Jofre, Dalmau y otros (35)

Oriol no pierde ni un minuto, buscando a un enigmático personaje o dando consuelo a Jofre. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXV: De la pértiga al dormitorio

Su amigo Joan acababa de caer desde una altura de más de cuatro metros, pero se levantó como si nada. No, no era Superman. Simplemente ese miércoles entrenaba, como era costumbre, el salto de pértiga. Oriol nunca había ido a verlo competir, pero esa tarde, después del instituto se había acercado hasta el polideportivo. No era una visita de cortesía, respondía a un propósito muy claro.

-¡Hola, Oriol! ¿Qué haces por aquí? –preguntó Joan muy contento cuando lo vio después de salir de la colchoneta.

-Ya ves, me ha contratado TV3 para realizar unos programas sobre las nuevas promesas del atletismo mundial.

-¡Siempre tan guasón! ¡Qué bien que hayas venido! Nunca tengo compañía, bueno a veces está Teresa, pero ella no cuenta.

-Es formidable cómo eres capaz de ejecutar esos saltos, de doblar la pértiga y pasar todo tu cuerpo por encima en pocos segundos para superar el listón. Parece imposible. Es alucinante.

-Es cuestión de mucha técnica. No diré que es fácil, pero todo se aprende, aunque es necesario tener buenas condiciones físicas. ¿Este interés por el atletismo te ha llegado de repente?

-Bueno, lo cierto es que quería hablar contigo a solas, sin moros en la costa.

-¿Tienes algún problema, Oriol? ¿Qué te sucede? –le preguntó con un punto de preocupación en su voz.

-No, no pasa nada, de verdad. Me gustaría pedirte la opinión sobre un tema. Nada más.

-¿Sólo eso? Dentro de media hora acabo el entreno. Si quieres después te llevo en coche a  casa y de camino me lo cuentas.

- Gràcies , Joan.

- De res, home . Las amistades deben cuidarse. El próximo salto te lo dedico.

Joan se alejó. Ese atleta tenía el físico propio de los pertiguistas: cuerpos atléticos, pero no pesados, con buenos brazos y piernas, además de lumbares y abdominales a tono ya que unos y otros eran necesarios para superar esas alturas. Un mocetón en  calzón corto, pero lo más bonito estaba siempre a la vista, un bello rostro, con esos ojos grises, los hoyuelos en las mejillas, la nariz adorable y una buena ración de cabello castaño. Bueno, también era obvio que tenía un culo interesante, pero el pecoso prefería no dedicarle demasiada atención. Agua que no has de beber, déjala correr.

Más tarde, mientras se cambiaba, Oriol iba recordando hechos de los últimos días: la maldita final del torneo y ese enigmático señor Vellcuc y el futuro que pronosticaba para Dalmau ¿Quién podía ser? Se había estrujado el cerebro y al final entre diferentes opciones había decidido empezar por la más lógica. Si ese anciano era un conocido del entrenador Gonzalo y había querido hablar con él después del partido, lo más  razonable era creer que debía estar relacionado con el deporte.  Estaba convencido que no era un entrenador de futbol porque nunca había oído hablar de él y, puestos a pensar otros deportes, el atletismo  parecía lo más factible porque en un partido uno puede chutar, saltar, cabecear y, sobre todo, correr.

-Bueno, Oriol, ya estoy listo. Tendremos que bordear el polideportivo hasta el otro extremo. Nunca me dejan aparcar el coche aquí. ¡Va, desembucha! Me has dejado muy intrigado.

-Tú eres la única persona que conozco que está en un club de atletismo. Me gustaría saber si te suena un señor que se llame Vellcuc o algo parecido.

-¿Vellcuc? Ahora mismo no lo recuerdo. ¿No puedes darme ningún detalle más?

-Es viejo y calvo.

-No sé, con esta descripción hay varios candidatos.

-Me parece que lleva también unas gafas de pasta.

-¿Gafas de pasta?¡Ah, entonces ya sé quién es! Tiene que ser el Mosca  –dijo Joan, dibujando una amplia sonrisa en su rostro.

-¿Quién? ¿Has dicho “Mosca”? –le preguntó sorprendido Oriol.

-No sé cuál es su verdadero nombre. Mosca es su mote por las gafas que usa.

-Y ese moscardón… ¿a qué se dedica? –preguntó ansioso su amigo

-Bueno, está más o menos retirado. Fue un gran entrenador de atletismo y ahora va de un lado para otro buscando nuevos talentos. Algunos dicen que chochea, pero mi entrenador dice que su olfato sigue siendo infalible.

-¿De verdad? ¿No me engañas? ¿Así que existe en realidad? ¡Yuhuuuuu!-gritó el canijo lleno de júbilo.

-¿Qué te pasa? ¿Me he perdido algo?–preguntó el pertiguista, sorprendido de la reacción de Oriol.

-No podemos  perder tiempo. Joan, tienes qué conseguirme el teléfono o su dirección.

-¿Por qué tanta urgencia?

-Me han prohibido explicarlo, pero yo creo que ese hombre puede dar una nueva oportunidad al mejor deportista que conoces.

-¿Dalmau? Eso sería fabuloso. Mi entrenador aún está en los vestuarios. Espérame aquí, vuelvo en un minuto –dijo Joan, dejando la bolsa de deporte y poniéndose a correr en dirección al polideportivo.

Oriol no podía contener la impaciencia. Se mordía las uñas, se movía de un lado a otro y a cada momento miraba hacia el polideportivo, esperando ver regresar a su amigo. Aunque sólo fueron unos minutos le parecieron siglos hasta que reapareció, sudoroso, pero con una sonrisa en el rostro. El canijo no podía esperar más y salió corriendo a su encuentro.

-¿Lo tienes?

-Sí, me ha pasado el teléfono. Lo he grabado en el móvil. Y su apellido real es Vellxaruc. No se te ocurra llamarlo por el mote.

Oriol, feliz, abrazó a Joan que vio, sorprendido, como  su compañero lo besaba tres veces en la mejilla. Se puso a reír ante esa reacción tan efusiva y lo apremió a llamar al señor Vellxaruc, pero  el canijo no quiso hacerlo aún. No era una llamada cualquiera y quería prepararla antes.

Oriol se bajó del automóvil en la plaça del Setciències. Ahora que su corazonada había resultado ser cierta, quería contárselo a su amigo Jofre cuanto antes. Él sabría cómo plantear el encuentro con el señor Vellxaruc. Llamó al interfono. Una voz cansada abrió la puerta y en un periquete subió las escaleras hasta el segundo piso.  La puerta estaba entornada. No entró, prefirió esperar. Una anciana abrió del todo la puerta, muy animosa.

-Ya puedes pasar, hombre. ¿No ha aparecido Jofre? Ese nieto mío lleva una tarde muy extraña, como ausente. Se ha encerrado en su dormitorio. ¿Me has dicho Oriol, verdad?

-Sí, señora.

-Pasa tú mismo a su habitación. Siguiendo el pasillo es la tercera puerta a la izquierda. Ay, aquest nét meu cada día es menos educado. Si se pierden las formas, se pierde todo –dijo la mujer, que salía del piso con un gran cesto.

- Gràcies, senyora .

Oriol atravesó el pasillo en un periquete y llamó a la puerta. Su amigo la abrió, pero no parecía el mismo de la mañana. La cara era un poema, despeinado, con la nariz irritada y los  ojos enrojecidos de haber llorado.

-Hola, Oriol –le saludó sin ninguna muestra de júbilo- No estoy muy animado ahora para visitas.

-¿Qué te ha pasado? Pareces un espectro.

-No quiero ser borde, pero preferiría que te fueras. No me encuentro bien.

-No, no te dejaré solo así hasta saber mínimamente qué te ocurre –respondió Oriol con una firmeza desacostumbrada.

-¿No te lo ha contado tu amigo del alma?-le preguntó con sorna.

-¿Dalmau? No, todavía no le he visto desde su regreso. ¿Qué tiene que ver con tu estado?

-Todo. Hemos roto, mejor dicho, él ha roto conmigo. Ya lo ves, soy uno más de su larga lista de conquistas.

-No puede ser cierto. Debe haber una confusión.

-Es tan cierto como que lo enviaría todo a dar por saco: el trabajo de investigación, mis notas, la universidad… Todo es una mierda. ¿Por qué me ha hecho eso? Es un cabrón.

-No digas eso de Dalmau. Hablaré con él. Recapacitará, ya lo verás.

-No, lo dijo muy firme cuando me sacó de su casa –Jofre replicó entre sollozos antes de volver a llorar.

Oriol no dijo nada más. Lo abrazó. No se iría de allí hasta que se hubiese calmado. Pobre Jofre –pensó- viéndole tan abatido sin conseguir reprimir el llanto. Esa triste estampa afectaba también al canijo. Poco podía hacer, trataba de consolarlo, pero no podía ofrecerle el remedio que apagase tanto dolor. Con tiempo, lentamente consiguió que recobrase la serenidad y sus ojos se secaran un poco.

-Impresionante. Viendo tus ojos tan rojos hubiese creído que era imposible que te quedasen lágrimas, pero tienes un depósito inagotable. Tú solo puedes solucionar los problemas de sequía del país, je, je, je.

  • Estoy hecho polvo y tú te inventas una ocurrencia estúpida. Tus bromas no tienen ni pizca de gracia. Déjame en paz.

-Perdona, lo siento, soy un idiota. A menudo debería cerrar la boca. Tienes toda la razón del mundo, pero nadie merece que derrames tantas lágrimas por él. Va, siéntate aquí. Descansa la cabeza sobre mi pecho. Así. ¿Mejor? Y ahora unos dedos suaves te visitarán.

Jofre no respondió, pero le encantaba sentir los dedos hábiles y cariñosos de su amigo en su cabeza y en el cuello. Estuvieron así, en silencio, unos minutos.

-¿Por qué Dalmau no puede ser como tú? Tu novio misterioso es muy afortunado.

-Bueno, en realidad ya casi no tengo novio. Esa relación se está pudriendo. Los termitas de la desconfianza hace tiempo que la carcomen. Se hunde como el Titanic y no hay nada qué salvar. Pronto se acabará, aunque está complicado... pero hoy no toca hablar de mí. No entiendo lo que ha pasado, no comprendo la reacción de Dalmau, pero estoy convencido de que se arrepentirá muy pronto. Ya verás. Ha pasado momentos muy complicados. Es buen tío.

-No le defiendas, joder. Eso está muerto. Dalmau no me quiere, se quiere a sí mismo y a nadie más. Nunca tiene suficiente, nadie es lo bastante bueno para él. Le es tan fácil conseguir lo que quiere que siempre busca nuevas conquistas que acrecienten su ego, satisfecho de su jodida e injusta belleza. No, estoy harto de ese chulo, de ese engreído, de ese narcisista de tres al cuarto. Me encandiló su físico y ahora me asquea. No, lo mejor es abandonar este proyecto imposible que tan solo provoca sufrimiento y abordar los que sí son reales y verdaderos.  Tú sí que eres buen tío, el mejor que conozco…Sí, un encanto… Tu medio novio tiene mucha suerte, muchísima suerte. La gente no es como tú.

-Sí, es verdad, todos me pasan como mínimo, cinco o diez centímetros, ja, ja, ja.

-No, zoquete. Los centímetros que te faltan lo suples con cosas mucho más importantes… Dalmau debería aprender mucho de ti. Tan sencillo y tan cálido. Desde que entré en la clase, tú me diste la mano y…

-Un día debo invitarte a cenar a casa. Habla así a mi padre, seguro que quedaría impresionado y me valoraría un poco más, je, je, je...

-Los halagos te resbalan. Me encanta…Y esa mirada tuya…

-Uy, no sé si debo irme antes de que te propases conmigo, ja, ja, ja.

-Eres incorregible. Tienes encanto, una magia especial que ni siquiera la belleza del cabrón de Dalmau logra hacer palidecer… Uri, me gustas… me gustas mucho. Desde que te conocí algo me atrajo de ti y tenerte tan cerca…

-No te sigo, mejor dicho, me parece que sí te sigo, y que lo que planteas no es sensato.

-La sensatez no me ha servido de nada. Todo lo he medido, todo lo he valorado, y siempre mis cálculos han sido erróneos, y acumulo fracaso tras fracaso. Estoy harto de tantos golpes. Y lo de Dalmau ha sido un batacazo tremendo. Es cierto lo que dices, no  merece que le llore. Fuera, quiero olvidarlo ya, y abrirme a lo que es posible –le respondió Jofre, mirándole a los ojos.

Oriol no replicó, sólo lo observaba entre atento y preocupado, incapaz de reconducir la situación.

-Quizás sea una locura, pero después de esta tarde horrible, ahora más que nunca no quiero parar… Quiero olvidar el desprecio con tu cariño, quiero dejar atrás los insultos con tus caricias, quiero poder abrazarte y demostrarme a mí mismo que continúo siendo capaz de amar. ¿Es tan difícil poder tener eso?… Sisplau, no me rechaces-prosiguió Jofre, acercando su cabeza a la suya, como un náufrago agarrado a un palo, obstinado a no perecer en medio del océano turbulento- Hoy no podría soportarlo…

-Si sigues por este camino, no respondo –respondió murmurando su amigo.

Jofre lo besó. El primero fue leve, como pidiendo permiso, pero muy pronto se acabaron las prevenciones al darse cuenta que su amigo no movía ni un dedo para que se apartara sino que  respondía también con besos ardientes que lo ponían al borde de la taquicardia. Quizás debía dejarlo, pero no quería. Dalmau podía irse a la mierda. Nunca más sufriría por su rechazo. ¿Por qué tantos lamentos por alguien que era capaz de sacarte de tu vida en pocos minutos sin ningún vacilación ni  remordimiento? ¿Cómo podía haber sido tan obtuso? Cegado por la belleza aparente de Dalmau, no había advertido que ese puerco seductor sólo estaba enamorado de sí mismo.  Oriol volvía  a estar libre, pues aprovecharía la ocasión tanto como pudiera. Esta vez no acabaría como el rosario de la aurora. Eso podía tener futuro y lo exprimiría al máximo.

Con su boca pegada permanentemente a la de Oriol, Jofre se liberó de su camisa y aflojó su cinturón antes de deslizar el pantalón hasta el suelo. Con dos golpes enérgicos se desembarazó de las zapatillas para después empujar su amigo hasta la cama donde cayó de espaldas. El pecoso dibujó una sonrisa cómplice y retomó la labor de invadir la boca de su amigo. Su lengua vivaz no descansaba ni un segundo, frenéticamente acelerada. Ese Jofre era un pozo de sorpresas. No comprendía su reacción. Si él hubiera estado en su piel habría tratado por todos los medios de recuperar al adonis del instituto, no se hubiese dado por vencido ni a la primera, ni a la tercera, ni a la novena ni a la…Pero eso ahora tanto daba, lo trascendental es que tenía un tío guay a su lado y sin ningún parecido remoto con el cabrón de David. Frotó con fuerza las tímidas tetillas de Jofre, concentrándose en los pequeños pezones. Bajó la  cabeza para lamerlos con fruición. Sin duda no tenían el volumen ni la dureza de los de su casi ex, pero era mucho más morboso jugar con ellas, con esas puntas huidizas que temblaban en cada incursión de sus dedos y sus labios procaces.

De súbito, Oriol oyó unos ruidos extraños, como lamentos apagados  que venían desde el otro lado de la puerta. No alcanzaba a entender lo que estaba sucediendo. Jofre, en cambio, supo rápidamente de qué se trataba. Se levantó de mala gana y con cuidado abrió la puerta, impidiendo que algo accediese a la alcoba. Oriol vio la cabeza de un perro simpático que lo miraba curioso.

-Ahora vuelvo-avisó Jofre cerrando la puerta. El pointer movía la cola y quería entrar, pero Jofre le mandó que lo siguiese.

Vine, Mogut, vine ! –ordenó, tratando de imitar el tono enérgico de su padre, pero el chucho no se movió. Bueno sí, se desplazó levemente para sentarse. Jofre lo agarró entonces por la correa de cuero y consiguió llevarlo hasta la terraza, donde le encerró, a pesar de sus lamentos.

Cuando volvió Oriol no había perdido el tiempo. Vestía ahora solo un slip y buscaba algo en el escritorio. Era perfecta esa panorámica trasera con ese cuerpo grácil y esos dos melones sobresalientes separados por ese canal, como gajos de fruta fresca. Lo abrazó desde detrás y le chupó el cuello.

-No sé si puedo corresponder. Quizás vuestro lobo se ponga celoso, je, je, je. ¿Mogut no ladra?

-Sólo cuando está hambriento. Cuando quiere que le saque a pasear o cualquier otra cosa emite esos gemidos apagados. No te preocupes. Ya lo he encerrado y no lo voy a liberar hasta que hayamos follado como toca. Va, volvamos a la cama. Tenemos tiempo de sobra  hasta que vuelva la iaia . ¿A propósito qué buscabas?

-Nada, nada. Simple curiosidad… y por una vez la curiosidad no mató al perro, digo al gato, je, je, je.

Se tumbaron en el lecho  uno al lado del otro, pero en sentido contrario. Les gustaba a los dos chupar y ser chupados, y un 69 era la solución ideal. Oriol se demoró un momento antes de sacarse el slip con lo cual su notable verga, ya crecidita, saludó a su amigo.  Jofre deseaba zamparse en un santiamén ese plátano lozano y nutritivo, pero tenían tiempo. Su abuela no era un prodigio de rapidez entre sus achaques y las charlas interminables con las vecinas siempre que cruzaba la calle.

Con el pulgar acarició el bonito cimbrel para despejar el prepucio y así admirar el erótico cabezón rosado que le atraía como un imán. Olisqueó el cipote, penetrando en su interior ese vigoroso olor a macho. Sin más dilación se aplicó en humedecer, mejor dicho, en encharcar ese pilar carnoso con toda la saliva de la que era capaz. Sus manos recorrían milímetro a milímetro toda la superficie, desde los cojones hasta la punta del nabo, aunque eso sólo era el aperitivo porque la verdadera comida debía hacerla con la boca. Chupó y rechupó el glande, ese plato tan sensual hasta engullirlo hasta la corona. Le encantaba esa calidez suave que desprendía, presionado por sus labios. Avanzó un poco más, ya alcanzaba su garganta  el primer tercio del fuste liso cuando por un momento se estremeció.

Hasta entonces notaba el estimulante masaje bucal de su amigo, pero ahora una sensación fría y aguda que le provocaba escalofríos le obligó a dejar su tarea para mirar lo que Oriol estaba haciendo. El muy travieso había rozado ligeramente su glande con la punta de un clip metálico.

-¿Te gusta mi arma secreta?- le preguntó Oriol con su mirada más granuja mientras volvía a puntear su cabezón y el chico reaccionaba con un súbito temblor.

-Para, para-respondió Jofre entre gemidos.

Los dos siguieron con la labor, uno comiéndole la polla y el otro alternando los juegos bucales con las manos y ese estimulante objeto de escritorio, paseando por el cipote hipersensible. A pesar de sus aparentes quejas, ese pequeño trozo de metal le hacía vibrar, saltaba como un resorte cuando se lo aplicaba. Ese juego constante –ahora sí, ahora no- le azuzaba y le excitaba mucho. Al final uno y otro explotaron, sin acallar sus sonoros gemidos, con cargas abundantes de espesa leche. No habían tenido suficiente, casi sin reposo Oriol se colocó de espaldas a su amigo para que lo montara. Jofre tardó un poco en decidirse aun cuando la vista era inmejorable con esos dos meloncitos que de muy buena gana contribuiría a separar. El más bajo esperaba la polla carnosa enfundada en un preservativo, pero lo que sintió fue muy diferente. Algo muy rígido y duro había invadido su orificio anal, algo que no le daba descanso.

-¿Qué tal va mi nuevo misil? –le preguntó Jofre con una sonrisa al tiempo que le enseñaba un grueso lápiz que debía haber cogido segundos antes- Tranquilo el taladrín lo uso por la base redondeada, no por la punta, aunque si quieres lo pruebo así.

Sin esperar respuesta volvió a situarlo en el ojete e introducirlo sin dificultad. Hurgaba con el palo, lo empujaba hasta ocultar en su interior medio  lápiz y, allí asentado, usaba las dos manos para magrear insistentemente esos cachetes tan bien puestos, llevando  el manoseo hasta los huevos o hasta la esbelta tranca de su amigo. Podía hundir el lápiz más adentro, pero sólo se atrevía a hacerlo bien agarrado. No quería tener que llevar al hospital a su amigo con un lápiz allí enterrado.

-Va, Jofre, déjate ya de artilugios y atácame con algo más grueso y caliente o acabaré creyendo que eres un eunuco, je, je, je–le pidió Oriol sonriente.

-¿Con que eunuco, eh?- le respondió retirando el grueso lápiz y colocando la verga en su entrada anal.

No se hizo esperar, tenía ganas de volver a viajar dentro de las cálidas entrañas de Oriol. Empujó y gradualmente  fue venciendo la resistencia de ese culo estrecho. Levantó una pierna de su amigo para penetrarlo más fácilmente. Aquello era divino. Disfrutaba sintiendo cómo esas tensas paredes rectales presionaban sobre su carajo y a medida que progresaba el placer se intensificaba más y más. Llegó un momento en que la polla ya no pudo avanzar porque estaba enteramente encerrada en el cuerpo de Oriol; entonces fue el momento de liberarla, sacándola para volverla  a confinar en segundos y después retornarla a la libertad, siguiendo ese proceso una y muchas veces, sólo modificando el ritmo, cada vez más vivo e intenso. Oriol no permanecía  impasible a sus meneos, aullaba de gozo, con su culo abierto por ese falo adorable. Con desespero se manoseaba el torso y por supuesto esa palanca alargada pringosa, o con la punta de su arma secreta excitaba sus pezones, tratando de obtener el máximo placer posible.

El primero en escupir su blanca simiente fue Jofre, el pecoso les siguió pocos minutos más tarde con una fuente que no dejaba de manar esperma juvenil de la mejor calidad. Acabada la tormenta, los dos se tumbaron abrazados sobre la cama, agotados pero satisfechos. Incluso el parlanchín permaneció en silencio durante unos minutos para recuperar el resuello, aunque como no podía ser de otra manera fue él quien reanudó el diálogo.

- Perfecte. ¡Què bo! Eres un portento, Jofre.

-¡Qué dices! Contigo siempre  todo es fácil. Me gusta tenerte al lado.

-Pues a mí, dentro, je, je, je. A propósito, ¿ese reloj va adelantado, verdad? –le preguntó mirando un cucú colgado en la pared.

-No, va perfecto –le respondió, consultando su reloj de pulsera.

-¿Queeeeeeeeé? No puede ser. Mi padre me mata –exclamó Oriol, levantándose raudo de la cama, cazando toda su ropa y colocándosela tan rápido como podía- Me voy. Hace media hora que mi padre me está esperando en la tienda de informática para ayudarle a comprar un portátil. Y yo, ¿qué le explico ahora? ¡Marxo!

Antes de salir se  le acercó para darle un beso, haciéndole una última pregunta.

-¿Ahora ya te encuentras mejor?

-Sí, algo mejor, gràcies . Seguiremos en contacto –le respondió el empollón.

-Cuando quieras. ¡Apa siau! –le respondió Oriol, antes de salir pitando de la habitación. Desde el pasillo le gritó: -¡Y despídeme de tu abuela y  también de Mogut, ja, ja, ja!

Jofre oyó cómo abría y cerraba la puerta del piso y se asomó a la ventana. En un periquete pudo verlo correr a toda pastilla hacia su barrio. Ese chico era perfecto. Debía intentarlo.


La historia está liada, entre la nueva vida de Dalmau, las pesquisas de Oriol, el nuevo proyecto de Jofre… En el próximo episodio observaremos al chico rubio. Tendrá el capítulo una estructura triangular: en un vértice,  sus andanzas en la discoteca; en otro, una tenso diálogo con Oleguer; y en el tercero… No, mejor eso me lo guardo.

Ya sé que me repito, pero es verdad: Sin vuestra respuesta generosa me sería mucho más difícil seguir con el relato. Así pues, muchísimas gracias por vuestro apoyo.

Ah, y para aquellos que,  como yo, les gusten los juegos olímpicos, ¡buen provecho!

Apa siau!

Cordialment,

7Legolas