Jofre, Dalmau y otros (42)

Sábado por la tarde, una partida de ping-pong cargada de consecuencias. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXXII: Del tenis de mesa a la pintura

El viejo local se mantenía en pie, animado por el bullicio juvenil que lo invadía todas las tardes y los fines de semana. El Eixerit tenía solera, y sus paredes, a pesar de grietas y humedades continuaban siendo el lugar favorito de adolescentes con ganas de demostrar su pericia en el futbolín y la mesa de ping-pong.

Dalmau entró con la seguridad acostumbrada, pero esta vez con una idea fija en su cabeza, no debía perder los nervios ni cometer más estupideces. Echó una ojeada al local y con un ligero ademán saludó a dos o tres conocidos. En ese amplio espacio estaban los futbolines, hoy le interesaba la sala lateral. Cinco de las seis mesas de ping-pong, dispuestas sin estrecheces, estaban ocupadas. Tal como le había dicho, Uri estaba jugando con Jofre. El cerebrín, de espaldas a la entrada no podía verlo y Oriol no reparó en él, demasiado concentrado en el juego. Dalmau esperó a que concluyeran el punto para saludarlos.

- ¡Hola, bona tarda!

La respuesta de los dos jugadores fue dispar. Oriol le mostró su sonrisa adorable, Jofre se giró sobresaltado y molesto por su presencia.

-¿Qué hace ese aquí? –preguntó Jofre, sin devolver el saludo, mirando ceñudo y acusador a Uri: - ¡Collons! ¿Per què l’has convidat?

-¿No querías jugar con alguien más bueno que Víctor o yo? –le respondió rápido el jugador pecoso, sin inmutarse.

-Sí, pero es diferente. Con quien sea menos con este.

-¿Por qué no? ¿No querías humillarlo?

Jofre no respondió.

-Déjalo, Uri, no insistas, ya me voy. Tiene miedo de perder, eso es todo –intervino Dalmau.

-¿Pero qué dices? Tú eres tonto y nunca nadie se ha atrevido a decírtelo. No tengo ningún miedo, y menos de ti, con esos aires de macarra verbenero. Tú serás el rey del fútbol, del atletismo o de la petanca, pero aquí puedo dejarte in albis. ¿Te enteras?

-Eres muy bueno replicando. Ahora sólo falta ver si guardas un poco de la fuerza que te sale por la boca para tu brazo –respondió Dalmau, tranquilo, sosteniendo su mirada, pero sin agresividad, mientras sus dedos asían con energía la funda de su raqueta alemana Donit.

-Vale, por mí perfecto.

Cuando Jofre y Oriol acabaron la partida -que ganó el primero-, Dalmau substituyó a Uri, encargado ahora del marcador. Desde el principio el juego fue intenso, Jofre no dio la oportunidad a su rubio contrincante de calentar un poco, empezaron la partida de inmediato. El cerebrín se aprovechó de ello. Sus saques demoledores, con el efecto diabólico que imprimía en la pelota, ponía en graves aprietos a Dalmau, que iba de un lado a otro de la mesa, tratando de devolver todos sus golpes. La partida se alargaba. Iba perdiendo, pero el atleta no se daba por vencido. Estaban 19 a 15, Jofre sonreía: sólo otros dos tantos y habría ganado.

-Lo siento, chicos, contad vosotros ahora los puntos. Tengo que ir al lavabo –dijo, apresuradamente Oriol mientras salía de la sala.

-¿Qué, preparado para perder? –dijo Jofre antes de sacar.

-Esto no se ha acabado todavía, aunque juegas mejor de lo que pensaba.

-Claro, el empollón tiene que ser malo en cualquier deporte, ¿no?

-No he dicho eso, y me importa muy poco si eres un as del deporte o no. Yo no busco un calco de mí mismo.

La pelota iba de un lado a otro golpeada con potencia, pero al final la esfera blanca se estrelló en la red, en el campo de Dalmau.

-¡A un punto! El ligón guaperas está a punto de perder. Lástima que no te hayas traído tu última conquista.

-¿De qué hablas? No sigas con tus fantasías. Sí, soy guapo, pero eso no me convierte en un Casanova incurable, siempre de flor en flor. Además, según me repites siempre, mi vida ya no te interesa en absoluto.

Jofre le respondió con un nuevo saque, pero esta vez la pelota botó un poco demasiado alta, cosa que aprovechó Dalmau, con un potente disparo, para anotarse el tanto.

El  moreno quería ganar, sólo necesitaba un poco de suerte. Un punto más y lo conseguiría. Iban pasando los segundos, la bola danzaba de un lado a otro hasta que por fin Jofre acertó a colocar la pelota justo en una esquina, golpe que Dalmau no pudo devolver. El empollón levantó los brazos eufórico, en ese momento volvía Oriol del lavabo y fue a su encuentro eufórico para abrazarlo.

-¡He guanyat, he guanyat! –gritaba jubiloso.

-Sí, me has vencido –dijo Dalmau acercándose a él y ofreciéndole la mano –Te felicito.

Jofre no la rehusó, pero quedó un tanto sorprendido.

-¿No te molesta haber perdido?

-Claro, pero eso no me impide aceptar la derrota. No es la primera vez ni será la última. Tú hoy me has vuelto a ganar.

-¿Yo? Yo nunca te he ganado.

-En  deportes no, pero en el resto de clases siempre has sido mucho mejor.

-Eso no es importante.

-Para ti quizás no, porque lo das por descontado… Te has planteado alguna vez que  me puedes parecer inalcanzable porque no tengo tu coco.

-No digas eso, sabes que no es verdad, y  que además eso no me importa.

-Lo sé, y a mí me afecta poco estar con un chico tan brillante porque me valoro. Yo tengo un envoltorio bonito, pero tú tienes otros muchos talentos ocultos, ¡joder, creértelo de una condenada vez!… Va, y dejemos los sermones que lo que ahora me escuece es la derrota. ¡Reclamo la revancha ahora mismo!

Volvieron a jugar, al final de la tarde Jofre había ganado tres de la cinco partidas con Dalmau. Antes de dejar el local el empollón fue al baño. Los dos amigos le esperaban delante de la garita del encargado.

-Mau, hoy estabas desconocido. ¿Y tu famoso saque letal? ¿Y tus cortes de revés?

-Será que estaba desentrenado…

-¿Tú falto de forma? No me lo  creo, a mí no me engañas.

-O será que lo que busco hoy no es ganar la partida sino al jugador.

-¡Ahora lo entiendo! Eres listo, muy listo, ja, ja, ja  –dijo Oriol, riendo y acariciándole el cogote, satisfecho de su respuesta.

-Cuando salgamos, tienes trabajo ¿verdad?-preguntó el atleta, de repente.

-Bueno sí, pero siempre puedo empezar un poco más tarde.

En ese momento regresaba Jofre. Antes de llegar hasta ellos, Dalmau hizo un gesto con la mano derecha a Oriol. Le enseñó los dedos corazón, índice y pulgar, y después juntó los dos primeros dedos y alejó el gordo. Su amigo pecoso le entendió: Dalmau necesitaba que el trío se rompiera al salir del local para culminar la jugada, ser pareja otra vez de Jofre.

Oriol tuvo tiempo aún de responderle con un nuevo gesto. Unió el pulgar con el índice formando un círculo donde introdujo y sacó los mismos dedos de la otra mano.  Ese signo era archiconocido para el deportista rubio: Uri le ofrecía una vez más su guarida, el cau, dibujando con sus manos la rendija de donde recogería la llave que lo abría.

-¿Qué hacéis tan calladitos? ¿Se os ha comido la lengua el gato?

-No pasa nada, a veces no apetece charlar.

-De ti me lo creo, pero Uri no sabe lo que es el silencio.

-Muy gracioso. Estaba calculando mentalmente los días que me quedan para acabar el trabajo de investigación, y voy muy apurado. Cuando salgamos me meto otra vez con él. ¡Qué rollo!

-Pero si ayer me dijiste que iríamos al Delícies de Gel…

-Sí, ya lo sé, pero del dicho al hecho hay mucho trecho. Lo siento. No aprovecho el tiempo como debería. Esta mañana, dos horas en el cau probando una locomotora nueva y lo de esta tarde... Mejor será que me vaya a casa, allí no tengo escapatoria, condenado al trabajo de investigación, con mi padre y mis hermanas de carceleros, ja, ja, ja.

Llegaba la hora de la verdad. Sin Oriol volvían a estar los dos solos. Dalmau deseaba esta nueva oportunidad, pero debía controlar la situación.

No puedo joderla como en las duchas. Todo irá como un seda –se mentalizaba el rubio jugador, mientras su ex guardaba la raqueta en la mochila.

-Jofre, me has ganado, va,  yo te invito al helado triple en el Delícies de Gel.

-No tienes por qué hacerlo.

-Sí, hombre, déjame. Así, el próximo día que juguemos y pierdas, te tocará a ti.

-Eso no pasará nunca, ja, ja, ja.

Media hora más tarde estaban sentados en la heladería, con dos triples ya casi desaparecidos. Llevaban charlando un rato, Jofre se encontraba cómodo, mucho más de lo que esperaba. Dalmau parecía otro después del cataclismo de la final del torneo, otra vez con su manifiesta confianza en sí mismo, pero sin atisbos de fanfarronería por ningún lado,  y su sonrisa segura, hablando y escuchándole atentamente. No le había tocado ni un solo cabello, pero sus brillantes ojos azules estaban pendientes de él en todo momento. Le gustaba su mirada, viril y dulce al mismo tiempo, y esa sonrisa que dibujaba en ese ambiente relajado.

La cabeza de Jofre no cesaba en su actividad, pensaba en los últimos días desde su ruptura, las tentativas –a veces torpes- de Dalmau para recomponer la situación y recordaba la breve charla durante la partida de ping-pong, sobre aquello de valorarse más. Sí, tenía razón. La inseguridad sobre su posible relación no era el carácter donjuanesco que atribuía al chico rubio; más bien era fruto de la desconfianza que tenía el empollón en sí mismo. No podía entender que un adonis como Dalmau pudiera sentirse atraído por él porque se sentía muy poca cosa, un chico esmirriado, sin la gracia de Oriol ni la amabilidad de Joan ni la sensatez de Víctor.   Y a pesar de todo, Dalmau seguía persiguiéndole con afán. No tenía ningún sentido su actitud recelosa, sobre todo cuando su cuerpo deseaba sentirse acogido entre sus anchos hombros  e iluminado por el azul de sus ojos. Tenía que romper su coraza y confiar en sí mismo y en su galán, pero eso suponía mucho esfuerzo.

Poco después salieron los dos juntos. El chico rubio había ido tanteando el terreno, le parecía que su ex estaba hoy bastante más receptivo. Por eso, en una calle tranquila, se atrevió a planteárselo.

-Jofre, no quiero ser pesado. Entiendo que ahora estás muy liado con el trabajo de investigación y con mil historias más, pero me gustaría que volviéramos a salir juntos.

-¿Tú y yo, como antes?

-Sí, ya lo sé, te he hecho mucho daño, me he comportado como un cerdo. Lo siento mucho. Ya te lo he dicho y te pediré perdón las veces que quieras.

-¿Lo harías por lástima?

-En absoluto. En el amor uno no puede actuar por lástima. No funciona así, uno debe ser sincero consigo mismo, sin más.

-No durará lo nuestro.

-No digas eso. No te plantees tanto las cosas... Tienes 17 años, ¡vive de una vez! Yo no sé si dentro de una semana estaremos asqueados uno del otro. Acepta el riesgo con la libertad que nos da tener la vida por delante.

-Yo… no sé…

-¿Hay otro chico?

-No, no hay nadie más…Debo parecerte un estúpido.

-Tú nunca me pareces estúpido. A veces un poco complicado, quizás. Va, decídete.

Jofre se mantenía en silencio, rehuyendo su mirada.

-¿No dices nada…? Vale, veo que no puedo enamorarte –dijo Dalmau contrariado- Entonces lo mejor será que me vaya.

-No, Mau, no es eso –le contestó rápido Jofre, agarrándole por el brazo- No puedes enamorarme porque ya estoy enamorado de ti.

Dalmau no dijo nada, sólo en su rostro reaparecieron sus zafiros brillantes que lo observaban expectantes.

-Sí, Mau, también yo he sido un idiota. Desde que rompimos he querido lanzarte por la borda para volver a la calma, y ha sido al revés, cada vez más caótico entre mi rencor y mis deseos de ti... Y a pesar de mis ganas, nunca me decido, ya lo has visto, perdona… No te vayas. Lo siento. No soportaría perderte otra vez, quiero estar contigo.

Precipitadamente Jofre besó a Dalmau que respondió con ganas a la insólita reacción de su amigo. Sus labios enrojecían ante las acometidas mutuas, los cuerpos se restregaban, gemidos acallados constituían la banda sonora de ese renovado juego amatorio. De súbito un ruido extraño les interrumpió. Un perro callejero husmeaba algo en un rincón.

-¿Vamos a un lugar más tranquilo, al refugio de Oriol?

-¿Estás loco? Puedes ser su mejor amigo, pero no creo entrar en el cau sin permiso ayude a conservar su amistad.

-Él me lo dio cuando fuiste al lavabo, mejor dicho yo no le pedí nada, él se ofreció.

-Eso no tiene ningún sentido.

-Quizá no, pero no te miento.

-Vale, te creo, aunque sólo sea porque tengo unas ganas enormes de follar contigo.

Corriendo los dos chicos llegaron hasta el cau . Dalmau cogió la llave de la rendija, subió la persiana metálica y abrió la puerta. El lugar, como siempre, presidido por la enorme maqueta ferroviaria con una miríada de detalles que le conferían un realismo sorprendente. No se entretuvieron admirando la panorámica, sino que se dirigieron con presteza a la habitación interior. Allí uno y otro se despojaron de la ropa con furia, con riesgo incluso de perder algún botón. No habían pasado aún cinco minutos desde su llegada y ya en cueros, estirados y abrazados sobre el colchón, ya veterano de mil incursiones amorosas de adolescentes apasionados. En un rincón, una mesita baja sostenía un tarro con agua, donde nadaban algunos pinceles, y frascos de cinco o seis colores alrededor. Después de los frenéticos preparativos, los dos chavales actuaban ahora con más tranquilidad, seguros que podían  dar suelta a sus instintos, con todo el tiempo del mundo, sin riesgo de ser descubiertos-

-No me extraña que Oriol tuviese prisa al acabar la partida. Me parece que su mañana de sábado ha sigo poco productiva. Mira, ha pintado ese vagón escolar con los colores del instituto –dijo, señalando la miniatura colocada sobre un taburete adyacente a la mesita.

-Sí, pero ahora me importa un pimiento su rendimiento escolar, quiero disfrutar de mi obra de arte preferida –le respondió el mozarrón rubio, apretándole el pecho.

Jofre no le rehuyó, se mordía el labio inferior ante los toques cada vez más intensos de Dalmau que ya  cambiaba sus dedos por los labios para saborear las tímidas tetillas que se erizaban bañadas por la saliva. Jofre suspiraba y su atacante seguía en sus trece, relamiéndolas sin descanso al tiempo que acariciaba sus brazos flacos y duros. Súbitamente el chico moreno sintió un escalofrío y saltó como un resorte. Su compañero había rozado su vientre hipersensible y ahora le miraba con aire travieso.

-¿Qué, pruebo a ver si ya no tienes tantas cosquillas?

-Ni se te ocurra.

Dalmau, ajeno a la advertencia, volvió a palpar su pequeña barriga. Jofre, sin poder contener la risa, se agitaba en el colchón, tratando de zafarse de los dedos del decatleta.

-¡Para, para, sisplau !

- D’acord , pero prométeme que más tarde harás lo que yo te diga.

-Prometido, palabra de honor.

Después el agresor lo dejó descansar aunque el siguió su campaña. Desde  la zona pélvica descendió pausadamente, bordeando el encrespado vello negro que precedía los  genitales, para adorar un vez más la  columna carnosa que, fruto de sus cuidados,  se enderezó con rapidez. Descubrió enteramente el glande y su lengua lo recorrió con glotonería. Un territorio bañado por el líquido preseminal que fluía del meato y que él extendió por todo el fuste con lo que facilitaba la fricción cada vegada más rápida de la verga ya completamente enhiesta. Las manos del apolo se turnaban en batir el bonito badajo con su inagotable energía al tiempo que jugaban con sus bolas, haciéndolas pasar entre sus dedos.

Por una vez el pensar del sabelotodo se circunscribía a esas cuatro paredes, sin pasado ni futuro, sólo ese presente fugaz de goce carnal junto a ese adán que le conducía al séptimo cielo. Seguía esa ardiente adoración fálica, cambiando el movimiento de sus manos por el de sus labios que engulleron el capuchón brillante en un abrir y cerrar de ojos. Dalmau era un estudiante la mar de aplicado, su boca reducía más y más el tramo de esa columna caliente aún libre de su aliento. La devoró enterita para después liberarla y comérsela otra vez, en un ciclo constante marcado por los gemidos de Jofre  y las chupadas ruidosas del cachas rubio.

Trataba de contener ese torrente creciente de placer en su interior a fin de prolongarlo al máximo, no obstante, al final no pudo reprimirlo más y descargó trallazos de crema blanca de los que Dalmau se nutrió con verdadero apetito.

-¡Fabuloso! Me has dejado feliz y seco –dijo satisfecho Jofre- ¡Quieres que te la coma?

-No, ahora no. Me voy a ocupar de tu precioso culo.

Antes de abordar las nalgas del chico moreno, Dalmau tuvo que vaciar todos los bolsillos para encontrar un condón. Hacía tiempo que no podía jugar con esos melones tan bien dispuestos, faltos de mayor dureza, pero impecables en su redondez y prominencia. Entre las nalgas que masajeaba complaciente  ya descubría la tímida membrana rosada que hollaría en pocos minutos con un instrumento memorable, su pollón de veintidós centímetros  Con la vista del recóndito ojete, su tranca había temblado, como dotada de vida propia. Durante unos minutos acarició el delicado ano al tiempo que no dejó de frotar su manubrio, encantado de sentir su grosor y potencia.  Sin crema, la saliva fue la única opción para lubricar la pequeña oquedad antes de ser penetrada por su tranca.

-Empiezo… Ya lo sabes, si te molesta, dímelo de inmediato. No quiero hacerte ningún daño.

Dalmau dobló el cuerpo de su amigo, con sus manos aguantándole los talones por la parte trasera. La posición no era muy cómoda, pero permitía follarlo mirándole la cara. Jofre no estaba intranquilo o al menos no lo parecía. El vistoso capuchón rosado saludó al ojete. Jofre comenzaba a sentir ese cuerpo extraño que trataba de adentrarse en sus entrañas. Creía que su canal rectal ya se habría acostumbrado a la envergadura del instrumento del semental del instituto, pero eso no era exactamente así. Dalmau iba penetrándolo lentamente como si fuera un pincho. Como mínimo ya conocía todo el proceso aunque esta vez echaba en falta la crema lubricante. Poco a poco fue avanzando y llegado a un punto el deportista retiró la polla para atacar con más energía, después lo repitió una, dos,  cuatro, ocho veces… Pronto Jofre perdió la cuenta  porque se sucedían con rapìdez y porque la creciente sensación de placer  obnubilaba su razón, dominado por esa pulsión incontrolable de gozo.

El adonis no cejaba, nunca tenía bastante, con cada nueva sacudida su polla disfrutaba de una excitante paja donde las manos eran substituidas por las estrechas paredes rectales de su chico, sensaciones palpitantes que le colmaban y le conducían al éxtasis. Extrajo el cipote a punto ya de la gran corrida. Se sacó el preservativo y, a instancias de Jofre, bañó su vientre sensible con ese abundante y cálido rocío.

Los dos se tumbaron en el colchón otra vez.

-Ahora toca cumplir lo que me has prometido antes: cierra los ojos hasta que te lo diga –dijo Dalmau con un tono suave, pero que no admitía réplica.

Jofre curiosamente no estaba nervioso, sólo expectante. Tardó unos segundos antes de notar algo en un pectoral, como una caricia fresca que… ¡Mau le estaba pintando algo en el pecho! Sorprendido abrió los ojos. Una D mayúscula de color rojo ocupaba buena parte de su pectoral derecho.

-¡Qué has hecho?

-Nada más que marcar a mi potrillo con la D de Dalmau.

-¡Quina barra! ¡Te vas  a enterar!–exclamó.

Jofre se levantó con rapidez, metió dos dedos en el bote de pintura amarilla y embadurnó el pecho de Dalmau que apenas se resistió.

-Tienes un pectoral más grande que el mío, pues te toca un J súper mayúscula-le dijo desafiante mientras embadurnaba el amplio pectoral del atleta rubio.

Entonces Dalmau reaccionó de un modo inesperado. Rodeó con sus brazos la espalda de su chico y refregó sus tórax con fuerza.

-¿Qué demonios haces? ¿Por qué actúas así? –se quejó Jofre, incapaz de librarse de ese férreo abrazo.

Como repuesta, Dalmau se apartó y le señaló el pecho. Las dos marcas se habían combinado creando un nuevo logo con las dos letras superpuestas.

-Ha quedado chulo, ¿no?-dijo Dalmau, mirando divertido y satisfecho el resultado de su obra.

-Me gusta –admitió Jofre-sí, me gusta y me gustas mucho.

Se tumbaron y entre caricias y besos fueron pasando los minutos. El empollón, feliz, no vislumbraba nuevas sombras en el horizonte, el lunes debía presentar  su trabajo de investigación y después, con la altísima calificación augurada, pronto ya el instituto sería historia. Por fin su brillante vida académica se conjuntaba con una relación amorosa que ya no consideraba problemática. Esperaba con impaciencia el lunes rutilante, los parabienes del profesor Vidal por su trabajo meritorio, y la posterior celebración íntima con su Dalmau. ¿Quién decía que la vida no era maravillosa?


Veremos si el capítulo cuarenta y tres responde a las perspectivas idílicas de Jofre... En todo caso, la accción tomará impulso. Mejor será que os abrochéis los cinturones. Ah, y en el próximo episodio conoceréis a un nuevo personaje del instituto. De hecho, ya había aparecido en alguna situación, pero ahora tomará relieve.

Muchas gracias por vuestros comentarios y puntuaciones. Son muy bienvenidos. Os exhorto a seguir haciéndolo.

A reveure!

Cordialment,

7Legolas