Jofre, Dalmau y otros (41)

Dalmau y Joan van de copas, y el segundo, bastante alegre, vuelve a casa ayudado por su amigo. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XLI:  La propuesta de Joan

Ya era el tercer bar que pisaban. Dalmau no era todavía mayor de edad, pero no tenía problemas para pedir alcohol, con su privilegiado físico nadie creería que le faltaban dos meses para cumplir los dieciocho años. Poco a poco los del club habían ido desfilando. Esa salida de marcha entre los atletas era insólita, pero estaban lejos las competiciones y el hecho lo valía. El mejor deportista del instituto, garantía de premios y trofeos,  había ingresado en el “Pas Ferm”, el club de atletismo. Al final, sentados en ese bar musical ya sólo quedaban los dos amigos, Joan y Dalmau, el primero más contento y con más alcohol que de costumbre.

-Me lo explican hace un mes y no me lo creo. Tú en mi club. ¡Es genial! ¡Estupendísimo! Cuando se lo conté a Teresa, me costó convencerla de que no era un camelo. No era un camelo, pero la noticia, más dulce que un caramelo, ji,ji,ji.

-Sí, aún me parece estar soñando. Y todo gracias al bueno de Uri. Nunca podré compensarle lo que ha hecho por mí… Bueno, tú también  ayudaste.

-Sólo le di el móvil del entrenador, pero me gusta haber podido echarte una mano –le respondió Joan, tocándole el hombro y observándole con la mirada un poco turbia e inestable –Tú y yo compitiendo juntos. Una pasada, ji,ji,ji. ¡Visca!

-Hace calor… ¿Vamos a otro sitio?

-Deja que me tome una última cerveza antes de conducir.

-¿Conducir? ¿Estás majara? Pero si  te balanceabas cuando has vuelto del lavabo.

-Estoy bien, sólo un poco mareado. Cuando salgamos me despejaré en un plis-plas. ¿O era en un plas-plis?

-¿Pero qué dices? Si ahora mismo ni puedes coger las llaves del coche.

-¿A no? Espera. ¿Dónde están las llaves, matarile, rile, rile?, ¿dónde están las llaves, matarile, rile, rileron, chimpón? –canturreaba alegremente Joan mientras las buscaba en sus bolsillos con cierta dificultad. Finalmente, halló el llavero que colocó encima de la mesa, satisfecho – Mira, ¡aquí están!

Dalmau, con rapidez le arrebató el llavero.

-¿Qué haces?

-No puedo dejar que conduzcas así. Te acompaño a casa. Iremos caminando.

En la calle los dos muchachos se movían más lentos de lo acostumbrado, con el fuerte brazo de Dalmau rodeando la cintura de su amigo, convencido de que sin su ayuda caería de morros al suelo. Una chica que paseaba el perro no dejó de observarlos. La imagen era muy interesante: dos mozos esbeltos y guapos, uno rubio, el otro castaño. Los miraba con avidez y los comparaba con su noviete, un piltrafa a su lado. El rubio se arrimaba al otro, pero no parecía querer intimar con él, más bien lo sostenía. ¿Quizás se encontraba mal? Le hubiese encantado conocerlos.

-¡Fabuloso, hoy me acompaña el rey del instituto, ja, ja, ja! –dijo riendo Joan, a punto de perder la estabilidad.

-¡Cuidado Joan! Mantente erguido, collons, que no quiero tener que llevarte al dispensario.

- Me cuidas como nadie ¡Visca Dalmau, el millor! –gritó Joan, levantando un brazo.

-¡Pero quieres bajar la voz! Al final avisarán a los mossos o nos tirarán un cubo de agua.

El atleta rubio estaba un poco sorprendido. Joan era un chico siempre muy cabal, pero esa noche no parecía el mismo; su amabilidad habitual se había desbocado, más bien recordaba a un Oriol sobreactuado. Estaba muy gracioso, pero lo prefería sereno. Afortunadamente ya divisaba su residencia. En cinco minutos se habría acabado ese olvidable paseo nocturno. Sinceramente deseaba dejarlo cuanto antes. Lo sujetaba para evitar un accidente, pero sentía su cuerpo firme demasiado cercano y notaba como su polla se iba animando. Como mínimo, la entrada en la casa sería tranquila. Ahora, con el calor, Joan no dormía en el edificio principal sino en la casa del jardín, lejos de sus padres, con acceso directo desde la calle.

Ya estaban en el umbral, Joan no acertaba a colocar la llave en la cerradura por lo que su amigo tuvo que abrir la puerta. Entraron en la estancia, su dormitorio ocupaba la buhardilla. Dalmau le ayudó a subir las escaleras. Era un cuarto espacioso, limpio y muy ordenado, acorde con su propietario.

-Bueno, yo ya me largo –dijo Dalmau después de entrar en la habitación y acompañar hasta la cama a su amigo.

-No, no te vayas. ¿Tienes prisa?

- Ningú m’espera ara, però

-Va, siéntate un rato. Ayúdame a acabar con esto –propuso Joan, sonriente, sacando una caja de la mesita de noche.

- ¡Bombons! M’encanten –respondió el chico sentándose en el lecho y relamiéndose los labios.

-Lo sé desde críos. Sé lo que te gusta y lo que no, bueno eso creía hasta el día de la playa nudista.

-¿Nos reconociste? –le preguntó Dalmau, casi atragantándose con el bombón que estaba comiendo.

-Por supuesto. En la playa éramos los únicos por debajo de los treinta, y tu melena rubia es inconfundible.

-Sí, de acuerdo ¿pero qué pensaste? –le interrogó su amigo con interés.

-Si te soy sincero me chocó bastante. Nunca me lo habría imaginado. Ya lo dice Teresa que soy un cero en intuición.  Entonces no supe cómo actuar. El ligón del instituto mamándosela al empollón… Me extrañó, pero no por creer que sea algo de degenerados y todo ese rollo; no, sino porque erais muy próximos, de la colla . Me parecía que me había perdido algo. No entendía qué había pasado.

-Nada y todo. Me enamoré de Jofre, y no pude o no quise reprimir por más tiempo lo que sentía.

-¿Pero no te sentiste extraño cuando lo besaste por primera vez o…? –inquirió Joan de manera inconclusa.

-¿…O cuando le chupé la polla? -completó el atleta rubio la pregunta, dibujando una sonrisa- La primera vez me pareció raro, pero más por inexperiencia que por falta de ganas.

-Es curioso. Cuando os descubrí en la roca lógicamente me sorprendió, pero al mismo tiempo… No sé, me picó la curiosidad… Nunca he tenido sexo con un hombre.

-¿Nunca te has pajeado con nadie?

-No. Y a veces me gustaría saber qué se siente, saber si es muy diferente de estar con una tía.

-Bueno, sí y no. Claro que es diferente, pero al mismo tiempo es lo mismo porque…

-No, no me entiendes. No quiero que hablemos sobre eso, lo que desearía es probarlo contigo –le susurró Joan, acercándose más, pero sin atreverse a mirarle a los ojos.

-Sí, ya te había entendido, pero estás medio borracho. No puedo hacerlo.

-Estoy entonado, vale, pero no tanto cómo no saber lo que te estoy reclamando. En el bar tuvo que hacer un poco de circo para conseguir que me acompañaras. El alcohol sólo me ha desinhibido para atreverme a pedírtelo. Va, Dalmau, anímate…

-¿No te arrepentirás después?

-No lo creo, y en todo caso eso solo me incumbe a mí. ¡Va, Mau!

-OK, com vulguis . No será ningún sacrificio –le respondió.

-¿Qué debo hacer?¿Me quito la ropa?

-Yo llevaré la batuta, ¿de acuerdo? No te muevas, quiero desnudarte yo, pero antes déjame probar algo que deseo desde hace tiempo.

Dalmau miró el bello rostro de su amigo que, expectante, aún se mostraba más atractivo, los ojos de un gris suave, la nariz elegante y esos seductores labios rosados  que pronto saborearía. -Cierra los ojos.

Obediente, Joan se quedó a oscuras y súbitamente notó su nariz mojada por la lengua de su amigo. Le hacía cosquillas, pero no tantas como para apartarse. Cuando acabó de humedecer su napia, abrió los ojos.

-Veo que te gusta mi nariz.

-Sí, es preciosa, fina, ni demasiado larga ni demasiado corta, respingona, con ese punto final ligeramente apuntado…

-Bueno, tu nariz también es muy bonita.

-Eso dicen, pero es la única que no puedo lamer, aunque ahora compensaremos eso con una buena ración de Joan –le respondió satisfecho. Ya habían hablado demasiado. El rubio le dio un suave pico en la comisura de los labios y desde allí fue recorriéndolos, contorneando sus bordes tan divinamente perfilados.

El chico castaño notaba esos labios extraños, más firmes que los de Teresa, y esas manos recias que con toques enérgicos palpaban su cuello. Era curioso, nunca se había planteado una situación así hasta que vio a sus amigos follando en la playa y ahora, cuando su insistencia había sido atendida, surgían los nervios. No tenía ninguna queja de su rubio amigo, lo trataba muy bien, pero sentía esos típicos retortijones en el estómago al afrontar lo desconocido. Podía acabar con todo aquello, Dalmau no se lo echaría en cara; no obstante, el deseo de realizar algo tan inaudito como amar a otro hombre superaba todos sus recelos…

Uno a uno, sin prisas, fue liberando la camisa de los botones que la ceñían, al tiempo que seguía besando a su amigo. Cuello, barbilla, orejas, pómulos fueron humedecidos por esos labios lascivos antes de examinar con la lengua el interior de su boca. Joan no se resistió, dejó que pasara entre los dientes y explorase cada rincón. Era innegable que Dalmau sabía besar. Lo había oído alguna vez de alguna de sus amigas, pero se habían quedado cortas. Realmente era un maestro, sabía cómo despertar deseo y placer, esa lengua azuzaba su libido de manera insólita sin esfuerzo. Ahora le despojó de su camisa y se centró en el pecho, en esas dos colinas que culminaban en puntas de color pardo. Tenía un tronco bonito, definido por esos pectorales firmes y ese abdomen bien marcado.

Por fin el rubio amante despegó su boca de la suya para ocuparse de la nueva región descubierta, pero antes lo obsequió con una penetrante mirada satisfecha y procaz. Esos ojos celestes eran preciosos, turquesas mágicas que encandilarían al más frígido.  Después dirigió su atención a las tetillas donde ya se entretenían sus dedos hábiles. Primero las tocó delicadamente, como si temiera desgastarlas con su roce, pero ese aire femenino fue efímero, muy pronto sobaba los pectorales, amasándolos con contundencia una y otra vez. Joan no estaba acostumbrado a ese vigor; con todo, no le molestaba en absoluto, le gustaba la novedad, esa fuerza patente tan diferente a la de las chicas. Progresivamente Dalmau aumentaba el ímpetu de sus acometidas, magreando las aréolas y estimulando los pezones, sorbiéndolos o mordisqueándolos. La sorpresa de Joan era total. Nunca nadie había aplicado ese trato a sus pectorales, un trato dolorosamente placentero.

Pudo reposar un poco cuando Dalmau se detuvo para librarse de la camiseta y exhibir un tórax y abdomen modélicos. Era una imagen archiconocida para Joan, fruto de las clases de educación física en el instituto; sin embargo, esta vez era diferente, nunca antes lo había observado como amante.  Sin duda era un mozo de belleza cautivadora. No conseguía entender dónde residía su atractivo: la dorada melena, los ojos como zafiros, ese rostro tan pulcro y simétrico, la sonrisa confiada, la figura elegante, ese pecho altivo… Probablemente la clave no estaba en un componente sino en la perfecta armonía de todo el conjunto.

-¿Ya has tenido bastante o quieres que sigamos? –le preguntó Dalmau.

-Con un masaje en el pecho yo no tengo suficiente –le respondió firme.

-Yo tampoco –concluyó el atleta rubio, colocando la mano en el botón del pantalón de su amigo.

Con rapidez bajó la cremallera y deslizó las perneras hasta el suelo. Tenía unas piernas robustas y torneadas, a juego con sus brazos fornidos recubiertos de un leve vello. El slip azul mostraba ya una hinchazón prometedora que Dalmau revelaría de inmediato. No quería esperar más, ese bulto le incitaba y estaba hambriento. Palpó la bragueta, siguiendo con la mano la forma alargada que se dibujaba y sin remilgos le desnudó completamente para ocuparse del carajo a medio empalmar y unos cojones compactos. Sopesó esas bolas y alternadamente se las llevó a la boca mientras oía los suspiros de Joan. Después se dedicó al largo calabacín, con las venas muy marcadas y palpables, por el que viajaba su lengua desde la cúspide hasta los testículos una y otra vez, sin reposo. Dalmau no podía parar, excitado sabiendo que él estrenaba aquel chaval, que nunca antes había gozado de ningún contacto viril íntimo. Por descontado, ante cuidados tan calurosos, pronto la verga lucía ya toda su plenitud, con un fragante capuchón de color rosa vivo.

Sin avisarle el ídolo del instituto se zampó el glande de un bocado, Joan no pudo reprimir un profundo gemido. No era la primera vez que recibía una mamada, pero hoy era diferente, un tío se la estaba chupando. En cualquier caso, el adonis rubio era un experto: los labios oprimiendo deliciosamente la corona del glande y la lengua escogiendo su capuchón como pista de baile le llevaban al delirio. Hundía sus manos en la abundante melena del león dorado del instituto, retorciéndole el pelo ante las descargas placenteras que generaban los cuidados de su amigo. El chico había conseguido tragarse toda su verga y él se sentía estimulado al máximo con su instrumento tan bien cobijado. No lo soportaría demasiado, era imposible aguantar mucho más sin correrse. De súbito Dalmau dejó escapar esa polla a punto de reventar. Casi de inmediato, la tranca empezó a disparar trallazos de esperma caliente entre los gemidos de Joan. Acabada la eyaculación, Dalmau estaba expectante.

Joan tardó unos instantes en hablar, antes debía recuperar el resuello.

-Mau, las chicas se quedan cortas. Eres el puto dios del sexo.

-Ja, ja, ja, no será para tanto. Es fácil aplicarse con un tío como tú. Además, seguro que te la han mamado muchas veces… ¿Por qué no pruebas algo nuevo? –le preguntó, señalando su pollón ya erguido, macizo y poderoso.

-Vale, ¿por qué no? Aunque ya te digo que dudo que me pueda comer eso tan gordo.

El decatleta acompañó la mano de Joan hasta tocar su glande. El chico hetero no podía despegar los ojos de ese falo imponente a pocos centímetros. Ya lo había visto en los vestuarios, pero no sospechaba que crecido fuera tan soberbio. Ese fuste carnoso desprendía cierto magnetismo animal, una fuerte atracción, incluso para él que adoraba los coños. Suave y macizo, su mano sentía la cálida firmeza de ese cetro amoroso, los dedos iban resiguiendo el dibujo de las gruesas venas que lo circundaban. Debajo, dos cojones imponentes aseguraban la descarga de leche caliente y cremosa; arriba, el glande embadurnado de ese pringoso líquido preseminal lacaba su piel lustrosa. Su tono brillante le encandilaba, los dedos se perdían en ese capuchón rosado y poco a poco iba recortando la distancia entre ese falo adorable y su cabeza. La nariz captaba ya nítidamente su olor denso.

Tímidamente abrió la boca para tocar con la punta de la lengua el glande, lo probó una segunda vez y una tercera, pero después dejó de lado la boca para agarrar el vergón y empezar a menearlo enérgicamente. Le hechizaba el vigor que manifestaba, ese pilar lascivo parecía cobrar vida propia, sintiendo sus palpitaciones, su calidez y el líquido pringoso que bañaba sus dedos. Sólo tenía que mirar el rostro satisfecho de su amigo, para avivar aún más su tarea. Se sorprendía a sí mismo, nunca antes había mostrado ningún interés por las pollas y ahora estaba pajeando a uno de sus mejores amigos, libre de toda imposición. No le resultaba desagradable, extraño sí, pero eso no le impedía continuar sobando el soberbio cimbrel. De repente, el rubiales detuvo sus movimientos.

-Joan, déjame enseñarte algo. ¡Gírate, sisplau !

-Si quieres meterme eso en el culo, ya te digo que ni lo sueñes.

-No, hombre, sólo quiero comértelo un poco. ¿Ho has provat algun cop?

-No, a veces lo he probado con un dedo, pero nada más. Los experimentos, con gaseosa. No quiero que me metas nada duro, ¿está claro?-le dijo con firmeza.

-Claro que sí –respondió Dalmau sin inmutarse- No te preocupes. Eres tú quien ha montado esto y cuando quieras lo paramos.

-Vale, si es así, de acuerdo. Me fío de ti –Joan accedió, se situó de espaldas a su amigo y giró la cabeza hacia él -Perdona si he sido un poco borde…

-¿Tú, borde? Ni queriendo, sabrías serlo.

La visión trasera de su amigo era una delicia, dominada por un trasero bonito, más pequeño que el de Jofre, pero también redondo. Posó las manos en las nalgas. Compactas y fuertes.  Las masajeó un poco antes de centrarse en el ano que se escondía entre una mata de vello castaño. Lo acarició con el pulgar ensalivado, pero no se entretuvo demasiado, deseaba ya frotar con su lengua la sensible membrana y oír los jadeos de Joan. Los labios besaban la rugosa superficie, la lengua los siguió, primero para lubricar y relajar la zona, y después para superar el obstáculo e introducirse en su interior. La lengua se afanaba por explorar la sensible cavidad y, tal como esperaba Dalmau, los gemidos pronto fueron claramente audibles, lo que a su vez le animaba a no cejar en su empresa y a seguir y seguir. De hecho la operación no sólo excitaba a Joan, también al cachas rubio que se agarró la polla, otra vez empalmada, para frotarla con vigor. La paja era frenética, al mismo ritmo que la lengua que danzaba en la zona rectal. Sólo cesó su baile cuando sintió la inminente irrupción de esperma cremoso y abundante que salpicó la sábana y sus cuerpos juveniles.

Dalmau, tras recobrar el aliento, le hizo un guiño y le preguntó, sonriente:

-¿Qué tal?

-Está bien, pero con lo de hoy ya he tenido bastante. Follar con un tío es diferente, y contigo es divertido, pero aun así, me quedo con las tías. Donde haya unas tetas o un buen coño, que se quite todo lo demás… Una paja o que me coman la polla, vale, pero no me apetece ni comerme pollas ni hurgar con la mía los culos ajenos, y menos ser penetrado. Seguro, me gustan mucho más las tías, y con Teresa es insuperable.

-Pues mejor así, sin consecuencias ni malos rollos –dijo Dalmau levantándose.

-¿On vas?

-Al baño, primero y después, a casa.

-El baño es la puerta de al lado. Es muy tarde. Quédate a dormir, la cama es grande. Tengo tu bolsa de deporte en el coche. Mañana me acompañas a buscarlo y te llevo a casa.

-OK. Gràcies , Joan –le respondió el apolo rubio, dándole un pico.

-Mau, será mejor que no me beses más en la boca. No quiero tener que dar explicaciones a Teresa. ¿Lo entiendes, verdad?

- Clar, cap problema.

-Y gracias por lo de esta noche. Se acabaron las dudas.

- De res, home .

-Tenía claro que si quería probarlo con alguien, ése eras tú. Además, hasta hace muy poco tú estabas en mi bando.

-No te creas. No fue tan repentino. Hace tiempo que me di cuenta, pero no quería aceptarlo.

-Bueno, pues los dos tenemos las cosas ahora más claras que antes. Perfecto.

-A propósito, Joan, cuando nos viste en la playa follando, ¿se lo dijiste a alguien?

-Sólo a una persona.

-¿Teresa?

-Sí, es de fiar. Nunca te haría daño.

-Nuestro mundo es demasiado pequeño. Todo se acaba sabiendo.

-El mundo es un pañuelo. Mira, ahora me acuerdo que el día de la excursión en Calella no fuimos los únicos del instituto en el pueblo.

-¿Qué dices?

-Sí, justo antes de encontrarnos con Oleguer vi un coche, con un banderín del instituto en los asientos traseros.

-¿Estás seguro?

-Claro que estoy seguro. Después de haber pasado seis años allí dentro sería subnormal profundo si no lo reconociera.

-No dijiste nada…

-Iba a hacerlo, pero apareció tu hermano y lo olvidé por completo. Ya sabes,  casualidades.

-Sí, será eso…

Dalmau se levantó, acariciando el pelo castaño de su amigo, y antes de salir, cogió el móvil. Leyó un mensaje de Koko, el gogó de la discoteca: quería quedar con él al día siguiente para “conocerse” un poco más… El bailarín estaba de miedo, pero no quiso responderle. A quien envió un mensaje fue a su hermano Oleguer para avisarle que dormiría en casa de Joan. Pensaba en su amigo pertiguista y en lo que le había dicho. Ojalá supiera cuanta gente conocía su relación clandestina antes de la final del torneo. Ya no tenía claro si estaba dándole vueltas a algo puramente circunstancial, pero tantas casualidades ya le estaban mosqueando... Estaba claro que el autor de las fotos conocía su romance, quizás también era el propietario del coche misterioso. Empezaba a creer que su romance con Jofre era un secreto a voces. Tendría que haber sido mucho más prudente, pero ahora no podía enmendarlo.

Lo de su ex también estaba muy liado. Raras veces pedía consejo sobre su vida sentimental, pero esta vez era diferente. Jofre continuaba clavado en su corazón, como punzante espina. Deseaba arrancársela y dejar de sufrir; no, no era exactamente eso. Lo que quería era que esa espina dejase de ser un cuerpo extraño y a partir de entonces seguir sintiendo esa comezón, ese ardor íntimo ya no como algo inalcanzable sino disfrutando de su contacto seguro y cotidiano. Ahora mismo acababa de disfrutar de un cuerpo bastante más atractivo que el de Jofre y a pesar de eso, ni los abdominales de Joan ni el culo duro de Koko no superaban la pequeña barriga del cerebrín. Aunque fuese ilógico, era lo que sentía.

De todos modos, Dalmau no estaba habituado a tener que perseguir lo que afanaba, siempre había logrado una nueva conquista a la primera indicación; y lo de Jofre empezaba a hastiarle. No obstante, aún no quería darse por vencido, todavía su deseo superaba la frustración de sus últimos encuentros. La treta de la ducha había sido una estupidez… Ahora necesitaba a Uri, sólo él podía echarle una mano. Le envió un mensaje, deseaba quedar con él al día siguiente.

Iba a entrar en el dormitorio de Joan cuando su móvil vibró. Su mejor amigo le estaba llamando.

-¿Qué pasa, Mau? ¿Por qué quieres que nos veamos mañana?

-Pensé que a estas horas ya estarías roncando.

-No, todavía no. Ya sabes, el trabajo de investigación dichoso… Quizás lo acabe a tiempo. ¿Què volies, maco?

Dalmau le explicó todo el episodio de la ducha.

-¿Así que hay alguien que puede resistirse al macho man? ¿Estás colgado de Jofre, eh?

-Sí, y ya no sé qué hacer. Si antes le molestaba mi presencia, ahora tratará de evitarme todavía más.

-A ti sí, pero a mí no.

-¿Qué quieres decir?

-Quizás pueda ayudarte. Mañana pásate por el local donde nos encerrábamos las tardes de los sábados, antes de empezar con tus ligues. A las cinco, más o menos.

-¿El “Eixerit todavía sigue en pie?

-Sí, sigue muy concurrido. ¡Ah, y tráete la alemana! Jofre es bastante bueno.

-No me preocupa, ya sabes que me crezco con las partidas difíciles.

-Ésta no te será tan fácil de ganar.


En la próxima entrega, nos ocuparemos de Jofre y Dalmau. Oriol cumplirá su palabra y los volverá a reunir… Ya veremos cómo va.  Una vez más os agradezco  vuestra probada fidelidad y os animo a enviarme vuestros comentarios y a valorar el relato.

Fins a la propera,

Cordialment,

7Legolas