Jofre, Dalmau y otros (33)

Dos encuentros muy distintos de Oriol: conflictivo con su novio David, y lleno de esperanza con Borja, el pinche del instituto. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXIII:  Las sospechas de Oriol

-¿Cómo quieres que me lo crea? Siempre me has dicho que no me fije en las apariencias sino en las evidencias, y aquí lo evidente es que tú sales beneficiado con la caída de Dalmau.

-Como detective eres pésimo. Yo no he tenido nada que ver con las dichosas fotos. Te lo juro.

-Pero tú ahora llevas el brazalete de capitán y Dalmau ha sido expulsado del instituto.

-Te recuerdo que ese bastardo me golpeó sin avisar. Sólo faltaría que ese fantoche no tuviera un justo castigo cuando va repartiendo tortazos sin ton ni son.

-No es un fantoche, y si se pelea con alguien siempre es por un motivo.

-Uri, ¿tú de qué lado estás? Comienzo a creer que te importa más ese memo cachas que yo.

-No, pero me duele su situación. Soñaba tanto con su ingreso en la Masia…

-Pues mira, yo me alegro. Ya estaba harto de sus ínfulas y de sus aires de superioridad, como si el resto del equipo fuéramos idiotas.

-¿Lo ves? Está claro que tú lo tramaste todo porque no lo soportabas.

  • No, Oriol, no es cierto. No soy responsable de las fotos. No sé cómo decírtelo. ¡Créeme!  ¿Tienes claro que si vas difundiendo ese embuste, mañana estaré medio muerto? Sólo hace falta que lo oiga el bruto de tu amiguito, para que me ataque por sorpresa, como un cobarde como hizo ayer, y me deje lisiado. No, y rotundamente no. Yo no he hecho esas fotos. Además, ¿no te fijaste dónde fueron tomadas?

-Sí, en uno de los depósitos de la biblioteca histórica.

-Yo no me acerco por allí. Esos son los dominios del seboso bibliotecario y de los empollones del instituto. Pregunta al señor Deulofeu, que siempre va cantando las excelencias de Jofre… Para mí, el caso es claro. Ese hombre estaba celoso de Dalmau y los fotografió desde el pasillo superior que rodea el depósito y que acaba en su despacho.

-No sé qué pensar. Quizás tengas razón, aunque me cuesta creer que el señor Deulofeu hiciera una cosa así.

-Ah, claro, te cuesta creerlo de él, pero de mí no. ¿Soy Rasputín o Jack, el Destripador? ¡No me imaginaba que me tuvieras en tan mal concepto!

-Vale, perdona, David, ho sento .

Sólo había transcurrido un día desde la final del torneo de futbol, pero toda la comarca conocía el resultado, si bien lo que suscitaba más comentarios era el rocambolesco final del anterior capitán del equipo. Oriol había querido verle, pero Dalmau le había enviado un sms, avisándole que estaba fuera de la ciudad, cuidado por su hermano Oleguer. Sólo necesitaba un poco de reposo para acostumbrarse a la nueva situación. A pesar del mensaje, Oriol continuaba intranquilo. Esa tarde se había citado con David en su apartamento, con un propósito muy diferente al de sus encuentros habituales. Quería averiguar el papel de ese chico en la caída de Dalmau y, aún más difícil, acabar con su relación de una vez por todas.

Oriol tenía claro que lo suyo con David era ya historia. Sí, el chico era guapo y estaba cañón, pero había algo que los distanciaba cada vez más. El canijo lo había oído muchas veces explicarse y su gran elocuencia era un hecho contrastado. Sin embargo, a pesar de sus argumentaciones y razonamientos perfectamente desarrollados, Oriol los sentía cada vez menos creíbles porque ya no confiaba en él. Y si la confianza se pierde, no tarda en seguirle todo lo demás. Lo tenía delante, pero ya no deseaba caer entre sus brazos; más bien, quería acabar cuanto antes con aquello y dejar aquel apartamento frío que no volvería a visitar nunca más.

-¿Se te ha comido la lengua el gato de Cheshire? –le preguntó David, extrañado de verlo prolongar su silencio–  Bueno, ahora que está todo claro, podemos festejarlo en la cama.

-No, no quiero…

-¿Qué te pasa?

-Nada, simplemente no quiero acostarme más contigo.

-Va, Oriol, deja las bromas para otro momento, y pasemos un buen rato.

-No me da la gana. Ya estoy harto de tus ligues constantes, de tus medias verdades, de dejarme siempre de lado. Ya te avisé antes de la final: Lo nuestro se ha acabado.

-Nuestra relación no se acabará hasta que los dos lo decidamos de común acuerdo. Así nació y así debe acabar –replicó David, con firmeza.

-Mira, ya puedes ponerte como te dé la gana, pero yo no voy a follar más contigo-respondió Oriol, recogiendo su chaqueta, dispuesto a salir del apartamento.

-¿Esas tenemos? Muy bien. No te lo impediré, vete si quieres, pero atente a las consecuencias.

-¿Me estás amenazando?

-No, en absoluto. Sólo quiero recordarte que hasta ahora yo tenía un doble compromiso, contigo y con Blanca. Si te vas, eso se acaba. Por tanto, si mi novia descubre los asuntillos familiares de tu amiga Núria, a la que detesta, no me vengas con monsergas.

-¿Qué quieres decir? ¿No te atreverás a explicarle lo de su madre? –respondió Oriol, vacilante y nervioso.

-Blanca es mi chica y no debo tener secretos con ella. Seguro que lo entenderás. La pobre Núria quedará muy sorprendida cuando sepa de quién proviene la información.

-Pero yo te lo expliqué a ver si se te ocurría alguna manera de ayudarla…

-Tú decides. Para mí eres muy importante, pero haz lo que desees. De ti depende que esta misma noche Blanca se vaya a dormir súper satisfecha, conociendo los problemas de esa mujer con el alcohol, o no se entere nunca.

Oriol no dijo nada más. Sólo pensaba en su amiga. David lo condujo sin ninguna resistencia hasta la alcoba. Como un robot, cumplió escrupulosamente las órdenes de David. Se desnudó completamente y se acostó mientras el chico moreno, también en bolas, lo miraba complacido. Era pequeño, pero con un cuerpo precioso, y no dejaría que ese tesoro se le escapara de las manos bajo ningún concepto.

Se tumbó en la cama y sus labios buscaron los de Oriol que respondieron con poco ánimo. La lengua del moreno exploraba la boca del canijo, pero parecía un terreno yermo, sin vida, los labios y la lengua de Oriol permanecían inertes, ajenos a los estímulos externos. David estaba un poco mosca, pero no iba a darle la satisfacción de perder los nervios. Conocía demasiado bien a su chico y podría reconducir la situación sin alterarse en absoluto. Sacó la lengua de la boca del pecoso y empezó a lamer con insistencia el lóbulo de la oreja derecha. Los constantes e intensos lametones dieron resultado en poco tiempo. Oriol empezó a resoplar y a emitir gemidos que deseaba reprimir, pero que no conseguí acallar completamente. No podía evitarlo y menos aún cuando los dientes ocuparon el papel de la lengua. Mordisquearle los lóbulos, una de sus zonas más erógenas, lo llevaba al delirio. Se debatía tembloroso en la cama, con esos ataques que erizaban su piel y habían despertado la tranca que exhibía pletórica su rigidez. David no tuvo más que agitar ligeramente el glande para conseguir que su amigo regase el blanco edredón.

David no le dio tiempo a recuperarse, cogió la cabeza de Oriol y la situó justo delante de sus henchidos pectorales.

-Tú ya has disfrutado. Ahora me toca a mí, y cuidadito con los mordiscos porque hoy no estoy para bromas. Va, eres un maestro chupador, demuéstralo –le ordenó, amorrándolo a uno de sus pezones.

Oriol miró los desarrollados pectorales de David y a pesar de su enfado, seguían encandilándolo. Según él, eran comparables a los de Dalmau, y eso era decir mucho. Ese pecho abombado y coronado con dos pezones enormes despertaba la libido de cualquiera y por muy enojado que estuviera, su lengua parecía no seguir sus órdenes porque fue al encuentro de esas tetazas para lamerlas obsesivamente. Mientras se dedicaba a una de las ubres, la otra era adorada por sus manos que la magreaban, frotaban y pellizcaban sin tregua. Adoraba la firmeza de esas tetillas y el tacto suave de esas puntas que ahora aparecían afiladas con sus continuas atenciones. No podía alejar la lengua de ese pecho imponente. Chupaba con desesperación, como si fuera un bebé hambriento, y no parecía tener nunca bastante. Sólo abandonó esos recios pezones cuando David se lo ordenó, empujando su cabeza hacia abajo. Su pollón esperaba ya perfectamente crecido.

Tenía aprendida muy bien la lección. Sin quejas ni vacilaciones abrió sumiso la boca ante el falo imponente que le esperaba. Sin ninguna delicadeza David hundió la gorda tranca en la garganta de Oriol que se atragantó por un momento. Como siempre el moreno irrumpía con el vergón que convertía en un ariete, con el que  golpeaba como queriendo ampliar la oquedad de garganta y cuello. David sentía cada uno de los embates del basto pilar carnoso al cual estaba sometido. Pasaron unos diez minutos hasta que ese pilón comenzó a soltar leche que el pecoso fue tragando sin pestañear. Como mínimo eso señalaba el fin de su  “masaje” bucal. Es cierto que la tosquedad de David le había gustado al principio de su relación, pero cada vez estaba más harto. Una cosa era ser poco delicado, lo que podía dar nuevos aires al juego amoroso, y otra ser despectivo. Tenía qua acabar con eso. No sabía cómo, pero lo llevaría a cabo a pesar de las amenazas de ese cabrón. Oriol iba pensando en eso mientras actuaba con la docilidad aparente de un cordero  y, con el automatismo de algo que ya había practicado muchas veces, se dejaba colocar las piernas sobre los hombros de David para que él taladrara una vez más su ano. Sollozaría, daría gritos y gemidos, actuaría como la mejor de las meretrices, sabiendo como ellas, que una vez acabado el acto, el cliente las trataría como un desecho.

Y a pesar del rechazo que sentía por su amante, parte de sus gemidos no eran fingidos. Ese apéndice le horadaba y esa presión que oprimía sus sensibles paredes rectales le colmaba de placer sin freno. Ese palo ardiente que lo traspasaba le hacía ver las estrellas, y cuando lo retiraba sólo deseaba volver a tenerlo dentro para seguir sintiendo su potencia. Su cuerpo y su cabeza se enfrentaban mientras el chulo le penetraba las entrañas. Sí, le gustaba follar con él, pero eso no compensaba todo el daño que le había causado y ya no podía creer en sus propósitos de enmienda.  Sí, un momento u otro lo dejaría, pero no sería en ese instante cuando todo él se retorcía, vibrante, henchido de goce.

David lo aferraba con fuerza. Adoraba ese culo con esas nalgas tan bien dispuestas y separadas que invitaban a penetrar su delicioso agujero. Y él no se hacía rogar. Un cuerpo pequeño y suave, pero espléndido. Su cipote invadía sin pausa ese delicioso canal, más estrecho que las vaginas, que le encantaba hollar. Le gustaba sobretodo como hoy, sin ñoñerías ni besitos, sin cremas lubricantes, a palo seco, pugnando su martillo con furia para clavarlo en su interior. Una y otra vez hundía el aparato, incansable, jaleado por el deseo. Cada vez el placer se acrecentaba y finalmente, cuando ya no pudo reprimirlo, sacó la polla para cubrir la cara y el pecho de su amante de esperma calentito y viscoso.

Un cuarto de hora más tarde Oriol ya había salido del apartamento de David. Esta vez la despedida de su anfitrión fue algo más cordial. Lástima que le hubiera advertido que no quería verlo cerca del fracasado de Dalmau ni de Jofre, que no era de fiar ¿Qué se había creído? Sería suyo en la cama, pero nada más. David ya podía cantar misa que él no tenía ni la más remota intención de dejarlos de lado. Dalmau era su mejor amigo y Jofre se hacía querer y seguiría frecuentándolo.

El pecoso encendió el móvil y consultó rápidamente los mensajes recibidos. Dos no tenían ningún interés, mensajes publicitarios con ofertas de algo que nunca aceptaría ni aunque se lo regalaran. Sólo había uno que despertó su curiosidad. Borja, el pinche del instituto, quería reunirse con él con urgencia. Le extrañaba. Habían protagonizado una vez un desayuno muy placentero, pero nunca antes lo había telefoneado. Lo llamó sin demora.

Media hora más tarde estaba en la plazoleta de la fuente. El pinche ya lo esperaba.

-¡Ah, hola, Borja! ¿A qué viene tanto misterio?

-¡Hola, Oriol! Quería contarte algo que ha pasado este mediodía.

-¿No podía esperar hasta mañana, en el instituto?

-No. Me juego el trabajo.

-¿Cómo? No quiero que me digas nada que te ponga en aprietos.

-No, tranqui, ya sé lo que me hago…

-Me tienes en vilo.

Borja enmudeció por un instante, buscó con su mirada los ojos risueños de Oriol, como si los necesitara para decidirse a contar su historia, y finalmente prosiguió.

-Este mediodía, como es costumbre, me tocaba servir el almuerzo de los profesores.    Nada especial, un día más como camarero, pero en una mesa unos estaban muy felices.

-¿Felices, por qué felices?

-No me interrumpas, Oriol. Ya me cuesta comentarlo para que además me atosigues a preguntas. Y ten muy presente que si cualquier profesor se entera de que voy explicando sus charlas privadas, me pondrán de patitas en la calle.

-Descuida, seré una tumba.

-Pues bien, Gonzalo estaba de muy buen humor. Lógico. Celebraba la victoria en la Octogonal. De todos modos, el de disciplina, no estaba tan alegre. Por lo que se ve, la familia Rovell se ha movido y quiere llevar al entrenador al Consejo Escolar, y amenazan con el Departament d’Ensenyament para sacarlo de su plaza de educación física.

-¿Y Gonzalo no estaba preocupado?

-Ni lo más mínimo. Aseguraba que si le echaban de ese instituto, tanto le daba. Él había conseguido algo histórico: Su equipo había logrado por tercer año consecutivo el trofeo de la Octogonal. Y se reía, bebía y garateaba en una servilleta de papel algo, de manera compulsiva.

-¿Qué escribía?

-Espérate un momento, corcho. Yo no podía leerlo, pero antes de marcharse, hizo una bola y la echó, el muy cerdo, al suelo. Era esto-dijo dándole una servilleta arrugada y aplanada, donde se leían cuatro letras que se repetían una y otra vez de distintas formas y tamaños, y dispuestas en diferente orden.

-F=- D-C-R ,  f=r+d+c,  crd=f, D.R.C.=F, f= r/c/d , F=CDR*… Siempre las mismas letras. ¿Ninguna vocal? Parece una fórmula matemática ¿Qué significa?

-Ni idea. Te lo he traído para que lo vieras. Me sorprendió verlo garabatear sin descanso durante toda la sobremesa. Quizás no tenga ningún sentido, pero quería que lo supieras.

-Gràcies. ¿Puedo quedarme el papel?

-Sí, pero no se te ocurra traerlo nunca al instituto.

-Todo esto es muy extraño. Lástima que nada pueda cambiar la situación: Dalmau ha perdido su oportunidad de ser alguien especial.

-¡Ay que tonto soy! Si me olvidaba lo más importante. Cuando acabó el partido de la final, entró un viejo en el vestuario de los campeones. Gonzalo y el profesor Vidal se cachondeaban recordándolo. Un hombre calvo, con gafas de pasta que insistía una y otra vez que quería ponerse en contacto con el rubio que había salido corriendo porque tenía un futuro brillante. Gonzalo le dio largas, se lo sacó de encima. Y se reía con Vidal. Seguro que tenía un futuro brillante… como mariconazo, iban diciendo. En realidad, para el entrenador ese hombre no era un desconocido. Le llamó Vellcuc, creo. No sé quién es, pero pensé que debía contártelo. ¡Ojalá Dalmau tuviera un buen futuro!

-Sí que es muy interesante. ¿Vell-cuc? ¿Viejo-gusano? ¡Qué apellido tan raro! Indagaré, tengo que descubrir como sea quién es ese hombre. Estoy en deuda contigo, Borja. No sé como agradecértelo.

- De res , home . Dalmau es tu amigo y me cae bien. Sentí lo que le pasó en el campo de fútbol.

-¿Me dejas explicárselo?

-No antes de que contactes con el viejo. Si no lo encuentras, no tendrá sentido qué le digas nada. Y yo no quiero poner en peligro mi trabajo sin un buen motivo.

Se despidieron, pero Oriol no salió de la plazoleta. Estuvo un rato sentado en un banco cavilando. El asunto con David lo aplazaría de momento. Lo fundamental ahora era Dalmau. Casi no había dormido y eso en él era insólito. Cómo podía dormir cuando Dalmau debía estar pasando momentos muy amargos. Quería corresponderle por las innumerables veces que se había ocupado de él. Oriol no lo abandonaría. Se le rompió el corazón cuando lo vio salir del vestuario hundido y cuando a pesar de todo el hasta entonces capitán quiso dibujar una sonrisa en su rostro para que él no se preocupara. Era curioso. Esa vez Dalmau había actuado como Oriol. Pues él representaría  el papel del rubio. Costara lo que costase, daría con el señor Vellcuc. ¿De qué futuro hablaba ese anciano?


Oriol,  el canijo que algunos ningunean, se crece en los momentos difíciles, pero en el próximo capítulo la atención recaerá en Jofre y sobre todo en Dalmau, regresado ya pero todavía no recuperado, lleno de amargura y resentimiento.

A mí me falta mucho todavía para las vacaciones, pero deseo que os funcionen. No puedo acabar sin daros las gracias por vuestra generosísima respuesta tanto en las valoraciones como en los comentarios. No los merezco, pero lógicamente se agradecen.

Bon estiu!

Cordialment,

7Legolas