Jofre, Dalmau y otros (32)

Se celebra la final del torneo de fútbol. Dalmau vivirá un día que nunca olvidará. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXII:  La final del torneo

Era temprano. Jofre se había despertado y en un primer instante se sorprendió. No estaba en su cama y dormía… ¡con otro chico! Claro, era el domingo, el día de la gran final, y Dalmau, el capitán del equipo de fútbol, le había pedido pasar la noche juntos. Desgraciadamente esa noche no había sido muy fructífera. Había caído en brazos de Morfeo, y ni tan solo recordaba cómo había llegado hasta el dormitorio de su novio. Bueno,  no podía lamentarse de lo ya pasado, pero sí que podía aprovechar la nueva oportunidad con ese apolo dormido a su vera.

Le encantó descubrir que su compañero dormía boca abajo y se le ocurrió una idea. Con mucho cuidado se levantó de la cama y retiró la parte inferior de la sábana metida bajo el colchón. De este modo pudo colarse entre las sábanas desde el pie de la cama  y estirado avanzar un poco hasta dar con la maravilla que esperaba. Con la sábana como techo común, el culazo de Dalmau se le ofrecía generoso sin ningún obstáculo. Una preciosidad. Entre dos piernas modélicas se levantaba un culo aún más soberbio que hacía babear a sus muchos admiradores. Jofre se acercó hasta tenerlo a pocos centímetros, a punto de cumplir una de sus fantasías. Ese adonis rubio era su rey. Ya había tenido oportunidad de apreciar su alargado cetro, ahora deseaba catar su corona, esas nalgas rotundas y duras que incluso dormidas, no perdían su encanto. Estaba ansioso, como temiendo que si no se decidía pronto, ese tesoro le sería vetado. Sí, era su novio, pero no tenía claro que Dalmau le permitiese chupar su ano, y por otro lado, tenía la sensación que su relación sería algo pasajero. Duraría poco y lo recordaría toda la vida. Por eso, debía apresurarse.

Ansiosamente acarició esas nalgas compactas, siguiendo su pronunciado recorrido desde la espalda hasta los macizos muslos. Estaban durísimas, pero al mismo tiempo disfrutaba de su suavidad. Se entretuvo en uno de los elementos que aportaban mayor carga erótica a ese conjunto. Frotaba las hendiduras laterales devotamente y sacó la lengua para adorarlas. Después tuvo que aplicarse para separar los poderosos glúteos que protegían la entrada anal. Sacó la lengua para catar el orificio. Un sabor fuerte, un punto áspero que se correspondía con el olor penetrante que invadía salvajemente sus fosas nasales y le ponía a tono. No podía dejar de chuparlo. Lo embriagaba, casi lo atontaba ese aroma tan salvajemente masculino.

Tal vez notando a su invasor, el cuerpo de Dalmau se movió un poco, situándose de costado. Ahora le resultaba mucho más complicada su actividad, pero tenía al alcance una tranca medio empalmada. Primero chupó los duros huevos de su amigo, pero pronto se dedicó en exclusiva a la polla. Retiró el prepucio para lamer sin ninguna reserva el glande rosáceo por lo cual el cipote empezó a crecer de manera ostentosa. La cabecita se transformó en un soberbio capuchón que no podía dejar de lamer como un poseso desde su cúspide, en el meato, hasta los acentuados bordes de la corona del glande que retenían restos de corridas anteriores, lo que aumentaba aún más el olor y gusto contundente de ese cipote.

Jofre no cesaba en sus lamidas, ampliando cada vez más su radio de acción. Pasaba las manos por la columna venosa que sentía palpitar poderosa, y cuando la tuvo enhiesta, intentando traspasar la delicada sábana, se zampó el capullo y continuó descendiendo para abarcar todo su contenido. Su chico permanecía inactivo, y le encantaba esa nueva sensación de poder, donde todo el juego amoroso era determinado por su actividad. Engullía glotonamente el imponente falo y le sorprendía la relativa rapidez con que cumplió su objetivo. Alojar una trompa como esa no era nada fácil, pero ya estaba más acostumbrado y además era el precio que debía pagar para sentirse colmado por ese formidable badajo. Ocupada la boca y la garganta, sus manos acariciaban los testículos, la parte superior de sus durísimos muslos y, por supuesto, esos glúteos divinos. Dentro de unas horas, ese cuerpo sería admirado por todos sus fans, pero ahora era exclusivamente suyo.

Dalmau tenía un sueño húmedo.  No podía ser cierto, pero se imaginaba a su Jofre practicándole una felación alucinante. No quería despertar jamás porque se sentía henchido de placer, con su pollón estimulado al máximo. De repente entornó los ojos, casi lamentándolo; no obstante, ese increíble goce no desapareció en absoluto, todo lo contrario, lo sentía cada vez más vivo e intenso. No era un sueño, era real, y sabía perfectamente quién era el culpable. Jofre siguió con su mamada y tardó poco en alcanzar su objetivo: alimentarse de la nata más abundante, cremosa y rica de toda la comarca.

Dalmau disfrutaba aún de la eyaculación matutina cuando su amigo apareció entre las sábanas, con los labios y la barbilla manchados de semen. Lo recibió sonriente, lamiendo y tragándose los restos de su corrida. El capitán iba a acariciarle los genitales cuando Jofre se opuso.

-¿Qué pasa, maco ?

-No sé si es conveniente.

-¿Por qué lo dices? –le preguntó extrañado el capitán.

-Supongo que he cometido una estupidez. Tenía tantas ganas… pero si hoy juegas la final, debes reservar toda tu energía para el partido.

-No, hombre , no –le respondió riendo- Quizás el entrenador lo desapruebe, pero te aseguro que no afectará a mi rendimiento. Estoy hecho un toro, y hoy no pienso levantarme sin haberte catado por todos lados. Es más, jugaré mucho mejor después de esto.

No le dio tiempo a responder, Dalmau se abalanzó sobre el chico para colocarse justo encima de su vientre y desde esa posición de dominio, con Jofre estirado, inclinó su cabeza sonriente hasta casi tocar el rostro de su amigo, al tiempo que fácilmente le inmovilizaba los brazos.

-Va, basta de charla. Estoy hambriento –le dijo mientras observaba satisfecho como Jofre se incorporaba un poco para saludar esa boca sensual que adoraba. Se morrearon con pasión. Los labios de uno y otro se enzarzaban en combate singular, indoloro y ardiente, avanzadillas de dos cuerpos henchidos de deseo. El capitán, pegados los labios a los de su amigo,le frotaba las tetillas con ardor. Ese tórax no tenía la dureza ni la amplitud de sus pectorales, pero poco le importaba, seducido por la delicadeza de esas pequeñas puntas rosadas que apenas destacaban en su pecho tierno. Apretaba las tetillas con ganas y de vez en cuando alguna mano incursionaba más abajo, frotándole el vientre para ver cómo se retorcía su amigo, incapaz de soportar los temblores que le provocaba. Al final dejó las bromas y se centró en lo importante. Bajó un poco más la mano para agarrar el falo de Jofre y ya no se separó del bonito cilindro hasta tenerlo crecido.

Rápidamente cambió de posición para devorar ese mástil de carne. Sin reservas engulló  el glande y con apetito dio buena cuenta del resto en pocos minutos. A Jofre le encantaba mirar entonces esa cara donde la boca, ocupada con su aparato, aparecía bastante más hinchada, lo que le daba un aire insólito: vulnerable, imperfecto y hasta cómico. Dalmau no dejó de chupar el cipote hasta obtener la crema blanca que escapaba por las comisuras de los labios.

-No, no quiero –dijo Jofre cuando el mozarrón quiso colocarlo a cuatro patas para penetrarlo. El capitán lo miró expectante e indeciso.

-No, sí que quiero, pero no así. Me sentaré sobre ti. Deseo sentirte hasta lo más hondo.

El delantero apuntó el vergón, ya vestido, que señalaba al cielo, hacia el culo de Jofre que se disponía a vencer la distancia que le separaba de ese taladro macizo. Según el manual que había leído, lo complicado era introducir el glande, después el resto obedecía al principio físico de la gravedad; por tanto, un método de penetración fácil y cómodo. ¿Fácil y cómodo? Con el pollón largo y grueso de Dalmau eso no se cumplía. Dado que ya lo había hecho una vez,  creía que a la segunda, todo iría más rodado, pero el grosor era el mismo. La única ventaja consistía en que podía ir graduando el ritmo de penetración. Poco a poco fue descendiendo, y en consecuencia la fenomenal porra iba empalándolo. Le dolía, pero el placer que sentiría después y sobre todo los mimos del atleta rubio, le animaban a seguir con ese tormento. Cuando notó el escroto de su amigo, supo que lo había logrado. Se sentía doblemente satisfecho: había sido capaz de tragarse ese aparato de más de veinte centímetros y además se sentía pleno. El órgano de su amigo ocupaba sus entrañas y no podía concebir un mejor modo de manifestar su amor recíproco.

Tras una breve  pausa, volvió a la carga, sacando y metiendo el cachirulo, probando nuevas posiciones y gozando de la fricción de ese vergajo en su interior. Al final los dos, entre potentes gemidos, acabaron regando sus cuerpos con trallazos de viscosa leche. Se tumbaron en la cama para recuperar el aliento. Dalmau no tardó en incorporarse. Después de una breve charla, salió para la ducha, pero Jofre le reclamó. Acababa de subir la persiana y algo no le cuadraba.

-¿Qué está pasando aquí? Ya encontraba extraña esta cama, pero o estoy soñando o ésta no es tu habitación.

-Es normal que te sorprenda. Ayer quise avisarte, pero estabas tan dormido que no hubiese servido de nada. Ésta es mi alcoba. La otra, donde me dabas clases, sólo fue mía los cuatro meses que Oleguer estuvo en Grecia. Ahora he vuelto a los orígenes. ¿Satisfecho, Sherlock Holmes?

Sin esperar respuesta, le dio un  beso y se encaminó hasta el baño. El invitado se quedó solo, cansado y satisfecho. Cuanto más lo pensaba más difícil le era comprender cómo Dalmau podía haberse enamorado de él. Era un chico muy normalillo, a veces incluso un poco raro. No le cabía en la cabeza, pero aprovecharía al máximo esa inmejorable situación.

Cada vivienda refleja la personalidad de su morador. Por eso Jofre examinó detenidamente las paredes de la alcoba, tratando de averiguar los gustos y manías de su inquilino. En una se acumulaban los pósters, la mayoría de tema deportivo, aunque también vio tres muy diferentes, que revelaban unos gustos musicales muy eclécticos: uno de Keith Richards, el músico de los Rolling Stones; otro, de Manel, un grupo pop catalán; y el último y más sorprendente, un retrato de Mozart. De todos modos, lo que más le interesó fueron los dos armarios, donde reinaba un manifiesto desorden. Bueno, en realidad, no era exactamente así. Una larga estantería contrastaba con todo el resto. En ella aparecían perfectamente dispuestos medallas y otros trofeos deportivos, además de una larga serie de álbumes de cromos de los equipos de primera y segunda división de fútbol del país. Guardaba los álbumes de las últimas trece temporadas y hojeándolos parecían completos.

-¿Te gusta mi colección? –le preguntó Dalmau, que acababa de entrar, de muy buen humor, con el pelo mojado y vestido con albornoz- Empecé el primer álbum con cinco añitos y lo he seguido haciendo hasta ahora.

-Realmente el fútbol es tu pasión.

-Bueno, el fútbol y los deportes en general me entusiasman, aunque también hay otras cosas como los chicos guapos –le respondió, dándole un pico.

-¿Cómo van los ánimos para esta tarde?

-Bien. Lo fundamental es ganar el trofeo, y después espero poder celebrar mi pasaporte a la Masia del Barça.

-Lo conseguirás, seguro. Lástima que yo no podré verlo.

-¡Cómo? –lo miró desilusionado el ídolo del instituto-¿Por qué no irás?

-Porque no podré sentarme hasta dentro de unos días, después de que tu tuneladora me haya dejado el culo para el arrastre… Claro que iré. ¡No me lo perdería por nada del mundo!

-¡Vete a la ducha! Por un momento has conseguido preocuparme. Te necesito en la grada, hoy más que nunca.

Al mediodía llegó un nuevo invitado, Oriol. Los tres chicos almorzaron con Oleguer y sus padres, pero la sobremesa fue corta. El entrenador los había convocado en el campo de futbol dos horas antes del partido. Jofre se despidió, deseándoles suerte y abrazándolos. Se fueron en el coche del señor Rovell. El empollón iría más tarde, pero hasta entonces no tenía nada qué hacer. Se sentó en un parque, sacó su pequeño diario donde anotaba sus pequeñas historias y pensamientos. Esa mañana de domingo había sido divina. Deseaba que la tarde fuera insuperable con el triunfo del capitán. No obstante, no conseguía sacarse una idea de la cabeza. Si Dalmau se iba a la Masia, la residencia donde se formaban las secciones infantiles y juveniles del Barça, él tenía el presentimiento que lo perdería para siempre. No podría rivalizar con los chicos de ese nuevo mundo.

Media hora antes del partido, el coche de Joan aparcaba muy cerca del campo de futbol. Iba lleno: Jofre, Víctor, Teresa y Núria, además lógicamente del conductor. Ocuparon una grada con buena visibilidad, provistos de bocinas y banderines. Esa estampa hubiese resultado imposible dos semanas antes. Entonces Jofre hubiese deseado con todas sus fuerzas la derrota del equipo de su instituto; ahora, en cambio, no cesaba de animarlo, incluso antes de empezar la competición.

Cuando el árbitro silbó el inicio, la mirada de Jofre se concentró lógicamente en Dalmau. Estaba impresionante con su uniforme amarillo que dejaba a la vista las mejores piernas del partido, pero no era un concurso de místers lo que estaba en liza sino fútbol, pero también en eso destacaba. Rapidísimo, elegante, táctico y seguro, sus incursiones en el campo enemigo llevaban siempre peligro, por lo que dos defensas se dedicaban en exclusiva a controlarlo, y aun así, conseguía burlar repetidas veces su acoso. La superioridad de los amarillos, els grocs, era evidente y el marcador lo reflejó en el mínuto 20, cuando tras un córner, el salto prodigioso del capitán, de un certero cabezazo, introdujo el balón en la portería rival. Hizo caso omiso de la ovación del público y trabajó para que sus compañeros no se confiaran: aún quedaba mucho partido.

A pesar de su fuerza y agilidad, Dalmau era objeto de faltas frecuentes, y en las gradas Jofre se levantaba indignado, exigiendo justicia al árbitro. Su amigo Víctor lo contemplaba divertido. Nunca lo había visto siguiendo tan a conciencia ningún partido, pero no le extrañaba, tenía claro el motivo. Ese torneo tenía algo mágico. Sus parejas respectivas habían surgido gracias a la Octogonal.

En el último cuarto de hora del primer tiempo, Dalmau robó la pelota a uno de sus oponentes, recorrió la mayor parte del campo, sorteó a sus rivales y engañó al portero, pasando la pelota a uno de los gemelos Rius que, con mayor ángulo de tiro,  marcó a placer.Esta vez el capitán no desestimó los abrazos. Los grocs se apilaban eufóricos. El partido avanzaba y todo iba viento en popa para el equipo que lideraba Dalmau.

A la media parte, Jofre hubiese deseado poder reunirse con su chico, pero el capitán ya le había advertido que Gonzalo, el entrenador, era muy estricto: cerraba los vestuarios a cal y canto hasta el final del partido y no toleraba nada que pudiese romper la concentración de su equipo.  Así pues, el estudiante modélico no se movió y durante unos minutos se quedó solo cuando los otros salieron un momento a estirar las piernas. El primero en volver fue Víctor que le trajo un botellín de agua.

-¿Cómo va tu historia con el rubiales? –le preguntó de sopetón, antes de que llegaran los otros.

-Va bien, pero…

-Siempre con tus peros. Jofre, no te preocupes tanto, deja de darle vueltas a todo y disfruta lo que vives ahora.

-Ya lo sé, pero me parece estar viviendo un sueño y tengo miedo de despertarme y encontrarme otra vez solo.

Víctor lo pellizcó en el brazo.

-¡Ay! ¿Y eso a qué ha venido?

-¿Te ha dolido? Pues ya ves que no estás soñando. Así que aprovéchalo.

Sus otros compañeros regresaron y con ellos, los dos equipos reaparecieron en el terreno de juego. Oriol no estaba lejos, y las chicas y Joan le llamaron y agitaron animadamente los banderines. Con tanto escándalo al final Oriol se fijó en ellos y mudó su semblante preocupado por el risueño de siempre. Raudo fue a buscar a Dalmau, y le señaló donde estaba algunos de sus hinchas más fervientes. El capitán busco rápido el rostro de Jofre y, sonriente, le envió con la mano un beso.

Como si no se hubiera interrumpido el juego, los grocs continuaron dominando el encuentro. Dalmau volvió a servir un nuevo gol en bandeja de plata, esta vez a Oriol, que marcó su primer tanto en el torneo. El Excelsior estaba hundido y en la siguiente jugada, el líder de los grocs corrió con la pelota hasta el área contraria, y allí fue zancadilleado por un defensa. Un penalti inapelable. El ariete rubio se levantó contento. Por fin podría marcar el tanto que sentenciaría definitivamente el partido y su futuro en la Masia. Situó el balón en el punto de penalti, pero Gonzalo le ordenó que no lo chutara él. ¿Cómo? No podía ser cierto. Quería que lo ejecutase David. El capitán se acercó hasta  el entrenador para que cambiase de parecer. No lo logró. Es más, Gonzalo ordenó un cambio. Entraría Carles y saldría Dalmau. El capitán, indignado, se obstinaba en permanecer en el campo, pero el entrenador ya lo había decidido.

En la grada, Jofre y sus amigos no entendían el proceder de Gonzalo. La retirada del capitán faltando media hora de partido amenazaba su futuro en la Masia. Ahora estaba empatado a goles con Marc, el delantero centro del Excelsior, pero éste dispondría de treinta minutos para convertirse en el máximo anotador del torneo. Jofre buscaba al capitán, pero desde la grada ya no podía verlo. Sólo podía encomendarse a todos los santos, rogando que el resultado del marcador no cambiase. Los minutos iban pasando, pero ahora el Excelsior, libre de su pesadilla, reaccionó. Presionaban mucho más y faltando diez minutos para el final del partido, Marc de un cañonazo hundió la pelota en la red. Jofre se levantó, no quería seguir con aquello. Necesitaba ver al capitán rubio en, sin duda, su momento más amargo. Bajó las escaleras a todo correr, intentando colarse en la zona de los vestuarios, pero el acceso estaba cerrado. Se plantó al lado de la puerta, presto a entrar cuando tuviese la menor oportunidad. Desde allí escuchó el final del encuentro y la inmediata ovación al equipo de su instituto. Grocs, grocs, els millors del món, Grocs! Sí, en ese momento dulce los alumnos del instituto se proclamaban los mejores del mundo, pero él no podía compartir su entusiasmo. Sólo pensaba en Dalmau. ¿Qué debía estar sintiendo?

Después de la entrega del trofeo, el equipo había vuelto a los vestuarios. La lógica euforia se veía mitigada por el desconcierto que había generado la extraña decisión del entrenador, sacando del campo a su estrella. En realidad, había un jugador que no manifestaba ninguna alegría. Parecía imposible. El chico más divertido del instituto ahora mostraba un semblante serio, desaparecida la sonrisa perenne de su rostro.  Oriol estaba sentado en una banqueta, con los ojos fijos en la puerta del despacho del entrenador. Allí el capitán y Gonzalo estaban reunidos a puerta cerrada desde hacía rato.

-¿No entiendo cómo me ha hecho esto? No creo que pueda quejarse de mi rendimiento en el campo.

-Has jugado bien, pero también tenía que dar oportunidad a otros chicos de participar en el partido más trascendental del año.

-No me venga con monsergas. No soy ningún pardillo. Podía haber substituido a otros antes que a mí.

-Eres bueno, no lo dudo, pero tampoco eres insubstituible aunque te lo creas.

-Muy bien, quería darme una lección. Quería sacarme del campo, pero por qué no me ha dejado lanzar el penalti. ¿Ha escogido a David para premiarlo por su mal partido?

-No tengo por qué darte explicaciones, pero me interesaba que se luciera un poco más en la final ya que en los últimos partidos de la temporada será el nuevo capitán.

-¿Cómo? Eso no tiene ningún sentido, y además el capitán siempre ha sido escogido por los jugadores.

-No seas ridículo. Aquí el único que decide lo que sea soy yo. Y tengo mis motivos. Esto te servirá de revulsivo. Desde hoy, librado de las tareas de capitán, seguro que aprovecharás cada oportunidad para intentar marcar un gol. El equipo ha ganado el torneo. Disfrútalo.

-¿Disfrutarlo? ¿Y mi futuro, qué? ¡Me ha sacado de la Masia de un plumazo!

-¿Pero eres tan estúpido de creer que con unas semanas en la Masia se te abrirían todas las puertas? Eres bueno, pero hay decenas de jugadores mejores que tú, y no tienes la más mínima oportunidad de triunfar. Te lo he evitado. Algún día me lo agradecerás

-¡Cómo! En los últimos días me animaba a esforzarme para alcanzar mi sueño y hoy me  ha privado de él. Me ha engañado.

-¿A sí? ¿Hablas de engaños? Pues yo creo que el único engañado he sido yo. Anteayer recibí por correo un sobre. Éste –dijo abriendo un cajón y depositando el envoltorio sobre la mesa- ¿No lo reconoces, verdad? Quizás me entiendas un poco mejor si te muestro lo que contiene.

Gonzalo sacó un papel doblado y roto en dos pedazos. Empezó a leer el escrito:

- Estimat Jofre , Te escribo esta carta porque quiero explicarte lo que siento….  ¿Sigo? –preguntó Gonzalo- Me parece que ya conoces todo lo que pone. ¿Es tuyo, no?

Dalmau, sorprendido, tardó en reaccionar.

-¿No me has oído? ¿Eso que “sentías” por ese mariposón enclenque lo mantienes?

-Sí –respondió ahora sin vacilar- ¡Y no tiene por qué llamarlo así, cabrón!

-¡Menos lobos, noi ! Aunque no te lo creas, pensé que no debía hacerle caso. Uno puede enamorarse pasajeramente de las cosas y las personas más absurdas, pero lo tuyo ha ido demasiado lejos: Mira lo que he recibido hoy mismo…–continuó el entrenador, agarrando un sobre grande colocado en el estante. Lo abrió rápido y sacó una foto ampliada, que enseñó al capitán.

-Muy instructiva. Realmente te gusta el empollón. Veo que eres un as besando y chupando lo que sea…

Dalmau no entendía cómo había llegado esa foto íntima de él con Jofre. Aprovechando esos instantes de desconcierto, Gonzalo abrió la puerta para que entraran sus tres ayudantes.

-Ahora capitán, te estarás aquí unos minutos tranquilito mientras yo explico a tus compañeros el motivo que me ha obligado a sacarte del campo.

Abort fastigós de la remaleïda puta geperuda !- grito el delantero, intentando atacar al entrenador, pero los tres ayudantes, prevenidos por el entrenador lo detuvieron, agarrándolo por brazos y piernas. Era impresionante la fuerza con qué se debatía el deportistaa, tratando de librarse de sus guardianes, mientras veía cómo el director salía del despacho. Antes de cerrar la puerta, se volvió hacia el delantero: –No sufras, no me recrearé en los detalles. No les leeré la carta ni les enseñaré las fotos más fuertes, no quiero que me acusen de corrupción de menores, pero tanto da. A partir de ahora te llamarán el fogoso maricón.

Tal como había dicho, Gonzalo reunió a todos los del equipo para explicarles los “nuevos gustos” de Dalmau. Las muestras de incredulidad se desvanecieron cuando corroboró su declaración, enseñando fotos del ídolo del instituto morreándose o chupando las tetillas de Jofre.

-Hay más fotos, pero no os las mostraré. Me dan náuseas –dijo el entrenador, mientras volvía a guardar las fotos en el sobre.–En un cuarto de hora saldremos para disfrutar nuestra victoria histórica. Nunca antes, ningún equipo había ganado tres veces consecutivas la Octogonal. ¡Sou els millors!

Pasados pocos minutos del discurso, Dalmau salió del despacho, pero no lo hizo cabizbajo. No tenía por qué arrepentirse de nada. Con aplomo se movió hasta su taquilla para sacar la bolsa de deporte. Se le acercó David, envalentonado con su nuevo título y con ganas de revancha.

-Estoy satisfecho de lo que has hecho hoy.  Tú y yo hemos sido dos de las figuras del partido, lástima que a partir de ahora dudo que los chicos del instituto te vean como su ídolo y quieran imitarte.

-Felicidades,eres el nuevo capitán, pero por favor no me compares contigo. Aunque has marcado un gol de penalti, el resto del partido has jugado de pena.

-No quiero enfadarme contigo en un día tan feliz para el instituto, sobre todo cuando todos hemos alcanzado nuestros sueños más ambiciosos… -se detuvo un momento el flamante capitán, mirando satisfecho como Dalmau fruncía el ceño y resoplaba- Y ahora, quiero tener un detalle  contigo. Mi primera orden como nuevo líder de este equipo triunfante te la dedico: Me encanta que seas limpio y te duches, pero a partir de hoy mismo lo harás siempre tú solo, cuando todos hayamos acabado. Es por tu bien, te sentirás mucho más cómodo.

Dalmau no pudo contenerse más y le arreó dos puñetazos. David se desplomó. El ruido alertó al entrenador y a los profesores Ferrer y Vidal que estaban en otra sala del vestuario.

-Veo que el señor Rovell vuelve a las andadas –dijo el prefecto de disciplina- Hace año y medio me prometió que nunca más volvería a ser protagonista de ninguna trifulca. Y ahora me lo encuentro, golpeando a uno de su mismo equipo. ¿Son los celos hacia el nuevo capitán?  Hoy mismo daré parte a la dirección para que sea expulsado una semana del instituto. Cuanto menos escoria en las clases, mejor para todos. Váyase, no quiero verle más.

Dalmau no replicó, silencioso cogió su bolsa y sin cambiarse, todavía con el uniforme amarillo, fue hacia la salida del vestuario. A sus espaldas oyó la voz de David que le gritaba: -¡No se te ocurra volver con el equipo. Estás avisado! Oriol se levantó para alcanzar a Dalmau. Quería abrazarlo, pero el antiguo capitán, cuando lo vio venir, adivinando sus intenciones, le hizo un ademán seco.

-No, Oriol, ahora no. No puedo-le respondió en voz muy baja, tratando de dibujar una sonrisa que tranquilizase a su amigo. El canijo se detuvo y  dudó qué hacer. Al final decidió seguirlo.

Dalmau abrió la puerta del vestuario y una nube de admiradores llenaron el espacio. Todos querían felicitar al héroe del partido, pero él no respondía con la sonrisa abierta y confiada de los grandes triunfos. No aceptaba las manos tendidas y evitaba los abrazos mientras seguía caminando con prisa, sin detenerse ni un momento. A un lado divisó a Joan y oyó a su hermano Oleguer y a Jofre que le gritaban y trataban de acercarse a él, pero ahora necesitaba estar solo. No sabía qué podía decirles. Demasiadas preguntas en su cabeza y un sueño roto. No podía más. Necesitaba escapar de todo aquello. Al final, consiguió liberarse de sus admiradores y echó a correr tan veloz como podía.

Jofre quiso ir detrás suyo, pero Oleguer se lo impidió.

-¿Por qué no me has dejado perseguirle? –le preguntó molesto.

-Porque no podrías alcanzarlo y porque es su método para volver a recobrar la calma. Ya lo ha hecho otras veces. No sé qué ha pasado en el partido y en el vestuario, pero quien sea el responsable se va a enterar. Mira, ahí llega Oriol. Él nos lo explicará.

Como una gacela, Dalmau ya estaba muy lejos, pero un hombre con gafas no había apartado la vista de él desde su vertiginosa carrera. Se tocó la calva y afirmó: -Sí, sin duda era él.


Ya lo veis. El torneo ha acabado cómo casi nadie esperaba. Ya sé que algunos me recriminaréis que en lugar de despejar incógnitas, creo algunas más, pero todo se resolverá a su tiempo. En el próximo capítulo dejaremos a Dalmau y Jofre para centrarnos en otros dos de los personajes del relato. Oriol  se reunirá con David. Bueno, ya no os doy más la lata. Os agradezco una vez más vuestra fidelidad. Ojalá algunos valoréis y comentéis el capítulo.

A reveure!

Cordialment,

7Legolas