalmau que a su novio? –replicó David acongojado.

-Pero eso no es cierto, Blanca sale contigo ahora feliz, me dijo que estaba muy satisfecha del cambio.

-No entiendes nada. Piérdete. Sólo deseo que no descubras quien envió las fotos y que pueda joderte otra vez, como yo desearía hacerlo.

Dalmau hizo el amago de golpearlo otra vez, pero su puño no percutió otra vez la piel herida de su compañero de clase. No le daría el placer de justificar su odio. Simplemente se levantó. Lo dejó ir. No hablaron más. David desapareció rápido del gimnasio.

El chico rubio escupía aún un poco de sangre y prefería no tocarse una rodilla ni el costado izquierdo. Nunca había sido consciente de todo lo que le había dicho David. Disfrutaba de su encanto y dado que nunca tuvo que esforzarse para conseguirlo, no se había planteado que alguien pudiese envidiarlo. Bueno, como mínimo el tema de la carta era caso cerrado. En la soledad del recinto, percibió unos golpes en la madera. Ese ruido no era nuevo, lo había oído desde el principio de la lucha con el otro capitán. De súbito lo entendió y con tanta rapidez como le permitían sus agotados miembros, abrió una gran puerta y sacó el carro de la ropa sucia. Allí estaba Oriol, practicando como pájaro carpintero. Lo levantó en volandas con cierto esfuerzo.

- ¡Oriol, maco, perdona’m!¿Estàs bé?

- Sí, ahora ya sé que sienten mis trenes cuando los dejo en  medio del túnel, je, je, je.

Con cuidado lo dejó en el banco cercano. Entonces el pecoso reparó en su amigo. Tenía un aspecto horrible. Vestido sólo con un tanga y una camiseta hecha jirones, morados en piernas y brazos, con una herida en el costado que sangraba un poco.

-iDalmau! –exclamó con una expresión de pena que emocionó al chico rubio -¿Què t’han fet?

-No es nada, cuatro rasguños. Me lavo y ya está. Al menos ha servido para solucionar el enigma de la carta. Fue David.

-¿David?-respondió asombrado- ¿Y dónde está?

-Se ha ido, eso sí, bastante magullado. Ha salido con el rabo entre las piernas. Me equivoqué un poco. Fue más difícil de lo que esperaba, pero le he vencido, aunque ya antes de la pelea había perdido lo que más le importaba, su reputación.

-Siento no haber sido de ayuda. Como siempre todos me torean. Desearía ser más alto y...

-Uri, tú nunca me has fallado. Viniste porque creías que tenía problemas, ¿no? Me diste ánimos. Estaba furioso viendo cómo te trataban, no podía permitirlo. Y ese Marc Rius recibirá una lección por haberte tratado así.

-No le hagas nada, sisplau .

-Uri, ¿no tienes sangre en las venas? –preguntó el chico rubio, pero sin nota de enojo en su voz.

-El orgullo crece con la altura, en la distancia que hay entre la tuya y la mía. Estoy cansado de peleas. Además conserva ya un recuerdo mío, el morado de la pierna tardará días en curar.

-Como quieras, pero cómo se ponga en mi camino o me entere de que se burla de ti, le parto la cara... Bueno, voy a ducharme. En trece minutos he quedado con Jofre en la biblioteca histórica –anunció el atleta mientras cogía una toalla.

-Me’n vaig. Tinc pressa

-¿A qué viene tanta urgencia? –se detuvo Dalmau para responderle- ¿No quieres ver a Jofre?

-Me toca preparar la cena –contestó Oriol, rehuyendo su mirada-. Ha sido un día muy duro. Sólo deseo volver a casa, dormir y olvidarlo todo.

-Sí, claro. Lo siento –dijo el rubio, aceptando su razonamiento- ¿Sigues sin querer explicarme lo del cau ?

-Sí, déjalo.

-Oriol, ¿la historia de tu novio, cómo va?

-Bien, muy bien –replicó rápidamente el pecoso, con su sonrisa más abierta-. Pasamos una crisis, pero ya es historia. Es un chico muy majo

-Un chico muy majo y muy intrigante.

-Intrigante para ti, yo sé cómo es  perfectamente...

-¿No lo conoceré nunca? –inquirió obstinado el atleta- Me gustaría poder saludar a ese portento que  ha enamorado al nen .

-No me llames nen – replicó el canijo inquieto y molesto con sus preguntas-. ¡No soy ningún crío!

-Perdona- se disculpó el atleta rubio, acariciándole el cabello.

Oriol se alejó con rapidez. Dalmau no se molestó. Se limitó a seguir con la mirada el andar de su amigo. Bajo su aparente fragilidad se amagaba un espíritu muy resistente. Pocos habrían soportado esa tarde de locos. Oriol era realmente especial para el atleta rubio por muchas cosas. Y lo de su novio misterioso le disgustaba.  Había algo raro... Recreó la escena del vestuario. No sabía cómo habría reaccionado si David y compañía se hubieran ensañado con Uri... Mejor así.

Dalmau se desnudó y entró en las duchas. Actuó de manera diferente a lo acostumbrado, esta vez no se colocó inmediatamente bajo el agua a toda presión. El agua le recordaba las huellas del combate anterior, pese a las molestias y el escozor del costado, los daba por bien empleados. Se enjabonó con cuidado. Estaba convencido que Jofre alucinaría cuando lo viera desnudo, con esa colección de moratones.

Subió un poco la temperatura del agua. Lo sabía perfectamente, pero le sorprendía todavía la novedad de su polla libre de pelos. Había entrado en la ducha con la verga medio empalmada. A veces creía que su falo tenía vida y criterio propios. Ahora reclamaba su atención cada vez con mayor insistencia, y a ése no podía venirle con el cuento que ya disfrutaría dentro de una hora. Aprovechó el jabón para producir espuma con la que sepultó sus cojones, ahora tan suaves, y a su amiguito que pronto, con dos o tres toqueteos más, ya sería mayor. Los cardenales le molestaban al mismo tiempo que disfrutaba de esas sensaciones agradables que los hematomas no conseguían paralizar.

Las manos eran un prodigio, tan aptas para el golpe más agresivo como para la caricia más leve. Le encantaba sentir su piel húmeda, refrescada por ese centelleo transparente acuoso y estimulada por sus dedos expertos que viajaban por cada rincón de su anatomía y sabían tratarla para provocar placer. Se frotaba la cabeza, adentrando sus dedos en la espesura dorada, recorriendo toda la melena hasta  su frente y las sienes, con un suave masaje. Se tocaba ahora su rostro, ese rostro con el que tantos quedaban embobados cuando lo veían por primera vez. Él se había reconocido siempre así, siempre guapo, y eso abría muchas puertas, pero no estaba enamorado de sí mismo ni buscaba alguien como él. Se acariciaba los pómulos salientes al tiempo que la lengua humedecía sus labios y recorría su dentadura. Se concentró unos momentos en su nariz elegante y recta, le encantaba manosearla con sus dedos ensalivados en esas pajas solitarias.

Si era cierto que la nuez de Adam refleja la virilidad, él era un macho por su tamaño. Se masajeó el cuello y los fuertes hombros antes de visitar sus torneados brazos aunque ahora  parecían en ciertos lugares un campo de batalla, con tantos moretones molestos. Tensaba los músculos doloridos para sentir, a pesar de eso, el poderío de sus  bíceps duros como el hierro. Después se enjabonó el pecho para aplicarse con devoción en una de sus zonas preferidas, esos amplios pectorales macizos coronados con gruesas aréolas que despertaban la libido de cualquiera. A duras penas las palmas de sus manos podían abarcar todo el contorno pectoral que presionaba una y otra vez. Se frotó los pezones con saña, mordisqueándose simultáneamente los labios. Pinzaba esos botones del placer para obtener enérgicas descargas placenteras.

Su cuerpo nunca tenía suficiente, cuanto más le daba, más ansiaba, y siguió bajando, desde el ancho espacio triangular que se abría entre sus pectorales hacia sus abdominales, tan definidos que incluso un ciego los captaría, palpando sus duros relieves. No se entretuvo en sus costados, uno con la herida que al menos ya había dejado de sangrar. El vello púbico era historia. Todavía no se había  acostumbrado a esa versión depilada de sus partes; con todo, no le molestaba ni inquietaba en absoluto. Si David creía que eso le llevaría a ocultar su desnudez en los vestuarios estaba muy equivocado. Siempre orgulloso de su cuerpo, con o sin pelo. En todo caso, era excitante sentir una parte de su anatomía de manera diferente, más deliciosamente suave, y sus dedos se movían insistentemente entre la espuma jabonosa, como si buscaran restos del vello perdido.

Sus manos se posaron en la entrepierna espumosa para gozar de sus juguetes más íntimos. La polla estaba ya lista, enhiesta como lanza para dar guerra, pero él se demoró un poco. Antes quiso probar la superficie pulida del escroto. Le encantó pasar sus dedos entre los gordos testículos sin nada que mitigase su contacto. Le parecían más sensibles, con sus formas deliciosamente redondeadas y compactas. Pasaba los testículos, ahora auténticas bolsa lisas como de billar, entre sus dedos, las restregaba y sus gemidos eran claramente audibles.

Por fin atacó el largo cipote, compañero inseparable que siempre le dejaba satisfecho. Recio, largo, venoso e imponente, bailaban sus dedos arriba y abajo del formidable fuste mientra uno de sus pulgares se divertía en el glande rosado, oprimiéndolo y aumentando así el goce. Allí no había llegado la guerra y podía frotar cada centímetro sin ningún miedo, con aquella energía que a algunas chicas les asustaba pensando que se haría daño, pero que él sabía muy bien que, impelido por el deseo más acuciante, no provocaba ningún dolor sino el placer más absorbente. No podía alargarse demasiado.

Con una mano comenzó a machacar la potente tranca. Las venas se marcaban, el glande brillante, encharcado con el líquido preseminal, los restos de jabón suavizaban la fricción y aumentaban aún más el ritmo frenético. Una mano masajeaba los cojones y el perineo mientras la otra se dedicaba a tocar la zambomba con toda la energía salvaje y furiosa de la que era capaz. Gemía como un poseso, sus músculos en tensión, los ojos casi cerrados, sin pensar en nada más que en el delirio que se aproximaba. Lo conocía perfectemente, pero continuaba cayendo rendido a sus pies. Se acercaba vehemente, exigiéndole toda su atención a cambio del placer voluptuoso. Sintió su inmediatez y segundos después, entre bramidos, descargó abundantes trallazos de leche de la mejor calidad que superaban la densidad del jabón

Como siempre, a la hora convenida entraba en la biblioteca. Dalmau notó que su hermanito todavía estaba insatisfecho. Bueno, después de hablar con el bibliotecario, esa noche disfrutaría con Jofre de otra sesión, pero con una novedad, hoy probaría un nuevo plato.


Por fin volverán a reunirse Jofre y Dalmau en un lugar familiar, la biblioteca, pero esta vez con un nuevo interés. Deben hablar con el bibliotecario. Quizás sepa mucho más de lo que aparenta. Por otro lado, el rubio tiene otro problema: ¿Cómo justificará ante Jofre el cambio de nota del profesor Vidal? ¿Le explicará lo que de verdad ocurrió?

Os doy las gracias por vuestras valoraciones y comentarios. Es meritorio que después de tantos capítulos aun dediquéis tiempo a leer mi historia y comentarla. Sólo puedo corresponder siendo fiel a mi cita quincenal, y espero no flaquear a estas alturas.

Cordialment i molt agraït,

7Legolas