Jofre, Dalmau y otros (29)

Jofre y Dalmau salen de acampada. Por fin pasarán su primera noche los dos solos. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXIX:  De acampada

Jofre salió de casa cargado con la mochila y la tienda de campaña. Siempre se hacía el propósito de llevarse sólo lo imprescindible y no sabía cómo acababa acarreando mucho más de lo necesario. Tenía el tiempo justo para llegar a la estación donde había quedado con Dalmau, el capitán del equipo de fútbol y sobre todo su flamante novio. No podía contárselo a nadie, pero era su chico y podía follar con él, eso era lo realmente importante.

A medio camino vio en una bocacalle dos chavales que se alejaban y que conocía perfectamente aunque solo los viera de espaldas. Eran sus amigos Oriol y Núria. ¿Dónde diantre iban a esas horas? Algo se llevaban entre manos. Les veía muchas veces marcharse juntos después del instituto. De buena gana les hubiera seguido, pero no podía llegar tarde a la estación. El tren no le esperaría. Avivó el paso y entró en la estación cinco minutos antes de la hora convenida. Dalmau no había llegado aún, lo que aprovechó para practicar una costumbre de todos sus viajes. Revisar todos los bolsillos y aberturas de la mochila para comprobar que no se hubiera olvidado nada importante.  Bueno, más que una costumbre era una manía porque esa comprobación la había hecho ya ayer noche antes de acostarse.

Un chaval moreno, con unos ojos grandes y expresivos, examinaba el contenido de su equipaje, indiferente al barullo de la estación. Dalmau, que acababa de entrar, lo miraba, satisfecho especialmente de la vista con que lo obsequiaba. Estaba cerrando el bolsillo superior de la mochila y el capitán podía admirar su culazo redondo que ojalá algún día pudiese estrenar. Se le acercó y golpeó levemente una de sus nalgas. Jofre se sobresaltó y se volvió de inmediato, muy sorprendido.

-Ah, ¿eres tú? –le dijo aliviado.

-Claro ¿Quién si no? Va, dame un abrazo.

Diez minutos más tarde el tren llegó con puntualidad suiza. Subieron sin problemas, pero lo de encontrar sitio estaba más peliagudo. Al final ocuparon dos asientos separados por el pasillo central. Como mínimo podrían charlar sin problemas porque ningún pasajero estaba de pie entre ellos.  Cuando se sentó Jofre pudo observar el asombro que había suscitado Dalmau entre sus compañeras de viaje. Tres mujeres de unos treinta y tantos habían enmudecido al verlo entrar. Les había preguntado si el sitio estaba libre y las tres, a coro y sonrientes, se lo confirmaron. El rubio atleta colocó entonces la mochila en el portaequipajes y la bolsa de la tienda en el hueco de su asiento aunque las mujeres tardaron en reanudar su cháchara, absortas en el modelo cachas que tenían tan cerca. Ya sentado, lógicamente Dalmau estuvo charlando con su amigo antes de echar una cabezadita. El entreno de la mañana había sido duro y estaba hecho polvo. Jofre empezó a leer aunque, divertido, miraba de soslayo a esas mujeres que no dejaban de hablar y de examinar disimuladamente al ángel dormido a su lado.

El viaje transcurrió sin incidentes y al llegar a la estación del pueblo de Calella bajaron los dos mozos con sus bártulos. Dalmau cargaba también con la tienda, pero parecía por sus andares ligeros que la carga no le abrumaba. Llevaba una camiseta de manga corta amarilla y unos tejanos cortados a medio muslo, protegiéndose del sol con gafas oscuras y una gorra color pistacho.

-¿Nos damos un  bañito? –le preguntó a Jofre, mirando la playa cercana.

-¿No tendríamos que buscar antes un lugar para dormir?

-No te preocupes Tenemos tiempo de sobra. Yo me muero de calor. ¡Babau, l’últim! –le dijo mientras echaba a correr con toda su impedimenta hacia la arena.Jofre le imitó aunque no podía seguir su paso con el peso de la mochila. Cuando llegó a la arena, su compañero ya se había descalzado.

-¿Tienes bañador? –le preguntó Dalmau.

-No, me dijiste que íbamos a una playa nudista.

-Tienes razón, pero la playa nudista está a un kilómetro, detrás de ese peñón que hay a tu derecha. No te preocupes, yo me he traído dos bañadores por si nos apetecía darnos un remojón aquí, cerca de la estación –le respondió, sacando de la mochilla dos Speedos, uno rojo chillón y el otro, azul y amarillo.

Jofre se decantó por el polícromo. La elección no era casual. Era el bañador que el atleta rubio usaba en las clases de natación y quería llevar puesto aquella prenda que había cobijado los genitales de su ídolo. No tenía claro la causa, pero su polla despertó de su letargo. O era el suave tacto del bañador de lycra o esa deliciosa sensación de vestir la prenda favorita de su amigo o la visión de Dalmau que estaba ante él, con el Speedo rojo y su cuerpo diez. No quiso demorar más su entrada en el agua para evitar que el bulto de su bañador fuera escandaloso. Dalmau se zambulló, empezó a bracear y a alejarse de la playa mientras su compañero iba entrando en contacto con el mar mucho más gradualmente, tratando de acostumbrarse a la temperatura del agua. Pasados unos minutos sumergió la cabeza, la única parte todavía seca, antes de nadar hasta donde se encontraba su amigo.

Les cubría el agua, pero eso no fue obstáculo para que Dalmau le recibiera con un abrazo y estampara un beso en sus labios al que siguieron muchos más, cada vez cargados con más deseo. Sus cuerpos se unían y las mingas de sus bañadores reclamaban mayor espacio. Uno y otro no cejaban en sus besos y caricias e iban cambiando sus objetivos: la boca, el cuello, la mandíbula, las orejas, la nariz… Cuanto más se besaban más ganas tenían de seguir haciéndolo y de ir más allá, pero no era el lugar más idóneo. Una plancha de windsurf se les acercó demasiado e incluso para Dalmau aquel ejercicio tan estimulante era también agotador. Al final decidieron ir  más cerca de la costa, donde tocasen suelo, si bien desgraciadamente también era la zona más concurrida por los bañistas. Sin otra opción, aplazaron por un rato sus deseos. Dalmau fue hacia tierra firme, pero Jofre se mantuvo en el agua.

-¿No vienes?

-Me espero un poco hasta que se me baje.

-Pues yo paso –dijo el cachas rubio, caminando resuelto hacia la arena. Como siempre, su figura no pasó inadvertida para muchos bañistas. Era lógico si a sus atractivos habituales –rostro hermoso y cuerpo atlético- se añadía el bultazo que se le marcaba en el Speedo. Con sus andares seguros, el tiarrón llegó donde habían dejado las mochilas y se secó de pìe, exhibiendo su poderío físico. Esa noche probablemente sería el protagonista de las fantasías sexuales de su público. Minutos más tarde apareció Jofre que  se tumbó rápido sobre la toalla extendida. Tomaron el sol un rato. Jofre estaba feliz, entre el frescor del agua, el sol suave de media tarde y su adonis, estirado a su lado, ahora de espaldas con el bañador que ceñía tenso las potentes nalgas del futbolista.

-He leído que en Calella hay algunos campings, uno muy cerca de la playa nudista.

-Sí, lo sé, pero hoy no quiero ir a ninguno. Esta noche quiero que estemos solos. Estoy cansado de tener que ir escondiéndonos y de contenerme para no ser pillados.

-Vale, me gusta tu plan, pero entonces  tendremos que busca un lugar más alejado ¿Y si nos pusiéramos ya en camino?

-Como casi siempre, mi empollón favorito lleva más razón que un santo –le respondió Dalmau, levantándose ágilmente y cogiendo la ropa para cambiarse.

En cinco minutos estaban en marcha. Caminaron un buen trecho, internándose por senderos poco transitados. Desecharon algunos sitios, uno porque era un pedregal, otro porque tenía demasiada pendiente y otro estaba al lado de una charca infestada de mosquitos. No se desesperaron, ya estaban habituados. El excursionismo era una afición practicada por los dos. Quien sigue, la consigue y finalmente dieron con un paraje ideal, tranquilo y solitario. Un pequeño prado entre encinas y pinos. Sólo faltaba un manantial para ser el lugar perfecto, pero tenían agua más que suficiente en sus cantimploras para cenar y pasar la noche. No perdieron el tiempo. Extendieron la tienda de campaña, la fijaron en el suelo con piquetas, montaron los tres palos para aguantar la tienda y acabaron colocando el sobretecho, tensándolo con los vientos. Cuando terminaron, se abrazaron satisfechos. Cenaron pronto y extendieron las colchonetas y los sacos de dormir en la tienda poco antes que el sol anunciase su despedida, con el cielo tintado de un naranja oscuro.

Dalmau y Jofre se acostaron pronto. En realidad, no tenían ni pizca de sueño, lo que deseaban era por fin jugar sin freno con sus cuerpos y poder disfrutar uno del otro sin estar pendientes de relojes o de ruidos externos. Sin haberlo acordado antes, los dos se desnudaron completamente, cansados de la experiencia playera de la tarde con sus pollas macizas incómodamente embutidas en bañadores de competición. Cada vez había menos luz y pronto estarían completamente a oscuras. No obstante, prefirieron no encender las linternas. No lo necesitaban. Esa noche la vista sería substituida por los otros cuatro sentidos, sobre todo el tacto.

Jofre hizo un amago de abrir la cremallera para ponerse dentro de su saco de dormir.

-Estoy tan cansado… Esta noche voy a dormir de lo lindo –dijo bostezando.

-Ni lo sueñes. No he venido hasta Calella para verte como roncas –replicó su amigo que se puso a su lado.

-Dalmau, es que estoy muy cansado…

El capitán no le respondió, sólo le miró extrañado.

-Sí, Dalmau, de verdad estoy cansado… de pasar toda la tarde juntos y no haber follado –añadió el empollón con semblante pícaro.

-Eres una sabandija. Por un momento he creído que hablabas en serio, pero ésta me la pagas –le dijo riendo el capitán y haciéndole cosquillas.

-Ja, ja, ja, Basta, basta, Ja, ja, ja. ¡Basta, tú ganas, me rindo! –gritó Jofre, incapaz de soportar más los divertidos ataques de su amigo.

-Vale, maco , pero hoy tomarás doble ración de pepino.

Los dos acercaron sus caras, se miraron un momento con ternura antes de reanudar los intercambios bucales de la tarde. Las lenguas se enzarzaron en una nueva lid, ahora para lamer más y mejor, mientras las manos se unían también  a  la fiesta. Jofre acariciaba los fuertes hombros de su amigo y pasaba los dedos por sus brazos musculosos, admirando sobre todo los anchos bíceps. Tembló por un momento cuando sintió su cuello invadido por la boca ansiosa de su Drácula particular, y contraatacó con el magreo de ese pecho magnífico. Dalmau se irguió un poco para dejar a la vista el tronco hasta el principio de los abdominales. Con tan poca luz su amante no podía contemplar nítidamente la belleza de sus formas pero no se cansaba de palpar aquel pecho maravilloso formado por un par de prominentes y abombados pectorales claramente marcados. Estaban muy duros, pero los amasaba con fuerza y recorría toda la amplia superficie y sus perfilados bordes inferiores como medias lunas. Sintió la piel más delicada de las grandes aréolas donde se asentaban dos punzantes pezones que empezó a lamer y chupar con avidez. Cuando las mordisqueaba o las pinzaba, el cuerpo respondía con pequeños espasmos. Le encantaba masajear esos tetillas, firmes conos rugosos y adorables.

-Jofre, ¿nos marcamos un 69?

Aceptada la propuesta, los dos se pusieron de costado, pero en sentido inverso, cada uno con la cabeza justo delante de los genitales del otro. El empollón empezó delicadamente, sólo pasando sus dedos por ese generoso  y enmarañado vello que guardaba el mejor pollón del instituto. Le sorprendía la firmeza de esos pelos, que mostraban cierta resistencia cuando internaban sus dedos exploradores en esa tupida selva rubia oscuro. Después centró su atención en el escroto, con esas dos bolas como pelotas de golf. Las acarició, las hizo pasar entre sus dedos y finalmente  las fue saboreando alternativamente porque no podía contenerlas en la boca al mismo tiempo. Por su parte, Dalmau daba buena cuenta de la minga de su amigo, ya erecta, besándola desde el glande hasta los testículos. Era un buen ejemplar aunque no tan grande como el suyo. Lo prefería, así comérsela era más fácil. Todavía no era muy ducho en el arte de la felación, pero practicaba con ganas. No entendía cómo durante tanto tiempo había podido renunciar a lo que realmente le gustaba. Había llegado a creer que tenía un problema porque disfrutaba poco con el sexo. ¡Qué estúpido! Ahora nunca tenía suficiente.

Jofre agarró el formidable aparato y recorrió con el pulgar los bordes pronunciados del capullo para después llevárselo a la nariz. Adoraba ese aroma acre, áspero y viril. Necesitaba sentirlo dentro de sí. Abrió la boca para devorar el gran carajo y con los labios succionó el esponjoso capuchón rosado bañado con su saliva y el líquido preseminal. Saludó con la lengua la corona del glande antes de engullirla junto con parte del fuste. Poco a poco fue devorando el mástil de carne, sintiendo la venas que alteraban las paredes lisas del falo. Hoy quería llegar hasta el final, conseguir alojar sus 22 centímetros. Lo cierto es que no era nada fácil porque la verga además de larga era gruesa. Pacientemente, fue tragando el aparato. Le costó un poco superar las arcadas, pero finalmente notó unos pelos que acariciaban su barbilla. ¡Se había comido toda la polla! Esos pelos procedían de su escroto.

No se esperaba el capitán el apetito de su amigo, pero lo cierto es que había dejado de jugar con su picha, incapaz de actuar ante el placer que sentía, con su hermanito cobijado entero en el interior de Jofre. Si aquello duraba mucho el capitán creía que eyacularía sin remedio y por eso le pidió que se la sacase. No deseaba correrse aún. De todos modos, el empollón le había cogido cariño porque mantuvo el capullo dentro de sus labios por un rato.

-Jofre, eres un portento. Nadie nunca me la había comido de cabo a rabo, y nunca mejor dicho. Alucinante. ¿Qué quieres que haga?

-¿Te importa chuparme el culo? –le preguntó con timidez.

-¿Importarme? Para nada.

Dalmau se colocó rápidamente detrás de él, ansioso por saborear el culazo de su amigo. Adoraba esa deliciosa  curvatura, ese par de nalgas redondas tan bien puestas, que tenía tan cerca. Colocó sus dedos encima de ellas para presionarlas levemente. No estaban muy duras pero eran tan suaves que no hubiese sacado las manos en horas. Las palpaba con veneración, tocando cada milímetro de sus glúteos y sin prisa pero sin pausa, iba acercándose al ojete lampiño que deseaba paladear. Lo tenía ahora a pocos centímetros de su rostro, lo observaba devotamente y sacó la lengua para saludarlo. Con la punta siguió uno de sus pliegues hasta el origen, el rosado orificio todavía cerrado que él se afanaría en invadir y su lengua se asentó en el pequeño orificio sin cesar de lamerlo ni un instante mientras que sus dedos se apostaban a su alrededor, tentados ante la belleza de esa entrada anal. Lo bañaba con saliva, su lengua no se cansaba de tocar ese agujero suave y palpitante. Cuando llevaba un rato dedicado en exclusiva a ese orificio rosado, Jofre le habló entre susurros.

-Mete uno o dos dedos… o el que vulguis .

-¿Lo que quiera? ¿De verdad? –exclamó con sorpresa el capitán que  dejó el culo por un momento para buscar su boca y besarlo apasionadamente. De todos modos, no se alargó mucho. Su polla daba muestras de su alegría, maciza y pendulante.

Dalmau cogió la linterna  que había colocado  en un extremo de la tienda, justo por encima de su saco de dormir. De rodillas y armado con ella, buscó y rebuscó en su mochila. Al final sacó algo que Jofre no podía ver. Se le acercó. Había dejado la linterna en el suelo para poder abrir los objetos. El empollón agarró la linterna para iluminarlos: un condón y un tubo de crema lubricante.

-Veo que ya esperabas que al final me decidiese.

-No lo tenía claro, pero quería estar preparado por si acaso–le respondió mientras vestía el soberbio carajo con el condón.

Jofre no dejó la linterna, que mantuvo encendida. Era como un faro, pero el mar había sido  substituido por el poderoso cuerpo de su amigo. Ahora enfocaba sus anchos hombros, ahora los brazos nervudos, después ese torso… No se cansaba de admirarlo. Tenía un cuerpo diez, muy atlético, pero al mismo tempo armónico.

-¿No iluminas a la estrella de la fiesta? -le dijo Dalmau sonriente, esparciendo la crema por su polla. Jofre dirigió el haz de luz al aparato del semental. Era una preciosidad, largo y grueso, aunque el empollón no las tenía todas consigo. Muy bonito de mirar pero…

-No sé si empiezo arrepentirme.

-No te preocupes, es menos larga de lo que parece -.le dijo, sosteniéndola orgulloso con la palma de la mano –Tendré cuidado, va deja que me ocupe de tu culito.

Volvió a colocarse detrás de él, lo admiró una vez más, se untó un dedo con la crema que aterrizó suavemente en el ano, fue frotando ese círculo sonrosado y pronto con no demasiada presión el esfínter cedió y pudo  explorar su cálido interior.  Animado por los crecientes gemidos, un segundo dedo hurgó en la pequeña cavidad para intentar ensancharla.

Jofre sentía los dedos como invadían ese espacio íntimo. Le molestaba un poco, pero lo daba por bien empleado viendo cómo su cuerpo reaccionaba. Sus jadeos eran constantes y cada vez más audibles. De repente el semental retiró sus dedos y notó como el capuchón de su tranca tocaba  su sensible ano. Tenía sentimientos contradictorios. Por un lado quería ser invadido por su amigo, y por otro, temía la irrupción del grueso falo. No obstante, no hizo ningún signo de incomodidad o de rechazo. Por eso Dalmau comenzó a presionar el ano con su capullo y consiguió introducirlo tras  vencer la lógica resistencia de ese canal virgen.

El dolor se intensificaba por momentos. Primero habían sido unos centímetros nada más, pero el avance no se había detenido. Era cierto que Dalmau iba adentrando el largo fuste con lentitud y cuidado, pero eso no evitaba ese terrible dolor. A cada minuto sentía cómo una barra de carne maciza iba taladrando sus entrañas, los ojos se le llenaban de lágrimas y rechinaba los dientes, pero los dos veces que el capitán se lo había sugerido, se había negado en redondo a suspender la penetración. No, quería llegar hasta el final aunque dudaba cada vez más que fuese capaz de cumplir su propósito. Ya no podía más, se sentía partido en dos cuando de repente la polla ya no avanzó más.

-Te la has tragado toda, campeón. ¿Quieres que sigamos o la saco?

-La sacas ahora y te mato. Hasta ahora sólo he visto las estrellas, dicen que ahora viene lo bueno.

Dalmau no dijo nada más. Agarrado con sus fuertes manos en los costados de su chico, retiró un poco la polla para volver a clavarla otra vez con lentitud. Lo repitió una vez y después otra y otra, aumentando la longitud y la cadencia de sus embates. Poco a poco el dolor fue remitiendo, substituido por una sensación de placer cada vez más acusada. Ahora Jofre volvía a gemir, pero de goce. No quería que aquello acabase nunca. Pasaban los minutos. Ese formidable émbolo le llevaba al éxtasis, se sentía colmado por la tranca que ocupaba sus entrañas. Se alejaba por un momento y Jofre ya deseaba volverla a tener bien dentro de sí. El capitán, haciendo gala de su espléndida condición física, no había dejado ni un instante ese bombeo divino, y Jofre ya no podía contenerse más. Entre gritos eyaculó abundantemente sobre el saco de dormir. A su vez, Dalmau sacó la perforadora de esa cavidad acogedora y, con dos o tres toques, descargó trallazos de densa leche viril.

Se abrazaron y no hablaron durante unos minutos, sólo deseosos de mantener ese contacto íntimo entre los dos. Jofre se sentía protegido entre los fuertes brazos de su chico y le encantaba sentir el palpitar de dos corazones que iban serenándose después del ardiente esfuerzo.

-¿Cómo estás, maco ?          .

-Maravillado. Nunca había sentido nada igual.

-¿Estás llorando?¿Te he hecho daño? –le preguntó Dalmau, preocupado.

-No, qué va. Lloró de felicidad… Soy un poco tonto.

-No digas eso. Si es por este motivo, me encanta verte llorar. Llora cuanto quieras… ¿De verdad estás bien?

-Hombre, el culo me escuece bastante, pero ha valido la pena. No sé si volveré a sentir en mi vida algo como hoy.

-Por supuesto que sí. Yo no tengo intención de morirme aún, y me gustaría amortizar lo que acabo de estrenar –le respondió dándole un beso-¡ Gràcies, Jofre !

-Tenía miedo…

-¿Miedo? ¿Por qué, maco ?

-No sabía cómo iría, temía defraudarte. Has tenido tantas parejas…

-Jofre, tú no me defraudas nunca, pero no te preocupes tanto. Iremos paso a paso, un día tras otro, disfrutemos del camino –y de las folladas- pero no te obsesiones. Por mucho que desees asegurar el éxito, si no funciona, la relación se extinguirá, pero te aseguro que ahora eso no lo veo. Me gustas demasiado.

-Te quiero tanto que desearía que durase eternamente. A veces pienso que… No sé… -Jofre no continuó, temeroso de revelar sus dudas y miedos.

-No pienses tanto… Estamos juntos. Eso es lo importante…-le respondió Dalmau tranquilo, acariciándole la barbilla- Me gusta cómo eres… ¿No tienes sueño?

-Sí, un poco sí, follar es divertido, pero agotador.

Los dos chicos entraron dentro de los sacos, pero bajaron las cremalleras laterales vecinas para poder abrazarse sin obstáculos y continuar sintiendo el calor de sus jóvenes cuerpos.

-Un día precioso, pero mañana será todavía mejor. Bona nit - le dijo Dalmau, antes de despedirse con un cálido beso y apagar sus ojos azules.

Jofre lo tenía a su vera y le parecía un sueño. Por fin había sucedido. No podía dormir recordando todo lo vivido esos últimos días y sobre todo esa gloriosa noche. Estaba demasiado emocionado. Por fin se había hecho realidad su fantasía imposible, pasar una noche con su adonis, y lo mejor era que eso no era sólo presente sino parecía promesa de un futuro. No ansiaba nada más. Feliz. Ahora todos sus desasosiegos, todos esos días tristes anteriores los veía como pintados de un barniz que había apagado su virulencia, espectros imaginarios que palidecían ante el fulgor de esa noche mágica y de las que vendrían. No conseguía cerrar sus ojos, como si quisieran impedir que lo vivido fuese ya pasado, y escrutaban en la oscuridad esa figura adorable que compartía su lecho. Sólo veía una masa informe, pero allí estaba, presto a compartir muchas jornadas con él. Sin embargo, poco a poco algo volvía a rondarle por la cabeza que le inquietó. ¿Y si su historia no tenía un final feliz? Se acurrucó entre los brazos de su amigo, tratando de disipar sus temores. No quería pensar que podía perderlo. Allí, entre su cuerpo firme, su roca, consiguió por fin reposar y soñar en un futuro de final de cuento.

Jofre durmió toda la noche de una tirada. Cuando se despertó, la noche oscura ya era un recuerdo. Sentía el sol cercano, pero no quiso abrir todavía los ojos. Se acordaba perfectamente de lo vivido ayer, era imposible no olvidarlo cuando había sido el tema recurrente de sus sueños. Algo fallaba. No sentía la piel de su amigo. Estiró el brazo, pero sólo encontró el vacío. Abrió los ojos. Dalmau no estaba a su lado. ¿Dónde había ido?


Después de la intimidad nocturna llegará la mañana con Oriol, Joan, Teresa, Víctor y Núria en la playa nudista. Los chicos disfrutarán –unos más que otros- de ese día playero en cueros, y conoceréis a Oleguer, el hermano mayor de Dalmau. Os agradezco vuestras valoraciones y comentarios, y os animo a continuar con ello.

Moltes gràcies!

Cordialment,

7Legolas