Jofre, Dalmau y otros (43)

Después de un domingo feliz, llega el día del trabajo de curso, con sorpresa incluida. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XLIII:  El trabajo fantasma

-¡Ah, hola, Oleguer!

-¡Hola!

-¿No está Dalmau?-preguntó Jofre, un poco sorprendido que no le hubiese recibido su novio.

-Ha salido. No, no te preocupes, mi hermano volverá en pocos minutos. Perdona que te reciba así. Acabo de ducharme –le dijo Oleguer, secándose el torso desnudo con una toalla- pero pasa al comedor, hombre. No te quedes aquí tan tieso y modosito.

El anfitrión le ofreció una Coca-Cola y se sentaron en el sofá mientras esperaban el regreso de Dalmau. Era la primera vez que el invitado estaba a solas con Oleguer. No se sentía incómodo, sólo un poco raro con ese tiarrón medio desnudo a corta distancia. Había dejado la toalla sobre la mesa al lado de un polo azul. Seguramente era la prenda que iba a ponerse, pero el universitario no parecía tener ninguna prisa, satisfecho de su aspecto. Sin duda era hermano de Dalmau, guapo a rabiar, coronado con una cabellera de un negro profundo, a juego con sus ojos, levemente velados con sus gafas de fina montura gris. Ese aire intelectual se desvanecía cuando uno admiraba su amplio tórax, con notorios pezones y los abdominales bien definidos. Los pantalones marcaban sus piernas macizas y en la bragueta, un bulto prometedor.

-Dalmau me dijo que mañana entregas el trabajo de investigación. Ya debes tener ganas de olvidarte de todo eso.

-Sí, muchas ganas.

-A propósito, ¿quién te lo revisa? ¿La señora Rocablanca? ¿O esa tía, la Selva, con pinta de guarrilla? ¿Ferrer, el de disciplina?

Jofre iba negando con la cabeza y al final después de nombrar a siete u ocho profesores, Oleguer se rindió.

-Es el profesor Vidal –resolvió el enigma Jofre, satisfecho.

-¿Vidal? –replicó el universitario airado– ¿Ese tipejo desgraciado todavía sigue allí? Espero que no te haya hecho ninguna putada.

-No, estoy contento.

-Mejor así, pero no te fíes... Es un cabrón integral.

En ese momento entró Dalmau. Llevaba un pequeño paquete de la farmacia.

-Ya veo que mi hermanito hoy tiene ganas de juerga…-dijo Oleguer, cambiando el tono y cubriéndose con el polo azul- Bueno, yo me voy, que me espera Berta. ¡Feu bondat! Espero que no chamusquéis la casa con vuestros ardores juveniles, ¡ja, ja, ja!.

Oleguer salió raudo como una flecha mientras Dalmau y Jofre se morreaban.

-¿Te duele algo? –preguntó Jofre cuando abandonó por un instante la boca de su chico.

-¿Por qué lo dices?

-Por eso de la farmacia. ¿Estás enfermo?

-¡No, hombre, no, ja, ja, ja! –respondió riendo Dalmau- ¡Son condones! Va, subamos a mi habitación. Les daremos alguna utilidad.

Dalmau estaba muy satisfecho con Jofre otra vez a su lado. Hasta entonces nunca se había planteado nada con nadie más allá de tontear y disfrutar un rato, con él era diferente. Nunca le cansaba y nunca tenía bastante. Lo miraba cómo se sacaba el polo, todavía ahora con ciertos nervios, como si aún no se hubiera acostumbrado a sus juegos amorosos. Ahora le enseñaba el ombligo y su barriguita hipersensible que volvería a acariciar sin falta para sentirlo estremecerse entre sus manos. Jofre llevaba unos bóxers que le marcaban su culo apetecible,.

El chico ya estaba listo, se estiró en la cama, pero su noviete no se movía, descalzo y desnudo sólo hasta el pecho, observándolo con atención.

-Mau, ¿qué haces? ¿No vienes? Tantas prisas antes, y ahora…

El chico no respondió, se limitó a sacarse el pantalón con parsimonia para exhibir orgulloso su cuerpo atlético, sólo cubierto por un sucinto slip negro. Le ofreció una sonrisa abierta y confiada mientras tensaba sus músculos, como si estuviera posando en un campeonato de culturismo. Su cuerpo era mucho más bonito que el de todos aquellos colosos hipertrofiados embadurnados de aceite. Plenamente armónico, ninguna de sus partes aparecía exageradamente voluminosa, todas en equilibrio, eso sí, un equilibrio al alcance de pocos, con músculos evidentes desde los hombros hasta los gemelos.

Hinchaba ahora sus pectorales, vastas llanuras carnosas que contrastaban con la cordillera de sus abdominales, con angostos desfiladeros en cada una de sus estribaciones. Ahora marcaba su muslamen, esas piernas de futbolista que doblaban el grosor de las suyas, magníficamente construidas. Después se dio la vuelta para enseñar su ancha y poderosa  espalda que se estrechaba a medida que descendía, y el muy granuja, consciente de sus tesoros, recogió parte de la prenda para enseñar más carne y exponer dos nalgas redondas, veladas parcialmente con ese tejido que a duras penas cubría el soberbio culazo.

-¿Qué, valía la pena la espera? –le preguntó el apolo rubio sonriente cuando se acercó a él.

Jofre no dijo nada, sus ojos satisfechos eran la confirmación que la exhibición había sido magnífica e inapelable. Por otro lado, a medio metro su polla se había despertado en segundos y su grosor ya era manifiesto en el short. Dalmau subió al lecho, poniéndose a cuatro patas. Con la elegancia de una pantera, situó su cuerpo por encima del de su amigo, estirado en la cama. Jofre lo observaba: no era tan sólo la belleza de su cuerpo la razón de su éxito, esa elegancia singular y su mirada felina, poderosa y cargada de misterio acrecentaban su magnetismo sexual. Y su cuerpo respondía a esa atracción con la respiración agitada, el aumento de las palpitaciones y el vello del cuerpo erizado. No sabía el porqué, pero Dalmau le hechizaba, incapaz de pensar en nada más, sólo él, su cuerpo, su rostro y esa voz grave aterciopelada que le hacía palpitar.

-Relájate. No soy el lobo, no te voy a comer-le susurró Dalmau, dulcemente, antes de que sus labios hallaran los suyos. Un toque, dos, tres… Otro más y aún otro… Jofre trataba de contar y retener en su memoria cada uno de los besos que su amigo le brindaba, pero al final eso resultaba tarea imposible porque a los piques de sus labios se unían las dulces caricias de sus manos fuertes y los roces enérgicos de sus piernas que frotaban las suyas una y otra vez sin descanso. Era como una avalancha, un torrente de sensaciones que a pesar de aturdirlo, no quería dejar de sentir ni un ápice  de su intensidad.

Movía el cuello de un lado a otro, atacado por esa boca hambrienta, sonando al mismo tiempo las chupadas de su amigo y sus pequeños gemidos gozosos. Le despeinaba la negra cabellera mientras con la otra mano le magreaba el pecho sin timidez. El pulgar se entretenía en su aréola e incluso frotaba con la uña el pezón y estallaba un temblor y una descarga de placer tras la cual Jofre trataba sin éxito de impedir nuevos ataques que, suaves primero, arreciaban después.

-Voy al piso de abajo-le dijo de repente el rubio apolo. Su amigo no le entendió. ¿Ahora se va? ¿Me deja así? ¡Vaya narices!

Falsa alarma. El chico no se  movió de la cama, simplemente centró  su interés más abajo donde  un plátano lozano y sabroso le estaba esperando, guardado sólo a medias entre el bóxer. Dalmau lo desvistió con rapidez, en segundos dejó caer la prenda al suelo para agarrar cómodamente la polla por su base y observar ese largo badajo, con el glande ya expuesto. Iba a menearlo un poco cuando Jofre le detuvo.

-¿Por qué no lo frotas con tu tableta? A ver si está tan dura como dices.

El atleta juntó su cuerpo al de su amigo, la verga encajonada entre los dos troncos y muy pronto el más macizo empezó a moverse arriba y abajo, friccionando los calientes abdominales de acero la parte más sensible de Jofre, quien se limitaba a suspirar ante esos embates deliciosos que le transportaban al cielo. Su Hércules proseguía incansable su labor, subiendo y bajando, hasta que le pidió que cesara la operación. No deseaba correrse tan pronto.

-¿Y si ahora te ocupas un poco de mi? –le sugirió Dalmau con un punto de modestia que sonaba falso e impostado.

- D’acord , pero no, no de esto no –le respondió echando atrás el pecho que había avanzado su novio, poniendo tímidamente la mano sobre su muslo- ¿Te importaría si te acaricio un poco las piernas?

-Jofre, ¿por qué me preguntas eso y de esta manera? Soy tu novio. Tú toca todo lo que te antoje. Sóbalas, magréalas cuanto quieras. Me encanta, allí tengo uno de mis puntos calientes…

Azuzado por su respuesta, el chico moreno se aplicó en la tarea. Disfrutaba de esas piernas imponentes, siempre le habían atraído, y gozaba pasando sus dedos por las pantorrillas compactas, las poderosas rodillas  y sobre todo esos muslazos abombados, duros como piedras. De súbito su chico suspiró. ¡Ajá, eureka! ¡Lo había encontrado! Sus dedos viajaban ahora por la parte posterior del muslo y Mau disfrutaba de esas caricias,  ronroneando como un gato. Se concentró unos minutos en esa tarea.

-Va, ya que te gustan mis patas, ¿por qué no te dedicas también a la tercera? –dijo el rubiales, sacándose el breve slip.

Como siempre el vergón destacaba, convertido en el punto focal de la habitación, el cetro palpitante de ese dios del amor, enhiesto señalando al cielo, con sus paredes grabadas con  gruesos trazos venosos, y su cúspide pulida, de un rosa intenso y bañado con el líquido preseminal que le daba un tono brillante, casi mágico. El primer toque de Jofre fue delicado, lleno de respeto reverencial, pero pronto ese cuidado desapareció ante el ardor y la pasión que suscitaba. Lo lamía de un lado a otro, sus dedos revolvían sus testículos constantemente, satisfechos de su grosor, e incluso su nariz participaba del festín inhalando el denso aroma viril de ese formidable falo.

Dalmau quería tener un papel más activo en el juego. Se estiró en sentido inverso a Jofre para dibujar un 69 y zamparse la polla de su amigo. Le encantaba comer y ser comido, dar placer al tiempo que resistir las descargas placenteras que se sucedían en su cabeza. Ya estaba habituado a engullir el cipote de su amigo, acostumbrado sí pero en ningún caso hastiado. Jofre también devoraba con fruición  el soberbio caramelo con palo de su chico aunque era más grueso y largo. Mientras lo saboreaba, sus manos acariciaban los muslos, el vello púbico, la cintura e incluso se aventuró a tocar un poco ese culo tan espléndido. Mau no se quejó en absoluto.

Los dos chicos se corrieron casi simultáneamente: Esta vez buen parte de la leche de ambos sementales se escapó de sus bocas, incapaces de refrenar los jadeos fruto del orgasmo. Acabaron otra vez, acercando sus caras, divertidos y felices de pensar que pronto llegaría el verano y con él podrían dar rienda suelta a sus sentimientos, ya no enturbiados por los quehaceres del instituto.

Pasaron el resto de la tarde juntos. Dalmau acompañó a Jofre hasta su casa, ahora por fin cogidos de la mano. Un sencillo gesto, pero impensable pocos días antes. Algo tan anodino para muchos, pero para ellos un mundo. El empollón disfrutaba del contacto de esos dedos fuertes y amorosos, pensando, eso sí, que su chico había tenido que pagar un alto precio por ser fiel a sí mismo y a sus sentimientos…

Lunes por la mañana. Por fin el día de la entrega del trabajo había llegado. Por una vez Jofre no estaba nervioso porque desde mediados de curso todos los controles sobre la evolución del trabajo de investigación habían sido muy buenos. Así pues, ahora la valoración del trabajo final era un puro trámite que esperaba liquidar en un santiamén y volver a casa feliz y satisfecho.

Llegó al instituto con tiempo de sobra, con su trabajo almacenado en el lápiz de memoria, esperando que pasara rápido el tiempo. Cuando subió al tercer piso, vio un par de estudiantes que aguardaban en la puerta del despacho del señor Vidal. Prefirió sentarse en las sillas cercanas a la galería porque allí estaba Blanca, la ex de Dalmau. De repente, caminando por el pasillo, apareció Núria con una pesada mochila, hacia el destino común de todos ellos en esa mañana de junio.

-Hoy se te han pegado las sábanas, ¿eh? –dijo Blanca a modo de saludo, con su típica sonrisa burlona.

-¿Por? –preguntó la recién llegada con suspicacia.

-Por tu aspecto, todavía más desaliñada que de costumbre.

-Yo voy muy limpia y aseada, pero eso sí  no me encierro en el lavabo para acicalarme durante horas para parecer la reina María Antonieta.

-Tú lo has dicho, soy una reina. No como tú. Incluso ese chico soso que sale contigo, la verdad es que no parece muy feliz en tu compañía.

-Ese chico  se llama Víctor. En cambio cuando nos das la paliza sobre el tuyo ya no sé de quién demonios hablas. Llevas tantos que incluso tú debes perder la cuenta. ¡Qué raro! ¿O quizás será porque nadie te soporta más de una semana?

-¡Cuánta envidia! ¡Estúpida, ximpleta !

-¡Y tu más! ¡Viciosa!

- ¡Vella bruixa! ¡Camionera!

La puerta del despacho se abrió con furia. Apareció el profesor Vidal crispado.

-¡Prou! ¡Això és un institut, no un mercat ni un circ! ¡No quiero volver a oír ni un murmullo, y si no aténganse a las consecuencias!- dijo crispado, remarcando cada palabra y señalando la gruesa carpeta que cargaba Blanca con su trabajo. Después se encerró otra vez en el despacho con un portazo.

Jofre había asistido impertérrito al espectáculo porque ya no era ninguna novedad. Como otras veces, después de esos estallidos, se restablecía la calma que duraba unos diez días. Esas dos chicas tenían carácter. Blanca ejercía de soberana de la clase y la valiente Núria no se dejaba avasallar. Era curioso. Esa escena, como los cavallfort del patio, las guerras con tizas entre clases y las charlas inacabables sobre el fútbol o el futuro pronto sólo serían recuerdos. Con algunos compañeros mantendría el contacto, pero la situación cambiaría inevitablemente. La universidad era demasiado grande y allí cada uno de ellos, sólo un número y un expediente; añoraría el instituto, familiar, cercano y cálido, donde todos convivían.

De súbito se dio cuenta que, ensimismado, habían ido pasando los minutos con rapidez y ahora ya salía Núria. Él era el siguiente. Se levantó y  con presteza recorrió la corta distancia hasta el despacho. Antes de entrar la saludó.

-¿Qué, cómo ha ido?

-Bien, bastante bien. Te desearía suerte, pero tú no la necesitas. Seguro que tu trabajo es brillante como siempre. ¡A reveure!

Jofre entró en el cubil del señor Vidal, con la mesa llena de papeles. Le recibió con una mirada amable ante su mejor alumno que sin duda volvería a destacar con un trabajo excepcional. Sin perder tiempo el chico le pasó la memoria USB.

-¿Seguro que esta es la copia buena, señor Clarà?

-Sí, segurísimo. No tengo otro de esta marca, es el mismo que me dio a principio de curso. Lo grabo siempre aquí. ¿Hay algún problema? –preguntó Jofre ante la reacción de su profesor, mirando fijamente el portátil y negando con la cabeza.

-Este USB no sirve. Mire: la pantalla parcialmente en negro y ahora esa lista de números  que nada tienen que ver con tu trabajo. El fichero se ha estropeado…-Vidal le respondió, mirando al chico que había mudado su semblante satisfecho por una mueca de sorpresa que amenazaba de cambiar todavía más para convertirse en una máscara de agobio y pánico- No, no pasa nada. Me trae antes de las siete de la tarde una nueva copia, y no lo tendré en cuenta. Es un accidente, nada más... Eso sí, avíseme antes de volver. Fins després, senyor Clarà

- Fins després, senyor Vidal.

El empollón salió disparado hacia su casa. No entendía lo que había pasado. Ayer por la noche lo había comprobado y el trabajo estaba allí sin lugar a dudas. Caminaba rápido, a grandes zancadas, quería llegar cuanto antes a su habitación y acabar con la angustia. Y si… No, no podía ni quería imaginarse que el fichero del trabajo en su ordenador estuviese corrompido. Abrió la puerta con prisa, sin sacar las llaves de la cerradura pasó a la alcoba. Mogut, el pointer familiar que como siempre había salido a recibirle, no fue recompensado con la ración de  caricias habitual  sino con un  completo desdén.

Jofre, obsesionado, encendió el ordenador y buscó rápidamente la carpeta con el trabajo. Nada, estaba en blanco. La carpeta, completamente vacía. No podía ser, debía haberse equivocado. Los nervios se agolpaban en sus dedos, estaba sudoroso, no podía apartar los ojos de la pantalla, abriendo y cerrando cada fichero y cada programa, de manera compulsiva, a la caza y captura del documento desaparecido. No podía ser, pero era. Allí no estaba. Deseaba romper el ordenador, lanzarlo por  la ventana. Sólo una idea le tranquilizó un poco. Seguro que el profesor lo entendería. Encontraría una solución, siempre lo había felicitado por sus progresos. Tenía que existir una alternativa. Sacó el móvil y lo llamó, sin despegar la mirada del ordenador. Todavía abrigaba la esperanza de que en algún lugar aparecería   el maldito trabajo de investigación.

-¡Ah, hola! ¿Ya lo tiene?

-No, no lo encuentro. El fichero ha desaparecido. Seguro que ha sido un virus.

-Mal asunto… Sin el trabajo, no sé qué puedo hacer.

-Pero usted ha visto los progresos de la investigación a lo largo del curso. No puede ignorar eso… Usted me felicitó cuando…

-Sí, lo sé, pero si no tengo el trabajo definitivo no puedo valorarte, o mejor dicho, sólo puedo calificarte con un cero.

.¡Un cero! Pero no puede hacerme eso. Mi media me bajará un montón. No sé si podré estudiar ingeniería industrial en la UPC. No puede hacerme eso. Por favor, por favor –Jofre le imploraba un cambio de actitud. Parecía una pesadilla ideada por su peor enemigo, pero era la realidad más punzante y amarga.

-Te calificaré con un tres, visto tu expediente. Más no puedo hacer. Yo debo justificar mi calificación ante el inspector escolar y, entiéndelo, sin trabajo no tengo elección. Lo siento. Em sap greu. Adéu – dijo el profesor Vidal antes de colgar .

Jofre estaba abatido, no sabía cómo reaccionar, el corazón parecía querer escapar del pecho y las manos temblorosas asían con dificultad el móvil. Hundido, sin recursos, todo al traste. Entonces su móvil recobró la vida gritando. Le llamaba Dalmau.

-¿Va  Jofre, a qué hora vamos a celebrarlo?-dijo alegre su novio

-No hay celebración –le respondió secamente.

-¿Qué, ese rácano no ha querido poner  un diez y debes conformarte con un 9’5?

-¡No, me ha suspendido! –respondió, gimoteando. No podía más, y explicárselo a Dalmau y confirmarlo una vez más lo hundía más y más en la tristeza y la desesperanza.

Jofre tardó rato en poder serenarse y explicarle de un modo inteligible todo el proceso vivido en la última hora.

-Ese tío se va a enterar… -concluyó Dalmau, ya conocidos todos los pormenores del caso.

-No, lo compliques, sisplau . Sólo me faltaría que te metieras en líos.

-No haré nada ilegal. Hablaré con él.

-Que nos conocemos. Y si sacas los puños…

-¡Jofre! A pesar de lo que difunda el señor Ferrer, no soy un macarra dispuesto a liarme a puñetazos con quien sea. Sí, le di dos hostias a David, pero es que me sacó de mis casillas...  Y te lo juro, eso no volverá a suceder. No soy violento y sabes que cuando prometo algo, lo cumplo. Hablaré y lo convenceré, ya verás…

-Es imposible…

-Déjame intentarlo. El suspenso ya lo tienes. Yo estoy muy puesto en reclamaciones, algo se me ocurrirá… Recapacitará, seguro…No te fallaré. ¡ Adéu , maco! Un petó!

Dalmau apagó el móvil. No quería que Jofre, arrepentido, le pidiese que abandonase esa idea insensata. De entre todos los profesores que revisaban los trabajos de investigación, no le gustaba que le hubiera tocado el profesor Vidal. Recordaba un suceso sucedido hacía unos años en la clase de Oleguer… De todos modos, pensándolo mejor, quizás no era una desgracia que ese malnacido fuese el tutor de Jofre. Él rubiales sabía cómo encarar la situación, tenía algo que ese hijo de puta valoraría. Estaba convencido. Sus turbias miradas en los entrenos le delataban.


Aunque Dalmau ya ha salido con premura hacia el instituto, la próxima entrega de la historia todavía no relatará su encuentro con el profesor Vidal. El rubiales aparecerá en el capítulo, pero el protagonista indiscutible será un chico pecoso y más bajo.

Bueno, ya falta poco para acabar el año. En el 2013 veréis el final de esta historia, pero no en el duro invierno (en el hemisferio norte). Una vez más os animo a verter vuestros comentarios y puntuaciones sobre este relato. Siempre me ilusiona.

Apa siau,

Cordialment,

7Legolas