Jofre, Dalmau y otros (39)

Los chicos están muy atareados entre papeles intrigantes y accidentes en la ducha. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXIX:  ¡Te pasaste de listo!

-Uri, es alucinante. Parece imposible lo que has hecho en tan poco tiempo.

-No, hombre, es mucho más fácil de lo que parece.

-Sí, como siempre dándotelas de menos. Eres un genio, y no me contradigas más –replicó sonriente Dalmau que no había dejado ni un momento de admirar la gran maqueta ferroviaria. Ahora dos trenes echaban humo y cuando llegaba la noche, faros y ventanas se iluminaban. Una maravilla.

-Dejemos la maqueta ya. Si hoy quería veros no era para inscribiros en mi grupo de fans, je je, je, sino para hablaros de algo que me tiene en ascuas. Borja, el pinche del instituto, me contó lo que pasó el lunes después de la final en el comedor de los profesores. Gonzalo estaba muy satisfecho…

Cabró, maleït fill esguerrat, malparit i merdós de la bruixa repulsiva ! –exclamó Dalmau con desprecio-Me gustaría romperle su cara de bulldog restriñido. ¡Seguro que no quedaría peor!

-Decía que Gonzalo estaba contento y muy tranquilo. Curiosamente no parecía importarle perder su trabajo en el instituto.

-Nadie le echaría en falta. Bueno, sólo los cagones de su camarilla. Ojalá desapareciese del mapa ¡Petanenes, fastigós vòmit verd, pudent i llefiscós!.

-Mau, deja tus insultos creativos para otro rato. Si me interrumpes a cada momento no acabaré nunca.

-Perdona, sigue. Es que me pone de los nervios ese malnacido.

-Borja me planteó un enigma digno de Sherlock Holmes, del detective Poirot o de mi abuela que es más lista que el hambre. Algo que no comprendo y que no consigo sacarme de la cabeza, algo que por más que le doy vueltas no entiendo, algo que, aunque no me saca de quicio, no hallo una solución que me deje tranquilo, algo que…

-Bueno, Uri, me parece que ahora eres tú quien se anda por las ramas –intervino Jofre.

-Resumiendo, durante toda la sobremesa Gonzalo estuvo garabateando en un papel una especie de fórmula, siempre con las mismas letras, pero con todo tipo de variantes: en diferente orden, ahora sumando, ahora en mayúsculas o minúsculas, separadas por comas, juntas, en cursiva, en negrita, con dibujitos…

-Vale, ya lo hemos entendido -le cortó Jofre- y supongo que lo que desearías saber si todos esos garabatos tienen algún sentido.

-Eso mismo. No lo hubiera expresado mejor. Tú eres el cervell . Seguro que para ti serán pan comido. Mirad, aquí lo traigo –dijo enseñando un papel arrugado que sacó del bolsillo y extendió al lado de la maqueta.

-¿Todo eso lo hizo Gonzalo? En su vida debe haber escrito tanto esas cuatro letras: f, c, d, r.

-´Después de darle muchas vueltas-dijo Oriol- sólo se me ocurre que las letras c, r, d son las iniciales de nuestros apellidos: Clarà, Rovell y Dou,  pero quizás eso sea tan solo una casualidad…

-Parece obsesiva tanta repetición de las mismas letras–intervino Jofre, examinando el escrito-. Sí, es verdad, son nuestras iniciales, pero pueden ser tantas cosas… Lo que parece evidente es que es una fórmula, ¿pero qué demonios puede representar? Las letras c, d, r siempre son igual a f. ¿Qué es f?

-Pues a mí, esas combinaciones de tres letras me suena de algo, no sé, me es vagamente familiar, pero no consigo recordar el qué –dijo Dalmau, pensativo- Bueno, quizás me venga después. Estoy harto de tantos enigmas. En lugar de desentrañarlos parece que se reproducen más y más. Primero la carta, después las fotos, ahora las cuatro letras del malnacido, del asqueroso de Gonzalo.

-Carta, ¿qué carta? –preguntó Oriol sorprendido.

-No lo hemos  comentado a nadie, pero en el despacho del entrenador Gonzalo le enseñó dos sobres: uno, con una carta que me había escrito Dalmau y el otro, con las fotos de la biblioteca que ya conoces.

-Sí, es muy extraño. No tenemos ni idea de quién es el culpable.

-¿Culpable o culpables?

-¿Cómo?

-Sí, si Gonzalo recibió dos sobres, quizás lo más lógico es suponer que no fueron enviados por la misma persona, sino lo habría enviado todo junto.

-Muy perspicaz, Oriol, quizás tengas razón –advirtió Jofre.

-Eso es el colmo. ¿Realmente creéis que se ha urdido un complot en contra nuestra? Es de locos. Bueno, yo debo irme ya, no quiero llegar tarde al entreno ¡Adéu-siau!

El mocetón rubio salió rápidamente del cau de Oriol, despidiéndose con un breve ademán. Jofre ni le miró, enfrascado en ese papel extraño. Pareció esperar a oír el ruido de la puerta para volver a hablar con Oriol.

-Carta y fotos: todo está muy complicado.

-¿Como tu vida amorosa?

-Y como la tuya. Sí, sinceramente ya no sé qué pensar.

-Quizás deberías pensar un poco menos y dejarte guiar por los sentimientos un poco más.

-Es fácil de decir, Oriol, pero no me atrevo. Ya he salido escarmentado varias veces. Tal vez lo mejor sería que tú y yo nos diéramos una oportunidad en serio.

-Yo ahora no sería la pareja mejor, además no quiero ser bígamo, je, je, je. Perdona el chiste. Francamente creo que, a pesar de todo, sigues colado por Dalmau, por mucho que lo niegues.

-¿Pero es que no te das cuenta que sucederá otra vez lo mismo?  Sólo espera que esté con él para volver a rechazarme. Yo no estoy a su altura.

-Lo último que has dicho es una estupidez. Habla con él. Plantéale tus temores. Dale una oportunidad. Y si prefieres no exponerte demasiado, lo mejor es un lugar público como el polideportivo.

-¿Tú crees? ¿Y lo nuestro?

-Lo nuestro ahora no puede ser. Hay un tiempo para cada cosa, quizás en otra situación hubiese sido posible, pero ahora yo no puedo empezar una nueva relación de verdad. Ni yo, tan loco como estoy, me veo capaz de hacer eso. Me gustas, tú y yo somos amigos, no me pidas más. Tú tienes una cita mucho más interesante que la mía, una con el rubiales que no admite espera.

-Eso sí que no tiene futuro.

-No lo creo. Es cierto que Dalmau puede ser chulo y altivo, pero también  tiene sus cualidades. Además, no creo que deba convencerte, tú lo sabes mejor que nadie. Vi cómo se comportó cuando apareciste en el polideportivo, él te ama, y yo creo que tú también. Ve a su encuentro. Deja tu corazón libre de tantas prevenciones.

-Quizás lo haga… ¿Y tú no te aplicas la misma medicina con tu novio misterioso?

-Mi caso es muy diferente. Ahora no puedo plantearme nada relacionado con el corazón. Mi médico me lo ha recetado, je, je, je.

-Uri, ¿estás bien?

-No te preocupes, a punto de acabar una relación, y eso siempre desgasta más de lo que querría. No es novedad, ya tuve otra historia antes... pero ¡a la tercera va la vencida! El próximo será fabuloso: guapo, con un buen instrumento y una cartera repleta de euros que me permita crear la súper maqueta con cien trenes corriendo al mismo tiempo.

-Siempre con tus ocurrencias, eres un sol.

-Un sol con un eclipse perpetuo lleno de dudas y despistes tremendos, como dice mi padre, ja, ja, ja. ¡Va, vete ya!

Jofre siguió su consejo y salió presuroso del refugio; Oriol entró en la habitación donde tenía el ordenador con su trabajo de investigación a medias. Antes de ponerse en faena, pensó en David. Era extraño. Al principio de su relación, en los campamentos de Tuixén, en ese escenario agreste, todo era perfecto, pero con su retorno a la normalidad cotidiana algo se trastocó. Disimulos, medias verdades, argumentaciones, la confesión de su bisexualidad… David se transformó en un actor que representaba a la perfección un papel. Nunca una salida un falso, siempre una dicción impecable y una larga serie de justificaciones convincentes… Lástima que desde entonces no había abandonado el escenario. Y claro, con tanta máscara, al final el amor se había ido al traste.

Varias veces había pensado en contarle a Dalmau su relación con David, pero al final siempre se echaba atrás. Su relación era entre ellos dos, así había surgido y así tenía que acabar, sin nadie más por medio. No le gustaba tener que romper con nadie, le abrumaba esa sensación de pérdida y fracaso. Tantos esfuerzos y sueños rotos. De todos modos, no podía seguir mucho más tiempo así, dilatando esa relación agónica que sentía ahora como un fardo pesado y dañino, del cual debía desembarazarse porque ya le era ajeno.

Ahora había cerrado la puerta a Jofre. Ese chico le gustaba, sentía que podía ser feliz con él, pero no era ciego. Ese chico adoraba a Dalmau, cosa que entendía perfectamente. Su amigo era el sol radiante, nadie podía rivalizar con él. Ojalá volvieran a salir aunque sinceramente los envidiaría… Unos tanto y otros tan poco… Así iba el mundo, siempre tan injusto… No podía evitar sentirse celoso de la situación de esos dos, una situación confusa pero llena de esperanza. Deseaba verlos felices aun cuando su goce acentuase todavía más su soledad…  Oriol dejó las elucubraciones y se puso a trabajar. Su padre tenía razón: si ocupara una décima parte del tiempo que dedicaba a cavilar y a soñar despierto, su trabajo estaría ya concluido.

Jofre estaba sentado en las gradas del polideportivo. Desde allí tenía una perfecta visión de las evoluciones del atleta novel, aunque ahora se lamentaba.  Dalmau se exhibía con una ropa de deporte demasiado sugerente, con una camiseta de tirantes que revelaba sus fuertes brazos y no conseguía ocultar los pectorales prominentes, y unas mallas cortas que marcaban un culo de exposición. Y si a esto añadimos su elegancia y ese donaire confiado y satisfecho, nadie creería que era el novato del club.

Le molestaba ver como se comportaba con su amigo Joan. Pertenecían a un mismo mundo: altos, hermosos y atléticos, pero sin duda Dalmau destacaba más. Tal vez eran figuraciones suyas pero el rubio parecía tontear con su compinche, esos profundos ojos azules se clavaban en las pupilas grises de Joan, le agarraba por el brazo, le acariciaba el hombro o le tocaba el pelo, pero a Joan no parecía importarle, satisfecho de tener por fin a uno de sus mejores amigos como compañero de entrenamiento. Les envidiaba un poco, practicando esa camaradería deportiva tan extraña para él.

Cuando se acabó la sesión, Jofre dudo qué hacer. No había sido buena idea acudir, pero antes de poder escapar Dalmau lo alcanzó. Sudoroso, le tocó la espalda.

-¿No te vas todavía, verdad?

-Bueno, ya es tarde. Te he visto muy suelto, sin problemas de adaptación.

-Ya me conoces, y el deporte siempre me va bien, pero te agradezco que hayas venido . Es importante para mí. Gràcies, moltíssimes gràcies - le dijo , agarrándole la mano .

- Ha sido la primera y la última de mis visitas a tus entrenamientos. No te hago ninguna falta.

-No, Jofre, tú nunca sobras. Ayer estabas de un humor de perros y hoy en el cau me has ignorado. No sé qué te he hecho, pero no han cambiado mis sentimientos. Sigo queriéndote.

-Sí, claro. ¿No has cambiado desde la excursión de Calella o desde el día que me expulsaste de tu casa? Sinceramente ya he conocido dos Dalmaus diametralmente opuestos… No me fío de ti. Además, no ves que es perder el tiempo, que lo nuestro no tiene ningún futuro. Somos demasiado diferentes. ¿Qué durará: dos días, una semana, cuatro a lo sumo?

-Yo no me planteo el futuro, quiero vivir el presente, y todo se andará. Sí, me equivoqué y te pediré perdón las veces que haga falta. Te hice daño, pero he aprendido la lección. Va… acompáñame, voy a cambiarme. ¡Ven, hablemos!

-Ah, no, yo no te sigo a los vestuarios.

-Pero, Jofre ¿estás tonto o qué? ¿Qué mosca te ha picado? ¿Crees que voy a violarte? Además me has visto ya muchas veces desnudo. ¿Et faig por?

-No digas sandeces, pues claro que no te tengo miedo.

-Pues ven.

De mala gana siguió al chico rubio a los vestuarios. Como mínimo, esperaba que hubiese más atletas cambiándose, pero estaban solos. Delante tenían las taquillas, pronto Dalmau se desnudaría otra vez, y no deseaba estar allí. Con parsimonia, como siempre, el cachas  se liberó primero de las zapatillas, pero esa vez le parecía que tardaba incluso más que en el instituto. Seguían hablando, Dalmau nunca subía el tono, le hablaba con esa voz grave y aterciopelada que parecía hechizarle. Al menos había decidido no mirarlo, sus ojos fijos en el suelo, mientras oía el ruido de sus zapatillas o el deslizar de los calcetines. Por un momento la voz del atleta se apagó. Tenía perfectamente claro qué sucedía: se estaba sacando la camiseta por la cabeza, y poco después supo que se desprendía de mallas y slip. Pero él no lo miró ni un segundo. Esta vez no le serviría de nada sus tretas, su belleza insultante, el desparpajo con que se exhibía desnudo. Oyó cómo cogía una toalla y se dirigía a las duchas.

-Ya puedes levantar la vista. Pasó el peligro. Hoy no caerás en la tentación –le gritó antes de abrir el agua- pero no te vayas. He cogido un albornoz para estar después más presentable.

Jofre pensó que ese tío era tonto. Cómo podía haberse sentido atraído por un chico tan vanidoso y engreído. Merecía que lo dejara allí duchándose solo, pero no se fue. De súbito un ruido le alteró. Un ruido sordo seguido de un quejido. Era la voz de Dalmau. Corriendo, alarmado, entró en las duchas, y en una de los extremos, su rostro, con un rictus de dolor.

-¡Oh, no, Dalmau! ¿Qué ha pasado?¿Cómo estás?-le preguntó angustiado Jofre, cerrando la ducha e inclinándose a su lado.

-Estoy bien, pero me duele aquí –le señaló el hombro y el cuello, con un hilo de voz.

-¿Dónde?

-¿Lo tengo hinchado?

Jofre le miraba el cuello muy preocupado, pero no veía nada extraño.

-¿Y aquí? –siguió preguntándole, ahora indicando el pómulo. Cuando Jofre se aproximó, Dalmau volteó la cabeza para darle un beso.

-Pero…

No pudo terminar la frase, Dalmau lo había asido con fuerza y sus labios ocupaban su boca. Quería escapar, salir de la trampa urdida por ese subnormal musculoso. No podía, y lo peor es que sus deseos de huir iban disminuyendo a cada segundo, substituidos por un creciente y poderoso afán de permanecer, estimulado eficazmente por el placer que esos labios ardientes y esa piel fresca le brindaban. La lengua invasora seguía con su operación magistral, visitando cada rincón para difundir placer sin medida. Jofre respiraba ahora entrecortadamente, incapaz de oponer más resistencia a aquello que le embriagaba. El adonis rubio apartó su boca de la de su amigo para chupar ese cuello blanco y liso, desde allí se deslizó hasta el pecho, desabotonó ágilmente la camisa par centrar su actividad en esos pequeños pezones, menos altivos que lo suyos, pero también receptivos, como demostraban sus prolongados suspiros cuando los chupaba o mordisqueaba levemente.

Jofre parecía un polluelo, casi sin moverse, incapaz de replicar ante aquel arrebato de pasión, mientras ese genio del placer le generaba un frenesí irreprimible al tiempo que se excitaba también directamente, pinzándose sus ostentosos pezones erectos. Tenían los labios rojos, gastados de tanta actividad, pero Dalmau no descansaba y ahora continuaba liberando su piel, ahora bajándole la cremallera del vaquero para paladear su cipote plenamente excitado. Prácticamente le salió el encuentro, una estaca rosada, de talle liso, recto y suave, rematada con un bonito glande, de un rosa más vivo que se apresuró en humedecer una y otra vez con su lengua voraz. El estudiante modélico no sabía o no podía reaccionar, saturado por tanto placer. Una cascada sucedía a la siguiente y mil estímulos táctiles eran acompañados de mágicas visiones de un rostro de una belleza singular, con dos aguamarinas que no dejaban de observarlo en ningún momento, y esas facciones, simétricamente dispuestas de una belleza viril cautivadora.

Ahora jugaba con su palo ya en su máxima estatura, bailando sus dedos entre la cúspide y sus pelotas carnosas. Le lamía con fruición, como si su vocación vital fuera ésta: dar placer a Jofre, su amigo y amante. La lengua encharcaba con saliva el cabezón, sobre todo el meato donde se confundía con el líquido preseminal, y la corona del glande que recorría una y otra vez. Sus dedos seguían manoseando ese pilar palpitante y pronto Jofre sintió que expulsaría su leche.

-Dalmau, ya –recobró el habla para avisarle que pronto eyacularía, entre gemidos. Y el atleta se zampó todo el capullo a la espera de una merienda nutritiva y saludable. Se corrió, pero ni un centilitro de nata se desperdició, toda absorbida por el chico más sediento del instituto.

-¿Y bien? ¿Te encuentras mejor? –le preguntó Dalmau con una sonrisa satisfecha y granuja-¿Te ha gustado mi simpática treta? Ya sabía yo que te importaba mucho.¿Y si ahora me dejas jugar con tu culito?

-Espera un momento… –respondió Jofre, recobrando el aliento- Vale, pero cierra los ojos. No quiero que los abras hasta que esté completamente desnudo.

-OK, pero date prisa.

Pasó un minuto o dos

-¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhh! Un chorro de agua muy caliente cayó sobre el rubio que rápidamente trató de cerrar la ducha que había abierto Jofre. Antes de desaparecer le gritó desde la puerta: -No hace falta que me llames más. De chulos tramposos y tarados ya he tenido suficiente.

Casi choca en los vestuarios con Joan que cogía de su taquilla champú para el pelo.

-¿Quién gritaba era Dalmau?

-Sí, no tiene paciencia para graduar la temperatura, se ha hecho un lío y me parece que se ha pasado con el agua caliente. ¡Adéu, Joan!

-¿Ya te vas? Esta noche vamos a celebrar con los del club el ingreso de Dalmau. Va, quédate, será divertido.

-No tengo nada que celebrar. Es vuestra fiesta, no la mía. Gràcies , Joan, tú siempre tan majo. No como otros.

Jofre salió  rápido no sin antes dar un vistazo a su amigo de ojos grises. Realmente guapo y ahora, con sólo un slip morado, era preciosa la estampa de un cuerpo fuerte, de músculos marcados, pero esbelto, con esa deliciosa curvatura de nalgas. Pensaba que no podía empeorar la situación, pero ahora empezaba a aguijonearle el demonio de los celos. ¿Esa noche, Dalmau con Joan?  ¿ Redimonis , por qué tenía que afectarle tanto imaginarse eso?


El capítulo cuarenta abordará una relación que tenía un poco descuidada. David y Oriol volverán a reunirse, ahora en un caserón abandonado. Allí el moreno sorprenderá a su novio canijo con una noticia y algo más… Como siempre, os doy las gracias por seguir leyendo mi historia.

A reveure, cordialment,

7Legolas