Jofre, Dalmau y otros (27)

Oriol mantiene una relación clandestina con un hombre de quien nadie sospecha. Sucede en un lugar de Catalunya.

Capítulo XXVII:  Una relación secreta

Con la llegada del calor, la heladería Delícies de Gel volvía a abrir sus puertas. La señora Quimeta, la dueña, y tres camareros  se ocupaban del local, respetando escrupulosamente el lema de la casa: Amabilitat, rapidesa i qualitat . Por eso y por estar muy cerca del instituto estaba bastante concurrido, era habitual encontrar a muchos chicos tomando su especialidad, un cucurucho de tres sabores, trufa, nata y vainilla. Ese jueves antes de las clases de la tarde, estaban sentados Dalmau y su amigo Oriol en una mesa para dos.

-De verdad, no te engaño, no me pasa nada, Dalmau. Nadie me manda mensajes amenazadores, je, je, je. No tienes por qué preocuparte.

-Últimamente te  veo más silencioso que de costumbre y tu cara no es la de siempre…

-Será la astenia primaveral. Incluso yo tengo que recargar las pilas a final de curso. Y lo de la cara lo solucionaría con una excursión a la playa, con los de siempre.

-Es buena idea. Sábado hay entreno, pero el domingo lo tenemos libre.

-¿No es muy precipitado?

-Tonterías. Yo me ocupo de todo. Domingo nos bañaremos en  la playa…

-¡Fabuloso! Prepárate para tragar agua salada a tope.

-¿Me hundiràs tú, fideu ?

-Yo, con la ayuda de Joan y Jofre.

-Ni así podrás… Uri, ¿estás bien con tu pareja?

-He conocido días mejores, pero lo solucionaremos y ya está.

-¿No quieres decirme quién es, verdad?

-No, pero no tienes que preocuparte. No es el conde Drácula ni el hombre lobo. Prefiere el anonimato y yo lo respeto.

- D’acord . Me parece bien, pero ya lo sabes, me tienes para lo que quieras.

Los dos volvieron al instituto y tras las clases compartieron otro entreno inacabable del equipo de fútbol. Como siempre, los primeros veinte minutos en el gimnasio, y el resto, en el campo de futbol. Generalmente tenían algunos espectadores que les jaleaban y otros que solo los miraban. Esa tarde descubrió entre los aficionados al profesor Vidal. Cuando acabaron el entreno, se acercó al grupo que descansaba estirados sobre la hierba, con sus camisetas y pantalones cortos.

-Chicos, no pueden quedarse así. Pillarán una pulmonía. Y sobre todo, usted, señor Rovell. No podemos perderle para el último encuentro. Vamos, levántese, por favor–dijo, ofreciendo su mano para que se apoyara. Jofre lo miró un tanto sorprendido por  sus desvelos, se alzó prescindiendo de su ayuda y se dirigió a los vestuarios. No era la primera vez que alguno de la camarilla de Gonzalo se preocupaba en exceso por él. Nadie tenía qué recordarle la trascendencia del último partido. Lo tenía grabado en la cabeza y le molestaban esos gestos paternales, como si él fuera un chiquillo. En la ducha no se entretuvo. Acabó pronto porque quería llamar a Jofre de camino a casa.

Su amigo Oriol tardó bastante más en salir del gimnasio, pero no se dirigió a su casa ni tampoco al cau, sino a un apartamento que conocía muy bien. El canijo esperó un rato en la calle  hasta que apareció su anfitrión. Realmente su manera de actuar era estúpida. Habían salido del mismo sitio y tenían el mismo destino, pero ese chico siempre insistía en llegar por caminos diferentes. Lo veía llegar: con su andar chulesco, moreno, fuerte y bastante guapo.

-¿Y esa carita? ¿Qué pasa Oriol?

-Pues que estoy un poco cansado de esperarte. Siempre me haces lo mismo, David.

-Lo siento, pero me han llamado por el móvil.

-Seguro que era una chica.

-No te pongas celoso y entra –le dijo mientras abría la puerta del apartamento.

El local, más bien pequeño, era la residencia del mozo en época de exámenes o de esas semanas cuando los entrenos acababan tarde. Las paredes estaban casi completamente desnudas, sin cuadros ni otros elementos decorativos, también eran escasos los muebles -por descontado minimalistas-  lo que se traducía en un espacio amplio y abierto, pero también frío y aséptico. Pasaron al salón presidido por un sofá y una mesa baja de cristal, pero, siguiendo la costumbre, David se fue al baño. Por unos minutos su huésped se quedó solo. Oriol volvió a pensar en su relación con ese chico. Llevaban casi  un año y el resultado, sinceramente, no era halagüeño. Era una historia dominada por el secretismo y el disimulo. David se había negado en redondo a hacerla pública a sus amigos, y eso Oriol lo había aceptado; sin embargo lo que llevaba fatal eran sus constantes aventuras y no con otros sino con otras. La relación no tenía ningún futuro, pero le gustaba el chico.

-¿No te has desnudado aún? –le preguntó David que salía del baño, con la camisa desabotonada.

-No, tenemos que hablar.

-Oriol, no te pongas filosófico que no te sienta bien. ¿Vuelven los reproches? –le preguntó suavemente, sin ninguna acritud –Ya te lo confesé: Soy bisexual, y no lo puedo cambiar.

-Ya, pero es que ya pasa de castaño oscuro. Primero con Rebeca, después Laura, hace un mes con Mar, la semana pasada con Cinta, y cuando no tienes plan está el bobo de Oriol a mano.

-No digas eso. Es cierto, he conocido algunas pibas, pero de chicos, ninguno más. Eres el único que quiero. Cuando acabe el torneo lo discutimos, pero ahora los dos estamos demasiado nerviosos. Va, vámonos a la habitación. Después de la paliza del entreno, nos lo merecemos… -le respondió  besándolo en la boca y guiándolo al dormitorio. Oriol le siguió como un cordero.

Rápidamente David se desabotonó los puños de la camisa y se la quitó. Su compañero, más parsimonioso, volvió a mirar uno de sus mayores atractivos, un torso amplio, prominente y musculoso del cual surgían dos enormes aureolas con agudos pezones oscuros. Era automático, la vista de aquellas tetazas despertaba su polla sin ninguna estimulación extra. De todas maneras no se apresuró en desvestirse. David lo había hecho esperar, pues ahora que se esperase él.

Dos chavales frente a frente se observaban en silencio. Los dos tenían cuerpos atractivos, más macizo el del moreno, más pequeño y nervudo el del castaño. David tomó la iniciativa. Lo cogió por los hombros y empezó a besarle el cuello. El pecoso se revolvía excitado ante los besazos ardientes de su amigo, aunque en realidad lo que le ponía a mil eran los lengüetazos que repartía a diestro y siniestro, y sobre todo sus dientes que mordisqueaban sus labios. Muy pronto la mandíbula, el cuello y sus mejillas estaban bañados con la saliva del morenazo. Cuando David descansó un momento el canijo contraatacó con su lengua vivaracha que se internó en las fauces de su compañero donde encontró su homóloga con la que se juntó entre los jadeos de los dos. Parecía un baile frenético, ansiosamente unidos por la boca, palpándose cabeza, brazos y torso sin descanso. A Oriol le encantaba acariciar el cuerpo de ese chico, masajear sus fuertes hombros, recorrer sus fuertes brazos hasta las manos y jugar con sus dedos.

David lo miró con su sonrisa pícara antes de sujetar su cabeza e inclinarla un poco para poder llegar a su objetivo. De repente Oriol tuvo claro lo que pretendía y trató inútilmente de escapar  de su agarre. El chico le acarició la oreja y empezó a lamerle el lóbulo, después se lo chupó entre pequeños gemidos y cuando cambió la lengua por los dientes, Jofre renovó sus deseos de escapar, entre las sacudidas de su cuerpo, incapaz de soportar tanto placer. Sordo a sus demandas, David continuó mordisqueando el lóbulo mientras su amigo se estremecía y debía aplicarse al máximo para continuar aprisionándolo. Cuando dejó en paz su oreja, Oriol se aplacó.

-Es curioso. Tú no tienes un punto G, tienes dos: el culo y los lóbulos de las orejas. Es flipante jugar con ellos y ponerte a mil.

-Sí, pero te pasas un huevo. A este paso un día me dará un ataque al corazón o me quedaré sin orejas.

-Va, no me seas nenaza y chúpame las tetillas –le dijo David, pellizcándoselas con su dedos índice y pulgar.

-¿Tetillas? Esto es un buen par de tetazas. Cada día me parecen más macizas–le respondió Oriol sonriente, humedeciéndose los labios amoratados y frotándose las manos.

-Y cuidadito con mordérmelas más de lo necesario. Ya lo sabes, no me cuesta dar hostias –le advirtió enseñándole la mano abierta.

Una vez más Oriol tenía a su disposición uno de los pechos más imponentes del instituto. No podía apartar la vista de esos recios conos oscuros con los que culminaba. Palpó, casi con reverencia, los duros pectorales, subiendo desde el tórax. Sus dedos recibieron la suave caricia del vello que crecía en la zona inferior y se afanaron por seguir hacia arriba para poder abarcar con las manos los prominentes bultazos y masajearlos. Oriol adoraba amasar esas tetazas duras y calientes; no obstante su centro de atención eran esas adorables puntas oscuras, firmes y prometedoras. Se decidió por fin  y sus índices rotaron siguiendo el perímetro de las ostentosas aureolas y se elevaron lentamente hasta las cimas carnosas. Le encantaba sentir su tacto rugoso y pronto sacó las manos para venerarlas con su lengua. Lametazos ardientes bañaban los pezones, los cubría con saliva y cuando se detenía los dedos arañaban y retorcían las puntas. David, que siempre tenía una respuesta para todo, no decía nada, sólo gemía y jadeaba sonoramente.

A pesar de estar concentrados en las tetazas, las pollas de los dos reclamaban su atención. Estaban ya como bates de beisbol y se golpeaban una con la otra con los movimientos de los chavales. David agarró la suya con la mano y la agitó un poco.

-Va, Oriol, estoy como una moto. Cométela –le dijo, colocando la mano  en el hombro de su amigo, empujándolo hacia abajo. Oriol se agachó para poner su boca a la altura del cipote del morenazo, pero no tuvo que ir a buscarla. Su propietario se lo pasó por delante, frotándole la parte inferior de la cara y embadurnándolo del líquido preseminal que escapaba del capullo. Con las manos retiró el pringue del rostro que se llevó golosamente a los labios. Adoraba ese sabor salado que siempre le provocaba la misma reacción: la necesidad imperiosa de devorar todo el carajo para poder tragarse también la nata. Abrió la boca ansiosamente, mirando alternativamente  a los ojos y la tranca de su propietario.

–¿Tienes hambre, eh? –le dijo, agarrando con chulería su badajo y frenando con la mano el avance de su amigo para que sólo pudiese lamer y besar el capullo - Pues abre la boca y te daré tu ración.

Con ímpetu David empujó su vergón dentro de esa boquita. Era un carajo considerable, no tan grande como el del capitán del equipo, pero tampoco nada fácil de cobijar entero. Rápido y contundente, atravesó boca y garganta. El morenazo siempre llevaba la voz cantante y nunca había dejado a su amigo que tomase la iniciativa para comerse la polla. Oriol se encontraba de repente con aquella recia estaca de carne en sus entrañas que se agitaba salvajemente. Cuando tuvo bastante de inmersión, David retiró su tranca hasta mantener solamente el cabezón en las fauces de su amigo quien lo estimulaba magistralmente, presionándolo con labios y lengua.

-Para, Oriol. No quiero descargar todavía.

David sacó el cimbrel de la boca de su amigo al tiempo que lo colocaba a cuatro patas. Se puso a sus espaldas, se colocó un condón y se dispuso a penetrarlo. Desde ese ángulo, la vista era muy interesante. El tupido cabello castaño, un cuello grácil, el tronco fibrado y un poco pecoso que acababa en un culo soberbio. Tenía dos nalgas redondas,prominentes y bastante separadas, como gajos de fruta. Esas masas carnosas a punto de  caramelo pronto las ensartaría con su estaca a punto. Se arrodilló y empezó a lamer esos glúteos semiesféricos. No tenía bastante con eso, los arañaba y mordisqueaba, loco de deseo. El canal entre las nalgas no era tan estrecho como en otros chavales y podía deslizar fácilmente el pulgar por la raja. Después de unos cuantos viajes, el dedo se situó encima del ojete, acariciándolo sin reparos. El esfínter cedió con facilidad, mojó un segundo dedo con saliva y lo introdujo en el orificio dilatado. Era un ejercicio que le encantaba y sobre todo, su final, cuando lo cambiaría por su tranca.

-Esto ya está a punto –dijo David extrayendo los dedos y colocando el pene en la entrada del culo- A ver cómo te portas. No me seas quejica.

-Quejica lo será tu padre. Te aviso: Lo que tienes delante es mi culo no el de una puta que puedas machacar como quieras-le respondió cortante, girando la cabeza y mirándolo fijamente.

-Tranquilo. Hoy seré bueno.

-Más te vale porque si no será la última vez que nos veamos en la cama.

-No te pases de bravucón… Tú y yo tenemos mucho futuro por delante. Por más que disimules tienes aún más ganas tú que yo.

David colocó la polla en el ano y empezó a empujar con fuerza, aprovechando el boquete. Entró sin demasiadas dificultades y al poco rato todo el aparato estaba  enterrado entre aquellas paredes duras y calientes. Al morenazo le encantaba  vencer la resistencia de ese culo estrechito. Su momento favorito llegaría pronto, cuando lo cabalgaría con brío. Oriol no opinaba lo mismo. Sí, le gustaba ser follado, pero el tío se pasaba con el acelerador, le penetraba de modo salvaje, dejándole las paredes anales hechas puré. Sin avisar, el pollón empezó con el consabido baile, a un ritmo frenético- Lo sujetaba fuerte por la cintura y arremetía una y otra vez contra las entrañas del canijo. El canijo jadeaba y gemía de placer o de dolor ante las fuertes acometidas de su compañero. David estaba tenso, con solo una idea en la cabeza, seguir disfrutando al máximo de esa grupa divina. Cargaba una y otra vez dentro de ese culazo sólido con la polla cada vez más alegre. Al final sintió cómo llegaba al éxtasis y se dejó caer sobre la espalda de su chico mientras se vaciaba de leche.

Oriol no había perdido el tiempo. Simultáneamente a la cabalgada había cogido su polla para pajearse. Ya sabía que David nunca se preocupaba de él. No tardó mucho tiempo en expulsar una abundante corrida de nata caliente y viscosa. Como siempre, David le dio un beso en la mejilla y con rapidez se apartó de él, estirándose en el lecho, agarrando la almohada.

-Se hace tarde –le dijo David.

Oriol se vistió con rapidez. El morenazo no era una persona cariñosa, pródiga de besos y caricias, y menos una vez satisfecha la polla.

-No nos veremos el fin de semana, ¿verdad?

-No, ya te lo dije, Oriol. Tengo otros planes.

-El domingo iré a la playa.

-¿Con los de siempre? –le preguntó desdeñosamente.

Oriol le respondió afirmativamente con la cabeza mientras se abrochaba el pantalón.

-Creo que te convendría un cambio de aires. Tienes los mismos amigos desde hace muchos años y, sinceramente, con otra gente más abierta seguro que nuestra relación iría mucho mejor. Piénsalo… A propósito, ¿Jofre irá?

-Supongo.

-Ese chico es muy listo.

-Sí. Es un sol: gracias a él, Dalmau podrá jugar la final del torneo. Veo que ya te cae mejor.

-No te confundas. No ha cambiado mi opinión en absoluto. Lo que quería decir es que ha sabido sacar partido de la situación. ¿De verdad .crees que hizo de profesor sin sacar ningún provecho? ¿No viste las calificaciones de sus exámenes? Estaban infladísimas.No entiendo cómo te cae tan bien. No deberías fiarte de él..

-Pero yo creo que…

-Uri,eres idiota, te dejas embaucar por su carita de niño bueno. Es un cabrón. Eres demasiado inocente, todo lo ves de color de rosa, pero la realidad está pintada de un gris sucio y desagradable.

-Pero…

-Va, dejemos el tema del sabelotodo. No merece que le dediquemos ni un segundo… Ya conoces la salida. No me levanto que espero una llamada. ¡Adéu!

Oriol salió de la habitación y antes de cerrar la puerta oyó cómo su compañero pulsaba el móvil. Seguro que llamaba a la piba de turno. No quiso escucharlo. No era su estilo. Dejó el apartamento malhumorado. Cada vez la relación con David iba peor.

No podía seguir justificándolo, no podía continuar aceptando cada una de sus excusas, David no era sincero con él. Tenía un carácter dominante como Dalmau, pero el rubio, aunque a veces había usado los puños, siempre iba de cara, sin disimulos; David no sabía qué era eso, siempre con sus tergiversaciones, con sus dobleces. Hoy le había llamado otra vez idiota… Quizás tenía razón y era demasiado confiado, pero prefería esto a su suspicacia permanente, a su sospecha congénita, a esa cerrazón y esa coraza impenetrable que enmudecía sus latidos. No podía seguir así. Le hacía daño. David parecía recriminarle todo aquello de lo que estaba más satisfecho: su alegría, su optimismo, su confianza en la gente...

Ahora había llegado a la desfachatez de pedirle que abandonase a Dalmau y a los otros. ¡Ni de coña! Aún le gustaba David, pero no podía seguir con él. Simplemente no podía. David lo estaba anulando y además jugaba con sus sentimientos de manera sibilina, pero perfectamente consciente. David no hacía nada a la ligera. El morenazo siempre de ligue en ligue, y él sólo existía cuando no había nadie más. No quería ser el eterno segundo o tercer plato de un tío con él que cada vez se sentía más extraño. Después de la final del torneo se lo diría. Ya no había vuelta de hoja: rompería con él. Sólo había un problema: ¿David lo aceptaría?


Ya conocéis la pareja de Oriol. Volveremos con ellos más adelante. El próximo capítulo tendrá la biblioteca como escenario de los amores entre Jofre y Dalmau, aunque esta vez tendrán una visita inesperada y algo más…  Como de costumbre, leeré con ganas vuestros comentarios y valoraciones.

Moltíssimes gràcies ,

7Legolas