Jofre, Dalmau y otros (34)

Vuelve Dalmau, dominado por el rencor, con una pregunta que tendrá funestas consecuencias. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXIV: Una traición tras otra

Un día inusualmente frío para esa época del año, en consonancia con el estado de Dalmau. No había conseguido acostumbrarse a su nueva situación. El sueño que había perseguido durante todo el curso se había volatizado en pocos minutos, y se desesperaba por el modo como se había producido. Le dolía la arbitrariedad y la injusticia del entrenador. Pero tenía que remontar, olvidar ese triste episodio y seguir caminando. Lo preocupante es que ahora mismo ignoraba hacia dónde. Había planificado su futuro con tanta claridad que ahora sinceramente se encontraba perdido. Hacía unas horas había regresado a la ciudad y esperaba la visita de Jofre, su chico. Como mínimo, aquello permanecía intacto, aunque un negro nubarrón amenazaba también eso.

Oyó el timbre de la puerta. El alumno más aplicado del instituto se había  apresurado mucho para llegar sólo en un cuarto de hora. Cuando le abrió la puerta, lo vio expectante, con una sonrisa forzada en el rostro, tratando de descubrir su ánimo. Se encerraron en la habitación de Dalmau, pero el excapitán  hoy no quería sexo, o al menos no en ese momento. En su cabeza se entrecruzaban demasiados pensamientos, demasiadas preguntas sin responder que no podía posponer por más tiempo. Jofre lo miraba atentamente, sin atreverse a molestarlo, esperando que hablase.

-Ya ves, maco , hoy no soy como Oriol. Hoy me cuesta hablar.

-Ni tú ni nadie es capaz de igualar al parlanchín de Uri, ni hoy ni nunca.

-Es verdad. El golpe ha sido fuerte y sinceramente aún no me he recuperado del todo. Pero no te preocupes, lo superaré.

-Ya sabes que puedes contar conmigo.

- Moltes gràcies, maco . Ahora mismo estoy hecho un lío. Mi futuro en el futbol, a la mierda por culpa de unas fotos… ¡Necesito descubrir al responsable malparido!–respondió Dalmau airado.

-No tengo ni idea. Oriol me dijo que las fotos fueron tomadas en uno de los depósitos de la biblioteca.

-Sí, alguien se divirtió fotografiándonos, pero te lo juro: se arrepentirá de lo que hizo. Le retorceré el pescuezo. ¡Me cago en Déu, engendre deforme de truja mal follada!

-Cálmate, así no le encontrarás.

-Ya… Aunque hay algo que me angustia todavía más…

-¿Qué?

-Lo que pasa es que… es que tiene que ver contigo… Nadie lo sabe, pero el entrenador, en su despacho, me enseñó otra cosa además de las fotos.

-Me tienes en vilo. ¿Qué te mostró?

-La carta que te entregué en el partido da hace unas semanas, rota por la mitad. Le había llegado en un sobre anónimo.

Jofre palideció y no conseguía articular palabra, sintiendo la intensa mirada escrutadora de su amigo que parecía querer desnudar su alma.

-¿No dices nada?

-Quizás no era esa carta. Te fijaste mal. Seguro.

-Me tomas por tonto. Sé perfectamente reconocer mi letra, y esa carta tardé mucho en escribirla y podría repetirla signo por signo. Jofre ¿qué hiciste con mi carta? Dime la verdad.

El chico enmudeció, no podía hablar. Nunca se hubiera imaginado esa escena, con su novio de fiscal y juez, con una mirada gélida que le atemorizaba.

-¿No respondes? –insistió con voz fría, sin alma.

-Yo…yo –contestó titubeando- yo, cuando me la entregaste estaba harto de ti. Entiéndelo, estaba cansado de tus artimañas y no quise leerla.

-Vale, lo entiendo –tratando de contener su enojo –pero ¿qué hiciste con ella?

  • Yo, yo… la rompí y la eché en la primera papelera que encontré en la calle.

-¿Quéeee? –le gritó indignado.

-Perdóname.

-No puede ser, no puede ser…-iba repitiendo obsesivamente, sin cesar de moverse, tratando de aceptar que la realidad superaba su peor presentimiento.

-Perdóname, lo siento mucho, de verdad –insistía con voz suplicante su amigo.

-¿Y crees que pidiéndome perdón ya está todo solucionado? Pues no, señor. ¡No y mil veces no! Buscaba el cabrón que me la jugó y resulta que fuiste tú quien me clavó la primera puñalada trapera.

-Lo siento. No sé qué hacer para repararlo. Pídeme lo que sea.

-¿Lo que sea? No, lo hecho, hecho está y no puede corregirse. Me lo explican y no me lo creo viniendo de ti. No me soportabas, vale, pero ¿cómo se te pudo ocurrir  dejar la carta al lado del campo de futbol cuando estaba allí todo el instituto? Tú pusiste sobre la pista a alguien y sólo tuvo que esperar el momento oportuno para mandarme al carajo.

-Yo no quise hacerlo. Fue completamente involuntario. Ahora, entre los dos, descubriremos quién está detrás de las fotos.

-No, y rotundamente no. No quiero volver a hacer nada contigo. No quisiste ni leer mi carta.

-No lo has pensado bien. Recapacita, por favor. Ahora estás ofuscado, pero yo te quiero… Me arrepiento de lo que hice. Lo siento… Ya verás, lo solucionaremos todo.

-Me importan un carajo tus arrepentimientos. ¿Solucionar? ¿Pero eres idiota? ¿No te das cuenta que lo nuestro ya es historia?

-No digas eso, sisplau –le respondió Jofre, con la voz rota.

-Lee mis labios: ¡Vete a la mierda!

-No, por favor, no…

-Sal de aquí. Hemos terminado. Ni loco volveré contigo. Ni aunque quisiera, no podría estar con el tío que me ha arruinado la vida. No y mil veces no. Lárgate. ¡No quiero verte más! ¡FUERA!

Jofre salió con rapidez, huyendo de los gritos de Dalmau. Había visto en esos  ojos azules inhumanos su completa determinación. Cuando llegó a la calle, dejó escapar el llanto. No podía soportarlo más. Un lloro incesante y amargo. Se arrepentía una y mil veces de haber roto esa carta, pero eso no era ningún consuelo. Lo suyo con Dalmau  se había terminado. Ojalá no hubiera salido con él. Después de conocer el paraíso, el infierno era todavía más crudo. En un momento su edén transformado en pedregal, ese jardín delicado, ahora ciénaga hedionda, y lloraba y lloraba viendo como sus sueños desaparecían fundidos por ese sol asfixiante que le oprimía el pecho. La verdad descarnada: solo y con el odio del chico rubio a cuestas.

Era tan injusto. ¿Cómo podía Dalmau haber olvidado su salida a Calella y sus confidencias nocturnas? ¿No recordaba sus esperados encuentros furtivos en la biblioteca? ¿Todo eso no compensaba ese desliz involuntario? No, Dalmau lo había tratado como un perro y lo había echado a la calle sin ningún remordimiento. Jofre no podía dejar de llorar, se encontraba mal, sentía un dolor intenso, imposible de mitigar… ¿Por qué tanto dolor? ¿Por qué? Caminaba sin saber hacia dónde, a veces casi perdiendo el equilibrio, indiferente a todo, abandonado y corroyéndose por dentro, con un solo fin: encontrar un rincón solitario donde llorar sin miradas inquisitivas y sin nadie que se entrometiera, intentando darle un imposible consuelo. Su sueño había concluido.

No muy lejos, el mozarrón rubio estaba muy dolido. Aquello que se había planteado como una posibilidad remota, entre tantas locas ideas que durante esos días habían vagado por su cabeza, había resultado ser aún peor. La confirmación había sido terrible. Lo había traicionado. Él le había revelado su gran secreto, y eso había provocado su fracaso. No quería ver más a Jofre, para él ya era un asunto zanjado, que no deseaba reabrir nunca más. No podía. Quería olvidar todos sus recuerdos con él, imágenes de un mundo fantasioso que no podía volver, un mundo irreal que había sido pagado con la traición y el engaño. Con todo, a pesar de sus esfuerzos, a pesar de sus palabras sentía que desgraciadamente aún palpitaba por ese chico, pero eso no duraría mucho. Se arrancaría ese persistente sentimiento de las entrañas. Su resentimiento sería la guía para conseguirlo. Sólo necesitaba tiempo y nuevas experiencias.

Dalmau se miró en el espejo de su habitación y se tocó satisfecho el pecho firme. El vaquero azul marcaba su paquete y el culo imponentes, y una camiseta muy ceñida de color rosado dejaba adivinar la tableta de sus abdominales. Con el cuerpo del que gozaba tenía muy claro que no le faltaría compañía, nuevos machos pero, eso sí, sin que se entrometieran los sentimientos. Follar a destajo y nada más.

No quería seguir entre esas cuatro paredes por más tiempo. Deseaba respirar aire puro, olvidar el humo viciado de la confesión de Jofre que amenazaba con obsesionarlo, con ahogarlo. ¿Cómo Jofre podía haberle hecho eso? ¿Por qué? Cada palabra de su último diálogo martilleaba su cabeza con desespero. Casi sin darse cuenta, abrió el armario, cogió ropa de deporte, la puso en una mochila y salió de casa. En un abrir y cerrar de ojos se plantó en un gimnasio cercano. Sólo con el ejercicio conseguiría olvidar, aunque fuera sólo por un rato, esos pensamientos que le taladraban con saña y sin tregua.

Cuando entró en la sala de máquinas, como siempre sintió la disimulada mirada de muchos, recordándole una vez más que su cuerpo era su mejor carta de presentación. Sin pereza se enzarzó en una durísima tabla de ejercicios. No quería descansar, sólo oler su sudor y sentir el dolor de los músculos cuando los forzaba a conseguir una nueva serie, una nueva repetición, una nueva marca. Tras hora y media de ejercicio intensísimo estaba fatigado y su cabeza, despejada por fin. Para acabar la jornada  decidió tomar un baño de vapor antes de salir de caza nocturna. Se desnudó y, provisto de una toalla anudada por la cintura, entró en una cabina. El lugar, reducido, estaba dominado por una densa humareda. A Dalmau le gustaba mucho más esos baños que la sauna: siempre había poca gente y la temperatura no era tan alta.

Ocupaban la cabina dos hombres, uno, de unos sesenta años, y otro, de unos treinta muy bien llevados, con el pelo negro y rizado. Pronto el sesentón abandonó el compartimento. Se quedaron los dos, Dalmau sentado en la parte central y el moreno, a su izquierda. El vapor de agua inundaba todo el recinto, acompañado de un suave perfume a tomillo.

El treintañero estaba sorprendido. En el gimnasio a veces descubría cuerpos diez, pero esta vez era diferente. Ese rubio, guapísimo y cachas, de unos veinte como máximo. ¡ Mare meva , cómo podía estar tan bueno! Torso impecable, abdominales marcadísimos y brazos vigorosos que estiraba y flexionaba periódicamente, exhibiendo sus abultados bíceps. Era imposible dejar de observarlo aunque fuera con disimulo; al final se cruzaron miradas y el rubio esbozó una agradable sonrisa. ¡ Carai , ahora se levantaba y, repasándolo de pies a cabeza, se le acercó, insinuante.

-Perdona, es mi primera vez aquí, y voy un poco perdido. Me han dicho que me quede diez minutos y que me cubra con la toalla, pero no estoy acostumbrado a tanto calor. Estamos solos. Te molestaría que… -le preguntó Dalmau, señalando el nudo de la toalla.

-¿Si puedes sacártela? –respondió el hombre, intentando reprimir su excitación- Sí, hombre, sí, quitátela.

-Ya, pero es que tanto calor me excita un poco y, bueno que…

  • Es lo normal. Yo también estoy así, pero entre hombres no pasa nada. Mira, yo me la quito también y en paz.

El hombre se despojó de la toalla, enseñando un pepino que empezaba a madurar.

-Vale –dijo Dalmau, antes de quedarse completamente en bolas.

Eso no era un muchacho sino un monumento. A pocos metros había aparecido un ángel rubio, entre las nubes de vapor, de ojazos celestes; no, un ángel no: tenía sexo y perfectamente definido. Esa polla era de primera división, no estaba erecta aún, pero ya apuntaba maneras.

-¿Ahora te sientes mejor, eh?–preguntó rápido el hombre, tratando de mantener un diálogo con el chico que le permitiese continuar contemplando el cuerpazo.

-Sí, aunque sigo sintiendo mucho calor.

-Es de lo que se trata para sudar y eliminar todas las toxinas…

-Sí, pero se me ocurren otras maneras de sudar sin estar tanto rato aquí quietecitos-replicó sobándose, desde los pectorales hasta sus muslos.

El hombre no le contestó, absorto en la visión de ese ángel que se le había aproximado hasta colocarse a poca distancia. Seguía el recorrido de esas manos fuertes que atravesaban músculos sin fin. Finalmente el apolo colocó su pecho a tres o cuatro centímetros de su rostro. Como un autómata, preso del deseo, su boca se desplazó hasta lamer esos agudos pezones. Piel firme y suculenta, esas puntas carnosas eran la guinda del pastel de unos pectorales soberbiamente diseñados, amplios, redondos y abombados. La lengua sólo olvidaba uno para concentrarse en el otro, pero sus dedos no dejaban de acariciar ni un instante esos potentes músculos. El apolo rubio se apartó un poco. Fueron pocos segundos, los imprescindibles para colocar en la puerta de la cabina el cartel de: Ocupat.

-Estaremos más tranquilos para conocernos “un poco más”-le dijo con aire canalla y chulesco, señalando su pollón que  exhibía su potencia.

Impelido por la mirada seductora de ese angelote, el treintañero se arrodilló para adorar el largo badajo. Casi con actitud reverencial, tocó el formidable pollón, sopesó el escroto compacto y sacó la lengua para lamer el glande. Le embriagaba el líquido preseminal que ya mojaba todo el capullo y ese olor acre, duro y penetrante que invadía sus fosas nasales hasta someterlo, hasta convertirlo  en una criatura destinada tan solo a satisfacer a ese macho alfa. Su lengua recorría todo el glande sin detenerse ni un instante, sometido por su deseo, ahora chupaba el meato, ahora lamía la corona, ahora se concentraba en el frenillo. No tenía nunca bastante y devoraba otros suculentos pedazos de carne: las bolas que alternativamente se llevaba a la boca y el grueso pilar, nutrido por las fuertes venas que grababan su superficie. Casi se atragantaba, pero daba lo mismo, él no cejaría hasta extraer el máximo placer de ese falo divino.

-¡Menja-te-la!

Lo dijo sólo una vez y fue casi un murmullo, pero obedeció la indicación como si fuera el más inexcusable mandato. Abrió la boca tanto como pudo para zamparse sin vacilación alguna el rosado cabezón del cual emanaba ese aroma viril que le llevaba al delirio. Era evidente que no era un pequeño bocado, pero sus ganas lograron acomodar gradualmente el soberbio cipote en su interior. De hecho se trataba de eso, sentir esa serpiente enorme moverse en su canal de respiración, de la que, a pesar de la lógica incomodidad, no deseaba privarse en absoluto. ¿Quién había dicho que los baños de vapor eran tremendamente aburridos? Todo lo contrario, extremadamente  placenteros.

Dalmau disfrutaba de lo lindo con su polla devorada por ese hombre, pero no tenía bastante. El moreno tenía un cuerpo bonito, no impactante, pero sí lo suficiente para despertar su deseo. Retiró su polla a pesar de las protestas, que substituyó por los besos. Esos labios sensuales hasta ahora inactivos se tomaron la revancha, aplicándose con esmero en saciar su boca y en cubrirle de saliva cuello y torso. Tenía un pecho que contrastaba con el suyo lampiño. Sus labios exploraban una intrincada selva de pelo negro, únicamente con dos claros donde aparecían dos tetillas delicadas, tan diferentes a los notorios pezones del titán rubio, pero igual de sensibles a lamidas y mordisqueos.. Le encantó también jugar con su ombligo, metiendo la lengua en la pequeña oquedad. Después, por fin, llegó al terreno más estimulante, un falo mediano donde destacaba un cabezón descubierto, sin prepucio.

Acabaron tumbados en el suelo, sobre sus toallas extendidas, practicando un 69 antológico. Dispuestos así, uno y otro siguieron con sus comidas genitales aunque el de treinta combinaba los lametones y engullidas del magnífico cimbrel con las caricias hacia otras partes de ese cuerpo ideal. Le encantaba la extraordinaria firmeza de ese muslamen digno de un futbolista profesional, los abdominales definidos y ese culazo que debía figurar en un museo.  No podía evitar sobar esas prominentes nalgas rotundas, sorprendido por su firmeza y suavidad, aun corriendo el peligro que su amante se hartara de tanto toqueteo, le arreara un guantazo o, peor aún, lo dejara sin su ración de leche.

-Si quieres comerme el culo, no te cortes –le dijo Dalmau con toda naturalidad, después de dejar por un momento la intensa felación que llevaba a cabo. Al hombre le sorprendió el comentario, no hubiese creído que ese muchacho le sugiriese que le chupara el ano. No tuvo que repetírselo. Atacó ahora sin ningún disimulo esos melones rellenos de carne con esos proverbiales hoyuelos en sus costados que enamoraban. Lamía el grueso vergón, los cojones de toro y el pequeño orificio rosado oculto entre dos  altivos glúteos escultóricos. En toda la superficie anal no descubría ni un solo pelo, pudiendo extasiarse ante la maravillosa panorámica de la piel lustrosa y firme que cubría la deliciosa curvatura. Los dos cachetes estaban muy juntos; no obstante, con paciencia pudo finalmente saborear esa delicada membrana rosada que abría el culo. El fuerte aroma viril, mucho más concentrado allí que en cualquier otra parte, le entusiasmaba y dificultaba sus acciones.

No era un robot y entre tantos estímulos, el hombre no pudo aguantar más y empezó a expulsar esperma a borbotones que el atleta rubio no dejó que ensuciara el suelo. Sólo después de acabar la limpieza, Dalmau se dejó ir y su potente cañón disparó hasta ocho trallazos de densa y abundante nata que su compañero no pudo tragarse enteramente so pena de morir ahogado.

-¡Ha sido fabuloso! Eres genial… ¿Por qué te levantas ya? –preguntó el moreno cuando Dalmau se alzó para cambiar el cartel.de la cabina.

-Ya estoy harto de tanto calor.

-Podemos ducharnos y seguir el espectáculo

Dalmau, indiferente a lo que le decía recogió la toalla.

-No te marches. Todavía no hemos acabado...

El adonis rubio no respondió, se limitó a anudar la prenda en su cintura cuando el treintañero le agarró el brazo con fuerza.

-No, no te irás hasta que yo lo diga. Tienes un culazo adorable y quiero follarte.

-¡Suelta, tros de quòniam !-respondió crispado el muchacho, desembarazándose del agarre y tensando sus músculos- Aquí, las cosas claras: Yo me iré cuando me dé la gana, y no vuelvas a tocarme ni un pelo, y menos aún mi culo porque te rompo tu cara de gilipollas.

-Calma, calma... Tengamos la fiesta en paz. Perdona si te he molestado. Soy demasiado impulsivo –respondió nervioso, intentando aplacarlo- Va, olvida lo que he dicho. Después te doy mi móvil. Me llamo Maurici. La próxima vez lo hacemos  en un lugar menos sofocante y más tranquilo.

-Nunc a repito –replicó el atleta, saliendo de la cabina- ¡ Adéu !  .

Dalmau salió molesto de la habitación.¡Qué tío tan imbécil! ¿Follarle el culo? ¿Qué se había creído ese cretino? Nadie lo había hecho antes y sinceramente dudaba que eso pasara alguna vez. De todos modos, lo cierto es que hacía días que no follaba y ahora mismo tenía más ganas de jodienda, pero no con ese cagón de Maurici. Se duchó con rapidez y poco después dejó el gimnasio.Tal vez esa noche se diera un garbeo por un parque que conocía, pero antes pasó por la estación a recoger un horario de trenes. Tenía la vejiga llena. Entró en los lavabos, se situó delante de uno de los retretes y empezó a orinar. Un hombre que le triplicaba la edad se colocó a su lado, mirando sin ningún disimulo el pollón del muchacho. Dalmau lo notó, pero no se inquietó lo más mínimo. Estaba acostumbrado. Eso mismo le había pasado en otros urinarios públicos. De todas maneras, esta vez reaccionó de manera muy diferente.

-¿Te gusta, eh? ¿Quieres tocarla? –le preguntó cuando acababa.

-No sé si…

-Tócala. No muerde.

El hombre la acarició levemente.

-¿Por qué no vamos atrás y me la “cuidas”?

Se encerraron en un compartimento. Era pequeño, pero estaba limpio. El rubiales se frotó la picha para despertarla otra vez mientras Max, el hombre de cincuenta años, lo miraba embobado. Esa verga parecía tener vida propia, se alargaba y crecía su grosor hasta transformarse en una estaca gorda de más de veinte centímetros.

-¡Joder, vaya pinganillo que te gastas! No sé qué os dan a los chicos de ahora para crecer de esta manera.

-¿Me la chupas?

-Como quieras, aunque preferiría meterme eso por detrás.

-¿Ah, sí? Pues como gustes. Me pongo un condón y listo.

Max se desabrochó el pantalón de pinzas, se bajó el short y se colocó de espaldas al chico con ese obús en la rampa de lanzamiento, mientras con los dedos ensalivados trataba de lubricar su ano que muy pronto pasaría una prueba de campeonato. No tenían demasiado tiempo y se pusieron en tarea una vez el pilar carnoso estuvo vestido. El  hombre se inclinó un poco para ofrecer su trasero al tiempo que con una mano se aguantaba en la pared, preparado para recibir la acometida del atlético muchacho. Dalmau humedeció un poco más la abertura del culo antes de disparar. Acertó con la primera andanada, introduciendo el rosado cabezón. El resto fue conociendo el interior de Max paulatinamente.

El lugar no era cómodo; sin embargo, el hecho de poder ser descubiertos daba a la situación un plus de emoción que aumentaba la adrenalina del joven. Le encantaba horadar culos, nunca se lo hubiese imaginado. El esfuerzo demandaba fuerza y resistencia física pero de ambas iba sobrado. Dalmau no descansaba, no cedía en el empuje y cuando consiguió ocultar todo su manubrio dentro de Max, procedió a ese baile de entradas y salidas frenéticas que lo llevaba al séptimo cielo. El veterano no podía soportar tanto goce y no conseguía reprimir todos sus jadeos. Ensamblados como dos piezas de un mismo mecanismo, los dos se besaban y follaban sin descanso para llegar al clímax. Finalmente, Dalmau descargó una batería de crema blanca y caliente, abundante como en su anterior encuentro, a  la que siguieron los brotes de leche viscosa que escupió la picha de Max.

Después de un breve descanso para recuperar el aliento, los dos se vistieron en un santiamén. Parecía estúpido, pero después de tantos jadeos que habrían puesto en alerta al más despistado, antes de salir entreabrieron la puerta con cautela para examinar el escenario. Max le propuso volver a encontrarse. Dalmau amablemente lo rechazó. No repetía nunca el mismo plato.

El muchacho rondaba por la calle con un sentimiento contradictorio. Por un lado, estaba satisfecho de haber empezado esa nueva dinámica de goce sin complicaciones; por otro, en cambio, sentía que aquellos encuentros furtivos estaban a años luz de lo que había experimentado con Jofre. Mala suerte, eso era el pasado y con el tiempo su corazón lo olvidaría. No había vuelto de hoja posible. No quería más parejas ni volver a confiar en nadie. Además, ahora tenía asuntos más importantes que resolver. Debía determinar su nuevo futuro y encontrar al canalla que había hecho trizas su sueño.

En el móvil, releyó una vez más un escueto mensaje que había recibido esa mañana de la única persona con la que ahora deseaba hablar. En él, su mejor amigo esperaba que ya estuviese plenamente recuperado y le decía que tenía muchas ganas de abrazarlo, pero ahora mismo no podía ser ya que estaba muy ocupado. El mensaje intrigó  a Dalmau. No parecía grave, pero el atleta rubio se preguntaba en qué debía estar metido Oriol. No era normal que no acudiera rápidamente después de lo sucedido. Uri era muy especial y en esos momentos deseaba tenerlo entre sus brazos y poder reposar a su lado. Anhelaba su sonrisa, su mirada vivaz y su abrazo cálido más que nada en el mundo.

-Uri, te necesito-susurró mientras apagaba el móvil antes de coger el tren. El apolo rubio empezaba hoy su reinado nocturno.


Ya lo veis, la relación entre Jofre y Dalmau ha dado un vuelco completo. ¿Es definitivo? ¿Aparecerán nuevos personajes que hagan olvidar su relación? Ya se verá. En todo caso, el próximo episodio sucederá simultáneamente a lo que he narrado en éste, empezando con las pesquisas de Oriol a la caza y captura del enigmático señor Vellcuc. Uri tiene muy poca información, pero es un chico de recursos.

Os emplazo para principios de agosto ya que no cierro en verano. Como siempre va por delante mi gratitud por vuestra generosa acogida y vuestra paciencia. Por las lecturas, los ánimos, los comentarios y valoraciones, ¡moltíssimes gràcies!

A reveure,

7Legolas