Jofre, Dalmau y otros (30)

Los chicos pasan el día en una playa nudista. Entre baño y baño, Jofre y Dalmau aprovecharán el tiempo. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXX:  Playa nudista

Jofre se levantó con rapidez, dispuesto a salir de la tienda de campaña en segundos. Había pasado su primera noche con su chico, con Dalmau, pero al despertarse estaba solo. Ansioso abrió la cremallera de la entrada de la tienda y se asomó fuera buscándolo. A unos diez metros, de espaldas, estaba su amigo rubio, sentado sobre un ancho tronco, con la mirada abstraída, ensimismado. Se calzó las botas y sin hacer ruido se colocó detrás de él y le tapó los ojos con las manos.

El chico, después del respingo inevitable por la sorpresa, acarició esas manos intrusas y sonrió.

-Estas manos no son las de Blanca ni las de Oriol… Sí, lo tengo claro, son las deJ ofre, el chico más sexy del instituto.

-No te burles…

-No, es la pura verdad. Cuanto más te veo más me gustas… y lo que más adoro es esto –le replicó, dándose la vuelta rápidamente, echándolo al suelo y sobándole el culo. Entre risas y mimos, retozaron por el prado, jugando con sus cuerpos. Acabaron los dos tumbados, con el pelo  y la camisa llenos de hierbajos.

-Te has levantado muy pronto.

-Y eso que tenía a mi lado el mejor aliciente para seguir en la tienda. Me estaba meando y necesitaba también estirar las piernas.

-Antes estabas muy serio. ¿En qué pensabas?

-En la final del torneo, en siete días me juego mi futuro.

-Pero ya has superado lo más difícil. Ahora sólo te toca marcar goles, y eso para ti es pan comido.

-Sí, pero un partido es imprevisible, y ahora la situación es peor que cuando empezó la Octogonal.

-¿Por? –le preguntó Jofre, muy sorprendido.

-Porque Marc, la estrella del Excelsior, me lleva ahora un gol de ventaja. En su primer partido les tocó el peor equipo de toda la comarca y les endosó seis goles. De todos modos, superaré la situación, soy mejor y lo demostraré en el campo. No puedo fallar. Además hay otro motivo que me anima: Nunca he sido tan feliz como ahora… Te tengo a ti –le respondió con un beso tierno y delicado.

Hubieran seguido toda la mañana con sus arrumacos, pero tenían que desayunar, plegar los sacos, desmontar la tienda de campaña y volver al pueblo de Calella, donde se reunirían con el resto del grupo. No tardaron demasiado y cuando ya dejaban el prado donde habían dormido, Dalmau recibió un sms. Eran buenas noticias. Oleguer, su hermano mayor, ya había  acabado la universidad y había regresado de Grecia esa misma noche.

-Le tienes mucho afecto. Se nota. Cuando hablas de él se te iluminan los ojos…

-No sé… Es muy majo. Haréis buenas migas.

-¿Os parecéis?

-Tú mismo sabrás la respuesta dentro de unas horas. Vendrá a buscarnos.

El empollón hubiese deseado pasar todo el domingo con su adonis rubio a solas, pero debería compartirlo con el resto del grupo, con la colla, y además tendría que disimular sus sentimientos. Eso le sería complicado. Si ver a su chico con camiseta de tirantes y un pantalón bastante corto ya le excitaba, pasarse horas con él desnudo en la playa, y aparentar indiferencia sería una empresa imposible. Sin embargo, no tenía otra opción y en realidad no quería renunciar a disfrutar de la exhibición de todo su cuerpo serrano.

Se encontraron con el resto de la colla en la estación, aunque no llegaron en tren. Al final Joan había conseguido el coche paterno. Eran cinco: el conductor, su novia Teresa, Oriol y otra pareja, Núria y Víctor. Entre los chistes de Uri el grupo se dirigió hacia el faro cercano a la población, asentado en un promontorio de unos cincuenta metros de altura. En su base se abrían pequeñas calas agrestes, con los pinos casi tocando la arena blanca. No era de fácil acceso, uno se hartaba de bajar escaleras pero las dificultades tenían premio. El paraje era realmente encantador y muy tranquilo. Escogieron una cala en la que había, como mucho, unas veinte bañistas, lógicamente en cueros. No se hicieron los remolones y sin manías empezaron a quitarse toda la ropa. Con ellos, el panorama visual mejoraba notablemente. Entre gente mayor y familias con niños pequeños, siete jóvenes esbeltos destacaban sin dificultad, sobre todo, con un mozarrón como Dalmau.

Jofre tenía a su lado el capitán. Lo observó cómo se sacaba la camiseta, y sin ninguna inhibición, pantalón corto y slip. Jofre tuvo que desviar la vista hacia el horizonte porque su miembro se había levantado, todavía cubierto por el pantalón, ante el cuerpo desnudo de ese adonis. Brazos y piernas musculosas, abdominales muy definidos, pecho amplio, rostro angelical y para rematar el conjunto, unos genitales que a pesar de estar dormidos ya manifestaban su dotación.  Realmente a su amigo no le era nada embarazoso estar en cueros en una playa y hablaba con los de la colla , indiferente a las miradas penetrantes con los que algunos, tanto conocidos como extraños, le atravesaban.

El empollón se liberó de la camiseta sin ninguna prisa, eso sí dirigiendo ahora la mirada hacia el lado opuesto donde se encontraba Dalmau. Sin embargo, su cimbrel no volvía a su estado de reposo ahora a causa del striptease de su amigo Joan. Ya había reparado en él en los vestuarios, aunque un tanto eclipsado por los encantos del  angelote rubio, pero realmente se merecía un buen repaso. Era un atleta, competía en salto de pértiga y tenía la anatomía típica de esos deportistas, donde además de piernas  se necesitaban tronco y brazos fuertes para poder elevarse por encima de la pértiga sin ninguna ayuda, a unos cuantos metros del suelo. Además de estar bueno, Joan era guapo, con unos preciosos ojos grises, por lo que optó por cambiar su objetivo una vez más, ahora enfocando las tetas arrugadas de una mujer de unos sesenta años. Se sentó en la arena y con ese espectáculo poco estimulante por fin su polla volvió al redil.

-Va, maco –le apremió Dalmau, volviendo a su lado, deseoso de compartir un chapuzón en bolas con su amigo. Jofre se liberó del calzoncillo sin mirarlo, consciente que tenía su verga a poca distancia y a la altura de su cabeza. Se levantó raudo, salió como una flecha e insólitamente fue el primero en probar el agua. Instantes después lo seguían el resto.

Los mozos se zambullían, salpicaban a las chicas y jugaban a hundirse. Después tocó el turno de la lucha de caballos. Se agruparon por parejas, el más fuerte sería la cabalgadura y el otro el jinete montado con las piernas sobre sus hombros. En esta posición cada jinete trataba de hacer caer a los otros. Unas parejas eran previsibles, las de Joan con Teresa y de Víctor con Núria, pero quedaban tres chicos. El caballo estaba claro, el semental de Dalmau, pero ¿quién sería el jinete: Oriol o Jofre?

El capitán se acercó con una sonrisa al empollón, pero éste se apartó y señaló a Oriol. El caballo le miró un poco contrariado, pero rápidamente facilitó al más bajo del grupo que se montara sobre sus anchos hombros. Muy pronto tres caballos con sus jinetes respectivos estaban a punto. Jofre no se alejó, de hecho formaba parte del espectáculo porque por una vez jugó el rol de su amigo Oriol y divertía al resto con su retransmisión improvisada de los lances del juego. Los chicos se reían tanto por las caídas como por la narración de su amigo. Al principio la lucha no tenía emoción porque Dalmau y Oriol hacían valer su manifiesta superioridad, pero después el combate se animó porque las otras monturas  los atacaban al mismo tiempo. Aún así, las zambullidas de las amazonas eran más frecuentes que las de Oriol. Al locutor le encantaba el espectáculo y realmente envidiaba al canijo que una y otra vez se subía a los hombros del adonis rubio con evidente satisfacción. Él prefería no hacerlo.

Cuando concluyó el combate equino, los chicos continuaron en el agua un rato salvo Jofre que salió para tumbarse en la arena y leer un poco. Estaba enfrascado en una novela de Agatha Christie, pero no consiguió avanzar más que una pocas páginas cuando sus amigos volvieron a tierra firme.  Las chicas con Oriol y Víctor fueron a buscar conchas entre las rocas, pero Joan y Dalmau jugaban a palas a pocos metros. Dos jóvenes apolíneos y sonrientes brincaban, se estiraban sobre la arena, volvían a levantarse, siempre pendientes de la pelota que se iban pasando con las palas de madera. Por un golpe demasiado fuerte, la pelota fue a caer en la toalla de una mujer de mediana edad. Dalmau, sin manías, se aproximó.

-Perdone, señora, ¿puede devolverme la pelota, sisplau ?.

-Toma, guapo. Pero tutéame, que no soy tan mayor… ¿Vienes mucho por aquí? ¿Estáis en el camping? –le respondió con picardía, entregándosela.

-No, estamos de paso, señora.

-¡Qué lástima!  Pues a ver si volvéis que esto está siempre demasiado tranquilo y se agradece el bullicio juvenil.

-No sé, ya veremos. Adéu, senyora, i gràcies.

Dalmau se alejó con su caminar seguro y confiado. Jofre estaba que trinaba. Esa mujer no agradecía el “bullicio juvenil” sino el cachas apostado a su lado. No sabía qué le molestaba más: la mirada descarada de esa mujer, registrando cada músculo de esa adorable anatomía, o la desfachatez de Dalmau, claramente satisfecho de la adoración que suscitaba, con su sonrisa pícara. Y Jofre se daba cuenta que, igual que esa bruja, él no era inmune a los encantos del apolo. Tuvo que darse media vuelta para ocultar aquello que estaba temiendo desde la llegada a la playa: su miembro estaba aumentando, y cuando el atleta retomó la partida con Joan la situación empeoró todavía más. Y no podía abstraerse, sus ojos no le hacían caso y permanecían  absortos admirando el cuerpo de Dalmau desde todos los ángulos y en total claridad. La melena rubia parecía más clara por efecto del sol y su piel un poco morena revelaba una fuerte pero elegante musculatura. Tampoco sus genitales malograban el conjunto; todo lo contrario, lo resaltaban. Y como  guinda de ese pastel de carne, su espalda en forma de V culminaba en dos nalgas rotundas y altivas que tanto él como otros bañistas contemplaban alucinados. Finalmente, Jofre decidió cerrar los ojos y optó para echar una cabezadita.

Le parecía que sólo habían pasado unos segundos cuando una mano firme le acarició la espalda y oyó una voz grave que le susurraba.

-Va, Jofre, despierta. Quiero disfrutar contigo de este día de playa –le dijo suavemente Dalmau, de cuclillas a su lado.

Jofre abrió los ojos, topándose con la mirada celeste e inquisitiva de su amigo.

-¿Qué te pasa, maco ? ¿He hecho algo que te moleste?  Parece como si me evitaras.

-No… bueno… lo que ocurre es que estar en pelotas…

-¿Te incomoda?

-No, lo que me pone a mil es tener tu cuerpo a un palmo y no poder catarlo.

-¿Tan solo es eso? –preguntó Dalmau con una sonrisa en el rostro.

-Me encantaría poder estar contigo a solas y…

-Eso podemos arreglarlo ahora mismo. ¿Por qué crees que escogí esta playa en concreto? Porque es muy agreste, donde uno puede esconderse sin demasiado esfuerzo…

-Querría perderme contigo detrás de alguna roca ahora mismo. Ya sé que es arriesgado, pero…

-No te preocupes, no nos encontrarán. Va, rápido, coge la toalla y levántate. Ahora estamos solos.

Los dos chicos subieron una cuesta empinada y tras encaramarse sobre un peñasco, saltaron al otro lado, protegidos de los mirones por esa roca soberbia. El terreno que pisaban acababa en una abrupta pendiente. No los molestarían, seguro. Se estiraron en el suelo y empezaron a besarse. Sus lenguas se saludaban cómodas y ansiosas. Había pasado sólo una semana desde su primer beso en el cau de Oriol y a Jofre le parecía imposible porque ya era todo un adicto, y cuanto más le besaba más ganas tenía de repetirlo y de desgastar sus labios con el roce continuado de la boca y la piel de su adonis. Empezaba a creer que aquel poema latino leído en la biblioteca no era ninguna exageración y sólo deseaba poder superar los tres mil besos que el poeta  Catulo pedía a su amada.

Dalmau estaba contento con su nueva pareja. No era como las anteriores. De acuerdo, era su primer chico, pero no quería ningún otro. Le comía la boca, restregaba su poderoso pecho contra el suyo, le sobaba el cuello y los brazos delgados  y jugaba a tocarle la barriga, lo que indefectiblemente provocaba cómicos temblores en su chico, que apurado miraba de escapar de los dedos ágiles de su titán. Después Dalmau se centró en sus tetillas, primero tocándolas suavemente y más tarde substituyendo los dedos por la lengua y los dientes, respondiendo Jofre con jadeos y gritos de placer. De todos modos, el empollón no era el muñeco del atleta rubio. Eso le aburriría, le gustaba cómo a veces actuaba de manera resuelta y tomaba la iniciativa.

-¡Las manos quietas!-ordenó Jofre, sujetándole con firmeza las muñecas. Lógicamente Dalmau podía librarse de su agarre en un santiamén. Cualquiera se daría cuenta, pero como un tigre con sus cachorros, le dejaba actuar, satisfecho de su proceder. El empollón, con las manos ocupadas, acercaba su boca a los abombados pectorales del capitán. Tenían algo que los hacían irresistibles. Su amplitud, su prominencia, sus formas redondeadas, ese ancho espacio triangular en la parte inferior entre los dos pectorales… O era eso o las notorias aréolas con esos soberbios pezones que reclamaban sus cuidados. Y no se hizo rogar.  Como un ternero chupó la tetilla fuerte y sensible mientras deslizaba sus manos tronco abajo para acariciar ese durísimo vientre, bajando sin prisa los esculpidos abdominales. Le gustaba contemplarlos, pero lo mejor era tocarlos y sentir su firmeza. Al final del descenso sus dedos toparon con la  densa maleza rubia que anunciaba el grueso y alto carajo, ya en plenitud.

Aunque continuaba mamando los macizos pectorales, no pudo resistirse a palpar a ciegas la formidable columna de su semental. Como siempre: altiva, venosa, caliente… Finalmente dejó las tetillas para ocuparse de ese magnífico cimbrel. Dado que su amigo no quería ser un convidado de piedra, él también cogió la polla de Jofre. Uno y otro, colocados en sentido contrario, empezaron a chupar ávidamente sus genitales.

Dalmau ya no sentía ninguna aprensión en comerse la polla de su amigo, es más, ahora paladeaba el sabor de esa minga. Mientras una mano jugaba con sus pelotas, la otra había descubierto el glande que acariciaba alternativamente con los dedos y la lengua. Adoraba su tacto suave y esponjoso y muy pronto llegó el turno de su boca que devoró el capullo en un abrir y cerrar de ojos. Sentía el líquido preseminal caliente  combinándose con su saliva. Mantuvo el glande dentro de él al tiempo que frotaba el tronco del pene, tan liso que incluso temía que con su ardor pudiese lastimarlo. Por un rato dejó tranquilo el capullo para engullir los testículos del cerebrín.

El capitán del equipo demostraba que era un amante que aprendía rápido y sus toques y lametones eran cada vez más inspirados, por lo que Jofre ahora tenía un doble objetivo: superar la excitación que le provocaba su compañero para poder concentrarse en lo que realmente deseaba: conseguir que Dalmau eyaculase en su boca. Estaba sediento ya no sólo de sus besos, deseaba aún más esa abundante y rica leche espesa y viril. Nunca tendría bastante y se afanaba con determinación en devorar la tranca más larga y gruesa del instituto, sintiendo el palpitar de las venas que lo circundaban. Tragaba con ansias porque quería recuperar el tiempo perdido y aprovechar al máximo esa nueva oportunidad de disfrutar con él, como temiendo que tanta felicidad no pudiese durar largo tiempo. Por fin descansó. Lo había conseguido otra vez, sus entrañas guardaban el largo cetro del ídolo del instituto. Lo sentía dentro y gozaba de esa sensación.

Se había tragado su cipote, tamaño XXL. Jofre no dejaba de sorprenderle. Era un fenómeno. Ante tanta estimulación él no tardaría en correrse y se aplicó otra vez en el glande y el tallo, ahora frotándolos con ardor. Tanta fricción consiguió su propósito. Jofre empezó a gemir entre trallazos de crema blanca que escapaban de su verga. Poco después fue el futbolista quien colaba goles de crema blanca en las entrañas de su amante.

De repente, una voz alteró todo el ambiente.

-No, no podemos seguir, Teresa. El camino está impracticable –gritó Joan a poca distancia. El joven, trepando por la pendiente abrupta, había alcanzado el terreno donde estaban estirados sus compañeros de clase. Tan sólo les separaba de ellos unos cuantos arbustos, eso sí, bastante frondosos.

-¿Cómo que impracticable? ¿Pero si me has dicho antes que en dos o tres minutos llegaríamos? –le respondió su novia desde abajo.

-Ya sé lo que te he dicho, pero no tenía ni idea de lo que encontraría y esto está lleno de cactus.

-¿Cactus? Aquí al lado del mar no hay cactus.

-Bueno, pues no serán  cactus pero hay plantas llenas de pinchos. Sube si quieres, pero después no me taladres si sales con las piernas llenas de arañazos.

-Ya sabía yo que no era buena idea eso de hacer de Indiana Jones. ¿Dónde está el lugar tranquilo donde disfrutaríamos los dos solos?

-¿Cómo puedes decir eso? ¿No eras tú la que me reclamaba un lugar más íntimo para que no pudieran vernos? Definitivamente, por aquí no podemos seguir –su chico le respondió, siempre sin perder los nervios, probando  de descender sin romperse la crisma.

- !Compte! Ten cuidado, Joan. ¡Que quiero casarme contigo!

El pertiguista hábilmente bajó con rapidez. Dalmau y Jofre se habían mantenido en silencio y quietos, respiraron aliviados cuando desapareció.

-¿Nos habrá visto? –preguntó Jofre.

-No lo sé. Esos arbustos nos tapan bastante, y además estamos tumbados. Yo creo que ha visto dos cuerpos follando, y ha decidido marcharse. Dudo que nos haya reconocido.

-¿Seguro?

-No puedo estarlo, pero lo mejor será que volvamos a la playa. No te preocupes.

-Quizás sería conveniente que nos separemos un poco hasta la hora de comer.

-Como quieras –respondió Dalmau- Yo iré con Joan y Teresa. Quiero ver cuál es su reacción cuando esté con ellos. Bueno, eso siempre que los encuentre. Me parece que durante un rato esos dos follarán como conejos.

Al llegar a la playa, Jofre buscó a Oriol. Tenía la virtud de conseguir disipar sus preocupaciones. El empollón se sentía un poco culpable. Si no se lo hubiese pedido al capitán, no habrían subido hasta el peñasco  y… Ahora las lamentaciones no servían de nada. Deseaba creer que Joan era un tío majo y si los había descubierto, no lo revelaría a nadie, pero eso era mucho suponer.

-Hoy no tendrás que pagar billete para volver a casa –le dijo Oriol.

-¿Cómo? No te entiendo.

-Sí, hombre, sí. Podrás usar mi tren –le respondió, enseñándole la locomotora y los dos vagones que había esculpido en la arena- ¿Te gusta?

  • Es una pasada, Uri. Tienes un talento especial.

-Va, ayúdame a hacer otro vagón, y participarás en los beneficios de mi empresa de ferrocarriles, je, je, je.

Los dos se pusieron manos a la obra. Iban moldeando la arena mientras comentaban las historias del instituto.

-Me encanta este domingo. Hacía meses que no me lo pasaba tan bien. Sin Blanca todo va mucho mejor. Seguro que está en casa de Ester, su amiguita del alma.

-No, Blanca se ha ido a Port Aventura. Lo dijo el otro día en la biblioteca.

-Bueno, cuanto más lejos, mejor. Seguro que tardará mucho tiempo en encontrar un nuevo novio.

-No, ahora sale con David.

Oriol se quedó en silencio. Estaba acabando el techo del vagón, pero muy pronto le pidió a Jofre que lo terminara él. Tenía mucho calor e iba a darse un chapuzón. Las últimas palabras de su amigo le habían dolido. Su chico tenía otra novia formal y esta vez había escogido a la única chica que detestaba. David debía creer que era idiota. El último en enterarse, como siempre. ¡Maldito cabrón! ¿Por qué David no podía comportarse como Dalmau o Núria? De acuerdo, su cuerpo macizo marcaba su carácter chulo y prepotente, pero el capitán tenía el mejor físico del instituto y a pesar de eso siempre era atento y amable con él. Estaba harto de esa situación, harto de ser ,para David, sólo un estúpido pelele con un culo follable.

Pasaron las horas. A las cinco Dalmau había quedado con Oleguer en la entrada del pueblo. El atleta rubio nunca llegaba tarde y ese día con mayor razón, ilusionado por volver a ver a su hermano, diez minutos antes ya estaba en el punto de encuentro. Jofre con Víctor y Núria iban un poco rezagados y se detuvieron en una tienda donde vendían postales. Por eso, cuando llegaron, descubrieron a Dalmau estrechamente abrazado con su pariente. Se acercaron. El capitán se separó de él para irlos presentando, aunque algunos como Oriol y Joan ya eran viejos conocidos. Jofre se quedó alucinado. Sin duda  Oleguer era hermano de Dalmau. Moreno, un poco más bajo y fornido, pero luciendo la misma figura atlética y un rostro adorable. No tenía que pensar eso, pero le habría encantado que les hubiese acompañado en la playa nudista. Imponente… Jofre seguía abstraído cuando el capitán le presentó a su hermano. Oleguer le sonrió de manera muy cordial al darle la mano

-Por fin conozco al famoso Jofre, el autor del milagro.

-¿Cómo?-respondió, volviendo a la realidad un poco nervioso ante esos ojos hermosos, vivaces y profundos que le observaban y esa mano vigorosa que agarraba la suya.

-Sí, home , tú has hecho posible que juegue el torneo. Tú eres el verdadero crack.  Te agradezco mucho lo que has hecho por Mau.

-Yo sólo le he ayudado un poco. El mérito es suyo. ¿Le llamas Mau?

-Sí, es el mote familiar. Cuando era pequeño, no conseguía decir su nombre. Sólo pronunciaba la última sílaba.

-No hace falta que le expliques  todas las intimidades –replicó Dalmau divertido- Y seguro que Oriol me recordará ahora el mote con que me llamaba de crío.

-Ah sí, ¡ Gat !. Su hermano le llamaba Mau, y a mí se me ocurrió ponerle “Miau”, y de ahí vino lo de gato.

-Siempre tan ingenioso, Oriol. Cómo se nota que vives en tu nube, sin problemas. Te envidio –dijo Oleguer.

-No me quejo –respondió Oriol, con una sonrisa en el rostro.


Se acerca la final del torneo de fútbol. En la víspera Jofre irá a cenar en casa de Dalmau y Oleguer. Una comida fantástica aunque lo mejor será la compañía y la sobremesa posterior. Poco a poco va avanzando la historia y, como siempre, debo agradeceros vuestra lectura, vuestras puntuaciones y comentarios. El capítulo 31, en junio. Espero que no faltéis a la cita.

Moltes gràcies,

A reveure,

7Legolas