Jofre, Dalmau y otros (37)

Dalmau deberá demostrar si puede ser alguien en la pista de atletismo. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXVII:  ¿Dalmau atleta?

-Éste era el lugar de nuestras aventuras infantiles. Es curioso, parece imposible, pero ha cambiado muy poco desde la última vez que vine de pequeño. Esos sauces en la otra ribera, el prado y el río con el viejo molino… Sí, más o menos, todo permanece igual.

-Me gusta que hayas querido enseñármelo –le respondió Jofre dándole un beso- Se está bien aquí. Va, estirem-nos allà, damunt l’herba .

Los dos jóvenes se protegieron del fuerte sol, tumbados sobre la hierba, y en ese paraje fresco, apartado y apacible, dieron rienda suelta a sus sentimientos. Jofre llevaba la voz cantante, necesitaba demostrarle cuánto lo quería y empezó a acariciarle y besarle sin descanso. Oriol parecía divertido con esa situación, amar a alguien en el escenario de su  infancia, sobre todo porque lo que le planteaba Jofre estaba a años luz de lo que aún vivía con David. A veces le gustaban las emociones fuertes, pero desde hacía mucho tiempo sus encuentros en la cama estaban faltos de cariño, substituidos por la sospecha, la dureza y la amenaza. Con el empollón se encontraba muy cómodo; es más, viviendo esa situación tan contrastada, se daba cuenta de que la ruptura con David no podía aplazarla indefinidamente.

La lengua de Oriol mojó los labios de su amigo y se introdujo en la boca ansiosa. Jofre aún no podía superar la lengua más vivaracha de todo el instituto que exploraba con ahínco cada recoveco de su boca. Los cuerpos alegres jugaban, dedos bajo las camisetas palpando la carne lozana o invadiendo la cintura para acariciar las nalgas, la ingle o lo que se terciara. Cada vez más abrumados por el calor y la pasión, se desvistieron. Sobre el lecho de hierba, dos cuerpos juveniles enzarzados en amoroso combate, disputándose quién conseguía dar más placer a su oponente. Uri ganaba la partida. Sus manos ágiles cosquilleaban a Jofre que no podía soportar sus toques sobre todo en su barriga hipersensible, pero no se detenían ahí sino que descendían hasta los genitales, que rozaban una y otra vez, sin querer todavía dedicarse a ellos en exclusiva. El rostro de Oriol era atractivo, no tenía la belleza clásica de Dalmau, pero lo suplía con la sonrisa perenne y especialmente esos ojos vivos que difundían alegría.

El más bajo se divertía viendo retorcerse a su amante cuando atacaba su barriga, pero pronto cambiaron las tornas. Jofre recordó el punto G de su amigo, el lóbulo de la oreja y trató de alcanzarlo. No era empresa fácil, se escurría como una anguila al tiempo que le apretaba los pezones o le magreaba el culo. A pesar de todo, la obstinación del empollón tuvo finalmente éxito. Logró inmovilizar a su amigo y labios y lengua adoraron uno de los lóbulos. El efecto fue fulminante. Sobreexcitado, su pene creció en segundos. Los sollozos de Uri, cada vez más sonoros, llevaron a Jofre  a cambiar el terreno de operaciones. Suspendió el ataque lobular para no terminar la fiesta demasiado pronto mientras con la mano saludaba el capullo rosado ya florecido. Besaba a su amigo y frotaba el falo fragante, firme y tentador.

-Voy a visitar a alguien que reclama mi atención. –le susurró Jofre, abandonando la boca del canijo para darle la espalda y dedicarse en cuerpo y alma a aquel bendito cimbrel que aún parecía mayor en un cuerpo pequeño como el del pecoso. Su lengua se entretenía chupando todo el aparato, desde el glande hasta los huevos, deteniéndose tan solo para escupir los escasos pelos que arrastraba en las exploraciones exhaustivas de sus testículos. Esa tranca era adorable, la sostenía vertical con dos dedos mientras la chupaba por todos lados como si fuera un helado delicioso. Tenía tanta hambre que no tardó demasiado en zamparse el capullo y presionar con sus labios la corona del glande al tiempo que con la lengua acariciaba el orificio por donde fluía el líquido preseminal que regaba el cabezón de esa verga ejemplar. Oriol volvió a gemir, creciente su intensidad y frecuencia.

- Sisplau , para, Jofre, que no quiero vaciarme aún –le pidió el muchacho, liberando la polla de su encierro- No quiero acabar sin haber probado ese culazo que tengo a la vista –añadió sobando las nalgas curvas y generosas de su compañero.

-¿Quieres metérmela?

-Va, tú ya probaste el mío, deja que disfrute hoy con ese pedazo de trasero que me empalma sólo de verlo.

Jofre asintió con la cabeza y Oriol, emocionado, no tardó ni un minuto en coger un preservativo y enfundárselo en el cipote, antes de que su amigo pudiera arrepentirse de lo dicho. Con saliva trató de lubricar un poco el ojete, pero en lugar de follarlo por detrás, el chaval quiso penetrarlo con las piernas sobre sus hombros para poder contemplarle el rostro. Ninguno de los dos se hizo el remolón. Uri, con su cara más pícara, atacaba el pequeño agujero anal, primero con sus hábiles dedos que, encantados con la espeleología, se adentraban en esa cueva estrecha y caliente. El empollón apreciaba su progreso, pronto dos dedos, bañados con saliva, ya se movían por su cavidad sin problemas, emisarios de la tranca que anhelaba sentir en su interior. El vergón invadió la estrecha galería, ese palo duro y cálido se abría paso. Jofre notaba su avance centímetro a centímetro, el taladro se hundía en sus entrañas, su placer iba en aumento. El chico era bajo, pero esa estaca se comportaba como la de un coloso infatigable en su tarea de clavarse en la hendidura viva. Las idas y venidas llevaban a Jofre al frenesí. No podía soportar por más tiempo aquella presión interna. Al final los jadeos de uno y otro, extraña competencia  a los habituales gorjeos de los pájaros, dominaron ese rincón bucólico.  Jofre fue el primero en expulsar su rica carga de leche y poco después Oriol rociaba de semen caliente el pecho de su amigo.

Tras unos minutos de merecido reposo, el canijo se levantó con presteza y empezó a vestirse otra vez.

-¿Ya tienes que irte?

-Sí, ya te lo dije. Esta tarde tengo una cita allí arriba –dijo señalando la colina donde se asentaba el polideportivo- El entrenador Vellxaruc quiere ver correr a Dalmau. ¿Por qué no vienes?

-¿Estás de broma? Has olvidado lo que me hizo. Por mí puede morirse.

-Hoy es un día muy importante –prosiguió Uri, como si no lo hubiera oído-, tal vez pueda reorientar su futuro en el atletismo.

-No insistas, joder. No me convencerás. No tengo nada qué hacer allí.

-Bueno, como quieras –respondió con rapidez, evitando adentrarse en un tema polémico- Me marcho, no quiero llegar tarde. Te llamo por la noche –le dijo antes de besarlo.

- Adéu, ¡Achíssss!

-¿Te has constipado? No me extraña: aquí hace fresco, tan cerca del río y con tus ardores internos, je, je, je.

-No, sólo ha sido un estornudo. No te preocupes. Me visto y asunto arreglado.

-Más tarde, si quieres, te tomo la temperatura con “mi termómetro” –sugirió sonriente, señalando la bragueta del pantalón.

- Molt graciós . Ojalá no tuvieras que irte.

- No puc quedar-me, ja ho saps.

-Sí lo sé aunque él no es digno de tu lealtad. Te utiliza como a todos.

Uri no replicó, entendía perfectamente su resentimiento, pero eso no iba a cambiar su decisión. Se limitó a despedirse con otro beso fugaz.

-Vete ya –le contestó Jofre resignado- pero tengo razón. No te merece en absoluto. Eres mil veces mejor que ese condenado chulo.

El pecoso se alejó, ascendiendo ágilmente por la senda hacia su destino. A medio camino se giró para volver a mirar a Jofre. Se estaba vistiendo. Ese chico le gustaba realmente. ¿Tenían futuro en esa situación intrincada?

Oriol disfrutaba de los espacios abiertos, recordaba otra tarde memorable con su amigo rubio en un estanque, y también sus primeros encuentros con David el verano pasado, con la naturaleza por testigo. Ahora todo era mucho más complicado: la relación moribunda con su novio, la reciente ruptura de Jofre y Dalmau, y sus encuentros con Jofre; además, claro está, de las quejas paternas por no dedicarse en cuerpo y alma al trabajo de investigación. Su padre era un buen hombre, tremendamente paciente, no tenía la culpa de que su benjamín hubiese salido soñador y un tanto alocado. Sí, alocado, era el adjetivo que mejor lo definía. Cómo podría explicar de otro modo su extraña relación con David, la íntima amistad con Dalmau, el enemigo de su novio, y ahora sus contactos, a escondidas, con el reciente ex de su amigo. Alguien completamente cuerdo no soportaría tanto lío. Probablemente era imposible deshilvanar el ovillo de su vida sentimental, debía cortarlo. ¿Cuánto dolor provocaría? ¿También él sufriría las consecuencias? ¿Se arrepentiría después? No se explayó en esas tristes cavilaciones, hoy Dalmau necesitaba su ánimo. Reemprendió la marcha. Era inconcebible que el maestro de ceremonias se retrasase.

Ya llevaban casi una hora con las pruebas y Oriol ignoraba cómo evolucionaba la sesión. El señor Vellxaruc era un setentón afable, pero repleto de energía que, después de una breve presentación, había sometido a su posible pupilo a una larga ristra de ejercicios. Dalmau saltaba, lanzaba, corría, siguiendo los dictados del  mentor. Cuando lo dejaba descansar, el canijo buscaba primero la mirada de su amigo rubio para espolearlo con su sonrisa, pero acto seguido escrutaba a Vellxaruc, tratando de averiguar su parecer. Por más que se afanaba, no conseguía sacar nada en claro. Y si al principio su amigo Joan le había ido orientando sobre el sentido de las pruebas, ahora había enmudecido porque el entrenador les había pedido que permanecieran todo el rato en silencio. Uri estaba nervioso, no podía evitarlo, pero le daba mala espina el comportamiento del entrenador: obligaba a Dalmau a ejecutar disciplinas muy diferentes, como si Vellxaruc tratase infructuosamente de hallar una en la que fuese diestro. Lo positivo es que el mozarrón rubio no parecía acusar  esos ejercicios y acometía cada prueba con la mayor predisposición posible.

Hacía un calor de mil demonios y el pobre atleta sudaba a cántaros. Antes de una nueva carrera, el entrenador le permitió cambiarse la camiseta que estaba chorreando. Oriol se le acercó. La estampa, como siempre, preciosa. Con su torso desnudo el chico ganaba enteros. Nunca se cansaría de admirar esos abombados pectorales y el vientre cincelado, con las estribaciones abdominales perfectamente visibles. El  cabello dorado y sus ojos azules le miraban con simpatía.

-¡Cómo va, macho man? –le preguntó Oriol, sonriente.

- Prou bé . Estoy un poco cansado, pero puedo aguantar lo que me echen. No sé cómo acabará esto, pero te estoy eternamente agradecido.

-Hice lo que tocaba, nada más.

Dalmau no le respondió, sólo le miró satisfecho. Bebió un poco de agua y se fue hacia la línea de salida.  El chico era un figurín. Muy atlético, pero armónico, lejos de parecer un amasijo de músculos toscos y pesados, con su caminar grácil y esa media melena rubia que enmarcaba un rostro de modelo. Siguieron los ejercicios y de repente Oriol advirtió que en la grada estaba sentado Jofre. No sabía cuándo había llegado, pero estaba contento de que al final hubiese decidido acompañarlos.

-Bueno, Dalmau,–dijo el señor Vellxaruc- ya puedes descansar. Ya lo tengo claro. Cuando te vi en el campo pensé que podías ser un buen esprínter,  pero me he equivocado…

Oriol estaba perplejo. No, no podía ser. Tantos ejercicios y al final no servirían de nada. No podía entenderlo. El entrenador rechazaba a su amigo.

-…tu marca de peso y tus saltos de altura y longitud también son destacables. No eres el mejor velocista que he visto, pero pareces extraordinariamente polivalente también como lanzador y saltador –añadió Vellxaruc- Yo creo que puedes convertirte en un decatleta muy bueno.

-¿ De veritat ? ¿Realmente puedo ser bueno?

-Eso dependerá de ti mismo. Deberás trabajar mucho, pero las condiciones las tienes. Es indiscutible. Sí, tienes futuro en el atletismo.

¡Yupiiiiiiiiiiiiii!-gritó Oriol con total alborozo.

-Al principio, deberemos dedicarnos a las pruebas más técnicas, sobre todo la pértiga, pero por lo que he visto, no creo que te asuste. Bueno, pasado mañana podríamos comenzar si te parece bien. No quiero perder tiempo.

Por supuesto Dalmau aceptó la propuesta. Después abrazó, emocionado, a Oriol. Lo apretujó feliz.

-A veces creo que eres la persona que más quiero en este mundo –le susurró el rubio deportista.

-¿No crees que exageras un pelín? – le respondió riendo Oriol.

-Dalmau, cuenta conmigo para echarte una mano en la pértiga –le dijo Joan, felicitándolo- Si yo puedo saltar, tú también.

Entonces el atleta sudoroso reparó en Jofre que se aproximaba y salió a su encuentro.

-¡Qué sorpresa, has venido!

-No he venido por ti, lo he hecho por Oriol, el auténtico responsable de todo esto. Ha movido cielo y tierra para conseguirlo.

-Lo sé y le estoy muy agradecido, pero me encanta que estés aquí.

La charla entre los dos fue muy breve porque Dalmau tuvo que volver con Vellxaruc y el entrenador de Joan que también había asistido  a la prueba. Oriol, ya conseguido su propósito, retornó a la cruda realidad. Debía regresar a su casa cuanto antes para dedicarse al trabajo de investigación. Joan se ofreció a llevarlo en coche, pero Jofre no podría acompañarlos ya que el automóvil tenía los asientos de atrás llenos de bártulos. Teresa, su novia, a veces confundía el vehículo de Joan con un camión de mudanzas.

Jofre viajaría en el coche del entrenador de Joan junto al señor Vellxaruc y Dalmau. No le gustaba la idea, pero no podía rechazar la invitación. Al atleta rubio le fue imposible ducharse en el polideportivo porque estaban de obras y se había interrumpido el suministro de agua. Así pues le tocaría aguantar el fuerte olor a sudor del deportista en un  mini, ocupando el reducido espacio posterior, casi tocándose con el flamante decatleta.

-Bueno, Dalmau, espero que sea una realidad lo que te he anunciado. Tendrás que  esforzarte mucho, pero está a tu alcance. Cuando te vi por segunda vez en la final lo vi claro.

-¿Cómo dice, señor Vellxaruc? ¿La segunda vez?

-Sí. ¿No te lo dije antes? Tuvimos un encuentro hace unas semanas. Tú ibas corriendo y me fijé en ti

-¿Seguro que era yo? No lo recuerdo en absoluto.

-Segurísimo. Aquí no hay muchos chicos rubios con tu facha y tu forma de correr es muy característica: elegante y fácil, como si no hicieras ningún esfuerzo. Sí, eras tú. Esa tarde yo salía de mi coche y un poco más y me arrollas. Te pegué un grito, pero no te detuviste, seguiste corriendo y me sorprendió tu rapidez. Vestías una sudadera naranja.

Dalmau no replicó, pero tuvo claro su encuentro. Esa terrible tarde del gimnasio, después de descubrir a David intentando violar a Jofre. Desde ese día no había vuelto a ponerse esa ropa. El mundo a veces era un cúmulo de sorpresas. Ahora, en una situación muy diferente, volvía  a tener a su lado a Jofre que le ignoraba, no se esforzaba ni en disimularlo, mirando por la ventanilla.  No obstante, el empollón, aunque no quisiera, no podía evitar captar el olor corporal del nuevo decatleta y eso, muy a pesar suyo, le estimulaba.  Deseaba llegar cuanto antes al final del trayecto para acabar con esa situación delirante.

En la plaça del setciències, Jofre descendió del coche, pero sorprendentemente lo siguió el adonis rubio. La audacia de ese chulo no conocía límites, rayando la insolencia. Sin poder evitarlo, el apestoso se mantuvo a su lado justo antes de que arrancase otra vez el Mini; eso sí, Jofre no tuvo reparos en mirarle desafiante.

-Supongo que no habrás pensado ni  por un momento que voy a dejar que entres en mi casa para que te duches.

-No he salido con esa idea. Sólo quería agradecerte tus ánimos.

-Ya te lo dije. Sólo fui por Oriol. Mejor será que no alarguemos la  despedida. Tú y yo ya no tenemos nada en común. ¡ Adéu , Dalmau!

-No. ¡Espera, sisplau ! Toma esto.

-¿Qué es? –le preguntó Jofre con extrañeza cuando recibió un sobre.

-Es la carta que te escribí hace unas semanas y que no pudiste leer…

-Pero esa carta la rompí.

-Sí, pero reescribirla no fue tan complicado. Tenía ya muy claro lo que sentía por ti. A veces me cuesta expresar mis sentimientos, pero contigo puedo hacerlo… Ahora sí que me voy. ¡A reveure, Jofre!

Dalmau se marchó caminando sin ninguna prisa, pero el chico ya no le miró. Aguijoneado por la curiosidad, sacó el papel doblado del sobre, lo desplegó. Era un escrito largo. Leyó el primer párrafo:

“Hola Jofre,

Ya hace tiempo que  eres mi profesor. Contigo he ido entendiendo las mates y la condenada física, y he descubierto mi interés por la historia, pero no es de estudios  de lo que quiero hablarte. Con tantas horas a tu lado me he dado cuenta de que aquello que al principio fue una imposición, se ha convertido en una necesidad acuciante. No es ninguna broma, más bien una confesión. Te diría que no sé lo que me pasa, pero lo tengo clarísimo y ya no me molesta admitirlo: me gusta estar a solas contigo. Se me pasan volando los minutos y las horas. No sé cómo lo has logrado, pero has vencido todos mis temores y recelos. No quiero engañarte más ni perder más tiempo. Debo serte sincero aunque  creas que te miento. T’estimo. Sí, te amo y…

Una lágrima descendía por su mejilla, y no quiso continuar leyendo. De repente tuvo claro que debía llevar a cabo algo mucho más urgente. Miró otra vez la calle. La figura atlética vestida con su ropa de deporte se alejaba. No podía dejar que se fuera así, sin respuesta. De súbito le gritó: - ¡Demà ens veiem, maco!

Dalmau se giró de inmediato lleno de júbilo y lo saludó con la mano antes de desaparecer por la bocacalle. “Mañana nos vemos”, le había dicho y esas palabras retumbaban en su cabeza, palabras que abrían la puerta a la esperanza, palabras con las que se acostaría tranquilo. Jofre había acabado la frase con “ maco” , el mote cariñoso con el que el atleta se le dirigía desde que empezaron a salir juntos. Dalmau caminaba satisfecho. Nunca una sola frase le produjo tanto gozo. Apresuró la marcha, contento. Antes había ido caminando a paso de tortuga, inusual en él, con el objeto de no alejarse demasiado de Jofre, esperando lo que al final había sucedido. ¡Visca! Ojalá ya fuera mañana, un mañana que se anunciaba mucho más brillante de los que le habían precedido.


Parece que la relación entre Dalmau y Jofre mejora. Ahora quizás podrán dedicar tiempo a resolver los enigmas planteados. En el próximo episodio visitarán  a Víctor, el amigo de Jofre, quien puede darles alguna pista sobre el tema de la carta rota. Celebro que sigáis leyendo mi historia y la dicha será completa si algunos continuáis valorando y comentando este capítulo. Yo ahora tengo unos días de vacaciones que siempre vienen bien.

Fins mitjan setembre,

Cordialment,

7Legolas