Jofre, Dalmau y otros (38)

A veces un ascensor puede funcionar como alcoba. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXVII:  El ascensor

-Habría sido mejor quedar en un lugar más tranquilo.

-No, precisamente, lo que no quería es quedar en un lugar más íntimo tú y yo solos. Que te quede claro, Dalmau: hemos quedado aquí para averiguar quién está detrás de la carta y las dichosas fotos, para nada más…

-Sí, vale, no insisto, aunque aquí en la heladería hay demasiado barullo. Ni es el lugar más adecuado ni sé por dónde empezar a investigar.

-Mejor será que de momento nos centremos en el asunto de la carta. Recuerdo que la rompí justo después de dejar el vestuario y la eché en la primera papelera que encontré. Estaba muy cerca, en la zona del campo de fútbol.

-Ojalá tuviéramos una filmación de toda la gente que pasó por delante de esa papelera. Ahora es imposible saber quién pudo pillar la carta.

-Espera, Dalmau. Es verdad, ¿cómo no se me había ocurrido? –exclamó Jofre sorprendido- Una filmación, no, pero mi amigo Víctor estrenaba su nueva cámara y se pasó toda la tarde haciendo fotos. Quizás allí encontremos alguna pista. Eso siempre, claro, que no las haya borrado. Más tarde puedo pasar por su casa para preguntárselo.

- ¿Més tard? Llámalo ahora. No quiero hacerme ilusiones sin fundamento. Va, ¡truca’l, sisplau!

-Vale, ya lo llamo –le respondió Jofre, abriendo su móvil y saliendo fuera. Dalmau se quedó en la heladería expectante,  su amigo no tardó en volver.

-¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?

-Que las guarda. Núria no le perdonaría que eliminase una solo foto de su primera salida juntos. Me ha dicho que las examinaría concienzudamente, pero creo que lo mejor es que nosotros les echemos también una mirada. Seis ojos ven más que dos… Le he invitado a un helado, pero no puede salir. Está de canguro de sus hermanos pequeños. Tiene dos gemelos que son de la piel de Barrabás.

-¿Podemos ir a su casa?

-Sí, iba a proponértelo. Está cerca de la mía.

-Perfecto. A ver si por fin sacamos algo en claro.

Cuando salieron de la heladería, en la otra acera, a punto de cruzar la calle vieron a Blanca y su amiga Ester.

-No, mejor será que vayamos al café. Ya no me apetece tomar un helado donde admiten a gentuza. Me sentaría fatal –dijo Blanca, alzando la voz.

Jofre quiso apresurar la marcha para desaparecer en un santiamén, pero Dalmau se detuvo, saludando a las chicas, como si no hubiera oído lo que había dicho su ex.

-Hola Blanca, ¿todo bien?

-Bastante bien. Tú, en cambio, sin fútbol, dando tumbos y entre malas compañías. Una lástima, ¿verdad?

-No te preocupes por mí. Disfruta del helado. Lástima que no tenga tanto azúcar como para endulzar tu mala leche.

-No entiendo qué vi en ti. ¡He ganado tanto con David! Me hace feliz.

-Seguro, estoy convencido. Sois de la misma calaña. Dale recuerdos.

-¡Estúpido!

Dalmau se alejó sin ninguna prisa bajo los cuchicheos censores de las chicas. Alcanzó a Jofre que esperaba en la siguiente bocacalle. El apolo rubio no dejaba de sorprenderle, le fascinaba su aplomo, su capacidad de afrontar los conflictos sin pestañear. Pero eso no había alterado en absoluto su decisión. Durante el trayecto parecía repetirse la escena típica de los últimos meses; de todos modos, habían cambiado las tornas. Ahora era Dalmau el más locuaz, tratando de rehacer antiguos puentes. Deseaba estrechar a Jofre entre sus brazos, besarlo hasta que los labios le dolieran, mas no daría ningún paso en falso.

Jofre, a su lado, era consciente que le gustaba ese apolo rubio, le era complicado resistirse a sus zalamerías, a esa sonrisa turbadora, a esos zafiros claros que le miraban con alegría y deseo.   No había perdido ni un ápice de su encanto. Sí, enamoraba, pero ese era el problema. No deseaba volver a ser un juguete entre sus manos. Lo único que le interesaba a Dalmau era la caza de una nueva presa para anotarla en su cómputo de conquistas, y él no estaba dispuesto a caer en sus redes nunca más. Jofre pensaba también en Oriol. Era un encanto, sentía algo especial por el canijo  y no lo apartaría sólo porque el adonis rubio volviera a coquetear con él. Ellos dos juntos podían vivir felices lejos de novios chulos, estúpidos e incapaces de apreciarlos.

La casa de Víctor era un edificio antiguo, cuya planta baja y primer piso estaba ocupado por los almacenes y oficina del negocio familiar mientras que el domicilio estaba en la planta superior. Jofre se había hartado de subir esas escaleras de pequeño y ahora que disponían de ascensor había olvidado esos escalones empinados. En el rellano les esperaba Víctor, sosegado como siempre, y en el umbral de la puerta cuatro ojitos vivaces e inquisitivos miraban sin perder detalle. A Jofre lo tenían muy visto, pero Dalmau era otro cantar. Por una vez habían perdido su desparpajo, no sucedía cada día que el mejor jugador de la Octogonal visitase su hogar.

-¿Nos nos habíamos visto antes? –preguntó Dalmau, dando la mano a Víctor.

-Nos enfrontamos en el primer partido del torneo y me las hiciste pasar canutas. Como defensa iba de un lado a otro intentando frenarte, pero no había manera. Eres muy bueno.

-Sí, és cert , ahora te recuerdo. Tú tampoco juegas mal.

-Mejor será que entremos. Ah, mira, aquí están Guim y Pau, mis hermanos.

Jofre estaba sorprendido. Por primera vez en su vida esos diablillos parecían ángeles modositos, que obsequiaron a su ídolo con una sonrisa y un beso. Vivir para creer. A esos dos los habían cambiado. Hoy parecían niños que no hubiesen roto nunca un plato… ¡y habían destrozado comedores enteros!

Pasaron al salón, en cuya mesa Jofre vio la cámara de fotos de su amigo. Víctor había sacado la tarjeta para ponerla en el portátil y así ver mejor las fotos.  Inevitablemente las imágenes de ese día le recordaron el hastío que sentía entonces por el delantero rubio. Habían cambiado muchas las cosas desde entonces, su sueño imposible se había hecho realidad y más tarde se había roto en mil pedazos y, sinceramente, ahora no tenía nada claro si deseaba recomponer su relación con Dalmau. Lo tenía al lado, observando atentamente las imágenes, y él, en algún momento, miraba de soslayo a ese rubio adonis. Lo veía de perfil, la melena rubia, esa nariz recta y elegante, el pómulo marcado y la aguamarina que brillaba entre sus pestañas y que contrastaba deliciosamente con el tono rosado de sus labios sensuales. No debía mirarlo, no, o volvería a caer, víctima de su embrujo.

Pasaron rápido las fotos anteriores a su encuentro con Dalmau, pero entonces ya todos los ojos estaban pendientes de cada una de las imágenes del reportaje. Mientras Jofre y Dalmau habían entrado en los vestuarios, Víctor había seguido haciendo fotos: David se alejaba con su bolsa de deporte sin despedirse, un niño de unos nueve o diez años jugaba cerca con un yo-yo, Núria y Oriol seguían hablando…

-Ah, mira, aquí ya salgo con la carta.

-Sí, y la echaste en esa papelera. Ahora dejé la cámara por un momento para volver por ti. Ya nos íbamos. Me parece que ya no hice más fotos de ese lugar.

-Y esto ¿qué hace toda esa gente allí sentada? –preguntó Jofre, sorprendido ante las siguientes fotos.

-Ibas tan abstraído que no te diste cuenta. Mientras Uri intentaba animarte, yo tiré fotos de ese bar que habían inaugurado pocos días antes.

-Mira, allí en la terraza está el mierda de Gonzalo y su camarilla de idiotas –intervino Dalmau, señalando una foto donde había mucha gente –Joder, si también veo a David, cuchicheando con Blanca. ¡Cabrón!

-Sí, y también el resto del equipo de fútbol, menos tú y Oriol, claro.

Fueron repasando todas las fotos inútilmente. No aparecía el culpable.

-Lo siento, me parece que mi reportaje no ha servido de nada.

-No creas, Víctor, algo hemos sacado en claro. Desde la terraza de la cafetería mi salida de los vestuarios era perfectamente visible.

-Sí, lástima que fuera el lugar de concentración de medio instituto –añadió Dalmau- Al que no veo es al bibliotecario.

-¿Al señor Deulofeu? Pero no creerás que él tenga algo que ver.

-No creo ni dejo de creer. Sospecho de él y de otros. Con su despacho al lado podía fotografiarnos de maravilla.

-No me convencerás. En absoluto. Además nunca viene a ver ningún partido. El fútbol es demasiado reciente para él. Se quedó en los antiguos juegos olímpicos… David y Blanca tienen muchos más puntos.

-Blanca no.

-¿Por qué el señor Deulofeu sí y ella no? –preguntó Jofre suspicaz.

-Porque la conozco un poco…

-¿Pero qué dices? Ya he visto  lo comprensiva que ha sido contigo en la escena de la heladería. Aunque quizás sea porque sigue gustándote, ¿no? Y ahora que estás solito…

-Jofre, no seas subnormal. Me gustan los tíos y ya está.  Y no creo que Blanca tenga nada que ver porque toda la fuerza se le va por la boca. Perro ladrador, poco mordedor.

-Esa tiene mucha más fuerza y veneno de lo que te imaginas. Claro, te crees que los que hemos salido contigo vivimos en una nube, satisfechos para siempre e incapaces de reprocharte nada. Y es justo lo contrario. ¿Te enteras?

-Jofre, deja el tema que ya cansa. No quiero ponerme borde…-replicó el chico rubio, a regañadientes, sin elevar el tono, pero visiblemente molesto.

Un silencio incómodo surcó la estancia. Víctor trató de despejarlo, enseñando las fotos del partido a sus hermanos que, expresivos, pronto llenaron la sala con sus exclamaciones de asombro y admiración. A  pesar de la invitación del anfitrión, los dos chicos no quisieron quedarse más tiempo. Jofre ya había tenido bastante de Dalmau por ese día. Se marcharon poco después y quienes lo lamentaron más fueron Pau y Guim. Como premio de consolación consiguieron que su hermano los fotografiase con el mejor deportista del instituto.

Jofre quiso volver a coger el ascensor. Dalmau no se opuso. Cerraron la puerta, apretaron el botón y el ascensor empezó a bajar, pero de repente se detuvo. Apretaron otra vez el botón, pero nada. Eso no se movía, estaba más muerto que un fósil del terciario. Jofre empezó a dar voces mientras Dalmau llamaba al número de emergencia que aparecía en la placa del ascensor y le respondía un contestador automático.

Al final oyeron la voz de Víctor. No había manera de abrir la puerta, estaban entre dos pisos y tendrían que esperar al operario. Era difícil la comunicación. Víctor volvió a su casa para hablar con los de la empresa de mantenimiento. Ya había pasado otra vez. Finalmente, el chico regresó con la respuesta de la empresa. Le garantizaron que en veinte minutos ya estarían allí.

- Vint minuts, ¡això és una eternitat! –resopló Jofre, incapaz de soportar tanto tiempo encerrado en esa caja de madera y metal.

-Va, no te preocupes, pasará rápido ya lo verás.

-Es mucho tiempo, tengo calor, esto es muy estrecho…

- Calma't, maco, tot s'arreglarà –le respondió con dulzura Dalmau-Va, estoy contigo, no te pasará nada.

-No lo tengo claro, y esto es sofocante

-Jofre, cierra los ojos y trata de respirar lentamente. Te encontrarás mejor.

El chico estaba demasiado nervioso y Dalmau al final lo abrazó. Jofre no se opuso, necesitaba sentirse protegido y aquel pecho fuerte, pero sobre todo esa voz grave, dulce y serena parecía el mejor antídoto contra esa crisis. Sí, se sentía bien entre esos brazos viriles que lo acogían. No era prudente, pero no pudo evitarlo: alzó la cabeza para encontrar la bella mirada de ese apolo levemente preocupado, sus labios siguieron avanzando hasta topar con los de su amigo que no los apartó.

Dalmau sintió como esos labios humedecían ligeramente los suyos, y lo miró, tratando de entender qué esperaba de él. Se sentía muy bien con ese chico entre sus brazos, como recuperando un preciado tesoro que su corazón ansiaba. Nunca en su vida había deseado nada tanto como él, y no quería estropearlo otra vez. Respondió al beso con otro suave, tratando de no espantarlo y al mismo tiempo de animarlo a seguir con el juego. Jofre lo miró dubitativo. Se sentía penetrado por esos ojos y esas pupilas azules le encandilaban. Su cabeza le aconsejaba rechazar sus mimos, no era prudente seguir con ese juego del cual ya había salido escarmentado varias veces; no obstante desoyó esos consejos, no hizo el más leve movimiento de rechazo, en realidad hizo lo opuesto: echó por la borda todos sus prevenciones. Deseaba ese chico, no podía evitarlo, y abordó apasionadamente la boca sensual de ese atleta rubio. Dalmau no esperó más.

Los dos chicos unieron sus cuerpos, sus bocas parecían selladas entre sí, como si esos labios no pudiesen permanecer ni un segundo lejos unos de los otros a riesgo de perecer, viendo la avidez y el ansia que demostraban. El atleta rubio al tiempo que  besaba su amigo sin pausa magreaba su cuello, brazos y torso, subiéndole la camiseta y jugando con sus pezones ya animados. A pesar de la nueva e inesperada situación, a pesar de pasar en un centelleo de ese temor claustrofóbico a la pasión más desbordante, Jofre no parecía superado por los acontecimientos, rivalizando con su amigo en sus ansias por disfrutar de ese festín corporal que se le ofreció en un momento. Lo agarraba por la esbelta y firme cintura, pasando una mano repetidas veces por esos marcadísimos abdominales que lo seducían. Tan firmes, tan duros y al mismo tiempo tan suaves que él, después de días de carestía, no podía dejar de adorarlos.

Jofre apartó sin brusquedad los labios de su amigo y se inclinó para lamer ese abdomen ideal y hundió su lengua en el pequeño agujero de su ombligo. Sus manos se anclaron en sus muslos, desde su nueva posición tenía perfectamente a la vista ese paquetazo ya conocido, aprisionado en la bragueta de su pantalón. Era una imagen viril perfecta y Jofre recorrió con sus dedos la protuberancia lasciva que ansiaba.

-No tienes por qué hacerlo –le dijo susurrando su compañero-Deja que sea yo quien me ocupe de ti.

- No, ara no , deixa’msisplau –le respondió, abriendo uno a uno todos los botones del pantalón, para después estirar hacia abajo y descubrir un magnífico regalo dentro del slip azul claro. No alargó los prolegómenos, acarició unos instantes la lycra azul antes de destapar su contenido. Joder, ese pollón seguía como lo recordaba: grueso, firme y poderoso. Paseó la lengua por el glande rosado que ya despedía ese olor acre intenso que lo llevaba al delirio y, no satisfecho con eso, empezó a masajear esos compactos cojones de toro. Bajo sus atenciones el formidable falo se empalmó completamente, como una fuerte estaca señalando al cielo. Jofre la agarró por su parte central, sintiendo las fuertes venas que la rodeaban. Nunca se cansaría de manosear ese erótico pilar carnoso. Una y otra vez sus dedos friccionaban ansiosos su superficie a la espera de conseguir el lechoso elixir.

Jofre observaba fascinado el ostentoso glande y lo devoró en un santiamén. Esta vez no quiso engullir toda la tranca, le bastaba deleitarse con ese sabroso cabezón rosado que oprimía entre sus labios devotos. Dalmau suspiraba, con los ojos prácticamente cerrados, tratando de retardar al máximo la corrida inevitable para disfrutar al máximo del placer que le embargaba. Su amigo sabía lo que hacía, pero incluso fuese torpe él lo preferiría a cualquier otro. Con él a su lado se sentia lleno, pletórico y no aspiraba a nada más que a mantener su intimidad día tras día, desde el alba hasta el ocaso. Ya lo tenía claro y lucharía por eso. Pero esos pensamientos se desvanecieron, substituidos por una sola sensación, una cascada de placer que le colmaba, imposible ya de contener.

El pollón de Dalmau empezó a descargar su leche abundante y espesa entre los sonoros gemidos del atleta rubio, pero ni una sola gota llegó al suelo del ascensor, eficazmente tragado todo el semen por la boca voraz de Jofre.

¡Pam, pam, pam! ¡Tortolitos, pronto tendréis compañía! –les gritó Víctor, aporreando el ascensor- Siento aguaros la fiesta. Ya está aquí el técnico, pronto se acabará el encierro.

Efectivamente, en pocos minutos los dos chicos pudieron salir del ascensor ante la mirada sonriente de Víctor. Los dos ya estaban libres, pero Jofre parecía rehuir el contacto con Dalmau. Mientras Víctor se disculpaba por la avería del ascensor miraba a los dos, centrando la atención en su amigo. Parecía molesto, indiferente a las atenciones del apolo rubio y francamente agobiado. Cuando los despidió no pudo llegar a ninguna conclusión sobre el porvenir de la relación entre esos dos. Realmente a veces parecían la noche y el día; no obstante, entre ellos había algo… ¿Era lo bastante fuerte para superar sus diferencias? También él era distinto de Núria, su chica, ella de pólvora y él de talco. Difícilmente explotarían, además se había ejercitado en la virtud de la paciencia, tutelando a los gemelos. En cambio, Jofre y Dalmau se encendían con rapidez y eran de mecha corta, prestos al estallido. Necesitarían mucha agua para apagar las inevitables discusiones entre ellos.

Víctor cerró la puerta cuando los chicos hubieron desaparecido del rellano, oyó un ruido misterioso procedente del comedor. ¡Sus hermanos! Guim y Pol estaban jugando a ping-pong con toda la cristalería de gala como red substitutoria. Rápido como el rayo, interceptó la bola y la confiscó junto con las raquetas a pesar de las quejas de sus hermanos y de sus promesas –siempre incumplidas- de que tendrían cuidado esta vez. Superada la nueva trastada de los gemelos y mientras supervisaba que sus hermanos guardasen las copas en la vitrina, volvió a pensar en Jofre. A pesar de ser su mejor amigo y conocerlo desde hacía mucho tiempo, era incapaz de discernir ese corazón complicado. ¿Qué debía estar pensando y sintiendo en esos momentos? Lo ignoraba, sólo deseaba que encontrase reposo por fin.


En el próximo capítulo reuniremos a Oriol, Jofre y Dalmau en el cau . Hablarán sobre los enigmas de la carta rota y el papel de Gonzalo; sin embargo, los principales misterios que les afectan habitan en su corazón.

He acabado las vacaciones y retorno a la normalidad, lo que significa también volver a escribir un nuevo episodio. Gracias por seguir leyendo mi historia.

A reveure ,

7Legolas