Jofre, Dalmau y otros (28)

Jofre y Dalmau vuelven a la biblioteca, pero esta vez recibirán una visita inesperada y algo más… Sucede un lugar de Catalunya

Capítulo XXVII:  “Da mi basia mille, deinde centum”

Jofre leyó el párrafo con voz clara:

- Da mi basia mille, deinde centum,

dein mille altera, dein secunda centum

deinde usque altera mille, deinde centum .

-¿Has entendido algo? –le preguntó el señor Deulofeu, el bibliotecario, volviendo a coger el pequeño libro con tapas de pergamino.

-No, bueno, quizás hable de cantidades, de mil o de cien.

-Buen observador. Son unos versos amorosos de Catulo, un poeta latino, que dedica a su chica. Debían ser bastante fogosos porque se dan la respetable cifra de 3.300 besos. Te lo traduzco:

-Dame mil besos, después cien,

luego otros mil, después cien más,

luego sin pausa otros mil, luego cien.

-Sí que eran ardientes esos romanos. Debía acabar con la mejilla hecha un colador.

-Ya lo ves. Los sentimientos de los hombres son los mismos ahora que hace dos mil años. No hemos cambiado tanto… Ah, tu compañero Dalmau ya ha llegado –le avisó cuando vio desde la entrada del almacén, al atleta del instituto, mirando a un lado y otro de la sala general.

-¿Puedo mostrarle el libro?

-Bueno, va, pero cuídalo bien. Ya tiene cuatrocientos años. Devuélvelo después a su estante tú mismo. Debería hacerlo yo, pero dentro de diez minutos tengo una reunión con los de una editorial. De todos modos, lo que me abruma son los dichosos operarios –resopló el bibliotecario-. Me jubilaré y aún no habrán acabado las obras. ¡Maldita informática!

Deulofeu se dirigió cansado a la sección de revistas mientras Jofre salía radiante del almacén. El trabajo de curso iba viento en popa y volvía  a tener cerca su chico. No podía ser más afortunado. Y lo que más le gustó fue la sonrisa franca y satisfecha de Dalmau al verle. Estaba como siempre. Rubio, muy guapo, ojos de un azul claro divino, y un cuerpo que evidenciaba su galanura y poderío.

-Esperaba encontrarte aquí. Eres listo. Aquí, entre libros viejos destaca más un chico como tú.

- Gràcies . Hablando de libros antiguos, mira lo que me ha enseñado el señor Deulofeu.

Dalmau se sentó en uno de los sillones, intrigado en el librito que había puesto encima de la mesa. Nunca había tenido entre manos algo tan antiguo e incluso le daba cierto temor dañarlo. Lo miraba curioso, incapaz de interpretar el texto pero sorprendido con esa tipografía tan diferente y con los frisos y viñetas que decoraban el texto. Jofre le explicó el contenido de esos versos y él quiso saber el significado del resto del poema.

-Ni idea. Ya se lo preguntaré al señor Deulofeu. Voy a devolverlo –le dijo, levantándose y cogiendo el libro.

-Te acompaño –le respondió Damau, guiñándole el ojo.

No sabía qué se proponía exactamente, por un lado lo temía  y por otro deseaba que lo llevara a cabo. Entraron en el depósito, un lugar muy poco frecuentado. Las largas hileras de estantes, menos ostentosos que los de la sala principal y con mucho más polvo, pertenecían a un mundo remoto, ajeno a los intereses de los chavales del instituto. El armario número 18 tenía la puerta entornada. Con cuidado el empollón colocó el librito y cerró el armario. De inmediato, Dalmau acercó su cabeza para besarlo en el cuello.

-¿Pero qué haces?

-Lo que deseaba desde que me he levantado de la cama.

-Pueden descubrirnos.

-Aquí no viene nadie más que el bibliotecario y está gordo. Lo oiremos llegar con sus resoplidos. –le respondió, atacando sus labios otra vez el cuello y dirigiéndose animadamente hacia la boca de su amigo. Jofre no puso ningún obstáculo. Le encantaba ser abordado de esa manera furtiva por el chaval más sexy del instituto.

Dalmau  lo llevó al final del pasillo. Allí difícilmente podían ser vistos. Humedeció los labios y sacó la lengua al encuentro de la de Jofre que se prestaba al juego. Chocaron las dos, intercambiándose saliva. Bailaban unidas al mismo tiempo que los dos cuerpos se juntaban entre caricias y jadeos. El capitán le mordisqueaba el labio inferior al tiempo que le subía la camiseta hasta el cuello para poder tocar sin agobios el pecho de su amigo que se retorcía de placer ante los dedos expertos del adonis rubio. No tenía los pectorales macizos ni unos abdominales de gimnasio, pero se excitaba del mismo modo. No se trataba sólo de su pericia, esas manos diestras correspondían al chico con el cual había suspirado desde hacía mucho tiempo. Esos ojos azules, ahora semiabiertos y llenos de pasión, esos pómulos marcados que topaban levemente con su rostro agitado, esa melena rubia que cepillaba suavemente su cuerpo… De repente sintió un escalofrío, la lengua del rubiales había abandonado la boca para despertar sus tetillas con lengüetazos intensos, dignos de un camaleón. Ahora esos labios sorbían su aréola y  el pezón notaba la dureza de los dientes y emitía débiles gemidos, incapaz de enmudecer ante esos intensísimos ataques que le provocaban locos espasmos de placer.

-Shhhhh, Jofre. No estamos solos –le advirtió cariñosamente el mozarrón, entre susurros –Aquí debes contenerte un poco.

-Ya lo sé, carai , pero es difícil, chupando como chupas mis tetillas, aunque seguro que si me ocupo de este paquetazo –le susurró, magreando la bragueta de su amigo- serás tú quien gritará como un poseso.

-Prueba a ver –le respondió pícaramente.

Jofre no se lo hizo repetir. De inmediato bajó la cremallera del pantalón y se arrodilló a su lado. El bultazo que escondía el slip negro era muy evidente. Ya lo había tenido entre manos, pero aún así, antes de desenvolver el paquete miró hacia arriba, a los ojos del propietario.

-Ábrelo sin miedo. Es todo tuyo.

El empollón palpó la suave tela. Sentía la dureza del mástil de carne, y sin darse cuenta humedeció sus labios. Desabrochó el botón del pantalón y lo bajó hasta medio muslo para maniobrar con completa libertad por la parte más interesante de ese cuerpo modélico. El slip cubría a duras penas un soberbio carajo. No quiso destapar todavía el regalo, adoraba contemplar la cintura estrecha  y esas piernas musculosas entre las cuales colgaba su tesoro. Algunos pelos del vello púbico escapaban del borde superior del slip y los acarició dulcemente al tiempo que su boca mojaba la zona inferior, donde se asentaban sus cojones de toro. A pesar de la tela, con la lengua sentía la forma compacta de esas pelotas de golf. Por eso levantó un poco el suave tejido para sacar de su escondite un testículo macizo que bañó de saliva por todos lados antes de paladearlo. Con la cara ladeada saboreaba ese huevazo y la incomodidad merecía la pena ante un bocado tan suculento. No tenía bastante con eso y no tardó en agarrar el slip y lo bajó hasta donde se encontraba el pantalón. El cipote aparecía magnífico y a Jofre se le hizo un nudo en la garganta al verlo ya empalmado. No era la primera vez, pero no se acostumbraba a ese formidable falo.

-Va, maco , que no tenemos todo el día –le dijo, cariñosamente, agarrando la polla y colocándola, apuntando a la boca de su amigo.

A pesar de su clara invitación, Jofre no quiso aún comérselo. Descapulló el pene para contemplar con nitidez el tentador capuchón rosado. Se llevó tres dedos a la boca y humedecidos los deslizó por su superficie mullida empezando por el meato, el punto más elevado, hasta los bordes pronunciados de la corona del glande. Olisqueó esos tres dedos para captar plenamente el perfume acre y viril de su adonis mientras que con la otra mano palpaba el escroto. Después la lengua mojó el fuste y la cabeza del generoso aparato, centímetro a centímetro. Lo lamía por todos lados, desde la piel lisa del capuchón hasta las gruesas y marcadas venas que circundaban el tallo.No tardó en introducirlo entre sus labios y fue tragándoselo con avidez. Se lo zampaba con apetito, pero Jofre estaba intranquilo. Lo devoró hasta la mitad, no quiso seguir, pero no por falta de deseo sino por su ánimo. A cada minuto le parecía oír los resoplidos del bibliotecario o el chirriar de la puerta del depósito. Sí, estaba nervioso, pero no quería abandonar ese falo que adoraba al menos hasta conseguir su preciado líquido blanco.

-¿Qué te pasa, maco ? Estás nervioso. Buscaré otro día un sitio más privado. Déjalo –le dijo el capitán, acariciándole el pelo. Jofre le respondió, negándose con la cabeza y agarrando con fuerza la polla de su amigo. No tenía intención de dejar escapar esa tranca antes de tiempo, por muy nervioso que estuviera. Siguió, pues, adorando devotamente ese pilar imponente. Tal vez, para sacarse cualquier otra idea de la cabeza, se afanaba más y más en chupar y relamer el cimbrel, como si éste fuera su único cometido en la vida.Debía cumplirlo bien porque Dalmau no replicó, sólo profería pequeños gemidos de gozo. En pocos minutos, la tranca del atleta escupió su lechosa carga que Jofre quiso tragarse completamente ante la sorpresa de su compañero. El capitán suspiraba con pasión contenida, pero de repente enmudeció  y apagó sus jadeos.

Habían oído un chasquido en el piso superior, en el estrecho pasillo que recorría el segundo piso de las grandes estanterías y que finalizaba en el despacho del señor Deulofeu. Los dos chicos no se movieron por motivos diferentes. Jofre estaba muerto de miedo, y Dalmau creyó que era lo más sensato para pasar desapercibido. Por un momento parecían haberse convertido en estatuas aunque en una de ellas se apreciaba un pequeño movimiento, el fluir de una líquido blanco y viscoso que desde la boca de Jofre discurría hasta el suelo. No volvieron a escuchar ningún otro sonido y pasados unos minutos que a Jofre le parecieron siglos, empezaron a moverse levemente. Dalmau, después de guardar la polla ya desinflada, se incorporó y con mucho cuidado examinó las dos hileras de armarios más cercanos y el pasillo superior. No notó nada extraño. Todo parecía tranquilo. Buscaba el origen de ese chasquido pero no volvió a oírlo. Giró el rostro hacia su amigo. Estaba pálido, todavía no se había recobrado del susto y le miraba cómo tratando de saber lo que había pasado.

-No sé qué fue ese ruido, pero si era un bicho parece que se ha ido.

-¿Podría ser el señor Deulofeu?

-No lo creo. Le preceden siempre sus sonoros bufidos. Va, lo mejor será que volvamos a la sala central.

Los dos regresaron al lugar donde Jofre tenía sus enseres. El empollón recuperó en pocos minutos el ánimo, charlando con Dalmau. El capitán parecía despreocupado; sólo lo aparentaba, estaba dolido consigo mismo por haberse dejado dominar por el deseo, despreciando como un necio los riesgos de una mamada en un lugar público. No, no se planteaba acabar la relación  con Jofre, pero tenía que ser más precavido. No podía arriesgar su futuro. Su próximo encuentro sería mucho más íntimo a salvo de cualquier paso en falso. Como un fogonazo, le vino una idea a la cabeza, y se quedó un momento en silencio.

-¿Qué tramas, Dalmau?

- Res dolent

-¿Nada malo? No lo tengo tan claro. Cuando te veo así con el ceño fruncido, algo barruntas y…

-No has estrenado el regalo de tu cumpleaños, ¿verdad?

-¿Cuál?, ¿el de mi abuela, la pala de ping-pong?

-No, hombre,  el otro, el de tus padres. La tienda de campaña, el iglú.

-Ah, no. Con los exámenes no he tenido tiempo, pero ¿a qué viene eso?

-Si quieres, este sábado la estrenamos los dos solos. Me toca entreno por la mañana, pero por la tarde ya estoy libre.

-Pero el domingo tenemos la salida a la playa.

-Precisamente. Nosotros dos nos adelantaremos. Acamparemos en algún lugar cerca. No creo que tus padres pongan ningún impedimento.

-No, les gusta que vaya a la montaña, pero ¿y los tuyos?

-¿Bromeas? Están súper satisfechos que haya suspendido sólo tres asignaturas y están alucinados con mi 8’5 del examen de historia. Además, cuando les diga que voy  contigo, seguro que incluso nos pagan el viaje. Te veneran. Dicen que eres la mejor influencia para mí y que debería imitarte en todo.

En ese momento sonó la alarma de su reloj.

-¡Qué rabia! Debo irme ya. Tengo entreno dentro de diez minutos.

-Espera, me voy contigo.  Acabo en un momento. Cojo el diccionari Arimany y...

-No te levantes. Ya te lo traigo yo –le dijo Dalmau. Rápido se dirigió hacia la estantería de las obras de referencia. Sacaba el libro cuando entró Blanca, su antigua novia, llevando una gruesa carpeta con su trabajo de investigación.

-¡Hola Blanca!

-Debo estar soñando. Verte aquí dentro y con un diccionario entre las manos. Has cambiado una barbaridad en pocos días –respondió sarcástica.

-A veces uno sólo ve lo que quiere ver.

-Claro. Me imaginaba que te encontraría con otra chica, pero no aparece ninguna substituta. Seguro que te ha dado calabazas, y no me extraña… En cambio yo vuelvo a salir con un chico que te da mil vueltas.

-¿Ah sí? ¿De qué portento hablas?

-De David. Es mucho mejor que tú.

-¿Seguro? –le preguntó con aplomo, ensanchando su pecho y marcando sus músculos.

-No todo son los músculos. Él es mucho más hombre… A propósito, me han dicho que el domingo vais a la playa. ¿No te hartas de hacer siempre lo mismo? Un partido de lo que sea, un bañito y ya está. En diez años te veo en un balneario. Yo me iré con David, en su auto, a Port Aventura y por la noche me patearé todas las discos de Salou.

-Sí, iré a la playa, pero a una de las que siempre te negaste, por puritana. Haremos nudismo.

-No me lo creo. Aunque pensándolo mejor, es lo más lógico. Debe ser la única forma de pillar cacho. ¡Qué pena! Sólo encontrarás tías feas o viejas con los pechos caídos. Me largo, hablar contigo es malgastar el tiempo.

-Cuando vea a David ya lo felicitaré… o le daré mi más sentido pésame.

-¡Imbécil! Volveré cuando no haya monos en la biblioteca –le gritó la ex, saliendo de la sala.

Dalmau cogió el diccionario que había dejado en la repisa y caminó pensativo hacia el asiento de Jofre. Desde que habían roto Blanca estaba insoportable. No le gustaba que saliese con David. Bueno, también tenía su lado bueno: con un nuevo macho se olvidaría de su antiguo novio… Por otro lado, no entendía por qué había entrado. No le cuadraba en absoluto, a ella los libros le producían alergia.

-Vaya escenita con Blanca –le dijo Jofre un poco preocupado.

-Estoy acostumbrado. No pasa nada. Y he ganado muchísimo con el cambio –le dijo, acariciándole la mano.

-¿No me habías dicho que nos bañaríamos en pelotas?

-Se me ha ocurrido hace un minuto. No podía dejar que Blanca me ganase la partida. ¿Te importa?

-A mí no… ¿pero al resto?

-Los del fútbol nos vemos casi cada día en cueros, y a Teresa y Núria dudo que les moleste…  y Ester, la amiga de Blanca, me importa un bledo. Si no viene, mejor.

Salieron juntos y ya fuera, en el jardín romántico que rodeaba la biblioteca, entre los cipreses, Dalmau puso el brazo sobre la espalda de su amigo. A Jofre le encantó descubrir otra muestra de familiaridad y cariño sin disimulo. Ese brazo fuerte le protegía, esos dedos sensibles posados delicadamente sobre su hombro le tranquilizaban y sus ojos de aguamarina le transmitían su pasión. Amor, fuerza y ternura al mismo tiempo.Todo era perfecto. Sólo deseaba que aquello durase mucho tiempo.


Después del encontronazo con Blanca, nuestra pareja en la próxima entrega planea una excursión plácida hasta Calella, un pueblo de la costa, los dos solos.  Por vez primera dormirán juntos, aunque quizás eso sea a lo que dediquen menos tiempo… Siempre son bienvenidos vuestros comentarios. Os agradezco la paciencia y el tiempo que me dedicáis.

Moltes gràcies,

Cordialment ,

7Legolas