Jofre, Dalmau y otros (36)

Una larga y ajetreada noche que Dalmau acabará de manera muy diferente a como la empezó. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXVI:  Diálogos a tres bandas

Después de cenar Dalmau salió otra vez de noche, como ya era costumbre, para sacarle todo el jugo posible. Antes las discotecas eran terreno vedado para él, no casaban con un chico dedicado en cuerpo  y alma al deporte, pero eso ya era historia pasada. Después de su fracaso, quería recuperar el tiempo perdido y gozar hasta reventar.

La música ensordecedora dominaba el ambiente de ese antro donde se agolpaban hombres de todos lo pelajes, desde el escuálido efebo hasta el oso barrigón cervecero y la reina alocada que no dejaba de graznar. De hecho Jofre no podía entrar aún en la disco, le faltaban dos meses para ser mayor de edad; de todos modos nadie le pidió el carnet. Imposible, con su hombría y ese cuerpo esculpido con cincel. Se acercó a la barra, pidió un gin-tonic, si bien antes de pagar un panzudo que tenía al lado se apresuró a invitarlo. Hablaron unos minutos, después Dalmau, sin demasiados reparos, cambió de lugar porque aquel hombre parecía querer acapararlo. Apuró el vaso con rapidez y se dirigió a la pista. Empezó a mover el esqueleto siguiendo el ritmo, aunque lo de bailar era algo prácticamente imposible, con el espacio a rebosar de carne sudorosa y brillante.

Se dejó llevar por el ritmo, tratando de no pensar en nada o como mínimo no en los temas recurrentes que le abrumaban desde el domingo. Bailar, sin más, bueno tampoco era eso porque si había entrado en esa discoteca no era sólo para disfrutar de la música. A diferencia de la mayoría, él no necesitaba buscar compañía, su presencia era objeto de atracción. Sorprendía a unos y otros mirándole con atención y deseo, pero sólo los más atrevidos se le acercaban, esperando conseguir algo. Dalmau se divertía con esos juegos. Estaba muy habituado, ya antes era el cuerpo diez que las chicas guapas se disputaban; ahora había cambiado por los chicos, pero el esquema seguía siendo el mismo, aunque la respuesta era mucho más rápida y franca. Si se gustaban, follaban ya en cualquier sitio.

La disco era famosa por unos gogós alucinantes que animaban el baile, a veces desde las plataformas, otras, mezclándose entre la gente. El tío que tenía a cuatro pasos era todo un monumento y estaba convencido que formaba parte de la plantilla. Dalmau generalmente no daba el primer paso, esa noche haría una excepción. Sí, nuestro adonis del instituto era un bellezón, pero, claro, no era el único. Ese ejemplar debía tener cuatro o cinco años más que él. Se movía divinamente con ese cuerpo fibradísimo, estrella tatuada en  el brazo, moreno, cabello corto, bigote y perilla finos, piercing en una oreja y ojos de un negro profundo. Dalmau se acercó sin ningún temor, ciego a las miradas insinuantes de otros tíos, hasta plantarse a su lado. Le sonrió y el otro fijó la mirada en él, plenamente conforme. Empezaron a moverse, pero ya no bailaban solos. Uno y otro, cada vez con más intensidad, frotaban sus cuerpos, indiferentes al resto, como si estuvieran en otro mundo. Roces, toqueteos, besos al ritmo de la música trepidante que acompasaba sin pausa su deseo.

-Ven. Iremos a un lugar más tranquilo –le susurró ese chico mientras le agarraba del brazo y le conducía hasta una puerta. Entonces usó una tarjeta magnética y los dos entraron en una pequeña estancia con  una iluminación tenue, presidida por un generoso sofá y una mesita con un pequeño frigorífico al lado.

-¿Dónde estamos?

-Es una de las ventajas de formar parte del personal de la casa. Tenemos nuestro propio reservado. Nadie nos molestará –le respondió mientras volvía a besarle con ganas.

A Dalmau no le inquietaba ese lugar, al contrario le encantaba el contacto con ese tío macizo. Si antes en la pista ya no se andaban con remilgos, ahora en la intimidad se refregaban lascivamente, las bocas permanentemente juntas y las manos ni un instante quietas, sobando las carnes prietas y suaves del otro. Pronto el bailarín Koko se despojó de camiseta y pantalón para lucir cuerpo serrano con un tanga dorado que abultaba mucho mientras el atleta mantenía su pantalón. Dos cuerpos modélicos se miraban satisfechos. Koko se lanzó sobre Jofre, chupeteándole el cuello  y cayeron los dos en el sofá. Ese diván rojo escarlata contrastaba divinamente con la piel levemente morena del rubiales del instituto.

El exfutbolista disfrutaba del ardor amoroso de su compañero, pero no permanecía inactivo. Enérgicamente le frotaba los fuertes pectorales, le pinzaba una y otra vez los sensibles pezones. Animado por los jadeos de su amante, sus dedos descendían por los marcados abdominales, aunque no podía alcanzar el tanga dorado que a duras penas cubría el trabuco. Con tantos toqueteos y estimulaciones el capullo del bailarín ya escapaba de su prisión. Koko advirtió el interés de Dalmau y sin espera se sacó el tanga para descubrir un falo de buenas proporciones, perfectamente enhiesto que acercó a su rostro.

-No abras aún la boca –le dijo el danzarín  mientras situaba el glande justo debajo de sus fosas nasales. Dalmau observaba con interés ese pepino circuncidado, con lo cual el cabezón se manifestaba pletórico, sin ninguna piel que lo cubriese lo más mínimo. Ese glande, más rojizo que rosado, se había ido acercando y cuando lo tuvo justo debajo de su nariz captó un áspero aroma viril que lo excitó todavía más. Ese olor fuerte parecía despertar su instinto más primitivo y abrió la boca para lamerlo ávidamente. Recorría el cabezón lustroso, añadiendo su saliva al líquido preseminal que fluía copiosamente, al tiempo que sus dedos rodeaban el palpitante tallo y los cojones de Koko.

Ese rubiales era una preciosidad, pensaba el danzarín examinando rigurosamente rostro y torso del muchacho. Muchos habían pasado por sus manos, pero sin duda ese ángel atlético de facciones armónicas cuyos labios sensuales ahora adoraban su falo, era de los mejores. Además no se andaba por las ramas a pesar de su evidente juventud, abrió su boca para cobijar el pilar carnoso y lentamente pero sin pausa lo llevo a cabo. Era delicioso sentir su polla dentro de ese chico adorable al cual acariciaba suavemente el cabello dorado. El bailarín no duró demasiado, estaba demasiado excitado y pronto su cimbrel empezó a manar leche fresca y caliente

-Ahora me toca a mí –dijo Dalmau sacándose el pantalón mientras Koko se recuperaba de la corrida. Su polla vigorosa ya apuntaba al cielo.

-Eres la rehostia, tío ¿Y eso te cabía en el pantalón? –le preguntó y sin dudarlo empezó a tocar el soberbio cipote. –No te vas de aquí hasta clavarla en el mejor culo de la disco- añadió dándose la vuelta y enseñándole un trasero típico de bailarín, redondo, musculoso y compacto.

Por supuesto ante un plato como ese, Dalmau no se hizo rogar. Esas nalgas, tan acostumbradas a ser contempladas y deseadas, fueron devoradas primero por su boca ansiosa y, tras enfundarse el preservativo, colocó la punta de su trabuco en el ojete ya un poco lubricado con saliva.

-No te cortes. Húndela sin miedo.

Dalmau no le desobedeció. Empujó con todas sus fuerzas, venciendo la resistencia del estrecho canal y, acompañado de los sonoros gemidos del bailarín, fue ensartando la gruesa columna de carne en sus entrañas. Con todo el cipote dentro, empezó la endiablada dinámica de sacar y meter el falo en ese cobijo caliente, cada vez con más rapidez, favorecido esto por la extraordinaria capacidad física del mejor deportista del instituto. Koko estaba en la gloria, aquello que había invadido su interior le estaba procurando el máximo goce posible. En pocos minutos los dos amantes eyaculaban abundantemente. El danzarín no tardó en levantarse y vestirse otra vez.

-Te dejo, en un cuarto de hora me toca salir a la plataforma a bailar un poco. Koko, el rey del escenario.

-¿Koko? No había oído nunca este nombre.

-En realidad me llamo Cosme, pero prefiero Koko. Te doy mi móvil. ¡Nos vemos! –le entregó un papel y se despidió con un morreo antes de salir del reservado.

Después de horas de baile y de algo más con otros, Dalmau estaba cansado. Volvió a la barra. Su cuerpo parecía no querer acostumbrarse a su vida ahora noctámbula. Tocaba retirarse y sin manías preguntó a los que estaban allí si podían acercarlo hasta su casa, a unos veinte kilómetros. Nunca recibía un no por respuesta y esta vez un hombre de unos cuarenta años fue quien le ofreció su coche.

Diez minutos más tarde ya estaban dentro del automóvil: el pasajero, atractivo y seductor; el  conductor, sorprendido de su buena estrella. Sólo lamentaba Abel que su invitado no viviera más lejos para poder disfrutar de su compañía mucho más rato. El chico era precioso: rubio, ojos de un azul celestial, con esos labios sensuales que invitaban a ser besados, sobre todo cuando dibujaba una sonrisa. Abel debía estar pendiente de la carretera, pero la alternaba con ese adonis con un cuerpo de bandera. No tenía que imaginarse nada. La estrecha camiseta, empapada de sudor, revelaba ya sus henchidos pectorales, con dos  afiladas puntas de flecha que querían atravesar la ropa. El conductor deseaba intimar con él, pero su musculatura le frenaba. Si el chico se enojaba, tendría problemas. Se limitaba, pues, a mantener una charla intrascendente y a mirarlo tanto como podía.

- Molt amable.Moltes gràcies -dijo Dalmau cuando el coche paró, ya cerca de su casa.

-No hay de qué. Hoy por ti, mañana por mí.

-No sé si nos volveremos a ver… ¿Puedo hacer algo por ti, ahora? –preguntó Jofre, con una mirada procaz mientras se le acercaba.

-No sé yo si…

-¿No sabes? Me has repasado durante todo el viaje. Va, toca –le dijo sugerente el chico, agarrándole la mano para posarla sobre uno de sus pectorales- ¿Qué tal?

Abel no supo qué responder, todo su cuerpo estaba concentrado en ese pecho duro y caliente. Sus dedos, alelados en un primer momento después de caer  en ese paraíso, rápidamente se recobraron para magrear ese pectoral abombado al tiempo que la otra mano sobaba su musculoso brazo.

-Va, te lo pondré más fácil –dijo Dalmau, al tiempo que se quitaba la camiseta para exhibir el torso alucinante, que él mismo recorrió con dedos ensalivados que detuvo en  uno de sus ostentosos pezones.

-¡Joder!-exclamó Abel sorprendido ante esa visión.

-¿Te lo tengo que decir todo? ¡Va, chupa aquí! –dijo Dalmau, frotándose el pezón derecho.

Abel se lo zampó de inmediato, antes que ese dios cambiase de opinión. Lo chupaba con desespero. Esa piel, su firmeza le volvía loco. Abel estaba muy excitado, sólo faltaba que Dalmau se le arrimara. Los labios sensuales del joven acariciaron deliciosamente el cuello y después buscaron los suyos. Ese cuerpo conseguía traspasarle su ardor, los abdominales tallados en roca viva, esas firmes puntas del pecho, el bultazo del pantalón, su furia besando… Sin tan siquiera haberle tocado la polla, Abel, empalmadísimo e incapaz de controlar tantos estímulos, eyaculó.

-Estamos en paz. ¡Agraït i bona nit! –se despidió sonriente el joven, alejándose con paso vivo, con la camiseta sobre el hombro. Cuando llegó a su casa observó que en el comedor había luz, pero no escuchó ningún ruido. En una butaca estaba su hermano Oleguer con cara de pocos amigos.

-Por fin llegas aunque tu estado es lamentable. Te estaba esperando.

-¿Por qué? –le pregunto desafiante.

-Porque me importas, como al resto de la familia. Papá se fue antes, pero mamá te esperó hasta la una y media.

-Pues no tenía que molestarse. Hace mucho tiempo que dejé de ser un niño.

-Sí, claro, pero eso no justifica que ahora empieces a volver por la madrugada un día tras otro.

-Hago lo que me viene en gana y no eres ni papá ni mamá para sermonearme.

-Soy tu hermano mayor y me he quedado en vela porque quiero saber qué demonios te pasa.

-¿Que qué me pasa? Estoy harto de traiciones, de fracasos, y para rematarlo, hace poco tuve que romper con Jofre.

Dalmau le explicó a su hermano toda la historia de la carta hasta la confesión de su exnovio.

-Pero sabes qué te digo, –continuó Dalmau- que prefiero la nueva situación. Mi noviete era un chico normalillo, ahora pudo follar con todos los tíos que me vengan en gana. Hay decenas de tíos guapos y cachas que se mueren por mis huesos, y me encanta disfrutar con ellos.

-Mau, no dudo de tu éxito, pero ninguno de esos guaperas descerebrados te quiere ni te querrá nunca como Jofre.

-Tanto me da. Sólo quiero disfrutar, sin malos rollos.

-Pero es que no te das cuenta que no es que Jofre te quiera, sino que tú estás coladito por él.

-No es verdad.

-¿Ah no? Entonces cómo justificas los e-mails que me enviabas a Grecia, donde me explicabas la admiración por tu profesor particular, y cuando volví ¿cuántas veces me contaste lo bien que te sentías con él? Ese brillo de tu mirada, esa euforia que derrochabas antes nunca la vi.

-Bueno ¿y qué? Ahora no me puedo echar a atrás. Rompí con él. No lo puedo cambiar.

-No, Mau. Hay cosas que podemos corregir antes de tenerlas que lamentar para siempre. No sé qué te pasa. No pareces mi hermano. El Dalmau que yo conocía se crecía ante los problemas, los afrontaba de cara y con valentía. Te diste un batacazo con lo del partido, pues mala suerte, pero toca levantarse y volver a caminar. Y con lo de Jofre, lo mismo. No te obsesiones con la carta porque no quiso hacerte ningún daño. No lo dejes escapar.

-Pero por su culpa, yo…

-Mau, ¿qué dices? Él echó tu carta a la papelera, no la mandó  publicar en un diario. Es culpable sólo de haber destrozado tu carta, pero estoy convencido que ahora se arrepiente de eso. Le estás echando la culpa de tu desgracia injustamente. No tienes ningún derecho…

Dalmau no replicó. Se quedó unos minutos en silencio. Su hermano continuaba sermoneándolo, pero él había desconectado. Afloraban otra vez los sucesos de los últimos días, la confesión de Jofre, su furia y su corazón maltrecho… y volvían también los recuerdos de la tienda de campaña, sus clases, los minutos deliciosos en la biblioteca, la carta que le escribió… Sí, aunque no tuviera ninguna lógica, su corazón continuaba suscribiendo cada uno de los puntos de la carta rota…  No conseguía olvidar  a Jofre; no era eso, en realidad no quería dejarlo atrás. Ahora le pesaban sus gritos, sus insultos, su desprecio. Una y otra vez se quejaba de no haber podido entrar en la Masia por culpa del entrenador, pero ahora se daba cuenta que sufría una desgracia peor de la cual él era el único responsable, la ruptura con Jofre. Lo había tratado como un leproso, lo había rechazado, insensible a sus disculpas. Ahora eso le disgustaba profundamente… Debía virar el barco y volver al puerto que todo él ansiaba. Su hermano tenía razón, él siempre se había crecido ante los problemas, era hora de afrontar el conflicto…

-Va, Mau, recapacita. Vete a dormir, consúltalo con la almohada. Mañana lo verás de otro modo.

-No, no, Oleguer. No me voy a dormir. Dentro de hora y media volveré a salir.

-¿Estás loco?

-No, abordaré a Jofre cuando salga de casa camino del instituto, y no te preocupes, lo haré bien. Tienes razón. Follo con unos y otros, pero no consigo sacármelo de encima porque lo quiero, lo deseo… ¡Qué idiota he sido! Un imbécil rematado…

-No es hora de lamentarse sino de actuar.

-Sí, iré aunque tal vez me pegue una hostia cuando me vea.

-Va, tranquilo. Actúa con tacto. Y pase lo que pase, yo siempre estaré contigo –le contestó Oleguer, abrazándolo – pero dúchate antes, que das asco.

Hora y media más tarde Dalmau, después de tomarse una café bien cargado, salió de casa. A pesar de la ducha, no estaba tan despierto como siempre. Se apostó en un portal en la plaça del setciències, desde donde tenía una perfecta panorámica del bloque donde vivía Jofre. Confiaba que el estudiante modélico no hubiera madrugado más de la cuenta. De repente Jofre apareció con su sombrero tirolés de la suerte, el andar ligeramente nervioso, cargado con una mochila llena de apuntes y libros. Dalmau salió a su encuentro y su antiguo profesor se detuvo cuando lo vio llegar.

¿Qué haces tú aquí?-le preguntó con su tono de voz más despectivo- ¿No tuviste bastante con echarme de tu casa que ahora vienes a la mía.

-Vengo a pedirte perdón. Quiero volver a salir contigo –le respondió serenamente, sin dejarse intimidar.

-El perdón te lo metes en el culo o en donde te quepa, ¡Carallot, fill de puta, vés a la merda!

-No te pongas así.

- ¿Que no em posi així?¿ Crees que con una disculpa ya está todo solucionado. Ah, claro, el señor ya se olvidado de cómo me trató y ahora vuelve para regodearse de mí otra vez. Nadie tiene un morro tan impresionante como el tuyo. No tienes ni un mínimo de vergüenza. ¿Ahora cambias de opinión para volverla a cambiar mañana?

-No es eso, estaba ofuscado. Se había roto mi sueño y no podía pensar con claridad.

-¡Qué explicación tan convincente! ¿Pero qué te has creído? ¿Que me chupo el dedo? No, peor, debes pensar que soy subnormal profundo. Esto es el colmo.

-De verdad, lo siento mucho. Fui un imbécil.

-No fuiste un imbécil, lo sigues siendo si crees que te basta reaparecer para que yo dé saltos de alegría y olvide todo lo que me has hecho. A partir de ahora tendrás todo el tiempo del mundo para decidir muy bien las cosas porque no te voy a molestar nunca más. Me voy, ¡fins mai!

Jofre empezó a caminar deprisa, pero Dalmau se puso a su lado. La estampa era graciosa, parecían dos rivales practicando marcha atlética. Al doblar la esquina Jofre tuvo que pararse porque no podía cruzar. Calles con demasiado  tráfico. Deseaba que pronto el semáforo se iluminase con el color verde mientras trataba de hacer oídos sordos a lo que iba hablando Dalmau. Rehuía su mirada porque temía caer otra vez, preso de su encanto.

La misma situación se repitió dos veces más. Jofre aparentaba no escuchar nada, pero Dalmau no dejaba de insistir, insensible al desaliento. Había llegado casi a su destino. En la otra acera  se levantaba el instituto. En este punto el guión cambió. Pronto se separarían y Jofre dirigió la mirada un momento hacia su cara. Esos ojos azules le conmovieron por su tristeza. Nunca los había visto así. Dalmau se esforzaba, como si la vida le fuera en ello, en convencerlo de la sinceridad de sus sentimientos aun sabiendo que prácticamente la partida estaba perdida. Jofre lo interrumpió.

-Dalmau, no insistas. Tú y yo ya no tenemos nada en común.

-No lo creo. Sinceramente pienso que somos más parecidos de lo que crees. El orgullo nos vence a los dos.

-Mira, ya estoy cansado. No quiero llegar tarde a clase, me voy.

- Sisplau , espera. No te pido que volvamos a salir ahora, sólo te ruego que me des la oportunidad de enamorarte, de demostrarte que no has sido un puro capricho.

-Y si te digo que has llegado tarde, que mi corazón ya tiene otro chico.

-No me lo creería –le dijo, intentando reprimir su contrariedad- pero no porque tú no puedas enamorar a alguien, sino simplemente porque hace muy poco de nuestra ruptura, y si de una cosa estoy convencido es que me querías mucho.

Jofre se quedó en silencio, Dalmau  acercó su mano al hombro del chico, pero éste se apartó.

-¡No me toques! Me has hecho mucho daño. No puedes entender cómo me siento. ¡ Adéu , Dalmau!

El estudiante modélico se alejó, cruzando la calle para entrar en el instituto. El atleta se quedó parado, deseoso que antes de pasar la puerta girase la cabeza y se despidiese otra vez. No hizo nada de eso. Entró, sin más. El chico rubio no se movió durante unos minutos. Su hermano tenía toda la razón: Había cometido una estupidez; lo triste era que, a pesar de su arrepentimiento, quizás no consiguiese recuperar la confianza  de Jofre. ¡Dios, lo ansiaba tanto! Esa tarde llevaría a cabo la misteriosa prueba atlética a la que le había convocado el bueno de Oriol, aunque sin grandes esperanzas. Por otro lado, debía descubrir la mano negra que había complicado tanto su vida. Si lo averiguaba, ajustaría las cuentas a ese malnacido. De todos modos, lo que deseaba con más ahínco era al cerebrín. El día clareaba, ojalá fuese premonitorio y todo volviera a la situación de antes de la final. ¿Un mero sueño? Pondría todo la carne en el asador para convertir esa fantasía en la más diáfana realidad.


En el capítulo 37 asistiremos a las pruebas atléticas de Dalmau, examinado por el señor Vellxaruc. Pasará algún otro asunto que prefiero no desvelar y que conoceréis puntualmente a principios de septiembre si no tengo ningún percance. A seguir disfrutando del verano los del hemisferio boreal. Como siempre, os agradezco vuestras valoraciones y comentarios. Tanto me gusta descubrir nuevos opinadores como leer las intervenciones de comentaristas ya veteranos. Sois todos muy amables.

Apa siau!

Fins setembre, cordialment,

7Legolas