Jofre, Dalmau y otros (31)

Jofre cena con los hermanos Dalmau y Oleguer en su casa. Una velada muy placentera, sobre todo durante la larga sobremesa. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXXI:  Entre hermanos

La semana había pasado con rapidez para Dalmau. Desgraciadamente con los entrenamientos interminables, no había podido volver a estar a solas con Jofre, ni tan siquiera habían podido disfrutar de sus encuentros secretos en la biblioteca. Para compensarlo mínimamente, se llamaban cada noche. Era curioso, hace un mes  le gustaba oír la voz del empollón, ahora la necesitaba, y más a las puertas de su partido más trascendental. Antes se burlaba de las charlas inacabables de su amigo Joan con Teresa, su novia, ahora lo entendía; aunque sus diálogos con Jofre eran bastante más cortos. Cortos, pero igual de intensos.

Era la víspera de la final. Durante la semana Jofre se había dedicado al trabajo de investigación que le revisaba Vidal, el profesor de informática. Esa tarde de sábado el chico estaba contento y satisfecho, sobre todo porque por fin volvería a intimar con el capitán del equipo de futbol. Tenía muchas ganas, pero al mismo tiempo estaba muy cansado. Había dormido muy poco, ocupadísimo con el exigente trabajo  porque quería dejarlo prácticamente listo antes del partido. Faltaba más de una semana para la entrega, pero quería evitar todo posible contratiempo. Primero cenarían en su casa, acompañados por Oleguer, el hermano mayor de Dalmau, después la pareja pasaría la noche juntos. Habían quedado a las ocho, y justo a la hora convenida llamó a la puerta. Le recibió la sonrisa franca del capitán, vestido con unos tejanos negros y un polo rojo donde se marcaban con claridad los abombados pectorales. Sus labios se encontraron y se morrearon con avidez. De súbito Dalmau apartó la boca cuando oyó que su hermano salía de la cocina.

- ¡Nois, a taula! Es hora de cenar. No me he  pasado dos horas en la cocina para que nos tomemos la sopa fría –les avisó Oleguer, cargando una sopera.

Jofre se sentó entre los dos hermanos. La primera imagen de la cena fue divertida porque cuando Oleguer destapó el recipiente, el vapor del caldo empañó sus  finas gafas. A Jofre le encantaron tanto las delicias gastronómicas como la charla con los dos chicos y la panorámica de la que gozaba. Nunca había disfrutado tanto de la comida como de los comensales, simpáticos y hermosos. Oleguer, entre bromas, le revelaba anécdotas de su hermano cuando era un crío y el invitado se reía de lo lindo. En realidad, esa cena se jugaba en dos planos diferentes porque además de lo que sucedía sobre la mesa, el capitán mostraba su habilidad con los pies acariciando insistentemente, como si fuera un gato cariñoso, las piernas de su chico.

Acabada la cena, se tumbaron en el largo sofá, situándose en el centro Dalmau. Seguían charlando. Jofre, ante la mirada del hermano mayor, no se atrevía a acariciar a su chico, que tampoco estaba tan efusivo como en sus encuentros a solas.

-¡Caramba, vaya anillo! –exclamó Jofre al darse cuenta de la pequeña joya que rodeaba uno de los dedos de Oleguer.

-Es bonito, ¿verdad? –respondió el propietario enseñándolo con orgullo.

-Pero debe costar un pastón –replicó Jofre, admirando el bello fulgor del pequeño topacio engarzado.

-Bueno, sí… Aunque en Grecia todo es mucho más barato.

-Será todo más barato, pero ¿ya te da la beca y tus ahorrillos para todo lo que te has traído: esos zapatos de piel, los pañuelos de seda para mamá o ese cacho reloj suizo?-replicó su hermano.

-Vale, aquí me has pillado, Mau. Lo cierto es que, además de los estudios, me he puesto a trabajar para permitirme algunos caprichos.

-¿De qué, de camarero?–preguntó Jofre, socarrón.

-De camarero y de otras cosas… Empecé sirviendo bebidas en un bar musical, y al final me convenció un cliente para participar en otro local, actuando de stripper .

-No me lo trago –dijo Jofre- Eso es un cuento chino. Te lo has inventado ahora mismo para impresionarnos.

-¿No te lo crees?

-No, es más falso que un duro sevillano.

-Pues te garantizo que es verdad. Yo nunca miento. No soy un embustero.

-No quería ofenderte –se excusó Jofre-, pero es que me resulta un poco sorprendente, eso es todo.

-Eres como el resto… –murmuró en tono recriminatorio- Muy bien, lo haré otra vez. Espera unos minutos y te lo demostraré. Ya veremos si es un cuento chino. Fliparás.

Oleguer se levantó del sofá, lo miró otra vez desafiante y subió con rapidez las escaleras hacia su dormitorio. En el salón se respiraba un silencio incómodo. Durante un minuto o dos, la pareja del sofá permaneció callada, a la espera del retorno de Oleguer, pero Jofre deliberadamente rehuía la mirada de su chico que lo observaba con atención.

-A mí no me engañas, noi . Sabes que mi hermano no fanfarronea porque tiene un cuerpazo que puede enseñar a buen precio. Lo que pasa es que te mueres de ganas de verlo.

-No es cierto. No me creo que se gane la vida con eso. Estás molesto porque sabes que va a hacer el ridículo, y además no te gusta ver a tu hermano en calzoncillos.

-¿Pero qué  dices, Jofre? Si durante años compartimos habitación y me he hartado de verlo en cueros. Y el ridículo lo harás tú. Quedarás embobado con él, te lo garantizo.

No tardó mucho en bajar las escaleras Oleguer, ahora  vestido con un traje gris oscuro, tocado con un elegante sombrero negro, llevando un cd en la mano y, colgado de su brazo derecho, un batín azul marino. Dejó el batín y las gafas en una silla, colocó el CD en la cadena de música y se colocó a un metro de su público. La melodía empezó a sonar. Jofre la reconoció de inmediato: el  Bolero de Ravel. Siguiendo ese son danzante, primero muy suave, casi inaudible, Oleguer se movía por el salón, con la gracia de un felino.

Se acercaba al sofá y se alejaba, clavando miradas insinuantes en Jofre que no podía aparentar la indiferencia que pretendía. Cómo lograrlo cuando aquel pedazo de macho se había desprendido ya de la chaqueta y empezaba a acariciarse con tesón el fino tejido de la camisa blanca, moviendo los dedos  arriba y debajo de la botonadura que cerraba su tronco, sin duda admirable. La camisa evidenciaba las fuertes espaldas del macizo mozo y su estrecha cintura, sin barriga por ningún lado. Con suma destreza, sin mirar la operación ni un momento, sacaba los botones de los ojales de la camisa para revelar su cincelado tronco que hechizaba a Jofre que no podía apartar sus ojos de los recios abdominales. Con una sonrisa confiada, el artista desabrochó los botones de los puños para echar al suelo la camisa blanca. No dejaba ni un momento de moverse, pero no de manera enérgica, sino lenta y sugerente.

Ahora se situó justo delante de los dos chicos, se agachó y cogió una mano de cada espectador para que frotasen tórax y abdomen. El comportamiento de las dos manos era muy diferente: la de Dalmau acariciaba tranquilamente cada centímetro de músculo; Jofre, en cambio, estaba demasiado nervioso para conseguir su propósito y sólo acertaba a moverse por el pecho, con dedos temblorosos y torpes. Mientras ellos recorrían su tronco musculoso, Oleguer en un santiamén se descalzó y se quitó los calcetines negros. Después se levantó otra vez, pero no se alejó mientras se despojaba del cinturón, con el que jugó unos minutos, moviéndolo por todo su cuerpo antes de dejarlo en el cuello de Jofre.

Se acercó aún más, a pocos centímetros la bragueta de su pantalón de la cara del mejor estudiante del instituto. Se movió lascivamente, al tiempo que con calculada lentitud, se desabrochaba la cremallera. Jofre quería ver su contenido, pero su propietario lo tapaba con una mano. Oleguer se dio la vuelta y puso el culo en pompa mientras descendía el pantalón gris, dando paso a un culo soberbio, solo vestido con un tanga plateado minúsculo. Las gotas de sudor de Jofre perlaban su frente. Podía estallar una bomba, podía quemarse la casa y él no se daría cuenta porque el incendio lo tenía dentro, con una polla como un calabacín maduro. Oleguer acabó de desprenderse del pantalón y se dio la vuelta para exhibir su paquetazo. Jofre no sabía dónde mirar: las fuertes piernas, el tronco envidiable, la tranca que se marcaba generosamente en el elástico tejido plateado, o en el hermoso rostro sonriente de ese artista que sabía que había ganado. Con los últimos compases del bolero se sentó sobre la falda del empollón y le dio sin prisas un beso en la comisura de los labios.

Cuando acabó la música, Oleguer se levantó, abandonando su papel de diablo lujurioso, para acercarse hasta la silla donde había dejado su batín. Después volvió a sentarse entre los dos chicos.

-¿Ya te has repuesto, Jofre? ¿Me crees o no?

-Debo reconocerlo, en eso tienes un futuro espléndido.

-Es probable pero no me interesa, mejor dicho, me asquea. En Grecia lo hice para sacarme algún dinero con poco esfuerzo. Ese mundo no es tan maravilloso. Uno acaba cansado  de magreos y moratones, y de ser tratado como un pedazo de ternera…   No os lo recomiendo, pero dejemos ese tema, explicadme cómo ha ido el curso y cuáles son vuestros sueños.

Los chicos hablaron de sus andanzas por el instituto, de las perspectivas de futuro, del fútbol… La charla era interesante, pero a Jofre cada minuto le costaba más seguirla. Los ojos le pesaban y no conseguía reprimir sus bostezos.

-Me parece que ya es hora de que nos acostemos –dijo Oleguer- sino alguien cambiará las palabras por los ronquidos. No te muevas, Jofre. Aguarda unos minutos

- D’acord –susurró entre bostezos Jofre, feliz de no moverse del sofá donde estaba tan cómodo. Estaba tan cansado que difícilmente hoy podría representar el papel de amante solícito.

Oleguer se levantó y reclamó a su hermano que lo siguiese.

-He pasado por tu habitación para coger el batín y da pena. Hay ropa sucia tirada por toda la alcoba.

-Pero con Jofre hay confianza. No pasa nada.

-Pues a mí sí que me importa. No quiero que nuestro invitado deba dormir en una habitación hecha un asco. Va, yo te ayudo a adecentarla un poco- respondió Oleguer, subiendo las escaleras.

Entre los dos hermanos pusieron orden en el cubil de Dalmau en pocos minutos aunque la estampa era muy curiosa. Dos mozarrones, uno completamente vestido, y el otro, que había vuelto a colgar el batín en la percha, sólo cubierto con un tanga plateado y las gafas. Cuando acabaron, Dalmau, acalorado por culpa de la calefacción, las copas de vino y licor y ese último ejercicio, se quitó el polo rojo.

-Vaya, germanet. Veo que te has puesto aún más cuadrado. A ver, dobla el brazo –le dijo mientras presionaba el abultado bíceps de Dalmau- Sí, estás fuerte… Y ese vientre también está muy duro –añadió palpándole los definidos abdominales.

-No más que los tuyos. Estás tan bueno como siempre –le respondió acariciando su amplio pecho –y seguro que lo aprovechas, ¿eh?.

-Ya sabes Mau, que a mí me gusta aprovechar mis recursos y probar cosas nuevas. Lo he hecho en ascensores, en cines, con cuatro chicas… Aunque hasta ahora nunca lo he probado con un tío y valdría la pena… -le dijo, mirándolo de manera muy insinuante.

-Estás bromeando, ¿verdad? Somos hermanos.

-¿Y qué pasa? No quiero una relación de pareja contigo, sólo una follada y ya está. No cambiará nada –le contestó, atacando con sus pulgares los agudos pezones de Dalmau, quien no ponía peros a sus escarceos amorosos.

-¿Y Jofre?

-A estas horas tu novio debe estar roncando en el sofá… Anda, Mau, déjame probarlo. Te acuerdas, cuando eras un crío, cómo te ayudé a mejorar tus pajas. Por una vez  tú serás  el profesor. ¡Va, germanet !-insistió Oleguer, ahora frotándole suavemente la bragueta del pantalón. Seguro de su atractivo, se quitó las gafas que colocó en un estante.

El capitán del equipo no se apartó y no puso ninguna objeción a los manoseos de su hermano que, envalentonado, acercó su cara a la suya. No fue un casto beso fraternal. Sus labios presionaron con fuerza la boca sensual que había visto crecer y diestramente hundió la lengua en su paladar. Como si aquella acción hubiera activado la libido de su hermano, Dalmau lo morreó y abrazó con fuerza. No pensaba en nada, avivado por el deseo, tan solo ansiaba disfrutar de aquel hermoso cuerpo tan familiar que se le ofrecía como un regalo inesperado. Oleguer había sido siempre sido su modelo, y hoy culminaría su adoración con el goce de su cuerpo. El hermano mayor le mordisqueaba el cuello, le retorcía los pezones con saña, pero él no se lamentaba. Le gustaba la pasión ruda de un atleta que conocía al dedillo el vigor y la resistencia de su igual, una rudeza a la que ni las chicas ni Jofre se habían atrevido.

Los dos, unidos como si fuesen hermanos siameses, jadeaban, se besaban y se magreaban sin freno. El stripper había superado la cremallera del vaquero y ya sus dedos frotaban el slip abultado, pero, insatisfecho con eso, tardó muy poco en bajarle de un tirón el pantalón hasta las pantorrillas para ocuparse sin obstáculos de los genitales de su hermano. Se arrodilló con el objeto de tener su boca a la altura del soberbio paquetazo que se le brindaba, y sin entretenerse, ansioso por degustarlo, descubrió el pene ya macizo, cuya longitud y grosor eran marca de la familia. Sin ninguna aprensión Oleguer chupó el glande y los huevos de toro al tiempo que volvió a retorcer las tetillas fraternales. No era exactamente un novato, de chaval había participado en pajas colectivas y algún colega se la había chupado antes de dedicarse en exclusiva a la dieta de tetas y coños. Nunca había deseado mamar ninguna tranca, pero ahora era diferente. Ese vergón era grande, lozano y hermoso, y además colgaba del cuerpo adorable de su hermano. Sin vacilar ni un instante, con el brío que le caracterizaba, se aplicó con denuedo a chupar y zamparse ese grueso cilindro de carne. Tenía un gusto novedoso, viril y recio, sorbía el líquido preseminal y devoraba ese falo genéticamente próximo con naturalidad, como si comiese un fruto cotidiano. Consiguió tragárselo entero y lo retuvo unos minutos, hospedado entre el paladar y la faringe, antes de liberarlo con una sonrisa triunfal.

-Ya hemos saboreado el platanito. ¡Molt bo, Mau! –exclamó el primogénito, sentándose otra vez en la cama –Pero aún no hemos acabado. Quiero probar el culo…

Dalmau lo miró sorprendido y preocupado. Nunca lo había penetrado nadie, y la minga y las maneras de su hermano no eran las más acordes para garantizar un estreno poco traumático. Hasta ahora había sido territorio prohibido, pero, no sabía el porqué, no se retiró, se colocó sobre la cama a cuatro patas, ofreciendo a su hermano sus potentísimos muslos y un culazo de postal.

-¿Qué haces, germanet ? No, no me has entendido. Soy yo el que quiero ser follado. Taladrar culos no debe ser muy diferente a penetrar coños, lo que quiero sentir es tu tranca en mis entrañas. ¡Y dale caña!

Oleguer substituyó a Dalmau en el lecho. La vista trasera del hermano mayor no desmerecía de la frontal, con unas nalgas bien paraditas, no tan soberbias como las suyas, pero también muy tentadoras. Jofre enfundó la polla con un condón y se quedó mirándolo por unos momentos. Aunque se lo había pedido, no tenía claro que después no se arrepintiese. Una paja, de acuerdo, pero ¿penetrarlo?  Y si después les gustaba, y querían repetir, ¿cómo se lo explicaría a su novio? De todos modos, a cada momento que pasaba más ganas tenías de probarlo, con ese trasero lujurioso a su merced. Se situó inmediatamente detrás de él y con los dedos ensalivados, empezó a lubricar el orificio.

Unos metros por debajo de donde estaban los hermanos Rovell, Jofre se había despertado. Tenía aún mucho sueño, pero le extrañaba que pasase el rato y sus amigos no le avisaran. Era claro que estaban en la única habitación de la que procedía algún ruido. Se levantó y se dirigió hasta allí. Se le ocurrió que quizás querían darle una sorpresa; por eso, avanzó sigilosamente. La puerta estaba entornada y se oían ruidos extraños que finalmente reconoció. No era lógico, aquello parecían jadeos y gemidos amorosos. Tenía que haber otra causa, eso era imposible. Prefirió no abrir la puerta, se acurrucó y escudriñó con temor a través de la pequeña obertura. Hubiera deseado equivocarse, pero a pocos metros, su novio estaba a punto de follar a su hermano mayor. Quería alejarse de esos degenerados incestuosos, pero el espectáculo le fascinaba. Esos dos cuerpos imponentes a punto de ejecutar algo prohibido… No podía apartar la mirada, fija en ese culo y en el pollón que conocía perfectamente.

El glande de Dalmau ya había superado el ano de su pariente y progresivamente iba penetrando las estrechas cavidades vírgenes. No quería lastimarlo, pero era su hermano quien le apremiaba a atacarlo con mayor violencia. Su rostro mostraba la tensión que sentía, pero no se quejó en absoluto. Finalmente consiguió hundir todo el grueso vergón en las entrañas de Oleguer.

-¿Cómo estás?

-Bien, pero te juro que no vuelvo a dejarme penetrar nunca más. Podía tocarme un pichacorta y resulta que mi hermanito tiene un súper bazuca de acero. ¡Joder, vaya trasto! Pero tú sigue. Yo aguanto todo lo que me echen.  Dale fuerte.

Dalmau siguió al pie de la letra las indicaciones fraternales. Empezó el consabido movimiento de penetración y retirada sobre ese culo tan bien parido, pero animado por Oleguer, lo atacaba cada vez con mayor brío, con estocadas fuertes, rápidas y contundentes, como nunca antes lo había hecho. Le gustaba ese vaivén frenético y viril. Se sentía en la gloria y sus alaridos se combinaban con los berreos de placer del primogénito quien a su vez se pajeaba su cipote con frenesí. Finalmente, empezó a escupir trallazos de esperma a diestro y siniestro, aún con la maciza tranca en sus entrañas.

El invitado seguía detenidamente la evolución de esos dos cuerpos, como tratando de fijar en su memoria esa escena digna del mejor cine porno. No podía contenerse. Rápidamente abrió su pantalón para frotar la polla que ya estaba en plenitud. Se la agarraba con fuerza, como si quisiera imitar la fiereza de las embestidas de Dalmau sobre su hermano. Desgraciadamente su campo de visión era muy limitado y trató de compensarlo aumentándolo un poco. Sus ansias le jugaron una mala pasada. Abrió demasiado la puerta y su repentino chirriar alertó a los amantes.

-Mira, quien nos ha interrumpido. Tu amiguito. Ven aquí –dijo Oleguer, sonriente, recuperando el aliento.

-No, no, yo me voy- respondió azorado Jofre, aún en el suelo.

-No te vayas tan rápido. No me engañas. Te gusta lo que espiabas –le replicó Oleguer burlón, señalando su enhiesto badajo que Jofre intentaba inútilmente de encerrar en el pantalón.

Dalmau apartó avergonzado y preocupado el pollón del culo de su hermano. No sabía cómo justificarse. Jofre le recriminaría lo que había estado haciendo y su relación se haría añicos en pocos minutos. En realidad, los presagios de Dalmau no se cumplieron por obra y gracia de su hermano. Oleguer, sin ningún rubor, avanzó completamente desnudo hasta donde se encontraba su invitado.

-No me digas que no te gusta esto –le dijo agarrándole la mano y obligándole a tocar sus fuertes abdominales y el glande que rezumaba aún su cremosa leche.

-No, no, no quiero hacerlo –gritaba Jofre, pero Oleguer había apartado su mano y el chico seguía tocándole su magnífico cuerpo.

-Seguro que este pollón te recuerda al de tu chico, ¿eh? Tócalo cuanto quieras.

-No, no, no quiero hacerlo- repetía el cerebrín, cada vez más débilmente, vencido y sometido por el placer.

-Jofre, Jofre,  despierta, noi ! –gritó Dalmau.

-¿Cómo? ¿Dónde estoy? –dijo Jofre que se encontró de repente en el sofá del salón, con sus anfitriones a su lado, su novio completamente vestido, zarandeándolo, y Oleguer, con la bata azul marino, que le miraba divertido.

-Estás en Can Rovell , pero no me queda claro si soñabas una pesadilla o algo mucho más placentero–dijo señalando el manifiesto bulto que se le marcaba en los pantalones.

-Te has quedado roque en cinco minutos. Cuando bajábamos las escaleras has empezado a dar gritos. Ibas repitiendo. “No, no, no quiero hacerlo”. Pero no te preocupes. Era una pesadilla. Va, ven a la cama, que estás muerto de sueño –le dijo Dalmau cariñosamente, ayudándolo a levantarse. Jofre estaba aún medio zombi. Entre los dos lo llevaron a la habitación. Al salir de la alcoba, Oleguer llamó a su hermano.

-Mau, sé prudente, no cometas estupideces. Mejor será que te dé esto –le dijo, ofreciéndole unos condones.

-Vale… ¡ moltes gràcies !  -le contestó guardándolos.

-A ver qué sale de todo esto…

-¿Todavía no te lo crees?

-No es eso, simplemente me cuesta hacerme aún a la idea. Compréndelo, todo tan de repente. Bueno, en realidad tampoco es así… Lo intuí hace mucho…

-¿Cómo? No te entiendo.

-Tú no lo recordarás, pero cuando debías tener unos ocho o nueve años, siempre me decías que tu actor preferido era ese guaperas de las películas en blanco y negro, Tyrone Power, y cuando  te preguntaba cuál era tu actriz favorita, tú no sabías qué responder. Después, con los años cambiaste, o como mínimo lo aparentabas…

-No hablemos del pasado. Sólo me interesa el presente. Jofre es majo, ¿verdad? ¿Te  gusta?

-Eso tanto da. Lo fundamental es si os queréis los dos. El resto no importa demasiado… Yo lo único que deseo es que seas feliz. Si tiene que ser así, pues por mí perfecto. Lástima que algún día, en lugar de una cuñada guapa y sexy, aparecerá un tío. ¡Vaya fastidio!

El chico rubio giró un momento la cabeza, pendiente de los ruidos de la habitación.

-Mau, vete ya con él, aunque creo que deberás aplazar vuestra noche salvaje. Va, que te mueres de ganas de estar ahí en lugar de soportar al pesado de tu hermano. ¡Bona nit!

Oleguer entró en su dormitorio un poco preocupado. Mau ya era todo un hombre, pero para él siempre sería su hermano pequeño… Ojalá una relación gay fuese aceptada con  normalidad por todo el mundo.


Después del sueño calenturiento de Jofre, el próximo capítulo describirá el último partido de la Octogonal, y como cualquier final de fútbol estará repleto de sucesos. En esta caso, tanto durante los noventa minutos de partido como después. Os animo a leerlo, a seguir valorando y comentando mi historia. Ah, y ya lo aviso, es el relato de la final, pero de ningún modo el capítulo final de la saga.

A todos aquellos que estéis de exámenes, os deseo mucha suerte.

Moltes gràcies pel suport,

Passi-ho bé,

7Legolas