Jofre, Dalmau y otros (3)

A veces las travesuras de chicos de 17 años son más placenteras que las de los niños. Algunos no pueden controlar sus hormonas durante las clases del instituto. Sucede en algún lugar de Catalunya.

Capítulo III:  CLASE DE DIBUJO TÉCNICO

Antes de empezar la clase, Jofre hablaba con Oriol, el amigo de Dalmau. Mejor dicho, reía con él porque Oriol era muy alegre. Siempre risueño, nunca callaba y explicaba  mil anécdotas divertidas con las que la gente se tronchaba de risa. Cuando Jofre estaba hasta la coronilla de la dichosa Blanca, iba a su encuentro para rajar de ella y redescubrir el lado alegre de la vida. Con él estaba más cómodo que con Dalmau. Por un lado, podía ser más espontáneo, sin miedo a meter la pata; y por otro, no se sentía perforado por la permanente e irritante mirada envidiosa e inquisidora de Blanca.

Escuchaba una nueva ocurrencia de Oriol cuando observó algo que le extrañó. Pep, que hasta entonces se había relacionado con muy pocos de la clase, estaba platicando animadamente con Gabriel, de la camarilla de Dalmau. Era curioso. Pep era bastante reservado. Sinceramente, no veía muchos puntos de contacto entre esos dos. Física y mentalmente no pegaban. A Jofre le gustaba comparar sus conocidos con animales: identificaba Dalmau con el tigre, Pep, con una jirafa y Gabriel tenía el cuerpo fuerte y orondo del oso. Y Blanca, como no, sería la víbora. Gabriel se pirraba por los juegos de rol y la fotografía, y a Pep … ¿Qué demonios le gustaba a Pep?

Jofre dejó de pensar en eso cuando Dalmau le llamó. ¡Qué maravilla! Hacía una semana no le conocía y ahora requería su presencia. Adoraba acercarse a él y poder extasiarse con ese rostro y cuerpo divinos. Estaba de pie apoyado en un pupitre, calzado con unas Puma Podio marrones, las únicas apropiadas para un gran depredador como él, y pantalones del mismo color, un poco ajustados y que lucían sus muslos clase VIP. Lástima de sudadera que no dejaba entrever el cacho de torso que tenía. El adonis rubio le miraba con ojos azules seductores y a Jofre le encantaba sentirse traspasado por esa mirada que le derretía el cuerpo. Aunque ahora fruncía el ceño y cuando esto pasaba, algo le rondaba por la cabeza… y no sabía si eso le gustaría.

-¿Has visto el top de Ester? ¿Y la falda corta de Blanca? Yo estoy como una moto. Con la primavera, sus vestidos son cada vez más cortos y me muero de ganas de echar cuatro polvos, pero no puedo... Claro que tú podrías ayudarme otra vez. Tengo un plan, noi .

-No me vengas con historias. No empecemos otra vez. Lo hice ayer porque te vi apuradillo pero no quiero convertirme en tu masturbador oficial, respondió Jofre.

-¡Shhh! Habla más bajo… Te presentará a quien quieras, te daré entradas para todos los partidos… pero, ayúdame, por favor.

Jofre dudaba de cómo actuar e hizo un amago de irse. Dalmau lo interceptó rápidamente, agarrándole por la cintura, con sus ojazos y su voz más dulce. Ante ese triple ataque, sintiéndose deliciosamente aprisionado por su ídolo, Jofre no supo negarse. Cedió fácilmente, aunque esta vez puso una condición.

-De acuerdo yo te ayudo, pero tú también me ayudas, que eso no incumple ninguna de tus promesas de boy scout . Estoy harto de quedarme en ayunas. O me pajeas o no hay trato.

-Vale, OK. Pero no puedo esperar hasta la tarde. Lo haremos durante la clase de dibujo.

-¿Pero qué dices? ¡Estás enfermo, peor, estás loco! ¡Ni lo sueñes!

-Cállate, tontín. ¿No confías en mí? Tú no te preocupes. Lo tengo muy bien planeado. Ahora te explico…

Toda la mañana estuvo dándole vueltas al plan de su colega. Sobre el papel parecía válido, pero siempre aparecen imprevistos y las cosas se tuercen. A medida que se acercaban las dos horas de dibujo, Jofre tenía un mal presentimiento, se sentía como si fuera una oveja camino del matadero. Barruntaba quién podía ser su carnicero: algún profesor sin clase, la fisgona de Blanca, la mujer de la limpieza, el conserje… Tan preocupado estaba que se planteó hablar con Víctor, su mejor amigo, el único hetero que conocía su secreto, pero lo desechó. No quería involucrarlo.

La clase de dibujo técnico estaba en la otra ala del instituto. Era una sala grande y alargada, con una treintena de mesas de arquitecto, de esas que pueden inclinarse para dibujar con mayor facilidad. La señora Rocablanca era la profesora, una mujer afable y tan cándida que la llamaban la Paloma. En sus clases siempre reinaba un cierto barullo. Tal como habían planeado, Dalmau salió para ir al baño a media clase, después de la revisión de las láminas, y unos minutos más tarde le siguió Jofre. El piso de arriba estaba desierto porque los de primero de bachillerato habían ido de excursión a Banyoles y, lo mejor de todo, dirigía la expedición el señor Ferrer, el prefecto de disciplina, un hombre duro y más feo que Picio.

Con precaución Dalmau subía por las escaleras. Si se encontraba con cualquier profesor no sabría qué decirle. Se le daba fatal mentir. Todo parecía en orden, pero estaba preocupado. Con cada peldaño de la escalera aumentaban los nervios y le costaba más subirlos. Dalmau le había dicho antes que la clase de 1º A estaba abierta, pero a él no lo había visto por el pasillo. Quizás lo esperaba dentro. No oía ni veía nada. ¿Y si no estaba, y si el señor Ferrer no se había marchado y lo había descubierto, y si…? El corazón le latía con fuerza. Maldita la hora en que había accedido a los deseos del chulo de Dalmau. Malditos ojos celestes. Al fin se decidió. Empezó a girar el pomo de la puerta cuando…

-¡Eh, usted!, Qué diablos está haciendo –una voz áspera y grave le sorprendió. Estaba muerto de miedo. Giró la cabeza, sudoroso, y allí, detrás de un ficus del otro lado del pasillo, estaba Dalmau partiéndose el pecho.

-¡Tu eres  subnormal perdido o qué! Casi me muero del susto. Me vuelvo abajo. ¡Imbécil! ¡Cacho gilipollas!

-No, espera. Perdona, Jofre . He sido un cabrón, pero es que me lo has puesto tan a huevo. Perdona, de verdad. Va entra, por favor, y así descubriré tu pequeño tesoro, je, je,je.

Jofre no podía enfadarse con Dalmau y menos, cuando estaba a punto de disfrutar de su cuerpo. Lo deseaba tanto. No encendieron la luz. Se sentaron en el suelo en la pared contigua al pasillo. De esta manera no había peligro de ser descubiertos.

-¡Qué divertido! Aquí, como colegiales en medio de una travesura.  Qué, ¿presentamos a nuestros hermanitos? –dijo Dalmau, sonriendo- Va, no te hagas el remolón, noi . Bajátelo, que no tenemos mucho tiempo.

Jofre obedeció sin rechistar. Se levantó ligeramente para poder sacarse el pantalón hasta la rodilla, y allí estaba su hermanito en forma, dentro del calzoncillo. Dalmau había hecho lo mismo. Su miembro ya estaba medio parado, el de Jofre a reventar.

-¡Caramba con el hermanito! No es tan pequeño como parecía. No sé quién de los dos tenía más necesidad de un revolcón, ¡eh, pillín! A ver, una vez presentados, lo educado es darse la mano.

Dalmau empezó a tocar sin tapujos el paquete de su amigo. Primero lo sobaba a través del calzoncillo, pero muy pronto prefirió destapar el regalo. Sin manías agarró el mástil, lo agitó repetidamente de delante a atrás, y  después comenzó pausadamente a cubrir y descubrir el capullo. Mientras, Jofre decidió hacer también los honores a su regalo de Reyes. Pero antes quiso acariciar una de las potentes piernas del capitán. Claramente dibujados los músculos, sus dedos caminaban por la piel firme y dura de su abombado muslo. Era divino.

-Me parece que andas un poco despistado-advirtió Dalmau- Mi hermanito está un poco más arriba. Ve al grano, noi .

La verga de Dalmau, medio oculta bajo un eslip negro, fue liberada sin más dilación, pero antes de masturbarlo destapó el glande y recorrió con el pulgar todo su borde hasta el frenillo para después llevarse el dedo a la nariz y aspirar su perfume embriagador. Ese intenso aroma viril y salvaje aumentaba la excitación que los trabajos de Dalmau le causaban.  El capitán del equipo sabía muy bien lo que hacía. Se entretenía con los testículos poco peludos de su compañero, reteniéndolos en sus manos, pasándoselos de unos dedos a otros, llegando con sus caricias hasta el perineo.  Ahora con dos dedos pinzaba el glande y lo rozaba con sus uñas para ponerlo más caliente, ahora bañaba con saliva la cabeza del hermanito de Jofre y así exploraba el terreno más cómodamente, ahora con una mano agarraba el tallo mientras con la palma de la otra frotaba el rojo capuchón con delicados movimientos circulares.

Jofre se sentía muy bien entre las atenciones de Dalmau y el gran carajo que tenía ante sus ojos. La torre de carne se había ya despertado y lo saludaba plenamente enhiesto y potente. ¡Qué verga tan alucinante! Ansiosamente recorría toda su longitud y grosor, palpando las gruesas venas que lo atravesaban y disfrutando de su calidez. Acariciaba sin cesar la piel tensa y suave del falo, que rodeaba y presionaba con sus dedos. Después colocaba el fuste macizo entre las dos manos y lo frotaba hacia delante y hacia atrás, como los antiguos encendían el fuego, que ya prendía internamente en el cuerpo de su titán. Adoraba aquellos cojones, como bolas de golf, tan compactos y repletos como ayer, acariciándolos y sopesándolos. Le alucinaba ese precioso glande rosado del cual manaba un líquido transparente y donde patinaban felices sus dedos. Jofre empezó a sentir como Dalmau imprimía un movimiento frenético a su miembro, que interrumpía sólo para ensalivar sus dedos. La frecuencia era cada vez más alta. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo. Y simultáneamente quiso seguir el ritmo endiablado con la tranca de Dalmau, pero le era difícil rematar la faena por la excitación creciente que sentía. No conseguía coordinar los movimientos ante los estímulos y las oleadas de placer que el adonis rubio generaba en su  cimbrel con toques magistrales. Finalmente no pudo resistir más y su polla empezó a expulsar trallazos de esperma que le transportaron al edén. Pocos minutos después, agradecido, reanudó la labor estimulante en el cuerpo de su compañero. Era delicioso jugar con aquel miembro tan potente y oír a su lado los dulces gemidos de su orgulloso propietario. Le fascinaba ver como aquella figura armónica, que irradiaba siempre seguridad, el tigre que conocía se transformaba en un cervatillo tembloroso y vulnerable que ahora tiritaba. Sin embargo, Jofre no abandonó la manga pastelera de su amigo hasta que espesas capas de nata cubrieron sus manos. Una nata cremosa y caliente, que, como la de su propia manguera, manchaba las baldosas de su alrededor. Después del diluvio, Dalmau continuó sentado, recuperándose del esfuerzo, con los ojos entornados y la respiración aún entrecortada.

-¿Bueno, eh, noi ?-dijo Dalmau, con una sonrisa triunfal- Y eso que he perdido mucho la práctica, pero es que de chaval era todo un maestro. Me la pelaba a todas horas. Divino, sí señor. Y tú tienes un manubrio muy interesante. Cuando quieras se lo comento a Ester o Teresa, y ya no te dejarán en paz.

-Para ya con el discursito. No quiero a nadie. Esto lo he hecho por mí. Me encanta que me la casquen. Además, ¿cómo se lo explicarías? ¿Qué les dirás? ¿He masturbado a Jofre y me ha sorprendido: la tiene más gorda de lo que suponía? Va, hombre, por favor.

-Lo siento. No me hagas caso. Pero es que me ha entusiasmado. Ha sido una pasada esta tocata a cuatro manos. Además cada vez me caes mejor. Y me ha recordado mis días de chaval, cuando con mis colegas, nos metíamos mano y nos hacíamos pajas en clases como esta. Repetir los juegos de entonces es como desear que, con el tiempo, tú seas como ellos… Olvídalo, no me hagas caso: a veces digo tonterías…

Y Jofre no quiso o no supo decir nada. Estaba emocionado. Dalmau le mostraba afecto. Nunca sería lo que él deseaba, y no podía engañarse, pero le conmovieron aquellas palabras que desearía no olvidar nunca. Después de limpiar el suelo y la pared de los restos de la corrida, su compañero fue levantándose con cuidado para otear el horizonte. No había moros en la costa.  Jofre se incorporó al lado del rubio y macizo capitán que le cogió por el hombro, mirándole fijamente a los ojos, pero serio esta vez. Jofre sudaba, cautivado por ese rostro angelical.

-Todavía puede fracasar la operación. No se confíe. Después de la victoria, la tropa debe volver sana y salva al punto de partida, y las fuerzas enemigas tienen ánimo de revancha. Yo me adelantaré unos metros. Si veo algo sospechoso, le haré un gesto con la mano para que se esconda. Bueno, recluta, obedezca mis órdenes escrupulosamente- dijo Dalmau en un falso tono marcial, y salió al pasillo con sigilo.

Jofre admiraba a su capitán que se internaba en territorio enemigo con valor, atento a cualquier ruido. Su poderoso cuerpo se movía con una elegancia y agilidad increíbles. El soldado cumplía las indicaciones del oficial y seguía miméticamente todos sus movimientos. Ya habían bajado las escaleras cuando de repente el capitán avisó al recluta que no se moviera. La puerta del ascensor se había abierto y había aparecido ¡El temido señor Ferrer! Le acompañaba un chico con el brazo en cabestrillo. Dalmau, ya fuera de peligro, volvió sobre sus pasos para que el prefecto no se fijara en Jofre.

-¿Qué hace fuera de clase, señor Rovell?-preguntó el prefecto de disciplina con cara de pocos amigos.

-Profesor, es que me he hecho un corte y he ido al dispensario para curármelo-respondió Dalmau enseñando el pulgar con un apósito.

-¡Vaya por Dios! Hoy parece el día de los accidentes. Vuelva a clase, señor Rovell. No se demore. No le conviene-dijo el señor Ferrer, entrando con el chico en su despacho.

Finalmente, sin más percances llegaron los dos delante de la clase de dibujo.

-Por los pelos, eh, noi ? –dijo Dalmau, satisfecho, despeinando a su compañero- Ahora tú entrarás por esta puerta y después yo lo haré por la central. Falta todavía media hora de clase. A pesar de la aparición inesperada del maldito general Bulldog, no hemos tenido bajas, sólo pérdidas gloriosas de leche. Suerte de nuestra arma secreta.

-Sí, perfecta –enseñando Jofre, triunfante, también su dedo “malherido”- pero me queda todavía una duda. La Paloma no se habrá enterado de nada, como siempre, pero tus amigas Blanca, Ester y Laura te habrán echado mucho de menos.

-No lo creas. Estos días hay revisión médica y a las tres les tocaba hoy, durante la clase de dibujo.

-¡Eres un genio, Dalmau! Te admiro. No sé te escapa nada. Lo controlas todo.

-Todo no. Por desgracia, todo no.

Dalmau empezó a alejarse con su andar seguro y Jofre no quiso abrir la puerta todavía. Estaba hipnotizado por la figura apolínea del capitán, fijada la vista en los dos globos pletóricos y pujantes que llenaban con contundencia los recios vaqueros. De repente el adonis giró su cabeza y le dijo:

-A propósito, este domingo cinco o seis de la clase iremos a la playa de Altafulla para el trabajo de biología. Si te apuntas, el tren sale a las nueve. Tú mismo. ¡Y entra ya, noi ! ¿A qué esperas?


Gracias por los comentarios y los ánimos. Es mi primera historia y uno va aprendiendo sobre la marcha. En el próximo capítulo introduciré nuevos personajes. Hasta la próxima. ¡Adéu!